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26

-Si quieres saber mi opinión -comentaba Kaylee, mientras se acercaba con Mia a su casa de estuco de color salmón-, ese tío es un gilipollas. Y me sorprende, la verdad, porque creo que es de esos que van en busca de lo que quieren, y sé perfectamente que lo que quiere eres tú.

-Vaya, qué imaginación -replicó Mia.

-Mira, perdóname, pero yo le vi los ojos, y te aseguro que le gustas un montón. -Entraron en un portal minúsculo y Kaylee abrió el buzón y se metió sus contenidos en el bolso. Luego se volvió hacia su hermana-. ¿Estás segura de que no quieres venir de celebración con nosotros?

-Segurísima.

-Te sentaría bien.

-No. Id vosotros. Bobby y tú necesitáis pasar un rato a solas. Y además no tengo ganas de fiesta.

-Bueno, vale. -Kaylee abrió la puerta de su piso y entró antes que Mia en el salón-. A ver si encuentro la otra llave de casa. No sé por qué no lo pensé antes.

-Pues seguramente porque hemos estado juntas casi todo el tiempo. -Mia estaba deseando que su hermana se marchara, puesto que necesitaba desesperadamente un poco de intimidad-. Oye, si no la encuentras no pasa nada. ¿Dónde voy a ir?

-Nunca se sabe. Ah, aquí está. -Kaylee la tiró sobre un plato que había en una mesa-. Te la dejo aquí por si la necesitas. Bueno, pues entonces nos vemos luego, ¿vale?

-Sí. Pásatelo bien. -«Vete de una vez»-. No te preocupes por mí, Kaylee -insistió, al ver que su hermana vacilaba en la puerta. Esbozó una sonrisa-. Estaré bien, de verdad. Anda, vete y pásatelo de miedo, que te lo mereces. Estoy muy orgullosa de ti, ¿sabes? Hiciste lo correcto por las razones correctas.

Kaylee alisó la tela de licra que se ajustaba a sus caderas y miró a su hermana a los ojos.

-Yo también estoy orgullosa de mí. He aprendido muchísimo esta última semana, entre otras cosas que no soy tan tonta como creía. ¡Bueno! -Se atusó un poco el ahuecado peinado y sacó pecho-. Pero vamos a dejarnos de pasteleos, que al final se me va a correr el rímel y voy a parecer un maldito mapache. Me voy. -Se dio la vuelta, pero en el último momento se volvió de nuevo mientras metía la mano en su voluminoso bolso-. Ah, toma. Clasifícamelas, ¿quieres? -Y le tendió el correo. Luego saludó a su hermana agitando una mano de uñas pintadas de rojo y se marchó.

La sonrisa de Mia se evaporó. Tiró las cartas sobre la mesa y se dejó caer en el sofá, echando hacia atrás la cabeza y mirando el techo al tiempo que exhalaba todo el aire de los pulmones en un sombrío suspiro.

Dios, se le había olvidado la espantosa humedad que hacía en Florida en verano. El aire, casi palpable, era pesado y caliente y la hacía sentirse mal.

Una amarga carcajada escapó de sus labios mientras se enjugaba con la muñeca el sudor que le perlaba la frente y las mejillas. Sí, ya. Como si el calor fuera la única razón por la que se sentía mal.

¿Qué demonios había pasado? Kaylee no era la única que esperaba que las intenciones de Tom fueran más allá de unos cuantos revolcones. Pero parecía que en un momento estaban haciendo el amor en la ducha y al siguiente los sucesos se habían disparado en un torbellino. Cuando todo estuvo de nuevo bajo control, Tom se había convertido una vez más en el hombre de gesto sombrío y mente cuadriculada que había conocido hacía una semana. ¿Cómo podía haberse equivocado tanto al juzgar la situación?

¿Y cómo demonios era posible que su vida se hubiera desbaratado de esa manera en tan corto plazo de tiempo? Quería irse a su casa. Volver a la reconfortante familiaridad de su hogar, donde podría lamer sus heridas en privado. Reencontrarse con un guardarropa que no resaltara cada centímetro de su cuerpo y con una vida segura y cuidadosamente planeada.

Vale, tal vez eso sonara un poquito... aburrido. Pero las cosas le parecerían distintas una vez que recuperara su vida real.

