vi
Aquiles.
Era un lunes por la tarde, mi madre me había mandado a la tienda por un par de municiones. Caminaba de prisa por las calles del pueblo (aunque en realidad el local quedaba a solo dos cuadradas), con la bolsa de mandado en una mano y otra sosteniendo el pan.
Ese día Orión se había ido a la ciudad por un par de cosas que su familia necesitaba, por lo tanto, él y yo no estábamos juntos; esas últimas semanas parecíamos como un zapato y una goma de mascar. Y a decir verdad, ya me había acostumbrado a su compañía y es que, estar a su lado era tan agradable, me provocaba paz, era como estar por siempre bajo un árbol por el cual la luz del sol se filtra y ves como danzan las ramas a causa del viento.
Estaba a punto de llegar a mi casa, pero a lo lejos visualicé a Soul, ella corría alegremente hacia mí; sus cabellos anaranjados se movían caóticamente con el aire y sus ojos verdes brillaban con fervor. Era hermosa.
— Me has olvidado, ¡eres cruel, Aquiles Broussard! — gritó a lo alto, sin pensar en si molestaba o no a alguien.
Soul— como su nombre lo decía— era un alma libre, que volaba por el firmamento, sin miedo a caer. Su rostro de ángel repleto de pecas, su cabello anaranjado, sus ojos verdes y su sonrisa carismática hacían que todos a su alrededor la voltearan a ver.
— ¡Infame! — contesté divertido—. Tú me has ignorado todo el verano.
Ambos corrimos velozmente hasta el otro y nos fundimos en un largo y cálido abrazo. Ese día ella olía a pan de mantequilla, a veces, también olía a tarta de fresas o a panqué de maíz. Su familia era dueña de la única panadería del pueblo.
— Desde que andas con el cara bonita de Orión ya no me hablas, te la pasas a su lado— me miró con tristeza.
— Es por educación, de niños éramos amigos, sería cruel ignorarlo— mentí.
Nunca le había contado a Soul sobre Orión, de hecho, ninguno de mis amigos sabía de él hasta que llegó ese verano. Y es que me lo había guardado solo para mí, porque creía que, si iba por el mundo contando sobre él, poco a poco se iba a perder su recuerdo y yo no quería eso, quería conservarlo.
— Es lindo, tiene ese toque de chico de los ochentas y noventas— no respondí.
Sabía a lo que se refería y es que Orión tenía ese toque que encantaba al instante, no era como los demás; nunca lo fue, desde pequeño se veía, actuaba, hablaba e incluso vestía diferente.
Ambos caminábamos en dirección a mi casa, estábamos a punto de llegar.
— Bueno, me tengo que ir a ayudar a mi padre a la panadería— ella se acercó a mí mejilla y me plantó un beso, yo le sonreí.
— ¡¿Me regalarás ese pan de naranja que tanto me gusta?!— le grité mientras ella se iba alejando, Soul asintió con la cabeza.
— Muy lindo, en verdad, muy lindo— una voz grave habló por detrás. Tal vez, podría algún día olvidar mi nombre, pero nunca su voz, era celestial.
— Orión— giré la cabeza para verle y al instante sonreí.
— Te gusta mucho, ¿no es así?
«Me gustas tú, siempre me has gustado tú», quise decirle, pero simplemente las palabras se me quedaron atoradas en la garganta.
— Solo conversábamos— bajé la cabeza, apenado. Él, en modo de juego me despeinó, pasando su mano por mis cabellos.
— ¿Qué haremos hoy?— elevó sus cejas, curioso.
— Por el momento llevarle esto a mi madre, debe de estar esperándome— elevé las cosas que traía en las manos, él comenzó a reír.
— Claro— y sin decir más me ayudó con las cosas que traía. Los dos entramos a la casa y dejamos sobre la mesa del comedor las cosas.
— ¡Gracias!— gritó mi madre desde la cocina.
— ¿Entonces qué quieres hacer?— le cuestioné, mientras subíamos a mi habitación.
— Hace algunos días encontré un lugar en el bosque, es como un santuario, y-oo quería, ya sabes, enseñártelo, podría ser algo solo de nosotros dos...
Y la habitación se quedó en silencio, tan solo se escuchaban nuestras respiraciones.
Eso me había pillado por sorpresa. Me hizo sentir especial de una manera absurda. «Podría ser algo solo de nosotros dos», con esas palabras resonando en mi mente dormí esa noche.
