09
Seungmin soltó un jadeo de dolor al sentir la callosa mano del doctor en su piel rota.
-Por favor, Cortesano —dijo el hombre con amabilidad—, necesito que se quede quieto para poder curar sus heridas.
Sorbió por su nariz, temblando y asintiendo con ferocidad, como si de esa forma pudiera darse algo de valor. Seungmin jamás experimentó un dolor de ese tipo en su vida, tan lacerante y ardiente, con su piel en carne viva. Ni siquiera quería imaginar las cicatrices que iban a quedar allí.
Cómo si pudiera imaginar sus pensamientos, el doctor volvió a hablar.
—Quedarán algunas marcas —le explicó, sin dejar ese tono amable—, pero no debe preocuparse por eso, Cortesano Kim. El látigo no fue muy profundo.
No pudo evitarlo, y nuevas lágrimas cayeron por sus mejillas ante esas palabras. Sabía que debía verse como un malagradecido, pudo ser mil veces peor, como terminar muerto. Sin embargo, una parte suya no podía evitar sentir pena ante la perspectiva de su piel marcada y con cicatrices. ¿Cómo sería digno de ser Emperatriz con ese cuerpo arruinado.
—Cortesano —habló Hyunjin, entregándole un pañuelo—, lo que acaba de ocurrir es muy grave.
Seungmin no quería pensar en eso. Sólo quería que esa horrorosa pesadilla acabará, quería cerrar sus ojos y despertar en su cama, como si todo hubiera sido un mal sueño. Por un instante, incluso deseó no estar allí, sino con su familia, lejos de aquellas horribles personas que le habían hecho tanto daño.
Mordió su labio inferior al sentir el paño húmedo limpiando sus heridas.
La puerta de la habitación fue abierta.
—¿Cómo está, doctor Cha? —preguntó una grave voz que reconoció enseguida.
Seungmin no se volteó a ver a Chan, con el rostro hinchado y empapado de lágrimas. El dolor en su espalda le hizo olvidar, incluso, su labio partido y mejilla adolorida por las bofetadas.
—He pensado en servirle una copa de láudano, mi Príncipe —contestó el doctor—, así, dejará de sentir dolor por algunas horas. El Cortesano necesita mucho descanso para que sus heridas sanen y dejar de lado sus tareas habituales.
—¿Fueron heridas profundas? ¿Quedarán cicatrices?
El doctor hizo una pequeña pausa. Seungmin sabía lo que iba a pasar ahora: Chan le sacaría del concubinato, no sólo por el tema del robo, sino también por las marcas que tendría. Una Emperatriz no podía tener cicatrices de ese tipo en su cuerpo.
—No fueron profundas —explicó el doctor—, pero hay que tener cuidado para que no se infecten. En cuanto a las cicatrices, todo depende de que tan bien sanen. Puede que, con algunas cremas específicas, las marcas desaparezcan con el paso del tiempo.
—Dele láudano, no quiero que siga sufriendo —ordenó Chan.
El doctor se puso de pie y comenzó a remover sus cosas, hasta dar con una pequeña botellita oscura. Sirvió una pequeña cantidad en una copa, tendiéndosela, y Seungmin no dudó en beber el contenido. El sabor, sorprendentemente, no era tan malo.
—Le ayudará a relajarse —le dijo el doctor Cha—, y acabará con el color durante unas horas.
Asintió con la cabeza.
—Hyunjin —volvió a hablar Chan—, una vez acabe con las curaciones, llévalo a dormir a mi habitación. Tengo...
—Chan —gorjeó Seungmin, con la voz quebrada—, Príncipe...
Más movimiento, y de pronto, en sus visión, apareció el mayor con una clara expresión de ira, pero no dirigida a él.
—No te preocupes —le dijo Chan, agarrándole la barbilla y tratando de suavizar su mirada—, me encargaré de toso, Seungmin.
Seungmin hipó y aceptó el suave beso en su boca, apenas un roce, debido a su labio roto. Sin embargo, fue suficiente para él.
Chan se retiró luego de una suave caricia. El narcótico empezó a hacer efecto a los pocos minutos, como una especie de analgésico qué relajó sus músculos e hizo que el dolor desapareciera. El doctor pudo terminar de curar sus heridas, envolviendo su torso y espalda con suaves vendas. Para cuando acabó, Seungmin apenas podía sostenerse por sí mismo, y no supo cómo, pero Hyunjin lo llevó al cuarto del Príncipe.
