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«Antes de que enero llegase»

31 𝖉𝖊 𝖉𝖎𝖈𝖎𝖊𝖒𝖇𝖗𝖊 𝖉𝖊 2019 



Martha extrajo de su gabardina, específicamente de uno de los bolsillos interiores de este, una caja de madera tallada a mano con relieves florales. Era ya la medianoche cuando recordó las instrucciones de un hombre enano disfrazado de elfo —Debemos de ir a la villa de Santa Claus. —la guardó nuevamente, mirando hacia abajo pues ella y su acompañante continuaban arriba de la noria aún en movimiento

¿Por qué? Si estamos muy cómodos aquí —inquirió Charlie finalmente distraído con el espectáculo de luces 3D, acomodándose en el asiento dentro de la canasta en que iban guardados

—El elfo, ¿recuerdas? Dijo que debía de abrir esta caja a la medianoche, además mañana es lunes y hay colegio. Esa obra no se monta sola, no Señor —una sensación nauseabunda se instaló en su estómago con el vértigo que sintió al seguir asomada. Regresó a su posición original con el rostro un poco más pálido de lo que ya era 

Charlie la regresó a ver, con su entrecejo fruncido —¿Estás bien? —ella solo asintió, irónico que fuera quien ideó subir a la rueda de la fortuna sabiendo que sufría de acrofobia —Bueno, ¿pero segura? —soltó aún sin estar convencido. Para fortuna de Martha, el juego se detuvo y llegó su turno de bajar, deprisa caminaron en busca de las famosas villitas navideñas con sorpresas dentro. El ojiverde pareció haber escuchado que en una aguardaba la Señora Claus con bolsitas de dulces de menta —Aquí es —señaló el letrero que rezaba Polo Norte


Al final resultó ser que Martha debía entrar sola, así que en lo que hacía lo que sea que fuera a hacer con esa cajita, Charlie Gillespie no dejaba de darle vueltas a la pregunta que le hizo hacía un rato "¿Y si quieres compartir ese deseo?". Y como si de la suerte se tratase, el chico miró al frente, mirando cierto letrero polvoso. Touché.



...



A diferencia de la Navidad, el conocido grupo de amigos se separaba para pasar la última noche del año. El 2019 no fue muy diferente para la mayoría de ellos, pues Jeremy y Carolynn, junto a sus respectivas familias, realizaron un viaje familiar a Puerto Vallarta, México, pues la madre de él sufría de urticaria, una patología de la piel caracterizada por ronchas rojizas y temporales con picor en las zonas expuestas al frío (quizá a eso se debe que nunca estaba en casa).

Por otro lado, Bonny Martínez tomó sin dudar un vuelo a Nueva York junto a su ahora novia, Nina, quien se tiñó recientemente el cabello de color rojo. Martha le dijo que estaba loca y era arriesgado, pues sus padres no estaban de acuerdo; en el fondo, la ojiazul ocultó su aprobación ya que había tenido que posicionarse en contra cuando la familia de la afrocanadiense le negó el permiso frente a ella.

Owen Joyner no se quedó atrás al aceptar ir a Ottawa con su papá, quien trabajaba en la capital en un negocio de partes automotrices, además de que ahí vivían sus hermanas y el año pasado ellas tuvieron que viajar a Dieppe por mucho que odiaran el lugar (aquello explicaba el porqué de su ida). Disculpándose con su mejor amigo, Charlie Gillespie, por no acompañarlo en las fiestas, se montó en el coche acariciando a su gata Mint, quien no se olvidó de maullarle a Charlie con molestia.

Y por último pero no menos importante, Savannah junto a Yanika, una mujer soltera y bien posicionada, decidieron pasar el Año Nuevo en el pueblo natal de la rubia teñida.



—¿Así que te abandonaron tus amigos? —se rió Martha formando una bola de nieve y lanzándola contra el ojiverde, quien no pudo evitarla a tiempo justo cuando entraba al patio trasero y abandonado de la familia Taffinder

—Eso es trampa —Charlie comenzó a formar también una, con sus manos congelándose a través de los guantes afelpados que la abuela le tejió —Y sí, como podrás darte cuenta, hoy seré un humilde peregrino esperando que me acepten en casa.

