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Capítulo 12

❤️‍🔥⚠️
Quizá los saque de quicio algunas acciones pero todo tiene una explicación.

Lovely Walker.

Te odio.

Odelia llega cuando me estoy cabeceando y por suerte no viene acompañada ya que me caigo cuando abre la puerta y golpeo mi sien haciéndome despertar.

—¡Mierda! —me levanta de los brazos y pongo mis manos en sus hombros para levantarme.

Manchas es la primera que sale huyendo a sabrá Dios donde, supongo que su caja de arena ya no es suficiente. Me duele la cabeza cuando al fin la miro a los ojos y...

—¿Adónde está? —logro articular mientras me pone contra la pared.

—Está duchándose, ha hecho su desayuno. —pone el cantado y me ayuda a seguir caminando.

—Tengo sueño —le digo en un bostezo.

Ella se ríe, y saca algo de su bolsa del mandil.

—Dúchese y después nos encontramos en la cocina —me entrega una pastilla—. Necesita estar despierta.

Hago lo que me pide y bajo a desayunar, no sé si le puso veneno a laxante pero no me interesa así que me como el guisado de acelgas y carne que preparo con un poco de puré de papa que sabe a cielo, es como sentir placer al comer. «¿Todo le saldrá bien?», me pregunto torpemente. Termino mi comida mientras Odelia va a dejar a Eliot que se ha dormido después del desayuno.

—¿Desea más? —me pregunta mientras me veo a mi misma pasando el dedo por el plato para llevarlo a mi boca.

«¿Tanta hambre tenía?». Tiene que ser porque estuve sin comer casi dos días.

—No, gracias —digo dulcemente y bebo mi copa de vino.

Me dirijo al pequeño lava manos que está en la vuelta y limpio mis dientes con enjuague vocal después de cepillarlo con mi cepillo. Mi cabello esta suave sin embargo chorrea pequeñas gotas.

Se me sale el corazón de ver al centauro que está hablando con Odelia y cuando aparezco me come con la mirada, aprieto mi bata de seda rosa: está vestido como un principe, su cabello castaño no tiene el fijador pero esta peinado tan perfectamente que el cabello simplemente golpea su frente. La camisa blanca está abierta como de costumbre, las mangas arremangadas hasta el antebrazo y un pantalón gris con el cinturón negro apretando el voltaje que oculta. Por si no fuera poco frunce el ceño y remoja sus labios mientras escucho mi corazón latir en las orejas.

Me tiemblan las piernas cuando abre los ojos verdes dorados tronando los dedos para que reaccione:

—¿Qué te sucede? —leo sus labios y me obligo después de unos segundos a hablar.

—Si —«semejante babosa»

—¿Si...?

No sé qué decir, ni me muevo, me late el corazón a todo ritmo y no puedo olvidar lo que sucedió pero tampoco olvido la foto que ahora está bajo mi almohada, ni a Manchas con vida.

—Odelia, necesito que esté todo listo para mañana —le informa y me pide que me siente en el taburete palmeándolo.

Hago caso como si tuviera correa, y su voz se hace más cercana provocando que tense los músculos al estar sobre el taburete.

—¿Trajeron lo que pedí? —pregunta muy tranquilo y comienza a trenzar mi cabello.

Sus dedos ásperos se sienten como una antorcha causándome escalofrío. Aprieto los manos en mis rodillas porque estoy siendo tremenda hormonal, siento que llevo más de un año sin sexo y eso me pone mal ya que vivo con una maquina de follar.

Sigue haciendo su trabajo mientras yo me concentro en mirar la manzana que está sobre el frutero, la tomo y me la meto a la boca para quitarme el buen sabor de boca.

—¿Por qué comes manzana? —pregunta confundido.

—Me gusta.

—Ajá. —me ignora y prosigue—. Mañana a primera hora salimos, llama para que tengan mi auto listo.

«¿Adónde vas?», no debería importarme seguro va con la perra esa. Me envenena. Escupo la manzana en una servilleta que tomo y la aviento al canasto de basura mientras Tayler termina de trenzar mi cabello.

—Hazme el favor de no andar chorreando mi piso —gruñe.

—Sí, señor.

—Levántate, tengo ganas.

Los oídos se me ponen sordos y puedo ver hasta la hormiga que camina por el suelo cargando una hoja. Es metafóricamente pero mierda, creo que me voy a orinar, me remuevo y estoy empapada. Me duelen las piernas de tenerlas en esa posición por no sé cuánto tiempo...

Me jala del brazo reprendiendo mi acto de inactividad cognitivo.

—Lávate esas orejas —me reprende llevándome fuera de la cocina.