Despertó boca abajo, con punzadas en su espalda en su espalda y vistiendo un simple camisón. Ni siquiera trató de enderezarse.
—Ven, necesitas beber agua.
Parpadeó, desorientado, y unas manos le ayudaron a sentarse en la cama a pesar del suave dolor. Chan le entregó una copa llena de agua, que Seungmin bebió ávidamente. Una vez acabó, el Príncipe le sirvió otra copa con láudano, pero mucho menos que lo que bebió antes.
—Te ayudará a soportar el dolor —explicó Chan—, pero no hasta el punto de dejarte inconsciente. Debes tener hambre.
Seungmin frotó sus ojos, viéndolo moverse a través de la habitación. Agarró de la mesa una bandeja con frutas y pan, llevándola a la cama.
—¿Qué hora es? —barboteó Seungmin, todavía un poco desorientado.
—Cerca de medianoche —contestó Chan, sentándose en la cama—. Necesitas comer, Seungmin.
—No —el muchacho sacudió su cabeza—. ¿Qué ha pasado? Chan...
El Príncipe suspiró, agarrando una manzana, y con el cuchillo, comenzó a partirla en trozos. Le entregó uno a Seungmin, que comenzó a comer de a poco.
—El collar... —Chan le miró—. Lo que ha ocurrido es muy grave, Seung. El Sumo Sacerdote insiste en que has sido tú y exige un castigo.
—No he sido yo —la voz de Seungmin era sólo una protesta débil, un murmullo que apenas se podía oír—, yo jamás...
—Te creo, bebé —le interrumpió Chan, agarrándole la mano, y Seungmin calló—, por supuesto que creo en ti y tu inocencia.
No supo por qué, pero esas palabras le hicieron romper a llorar en silencio. Sólo en ese momento, reparó en lo mucho que temía que Chan no creyera en él y le acusara de ese robo. En que le viera como un ladrón y, por lo mismo, lo alejara de su lado.
—Oh, bebé, no llores —Murmuró Chan, con esa voz grave que lo derretía—, ven aquí, precioso. Perdóname por llegar tarde, esto nunca tuvo que pasar...
Cuidadosamente, Chan lo abrazó por el cuello, teniendo especial cuidado para no llevar a pasar alguna de sus heridas. Seungmin lo abrazó con fuerza, dejando que las lágrimas cayeran y aferrándose al hombre que tenía su corazón.
—He hablado con mi padre —siguió explicando Chan—, y hemos decidido hacer un juicio para esclarecer las cosas. Tendrás derecho a defenderte.
—Pero Chan —sollozó Seungmin—, el collar fue encontrado en mis pertenencias, yo no sé cómo llegó allí, pero estaba, y eso... Y eso...
—Tranquilo, tranquilo —se apresuró en decir Chan—, he hablado con mi hermana también, Seungmin. Ella no cree que te hayas robado el collar. Danielle no piensa que tú eres un ladrón. Ella está muy apenada por todo esto, Seung.
Seungmin no soltó ni un poco a Chan, envolviéndose en su aroma, en su toque. Sus palabras sirvieron, al mismo tiempo, para quitarle un peso de encima. Si Danielle le hubiera acusado, estaría condenado casi por completo.
—Chan —habló Seungmin, alejándose un poco—, mis cicatrices...
—No me importan —contestó el mayor, serio y feroz—, no significan nada para mí. Sigues siendo hermoso y perfecto para mí, mi joya más preciada.
Seungmin no sabía cómo podía ser eso, pero entre todo el sufrimiento que sentía, las palabras de Chan eran más efectivas que cualquier opio bebido. Lo que le decía Chan era lo que necesitaba para que el dolor acabará, haciéndole saber que, a pesar de todo, todavía podía convertirse en consorte de su único emperador.
Seungmin pensaba que Chan, al día siguiente, le mandaría de regreso a sus aposentos. Pero, sorprendentemente, le dijo que se quedará con él y durmiera en su cama.
No sólo eso: Chan le atendía con mucho cariño y ternura, incluso limpiándole sus heridas y vendándolo sin una mirada de asco. Cada cosa que Seungmin pidiera se cumplía sin una negativa, mimándolo y haciéndolo sentir como si fuera un Príncipe más.
