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Capítulo 32

Tayler Aragon.

¿Infiel?

Está débil en su habitación y me da una extraña sensación de que mis problemas apenas comienzan. Odelia está arreglando las cosas y yo no le quito el ojo de encima mientras acomoda mi despacho. La casa está lista desde hace una semana porque, ¿por qué no? Ella lo quería así, y no me cuesta nada complacerla cuando para ella lo único que existe es estar sobre de mí.

Por otro lado no puedo quitarme de la cara a los hombres que maté, y la razón fue ella, no me interesa hacerlo, pero ahora saben que tengo una debilidad, antes creían que era un capricho, algo de hombres, pero ya no, saben que la tengo y que si ella lo pide le pongo la bomba a un recién nacido. Dios no ha existido para mí pero estoy apunto de hacerme catolico para pedirle que me la saque cinco segundos de la mente. Sin embargo sigo anotando químicos y fórmulas para poder matar a la perra que pasea mi despacho. Morirá lentamente, y me complace decirlo. Puede que la encierre en el cubo de cristal, sería divertido.

Tengo ganas de matar a la mujer que acomoda todo, y es que aún no me cabe en la cabeza lo que ha pasado con ella, me ha visto crecer... ella... no puedo creer que cada ser al cual le he tenido aprecio en la tierra me ha traicionado como se les antoja. A todos los he matado, menos a mi encantadora, y eso me hace pensar en si realmente vale la pena quitarle la vida a alguien o perdonársela sólo por su beneficio.

Al menos eso es lo que debería pensar, pero no, estoy viendo la cámara de la habitación en la que ahora duerme mientras me lleno de trabajo antes de ir a ducharme. Miro el artefacto que guarde en mi cajón sin que Odelia lo vea. Tengo pensado planear su muerte e investigar el porqué de su traición hacia mi legado. Por ahora la envenenaré.

Abro tal cosa cuando se marcha sin hacer mucho ruido y detallo los pétalos que adornan lo que al parecer será mi condena de muerte. No tengo más opciones y no me molesta, pero necesito hacer algo antes de que esto sea la noticia.

Guardo todo, y tomo mi auto después de darle un beso a Eliot no sé porque y también a la loca que ahora tengo durmiendo con mi ropa. No respeta mi privacidad.

—¿Adónde vas? —dice somnolienta.

—Con otra —digo lacónico, y ella se ríe estirando la mano para que la tome.

No sé porque le hago caso. Algo me hace sentir culpable.

—Te hice una sorpresa —susurra, me acerco a ella y me siento a su lado en la cama.

Enciendo la lámpara y me topo con la mujer más hermosa de ojos grises y cabello rojizo que el mundo a sostenido; la tengo en mi cama, sonriendo mientras rebusca en le gaveta de al lado, quito los mechones necios de su rostro para apreciarla más, y sus labios rojos me ponen mal.

Me voy contra ella quitándole un suspiro del beso que la toma desprevenida, sabe a pasta dental y cereza como siempre, al igual que huele a rosas y un toque de vainilla. Sus suaves labios son eléctricos, apasionados, y jugosos. Me rodea el cuello mientras doy un beso el cual no sé qué es. Es suave, y me da la necesidad de acunarla como le gusta. Me separo y está aturdia sin quererme soltar, respira con dificultad. Un escalofrío interno me hace querer vomitar con este sentimiento, no puedo respirar, no sé porque, desliza su mano por mi mejilla provocando que mis ojos se cierren al sentir su delicada piel. «Algo frío», le detengo la mano y veo que tiene algo entre los dedos. Lo que sacó de la gaveta.

—Te hice una sorpresa —me dice. Sus ojos grandes me observan haciéndome sentir vulnerable—, siempre te vas a trabajar por las noches, y yo estoy aquí. —me muestra una pulsera hecha de piedreria que compró—. Si la llevas puesta siempre estaré allí.

Trago pesadamente saliva.

—No voy a llevar esa cursilería a matar o a hacer negocios —digo tajante.

Me mira con dulzura.

—Tiene mi aroma —pone la pulsera en mi palma. Se refriega los ojos y bosteza.

Estaba olvidando que tiene 19 años, y que su única experiencia en el amor ha sido un imbécil y yo, su peor pesadilla.

—Me la voy a llevar porque no quiero que tengas tantas cursilerías aquí —ruedo los ojos.

Ella asiente con cansancio. Meto la pulsera a mi bolsillo y salgo de la habitación ganándome una sonrisa antes de que apague la lámpara de la gaveta.

Mi humor desaparece cuando me dirijo a mi habitación y recojo la maleta con una fusta, y mis herramientas sintiéndome el ser más miserable que hay en el mundo. Viajo al hotel que está al norte, no me gustan las cosas baratas así que, debo asegurarme de que se vea creíble. Le llamo al Yakuza, y al dragón para saber si ya está todo listo, cuelgo el teléfono cuando escucho la palabra «activo».

Me siento en la cama cuando llego al lugar, recojo mis mangas peino mi cabello esperando la llegada de esa mujer. Preparo las cosas y no sé porque tengo la necesidad de salir corriendo. Saco la pulsera de piedras blancas con cerezas adornadas, repaso los detalles y... «Huele a ella».

Soy un hombre, no un maldito niñato, y voy a hacerlo, no puedo dejar que mis sentimientos por ella me hagan un cobarde. He hecho esto antes, no puedo no hacerlo ahora. Guardo la pulsera sacudiendo la cabeza.

Apago las luces, y espero en la esquina de la habitación. La rabia se extiende por mis poros cuando escucho la tarjeta sonar en la puerta. Respiro hondo recordándome quién soy.

Cruza la puerta, y sus zapatillas resuenan en el piso de la habitación, no comprendo ni entiendo porque me molesta tanto.

—No hables —comienzo y hago sonar el látigo de mano—, quítate la ropa y arrodíllate.

Tiembla y sé que es porque está excitada, pero yo estoy apunto de vomitar.

—Amo... ¿hoy qué castigo tendré?

—Sólo hablas cuando yo te lo pido —digo escuetamente.