No puedo mirarlo ni decir nada porque el aroma a ron y tabaco me hacen dudar de mi propio juicio deductivo. El movimiento de sus caderas al arrastrarme por la casa... ¡Dios, me hace temblar! Cruzamos la mayor parte de la casa y entramos a un pasillo directo a una puerta negra...

—¿Qué es eso? —lo miro y me ignora.

Mala suerte la mía porque de perfil se ve todavía mejor de lo que creí, la mandíbula le luce como si me pudiera elevar con ella, y esa barba recién afeitada. «¡Ya!», me regaño.

Me detiene y se pone en mi espalda, las piernas me tiemblan y el corazón me rebota sintiendo que me hormiguea la entrepierna.

—Brazos arriba —ordena y hago caso.

Aprieto mis muslos mientras se abre paso dentro de mi cuerpo al mismo tiempo en que me va quitando la bata, la seda me desliza al igual que las yemas dedos haciéndome tambalear y que mi piel se erice sintiendo que un fósforo combinado con un hielo me está quitando la ropa.

Se pone mi bata en el antebrazo y camina al frente dándome una vista favorable de su trasero. Abre la puerta y se me acalambra el cuerpo con lo que veo a primera vista, a lo que parece es un cuarto de tortura en lugar de una sexual. Huele a nuevo y aún ni he entrado. Me jala de la mano y el tacto de sus dedos me hacen sentir un torbellino en el estómago.

Me quita el sostén de encaje y se me congela el cerebro. Bueno, tiene ganas, es obvio que quiere sexo pero... mierda, ese hombre es un maldito centauro andante.

—¿Qué haces? —le pregunto, se pone frente a mí y dobla mi ropa con la calma del mundo mientras se quita los zapatos en la alfombra de la entrada.

—Te voy a follar —me informa como si nada, y a mí se me atora una piña en la garganta—. Ya dijiste que no te volvería a tocar, te voy a demostrar que estás equivocada —se burla con un tono molesto—. ¿Eso sería obligarte, no?

—Sí.

Se acerca sigilosamente y ladea la cabeza escaneando mis pechos desnudos. Quiero cubrirlos pero no, de hecho quiero que los chupe.

—¿Sería violación?

—Sí.

—Bueno. Me alegra —suelta unas cadenas que se suspenden en el techo con algún tipo de artefacto extraño—. Porque eso es lo que haré. Así tendrás la razón al decirme que soy una porquería que te obligo. De ahora en adelante lo haré.

Sus ojos verdes dorados me arrancan el corazón con sus espesas cejas y pestañas castañas.

—No, en serio no —trato de retroceder porque me arden los ojos pero mi cerebro no reacciona.

—Sí, en serio si —toma una fusta de uno de los estantes de metal, toma uno de tamaño amenazante—. Te azotaré hasta que me canse, te lo meteré hasta que me canse y tú... —pasea el artefacto por mi piel provocando el erizamiento de mis poros mientras muerdo mi labio inferior—: tú no dirás nada.

Me tiembla la barbilla porque el dolor no es algo que imaginé que me guste, pero ahora me odio porque lo quiero si viene de él.

—No me pegues —le digo con ojos lloros.

—Shh, Schatz. —golpea mi vientre haciéndome jadear de dolor.

Traducción: Tesoro-Corazón

Su acento me hace mirarlo a los ojos que me niega.

El calor se me sube a la cabeza y la respiración se irregular con la sensación que mis piernas sienten ante el deslizamiento del artefacto hasta mi entrepierna. La mueve rosando mi coño, el equilibro se me va y un gemido sale de mi boca con la sensación de placer al sentir la humedad con la fricción del cuero, echo la cabeza hacia atrás... golpea.

—¡Mierda! —chillo. Vuelve a azotar haciéndome sentir como si me quemaran—. No hagas eso.

Me separo del enfermo, dándome cuenta de que la que no se movía era yo, y la que lo disfrutaba era yo.

—Te veías muy convencida de que sí lo hiciera —se burla y cambia a un azotador de tiras de cuero.

Retrocedo antes su acercamiento, su risa maliciosa retumba mis oídos y choco con una pared llena de juguetes sexuales.

—¿Quieres uno? —señala la pared.

Volteo y veo un dildo terroríficamente horrible, tiene pequeños picos y algo me dice que no tengo ganas de que me raspes desde adentro.

—No, por favor —me tiemblan las piernas cuando veo las dagas que se posan a mi otro lado y al frente una tabla del tamaño humano—. No hagas nada estupido.

«¡Estás pero idiota si crees que me harás algo así!», pienso.

—Lo estúpido lo haces tú —dice mientras se desabotona la camisa—. Te dije que te follare quieras o no.

Decir que no quiero es la mentira más mentirosa que estoy pensando en decir, de hecho lo único que quiero es quitarle la ropa y prenderme de su boca que me grita a lo lejos.

—Arrodíllate —pide con voz profunda.