—¿En serio te quedaste solo? —Martha arqueó una ceja, sin despejar su mirada de él. Por su parte, Gillespie se concentró en una sola florecita silvestre de color morado que parecía resistirse al frío, pues a pesar de la nieve acumulada en el jardín, estaba intacta y brillante

—Hey, hieres mis sentimientos, si lo dices así suena feo —la ojiazul se apresuró a disculparse con Charlie —Es broma, Marthiux, solo te estaba tomando el pelo. Ryan y su novia regresaron de Brasil, su última parada antes de la Navidad, y Patrick cerró un contrato importancia con la empresa en la que trabaja, así que nos invitó.

—Vive en Ottawa, ¿no? —la chica buscó la pala que Amelia había dejado, e inútilmente trató de limpiar la nieve lo más que podía —Aún estabas a tiempo, Charlie, pudiste ir con Owen. —le dijo extrañada por la situación

—Sí, bueno, digamos que la compañía de Patrick dejó de ser mi favorita hace mucho. —admitió su amiga de bonitos ojos, esbozando una mueca insuficiente —Y a Michael también se le subió el dinero un poquito, demasiado, a la cabeza, diría yo. Todo lo contrario a lo que mamá nos decía, es increíble lo que el dinero puede cambiar, ¿eh? —sonrió con amargura, Martha distinguió un atisbo de melancolía en el verde de Charlie

Bien, el ambiente ahora era tenso —Ajám —murmuró sin saber qué decir; le molestaba que Charlie siempre tuviera las palabras correctas para ella, mientras que por su parte nunca era capaz de ayudarlo a sentirse mejor. De hecho, se sentía inútil al no poder animarle

—Supongo que ni siquiera la familia es un lugar seguro, ¿no? —se enderezó, y sus orbes esmeraldas volvieron a brillar al mirarla —Pero yo tengo otro, así que es quejarme es lo de menos. 

—¿Un lugar seguro?

Charlie Gillespie asintió —Sí, ya sabes, la clase del lugar al que podrás volver siempre que quieras. Algo así como un espacio calientito y acogedor en el que refugiarte, no importa si hace frío o calor, seguirá sintiéndose como casa, como el lugar al que pertenecerás hoy y siempre. Y cuando estés triste — le quitó la pala a Martha, acercándose demasiado a su rostro. Sonrió cuando vio su rostro sonrojarse —Deberíamos ir dentro, tu mamá aún no sabe que estoy aquí y prometí darle la receta de puré de papa que prepara Jeanette. Y por cierto, no estoy tan solo, ¿ves? —dijo entrelazando sus brazos

Martha se alegró que cambiara de tema —¿Puré de papa? Excelente, en serio quedé encantada en la cena de Nochebuena, ¡es exquisito! —hablaba de aquel alimento como si se tratase del amor de su vida, y con mucha razón, ¿quién no considera a la comida como tal? —No sé qué es lo que haces para que a mi madre se le ilumine el rostro cada que te ve —se rió antes de entrar a la casa por la puerta trasera. Las decoraciones navideñas seguían ahí, el suelo acababa de ser lustrado y el interior olía a productos de limpieza con esencia de lavanda y limón

—¡Charlie! —Amelia, la enfermera pelinegra y joven que atendía a Mallory, la madre de Martha, se acercó a él envolviéndolo en un abrazo sin fuerza. Una vez que se separaron, lo tomó de las mejillas sin dejar de sonreír —Me alegra tanto que hayas venido, no soy la única —disimuladamente (la verdad no tanto), le lanzó una mirada cómplice a Martha, que no tardó en rodar los ojos mientras Charlie volvía a reír

—¿Por qué todos en esta casa me odian?

—Anda, mejor ve por tu madre —Amelia la tomó de los hombros empujándola en dirección contraria a ellos; dicho y hecho, Martha aun bufando fue a la habitación de Mallory. Se encontró con ella mirándose al espejo, sus dedos acariciaban la calva de su cabeza. Y a pesar de ser imperfecta para el mundo, era perfecta para ella. Mallory se tenía amor propio de sobra —¿Ma? Charlie ya está aquí.

La mujer asintió, y a través del reflejo miró a su hija y le hizo una seña para que se acercase —Ven aquí, mein kleiner Vogel —a paso lento, Martha caminó hasta ella situándose a su lado frente al espejo de cuerpo completo, era lo único llamativo de la habitación. 


