ii. dementors
―Tengo que hablar con ustedes... a solas.―les había dicho Harry a Hayley, Hermione y Ron apenas subieron al Hogwarts Express.
―Vete, Ginny.―dijo Ron a su hermana, quien los acompañaba.
―No seas grosero, Ronald.―le recriminó Hayley. Ginny se fue ofendida.
Hayley, Harry, Hermione y Ron caminaron por los pasillos en busca de un compartimiento libre, pero todos estaban llenos, a salvo de uno que estaba casi al final del pasillo.
En éste sólo se encontraba un hombre sentado al lado de la ventana. Llevaba una túnica algo raída y remendada, parecía estar dormido. Hayley se encogió de hombros y entró al compartimiento, sentándose frente al hombre.
―¿Quién será?―susurró Ron entrando al compartimiento.
―Profesor R. J. Lupin.―susurró Hayley, guardando sus anteojos en el bolsillo de la sudadera.
―¿Cómo la sabes?―inquirió Hermione.
―Lo dice en su maleta.―Hayley señaló la pequeña maleta a un lado del hombre.― Pero bueno Harry, ¿Qué querías decirnos?
Harry les explicó a los tres sobre una conversación que había tenido con el señor Weasley momentos atrás y algunas advertencias. Todo era sobre el tal Sirius Black.
Hayley se molestó un poco.
―¿Por qué te lo dijo solo a ti en vez de ambos?―se quejó la azabache.
―Eso no es lo importante ahora, Hayley.―le dijo Hermione y la nombrada bufó.―Ambos tienen que tener muchísimo cuidado... ¡No busquen problemas!
―Hey, yo no sigo problemas.―se defendió la de ojos avellana.―realmente, sólo los sigo a ustedes.
―Nadie sabe cómo se ha escapado de Azkaban.―dijo Ron después de un rato. Se le notaba incómodo.―Es el primero. Y estaba en régimen de alta seguridad.
―Lo atraparán.―dijo Hermione segura.―Lo están buscando también en el mundo muggle.
―¿Qué es ese ruido?―preguntó Ron de repente. ―Viene de tu baúl, Harry.―dijo poniéndose de pie y alcanzando el portaequipajes.
Un momento después, había sacado el chivatoscopio de bolsillo de entre la túnica de Harry. Daba vueltas muy aprisa sobre la palma de la mano de Ron, brillando muy intensamente.
―Guarda esa cosa, Ron. Vas a despertar a Lupin.―lo regañó Hayley. Ron guardó el chivatoscopio en lo que parecía ser un calcetín, se ahogó el sonido y guardó el baúl.
―Podríamos llevarlo a que lo revisen en Hogsmade.―Le dijo Ron a Harry.―Fred y George me han dicho que hay una tienda donde reparan cosas así.
―¿Sabes más de Hogsmade?―Dijo Hermione, con emoción.―Leí que es la población enteramente no muggle de Gran Bretaña...
―Sí, bueno... Yo sólo quiero ir a Honeydukes.
―¿Qué es Honeydukes?―preguntó Hayley.
―Es una tienda de dulces.―contestó Ron con felicidad.― Tienen de todo... Diablillos de pimienta que te hacen echar humo por la boca... y grandes bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles, y plumas de azúcar que puedes chupar en clase y parecer que estás pensando lo que vas a escribirá continuación...
Hermione se volvió hacia Harry.
―¿No será estupendo salir del colegio para explorar Hogsmade?―le preguntó.
Hayley, incómoda, volteó la mirada hacia la ventana.
―Supongo que sí.―le contestó Harry, afligido.―Ya me lo contaran cuando lo hayan descubierto.
―¿Qué quieres decir?―Le preguntó Ron.
―Los Dursley no han firmado la autorización.―Contestó Hayley y miró a Harry apenada. A ella realmente no le importaba mucho, pero parecía que a Harry sí.
―Bueno... podrías pedirle a la profesora McGonagall, Harry.―Apoyó Ron.
―No creo que ella quiera, es algo muy estricta.―Opinó Hayley.
―O podríamos decirle a Fred y George... ellos conocen los pasadizos secretos para salir del castillo...
―¡Ron!―Interrumpió Hermione al pelirrojo.―Creo Harry o Hayley no deberían de salir del castillo a escondidas si Black anda suelto...
―Pero si nosotros estamos con él... Black no se atreverá a...
―No digas tonterías Ron.―Lo interrumpió Hermione mientras abría la jaula de su gato, que hace apenas unos días había comprado en el callejón diagón.
Crookshanks salió de la jaula y saltó hacia el regazo de Hayley y se quedó ahí.
A la una en punto, la señora de los dulces apareció en la puerta del compartimiento.
Hayley sacó unas monedas de su pantalón y compró algunas ranas de chocolate.
―¿Creen que haya que despertarlo?―Preguntó Hayley mirando al que sería su nuevo profesor.―Tal vez tiene hambre.
―Descuiden, si necesita algo, estaré en la parte delantera, con el maquinista.―Dijo la señora de los dulces. Hermione le agradeció y la señora salió del compartimiento.