Me eriza la piel haciéndome babear cuando arroja su camisa y se le tensan los músculos; tiene tatuajes y marcas de lucha junto con una cortada cerca del corazón, al lado del tatuaje, veo un dorado, un pulpo en el hombro con una x. Las venas le lucen en los brazos y... estoy deleitándome de algo que siempre he tenido.

—¡De rodillas! —su grito me hace temblar.

Le hago caso después de ver cómo toma su daga. «Mierda», me va a matar o me va a arrancar pedazos de carne para comerlos. Conociendo su historial, no me extrañaría; le arrancó la garganta con la boca a un compañero de celda.

—Que buena chica —susurra.

Me siento sobre mis tobillos.

La voz, la manera en que pasa las tiras sobre mis muslos y entrepierna me hace querer rogarle porque me embista ya, porque me siento como la tipa que se cogio en el escritorio; urgida porque lo haga.

Comienza a golpearme una y otra vez, aprieto los dientes con las lágrimas arrebatándome el oxígeno. Tiemblo de la rabia que me da cuando mi cuerpo reacciona de una manera distinta a qué querría. Da otro azote enviándome al piso.

Me levanto nuevamente temblando y golpea mis pechos con el cuero, me arde la piel, es como si me estuviese quemando con ácido y palmeándome. Veo la fusta con un poco de sangre, y niego con las lágrimas.

—¡Ya basta, maldito animal de mierda! —le grito mirándolo y recibo un azote en el abdomen.

Aprieto los dientes con ganas de que se muera. Es una bestia, él jamás debió gustarme.

—¿Animal de mierda? —se mofa—. Dime qué no quieres montar a este animal.

—¡No! —digo y golpea con más fuerza y vuelvo a flaquear con los brazos llenos de azotes.

Mis poros comienzan a sangrar y no entiendo cuál es el punto de este maldito infeliz.

—Suficiente.

Me da la mano para levantarme y la acepto mientras me tiembla hasta la última neurona. Ya no quiero golpes. Me golpea con el artefacto y echo la cabeza hacia atrás. Se supone que debería de doler no hacerme sentir como si las hormonas me gritaran follatelo «Maldito cuerpo traicionero», me enfoco.

—¿Qué haces? —me tiembla la voz cuando siento su presencia detrás pero se aleja removiendo algo de la pared.

Tengo miedo de lo que escogerá, pero algo me dice que es peor de lo que alguna vez mi mente pudo imaginar. Así que mejor no lo hago.

—Manos arriba —ordena.

Hago caso y se posa frente a mí con un listón carmesí grueso, envuelve y rodea mi cintura con él para hacer un nudo. Aprieta haciéndome temblar pero no de miedo.

Me da un azote en el trasero con algo que no reconozco pero punza...; me lo pone en la cintura, escucho un botón, y vibra haciéndome bajar difícilmente la vista. Los ojos se abren de par a par.

—¡No! —me niego alejándome. Me agarra del cabello haciendo que lo mire—. ¡No me vas a meter eso!

Trae el dildo con picos. «Maldito desgraciado»

Sé lo difícil que es ponerme a la defensiva ya que tengo los brazos suspendidos.

—Todos tus no, son música para mis oídos, maldita. —se me escurren las lágrimas porque no soporto que me odie así—. Y es un masajeador vibrante.

—¡No me importa! —chillo cuando lo pases cerca de mi ombligo—. ¡No lo haré de nuevo! —me frustro.

Frunce el ceño.

—¿Hacer que?

—Traicionarte —me atraganto, dando un paso hacia atrás—. No lo volveré a hacer —busca en mis ojos la mentira pero, yo sólo veo esos ojos verde dorado que me queman—. No sé cómo demostrártelo pero, sabes que no miento, yo no miento. No lo haré de nuevo.

—Mi padre decía; una vez lo pruebas no hay marcha atrás.

¿Eh?

—No lo haré —niego dando un paso hacia adelante, él lame mis lágrimas y me ignora.

Pasa el objeto vibrante por mis pechos y la respiración se me agita. La saliva se me vuelve agua cuando noto que su pantalón quiere reventar.

Quiero avanzar pero se aleja y deja el dildo en la mesa. Me jala con brusquedad hasta el artefacto que se suspende en el aire, tiene soportes para sujetarse, cosa que no haré ya que estoy atada de manos.

—Entra boca abajo y recuéstate —ordena.

—¿Como me voy a sostener? —lo miro con mala cara porque aparte de depravado, ciego.

—Aparte de infiel, inútil —rueda los ojos.

Me dan ganas de reír porque de alguna manera pudo contraatacar aunque no me escuchara. «En mi mente», me digo sonriendo.