Poco era lo que Mallory decidió conservar, sin contar las numerosas cosas que, con el tiempo, y como todo, pierden su encanto y son desechadas.

Lo único que encontrabas si decidías dar un vistazo a su pieza, eran paredes revestidas de madera podrida en las esquinas por la humedad que se filtraba; sin embargo, también era el cuarto con más ventanas, mas estas se encontraban cerradas y con cortinas tapándolas la mayor parte del tiempo. El piso, al igual de madera, tenía tablones alzados y crujía con el más mínimo movimiento. Fuera de aquello, se tenía lo básico: el tocador de tamaño pequeño hecho de abedul, y un baúl viejo (como casi todo en la casa) al pie de la cama.


—Martha —la llamó al verla distraída. Se puso detrás de ella, destacando la altura que su hija no le heredó —Ámate a ti misma, así no le deberás nada a nadie. 

—Pero siempre te deberé a ti todo, mamá —respondió con seriedad, tragando grueso. Mallory le besó la cabeza y entrelazó las manos de ambas. El parecido era sorprendente, exceptuando la estatura, fuera de eso, eran casi idéntica: ojos azules hundidos, nariz pequeña y ligeramente desigual del tabique, y facciones maduras.

—Porque al final del día, puede que todos se hayan quedado, o todos se habrán ido. Y quedarás tú y solo tú, es lo único con lo que siempre podrás contar —siguió diciendo con seriedad

—No siempre —Martha esbozó una mueca triste —Ojalá pudiera amarme tanto como tú.

Mallory le devolvió el mismo gesto —Después de que él nos dejó, no hay día en que no me lo haya cuestionado, cariño —era la primera vez que lo decía en voz alta, sorprendiendo a su hija con la confesión —Han pasado años desde que tu padre se fue, y a pesar de eso, hay días en que fallo. —acarició la mejilla de Martha y escondió las lágrimas de sus ojos vidriosos —Suficiente vanidad, venga ya que debemos de terminar la cena —Mallory lucía un vestido de seda rosa palo junto a un buen abrigo afelpado acorde al clima. Cuando Charlie la vio salir, no pudo evitar pensando que a pesar del labial rojo que remarcaba sus labios, sus pómulos se intensificaron al igual que el amarillo en sus mejillas; no había mejoría alguna —Gracias por venir.

—Gracias por acogerme —la corrigió con una tímida sonrisa. Señaló a la encimera de la cocina —He pasado al supermercado por unas cosas, lamento si tardé, regularmente no suelo dejar las compras de último minuto.

Mallory rió como si él hubiese hecho el mejor chiste que escuchó en los últimos veinte años de su vida —Amelia sabe cocinar un pollo relleno exquisito.

—Muy cierto, es mi especialidad —entre risas, los cuatro pusieron la mesa al tiempo que Mallory sacaba un pastel de merengue y caramelo, posándolo en el medio, justo donde Martha encendía unos candiles que sobraron de la navidad. La cena era de lo más humilde, Charlie pudo notar que los juegos de platos y vasos en la alacena no combinaban —Siguiente puerta.

—Mamá usa su vajilla preferida solo en ocasiones especiales.

—Supongo que Martha te habrá contado sobre mi travesía hasta América —a diferencia de la más joven, Mallory parecía estar cómoda en compartir de su pasado. La mujer acarició la porcelana que yacía aún sobre sus manos, como si al hacerlo llovieran recuerdos —Era de mi abuela, y pasó a ser de mi madre. Yo tenía veintitrés años cuando me fui de Alemania, y en una maleta solo llevé tres cambias de ropa... y esto. En fin, hora de cenar. —los hizo sentarse cada quien en sus respectivas sillas

—Compramos uvas, ¿te gustan, verdad? —Mallory insistió en comprarlas por Charlie, colocándolas en unas copitas de plástico —¿En tu casa tienen alguna tradición, cariño?

El ojiverde se estaba sirviendo una ración de arroz con verdura picada —Mmm, no realmente. Mi hermana sigue pensando que si sale a la calle a medianoche con las valijas y se sienta sobre ellas, eso atraerá viajes, pero en los últimos tres años haciéndolo no ha ido más que a comprar burritos a la Manzana —dijo haciéndolas reír —Siendo sincero, solo encendemos velitas y ya y pasamos la madrugada comiendo volcanes rellenos de chocolate y licor, nada fuera de lo normal. Lo que me recuerda... —se puso de pie y desapareció por unos instantes detrás del umbral de la puerta, regresando pronto con una caja —Velas, las manda mi madre, para atraer la luz.

