9
Viendo los ojos guasones de Tom a centímetros de los suyos. Mia supo que lo más prudente sería darle tiempo para recuperara el control de sobre su genio. No hacia falta ser muy listo para saber que bajo aquella arrogancia de gallito seguía furioso.
Pero el día habido sido muy largo, aquella habitación era deprimente y cutre, y ella se sentía inquieta, temeraria... por no mencionar que su arrogancia estaba empezando a agotar la última paciencia que le quedaba.
Poniendo bruscamente las manos contra el sólido muro de su pecho, Mia le dio un empujón para quitárselo de encima. Aliviada al ver que retrocedía un paso, alejando así su calor y su olor, Mia respiró con comodidad por primera vez y dio un rodeo para acercarse a su maleta. La arrojó sobre la cama, la abrió y sacó la camisa que el le había prestado el día anterior y de la que ya se había apropiado. Metió los brazos en las mangas y le miró :
- Estoy harta de que me llames mentirosa - le informó, con más vehemencia de la que pretendía. Con cada botón que se abrochaba, su confianza iba creciendo. Era agradable ponerse por din una prenda que no se pegaba a cada molécula del cuerpo . - ¿ Sabes, Hiddleston ? Yo creo que teniendo en cuentaque ha ti te han tachado de mentiroso nato durante toda la tarde, deberías tener algo más de consideración antes de ir acusando a nadie de lo mismo.
Un músculo se tensó en la mandíbula de Tom.
- La diferencia es que tu si eres una mentirosa. En cambio a mí me acusaron debido a tu capacidad para inventar historias.
- ¡ Por Dios bendito ! - Mia se golpeó la cadera con los puños. - Dime una sola palabra que haya dicho yo hoy que no sea verdad.
Un instante antes habia un espacio respetable entre ellos, pero ahora Tom se cernía sobre ella, apartándola de la cama y casi aplastándola contra la pared. De nuevo Mia se encontró con la nariz casi pegada a su clavícula.
- Que te llamas Mia MacPherson , por ejemplo - gruñó por encima de su cabeza.
Mia se irguió y sacó su mentón, buscando una diferencia de altura más equitativa entre ellos.
- Me llamo Mia MacPherson - insistió en un tono frío.
Tom se la quedó mirando. Le temblaban las aletas de la nariz y sus ojos dorados ardían de ira, y a Mia le invadió la temeraria urgencia de provocarle hasta hacerle perder los estribos. Había disfrutado haciéndolo en la comisaría. Aún más, se había deleitado con ello. Había tenido tan poco control de sobre su vida desde que había interrumpido en ella ese hombre que era en extremo gratificante ver como él perdía también el control. La desesperación que sentía Tom cuando le retiraban su autoridad era digna de verse.
- ¿ Acaso mentí cuando le dije que me bajaste los pantalones y me tocaste donde no tenías derecho ? - prosiguió ella - me parece que no.
- ¡ Sabes muy bien que lo hice para comprobar si tenías un tatuaje en ese trasero tan blanco !
- Eso lo dirás tú. Pero los dos sabemos que podías comprobarlo sin tocarme. Y te recuerdo que eres tú el que no deja de hablar del color de mi trasero. ¿ Por que será ? Creo que sientes un placer perverso matiendo mano a mujeres indefensas.
- ¡ Mentira ! - Tom pegó la cara de golpe a la de ella con gesto agresivo, y su aliento caliente le golpeó la boca, la nariz y las mejillas - ¡ Eso es mentira ! Y cre que ya ha quedado claro que tú nos estado indefensa desde el día en que naciste, morena, así que deja de actuar de una vez. De todas formas, nadie que haya estado en tu compañía más de una hora puede creerte. - De pronto sus pestañas negras entrecerraron sus ojos. - ¿ Sabes lo que creo ? Creo que te gusta ir por ahí provocando y calentando braguetas.
Mia sintió como la indignación ardía en sus venas.
- ¡ Pero bueno, esto es el colmo ! ¡ Sólo porque tú no sabes tener las manos quietas ni controlar esa mente calenturienta que tienes, crees que todo el mundo está obsesionado con el sexo !
- Pues tú por lo menos sí. A lo mejor eres una de esas mujeres que al final nunca cumplen pero a las que les gusta provocar. Y si no mira como te ganas la vida.