Me carga boca abajo y me mete dentro, acomoda las tres cinturillas. Mis pechos quedan libres, asegura mi cadera, y metes mis pies dentro de los aros, ajustándolos.

Algo me empieza a retumbar en el pecho porque en esta posición si me quiere meter un tubo es imposible que yo haga algo.

Escucho su cinturón y me pica la piel, me tiembla el pecho y se me seca la boca.

Camina frente a mí; trae una cadena que me pone a delirar porque ya no sé si me matará mientras me folla o qué mierda. Es una mordaza pero las cadenas cuelgan algo.

—¿Qué es eso? —pregunto con más nerviosismo del que quería.

Me duele mirarlo, de hecho debo elevar la vista, ya que, aunque esté suspendida es mucho más alto, lo único que veo es el jugoso miembro que oculta su ropa, tentándome porque el cinturón está desparramado.

—Esto —se pone de cuclillas—, es una mordaza y esto —muestra algo que jamas había visto— son pinzas para esos bellos pezones engañosos.

—¿Duele?

—Sí.

Aprieto los labios.

—Espe... —no me deja terminar el maldito porque rueda los ojos y me pone la mordaza.

Estoy como un puerco en Acción de Gracias.

Baja y jala algo haciéndome sentir que caeré. Nuestros ojos se encuentran y la sed que tengo de su boca es fenomenal, de hecho nunca he tenido tanta sed en mi vida, me cuesta tragar, y la saliva comienza a derramarse. Él sonríe haciéndome perder la cordura cuando rodea mi cintura provocando un gemido ahogado de lo bien que se siente su piel áspera contra la mía.

Me pica el cuerpo entero cuando su lengua tibia se desliza con ajilidez sobre mis pezones. Me ahogo con la saliva y no sé si moriré antes o después. Pasa al otro erizándome la piel como un maldito fósforo caliente en el polo norte.

—Joder —gruñe cuando chillo por cómo acomoda las pinzas—. Deberías verte. Te ves como un maldito símbolo de sexualidad.

Me derrito ante él. Se levanta y saca lo que me estaba carcomiendo desde que le limpié el ron. Pierdo los sentidos viendo la polla jugosa con venas adornando lo que me hace babear.

—¿Quieres probar? —juega con ella dejando ir unos gruñidos—. Asiente o niega.

Asiento como una maldita demente y se burla de mí.

—Te dejaré que la pruebes —afloja la mordaza y la punta brillante me llama.

Empujo la mordaza con la lengua, desesperada. Alzo la vista encontrándome con sus ojos asesinos, veo lo que tengo frente a mí y... paso los labios sobre ella, llevándola de mi saliva, sus gruñidos me ponen peor, paso mi lengua probando lo salado que sabe tan bien, me gana la maldita desesperación y los jadeos hacen presencia en mi garganta. Lamo la punta queriendo tragármela toda aunque no me va a caber ni de broma...

—¡Oh, Love! —gime—. Estás tan desespera que me causas pena.

No sé porque las palabras no me llegan, de hecho sólo sigo lambiendo pero me lo quita. «Maldito»

—¡Vete a la mierda!

—Lo que digas. Sólo hablas porque no la empuje —se burla y me acomoda la mordaza para  apartarse de mí.

Vuelve a pasear el azotador por las brechas de las cintas que me tienen suspendida. Golpea mi espalda dejándome un ardor placentero, mis gemidos y gritos se ahogan, y trato de concentrarme para no ahogarme. Gruñe cada golpe y pierdo la noción de cuánto tiempo lo hace, sólo escucho y siento las tiras golpeando mi piel erizada y adolorida. «Duele tan malditamente delicioso»

—Diez... —dice entre jadeos.

Estoy temblando y el calor me atormenta, mi cabello comenzó a caer por mi rostro después de retorcerme con cada maldito golpe, estoy tratando de no hiperventilar, es difícil tragar con esta mordaza, y aún más gemir, de hecho es difícil todo. Y más cuando lo único que quiero es... mis oídos captan una bragueta y mi piel se eriza, la saliva se me vuelve agua.

«¿Por qué siento que me va acaban de dar tres infartos y dos ataques epilépticos?»

Estira la mano desde atrás y me afloja la mordaza.

—Quiero que grites, y me hagas saber cuánto no te gusta esto —me dice y rompe mis bragas—. Quiero que me recuerdes cuánto me odias, que por mí sientes asco. Grítame que soy una porquería y que no vas a volver a hacerlo conmigo. Dime qué me odias, y te juro que te haré gritar un te amo antes de me corra dentro de ti.

—Ja —me burlo por las estupideces que acababa de decir. De hecho, me gustaría que me folle ¿pero... amarlo?—. Prefiero morir en abstinencia que decirlo.

—Pues vas a morir pero no de abstinencia, maldita cobarde —me escupe.