Por supuesto, Chan también tenía tareas que cumplir, por lo que había momentos en los que se quedaba a solas. En esos instantes, Seungmin pensaba todo el asunto del collar y llegó a una conclusión.
—¿Crees que el Sumo Sacerdote se robó el collar, Seungmin?
Chan bajó su copa de vino con una expresión indescifrable en su rostro. Seungmin mordió su labio inferior, olvidando brevemente la costra que se estaba formando en esa herida y abriéndola otra vez. El mayor agarró un pañuelo y limpió el pequeño hilo de sangre que salió.
—El Sacerdote Jung me odia —le dijo Seungmin—, y no ha estado feliz con lo que tenemos tú y yo. Él quiere que su hija...
—Sé que espera ver a su hija como mi Emperatriz —le interrumpió Chan, amable—, ¿y crees que ella está involucrada?
—No me crees —espetó Seungmin, desilusionado—, piensas que...
—No es que no te crea, mi amor —contestó Chan, dulce—, es sólo que es una acusación muy grave. ¿Tienes pruebas de esto, Seungmin? —el chico negó con la cabeza—. Acusar al Sumo Sacerdote sin una prueba es casi una condena de muerte, bebé.
Seungmin miró a Chan por unos segundos, observando la expresión dudosa en el rostro del mayor.
—Tú también lo crees —soltó, un poco sorprendido.
Chan sonrió, aunque seguía viendo esa mirada precaria en sus ojos.
—El Sumo Sacerdote tiene una coartada de esa noche, Seungmin —le explicó Chan—, estuvo con mi hermano menor, el Príncipe Jake, pues se enfermó hace unos días. Según los guardias, no dejó la recamara de mi hermano en toda la noche, preocupado por él.
—Podría tener...
—¿Un cómplice? Claro —Chan le acarició la mejilla con suavidad—. Pero se interrogó a todo el mundo, cariño. Durante la noche, no entró ninguna aya a la habitación de Danielle ni tampoco algún guardia. Interrogué a todo el mundo, y todas las conversaciones coinciden.
Seungmin soltó un suspiro, derrotado, y bajó la vista.
—Entonces, ¿para qué hacer un juicio? —murmuró, desganado—. Todas las pruebas apuntan a mí, Chan. Deberías simplemente...
—No quiero oírte terminar eso —le interrumpió el mayor, impasible—. Tú eres mi Cortesano, mi concubino, y yo decido cuál es tu lugar en este palacio.
El menor sintió un escalofrío al escuchar esas palabras viniendo de parte de Chan, y se deslizó por las suaves sábanas de seda. Sus heridas ya estaban en mucho mejor estado, con la costra formándose, aunque eso no quitaba el dolor. Sin embargo, ya le habían quitado el láudano de sus medicinas, pues no quería generarle alguna adicción. Ahora, se debía enfrentar al dolor sin un analgésico.
—Chan —le murmuró, cerrando sus ojos brevemente—, ¿por qué no sólo elegir a Dahyun? ¿O a Chaewon? Ellas son...
—Ellas no son tú —replicó Chan—, ellas no me interesan. No me interesa ninguna de ellas.
—¿Hablas en serio?
—Claro que sí —Chan deslizó sus labios por el cuello de Seungmin—. Tú podrías...
Chan se vio interrumpido cuando las puertas fueros abiertas, y se enderezó con una clara expresión de molestia.
—Disculpe, mi Príncipe —dijo Hyunjin—, pero el Emperador ha venido a visitarlo.
—Dile que...
—Que pase, supongo —habló el Emperador, y Hyunjin se hizo a un lado, dándole la pasada—. Me he cansado de esperar tu autorización para visitar el estado del Cortesano Kim, Príncipe Heredero. Espero sepas perdonar mi impertinencia.
Seungmin casi pudo escuchar el rechinido de dientes que Chan hizo, tensando su mandíbula y poniéndose de pie. El príncipe se inclinó ante su padre, y Seungmin se apresuró, a pesar del dolor, a tratar de enderezarse.
—No te molestes, Seungmin —se apresuró en decir el hombre, amable—. Sé que sigues herido, así que no es necesaria tu inclinación. Dime, ¿cómo estás? ¿Te están cuidando bien?