Se deja caer y al mismo tiempo tira la gabardina que traía puesta, haciéndome saber que era lo único que tenía.

—¿Te gusta esto, eh? —le doy un azote y jadea.

Trae el cabello recogido en una trenza pequeña.

—Sí, amo —gimotea.

No sé qué le di a esta mujer pero hasta yo me doy miedo. Doy un par de azotes más haciéndola llorar mientras la complazco. Voy hacia la licorera y no tropiezo ya que me pongo los lentes de visión nocturna, bebo un trago largo de borboun para aguantar lo que sigue. Le pongo a su vino una droga especial, con ayuda del bufón hice esto así que, más le vale que funcione.

—¿Qué te he dicho que no hagas? —le pregunto mientras llevo el vino hasta ella.

—Que no me meta con ella. —susurra avergonzada.

Yo la veo pero ella a mí no, y es más fácil ocultar mi asco.

—¿Ahora sabes que te ganaste un castigo, verdad? —mi voz la derrite, y su cara buscándome me pone de mal humor.

La odio por hacerle eso a mi encantadora caprichosa. Por someterla y hacerle sentir que no valía nada. Eso no me quita la culpa pero yo no soy mi juez, lo que hago con ella es mi problema pero si alguien le pone una mano encima es lógico que no vivirá sin las consecuencias.

—Sí —se derrite con mi cercanía—. ¿Qué castigo me pondrá, ahora? Ya no quiero estar un segundo más sin verlo.

—¡Calla! —le ordeno y obedece—. Inclina la cabeza hacia arriba y abre la boca, te daré de beber, pequeña perra arrastrada.

Abre la boca mostrándome su lengua lista para recibirme, cosa que hice antes, pero ahora ya no me apetece, y tendré que llegar directo a mi mujer para que me borré esta cruel imagen.

—¿Quién es una perra infiel?

—Yo, yo lo soy —dice mientras dejo caer el chorro de vino a su boca.

Con eso bastará, me detengo de la acción. Y llego la hora. Trueno los dedos y me pongo frente a ella acariciando su cabello, sabe lo que significa porque aprendió bien la última vez. Comienza a buscar mi cinturón y mi respiración se desestabiliza, mi cuerpo no está trabajando como debería pero es lógico, así que dejo que me quite el cinturón y me lo entregue.

—¿Cuántos latigazos son por el adulterio, Perra?

—Para mí quince —jadea mientras le quito el cinturón de las manos.

—Serán treinta por haberte comido una verga como la mía. —suelto el primero golpeando con la hebilla.

Rezo para que la droga haga efecto y dejar de escuchar esos gemidos tan bizarros.

Los golpes que le doy no son bestiales, esto sólo es para hacerla enloquecer, lo máximo que tendrá son pequeñas brechas rojas en la piel.

Mi mente viaja a esos ojos grises y sonrisa perfecta con dientes de conejo, se muerde el labio, me sonríe. Está jadeando en mis oídos, está cabalgándome la polla dura, me abre paso al paraíso y unta sus pechos voluminosos con pezones pequeños y rosas en mi cara.

Sus dedos entrelazados con los míos, su negación, y atrevimiento, no sé porque ahora las cosas en mi mente se ven distintas. Cómo si una sensación de satisfacción me hundiera cuando la veo, ha vuelto a tomar fotos, me besa, y me dice lo que siente, me reta. Es inteligente y ha hecho un buen trabajo con las finanzas.

Que bueno que le quite el poder a la jerarquía sobre mi dinero, todo es de ella, y de Eliot hasta que crezca. Yo no viviré eternamente, no con lo que me respira en la nuca y es la redención en forma de calavera.

—Treinta —está tirada en el suelo, jadeando, sus poros tienen sangre y lo que debería sentir no lo siento—. Acuéstate sobre la cama.

Temblando se desliza entre jadeos ahogados y voy por el tubo de presión que le coloco en los tobillos. Aprieto el cuero y hace un movimiento torpe, el cual yo preferiría evitar ya que me deja ver su sexo... ¡Lovely, dame fuerza! Aprieto y oprimo un botón para encender el dildo que tengo en la mano.

—Abre —sólo debo existir para que abra las piernas. Camino hacia ella e inserto el artefacto.

Comienza a convulsionarse, y también grita como lunática. Tocan la puerta y respiro

—Quédate quieta, llegó el postre.

Hace caso porque esta mujer está completamente loca. Disfruto de hacer daño, pero ya no de manera sexual a otras mujeres. Cómo Angela, me costó quitármela de encima, y muchas sandeces que prefiero ni evocar.

Abro la puerta sintiendo que respiro cuando llegan mis hombres con un carrito de comida. Ella está completamente drogada, apenas reacciona a está muerta. Pero... sólo debo decirle.

—He traído invitados —ellos pasan en silencio—, espero que los trates bien.

—¿Eso lo complacería? —gimotea y aprieta haciendo que el tubo se abra más.

—Me complacería mucho —camino hacia ella y subo a la cama acariciando su cabello. Le indico al Yakuza que me pase la champaña—. Abre la boca.

Hace caso y aprieta las sábanas ya que no puede tocarme, y menos besarme. Bebo de la botella y dejo que mi saliva se mezcle para escucupirsela. La bebe con desespero mientras que el orgasmo la atrapa con fuerza.

—Sean duros —les aclaro bajándome de la cama—. Asegúrense de que no quede un hoyo limpio.

El otro está casado, pero al menos él azotará. El Yakuza por otro lado... él si se la va a coger, ya lo ha hecho. Ellos asienten a todo y quito los lentes de visión nocturna que ellos se ponen cuando salgo de la habitación y cierro la puerta. Necesito darme un baño antes de ir con ella, no merece que lleve el hedor de esta maldita perra hacia ella.

Camino hacia el estacionamiento y un mensaje llega a mi teléfono.

¿Vienes o voy?