—Recuérdame que cuando regrese deberás de llevarle el pastel de arroz que prometí, es lo menos que puedo hacer por ella y no acepto un no por respuesta.

—No te quejes de Meghan, al menos no eres como Amelia que se mete abajo de la mesa para encontrar amor —la susodicha casi escupe el trago de agua que acababa de dar, Mallory rió con la burla de Martha

—¿Alguien quiere brandi? Sí, ya vengo, abrir botellas nuevas es de lo mejor —farfulló la pelinegra huyendo de ahí. Una vez que acabaron la cena, Mallory estaba lo suficientemente agotada como para continuar despierta, así que se despidió con una copita de jerez y se fue a la cama junto a una Amelia embriagada 

—Bueno, creo que solo quedamos los dos —justo como en Navidad, Charlie encendió la grabadora haciendo sonar Fly me to the moon para ralentizar el tiempo en que recogían la mesa y lavaban la vajilla hombro con hombro —Falta media hora para las doce, ¿tienes algún propósito para el nuevo año? —colocó más lavaplatos sobre un vaso de cristal

—De hecho sí. —contestó Martha tan distraída que no se percató de la espuma volando a su nariz, a su lado, Charlie aguantó una risa y prefirió no decir nada. Consejo del día: no enjuaguen los trastes sucios estando a -2° —Hay un chico en el salón que conocí por la obra, su nombre es Zion y me dijo que su tía abrió una escuela de música para niños, son espacios limitados y necesita un ayudante para las clases.

—¿Vas a trabajar?

Asintió mordiéndose el interior de las mejillas —Necesitamos el dinero, y los niños me vienen bien, además que no afecta mi horario —dijo encogiéndose de hombros, tras unos minutos acabaron de fregar y se vieron en la necesidad de colocarse guantes —El baño está a la derecha, te espero arriba —la ojiazul fue a buscar unas mantas y una botella de gaseosa. Más tarde, ambos yacían sentados casi en el borde del tejado, mirando hacia el cielo oscuro que los dejaba sin aliento; el silencio no era incómodo, y mucho menos helado como el hielo antes de romperse

—Unos minutos y el año se acaba, solo así y ya —habló Charlie con voz ronca. Martha sospechó que su mirada estaba perdida más allá de solo el cielo estrellado —¿A veces no sientes que el tiempo se escapa de tus manos como si fuera agua desbordándose?

—Lo siento cada segundo que pasa —murmuró con la imagen de su madre en la mente —Un día estás haciendo muñecos de nieve en el patio, y al siguiente ni siquiera quedan hojas de árbol sobre él. 

—A los siete años nos sentimos invencibles blandiendo espadas de espuma y capas de superhéroe, cierto —dijo dándole la razón

—Cuando éramos pequeños, soñar no dolía, ¿cierto? —su pregunta lo hizo mirarla de reojo —Seis años, ni la más mínima idea de qué era el amor o las despedidas; sé que algunas pensarían que exagero, pero realmente me dolió que se fuera. —tragó grueso en un intento de quitar el nudo en su garganta —A mí me arrebataron mis sueños muy temprano, pero está bien, ahora tengo otros y me gustan más. —le aseguró al ojiverde, estirando sus piernas y brazos entumecidos

—Es comprensible, Martha, nadie merece pasar por eso —sus dedos buscaron los de ella antes de entrelazarse sobre su rodilla —¿Ah sí? ¿Qué soñabas? —inquirió él con una sonrisita que le contagió, no era momento de pensar en cosas tristes

Insegura de si decirlo, debatieron miradas hasta que él venció —Un castillo de algodón de azúcar, con un dinosaurio verde de mascota para vivir con mamá y papá. El lago que nos separara del pueblo era de leche con chocolate —presumió orgullosa de su imaginación a tan corta edad 

Charlie frunció el ceño —No es muy conveniente el algodón de azúcar si llueve.

