𝑵𝒖𝒆𝒗𝒆.
Maratón: 2/3.
María Fernández, observaba satisfecha frente al espejo su nueva ropa. Adquirió faldas grises, rojas y negras. También, compró camisas manga larga, todas blancas y dos pares de tacones. Con ayuda de Carlota, logró escoger mejores prendas para salir por un rato de aquel uniforme desgastado. Ya era lunes por la mañana, estaba indecisa por cual falda usar, se midió todas y al ver la hora en su reloj de mano decidió quedarse con la última prueba.
Salió de su habitación, no sin antes tomar la cartera que reposaba sobre la cama. Abrió el refrigerador, y sacó una manzana para comerla en el camino. Llevaba alrededor de la muñeca, una goma y con ella, se ató el cabello en media coleta. Tomó el bus, y media hora después caminaba con afán al elevador de las Empresas San Román.
―Buenos días ―saludó a la recepcionista, quien le correspondió con un movimiento de manos. Llegó a su piso, y corrió a su puesto de trabajo. Reposó el cansancio, sentándose en su silla reclinable y cerró los ojos breves instantes.
―Un minuto tarde, María ―la voz de Esteban, le sobresaltó y enseguida se colocó de pie. Su corazón palpitaba, y el sudor perlaba en su frente, tenía los cachetes levemente sonrosados y las manos le sudaban.
―Lo siento, no fue mi intención ―se disculpó, alisando la falda. Él la escudriño, ella sonrió por lo bajo y San Román le imitó―. No se repetirá. ¿Quiere que prepare los contratos?
―Sí, antes de que los imprimas, necesito que los envíes a mi correo electrónico ―ordenó, pasando su dedo por su barbilla.
―Perdón...pero no tengo un correo ―confesó, y más vergüenza la llenaba. Ambos, se miraban fijamente, cada instante donde ellos cruzaban sus ojos era mágico. Se metían de lleno, en su mundo. Donde solo existen María y Esteban.
―Descuida, en unos minutos creo uno para ti ―dijo, haciendo ademanes, la pelinegra asintió―. Mientras tanto, prepara y edita los contratos.
―Muchas gracias ―contestó, y cada uno regresó a lo suyo.
― ¡Falda roja, maldición! ―exclamó el hombre, al cerrar la puerta de su oficina―. Esta mujer, me va a matar un día de estos, con esa sensualidad que se carga.
La excitación crecía en su interior, su miembro palpitaba dentro de su pantalón y enseguida comenzó a sudar. ¿Cómo era posible, que con solo verla usando un atuendo nuevo, se haya excitado? Fácil, estaba descubriendo el poder que María tenía sobre él, y ella sin percatarse de aquello. Tomó asiento y se tornó doloroso, el no poder saciarse las ganas con ella. Sí, era imposible, solo habían compartido un beso y una cita informal. Él no quería parecer grosero, insinuándose de esa manera. Ya conocían los sentimientos el uno del otro, pero no es lo mismo. Volvió a levantarse, y pasó el pestillo debía deshacerse de aquel bulto entre los calzones. Esta vez, en la comodidad del sofá estiro sus piernas y bajó la bragueta, seguido del cinturón, abrió el pantalón y sacó su polla. Dolía como el infierno, la tenía dura y las venas se le marcaban con fuerza, algunos vellos esparcidos alrededor. Con ayuda de su mano, la atrapó e hizo movimientos de arriba abajo con euforia. Contrajo la cara, cerraba los ojos y cada vez más repotenciaba la actividad.
―María...oh María ―gemía, imaginándola desnuda, debajo de él, en una cama...puesta a su merced―. Dios mío, vamos...
Y sucedió. El esperma salió disparado, salpicando el mueble y la mano. Esteban suspiró, la mar de satisfecho. Regresó a su postura habitual, acomodó su ropa y con unas toallas húmedas que encontró en un cajón, limpió la zona mojada.
Alguien tocaba la puerta, agradeció al cielo haber terminado de auto satisfacerse.
―Pasa ―indicó él, recordando que debía crear el correo para su asistente.
―Tengo listos los contratos ―apuntó la pelinegra, sin entrar del todo.
―Surgió un imprevisto, y no pude crear tu mail ―verbalizó, trabajando en la creación del mismo―. En cinco minutos, te alcanzo.
―Con permiso ―habló, y regresó a su escritorio.
Fernández, se percató de la actitud de su jefe y su subconsciente la hizo reír. Se veía cansado, por un segundo imaginó que podría estar haciendo... ¡No! Esteban, era una persona muy correcta. No lo creía capaz, de hacer ese tipo de perversiones dentro de la compañía. Pasó los minutos, leyendo acerca de la carrera que mañana iría a inscribir. Eso era un sueño, que se le iba a cumplir, se graduaría en Finanzas, como tanto anheló durante su adolescencia.
―Aquí tienes, tu correo y contraseña. ―El sujeto, extendió un papel rasgado con la anotación de esos datos. María, permanecía sentada y él tuvo que agacharse un poco, quedando así con la vista clavada en las piernas descubiertas de su asistente. Resopló, sintiendo renacer el placer que antes sació. Procuró enderezarse, y carraspeó.