Me arde la cabeza de sólo saber quién escribe, y cómo diablos tiene mi numero. Respiro con rapidez al auto mientras veo las cámaras para dirigirme a la suya... ¡Sí! Está durmiendo con su gata en la cama. Es raro como una niña me puede causar tantas molestias y al mismo tiempo hacerme sentir como un adolescente. Me niego rotundamente a que me domine. Casi flaqueó al matar al perro que la vendió, sólo porque ella me lo pidió con ojos llorosos, pero lo que nunca va a entender es que prefiero que llore ella y no que sea al revés.

Se me viene una maldita punzada cuando pienso en que va a morir. No puedo, ya no. Cierro la puerta del auto y repaso el tatuaje de mi antebrazo, quisiera decir que no murió, pero sí, lo hizo.

Murió en el agua, y de la tierra renació.

La quiero conmigo, la quiero viva, y por ello hago lo que hago. No importa que tan inmoral sea, o qué tan asqueroso lo vea ella si se llegue a enterar. Esto me garantiza que si algún me la quieren quitar, los voy a hacer cenizas en el calvario que ellos mismos crearon.

La diferencia entre ellos que quieren meterme miedo, es que yo tengo los planes, tengo todo previsto, soy paciente y sigiloso, y sobre todo, soy un cazador, probablemente me quede el dicho; el cazador se fijo de la presa. Pero mi presa es la que se metió entre mis colmillos y tuve que fingir que la comería.

Me la como, y todas las noches, pero no como debió ser.

Le envío al bufón el código para acceder al video que se está transmitiendo en la habitación de hotel. Espero que guarde todo, ya tiene el primero, y este maldito es el único que al parecer quiere a la mocosa viva, ya que ni ella se valora, a cada nada quiere morir.

Los caballos llegan mañana, y la cena era mañana, sin embargo, tengo otro planes para nosotros. La reviso mientras me dirijo a la fortaleza, y sigue dormida. Odelia sigue en la misma posición de dormir, y espero que siga así ya que le di para que desperté hasta mañana. Aquí yo tengo todo controlado, y no dan un paso sin que yo me enteré.

Así como el bufón mando a su guardia real a vigilar a mi mujer, ahora no me molesta, de hecho me agrada, sé que pondría su cabeza antes que la suya, por eso lo he dejado que esté oculto en las sombras.

Viajo a la primera heladería que encuentro y compro un bote grande de helado de cereza, después paso a una dulcería para comprarle sus conos.

—Serían 45 con 50. —la cajera me escanea con lujuria y prefiero limitarme a darle el billete de cien.

—Quédate con el cambio —ruedo los ojos ante su coquetería.

Antes de ser dominante me enteré que no me gustaba ser tocado, no hay mujer que haya besado, tampoco tocado como a ella. No es algo que cuente pero creo que ese es el problema, no es que no pueda tomar una decisión sin ella, es que ahora siento que la tengo metida debajo de la piel.

Llevo todo y cuando llego a casa recorro el lugar, es como ella dijo que la quería. Sólo faltan arreglos, rodeo la propiedad con el auto y entro por la parte trasera para darme una ducha.

Más tarde subo a su dormitorio, y me encuentro con que sigue dormida, en la misma posición. Esta somnolienta. Me deshago de la ropa y me quedo con una camisa de algodón y bóxer, sé que le gusta verme así, quizá porque se siente más normal.

Me meto entre las sábanas y antes de que pueda acomodarme ya se dió la vuelta poniéndose contra mi pecho, está adormitada, y huele bien, su cabello huele a frutas.

—¿Fuiste a ver a otra... por eso estas bañado?

—Sí. —tallo su cabello sintiéndome de una manera muy distinta a cómo creí que lo haría.

—Mentiroso —susurra y masajea sus pies en mis piernas—, tú solo tienes ojos para mí.

—Te falta un tornillo —me mofo sin ganas y ella asiente.

Busca mi boca y le doy un beso cargado de lo que sea que esté sintiendo mi pecho.

—¿Me acunas?

Algo salado me atraviesa el esófago y debo apretarla con fuerza.

—Siempre. Sólo no te vayas.

Ella niega y doy gracias a que este lo suficientemente dormida como para no burlarse de mí, para no recordarlo después. Porque no sé qué haría si ella se va con otro, si acepta que la compren, no. Ella no haría algo así. Nunca.

Yo soy su dueño.

No puede contradecirme.




Lovely Walker.🥀



Su teléfono me ha despertado más de cinco veces y él simplemente lo apaga, desde que llego ha estado extraño, y sin ánimos de sexo, es algo raro, pero no importa porque ahora yo sólo quiero ir a conocer adónde voy a estudiar.

Me levanto mientras el finge que duerme y me meto a la ducha, la habitación es distinta a la mía pero sigue teniendo cuarto de baño. Tiene un espejo con el lavabo que es del tamaño de un sofá, todo es grande, y la regadera se encuentra al fondo, mientras que la tina estaba de por medio. Me ducho y después me doy un baño de aceites.

Esto es lo más normal que he hecho, y me emociona sentirme como una simple chica que vive con el novio. Mi cabello cuelga de la tina al suelo y tengo la ligera sensación de que me lo debo cortar. También mis uñas, y los vellos de la vagina que ya han crecido.

Lo haré luego porque hoy tengo pereza de eso. Tengo un poco de ansiedad, quiero un té o una pastilla, la cabeza me comienza a doler, y el asco no merma si pienso en ellas. Supongo que es una consecuencia básica de estar drogada todos los días, eso explica mi corazón explosivo, y también mis ataques de locura. Recuerdo bien... «El acantilado», pienso y me levanto de la tina asustada. Todas las veces que he intentado matarme, o qué he hecho alguna estupides.

«¿Esa droga es de Tayler, no?» el debe saber qué hacer, y cómo funciona.

—¿Qué te preocupa ahora?

Pego un grito cubriéndome la boca, este maldito hombre me va a poner peor de lo que ya. Cierro los ojos y trago la bola que se me hizo en la garganta gracias al hombre que viene con todo menos con ropa, bueno, bóxer. Pero eso no cubre la serpiente ni la anaconda que se le remarca detrás de la tela.

—Estaba relajándome, pero como siempre tienes que venir a molestar —cierro los ojos de nuevo y me recargo de la tina.