El menor sonrió con duda, sin saber a dónde mirar exactamente. Si a Chan, que se veía más que molesto, o al Emperador, que traía una sonrisa suave en su rostro.
Seungmin se arrebujó en el hanbok simple que vestía, medio suelto para no apretar sus heridas.
—Estoy mucho mejor, mi Emperador —respondió—, el Príncipe Chan ha sido muy atento conmigo, a pesar de las circunstancias.
El Emperador no borró la sonrisa de su rostro, aunque se podía notar cierta tensión en sus ojos. Como si nada, y sin importarle que Chan no le hubiera invitado, caminó hacia el centro de la habitación y se sentó en uno de los sofás. Casi de manera inmediata, apareció una sirvienta para preguntar si querían beber algo, y recién ahí Chan murmuró que trajera té para ellos.
—Lo que ha pasado no es más que una extraña y rara confusión —habló el Emperador después de unos segundos—, y el castigo que se te dio, fue demasiado extremo. Ya he hablado con el Sumo Sacerdote acerca de esto.
Seungmin abrió su boca, pero no salió alguna palabra de sus labios. Chan ya no se veía tan irritado, aunque eso no quitaba la expresión un poco molesta de su rostro.
—Mi Emperador —murmuró Seungmin, conmovido—. ¿Usted no cree que yo...?
—¡Por supuesto que no, Seungmin! —le interrumpió el hombre, sorprendido.
Hubo un breve instante de silencio hasta que el muchacho se puso de pie, ignorando el dolor y yendo hacia el Emperador. Se arrodilló ante él y le agarró la mano.
—Mi Emperador —le dijo, con la voz apretada—, muchas gracias, usted...
—Oh, mi muchacho —se rió el hombre—, ven, no hagas esto. Necesitas descansar y no preocuparte por un viejo como yo.
—No, mi Emperador —Seungmin le besó la mano al adulto, sin importarle un poco que Chan estuviera mirando—, necesito agradecérselo de alguna forma.
—Cuando te sientas mejor, podrás hacerlo, Seungmin —contestó el Emperador—. Quiero verte danzar pronto.
—Tendrás que esperar, padre —habló Chan, con su tono enfurecido—, el doctor ha recomendado mucho reposo. Seungmin, ve a la cama.
Seungmin decidió no tentar a su suerte, poniéndose de pie con ayuda del Emperador, que le dio una suave caricia en su mejilla. Era alto, mucho más que él, se dio cuenta en ese momento. Sin perder la conmoción, volvió a la cama, ignorando la mirada furibunda de Chan.
Para fortuna de todos, la sirvienta apareció con una bandeja y tazas de té. Le sirvió a cada uno, rellenando el extraño silencio que se instaló en la habitación.
—De todas formas —habló el Emperador—, el juicio se llevará a cabo mañana. Príncipe Heredero, he pensado que, si no te molesta, yo podría servir de juez.
—Gracias por el ofrecimiento, padre —habló Chan, con la voz tensa—, pero me temo que debo rechazarlo. Seungmin es parte de mi concubinato, por lo mismo, yo deberé decidir su inocencia o culpabilidad, y aplicar el castigo en caso de esto último.
Seungmin estuvo tentado a morder otra vez su labio inferior, aunque alcanzó a impedirlo. Esos últimos días lo había estado haciendo demasiado, y eso mismo provocaba que no pudiera sanar como correspondía.
—Como desees, Chan —contestó el Emperador—, pero de todas formas, estaré presente.
Conversaron unos pocos minutos más hasta que el adulto decidió que debía volver a sus deberes. Fue a donde Seungmin, diciéndole que volvería a visitarlo y que ni se preocupara por lo que fuera a ocurrir al día siguiente. Incluso le dio otra caricia suave en la mejilla antes de retirarse.
Una vez quedaron a solas, Chan comenzó a mascullar palabras por lo bajo, sin poder creerse el descaro de su padre. Visitando a Seungmin, acariciándolo frente a él, hablándole de esa forma... El Emperador estaba sobrepasando todos los límites, en su propia opinión, ¿qué era lo que pretendía? ¿Es que ya no estaba claro que Seungmin era suyo, de nadie más? ¿Acaso debería hablarlo con él?