- ¿ Enseñando a niños sordos ?
- Meneándote en tanga y plumas. Me parece que a ti te encanta meter esos melones de talla cien en las narices de todo el mundo.
- ¡ Talla noventa !
- Y menear ese trasero con esa ropita tan ajustada que tanto te gusta llevar para ver cuántos tíos babean por ti.
- ¿ Sabes Hiddleston ? Empiezas a recordarme a mi madre. Ella tambien nos daba continuamente la tabarra sobre el peligro de exponer nuestros cuerpos pecaminosos.
Tom se sintió insultado al ser comparado con una madre puritana, pero apretó los dientes y redujo su respuesta a una razonable :
- ¿ Sí ? Pues a lo mejor debería de haberle echo caso a tu madre.
- No, si se lo hice - le aseguró Mia - Fue una de las principales razones por las que elegí mi carrera.
- Pues volviendo a eso, deberías tener cuidado con esa costumbre tuya de poner a cien a los tíos. Por que no nos gusta que nos pongancomo una moto para luego dejarnos a dos velas. De hecho, hay un nombre para mujeres como tú...
- ¡ Ah, no, no, no !- Mia alzó la nariz debajo de Tom - ¡ De eso nada, guapo ! Eso ni lo sueñes. No pienso dejar que me insultes solo porque eres un aspirante a polocía puritano que no puede soportar la visión de un cuerpo sano de mujer.
- Y el tuyo es de luego muy sano, cariño - Tom se echó un poco atrás para mirarla de arriba a abajo con gesto insolente - Bien alimentado, dirían agunos. Redondito y lleno. Estupendo.
- ¡ Eres un cerdo ! No estoy gorda; estás equivocado si crees que vas a hacer que me sienta como una foca.
- Yo no...
- ¡ Seguro que no ! Y además dudo que a ti te vayan los tipos anoréxicos. Seguro que fantaseas con tangas y plumas todo el tiempo mientras desprecias a las bailarinas que los llevan. Y todo porque eres un calvinista mojigato y reprimido....
Tom alzó una ceja de golpe.
- Tan lógica como siempre, ya veo. A ver si nos aclaramos, morena. ¿ Soy un mojigato reprimido o un maniaco sexual degenerado ?
Pero, ¿ como se atrevía a burlarse a si ? Concentrada en el irónico gesto de la ceja, Mia pasó por alto la ira que se iba acumulando en los ojos de Tom. Con la cara sonrojada y el corazón palpitante, contestó a gritos :
- ¡ Las dos cosas !Eres un hipócrita reprimido y un obseso del sexo, que no sabría que hacer si una mujer estuviera dispuesta a irse con él. ¡ Eso suponiendo que pudieras encontrar alguna, claro !
Él la agarró de los brazos con sus manazas y la levantó hasta ponerla de puntillas. De nuevo pegó su rostro al de ella con un gesto de clara belicosidad.
- Pues resulta que no tengo problema con las mujeres - mascullo entre dientes.
Ella se alzó de hombros, y el movimiento hizo que sus senos rozaran por un instante con su pecho. La mirada de Mia se dirigió hacia la expresión malhumorada de sus labios, antes de alzarse de nuevo hacia sus ojos furiosos. El corazón le martilleaba tan deprisa y tan fuerte que era increíble que los huéspedes de las habitaciones vecinas no estuvieran aporreando las paredes para reclamar silencio.
- Eso es lo que tú dices - logró contestar con fingida calma, mientras el corazón le latía en la garganta. Aquel era el momento apropiado para apartarse y suavizar la situación, pero todas esas palabras que sabía que no debía pronuciar, iban surgiendo en sus labios. - Pero de eso no tenemos ninguna prueba, ¿ verdad, Hiddleston? Seguro que te pasas la vida en bares cutres de striptease, allí encogido en la barra como un trol, babeando con las bailarinas a la vez que las menosprecias por ganarse la vida quitándose la ropa...