Se carcajea y su risa me hace sentir que me va a matar. No sé porque debe reír así.

—Parecías de todo, menos relajada —siento como se acerca a mí y mi cuerpo aún debajo del agua se prepara para recibirlo.

—Es porque tenía a un acosador en la puerta —digo como si no estuviera queriendo que me abofetee por insolente.

—Bueno. Te dejo para que te relajes —aprieta mis pezones deshabilitándome el wifi.

Se aleja y abro los ojos, le tomo la mano antes de que se aleje suficientemente.

—En el contrato de compra dice; complacer y servir a su presa en ambiente recíproco. —argumento mientras que sus ojos me escanean sin prestarme atención—. Si no quieres una demanda de mi abogado, te sugiero que sigas las reglas de la ley.

—La ley decía que te matará —suspira—, y mírame. Ahora tengo que cargar con el peso de mi desobediencia.

—¿Te gusta el peso? —me remuevo en el agua—. ¿Soy liviana cuando me monto sobre ti?

—Joder... —no pierde tiempo al ver cómo abro las piernas y se mete a la tina haciéndome reír.

—¡Vas a inundar la casa! —lo detengo.

—Te pones a secar.

—Yo no puedo —niego divertida viendo cómo se sumerge sacando el agua.

—Entonces cállate. —besa mi cuello absorbiendo mi aroma—. Te extrañé, malditasea. Eres todo lo que deseo.

Lo siento tenso pero no tengo ganas de pensar, quiero dejar de temblar y sentir que la cabeza me va a explotar. Busco su boca que me devora con benevolencia, y sujeta mi rostro apreciándolo, mientras yo sólo quiero quitarme este calor.

—Eres la mujer más hermosa que he conocido —dice y su cara se pone en blanco, como si lo que hubiese dicho no fuese procesado.

Quiero decirle que es peor de lo que creí, y que aún así no pienso en algo más que no sea estar con él, deja que abra la boca y mete su lengua después de pasarla por todo mi cuello. Es un buen besador, y lo disfruto pero ahora ya no lo siento, está preocupado, sin embargo mis hormonas me traicionan.

—Hazlo —pido—, quiero sentirte.

Se detiene de besarme y busca el ángulo del agua. Se saca lo que mi cuerpo tanto añora y está a reventar, esas venas que lo adornan me hacen babear, como una jodida necesidad sentirlas dentro de mí, haciendo fricción cada que entra y sale. «Gracias, DIOS»

—Quédate conmigo —me pide masajeándose. Sus jadeos me vuelven loca, ya no sé si mirar su rostro o la manera en que mueve su mano.

—¿Estás son tus formas de pedir perdón? —trato de tocarlo y no me deja.

—Está es mi forma de mostrarte lo que perderías. —quiero burlarme pero no me sale porque el pecho se me comprime de sólo pensarlo.

Sonríe de medio lado y se viene sobre mí, la saliva se me vuelve agua al igual que mi clitoris se convierte en una bomba molotiv, sus ojos no dejan de mirarme y la preocupación se ve en ellos, pero mierda ¡joder! Se siente tan bien deslizándose en mi entrada.

—¿Eres capaz de irte dejando esto? —vuelve a pasear su dureza haciendo magia con ella sobre mis pliegues.

Retorcerme es lo único que hago, lo único que puedo porque me ahogo con mi propia saliva echando la cabeza hacia atrás. Es tan malditamente bueno, pero. ¿Cómo puedo decirle que sí? Él seguramente me va a matar cuando se aburra o si algún día le soy infiel de nuevo. No se si vaya a suceder pero prefiero no condenarme.

—¿Lo quieres? —comienza a penetrar arrancándome las pocas ganas de vivir que me quedan.

A la mierda todo, ya no puedo. Tampoco quiero, de hecho no sé si es bueno o malo,
o me da vergüenza justo ahora que vean como me tiene, como dispone de mí con ello. Soy la presa, pero jamás en mi vida me sentí tan libre.

—¡Sí...! —trato de empujar pero no me deja. «maldito». Me mira sonriente y me pierdo en esos labios—. ¿Quieres que me quede? Follame hasta que se sienta tan bien que grite un te amo.

Evoco sus palabras y la manera en que me folló aquella vez.

—¿No prefieres la abstinencia? —jadea. Está temblando, apretando la tina, y me complace saber que está igual que yo.

La boca la tengo seca, y la comezón en la garganta no me suelta.

—Prefiero que me ahogues. —hundo mi rostro en el agua.

Se viene sobre mí y atraviesa mis pliegues, un gemido que no puedo expresar, sólo me empujo contra él para dejar que entre al agua por mi boca. Me saca besándome, y las piernas se me entumen, su piel se siente más suave con los aceites, me toca y venera.

Para él, estar conmigo es como adorarme al mismo tiempo que me empuja con violencia. Pone una mano en mi espalda baja y otra en mi vientre mientras trato de no resbalar por el mármol, intensifica los movimientos enviándome a la luna y de pronto me suelta para sacarme empapada. Le rodeo las caderas con fuerza, y me aferro a él con ganas.

Sigue dentro de mí, me muevo arriba de él mientras me dirige hasta la cama. Está enojado, y eso me hace expandirme aún más en el grado que puedo sentir cómo aumenta de tamaño en mi interior. Me avienta a la cama después de darme una bofetada, y no sé porque el miedo se hace presente cuando saca una navaja de sabra Dios donde.

—¿Qué haces? —retrocedo en la cama y no habla.

Está perdido en su mundo y no me escucha, se masajea el miembro haciéndome perder la noción de la muerte. Retrocedo en la cama cuando gatea hacia mí y veo que sólo mira mi sexo, pasea la navaja por mi piel. «Santa Maria llena eres de gracia», entierra ligeramente la hoja en mi piel.

—¡Basta! —le grito y no me escucha. Pasa la lengua sobre la herida, chupa haciéndome arquear la espalda al sentir la maldita sensación salaz.

—Necesito tu sabor, quédate quieta —pide—, no pelees.