—Supongo que no ¿ves? Mis deseos han cambiado, igual que yo, me alegra no ser la misma chica de meses atrás que ni siquiera pensaba en retomar lo que quería. El piano, las clases, pensar que si me propongo algo tengo al menos un por ciento de posibilidad, que puedo volver a sentir.

—Yo también estoy orgulloso de ti —las mejillas de Martha se colorearon de un chillón tono rosado, mas Charlie se concentró en la curiosidad que le surgió —¿Qué te gustaría sentir?

—Amor —dijo sin rodeos, viéndolo por una fracción de segundo —Como el primero que conocí con mis padres, solo que éste termine bien. Quiero uno que mantenga el mismo romanticismo de las cartas, sé que suena muy cliché pero en serio me gustaría recibir alguna vez una carta especial. —se percató que hablaba demasiado rápido, así que calló con las mejillas nuevamente sonrojadas —Perdón, mamá dice que un día la lengua se me caerá de tanto hablar.

—No es cliché, para nada. Todos merecemos el amor que idealizamos, no menos —hizo un ademán despreocupándola —Ya somos dos, solo que mi madre además me cortará el cabello con sus tijeras de costura. Ella detesta que lo deje crecer.

Martha se tomó el atrevimiento de guiar una de sus manos al pelo castaño de él —Yo creo que es lindo, ya sabes, no a todos les queda fenomenal —Charlie sonrió con su cumplido. Los dos jóvenes volvieron a guardar silencio, el Año Nuevo se acercaba —Charlie.

—¿Ajá?

—¿Y si hacemos nuestra propia lista de deseos? —propuso intentando ocultar la emoción de su idea, mas Charlie sí que se dio cuenta

El verde de él le dio toda su atención, ladeándose y quedando peligrosamente cerca de la orilla del tejado —¿Cómo lo hacemos?

—Una amiga de la infancia me dijo que escribía los deseos en pedazos de papel y su mamá la ayudaba a quemarlos, supuestamente así se cumplirían —un recuerdo surgió en su mente al escucharla 

—Tengo algo que puede servirnos —sus manos se guiaron a los bolsillos de su abrigo, y tras unos segundos de espera, extrajo de uno de estos lo que a Martha le pareció una bolsita de tela marrón atada con un pedazo de mecatito. 

—¿Qué es eso?

—Lo descubriremos ahora —dijo sonriendo con misterio, desanudando la cuerda para mirar en el interior. Una tarjetita brillante fue lo primero que sacó, centrando su vista sobre las palabras en cursiva estampadas en un relieve dorado —"Los deseos fueron hechos de una parte de nosotros destinada a no cumplirse." —ambos se miraron extrañados, mas él continuó leyendo en voz alta —"Con la pluma mágica escribe tus deseos en la hoja, una vez que termines, dóblala y enciende la vela para quemarlos dentro del recipiente." ¿Qué clase de broma es esta? —se burló Charlie mostrándole el contenido, que efectivamente se trataba de una vela pequeñita en forma de estrella color azul marino con brillos, el mismo tono que casi todo dentro, incluida la tarjeta y una hoja de papel extraño cortado; además, un bolígrafo negro con tinta de gel, como las que usan los niños en la primaria para hacer bonitos sus apuntes, y por último pero no menos importante, un botecito diminuto de cristal 

—Espera, atrás dice algo más —Martha le pidió permiso con la mirada para tomar el tarjetón, entrecerrando los ojos para enfocar su vista —"El día que el deseo se cumpla, deberás de tirar las cenizas y dejar ir el sueño, mientras justo este, se entierra. El universo es un equilibrio, y para balancearlo, deberás de conceder uno deseo de tu posesión, a alguien más."

—No entiendo nada, creo que me estafaron.

Martha comenzó a reír —¿Dónde compraste esto? —le preguntó observando con atención los objetos sobre su regazo

Charlie recordó el letrero "Venta de deseos, ¡cumple los tuyos para este nuevo año!" —¿Recuerdas cuando abriste tu caja en la villa de Claus? Bueno, había cerca de ahí un puesto raro que prometía vender deseos, y como soy una persona muuuuy curiosa, entré y eme aquí. —volvió a mirar la hoja, frunciendo los años —Anda, anota tus deseos —le ofreció pasándole el boli. 