―Okey, gracias ―dijo ella, con inocencia. Esteban regresó a su cueva, y ella abrió el mail. Carlota, le había enseñado a usar la página y por eso no se complicó al momento de enviar los contratos.
La tarde corrió, acompañada de una lluvia torrencial. Los bajones de luz, se hacían notar asustando a cada trabajador de la empresa. Esteban ordenó, cerrar el ascensor con el fin de evitar una desgracia. Ninguno tenía mucho por hacer, así que el pelinegro tomó la iniciativa de empezar una conversación con María vía internet. Rogó, porque ella tuviera el correo abierto.
De: estebanSRsa@hotmail.com
Para: mariaferSR@hotmail.com
¿Cómo estás? ¿Tienes frío? La lluvia no parece cesar.
El pitido del computador, espabiló a la muchacha que poco a poco se estaba quedando dormida sobre su mano. Buscaba el origen del sonido, hasta que advirtió un asterisco en el monitor. Cliqueó y abrió el mensaje. Se fijó en el nombre de su nuevo correo y frunció el entrecejo.
― ¿Por qué usó SR? ―formuló, en voz baja―. Qué lindo, ja.
Leyó el mensaje y su corazón saltó, nuevamente esos nervios asaltaron su estómago y la alegría se adueñó de su ser. ¡Él se preocupó! La verdad, amaba el frío. Por eso, no tenía tanto, más bien le ayudaba a dormir. Contestó, luego de leerlo varias veces.
De: estebanSRsa@hotmail.com
Para: mariaferSR@hotmail.com
Estoy bien, gracias ¿y tú? El frío es mi mejor amigo, pero estoy muriendo de sueño. Espero que deje de llover, y así irme a dormir a mi casa.
Ojeó su reloj de mano, seis y treinta. En media hora, se iría a su casa.
Esteban soltó una risotada, por la espontaneidad de ella. Apuró en responderle, eso se estaba poniendo buenísimo.
De: estebanSRsa@hotmail.com
Para: mariaferSR@hotmail.com
El sofá de mi oficina se ve apetitoso, son solo treinta minutos de siesta. Tranquila, tu jefe no te correrá, eso te lo aseguro.
Titubeó un segundo, recordó los consejos de Carlota y volvió a sentarse de golpe en la silla. Realizó un ademán, para responder aquel mensaje, pero lo pensó mejor. En menos de lo esperado, se encontraba tocando la puerta del despacho.
―Adelante ―afirmó Esteban, satisfecho de lograr su cometido―. Debes estar cayéndote de sueño, eh ―bromeó, lanzándole esa sonrisa de galán, que derretía a María.
―La verdad, si ―contestó, devolviéndole el gesto y mirándolo con lujuria... ¿¡lujuria!?
¿De cuándo acá, tú sientes esas cosas?, se preguntó en su interior.
Él se levantó, y se acercó a ella tomándola por los brazos. La pelinegra, sintió morir y revivir.
―Pues acuéstate, no pasa nada ―aseguró, señalándole el mueble donde antes se masturbó. La detalló una vez más, y tragó saliva, esa mujer tiene que ser suya, a toda costa. Está enamorado, le gusta, le...le fascina y hará todo para ganársela.
María obedeció, y recostó su cabeza en la posa brazos, cerró los ojos e intentó relajarse. Falló, pues el hecho de tener a su adonis, observándola la ponía nerviosa. De por sí, su corazón no paraba de latir desenfrenado, sus piernas temblaban y el vacío en el estómago no se iba. Verdaderamente, estaba enamorada.
¡Al diablo los consejos! Ella, dejaría todo por ese hombre.
― ¿Estás incómoda? ―interrogó Esteban, al ver que María daba vueltas por doquier.
―Sí ―dijo―. ¿Puedes...puedes venir?
Eso era lo que él necesitaba.
Se acercó a ella, a la velocidad de la luz y tomó asiento a su lado.
―Mira, no sé cómo tú veas una relación entre empleada y jefe, pero a mí me importa muy poco ―sinceró el pelinegro, viéndola fijamente―. Me gustas, ya lo sabes. Y quiero salir contigo.
―Oh... ―fue lo único que articuló. La sorpresa, de escucharlo confesar otra vez sus sentimientos la embargó. Le sonrió, últimamente lo hacía demasiado. Ese era el efecto llamado Esteban San Román. La mujer, quería decirle algo lindo de vuelta. No obstante, las palabras no salían. Así que, hizo algo mejor. Lo cogió por las solapas, y lo atrajo a su cara, chocando sus labios. De inmediato, él abrió la boca e introdujo su lengua en ella, saboreándola y disfrutándolo en el proceso. Ladeaban la cara, se movían en sincronía y las manos de ella vagaron por las hebras oscuras del sujeto, mientras que él las reposaba en la cintura de María. Amaba esa curvatura, le sentaba perfecta.
―Es una divinidad, que me beses ―susurró Esteban, contra la hinchada boca de la pelinegra. Acto seguido, le propinó un cálido beso.