—¡No quiero que me cortes! —le grito con desespero.

Avienta la daga clavándola en la pared como si nada.

—Necesito que seas mi mujer —dice jadeando. Su pecho está descontrolado y su mirada está perdida—. Compláceme.

—¿Ya no lo hago? —aprieto los puños con la mirada negra que me da.

—No, no así —me voltea dejándome la mente en blanco. Abofetea mi trasero de una manera brusca—. Grita, cuando te duela. Dime cuando te duela.

—Tay...

—No hay Tay, soy Amo —me dice y me intento voltear pero me lo niega.

—¿Qué diablos te pasa? —le tiro manotazos y con una mano sujeta mis dos muñecas en mi espalda.

—Necesito está imagen —se viene contra mí, embistiéndome.

—Sólo no me cortes —gimo.

Está cegado, gruñe desde adentro de su pecho, sus pectorales me aplastan, y cambia la posición de mis manos sobre mi cabeza. Las estocadas se vuelven violentas hasta el grado de doler pero no se cómo lo hace moviendo en círculos haciéndome gemir. Mi estómago se pierde en las sensaciones, y el sonido de tus testiculos contra mi trasero son una armónica.

Levanta mi pierna poniéndola en su hombro mientras la otra está en la cama y yo de manera lateral, no me puedo mover porque su mano está inmovilizando las mías. Sale y pasea la punta sobre mis pliegues nublándome la vista, y arrebatándome un gemido sonoro.

—¿Te duele? —empuja con fuerza y su miembro crece dentro de mí haciéndome apretar los labios.

—Joder —gimoteo tratando de no morir.

Me hunde la cabeza en la almohada con una mano mientras me embiste con fuerza y con la otra me tiene inmovilizada. Me manda a narnia y de regreso cuando gruñe y gimotea mi nombre con acento Aleman que me enloquece.

Se abre camino dentro de mí hasta atravesarme quién sabe qué, un dolor me abruma pero los contorneos me hacen temblar, acumulando mi orgasmo en lo más profundo, las ganas de orinarme me abruman, y trato de liberarme pero no me deja. Quiero hablar y no puedo porque estoy ahogándome y mordiendo la maldita almohada como la maldita pasiva que soy.

—Para —gimoteo ahogando el grito con la almohada—. Dios... Dios...

El golpeteo se vuelve brusco, me suelta la cabeza y respiro para recibir una sonora cachetada haciéndome arder la piel, en lo que me empuja.

—¡Santa mierda...! —gimotea en alemán y me pierdo en la nube mientras arremete como desquiciado.

Trato de gritar pero los jadeos me ahogan cuando sus embestidas me hacen suprimir los gritos, trato de mantener la respiración. Mi cuerpo se va adormecido, la vista se me nubla, y lo único que veo es a él con la boca entreabierta. Comienzo a volar para mis adentro.

—Ya me queda poco —susurra, jadeando. «Rico»—. Ya casi...

El dolor me abarca y las embestida bruscas no se detienen, el orgasmo me atraviesa dejándome temblando mientras él sigue y yo no puedo respirar. Algo se desgarra en mi interior llenándome de dolor, no puedo respirar tratando de zafarme.

—¡Ya...! —es lo único que logro decir cuando algo tibio sale de mí al mismo tiempo en que él sale.

—¡Mierda, mierda! —exclama.

Me giro notando que su miembro sigue bombeando y hay sangre. «¿Me rompió?» pero ya no soy virgen. Trato de levantarme pero me duelen las piernas.

—¡Quédate quieta! —me ordena perdido en su mente.

Se coloca el bóxer de nuevo y me carga. No sé qué diablos hace o cómo estamos funcionando ahora pero simplemente dejo que me lleve adónde sea que me vaya a llevar. Bajamos la escalera y por el barandal logro ver al hombre de bata.

—¿Qué diablos sucedió? —grita.

—¡Cállate y revísala! —llegamos a la planta baja y nos dirigimos a una parte de atrás mientras me aferro a su pecho temblando.

El dolor no es similar a una cortada, es como si un tendón se hubiese partido, el dolor es fuerte, pero soportable, punza y arde. Niego entre sollozos. «¿qué le sucedió? —me pregunto—. No hace esto conmigo»

Entramos a una habitación equipada con más cosas que en la mansión y me recuesta en la camilla, y el sangrado no merma. Me punza, Tayler sólo está quieto con un brazo cruzado en el pecho y el otro arriba con el dedo índice en la sien como si fuese él el que se está desangrando.

—¿Le introdujiste algo? —pregunta.

—Mi verga, Rome. Mi verga —dice a las malas.

No sé porque la pena me invade si ya me han visto desnuda pero es que no me han visto después de que me hayan sacado la matriz.

—Tú y tus estupideces, sabiendo que es una niña —murmura el hombre y me pide que abre.

Me lava con un aparato y me arde como la mierda. Me inyecta algo no sé qué es.

—Esto hará que dejes de sangrar, ¿ok? —pregunta y asiento repetidas veces.

La vergüenza se siente en mis mejillas y mejor hundo la vista a mis piernas abiertas. Ya me limpio y ahora palpa mi vientre al igual que mi epicentro mientras Tayler no para de rodar los ojos.

Demora un rato revisando y escribe en un papel mientras después de ponerme una sábana encima. Veo la herida de Tayler en la pierna y aún es visible al igual que las mías. Rome pone una banda en mi cortada y me dedica una sonrisa.

—Te haré una ecografía, y te daré un diagnóstico, mientras tanto. —mira a Tayler—. Nada de sexo brusco o más bien, nada de sexo.

—¿Cómo por? —se acerca Tayler fulminante.

—Como por... —lo encara Rome y no sé si sean algo pero se parecen—; le vas a sacar el utero. Me estresas, te lo juro que no sé cómo hacerte ver que estás mal, y esta niña en lugar de luchar por su vida, sigue contigo —le escupe como si no estuviera—. No mereces esto, y menos sabiendo su historial.

Tayler pierde la última gota de paciencia que le quedaba y lo empuja a la pared con el brazo en el cuello.