Pasea algo vibrante y puedo reconocer que es lo que es. De hecho sé lo que es, y se me tensa el cuerpo ya que lo único que quiero es que empiece.

Escucho el látex y el maldito dejavú encaja, no es como escuchar a Damon, es escuchar mi cerebro, es lo que quería, me desarmo en un suspiro dejando caer la cabeza de la paz que me hace escucharlo. Pasa sus dedos por mi coño húmedo, empapado a decir verdad, gruñe e introduce los dedos haciéndome gemir como si estuviese corriéndome.

—Tan jugosa como siempre —saborea las palabras.

—¡Sí! —gomoteo cuando sus dedos juegan con mi punto.

Acomoda su polla en un lugar donde no debería ir.

—¡No!

—Te dije que sí —comienza a empujar poco a poco.

—¡Detent...! —introduce el vibrador por mi coño jugoso y la paz se siente cuando la saliva me gotea y las puntas de goma me rozan de una manera descomunal—. ¡Dios!

—Relájate —sigue moviendo el dildo al mismo tiempo que me hace rezar porque esta doliendo como la mierda—. ¡Mi...! ¡Joder!

Comienza a embestir con suavidad mientras yo me convulsiono, ya no sé que es peor, si el placer que crece en mi estómago o el dolor placentero que siento cuando Tayler sujeta el cinturón que se amarra a mi cadera haciéndome gritar cuando lo empuja, y mi cuerpo contrae sintiendo el placer y el dolor al mismo tiempo.

Me tiemblan las manos y trato de que me toque, pero no lo hace, necesito sentir algo más que sexo.

—¡Eres un maldito!

—Lo soy... —jadea arremetiendo con vigor provocando que me contraiga de ambas partes.

El vibrador se mueve, la sensación sube y me comienzan a temblar las piernas mientras contengo el grito de dolor que me abarca cuando empuja después de un rato estimulándolo lentamente. Gracias al cielo estaba tan mojada que me siento como en el agua cada vez que se viene sobre mí.

Se recuesta en mi espalda y pasa su lengua haciéndola arder por los azotes. Mi pecho se contrae porque su piel se siente familiar, y me dice que la recuerda, al igual que el orgasmo brutal que se acumula en mi estómago. Se mueve con suavidad y me gusta como la mierda que lo haga.

—¿Me extrañaste? —susurra entre jadeos que me llenan de placer.

Sus sonidos me ponen a la deriva, en el acantilado por el cual me arrojaría con gusto.

—S... si —gimoteo.

—Te extrañé cómo la mierda, maldita desleal. —me importa muy poco lo que dice, de hecho me concentro en cómo entra y sale de mí sin provocarme dolor excesivo.

—¡Dios! —digo cuando saca su polla y el vibrador. Se me contraen los intestinos del maldito orgasmo a medias.

Tiemblo de frustración, el paso del aire no llega.

Pasa algo húmedo por mis partes limpiando con suavidad, y coloca su polla caliente en mis pliegues. Reconozco el látex y de hecho no se siente una mierda, pero no me interesa hacerlo sin nada. Quiero que me folle, y quiero que sea ya.

Pierdo la noción, y la vista cuando arremete con violencia dentro de mí. Veo negro y me nublo ante sus gemidos pronunciando mi nombre, este hombre folla de una manera tan malditamente rica que parece que te contempla mientras empuja con la fuerza de mil soles. Se sube en mí mordiendo mi hombro, quita las pinzas y la mordaza cae por completo al suelo. El orgasmo me hace gemir con fuerza mientras él jala mi cabello.

—No pares —gimoteo sin saber porque mierda lo digo.

Mueve las cadenas haciéndome caer de espaldas contra su torso, al mismo tiempo siento la liberación del listón mientras me pone el brazo en las piernas para que me siente sobre su antebrazo sin salir de mí. Me siento tan pequeña junto a él y eso me hace sentir mucho mejor. Una pequeña niña siendo atravesada por uno de los hombres más peligrosos y temidos no sólo del Reino Unido, si no del mundo.

—Quiero hacerte el amor, pero no te lo mereces...

—Te odio tanto —susurro con la desesperación de su calor en mi oído.

Me baja de golpe y me debo sostener del suspensorio porque la maldita frustración me gana junto con las piernas que no responden. «¿Por qué será?».

Me gira con la mano en mi cadera y me sube a las tiras.

—¿Me odias? —me sujeta de la mandíbula mientras refriega su polla en mis pliegues.

Me muevo contra él, aferrándome a su cuello, me enciende el sudor en su rostro, su cuerpo perfecto iluminándome los ojos, repaso mi nombre con los dedos y le doy un beso causando que se tense.

—Te odio —sonrío con descaro.

