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🥀 POEMA 🥀
La Belle Dame sans Merci —en español: La bella dama sin piedad— es un poema de amor del escritor inglés John Keats (1795-1821), compuesto en 1819; un período oscuro en la vida del poeta, donde la enfermedad, la depresión, y una conflictiva relación con la mujer de su vida, Fanny Brawne, se trasladaron a sus obras.
El amor y la muerte acechan en La Belle Dame sans Merci, y ambos bajo el signo de la feminidad sagrada; es decir, del principio femenino del universo, la mujer primordial, capaz de asumir la delicada forma de las hadas pero también la ardiente silueta del súcubo, de Lamia, de la vampiresa arquetípica.
La obra se inspira en los poemas medievales y los mitos celtas sobre hadas crueles, frías, distantes y manipuladoras; representando aquí las preocupaciones del poeta acerca del dolor que puede producir el amor, particularmente la pérdida de la libertad, los celos, el deseo de posesión.
Si bien la métrica de La Belle Dame sans Merci, uno de los más destacados poemas de John Keats, se aleja de la estructura clásica de las baladas medievales, conserva su esencia, esa cualidad onírica y repetitiva que funciona como un mantra, una oración, conduciéndonos lentamente hacia una región crepuscular de la razón, un estado alterado de la conciencia, en donde todo es posible.
Originalmente, La Belle Dame sans Merci fue descartado por John Keats, quien lo consideró inconsistente. Su preservación se debe al celo de su hermano, George, quien lo alentó a publicarlo. Hoy se lo considera como uno de los mejores poemas de John Keats.
La Belle Dame sans Merci.
La bella dama sin piedad, John Keats (1795-1821)
¡Oh! ¿Qué pena te acosa, caballero en armas,
vagabundo pálido y solitario?
Las flores del lago están marchitas;
y ningún pájaro canta.
¡Oh! ¿Por qué sufres, caballero en armas,
tan maliciento y dolorido?
La ardilla ha llenado su granero
y la mies ya fue guardada.
Un lirio veo en tu frente,
bañada por la angustia y la lluvia de la fiebre,
y en tus mejillas una rosa sufriente,
también mustia antes de su tiempo.
Una dama encontré en la pradera,
de belleza consumada, bella como una hija de las hadas;
largos eran sus cabellos, su pie ligero,
sus ojos hechiceros.
Tejí una corona para su cabeza,
y brazaletes y un cinturón perfumado.
Ella me miró como si me amase,
y dejó oír un dulce plañido.
Yo la subí a mi dócil corcel,
y nada fuera de ella vieron mis ojos aquel día;
pues sentada en la silla
cantaba una melodía de hadas.
Ella me reveló raíces de delicados sabores,
y miel silvestre y rocío celestial,
y sin duda en su lengua extraña me decía:
Te amo.
Me llevó a su gruta encantada,
y allí lloró y suspiró tristemente;
allí cerré yo sus ojos salvajes
sus ojos hechiceros, con mis labios.
Ella me hizo dormir con sus caricias
y allí soñé (¡Ah, pobre de mí!)
el último sueño que he soñado
sobre la falda helada de la montaña.
Ví pálidos reyes, y también princesas,
y blancos guerreros, blancos como la muerte;
y todos ellos exclamaban:
¡La belle dame sans merci te ha hecho su esclavo!
Y ví en la sombra sus labios fríos abrirse
en terrible anticipación;
y he aquí que desperté,
y me encontré en la falda helada de la montaña.
Esa es la causa por la que vago,
errabundo, pálido y solitario;
aunque las flores del lago estén marchitas,
y ningún pájaro cante.
(Todos los respectivos y bien merecidos créditos a El Espejo Gótico, yo tan solo estoy compartiendo la información)
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