—Su historial me importa muy poco —le aclara—, y si se te sale algo de esa lengua te voy a rebanar dicho músculo.

Rome no sé intimada, simplemente lo empuja y yo prepararo mi huida, envolviéndome con la sábana. Siguen hablando y me escabullo mientras hablan en su idioma natal al parecer el cual sólo entiendo los insultos porque para mí es más importante saber cuando me la están mentando o están apunto de matarme.

La casa es distinta, esta es blanca con dorado, y colores cálidos, la madera pulida que adorna la escalera me agrada, la escalera lleva al segundo piso, como si fuese tipo cabaña que adorna todo un barandal a la planta baja. Un patio al rededor de la propiedad lo suficientemente como para cincuenta camionetas, y una cochera debajo, la cual no entiendo su estructura porque la parte de atrás es como un garaje que tiene autos. Es justo como la que le envié, sólo qué hay cosas en construcción.

Hay árboles al rededor pero sin vecinos sólo dos tres, no muchos pero sí. Camino hacia una pasadizo escabulléndome de las voces que gritan mi nombre. El dolor punza pero ya no tanto, y me hace recordar que esta parte de Tayler no la conocía. Un ser distinto y miserable, es justo lo que imaginé. Camino hacia la parte de atrás bajando al garaje y me encuentro con más autos de lo qué hay afuera.

Y gritos que provienen de una puerta que está en la esquina contrario.

—¡Ayuda! —escucho.

Reconozco la voz y quiero regresarme pero ya me acuesto con el enemigo, no entiendo porque no perdonar a otro cuando está siendo masacrado por algo que no entiendo. Tampoco cuando Odelia sigue en pie siendo la causante de mis caídas.

Recuesto la oreja a la puerta.

—¿Hola?

—¿Lovely? ¡Dios, sí! —sollozos—. ¡Sácame de aquí! ¡Lo siento! No debí... no debí hacerlo. Lo siento.

No tengo idea de qué habla, y no sé si me interesa pero.

—¿Qué hiciste? —pregunto con el corazón en la boca.

—Ayude a Odelia a envenenarte —solloza—, el día que nos divertimos. ¿Lo siento, okay? Dios, Love, ya no aguanto.

La rabia se apodera de mí al igual que las ganas de llorar.

—Dime todo —le pudo—. Y, te prometo que haré que te saque.

Solloza concentrándose y el olor a muerto me llega por las fosas nasales causándome asco.

—No sé... ella... —se confunde y golpea la puesta haciéndome ahucharme en paciencia—. Dijo que no podía dejarte vivir. Que Tayler... Tayler no es él. Y... sí, que. Eliot debe ser...

—¿Qué diablos haces aquí? —su voz truena y escucho los pasos de Edward alejarse como alma que lleva el diablo.

Retrocedo chocando con un auto haciéndolo pitar, Tayler pierde la paciencia. Yo me doy a la huida, y una daga pasa por mi oreja haciéndome sangrar. Me quedo quieta como si mi alma se escapara «¿me acaba de cortar?», giro sobre mi propio eje viendo cómo está vestido de camisa blanca y pantalones vaqueros. «Diablos». Me enfoco antes de volver a perder la matriz con sus embestidas y me concentro en retroceder cuando él sube a auto poniéndole la mano en el cristal para que detecte que es él.

Se deja caer como un maldito animal y los vellos de todo mi cuerpo reaccionan de maneras poco morales. Su cabello está húmedo, camina con una hombría que inunda el maldito lugar, saca algo de su bolsillo y me lo enseña. «¿qué diablos?»

—Arrodíllate.

—No —niego.

—¡De rodillas te digo! —grita retumbándome los tímpanos.

No me arrodillo y se frustra más.

—¿Qué diablos te pasa? —sujeto la sábana con fuerza—. ¿Te dejaron con ganas anoche? ¿¡Tus putas no te atendieron bien!? ¿Eh?

Retrocedo y él se acerca si responder. ¿Qué diablos le sucede a este maldito loco?

—¡Contesta!

—¡No! —se frustra con el pecho a reventar y ojos oscuros que sólo me miran como objeto sexual—. No me atendieron bien.

Algo me golpea en tórax, y sacudo la cabeza tratando de olvidar lo que acaba de decir. Yo le pregunté y dijo que sí, desde anoche está así. No quiso hacerlo cuando llegó, y es raro. No sé porque la decepción sabe a sal, y desliza sobre mis mejillas, pero esta vez no me intentaré matar. Simplemente dejo que el enojo me recorra mientras él sigue con la mano extendida.

—¡Te voy a poner esto! —me grita y niego.

—No —espeto con rabia—, ya déjame respirar, maldito anciano de mierda.

Viene hacia mí y retrocedo pero por alguna extraña razón se queda quieto echándose hacia atrás confundido, lleva la mano a su nuca dejándome loca y sin ideas. Va cayendo poco a poco y... «¿Elton?»

—¡Muñequita!

El pecho se me eleva y olvido que estoy sangrando de la vagina como si fuese una maldito parque acuático y me voy sobre él pasando por el centauro neutralizado que me quería insertar un chip de rastreo.

Respiro cuando estoy en sus brazos y huele a perfume, jabón, a Elton sin duda.

—¿Qué haces aquí? —suspiro aferrándome a él mientras me sostiene en el aire.

—Vine a hablar con ese loco —me baja quitándome los mechones de cabello de la cara—, pero bueno. Llegue justo a tiempo, ya me contó un poco Rome.

—¿Lo conoces? —es lo primero que puedo decir.

Él asiente poniéndome de su lado para observar al hombre invariablemente sensual en el suelo.

—Sí, familia excluida —se encoge de hombros—, hay cosas de este tipo que no conoces. Y, algo me dice que apenas lo estás descubriendo.

Elton me saca del lugar llevándome hacia la enfermería nuevamente mientras me habla de que será mi maestro, y que ya dió el segundo paso con Vann. Quisiera apoyarlo y brincar de alegría pero algo me dice que no es feliz. Incluso mi amiga, la cual no responde mis mensajes.