Mientras se enjugaba la cara con el antebrazo, se acercó al termostato para encender el aire acondicionado. Luego volvió al sofá y cogió el correo de Kaylee. Lo clasificaría como le había pedido su hermana. Luego buscaría en la guía el teléfono de varias compañías aéreas para informarse de los vuelos.

Ya había pasado por una factura de teléfono, una oferta de una tarjeta de crédito y una postal de New Hampshire donde deseaban que Kaylee estuviera allí, cuando de pronto se detuvo ante un sobre con su nombre escrito. Se quedó allí sentada un momento, mirándolo sin hacer nada. Luego lo abrió y sacó un billete de ida para Seattle. El avión salía de Miami en dos días.

No se necesitaba ser muy listo para saber quién se lo había enviado. De pronto, Mia fue presa de un ataque de rabia. Una rabia pura, irracional, al rojo vivo.

No tenía ni idea de cómo había llegado al apartamento de Tom. No recordaba haber llamado a un taxi. Lo último que recordaba era estar sentada en el sofá de su hermana, mirando el billete que tenía en la mano, ardiendo de ira... Y de pronto estaba aporreando una puerta de cristal con la respiración agitada. Se protegía los ojos del sol con la mano mientras se esforzaba por ver el oscuro pasillo que se extendía al otro lado.

Al ver que no abrían de inmediato, le dio una furiosa patada a la puerta.

-¡Abre la maldita puerta, cobarde asqueroso!

Gary salió de la cocina al pasillo. El estrépito de la puerta principal le empezaba a poner de los nervios.

-Ya voy, ya voy -gritó-. ¡Un momento, joder! Se inclinó hacia delante en la silla de ruedas para girar el pomo y abrir la puerta unos centímetros. Pero alguien terminó de abrirla desde el otro lado y la visión que apareció ante él lo dejó con la boca abierta.

-¡Jod...! -Tragándose la maldición, se quedó mirando a la morena sin disimular su admiración.

Tom tenía razón: la mujer era de piel muy blanca. Lo que no había mencionado, sin embargo, es que era alta y con un cuerpo para pararle el corazón al más pintado. Su cabello relumbraba bajo el sol del mediodía. La mujer le miraba con unos ojos que la ira teñía de un verde muy brillante.

-No me extraña que haya estado como un caimán con dolor de muelas -murmuró. Se apartó de la puerta y la invitó a entrar-. Me imagino que habrás recibido el billete.

-¿Dónde está? -Mia se enjugó la frente con el antebrazo, mirando alrededor como si esperase que Tom saliera de pronto de una pared. Se acercó a la puerta más cercana y la abrió de un tirón, llamándole a gritos.

Gary fue detrás de ella.

-No está en casa. Ha ido a comprar tabaco. ¿Quieres una cerveza?

Mia le miró como si le viera por primera vez enarcando las cejas.

-Tom no fuma.

-Pues la verdad es que sí. Bueno, fumaba. Hasta hace un par de semanas. Lo había dejado, pero hace unos quince minutos decidió que no valía la pena.

-Sí, por lo visto lo mismo piensa de muchas cosas -asintió Mia con amargura.

-No puedo estar de acuerdo con eso. -Pero antes de que pudiera formular una defensa para salvar el pellejo a su amigo, oyó que la puerta se abría y se cerraba de golpe. Mierda, lástima: le habría venido bien tener un poco más de tiempo para apaciguar a la morena.

Dio la vuelta en la silla de ruedas para interceptar a su amigo, pero era demasiado tarde. Tom apareció en el umbral con gesto sombrío y un cigarrillo apagado en la comisura de la boca-. Tienes compañía -fue lo único que pudo decir Gary para advertirle.

Pero Tom ya había visto a Mia. Se paró en seco. El corazón le martilleaba dolorosamente contra las costillas y todos sus sentidos parecían enervados.

Dios, le parecía que habían pasado meses desde que la vio por última vez, pero solo habían sido dos días. Sin embargo allí estaba.

Esa era la parte positiva.