—Dime, ¿qué tanto asco te da desearme así? —lleva sus brazos a mi cintura y el delirio me invade—. Aún con amnesia convenenciera me deseas como si jamás te hubieses ido, quizá peor.

—Bésame —le pido hundiendo la mirada en sus preciosos y jugosos labios lisos.

—Eso no lo tendrás. —empuja con fuerza haciéndome temblar, echo la cabeza hacia atrás mientras arremete con violencia.

No quiere follarme, me quiere matar.

El placer me agarra de bajada porque todo lo que necesito ahora es terminar sobre él. Se va restaurando el orgasmo acumulado en mi estómago y...

Me jala el cabello, trato de buscar sus ojos porque es lo único que necesito para sentirme completa, verlo mientras el orgasmo me alcanza, busco su boca y me la niega, el nudo en mi estómago se hace y las ganas de llorar llegan. Sin embargo, hunde su boca en mi cuello.

Me pierdo en los besos húmedos y los movimientos en sincronización que damos, me refriego contra él y me responde de una manera majestuosa como si tuviera un manual para hacerlo, como si conociera todo lo que necesito.

—¡Tay! —gimoteo involuntariamente cuando el nudo comienza a hacerse más intenso en mi estómago, causando calambres en mi clitoris.

—¡Love...! —arremete y hundo mis dedos en su cabello húmedo del sudor que nos aborda a ambos.

Sus jadeos me hacen temblar, la garganta se me seca mientras él muerde mis pechos, veo oscuro, me mareo, empiezo a convulsionarme de una manera agobiándote. El orgasmo nos toma a los dos, temblamos y me mira, me lanzo a sus labios, pero me los niega poniendo su mano contra mi boca, mis ojos se oscurecen de placer dejando ir un grito ahogado, al mismo tiempo en que él muerde el dorso su mano y deja que nuestros ojos ardan en el abismo que nos lanzamos. Puedo sentir los bombeos dentro de mí y la manera violenta en que me sujeta de la cintura.

«Podría estar aquí toda la maldita vida y no me cansaría»

Terminamos, se sale de mí, pero me tiembla, y me palpita todo. Me abraza poniendo la mano en mi nuca, recorriendo la otra con el ardor de mi espalda. Siento que al fin puedo descansar en paz y dormir diez horas seguidas si eso quiero. Siento como sus jugos resbalan por mi entrada y me hace recordar que estar embarazada puede empeorar todo pero...

—Perdóname —digo sin pensar. Me siento a salvo de su pecho.

Me aparta y me baja sin decir nada. Se acomoda la ropa. Me avienta un albornoz.

—Lárgate a bañar —ordena.

Un nudo se me atora en el estómago y trago la saliva salada, el pecho me duele de una manera asfixiante que debo tragar más de tres veces para avanzar ya que me mira como si no le importara, trato salir por la puerta que él mismo me abre. Me detengo en el umbral.

—No sé porque lo hice —lo miro pero él no a mí, de hecho parece que no le interesa—. Pero no volverá a suceder. No lo amo, y hace mucho deje de hacerlo.

—Lo que sientas por tu amante bastardo me tiene sin cuidado, Walker —me encara—. Ya no quiero tu amor, tu cuerpo es lo único que me sirve. Y de hecho... tienes que ocupar el lugar de Greta ya que casi la mutilas.

—¿¡Como!?

—¿Después de demencia viene la sordera?

—¿Voy a trabajar de...?

—Puta, sí. Supongo que no te incomodará acostarte con otros teniendo en cuenta que te revolcas...

Antes de que termine la frase le dejo ir severa bofetada que me deja la mano ardiendo. Se burla negando con la cabeza.

—Lárgate antes de que te la meta hasta las anginas. —truena los dedos. Me empuja y cierra la puerta en mi cara.

«¿Me va a vender?», me pregunto.

No sé qué tanto le dolió pero sin duda es mejor la muerte que ser tocada por otro hombre. Un golpe de frío y calor me abordan sintiendo que salgo del shock, se me contrae el pecho al grado de asfixiarme con el dolor, las lágrimas tienen sabor a metal en mi boca, la cabeza duele mientras me acomodo el albornoz.

—Dios —susurro tratando de respirar, todo se me mueve—. No, no, no.

—¡Lovely! —grita Elton en algún lado.

El brazo me duele, las piernas me tiemblan y me asfixio con mis lágrimas, caigo de rodillas y meto las manos a mi cabello tratando de decirme que todo es un sueño, dejo ir un grito de frustración que no escucho pero siento por la manera en que golpea con fuerza mi campana. Me levanto temblando a tentadas.

—¡Lovely! —me grita Elton pero no puedo responder ya que no puedo respirar—. Es un ataque de pánico, tranquila.