Le resto importancia sonriendo como si fuese algo muy increíble, sabiendo que prefiero no indagar en mis sospechas, no es que sea fisgona, pero la verdad es que cualquiera con un dedo de cordura se daría cuenta de lo de Ellie con él.

No sé qué tanto pase pero los celos de ambos son evidentes a dos por nada.

—¿Fue muy agresivo? —pregunta Elton.

—No —niego—, creo que normal, pero me asusto.

—Un desgarre indica que fue agresivo —comenta el hombre cruzado de brazos mientras Elton hace algo raro con la máquina de ecografías.

—Sí, ya conocemos a ese animal —murmura Elton y me indica que abra las piernas colocándose frente a mí.

Elton me ha visto, pero jamás así y eso hace estragos en mi sistema ya que, traga con dificultad. Se acomoda y baja mi cadera.

—¿Se ve mal? —pregunto con nerviosismo.

—No, está... bien —tartamudea—, tu vagina es estrecha, y eso me hace creer que por eso el daño.

—¿Es delicado?

—Tienes un desgarre previo a... —se queda sin habla—, es una consecuencia normal, un pequeño desgarre en el cervix. Me encargaré de que todo esté bien.

Asiento dudosa.

—¿Pero estaré bien...? —miro a los dos hombres que parecen sacados de una maldita revista.

No sé porque me rodeo de hermosos hombres y siempre elijo los peores.

—Sí, no fue grave —Saca la cosa que me abrió la vagina. Y me exploró hasta el último centímetro de mi bello hoyo del placer.

Me arreglo y el doctor me pasa ropa para ver si en algún momento recupero el pudor y la privacidad a mi cuerpo que he perdido definitivamente desde el momento en que comencé a revolcarme con esa bestia.

Me peino un poco y los dos me miran extrañados, sin embargo notan mi semblante a incomodidad y Rome palmea el hombro de Elton diciéndole en el oído:

—Un gusto volver a verte.

Mi mente está como para no aguantar estupideces así que me cruzo de brazos mientras el hombre se marcha y Elton hace como si no hubiese leído los labios del hombre.

—¿Vas a decirme ya algo o te vas a comportar como el idiota que acabas de dejar en el suelo?

—Miñequit...

—¡Nada de esa mierda, Elton!

Resopla y me pide que me siente en la camilla mientras él toma asiento. Me siento pequeña porque algo me dice que jamás nos habíamos sentado a hablar desde de que desaparecí. Rodeo mis piernas con los brazos y me concentro en su boca en lo que dice cosas que me que dejan congelada:

—Tayler y yo nos conocimos hace mucho, las reuniones de la mafia y jerarquía se hacían con la aristocracia presente. Nosotros éramos niños y crecimos juntos. Incluso viajábamos a beber después de lo de su madre, él cambió después de eso y por ello nos alejamos. No le gustó mi estilo de vagabundo como decía, pero lo recordaba, al igual que Rosemery y Tabatha. Ellas eligieron caminos distintos pero el parecer nos volviste a unir. —hay nostalgia en sus palabras—. Cuando me infiltré en su mansión me reconoció, por ello actuó como si nada, y me confío tu vida. Creyó que íbamos a escapar pero dejo que siguiera cuidándote. Ha sido un animal, y un asesino y si me preguntas no creo que sea bueno que estés con él, pero no hay opción. La guerra se acerca, y si te soy sincero el miedo me carcome. Porque el riesgo no sólo es perderte.

Dejo que termine de contar añadiendo que Damon quiere hacer algo en mi contra, y que debo cuidar mis pasos. Escucho con atención mientras sólo asiento cuando me dice que la mafia calavera quiere sangre. No me dice que quiere, pero el Yakuza ya lo hizo, y sé que él no lo dice porque no tiene ganas de que me ponga en peligro.

—¿Por qué si fuiste su amigo aceptaste matarlo y ayudarme? —le pregunto cuándo quedamos en silencio.

Niega tratando de excusarse.

—Porque lo que hizo me asqueo, y en el fondo creí que se había convertido en un ser despreciable —dice con ironía y tristeza—, pero no después de que me dijera en la cacería que te marcaría y que te dejaría ir. No después de saber su versión.

—¿Qué pasó con su madre? —pregunto.

Es un tema tabú para mí, no sé de ella ni cómo era, tampoco sé si es buena porque a él no le gusta hablar de su familia, no conozco su historia, sólo sé que el mundo bajo murmura que cuando murió nació un asesino sin escrúpulos, y lo parecía. Dejaba a sus víctimas sin piel, y los colgaba hasta que la sangre se su cuero se extinguiera. Era un masajeador y el mesías de todo ser en la tierra que lo retara, me tocó ver su trabajo cuando mató a Ford.

—No me corresponde decírtelo —aprieta mi pie—. Si él no te cuenta, quizá es mejor... bueno. —resopla—. ¿Qué planeas hacer?

—Uhmm, iré a la central, me entregarán mi uniforme y darán itinerario —digo.

Toda mi vida me he preparado para esto, sin embargo en la universidad terminas de pulirte con todo lo que aprendiste. Es lo único bueno del sistema, crean soldados, no personas.

—¿Si sabes que solicité una vacante? —me dice mordaz—. Me veré muy sexi como educador.

Niego la cabeza divertida y le doy un zape.

—¿Crees que deba castigar con regla o con libro mientras se arrodillan? —piensa y gira su cuerpo en la silla de rueditas.

Elton es el único ser humano que hasta en la maldita guerra opta por actuar como si nada, pero se que detrás del brillos de sus ojos azules me está ocultando las lágrimas que no ha podido derramar. Según él lo ha tenido todo, pero creo que realmente no. Y por eso es que se juega el pellejo, porque es la primera vez que encuentra a una familia.

—¿Usted está bien, su majestad? —trato de hacer una reverencia.

—Tú no. —me mira con ojos tristes—. Tú no por favor.

Le indico que suba a la camilla palmeando la mano, y me hace caso sin muchos peros.

—¿Que pasa? —tomo su mano y me repasa el anillo que me dió.