―La lluvia no ha cesado, mira ―comentó, abrazándolo. No sentía pena ahora, más bien una confianza se apoderó de ella y quiso aprovecharla.
―No importa, ese sonido es hermoso ―aportó, dándole un beso en la coronilla―. Oye, ¿quién te regaló los chocolates?
―Sigo sin saberlo, ¿por qué, piensas tanto en eso? ―cuestionó, confundida.
―Bueno, mi meta es que seas mi novia, y luego mi mujer ―respondió, con un deje de tranquilidad―. Necesito estar enterado, de los rivales que tengo.
―Apenas lo sepa, te lo diré ―aseguró―. Pero, yo solo quiero contigo, no deberías preocuparte por los demás hombres.
―Escuchar eso, me da una paz inmensa ―profirió, apretándola contra él.
Pasaron esos treinta minutos así. Llenándose, con el silencio y uno que otro beso. Esos dos, estaban muy cerca de unirse, pero Esteban llevaría todo con calma. María, merecía ese proceso de conquista, anhelaba ganársela por completo. Tener absolutamente todo de ella, su amor, su cuerpo, sus gustos, conocerla de pies a cabeza.
Sí, encontró a la mujer perfecta.
―Mañana llegaré un poco tarde ―informó la pelinegra a su jefe, mientras salían de la compañía. Ahora, solo caían chubascos.
― ¿Por qué?
―Me inscribiré en la universidad ―contestó, sacando una sombrilla de su cartera.
―Guao, me alegro mucho. ¿Qué vas a estudiar?
―Finanzas.
―Ya sé, quien me ayudará con mis Empresas ―farfulló Esteban, carcajeándose. En realidad, aquello lo dijo muy en serio―. ¿Me dejarás llevarte a tu casa?
―No lo creo, vivo a las afueras de la Ciudad ―comunica ella, a punto de abrir su paraguas. Él, la detiene de su caminar, cerrándole una mano en el delgado brazo.
―Una vez, te dejé marchar en taxi; no pienso hacerlo de nuevo. Te vienes conmigo ―espetó, sin soltarla.
Esteban le quitó la sombrilla y la destapó, ambos se adentraron y se dirigieron al auto de él.
Solo iban ellos dos, el chofer no lo necesitaba.
Como una de sus tantas costumbres, el pelinegro encendió la radio y buscó una buena emisora.
― ¿Te molesta la música? ―le preguntó a María, que se terminaba de colocar el cinturón de seguridad en el asiento de copiloto. Ella negó y le sonrió de boca cerrada.
―Me encanta escucharla, me relaja ―confesó, recostándose mejor.
―A mí igual ―dijo Esteban, dando rumbo a casa de su secretaria―. Me vas indicando por donde conducir.
―Cuando llegues al Walmart de la cuarta, sigues derecho ―croó la joven, encogiéndose de hombros―. Aunque, para llegar a la cuarta avenida faltan aproximadamente treinta minutos.
―Eso es lo de menos, la música, la lluvia que parece cesar y tú, son mi mejor compañía ―alagó, sin quitar la vista del frente. María se estremeció.
Yo te daré todo lo que puedo dar
Y tú no te decides, tienes miedo a qué?
Sé que no soy perfecto, creo que nadie lo es
Pero eso sí, te aseguro, que soy capaz de amar
Yo te ofrezco una vida sin temores
Si cualquiera puede cometer errores
Sólo acepta mi mano y acércate a mí
Y desde este momento descansa en mí
Descansa tu amor en mí, deja que yo cuide de ti
Descansa tu amor en mí, yo también necesito de ti
Descansa tu amor en mí, yo sabré como hacerte feliz.
La canción era perfecta para ese momento. Esteban la tarareaba, era una clara señal para la chica que iba a su lado. Él, no pudo estar más encantado con lo escuchó.
―Descansa tu amor en mí, y rompe la soledad ―María cantaba muy inspirada, su jefe no lo sabía, pero el género balada – pop era su favorito―. Todo nuestro tiempo, será solo para los dos.
―Guao, no me esperé que te la supieras ―dijo, asombrado y fascinado a la vez.
La pelinegra se sonrojó, y le dedicó una mirada.
―Me gusta mucho ―agregó.
El resto del camino, transcurrió en un cómodo silencio que solo era interrumpido por la radio. Al llegar al súper mercado, María indicó con especificaciones la dirección de su casa. San Román, estacionó frente a la humilde morada.
―Gracias por traerme ―profesó la pelinegra, lista para bajar del auto.
―Acostúmbrate ―advirtió Esteban, dándole un pico―. A partir de hoy, no te dejaré ir en ningún aspecto.
―Buenas noches, descansa ―se despidió, acariciándole el rostro con la yema de los dedos.
Él la vio entrar a su casa, y suspiró como lo que es: un hombre enamorado.
Luego de cerrar la puerta, y pasarle llave María soltó ese grito cargado de felicidad y una dicha inexplicable.
― ¡Esteban San Román es mío! ―exclamó. Aunque no es literalmente, ella estaba muy segura que pronto así sería. Ese sujeto, era suyo de sentimientos y es más que suficiente.
la canción: Descansa tu amor en mí - Franco De Vita.
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