Ambos siguieron las instrucciones, y, sorprendiendo a Martha, el ojiverde tomó la hoja y la cortó en dos, dejando los bordes un tanto irregulares. Muy a pesar de ello, se turnaron para escribir y doblaron sus respectivos pedazos una vez que acabaron. 


—Creo que tengo por aquí un encendedor, no preguntes por qué —le pidió Charlie mostrándole uno de plata, y prendió fuego a la vela de estrella, su cera con partículas brillantes pareció iluminarse entre ellos como si se tratase de un objeto neón en la oscuridad —¿Lista? —Martha asintió, y pronto los trozos de papel se estaban quemando, volviéndose cenizas dentro del frasco. Los dos ahogaron un grito sorprendido al ver lo que acababa de pasar: en lugar de polvo gris y negro opaco, los residuos eran lo suficientemente fulgurantes para hacerlos pensar una sola cosa: polvo de estrellas —Es precioso —murmuró tentado de pasar sus dedos sobre este, tan suave y mágico en sus colores holográficos

—Así es como se ven los deseos... —casi afirmó la ojiazul, igual de perdida en los polvos relucientes que parecían haber caído de las mismas constelaciones. 

Charlie levantó la mirada, dándole a sus orbes esmeraldas el placer de contemplarla a ella y solo a ella. Martha Taffinder era un sueño —Sí, supongo que sí. —le miró profundamente —Las estrellas hoy están de nuestro lado.

—Hablando de estrellas y deseos —comenzó a decir Martha, sirviéndose a ambos refresco espumoso en sus respectivas copas de cristal, pues aunque desconocía las razones, estaba consciente que su amigo no consumía ninguna bebida alcohólica, ni siquiera para brindis —¿Qué te gustaría hacer? Ya sabes, algo que quizá al resto les parecería de lo más tonto y superficial, pero sería como alcanzar el cielo para ti.

Sin sincronizarse, miraron hacia arriba, efectivamente se encontraban debajo de un manto oscuro y estrellado, inclusive la luna podría reemplazar cualquier lámpara de gas en las banquetas (mucho mejor servicio que el alumbrado público). Se lo pensó bien —Pintaría el cielo de todos los colores.

—¿Como un arcoíris?

Charlie negó con la cabeza —Pinceladas, en cada espacio existente de él... ¿y tú? —Martha se giró hacia él, pensándoselo mejor; armó todo el coraje que pudo para poder brotar esas palabras de su boca

—Poder pintarlos contigo —su respuesta le sorprendió —Ya sabes, tengo la ligera sospecha que tú lo haces mejor que yo, y la certeza que juntos somos un buen equipo. —sentía tanta vergüenza que deseó la tierra se la tragara —Vamos, no me mires a mí, te estás perdiendo de una gran vista —señaló por arriba de su cabeza, pero Charlie volvió a negar

—¿Por qué buscaría un cielo si puedo ver tus ojos? —habría pasado por desapercibido si no fuera por Martha teniendo un ligero flashback, como si antes ya hubiera escuchado las mismas palabras; se esforzó por hacer memoria, pero Charlie ya se había adelantado —Eres la primera persona con la que comparto un deseo —en serio todo podía salir excelente o pésimo, mas estaba dispuesto a correr el riesgo —Tengo que admitirlo, temo por eso y el corazón me va a mil por hora —Martha comenzó a reírse, enternecida, y buscó una de las manos temblorosas de Charlie —...Y ahora creo que se saldrá de mi pecho brincando por todo Dieppe —dijo en un susurro

—Ya veremos qué pasa —Martha le guiñó uno de sus ojos azules. 


No obstante, Charlie estaba consciente de lo que sucedía. Le estaba regalando uno de sus miedos, así quizá si lo compartía con ella, dejaría de temer.

Y lo que Martha comenzaba a entender, era que poco a poco intercambiaban más y más. Al final, las cosas terminarían o muy bien, o muy mal, pues el mayor miedo de ambos ya estaba vinculado entre ellos.

Las campanadas que emitió el reloj dorado de Dieppe resonaron por todo el pueblo. Martha bajó del techo sola, y fue a por Delilah, que también estaba bien abrigada del fresco.