—Creo que debo aceptar la corona —se ríe para no llorar, tiembla con el agarre—, debo casarme... quizá Vanessa.

No me mira y aprieta la mandíbula haciendo que mi mano viaja hasta su barbilla. El Rey llora en lugar de ser alabado.

—¿Por qué debe...?

—¡Es mi maldito deber, y si quiero combatir fuego con fuego debo hacerlo!

Se frustra y no hago más que abrazarlo, no llora pero me abraza con fuerza haciéndome saber que realmente le duele tener que cumplir con un deber por alguien como yo. Yo no merezco que me dé su libertad, sólo quiero que viva.

—No tienes que hacerlo y no lo harás —afirmo y le doy un beso en la mejilla—. Vamos a pelear, y vamos a ganar... no necesitas estar con alguien a quien no amas.

—¿Tú estarías con alguien con quien no amas? —pregunta.

—Claro que sí, por todos los que amo lo hice. —me mira y sujeta mi nuca dándome un beso en la frente.

—¿Entonces como te atreves a decirme que no? —exclama.

—La diferencia es que... ahora...

Un tiron me aparta a Elton del lado y cae al suelo. Me topo con el monstruo con el que vivo y se va contra él arremetiendo golpes que Elton cubre pero no puede responder porque no le da tiempo. Trato de actuar rápido, y me voy sobre él sujetándolo del cuello y envolvió mis piernas a su cuerpo que sigue golpeando como si fuese un lunático.

—¡Basta! —le grito y no me escucha.

—¡Suéltame! —me quita con una fuerza descomunal y sólo escucho a Elton reírse.

—¡Golpearme no quitará la basura que eres!

Me levantando arrastrándome y no tengo idea como diablos me meto dentro de él y Elton, abofeteo a Tayler y se queda pasmado.

—¡Ya basta! —reitero—. Sólo estábamos hablando.

—¡Te besaste con él! —me toma de la barbilla y me levanta con él.

Sus ojos están oscuros y tiembla mientras Elton se pone de pie escupiendo sangre.

—No, no lo hice —no me miento tratando de que comprenda—, estábamos hablando.

—Creí que por una maldito segundo valdrías la pena, pero veo que me equivoqué —me suelta y se encamina a la puerta dejándome mareada—. Espero que te prepares para lo que viene.

Elton escupe sangre y me pone la mano en la espalda besándome la sien para dirigirse con Tayler. El hombre que veo no parece al Tayler que está en la casa, ese es el que fue por mí a Grecia y mató a cienes sólo porque sí. No me mira y y se limita a largarse con Elton mientras yo quedo petrificada por lo que acaba de suceder.

Deben hablar de negocios, supongo, pero no entiendo porque me trata así, que diablos sucede con él. Elton le tiene que decir que no lo bese...

Salgo corriendo hacia ellos y escucho gritos en susurros, me quedo contra la pared ya que ellos están dirigiéndose hacia el pasillo donde está la sala de estar.

—¿Crees que la besaría? —le pregunta Elton—. ¿Después de lo de su amiga?

—Me importa una mierd...

—¿Te atreves a juzgar después de lo que haces tú? —se mofa con ironía y el pecho se me hunde ahogándome.

—Cállate, no vueltas a decir una puta palabra —se escucha un empujón y me limito a esperar que la conversación siga.

—Me interesa muy poco, sólo quiero que no termine en las manos equivocadas —dice Elton frustrado—. Yo también perdí a Abby.

—No vuelvas... no vuelvas a hablar de Abby —advierte Tayler.

—¿Vas a decirme qué diablos haces con el dragón? —escupe Elton.

—Vamos al despacho —indica.

Ahora Elton me oculta cosas, y ya no sé en quién confiar. Pero sé que hay alguien dispuesto a darme información.

Me baño y me arregle cubriendo mí agotamiento. Tomo las llaves de uno de los autos y me percato de que es un bugatti gris que parece salido del cielo. Envío un mensaje y le digo a Elton que voy a la central para ver el establecimiento. Quería hacerlo con él pero así no tendré la privacidad que necesito.

El mensaje es respondido en brevedad y sonrío al teléfono dichosa. El maldito auto es una preciosura, parece que estoy en el maldito cielo con el terciopelo que tiene. Y quisiera dañarlo pero prefiero no arruinar esta belleza, es mejor destrozarle la cara a él que es un imbécil testarudo. Es hora de usar mis atributos y por eso repaso mi labial. Valoro ser bonita por naturaleza así que sólo respiro y pongo mirada coqueta antes de salir resonando los tacones de aguja que pase a comprar con su tarjeta de crédito.

Acomodo mi vestido negro escotado, y aprecio cómo queda ceñido a mi cuerpo resaltando las curvas que ganan las miradas de las chicas que están en la central. El lugar es una facultad de la jerarquía, especializada en este tipo de cosas, y se preparan para grandes cosas como lo que yo estoy viviendo. Dejo el auto con el de seguridad para que lo lleve a su debido estacionamiento, y entro al establecimiento que parece más bien La Casa Blanca.

—¿Estudia aquí? —pregunta un soldado cuidado la entrada que está asegurada por más armados y oficiales.

—Soy Lovely Walker de Aragon —digo y el hombre hace una reverencia—. Vengo a conocer mi establecimiento de aprendizaje.

—Adelante, Doncella —me entrega una tarjeta dorada y no pregunto. Sólo disfruto.

Asiento y peino mi cabello antes de cruzar. Algunos están en el jardín gigantesco y platican, es como ir al estrenado ya que tengo que subir una cantidad absurda de escalones y los demás me miran como si fuese una plaga. Sin embargo me encuentro con unos ojos azules y sonrisa coqueta que quería ver.

Acomoda su traje y suéter de cuello alto repasándome mientras se quita las gafas de marco negro. Sonrío con picardía cuando se acerca y me pide la mano para besar mi dorso.

—Cherry... —saborea.




Nota:

Aaaaaa, me estoy infartando porque esta mierda va a en declive. Tengo miedoooo, muchoooo miedo.😩

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