Tom pegó la boca a la de ella para hacerla callar, o al menos eso se dijo en un breve instante de lucidez. En un momento estaba alli agarrándola de los brazos, mientras la cabeza le martilleaba, le martilleaba.... de furia, de esa excitación que acechaba muy cerca de la superficie cuando trataba con ella, de una curiosidad carnal tan fuerte que creía que iba a volverle loco... Y de pronto, la tenía aplastada contra la pared, con su boca pegada a la suya, y la estaba besando. Por Dios, la besaba como un muerto de hambre al que le de pronto pusieran delante un festín.
Y ella le devolvía el beso.
Notó que lla abría la boca, y gimió. Estaba dentro de ella, y su sabor era caliente y dulce. Y quería más. Mucho más. Hundió más la lengua y presionó más con su cuerpo, notando sus senos aplastados contra su pecho y el contacto de sus braozos suaves y blancos que se enroscaron en torno a su cuello.
Tom hundió la mano en su pelo, le quitó las horquillas. Los mechones se enredaron entre sus dedos y el olor a champú, fresco y seductor, impregnó el aire. Tom respiró hondo y le agarró la cabeza con las manos. Luego alzó la cara unos milimetros y se quedó mirando un momento sus ojos entornados y sus labios enrojecidos.
Y entonces, cambiando el ángulo de beso, entonces se acercó a ella en otra dirección para asentar la boca con más firmeza sobre la suya. Los labios de ella se aferraron a los suyos, y con las manos ella le agarró la cabeza, temerosa de que fuera apartarse si no lo sujetaba. Las lenguas se enredaron y Tom dejó escapar un profundo gemido.
No sabía el tiempo que habia transcurrido cuandoal final apartó las manos de su pelo para deslizarlas despacio por su cuerpo hasta tocar el bajo de su falda. Estrujando la elástica tela entre los dedos, la alzó por encima de los muslos y las caderas, hasta dejarla arrugada en torno a su cintura bajo los faldones de la camisa. Al cabo de un instante Tom deslizó los dedos bajo la ligera tela de las bragas y pronto tenía en cada mano una nalga caliente de voluptuosas curvas. La alzó en el aire y ella enroscó las piernas en torno a sus caderas, y ese lugar femenino, calido y húmedo, situado en la cúspide de sus muslos acariciaba su sexo, acogiéndolo mientras él se frotaba contra ella, febril.
Mia gimió y aferró con más fuerza el pelo de Tom. La boca de este era exigente, su lengua agresiva y su abrazo casi presuntuoso,como si tuviera un derecho divino sobre su cuerpo. Mia podia haberlo aborrecido, pero en lugar de eso excitaba algún demonio subterráneo que jamás imaginó que formara parte de ella. Sentía como si cada movimiento en los últimos días, cada palabra pronunciada, cada reacción provocada por ese hombre hubieran conducido a ese momento salvaje. Se sentía como arrojada a un crisol de implacable calor que amenazaba con quemarla viva. La boca de él, sus grandes manos sobre su piel, su cuerpo aplástandola contra la pared, todo alimentaba las llamas. Su erección presionaba con fuerza entre sus piernas y Tom seguía moviendo la cadera sin parar, con lentas, fuertes y regulares oscilaciones que excitaban terminaciones nerviosas que Mia ni siquiera conocía. En su garganta reverberaban sonidos oscuros, perturbadores en su necesidad, y se aferraba a él, embistiéndole con la pelvis todo lo que podía en el confinado espacio entre su cuerpo y la pared.
- Dios - susurró con voz ronca - sabes de maravilla. - Succionó el lóbulo de la oreja y lo atrapó con suavidad entre los dientes.
Mia sentía en calor de sus jadeos desgarrados, que provocaban escalofríos en las sensibles espirales de su oído.
Y las caderas de Tom seguían moviéndose, empujándola cada vez más cerca del límite.
- ¿ Tom ? - Mia le aferró con más fuerza la cabeza para obligarle a volver de nuevo la boca hacia ella.
Él se dejó y realizó una breve y furiosa incursión entre sus labios antes de apartarse de nuevo para bajar decididamente entre besos por su cuello. Apretándoles las nalgas, la alzó ligeramente y sus labios rozaron ardientes los perímetros del cuello de paño blanco.
- Quítate mi camisa, Kaylee. - Pidió con voz ronca. - Por Dios, quítatela. Quiero....