—¡Feliz Año Nuevo! —le gritó Charlie desde el borde del tejado, podía apreciarla al otro extremo del jardín, bajo las estrellas, y pensó que era tan hermosa como ellas. No pudo evitar sentirse más enamorado de lo que ya lo estaba

—Solo es una noche más del año —contestó ella rodando los ojos, y tomando a la gata entre sus brazos

Charlie negó, esta vez no podía darle la razón —Pero es una noche más contigo.



Charlie llegó a casa dispuesto a subir las escaleras directo a su cuarto, pero ya era tarde, y la chimenea seguía con el fuego crepitando en la leña. Extrañado, caminó hasta la salita encontrándose con su madre mirando perdidamente a las llamas —¿No puedes dormir? —al instante llamó su atención, la mujer de mechones teñidos negó. Tenía un papel en las manos, pero Charlie no supo qué era; seguramente era algo sin importancia —Iré a prepararte un té, ya vengo...

—Espera —Jeanette dudó si decirle o no, sus dedos temblaban sobre su regazo, así que limpió sus palmas sudadas en la falda, y las escondió —Ven, siéntate. —palmeó el costado del sillón en el que yacía sentada, pero Charlie escogió el que quedaba frente a ella. Jeanette abrió la boca para hablar, mas pronto la cerró, arrepintiéndose de lo que quería decir —¿A dónde saliste? Ya casi no nos contamos nada, cariño, quiero saber qué está pasando de tu vida. Owen me ha dicho que...

—Owen es idiota. —Jeanette rodó los ojos, estaba acostumbrada a eso. Después de lo que parecieron varios minutos en silencio, la incertidumbre de un tema en específico no lo dejaba tranquilo; Jeanette siempre fue una madre a la cual le podrías confiar lo que sea, y no te juzgaría por nada —Conocí a alguien, mamá. —comenzó a decir con voz nerviosa —Creo... creo que me hace feliz. Y la dicha de tenerla conmigo... —no sabía cómo describir lo que sentía tan solo pensar en ella

—Estás enamorado —una pequeña sonrisa fue su respuesta luego de interrumpirlo —Te seré sincera, la primera vez que la vi me pareció curiosa. Nunca pensé que ella sería quien te salvaría —madre e hijo sabían a qué se refería Jeanette, aunque no era un tema prohibido, también era uno que dejaron en el pasado

—¿Cómo sabes quién?

—Charlie, cariño, no es difícil notarlo cuando siempre regresas a casa con esos brillos verdes —añadió Jeanette sin dejar de sonreír —Martha me parece una chica asombrosa, es inteligente y madura... y trajo de vuelta tu sonrisa. Y yo amo tu sonrisa... te amo feliz. Amorcito, ¿has escuchado hablar del lugar seguro que todos tenemos?

—¿Lugar seguro? —la rubia volvió a palmear su lado vacío del sofá, y Charlie se unió a ella, dejándose consentir por su progenitora, que recorría hábilmente con sus dedos el cabello largo y castaño del varón menor de su línea de hijos. Tenía ganas de correr a la cocina por su tijera de costura y cortarle el pelo, pero corría el riesgo de nunca más recibir palabra de su hijo, así que menor no se arriesgó

—Cuando sientes que todo está perdido y te encuentras demasiado débil para levantarte, suficientemente triste que no tengas ganas de intentarlo, o tan perdido que la oscuridad te ciegue... es el lugar al cual podrás regresar siempre. —siguió diciendo —En otras palabras, podría interpretarse como el corazón, pero no se aplica de la misma forma con todas las personas, pues cada una escoge qué será; desde una canción, hasta la persona especial.

—¿Cuál es tu lugar seguro? —inquirió con curiosidad pura, sorprendiendo a Jeanette, claramente no se esperaba esa pregunta

—Más bien quién, tesoro, porque para mí es una persona —Charlie tragó grueso, pues conocía la posible respuesta —Tu padre era un gran hombre, Charlie, han pasado once años y no he podido olvidarlo —le entristeció ver la mirada lúgubre de su madre, llevando el luto a diario

—¿Es por eso por lo que no has querido seguir?

—Lo he hecho, cariño, pero mi lugar seguro también son ustedes.



Aquel fue el último día que las cosas siguieron su curso normal, pues la vida iba contrarreloj. 




"Después de esta noche, seré tu lugar seguro, si decides escogerme"








꧁· Por esta noche — Charlie Gillespie ·꧂


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Frida

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