Corro desesperada, caigo una y otra vez. Llego hasta la fuente en medio de la sala y no puedo respirar, se me encoge el pecho, veo borroso, el aire golpea mi rostro con el viento. «Acantilado», pienso y me levanto gateando sintiendo que la vista me late.

—¿Adónde vas? —pregunta una voz que atropello cuando cruzo el umbral de la puerta.

Las mejillas me arden de lo empapadas que están. Me arrastro por el pasillo de rocas lisas que adornan la entrada y todo me da vuelvas. «¡No hay otra oportunidad!»

Mis piernas tienen mente propia y con los temblores dolorosos por la adrenalina comienzo a correr, el acantilado se ve cada vez más cercano.

—¡Detente, Doncella! —gritan y no puedo hacerlo.

El pecho se me comprime, cuando el aire frío entra por mi garganta, mientras tiemblo y me detengo a nada de caer clavando mis dedos al pasto.

—¡Lovely! —escucho su voz más me duele.

Giro, pierdo el equilibrio, veo todo en cámara lenta; El Yakuza, Tayler corriendo y yo cierro los ojos sintiendo como mis pies se deslizan del barranco. «¿Qué diablos me pasa?»

Por un momento siento paz pero al siguiente el estómago se me comprime dejando ir un grito de auxilio, abro los ojos cuando mis pies se resbalan y las rocas se ven al fondo siendo golpeadas por la marea.

Algo caliente sujeta me mano haciéndome golpear contra el barranco. Salgo del transe mirando hacia bajo y con el brazo suspendido.

—¡Mírame! —grita el Yakuza y hago caso.

La respiración no me responde dejando ir pequeños choques turbulentos de oxígeno que no viaja a mis pulmones, se quedan atascados en mi garganta haciéndome ver borroso. Las palmas me sudan y comienzo a negar como loca.

—¡Dame la otra mano! —me ordena.

La estiro lo más que puedo y me canso.

—¡Sube! —me grita Elton al oído—. ¡Mierda, reacciona! ¡Sube!

—¡No puedo! —chillo.

La mano se me resbala y... un cuerpo se tira contra a mi lado golpeando con los pies el risco, trae armamento de escala y me estira la mano.

—¡Ven!

—¡Prefiero morirme! —le escupo sintiendo que la vida se me va en la mano del Yakuza.

—¡Sube, Lovely! —me grita Elton.

—¡Doncella...!

La mano se resbala y me suelta, al mismo tiempo que un cuerpo golpea el mío estrellando contra el barro que me comprime las costillas pero un hombre me atrapa el cuerpo, al cual me aferro sintiendo que nos caemos, golpeamos contra el acantilado pero todo me tiembla al ver que estamos en suspensión. «¿Qué diablos hice?»

Miro al hombre que me sujeta de las mejillas asegurándose de que estoy viva y no es una espectrómetro. Una arcada me abruma y giro el rostro dejando ir al vacío el vomito.

—¡Arriba! —grita y no tengo fuerza para seguir sujetándome.

Me duele el pecho, y la adrenalina ya paso, apenas estoy consiguiendo respirar mientras nos suben. Me arrastran al pasto y algo frío cae a mi rostro. «agua», digo. Me levanto de un salto y veo qué hay no sé cuántos hombres al rededor. Hay una cuerda negra amarrada del árbol y...

—¿Qué estabas pensando? —me toma de las mejillas y lo empujo.

—¡No me vuelvas a tocar! —lo abofeteo—. ¡Te pedí perdón! Te dije... y tú... ¡No me vas a vender a otro bastardo! ¡Primero muerta que otro me toque!

—Primero muerto a que otro te toque —se viene hacia mí y lo empujo.

Me doy la vuelta y el Yakuza me atrapa.

—¿Estás bien? —pregunta y no puedo articular pero asiento repetidas veces hasta poder hacerlo.

—Sí. —lo miro lloriqueando—. Dijo que cubriré a Greta.

—Sí, pero no te venderá —me aprieta contra él y puedo ver cómo Tayler está con los hombros tensos, se elevan una y otra vez.

—¿Qué mierda pensabas, eh? —me grita—. ¡Te dije que no te vas a morir hasta que yo diga!

—¡Pues no me importa! —digo entre lloriqueos aferrándome al Yakuza—. Ya no me importa, y tú tampoco.

—Tranquila, rojita —me separa de él—. Come esto —me da una galleta.

—No quiero —le aparto la mano porque el asco no merma.

—Come —me pide—. Necesitas azúcar.

Asiento y mordisqueo sin muchas ganas. Los guardias se dispersan, Tayler deja caer el equipo que cuelga de su cintura. Sólo sé cómo diablos logró hacerlo tan rápido, pero es una cuerda negra amarrada a su cintura, sin ningún arnés, quizá es bueno con los nudos.

