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El ajetreo del campamento militar era constante, un mar de actividad que resonaba con el sonido de martillos, órdenes a gritos y cascos de caballos.

Dentro de una carpa amplia, el general George Washington, con el ceño fruncido, revisaba un grupo de cartas junto a Alexander Hamilton, su diligente asistente y mano derecha.

"Esta corresponde a la situación en Carolina del Sur," dijo Alexander, colocando un pergamino sobre la mesa.

El general apenas levantó la mirada, respondiendo con un gruñido aprobatorio.

Pero el ambiente tranquilo se rompió abruptamente cuando un alboroto estalló afuera de la carpa.

Voces excitadas y el sonido de un carruaje aproximándose interrumpieron su trabajo.

Washington dejó escapar un largo y profundo suspiro, llevándose una mano a la frente.

"Ay no..." murmuró con resignación.

Alexander lo miró con confusión.
"¿Qué ocurre, señor?"

Antes de que pudiera responder, las solapas de la carpa se agitaron con la brisa mientras ambos salían al exterior.

Un carruaje elegante, pero no ostentoso, se detuvo en medio del campamento, llamando la atención de los soldados cercanos.

Las conversaciones cesaron, y todas las miradas se dirigieron al vehículo.

El general cruzó los brazos, observando con aparente paciencia mientras una de las puertas del carruaje se abría lentamente.

De su interior emergió una figura femenina, vestida con un traje de corte sencillo pero de una elegancia evidente.

Sus guantes de encaje blanco y su sombrero adornado con pequeñas flores completaban su porte refinado.

Al intentar bajar, su pie quedó suspendido en el aire cuando notó un gran charco de lodo justo frente a ella.

Sin dudarlo, uno de los soldados cercanos se apresuró a quitarse el abrigo y lo extendió sobre el lodo, inclinándose con respeto.

"Gracias, joven," dijo la mujer con una sonrisa encantadora antes de descender con gracia.

Alexander arqueó una ceja, observando la escena con evidente desconcierto.
"¿Y quién es ella, general?"

Washington no respondió de inmediato. Mantuvo su postura firme, aunque una ligera sonrisa se dibujó en sus labios mientras la mujer caminaba hacia él.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la mujer hizo una pequeña reverencia antes de mirarlo directamente a los ojos.

"General Washington," dijo con voz suave pero firme.

"Rachel," respondió él, su tono mezcla de exasperación y afecto.

Antes de que Alexander pudiera procesar lo que estaba sucediendo, el general dio media vuelta y levantó la solapa de la carpa, indicando a la mujer que lo siguiera.

"Entremos antes de que todo el campamento invente alguna historia absurda."

Rachel asintió con elegancia, siguiendo al general al interior de la carpa. Alexander los siguió de cerca, aún sin entender del todo quién era esta visitante inesperada.

Tan pronto como estuvieron dentro, Rachel rompió la formalidad abrazando al general con calidez, apretándolo con fuerza como si no lo hubiera visto en años.

"Te he echado tanto de menos," dijo con sinceridad, sus ojos brillando de emoción.

Washington respondió al abrazo con una palmada afectuosa en su espalda.

"Yo también te he extrañado, Rachel. Pero debo preguntarte: ¿qué haces aquí? Deberías estar en casa con Martha."

Rachel retrocedió un poco, aunque mantuvo una sonrisa en su rostro.

"Martha envía saludos, por cierto. Pero sabía que nunca vendrías, así que pensé que sería mejor venir yo misma."

Alexander, que había permanecido en un respetuoso silencio, frunció el ceño con curiosidad.

"¿Martha?" repitió en voz baja.

Washington bufó, sacudiendo la cabeza mientras regresaba a su escritorio.

"Rachel es como una hija para Martha y para mí. Aunque a veces parece que ha heredado mi terquedad."

Rachel rio suavemente, pero luego su tono se volvió serio.

"George, hay algo importante que debo discutir contigo. No podía dejar esto en una carta."

El general levantó una ceja, observándola con interés.

"Entonces será mejor que hablemos rápido. No tenemos mucho tiempo para asuntos personales en medio de una guerra."

Rachel asintió, acomodándose en una silla cercana.

Alexander tomó asiento a su lado, con la sensación de que estaba a punto de ser testigo de algo que cambiaría las cosas.

Dentro de la carpa, Rachel se acomodó en la silla con la postura de alguien que sabía exactamente lo que hacía.

El general permanecía de pie, brazos cruzados, su expresión un tanto tensa mientras esperaba que ella hablara.

Alexander, aún con la curiosidad picándole, se sentó en una esquina, fingiendo revisar papeles para no parecer demasiado interesado.

"Entonces, Rachel," comenzó el general, su tono más cordial del que usaba con la mayoría,

"¿Qué es eso tan urgente que te ha traído hasta aquí?"

Rachel se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos brillaban con determinación.

"Vine para hablarte sobre el suministro de alimentos para los soldados. He estado escuchando historias sobre la comida rancia y la falta de suministros en los campamentos. Creo que deberías hacer algo al respecto."

Alexander parpadeó, confundido.

Eso era todo.

Por un momento pensó que traería información vital, quizá un mensaje crucial de Martha, o algo relacionado con la estrategia militar.

Pero no, la señorita Rachel estaba preocupada por el pan duro y las raciones secas.

El general Washington parpadeó, mirándola como si no estuviera seguro de haber oído bien.

Se tomó un segundo para procesar antes de dejar escapar una breve risa, aunque nerviosa.