El lado negativo era que estaba hecha una furia. Joder, debería haber hecho caso a Gary; ahora lo comprendía. Echó a su amigo un rápido vistazo para ver si se le había ocurrido alguna idea brillante para sacarlo del follón en el que se había metido. Por lo visto no: Gary se marchaba de la habitación.

Tom se irguió y miró con cautela a Mia, que se acercaba a él. Vale, fue un error no dejarle un mensaje con el billete de avión. Pero ahora podría arreglarlo.

-Mia... -comenzó.

Ella le pegó el billete al pecho de un manotazo y alzó hacia él su nariz de institutriz. El cigarrillo que Tom llevaba colgado en los labios chocó contra el desafiante ángulo de la barbilla de ella. Mia lo apartó de un manotazo. Con las mejillas congestionadas y los ojos chispeando fuego verde, le miró iracunda. Y por absurdo que resultase, Tom se sintió mejor de lo que se había sentido en las últimas veinticuatro horas.

-¿Sabes qué puedes hacer con esto, Hiddleston? -exclamó Mia, presionándole los pectorales con el billete.

-¿Quemarlo?

-Eso desde luego. Y cuándo esté ardiendo, te lo puedes meter por...

Hundiéndole las manos en el pelo para agarrarle la cabeza, Tom pegó la boca a la suya, acallando el resto de su sugerencia. Mia abrió mucho los ojos y le cogió las muñecas para apartárselas, pero Tom se mantuvo firme y aprovechó el hecho de que ella tuviese la boca abierta dispuesta a seguir protestando. Fue suficiente para meter la lengua y... ahí, sí, justo ahí. Dios, la sensación era maravillosa. Esta vez no pensaba dejarla ir sin luchar. La besó hasta que la espalda de Mia perdió su rigidez.

La besó hasta que ella se desplomó contra su pecho y su boca se tornó blanda y caliente en respuesta. Luego la hizo retroceder hasta la superficie vertical más próxima y siguió besándola.

Por fin se apartó de su boca para besarle el pómulo, la mejilla, el mentón, el cuello.

-Lo siento -dijo, y su voz sonó oxidada como una tubería vieja. Carraspeó, pero todavía estaba ronco al añadir-: Dios, morena, lo siento. La he cagado. Es que me sentía responsable por haberte metido en este lío y tenía miedo... bueno, miedo no, terror de que el Cadenas te hiciera daño. Y habría sido por mi culpa.

Mia comenzó a darle golpes en el pecho.

-De eso ya hemos hablado. ¡Tú no eres responsable del mundo entero!

Él le envolvió los puños con las manos.

-Sí, eso lo sé... aquí. -Y le llevó la mano hacia su sien. Luego la bajó y se la apretó contra el corazón-. Pero aquí todavía lo estoy trabajando, ¿sabes? A veces tengo una visión muy limitada y se me olvida ver las cosas con perspectiva. Y luego, cuando creo que ya he aprendido estas importantes lecciones, me hago un lío y vuelvo a mis viejos hábitos. -Estrechó a Mia contra su pecho y apoyó el mentón en su cabeza.

Ella jugueteaba con su desvaída camiseta allí donde se internaba en los pantalones.

-¿Tu mal humor no se debía a que no fuiste tú el protagonista del rescate?

-¡No!

-Ya sé que te gusta estar a cargo de todo, hasta del más mínimo detalle.

-Estaba orgulloso de ti. Qué demonios -añadió, con un resoplido que era a medias una carcajada-, si hasta estaba orgulloso de tu hermana. No solo pudisteis con un tío que tenía tres pistolas, sino que además le convencisteis para que declarara ante el juez.

-Pues no parecías orgulloso -protestó Mia-. Te comportaste como si yo no existiera. Bobby se comía a besos a Kaylee, ¿y tú qué hiciste? Me echaste un vistazo y luego me apartaste para irte a jugar a policías. Ojalá te hicieras policía de verdad de una vez.

-Oye -saltó él, algo picado-, tú tampoco te tiraste precisamente en mis brazos.

-Ya, bueno, eso es porque... -Pero Mia se interrumpió y Tom captó una cierta tensión en su postura. Se echó un poco hacia atrás para mirarla a los ojos.

-Porque ¿qué?

