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20: ¿Terry? No. ¿Briand? Sí.

Frank salió apresuradamente del departamento, decidido a enfrentar a Pete Terry y poner fin las estupideces de ese Caballero. Se dirigió al estacionamiento donde tenía guardada su motocicleta, su fiel compañera en momentos de necesidad. Sus manos le temblaron un momento, pero de la molestia que sentía. Sacó las llaves de su bolsillo y desbloqueó la moto.

Justo cuando estaba a punto de montarse en ella, una sombra oscura e imponente se cernió sobre él. Frank levantó la mirada y se encontró con los penetrantes ojos del Duque Jerome Briand. La reputación del duque precedía a su presencia, y su aspecto imponente solo aumentaba su aura de misterio y poder.

Frank se vio sobrecogido por una mezcla de sorpresa y cautela al encontrarse con el Duque Jerome Briand en aquel lugar y en ese preciso momento. Conocía de los intrincados secretos que rodeaban a la poderosa familia Briand, secretos que se remontaban a los años del reinado de la ex Reina Imperial rusa. Cada vez que se cruzaba con el duque, experimentaba un escalofrío recorriéndole la espina dorsal. Aunque solo habían interactuado en contadas ocasiones, la mirada inexpresiva del duque y su sonrisa enigmática le helaban la sangre.

Desde el principio, Frank había enfrentado dificultades al tratar con el duque. Prefería evitar cualquier tipo de contacto visual con él, pero dadas las circunstancias, eso resultaba prácticamente imposible. El temor que experimentaba hacia Jerome estaba arraigado en la compleja personalidad del hombre. Aunque podía mostrarse afable y sonriente en apariencia, sus ojos revelaban una historia muy distinta. Frank detestaba no poder adentrarse en la mente del padre de Celio y comprender qué pensamientos y motivaciones lo guiaban.

Cada encuentro con el duque era una prueba de resistencia para Frank. No sabía si podía confiar plenamente en Jerome o si debía permanecer en constante alerta ante sus intenciones ocultas. La incertidumbre y el misterio que envolvían al duque lo mantenían en vilo, alimentando su inquietud y añadiendo un elemento adicional de tensión a la situación.

Frank quedó desconcertado por la presencia del Duque Jerome Briand frente a él, con una sonrisa enigmática en sus labios. La apariencia andrógina, pero inquietante del duque, dejó a Frank, sin palabras, incapaz de articular una respuesta adecuada. Los ojos celestes de Jerome se clavaron en él, como si estuviera buscando algo en su interior.

—¿Qué tal, Frank? —saludó el duque, manteniendo su sonrisa mientras observaba directamente a los ojos del rubio, como si intentara leer sus pensamientos.

—D-Duque... —balbuceó Frank en un susurro apenas audible, su voz temblorosa ante la presencia imponente del hombre de baja estatura.

Jerome respondió con una mezcla de amabilidad y frialdad en su tono.

—No tienes por qué estar nervioso. Estoy seguro de que tu pequeña escapada a altas horas de la noche está relacionada con Pete Terry, ¿me equivoco? —inquirió, manteniendo su mirada fija en Frank.

—No... no se equivoca —confirmó Frank, su voz débil y entrecortada.

El duque asintió con satisfacción.

—Perfecto —dijo Jerome, buscando algo en el bolsillo de su chaqueta—. Como Celio parece estar profundamente dormido, dejaremos la conversación para más tarde. Frank, cuando mi hijo despierte, llévalo a casa. Hay muchas cosas que deben ser explicadas, incluyendo esas manchas de sangre en tu chaqueta. Puedo asegurarte que no son tuyas, sino de Celio —explicó con seriedad, aunque una leve sonrisa afloraba en sus labios. Frank se miró y notó las manchas, sorprendiéndose por la agudeza del duque al percatarse de ese detalle—. Pero no te preocupes, no creo que hayas sido tú quien le hizo daño.