Hayley se encogió de hombros y le depositó una rana de chocolate en la rodilla a Lupin, aunque este ni se inmutó.
―¡Hey, a mi nunca me regalas ranas de chocolate!―Se quejó Ron.
―A ti te compra Harry.―Se defendió Hayley y le sacó la lengua.
A media tarde, cuando ya había empezado a llover y el cielo se ponía nublado, Draco Malfoy junto con Crabbe y Goyle aparecieron en la puerta del compartimiento. Hayley soltó un suspiro. Ella conocía a Draco y su habitual manera de molestar, pero en esa ocasión no tenía ganas de pelear con él.
―Bueno, miren quién está aquí.―Habló arrastrando las palabras.―¿Quién es ese?―Preguntó mirando a Lupin.
―Un nuevo profesor.―Contestó Harry. Draco lo ignoró y miró a Ron.
―He escuchado que tu padre por fin tocó oro este verano.―Le dijo.―¿Tu madre no ha muerto del susto o algo?
Antes de que Ron se levantara, Hayley habló.
―Draco, por favor.―Lo miró con suplica y cansancio. Malfoy rodó los ojos, pero al fin y al cabo cerró la puerta del compartimiento y se fue con sus gorilas.
―Nunca voy a entender como es que te llevas con él.―Dijo Harry negando con la cabeza.
―No estaba esperando que lo entendieras, James.―Le reprendió Hayley.
―No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso.―Refunfuñaba el pelirrojo. Hayley entornó los ojos.―Si dice otra cosa de mi familia... lo voy a tomar de la cabeza y...
―Cuidado, Ron. Vas a despertar a Lupin.―Le dijo Hayley al ver como este movía sus brazos con agresividad.
―Profesor Lupin, Hayley.―Corrigió Harry.
―Shht.―Lo calló la azabache.
La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanilla serán ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los compartimentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía durmiendo.
―Debemos de estar llegando.―Dijo Ron. El tren empezó a disminuir su velocidad.
―Imposible.―Dijo Hermione, viendo su reloj.
―Entonces, ¿Por qué nos detenemos?
El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.
Harry, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se asomaban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total.
―¿Qué sucede?―Preguntó Hayley.
El azabache volvió a tientas a su asiento.
―Harry, tengo mucho frío.―Dijo Hayley dejando caer su cabeza en el hombro de su hermano.
―Tranquila, Hayls.―Le contestó Harry, abrazándola un poco.
Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos.
―No se muevan.―Les dijo con voz ronca. Se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla.
De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Hayley miró hacia abajo y lo que vio le hizo contraer el estómago. De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua...Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajola capa hubiera notado la mirada de la azabache, la mano se metió entre los pliegues de la telanegra.
Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire.Un frío intenso se extendió por encima de todos. Hayley fue consciente del aire que retenía en el pecho. El frío penetró más allá de su piel, le penetró en el pecho, en el corazón...Los ojos de Hayley se quedaron en blanco. No podía ver nada. Se ahogaba de frío.Oyó correr agua. Algo lo arrastraba hacia abajo y el rugido del agua se hacía más fuerte...Y entonces, a lo lejos, oyó unos aterrorizados gritos de súplica. Quería ayudar a quien fuera. Intentó mover los brazos, pero no pudo. Una niebla espesa y blanca lo rodeaba, y también estaba dentro de él...
―¡Harry! ¡Hayley! ¿Están bien?
Los ojos avellanas de Hayley pudieron identificar como una mano se movía frente a ella repetidamente de un lado a otro, haciéndole que la cabeza le diera mil vueltas más. Hayley le paró la manó, y luego su vista enfocó a Hermione, quien la miraba preocupada. Se encontraba en el suelo y al parecer Harry también.
―Cr-creo que voy a vomitar.―Susurró Hayley tapando su boca. Luego recordó a su hermano.―¿Estás bien Harry?―Este asintió a su lado.―¿Quién gritaba?―Preguntó mientras volvía a su lugar en el asiento.
―Nadie gritaba.―Le contestó Hermione, mirándole asustada.
―Yo también escuché gritos.―Dijo Harry.
―¿Qué eran esas... cosas?―Preguntó Hayley sosteniendo su cabeza, le dolía horrores.
―Dementores.―Contestó Lupin. Sacó del bolsillo de su túnica una barra de chocolate y la repartió entre los presentes.―Coman, les hará bien. Iré a hablar con el maquinista.
Hayley le dio una mordida a su trozo y rápidamente sintió como su cuerpo comenzaba a calentarse de nuevo.
―Llegaremos a Hogwarts en diez minutos.―Avisó el profesor Lupin cuando entró de nuevo al compartimiento.―Hayley, Harry, ¿se encuentran bien?―Ambos asintieron.
―Hay que cambiarnos, Herms.―La nombrada asintió, sacaron su respectivos uniformes del baúl y salieron a los baños.
―¿Segura que estás bien?―Preguntó Hermione de regreso al compartimiento.