-Nada, da igual. ¿Sabes qué? A lo mejor tus razones son mucho más tontas. Quizá es que ya tenías a mi hermana y tu estúpida recompensa y ya no me necesitabas. Desde luego me dejaste tirada como un pañuelo usado.

Aunque Tom reconoció que se trataba de una táctica de distracción, funcionó, y de maravilla.

-¡Mentira! -rugió, soltándola-. ¡Tú sabes que es mentira! Puede que no se me dé bien manifestar mis sentimientos delante de una multitud, como tu queridísimo Bobby, pero pensaba hablar contigo en el avión. Pero luego nos dieron asientos separados y no pude. Y... bueno, que no tuve valor, ¿vale? Me rajé. Me sentía culpable de todo y pensé que tú también me echabas la culpa, y no quise hablar de mis sentimientos.

Tom se pasó la mano por el cabello, exasperado. Mia le miró a los ojos y respiró hondo, haciendo acopio de valor.

En vez de preguntar cuáles eran esos sentimientos, asumió el mayor riesgo de su vida y expresó los suyos:

-Te quiero, Tom.

-¿Qué? -Tom se quedó paralizado, con la mano todavía en el pelo y el codo apuntando hacia el techo.

-Te quiero. Por eso no me eché en tus brazos en la habitación del motel. Acababa de darme cuenta de lo que sentía, y de pronto llegaste tú. Pero venías con ese aire de eficiencia, con una expresión tan fría que pensé que no te interesaría saber lo que yo sentía.

Tom bajó el brazo despacio.

-Uy, sí. Sí que me interesa. Desde luego que me interesa. -Tragó saliva y su nuez de Adán recorrió la longitud de su cuello-. No hago más que repetirme que no se puede uno enamorar en una semana. Pero tengo ganas de salir corriendo a por un cura, cambiar las leyes para prohibir el divorcio y atarte a mí con todos los lazos legales que pueda encontrar o inventar. Mia no sabes lo mal que lo he pasado. Pensé que te irías, que volverías a tu vida y te olvidarías de mí, y estaba paralizado. Podrías tener a quien tú quisieras, ¿cómo demonios ibas a quererme a mí? -Tom dobló las rodillas para poner la cara a su nivel y con suavidad le apartó con los dedos el pelo de los hombros y acarició sus brazos arriba y abajo-. Pero te quiero, morena. No sabes cuánto te quiero. -Le cogió la mano y esbozó una sonrisa torcida-. Bueno, qué me dices, ¿quieres casarte conmigo?

-Bueno, no lo sé. -Mia le miró a través de una pantalla de pestañas-. Acabo de enterarme de que fumas, y no me gusta nada el tabaco. -Tom podía fumar tres paquetes al día, y aun así Mia se arrojaría en sus brazos. Pero eso no tenía por qué decírselo-. Podría tener a quien yo quisiera, ¿recuerdas? -murmuró con modestia-. Tú mismo lo has dicho.

Tom sonrió de nuevo y pegó la pelvis a la suya, frotándose con suavidad mientras que con las manos seguía recorriendo sus brazos con caricias como plumas.

-¿Y quién te ha dicho que fumo? Es mentira. Me he reformado.

-Yo misma he visto las pruebas. Has entrado con un cigarrillo en la boca. -Mia se estremeció-. Un vicio espantoso.

-Pero no estaba encendido, ¿no?

-Pues... no.

-Pues ya está. Vamos a casarnos. No hay ninguna razón que lo impida.

Mia alzó la nariz.

-A lo mejor no estoy preparada para un compromiso así.

-No me obligues a ponerme duro, morena.

Ella frunció los labios y lanzó un resoplido de desdén.

-Muy bien. No digas que no te lo advertí. -Tom entornó los ojos- . Sé dónde viven las arañas más gordas. Y puedo dar con una en un tris -añadió, chasqueando los dedos.

Mia parpadeó.

-¿Serías capaz de utilizar mi mayor terror para salirte con la tuya?

Tom esbozó una sonrisa insolente y se pasó la lengua por los dientes mientras meneaba las cejas.

-Dios mío -exclamó Mia-. Es deleznable. Eres una miserable serpiente. -Su rostro era el retrato del horror. Luego una lenta y traviesa sonrisa comenzó a dibujarse en sus labios-. ¡Me encanta!

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