"Escucha, cariño," comenzó, sonriendo como un hombre que intentaba razonar con una tormenta que ya sabía inevitable.

"Hay cosas más importantes en juego aquí, como la libertad de una nación..."

No llegó a terminar la frase.

Rachel, visiblemente indignada, dejó escapar un jadeo teatral, llevándose una mano al pecho como si acabara de escuchar la mayor de las ofensas.

"¿Entonces no tengo relevancia?"

El general pareció encogerse un poco bajo su mirada.

"Eso no es lo que quise decir—"

Pero Rachel no le dio tiempo de terminar.

"No, lo entiendo perfectamente," interrumpió, dramatizando cada palabra con la perfección de una actriz experimentada.

"Estás muy ocupado salvando al país. No importa. Volveré a casa y le contaré todo a Martha."

Alexander se quedó paralizado en su asiento. No podía creer lo que estaba viendo.

La mención de Martha hizo que Washington suspirara con derrota, un leve tic en su ojo derecho delataba su creciente frustración.

"Está bien," cedió al fin, levantando las manos en señal de rendición.

"¿Qué quieres, Rachel?"

Una sonrisa de triunfo se dibujó en los labios de Rachel.

Alexander, desde su rincón, sintió una mezcla de asombro y admiración.

Apenas conocía a esta mujer, pero ya tenía todo su respeto.

Rachel inclinó la cabeza, satisfecha.

"Quiero que se aseguren de que los soldados reciban suministros decentes. Nadie puede pelear bien si apenas se les alimenta."

El general asintió con resignación, murmurando algo sobre revisar la logística. Alexander, mientras tanto, no pudo evitar tomar nota mental del intercambio.

Si alguna vez necesitaba persuadir al general, ahora sabía exactamente qué carta jugar:
Martha Washington.

Rachel lo miró de reojo, dándose cuenta de la chispa en los ojos de Alexander. Sonrió para sí misma.

"¿Algo más?" preguntó el general con voz cansada.

Rachel negó con la cabeza, pero su expresión decía claramente que ya había logrado lo que quería.

"Eso es todo... por ahora."

Alexander reprimió una sonrisa. Si algo estaba claro, era que Rachel no era una mujer que se dejara ignorar.



Alexander pensó que el asunto de la señorita Rachel ya estaba resuelto.

Sin embargo, ella no parecía haber terminado.

"Una cosa más," dijo con voz serena, aunque su tono dejó claro que era algo importante.

El general Washington cerró los ojos brevemente y suspiró, como si ya supiera lo que venía.

"Por supuesto, Rachel. ¿Qué más necesitas?"

"Quiero verlo," respondió ella con firmeza.

El general tensó los hombros.

Su respuesta fue cuidadosa, pero demasiado apresurada para no levantar sospechas.

"Bueno, cielo, me temo que eso no será posible. Está... ocupado."

Rachel lo miró con incredulidad, inclinando la cabeza ligeramente, como si pudiera ver a través de la mentira.

"¿Ocupado?" repitió con un tono que sonaba más como un desafío que como una pregunta.

Alexander miraba el intercambio con renovada curiosidad.

No sabía de quién hablaban, pero no parecía alguien ordinario.

Rachel, no satisfecha con la respuesta, suspiró de manera teatral, alzando un poco el mentón.

"Bien," dijo finalmente, como si no fuera importante.

"Entonces me iré."

Giró sobre sus talones, como si estuviera dispuesta a marcharse.

El general dejó escapar un suspiro de alivio, evidentemente deseando que ella lo hiciera antes de que se saliera con la suya.

Sin embargo, justo cuando Rachel estaba a punto de cruzar el umbral de la carpa, un alboroto se escuchó afuera.

Todos giraron hacia la entrada cuando la lona se levantó de golpe.

John entró como un torbellino, con dos hombres siguiéndolo de cerca, un francés y un irlandés que Alexander conocía muy bien.

"Oye, Alex," comenzó John sin mirar alrededor,

"¿Quieres ir a molestar a Burr? Está escribiendo otro de esos discursos interminables y pensé que podríamos..."

John se detuvo en seco cuando sus ojos se posaron en Rachel.

Por un instante, pareció que el aire se había escapado de sus pulmones.

"Rachel," murmuró, como si fuera un nombre sagrado, apenas audible pero cargado de emociones.

Los ojos de Rachel se iluminaron al verlo, una chispa de alegría genuina cruzó su rostro.

"John," respondió ella, su voz era suave, pero el sentimiento detrás de esa única palabra era innegable.

El general, viendo cómo se desarrollaba la escena, se dio una palmada en el rostro con resignación, murmurando algo que Alexander no alcanzó a escuchar.

Alexander, por su parte, estaba aún más desconcertado.

Esto no era lo que esperaba al inicio del día. ¿Quién era Rachel realmente? ¿Y qué relación tenía con John?

Mientras tanto, los dos hombres detrás de John,intentaban contener la risa.

Ambos parecían disfrutar del espectáculo, intercambiando miradas cómplices mientras sus labios se torcían en sonrisas maliciosas.

Rachel dio un paso hacia John, quien aún estaba paralizado en la entrada de la carpa, incapaz de apartar los ojos de ella.

"Supongo que ya no estás ocupado," comentó Rachel, mirando de reojo al general con una sonrisa triunfal.

Alexander no pudo evitar una pequeña sonrisa. Era oficial: la señorita Rachel no solo era una mujer que no se dejaba intimidar, sino alguien que sabía cómo conseguir exactamente lo que quería.







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