―Sí, tranquila.―Le sonrió antes de ponerse sus gafas y entrar al compartimiento.
No hablaron apenas durante el resto del viaje. Finalmente se detuvo el tren en la estación de Hogsmade, y se formó mucho barullo para salir del tren. En el pequeño andén hacía un frío enorme; la lluvia era una ducha de hielo.
Hayley, Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas por caballos invisibles,porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela, se puso en marcha ella sola,dando botes.
Ron y Hermione estuvieron mirando a los mellizos de reojo todo el tiempo,como si tuvieran miedo de que perdieran de nuevo el conocimiento.
―Ya les dijimos que estamos bien.―Les decía Hayley con cansancio.―Estamos bien, ¿verdad, Harry?―El nombrado asintió.
Al bajar, Hayley oyó una voz que arrastraba alegremente las sílabas, sinceramente, quiso huir.
―¿Te desmayaste, Potter? ¿Es verdad lo que dicen? ¿Realmente te desmayaste?―Pero el chico solamente miraba a Harry.
Hayley lo tomó de la túnica y volteó para despedirse de su hermano y sus amigos agitando la mano.
―¡Hey!―Se quejó el rubio soltándose de su agarre.
―Eres insoportable a veces, Draquin.―Le dijo sólo para molestarlo.
―Ni hablar de ti, Potter.―Hayley soltó una risa y ambos entraron al castillo.
En silencio caminaron hacia el Gran Comedor y juntos tomaron asiento en la mesa de Slytherin.
―¿Tú también te desmayaste?―Preguntó el rubio y Hayley sólo asintió.
Se sentía débil.
―¿Te encuentras bien?
―Eso creo, Draco. No te preocupes.―Quiso sonreír pero le salió más una mueca.
La ceremonia de selección comenzó y la azabache miraba hacia un punto indefinido, con la cabeza apoyada en el brazo. Se estaba quedando dormida, hasta que Dumbledore habló.
―¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que decirles a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete los deje aturdidos.― El director se aclaró la garganta y continuó.― Como todos saben después del registro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tenemos actualmente en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia.―Hizo una pausa.― Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio― Continuó Dumbledore.― y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces, ni siquiera con capas invisibles. No está en la naturaleza de un dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, les advierto a todos y cada uno de ustedes que no deben darles ningún motivo para que les hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Premios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores.
Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada.
―Por hablar de algo más alegre.― Continuó.― Este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras.
Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas, Hayley entre ellos.
―En cuanto al otro último nombramiento.― Prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profesor Lupin.― Siento decirles que el profesor Kettleburn, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.
Fue ahí donde Hayley cayó en cuenta del porqué su regalo de cumpleaños había sido un libro que mordía, sonriendo se unió al aplauso, a la vez que escuchaba a Draco quejarse.
―Bien, creo que ya he dicho todo lo importante.― Dijo Dumbledore.― ¡Que comience el banquete!
Las fuentes y copas que tenían frente a ellos se llenaron de pronto con comida y bebida. Hayley, quien no tenía tanta hambre, se quedó mirando su plato con expresión neutra. Levantó la mirada cuando vio unas pálidas manos tomar una jarra y llenar su copa con lo que parecía ser jugo de calabaza.
―Tienes que comer.―Le dijo Draco y Hayley hizo un puchero.―Acabas de desmayarte, anda.
―Bien.―Bufó Hayley y Draco tuvo que tragarse la sonrisa que se le asomaba en las comisuras de los labios.―Pero sólo un poco, sino, voy a vomitar en tus bonitos y caros zapatos.―Le sonrió inocente, y Draco rodó los ojos.
―Solo come, Potter.
Hayley se sirvió un poco de puré de papas y una pequeña ración de pastel de carne.
―Bendita seas, Helga Hufflepuff.―Dijo al probar el pastel de carne. Había recordado una vez que Hermione le había dicho que las recetas del banquete eran de la fundadora de la casa de los tejones. Y Hayley estaba muy agradecida con esa mujer.
En el postre, Hayley solo comió un poco de pudin de chocolate (a insistencia del rubio) y tiempo después Dumbledore anunció que era hora de ir a la sala común, así que tanto Hayley como Draco se levantaron a sus asientos y se encaminaron a las mazmorras.
Dijeron la contraseña, la cuál era Astucia, y entraron a la sala común, se despidieron luego de subir las escaleras y cada quién fue a su habitación.
Hayley vio que no compartía habitación con nadie, pues los de Slytherin eran pocos y no había tanta necesidad, así que se encaminó a su baúl y sacó su pijama y se la puso, seguido de eso, se acostó y se dedicó a dormir.
Nuevamente entre sueños, Hayley volvió a tener pequeñas visiones.
Era un perro grande y negro, con ojos brillantes, miraba a una Hayley de meses mientras sacaba la lengua, la pequeña azabache lo veía encantada con sus ojos avellana, idénticos a los de su padre, James Potter. De repente, el enorme perro se transformó en un hombre, de cabellos negros y algo largos.
―¿Lo ves, James? Me ama.―y sonrió.
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