—Chan...
Se volteó a ver al muchacho, que se veía un poco apenado por la situación. Se forzó a respirar para calmar su ira.
—No quiero que te quedes a solas con él nunca más —gruñó, con las manos temblando.
—Chan —insistió Seungmin, arrodillándose en la cama—, no debes preocuparte. No debes... —el chico ladeó la cabeza—. Yo soy tuyo, de nadie más. Yo te quiero a ti.
—Dime —Chan fue hacia él, agarrándole de la barbilla—, dime, si él te ordena que se acuestes, que lo complazcas, ¿qué harás? Es tu Emperador.
—No, tú lo eres —le corrigió Seungmin, dándole un suave beso en la boca. De forma inmediata, el cuerpo de Chan se relajó—. Tú eres mi Emperador, nadie más. Tú eres el único de mi vida, mi Señor.
Chan volvió a besarlo, posesivo y celoso, derritiéndose por Seungmin. Siempre por Seungmin.
El juicio fue llevado a cabo en uno de los salones menores del Palacio Imperial, en los que solían hacerse reuniones más privadas entre el Emperador y sus consejeros.
Para fortuna de Seungmin, no había mucha gente presente, aunque ya todo el palacio debía estar al tanto de lo ocurrido. Un escándalo como ese no sería fácil de ocultar, pero no dejaría que eso lo amedrentara.
Él fue sentado en el centro del salón, con Chan ubicado en el fondo, en la silla que le correspondía al Emperador. Por los costados, en unas graderías de una fila, se encontraba el público: en la izquierda estaban las cortesanas: Dahyun, Chaewon, Karina e Irene. En la derecha, estaban las princesas Sana y Danielle, con la aya encargada del cuidado de la princesa menor, junto a los dos guardias que custodiaron su habitación esa noche, y el Emperador.
A Seungmin le sorprendió verlo sentado allí, pero no hizo pregunta alguna.
—Quiero que seamos rápidos y expeditos con esto —habló Chan, con esa grave voz que provocaba escalofríos en Seungmin—, sin dar lugar a exabruptos y gritos. Sumo Sacerdote, tiene la palabra.
Seungmin no se volteó a verlo, pero sabía que ese horrible hombre estaba detrás de él. No lo había visto desde lo ocurrido hacía días, sin embargo, el sólo hecho de tenerlo así de cerca, le provocaba náuseas. No quería estar nunca más en la misma habitación con él, por muy imposible que fuera.
—Mi Príncipe —saludó el hombre—, mi Emperador y mis Princesas. Lo que pasó hace una semana es un hecho más que grave. La Princesa Danielle fue atendida por sus sirvientas, cuando su educadora, la aya Shin, se percató de que uno de sus collares no se encontraba en el lugar correspondiente. Este collar es el que su madre le regaló, por lo que posee un gran valor sentimental para la Princesa. Se buscó en todos los rincones de su habitación, cuando la aya recurrió a mí al no tener éxito en su búsqueda. Ella me mencionó que el día anterior, la Princesa compartió con un Cortesano del Príncipe Heredero, así que se acudió a los aposentos de las Cortesanas, y fue cuando se encontró el mencionado collar oculto bajo el colchón de su cama —el hombre dio unos pasos hacia Seungmin, decidido—. Por eso mismo, se le aplicó el castigo correspondiente. Un robo a la familia imperial debería ser castigado con la muerte, pero decidí ser clemente con el muchacho.
Clemente. Sí, como no. Seungmin apretó sus labios, recordando cada azote entregado con total saña y rabia. Cómo el látigo se enterraba en su piel y abría su carne, con la sangre corriendo por su espalda.
—Bien —habló Chan, antes de mirar hacia Seungmin—. Cortesano Kim, ¿qué dices ante esto?