— Sí... Me encantaría— dije después de unos segundos.
— Pues toma tus cosas, se nos hará tarde.
Con entusiasmo esperó a que yo tomará mi mochila y bajáramos con rapidez las escaleras. Ni siquiera le pedí permiso a mi madre, tan solo salimos de la casa y empezamos a correr para adentrarnos al bosque. Pude recordar los veranos cuando éramos unos niños y hacíamos exactamente lo mismo. El tiempo pasaba y yo no podía hacer nada por detenerlo, no me gustaba la sensación de fuga.
— ¡Eres una tortuga!— dijo mientras se reía. Una punzada atacó mi corazón, porque eso me solía decir.
— ¡Espera, Orión!
Con cansancio y con la respiración irregular logré llegar hasta a él. Y él comenzó a reír estrepitosamente, sus carcajadas resonaron por el bosque. Me gustaba verle así.
— Ay, Aquiles, eres la persona más lenta que he conocido— dijo mientras se limpiaba una lágrima que le resbalaba por la mejilla.
— Tal vez por eso no elegí ser un corredor destacado— le sonreí, en modo de ironía.
Él negó con la cabeza y empezó a caminar en dirección a su santuario, pero esta vez no corrió, sino que se mantuvo a mi lado hasta que llegamos a su lugar.
Su santuario constaba de un gran árbol viejo y torcido con las ramas y las hojas caídas pero que daba una buena sombra, junto a él pasaba la corriente del río en el que habíamos nadado días atrás, a sus alrededores florecían margaritas y unas cuantas flores extrañas; al principio no entendí que le había visto a ese lugar, a primera vista parecía simple y cotidiano, inclusive descuidado y desagradable.
— No es la gran cosa, pero yo le daré su individualidad. Quiero hacerlo mío. Es difícil de explicar— con nerviosismo se rascó la nuca.
— ¿Cómo le darás su individualidad? — pregunté con curiosidad.
— Me ayudarás a construir una casa del árbol. Tengo algo planeado. Será nuestro lugar, nuestro fuerte.
— Lo que tú quieras.
Recuerdo perfectamente ese momento, Orión sonreía con alegría pura y sus ojos brillaban como dos faroles que te ayudarían a encontrar tu lugar, en ese tiempo yo estaba perdido. Tal vez él iba a ser mi brújula, mi norte, mi sur...
— Aquiles, sabes que lo siento, siento no poder recordar nuestros mejores días de nuestras vidas.
Orión dio dos pasos hacia a mí, estaba cerca, tal vez demasiado, por nervios yo retrocedí hacia atrás, pero me topé con el árbol. Me sentí en peligro, pero plenamente a salvo. Él me hacía sentir así.
— Dicen que la mente encuentra diferentes maneras para bloquear los recuerdos desagradables. Tal vez, dejarnos uno al otro fue un momento traumático, tú pudiste bloquearlo, pero yo no supe cómo hacerlo— dije con trabajo, no podía respirar.
Él tomó mi mano y como quien se aferra a la vida, se aferró a mí.
— ¿Pero por qué tenía que bloquear todo de ti?— bajó la cabeza y la recargó en mi hombro; mis rodillas fallaban y mi manos temblaban—. Eres alguien a quien no se olvida— sonreí al escuchar.
De repente un recuerdo de nuestra niñez apareció de la nada, estábamos en el lugar que le enseñé el día que fuimos a nadar, a dónde íbamos a construir nuestra casa del árbol; ambos jugábamos a las escondidas, era mi turno de encontrarlo— Orión siempre ganaba en ese juego, era muy bueno escondiéndose—; ese día el condenado se había escondido arriba de un árbol, las ramas lo ocultaban, pero su risita traviesa lo delataba. Escalé las ramas para poder llegar hasta su lado, los dos estábamos sentados en una rama, viendo danzar las hojas, por un momento olvidamos que estábamos jugando.
Recordé a Orión acercarse un poco más a mí, recordé sus manos acariciar mi rostro... Tan solo para después darme un delicado e inocente beso en los labios...
Fue un acto grácil, suave y puro. Era un beso, un simple beso, de dos seres, de dos almas. Pero nuestros padres nunca lo vieron así.
— Olvidar a veces está bien, tienes que soltar para que los recuerdos no te puedan martirizar.
El recuerdo de Orión me había martirizado toda mi vida.
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