La mirada perspicaz del Duque Jerome Briand generaba un sentimiento de temor en Frank. Era consciente de que aquel hombre tenía una habilidad especial para discernir la verdad, incluso en los detalles más insignificantes. Aunque su presencia resultaba intimidante, Jerome transmitía una extraña mezcla de autoridad y comprensión.

Frank asintió lentamente, con su expresión seria y sus manos aferradas al manubrio de su motocicleta. Observó en silencio cómo el Duque Jerome Briand se dio media vuelta y se dirigió hacia el imponente automóvil negro que lo esperaba cerca. Aunque Frank estaba inmerso en sus propios pensamientos, solo en ese momento se percató de la presencia del vehículo. Era como si la figura del padre de Celio fuera tan deslumbrante que había eclipsado todo lo demás a su alrededor.

Celio despertó sobresaltado por el insistente sonido de su teléfono. Apenas eran las diez de la mañana, pero la llamada parecía urgente y persistente. El chico se giró en la cama, buscando desesperadamente silenciar el ruido, cubriendo sus oídos con una almohada. No se percató de la presencia de Frank en la habitación, y su cabeza latía con dolor solo de escuchar el tono de la llamada.

Finalmente, resignado, Celio se puso de pie y contestó la llamada, que resultó ser de su padre. La conversación fue breve, y el pelinegro colgó el teléfono lentamente, con una expresión de molestia y fragilidad. En ese momento, Frank entró en la habitación, su rostro serio reflejaba la gravedad de la situación. Celio observó el dispositivo en sus manos y suspiró.

Frank lo saludó con una pregunta sobre cómo se sentía, a lo que Celio encogió los hombros y tocó su rostro con cansancio. Sus palabras sonaron apagadas y débiles. Agradeció cuando Frank le ofreció un vaso de agua, tomando un sorbo para aliviar su garganta reseca.

Frank se acercó un poco más y comenzó a hablar, manteniendo su mirada fija en los ojos de Celio.

—Será mejor que te prepares —aconsejó Frank en un tono sereno—. Tu padre prácticamente me ordenó llevarte a casa cuando despertaras. De alguna manera, se enteró de lo que pasó.

Celio no pudo evitar mostrar su sorpresa, lo cual provocó que se atragantara con el agua. Frank rápidamente lo ayudó a recuperarse, sentándolo y dándole palmaditas suaves en la espalda hasta que se calmó.

—Ese hijo de... —murmuró Celio mientras intentaba regular su respiración—. No puedo decir si es muy astuto o muy estúpido —agregó con frustración en su voz—. Pero eso no importa. El verdadero problema aquí es...

Celio miró a Frank y luego bajó la cabeza, resignado a su situación.

—Mierda, como sea —continuó—. Iré solo, no tienes que...

Sin previo aviso, Frank agarró los hombros de Celio, silenciándolo por completo. El pelinegro lo miró interrogante, pero el rubio se mantuvo firme, sosteniéndolo durante unos segundos.

—Lo siento mucho, pero la invitación de tu padre también aplica para mí —confesó Frank, logrando que Celio se levantara abruptamente de la cama en respuesta a la revelación. Sin embargo, Celio se dio cuenta de que en ese momento no podía hacer nada para evitarlo. No era como si pudiera atar a Frank y encerrarlo en la habitación. Podía aceptar o rechazar la invitación.

—Decidí ir —afirmó Frank con determinación—. Así que, apúrate, iremos en mi moto.

Celio se encontraba en una encrucijada, pero sabía que no tenía muchas opciones. Suspiró resignado y se dirigió hacia el armario para prepararse. Aunque no estaba del todo convencido de la presencia de Frank en ese encuentro con su padre, comprendía que la situación era delicada y necesitaba todo el apoyo que pudiera obtener.

Mientras ambos se apresuraban a prepararse, el ambiente estaba cargado de tensión y expectación. Sabían que el encuentro con el Duque Jerome Briand sería crucial. Con un nudo en el estómago, Celio se montó en la moto de Frank, listo para enfrentar lo que les esperaba en el camino hacia la casa de su padre.

¿Venganza? Sí, VENGANZA.

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