El Yakuza me lleva en silencio hasta la mesa de patio, termino mi galleta y me invita cerveza pero con la sed que traigo me obligo a beber un trago que casi me hace vomitar.

—Vete que necesito hablar con él —exige el imbécil.

—Ojalá me hubieras soltado antes —le digo al Yakuza.

—Ve a que Odelia te dé un puto té antes de que te mueras, maldita cardiaca —gruñe Tayler.

Le ruedo los ojos y me voy a tentadas hasta donde está Odelia. Esta con la cara blanca mirándome y me siento en el taburete sintiéndome de lo más estúpida del planeta por querer morir.

—¿Qué le sucede? —me pregunta.

—Dijo que me vendería como prostituta para suplir a su maldita prepago —digo con la furia de los nuevos reinos del infierno, tratando de restarle importancia.

Ella suspira aliviada y dice:

—Eso jamás va a pasar —se va a un cajón y saca unas hiervas junto con un líquido amarillo.

No sé si lo dice porque me mataré antes o porque cree que en serio me ama, cosa que está más que clara que ya no, perdí la oportunidad de salir. Por eso es mejor ver a mis amigos antes de morir, y de hecho...

—¿Qué es eso? —pregunto el ver cómo le vierte el líquido al agua caliente que pone en mi taza.

—Necesita descansar —vierte el líquido y envuelve en una coladera pequeña de metal las hiervas—. Los ataques que acaba de tener pueden tener secuelas, es mejor que descanse y en la cena ya estará lista.

—¿Dormiré todo el día? —frunzo el ceño.

—Quizá más —se encoge de hombros.

—Me bañare primero, ¿podrías llevarlo a mi habitación?

Ella asiente y me recrimino por todo el camino hasta llegar a mi habitación de lo imprudente que fui pero es que, ¿cómo diablos reacciono? ¿Qué hago? Tengo malditos diecinueve años, no puedo pensar. De hecho no puedo, me duele el pecho sintiendo el cargo de las acciones que he tomado creyendo que me tragaré el mundo y él me muestra quién es más grande.

Me doy una ducha de agua helada para mermar el calor que tiene mi cabeza, y trato de refregar bien la esponja para quitarme su olor, no puedo y termino gritando frustrada. «¡Él no merece que me sienta así!», pienso. Busco una bata roja, la única, me pongo lencería del mismo color, y tocan la puerta haciéndome pegar un grito.

—Soy yo —dice Odelia desde afuera.

El alma me vuelve al cuerpo y me pongo las bragas antes de dejarla pasar.

—Adelante —pongo la bata olvidando el sostén ya que dormiré.

—Beba estas pastillas, la mantendrán consciente si lo desea —me dice y asiento.

—Gracias —digo divertida—. ¿Drogas?

—Sí, pero son seguras —me comenta y pongo atención mientras envuelvo mi cabello con la toalla—. El joven las prepara, las modifica con ayuda de una amiga suya.

«¿amiga? —me burlo— Seguro»

—¿Para qué son?

—Es como la Ayahuasca que bebieron hace unos meses —me informa.

¿Cómo? ¿Elto...?

—El joven y usted destrozaron la cocina —comenta divertida y camina la puerta.

Prefiero ignorar el tema de hacer quedar bien a ese imbécil sin sentimientos.

—¿Cómo está Eliot?

—Extrañándola —dice con tristeza.

Lo que más me duele es la necedad de ese hombre al prohibirme ver al angelito tan precioso que tiene como sobrino.

Asiento pidiéndole que se vaya y me bebo el té con la pastilla; hace efecto de prisa así que me recuesto sintiendo que el cuerpo me pesa, me acomodo en mi almohada, aplasto el algodón con esponja y meto la mano debajo, toco algo y lo saco.

—¡Te odio! —mascullo para mí misma.

Las fuerzas se me van.

La mente queda en negro pero reviviendo los momentos de hace un rato, él me hace sentir como una mierda y cómo si no hubiese mejor cosas que morir por su mano.

El amor no es algo con lo que esté familiarizada aparte de mi nombre, al primer hombre que me entregué me hizo sentir como si no valiera nada, me usó, me lastimó y finalmente me terminó odiando, haciéndome sentir como una puta desquiciada.

Nunca me avisaron que querer algo se iba a sentir como saltar a un acantilado, porque todo lo que siempre tuve fue momentos de frustración y agonía. Nunca he tenido lo que quiero, y ahora lo que quiero parece que lo perdí antes de tenerlo.

Las decisiones que tomamos nos llevan al filo y hasta que no derramamos sangre no nos damos cuenta de lo que realmente está sucediendo, quieres regresar y no puedes, quiere seguir y tampoco. Entonces lo único que te queda es estancarte, y yo estoy estancada, porque no sé si debo avanzar, retroceder o simplemente dejar que el filo me corte hasta desangrarme.


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