> Mia le miró confusa. Puesto que la excitación le nublaba el proceso cognitivo, tardó un momento en darse cuenta de las implicaciones que aquello suponía, y lo que deseaba era sencillamente apartarlas de su mente. Por Dios, solo una vez, y no volvería a pedir nunca nada. Estaba gusto al borde del orgasmo, y no tenía ningunas ganas de hacer zozobrar el barco y renunciar a todo.
Se movió contra él con más fuerza, pero descubrió que ni siquiera la promesa de una satisfacción como no había conocido anteriormente, era capaz de permanecer callada.
- Mia - susurró roncamente - me llamo Mia - >.
Él guardó silencio un segundo. Su boca seguía jugando con el cuello de Mia, sus caderas seguían bamboleándose contra ella. Hasta que de pronto se quedó inmóvil. Alzó la cabeza y la miró a la cara un momento. Luego su frente golpeó la pared junto a ella con un sonoro golpe.
- No me hagas eso - su voz era tan tensa como la de Mia, mientras su frente golpeaba una y otra vez el áspero yeso de la pared. Volvió la cabeza hasta poner los labios en su oreja. - Maldita sea, Kaylee - susurró ronco - No hagas eso. ¿ No puedes dejar de mentir ni siquiera en este momento?
La fría realidad apagó todas las ardientes sensaciones que palpitaban en Mia, y ella debería sentirse agradecida por ello. Pero en aquel momento no era capaz de regocijarse. Todavía aturdida por haber experimentado esas intensas emociones, se limitó a reclinar hacia atrás la cabeza contra la pared y se concentró en respirar hondo para calmarse. Tenía que recuperar la compostura.
Tom se la quedó mirando. Mia tenía los labios hinchados y parecían amoratados por sus besos salvajes. Sus pupilas casi dilatadas habian devorado el verde de sus ojos. Pero en su mirada, cuando se clavó en la de él, no había ningún arrepentimiento, y Tom supo que no iba a retractarse de su mentira. Jamás en su vida había conocido a nadie tan tozudo.
Estaba furioso.
- Podría hacer que lo desearas - afirmó él con voz ronca y rasposa, y sabía que era cierto. Tenía todo el aspecto de una mujer al límite. No le costaría mucho hacerla sucumbir, y no se sentía especialmente caritativo. - Puedo hacerte suplicar, morena, y entonces no importaría con que nombre te llamara. Furioso en su agonía de excitación frustada, Tom le agarró el trasero y movió sus caderas una vez, dos veces, viendo con sombría satisfacción que los ojos de ella se desenfocaban y los párpados comenzaban a caer. El rubor encendido de sus mejillas y un débil gemido resonó profundo en su garganta. Mia adelantó la pelvis.
Luego volvió a echarla atrás bruscamente, dejó caer los brazos a sus cstados y sus pies se deslizaron hasta el suelo. Mia abrió los ojos despacio. Con las pupilas todavía dilatadas y los párpados pesados, cargados de necesidad sexual, le miró a la cara con terca determinación.
- Me lllamo Mia - susurró, humedeciéndose los labios. - Dilo. - Era una mezcla de orden y súpilca. - Por favor. Llámame Mia una vez, Tom. Solo una vez. Y te daré lo que quieras. Haré lo que tu quieras.
Una visión llameó en su mente, y Tom estuvo tentado. Dios la tentación era fuerte. Notaba sus pezones clavándose en su pecho a través de la ropa, y era consciente de lo húmeda que ella estaba, puesto que la humedad de sus bragas había traspasado a la cremallera de sus tejanos con cada movimiento de sus caderas. Qué demonios, ¿ por que vacilar siquiera ? Lo único que tenía que hacer era abrir la boca y pronunciar el nombre de su hermana. Decirlo solo una vez. Luego podría desnudarla y satisfacer todos sus impulsos que había ido conteniendo desde el primer momento en que la conoció.
Si ella quería jugar así, a él no le costaba nada siempre y cuando consiguiera también su objetivo.
Mientras sus dedos se hundían con más firmeza, respiró hondo y agachó la cabeza dándose por vencido.
Pero de pronto gruñó una obscenidad y se apartó.
- Bájate la falda. - Ordenó.
Hundió los dedos en el pelo y dio media vuelta, maldiciendo en silencio su anticuado e inoportuno sistema de valores.
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