—Declaro mi inocencia —habló Seungmin, con la vista baja y voz tranquila—, jamás me atrevería a robar nada, y mucho menos de la familia imperial. Estoy muy agradecido del lugar que el Príncipe Heredero me ha dado dentro del palacio, así como lo estoy de todo el cariño que sus hermanas me han dado. No niego que estuve ese día con la Princesa Danielle, a la que ayudé a coser un durumagi, pues ella me lo pidió. Cuando se acercó su hora de dormir, la aya Shin apareció, pero yo me ofrecí a atender a la Princesa. La ayudé a desvestirse, quitándole sus joyas, y el collar mencionado lo guardé en el lugar correspondiente. La Princesa puede dar fe de ello. Después de eso, la arropé y me marché a mis aposentos, conversando brevemente con las Cortesanas antes de irnos a dormir. El collar no lo robé yo, y no tengo idea de cómo pudo llegar a ese lugar, pero se lo juro, mi Príncipe, jamás robaría nada. Ni siquiera, cuando vivía con mis padres en la miseria, lo hice.
A sus palabras le siguió un pesado silencio en el lugar. Seungmin no se atrevió a levantar la vista.
Durante los siguientes minutos, Chan interrogó a la aya y los guardias, escuchando sus versiones. Cada uno dijo lo mismo: la aya mencionó que Seungmin se ofreció a atender a la niña, por lo que ella se marchó, y los guardias comentaron que lo vieron partir, sin llevar nada en las manos. Las cortesanas también hablaron, diciendo que Seungmin llegó, se desvistió y se fueron a dormir.
—Princesa Danielle —habló Chan, y la niña se puso de pie—, ¿puedes decirnos algo?
—Seungmin... —Danielle vaciló, pero el Emperador le agarró la mano con cariño. Eso pareció ser suficiente para ella—, él fue a mis aposentos ese día a ayudarme, pues es habilidoso en la costuraría. Seungmin sí se ofreció a ayudarme una vez llegó mi hora de dormir, y yo lo vi guardar el collar en su cajita. Él lo acomodó y yo le pregunté si era bonito, a lo que contestó que sí. Luego, cerró la caja y me arropó para dormir.
—Princesa Danielle, Princesa Sana —habló el Sumo Sacerdote—, disculpe que las moleste, pero ¿el Cortesano no pareció fijarse demasiado en ese collar, no sólo ese día, sino el anterior?
Nuevamente silencio. Seungmin pudo sentir cómo perdió el color de su cara.
—Hablamos de joyas —admitió Sana, tranquila—, pero sólo fue de pasada. El tema salió a colación porque hablamos de unos aretes que llevaba el Cortesano Kim.
—¡Yo no creo que Seungmin se lo haya robado! —saltó Danielle—. ¡Él fue amable, bueno y dulce!
—Sumo Sacerdote —habló Chan, con la voz endurecida—, soy yo aquí quién hace las preguntas, no usted.
—Mis disculpas, Príncipe Heredero —dijo el hombre, dócil y calmado—, pero creo que las pruebas son evidentes. La joya apareció entre las cosas del Cortesano.
—A mí, lo que me parece extraño —interrumpió el Emperador, y todo el mundo calló—, es saber por qué el Cortesano Kim se robaría un collar como ese —su voz era suave—. No es por despreciar los talentos de mi difunta Emperatriz, pero el collar que le regaló a Danielle no tiene ningún valor grande, excepto el sentimental. Si Seungmin hubiera querido robarse algo por lo bonito o lo monetario, tenía incluso joyas más preciosas y caras entre las cosas de la Princesa.
Seungmin levantó la vista y notó cómo el Sumo Sacerdote apretó su boca en un rictus de rabia. Sin embargo, el hombre parecía controlarse lo suficiente, pues no dijo nada y permaneció en silencio. Incluso Chan no habló, aunque él se veía satisfecho con esas palabras.
—Por otro lado —continuó el Emperador—, el Cortesano Kim ha estado no sólo en los aposentos de la Princesa, sino también del Príncipe Heredero, y no ha desaparecido nada de las pertenencias de él. Y comparte habitación con otras cuatro muchachas que también poseen joyas de gran valor, y nunca ha existido un robo allí, ¿no es así, Cortesanas?
—No, Emperador —hablaron las cuatro chicas aludidas.
—Seungmin no tienen ningún historial —dijo Chan, serio y tranquilo—, y la Princesa Danielle no lo acusa de nada. Su inocencia, Sumo Sacerdote, es a mi parecer muy clara.
—¿Entonces ignorará el hecho de que la joya apareció bajo la colcha del Cortesano, Príncipe? —preguntó Haekhyun.
—Como mi padre, creo que todo se debe a un confuso incidente —contestó Chan, e hizo un mohín—. Al Cortesano Kim no se le puede acusar, aunque su inocencia puede ser dudosa, también —Seungmin abrió su boca—. Pero como las pruebas no son contundentes, poco se puede hacer —Chan alzó su barbilla—. Si le satisface, Sumo Sacerdote, dejaremos a Seungmin con una manchita en su historial. El castigo que tendrá se lo daré yo, como debió ser desde un inicio —el príncipe suavizó su voz—. Que no se le olvide, Jung Haekhyun, que el Cortesano Kim es de mi propiedad, y yo detesto que las personas toquen lo que es mío sin mi permiso. Esto se acaba aquí.
Chan se puso de pie y las personas en el salón le imitaron. Seungmin pudo sentir cómo el alma volvía a su cuerpo, ignorando al Sumo Sacerdote retirándose con una expresión de molestia, y permaneció en su lugar. Chan no fue directo hacia él, sino que esperó a su padre, y ambos se pusieron a conversar en voz baja.
La princesa Danielle fue hacia él, con una mirada de tristeza.
—Seungmin —le dijo ella, agarrándole la mano—, lo siento mucho, yo no quería...
—Tranquila, Princesa —le dijo, sonriéndole para tranquilizarla—, esto no es su culpa. Yo le agradezco a usted por haberme defendido, a pesar de las pruebas acusándome.
—Yo sé que jamás harías algo como eso, Seungmin —aseguró la niña, dándole un apretón. Se despidió a los pocos segundos, pues tenía unas tareas que cumplir.
También se acercaron algunas Cortesanas. Para su propia sorpresa, Dahyun fue primero, con ojos apenados.
—Disculpa a mi padre, Seungmin —le dijo ella, avergonzada—, no pensé que él pudiera... —su voz se apagó, indecisa.
—No te preocupes, Dahyun —masculló Seungmin—, tú no tienes por qué responder por las acciones de él.
—Fue muy cruel —habló Irene, incómoda—, tuvo que esperar a que el Príncipe decidiera qué castigo darte. Se precipitó demasiado.
Claro que lo haría, pensó Seungmin. Tenía mucho que ganar con el hecho de que esa joya hubiera aparecido entre sus cosas.
Miró más allá, en busca de Karina y Chaewon. Sin embargo, observó con desconcierto cómo se alejaban de allí sin dirigirle una palabra ni mirada. Eso le hizo sentir mal, pensando en si quizás hizo algo mal para que actuaran así.
Irene y Dahyun se despidieron, dejándole solo, y Chan se acercó a él. El Emperador se había retirado también.
—¿Ya deberé volver a mi habitación, Príncipe? —le preguntó, entrelazando su brazo con el de Chan.
—No, no hasta que yo lo decida —contestó el mayor, un poco distraído—. Todavía no te librarás de mí.
No pudo evitarlo, y soltó una risa suave, mucho más relajado que los últimos días. Aún podía sentir el dolor en sus heridas, pero con todo ese asunto ya resuelto, era como si le quitara un peso de encima. Desde ahora, debería irse con mayor cuidado en torno al Sumo Sacerdote.
Nadie le quitaría la idea de que ese horrible hombre estuvo involucrado en todo eso.
—¿Acaso quiere castigarme, mi Señor? —coqueteó Seungmin.
Chan le miró, riéndose con fuerza.
—No te hagas ilusiones, Seung —le respondió Chan, sin dejar de reírse—, mi padre me ha encargado transcribir algunos libros, pero creo que te dejaré ese castigo a ti —la mirada seductora desapareció del rostro de Seungmin, reemplazada por el enfurruñamiento—. Eres una cosita pervertida, Cortesano. Me estás corrompiendo.
Seungmin le dio un empujón, un poco enfadado, pero también con cierta feliz en su expresión.
Si el Sumo Sacerdote esperaba haberlo alejado de Chan con todo ese asunto, pues fue un fracaso rotundo. Sus pasos para ser Emperatriz eran cada vez menos, y ahora, debía agradecérselo a ese idiota.
Cuando fuera Emperatriz, Seungmin se encargaría de agradecérselo muy bien.
Al fin volví. Perdón por tanta espera, espero no se hayan ido 😭❤️. Por el momento ha sido el capítulo más largo y me tomó tiempo, espero lo disfruten ♥.
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