18: Sangre y heridas.
Lleno de ira y resentimiento, Pete Terry avanzó hacia Celio con paso decidido. Sus puños estaban apretados con fuerza, y su mirada reflejaba una determinación despiadada. No había lugar para la razón ni la empatía en ese momento, solo el deseo de hacerle pagar a Celio por todas las ofensas y humillaciones sufridas.
Celio, sorprendido por la repentina agresividad de Pete, no tuvo tiempo de reacción. Antes de que pudiera siquiera levantar una mano para defenderse, los puños de Pete impactaron con violencia en su rostro una y otra vez. Los golpes eran rápidos y contundentes, dejando a Celio indefenso y aturdido.
El sonido de los puñetazos resonaba en el aire, mezclado con los gruñidos de Pete y los gemidos de dolor de Celio. Cada golpe era una descarga de ira acumulada, una forma de desahogo para Pete, pero también una tortura para Celio, quien solo podía soportar los golpes sin poder ofrecer resistencia. Aun así, no quiso darle el gusto a Terry y empezó a reír.
Pete estaba malditamente perdido en su rabia que aquello solo le produjo cosquillas para nada agradables en su estómago. Así que, golpeó el abdomen del chico, buscando que dejara de burlarse. Le tiró los anteojos de otro golpe y le provocó sangrados en varios lugares. Pero, ni así, la risa y mirada altanera del duque se perdían.
El ataque continuó durante unos angustiantes segundos que parecieron una eternidad. Cada golpe era un recuerdo de la amargura y el resentimiento que Pete sentía hacia Celio, pero también una muestra del descontrol y la crueldad que habitaban en su interior. No estaba acostumbrado a la humillación y rechazo, así que, solo podía ver al pelinegro como una amenaza, un peligro que debía eliminar. Sus pensamientos solo podían encontrar esa solución a la nueva sensación.
Finalmente, Pete se detuvo, agotó y con el alivio momentáneo de haber descargado su ira. Miró a Celio, cuya figura yacía en el suelo, ensangrentada y derrotada. Una mezcla de satisfacción y desprecio se reflejó en los ojos de Pete, creyendo que había logrado imponerse sobre su enemigo.
Entonces, la racionalidad capturó a Terry y lo abrazó, quitándole el aire. Sus cinco sentidos lo atacaron cuando observó, de nueva cuenta, la figura tirada a sus pies. No podía creer que le había hecho eso a alguien que no podía defenderse. Se asustó tanto que no supo qué hacer al ver la sangre, mancharle las manos y salpicar el suelo.
Quiso acercarse y comprobar si el chico todavía respiraba porque, consciente, no estaba. Se agarró la cabeza y levantó lentamente los cabellos negros para toparse con más sangre y un rostro sin reacción alguna. Y, en medio de su agonía silenciosa, escuchó los pasos de alguien que se acercaba con rapidez. Su mente dio un vuelco y solo atinó a salir corriendo del lugar.
El encuentro violento entre Pete y Celio dejó cicatrices emocionales y físicas, pero también fue un llamado de atención para ambos. Era evidente que la violencia no era la solución, y ahora deberían enfrentarse al desastre que armaron.
Frank corrió hasta el estacionamiento y no pudo encontrar ni un alma en el desolado lugar. Aunque logró escuchar los pasos de alguien que se marchaba corriendo, no pudo de dónde provenían. Siguió a paso lento con la idea de que Celio ya se había marchado. Mientras caminaba, piso vidrio de alguna botella que debieron romper los de la fiesta. No le prestó atención y siguió con lo suyo.
De repente, el sonido de un quejido lo alertó casi al instante. Incluso, por el eco, logró saber de dónde provenía. Sin pensarlo dos veces, corrió hasta la esquina del lugar. No había mucha luz, así que, dio pasos seguros. Sin querer pateó algo y, de reojo, notó la figura de alguien que estaba tirado contra uno de los pilares de concreto.
Su corazón dio un vuelco cuando, al acercarse, notó que la persona se trataba de Celio. Estaba totalmente golpeado y sin conciencia. Le levantó el rostro con suavidad y vio que la sangre seguía escurriendo de su nariz y boca. Y, sin esperarlo, los ojos rojizos lo miraron con cansancio y dolor.
—¿Qué? —inquirió el pelinegro, mostrándose violento y arisco. Empezó a removerse con dificultad y gruñó del dolor, pero se empecinó en levantarse. Aunque, al momento de querer mover sus piernas, estas no le respondieron, pues estaban entumecidas por los golpes que recibió en su estómago. Frank quiso ayudarlo, pero Celio lo alejó con brusquedad—. Nadie pidió tu ayuda, así que, quítate —se quejó y el rubio pudo saber que el chico estaba totalmente ebrio.
Celio se puso de pie y se tambaleó. Se recargó sobre sus rodillas y tosió un poco hasta soltar algo de sangre. Al enderezarse, un mareo lo atacó y estuvo a punto de caer, pero Frank lo sostuvo desde sus hombros.
—Deja de ser tan terco y espera aquí, iré por mi moto —masculló Frank al verlo en ese estado. Se sentía furioso por lo que le habían hecho, pero estaba demasiado preocupado por el duque también.
—¡Que no quiero tu ayuda! —le gritó Celio, apartándose de él—. ¡Además, ¿tú qué?! —espetó y empezó a caminar en dirección a la salida del estacionamiento.
Frank lo siguió, no sin antes levantar sus anteojos del suelo, los cuales, estaban bastante rayados, pero no rotos. Servirían, pero no se los daría ahora que el chico quería irse en ese estado.
—Cállate y ven aquí —habló Frank y tomó al chico desde la cintura para cargarlo hasta el lugar donde había dejado su motocicleta. Claro que el pelinegro no para de gritar y maldecir, pero, al menos, no se movía demasiado.
Al encontrar su moto sentó al chico en ella, aunque, apenas lo soltó, Celio quiso bajarse. Frank lo retuvo y se subió detrás. Ni por asomo dejaría que fuera atrás, probablemente, Celio se lanzaría en cualquier curva que hicieran. Encendió el motor y condujo con destino a su departamento.
Al llegar al lugar, Frank tuvo que hacer malabares para que Celio bajara sin empezar a gritar y acusarlo de secuestrador. Después de tantos golpes y gritos que le propinó el duque, lo lanzó dentro del departamento oscuro.
El rubio encendió la luz, pero el pelinegro no se movió de la entrada. Empezó a tambalearse y tosió una vez más. Frank, de repente, recordó que el chico no llevaba sus anteojos, así que no estaba viendo nada claro. Rápidamente, los tomó y se acercó al chico para colocárselos sin dañarlo en el proceso.
Celio, con su visión mucho más clara, divisó a Frank, justo en frente de su rostro. No pudo saber por qué estaba ahí, pero no negaría que estaba feliz de verlo. Con determinación, tomó el rostro del más alto y lo besó con desesperación. Le dolió muchísimo, puesto que su labio estaba partido, pero no le importaba si podía sentir el sabor de Frank nuevamente.
Lo atrajo atrapando el cuello de su camisa entre sus dedos y lo acorraló en ese beso cargado de deseo y angustia. Frank no quería ceder, su prioridad era curar a Celio, pero este no cooperaba en nada. Solo pudo disfrutar, por un momento, aquel beso hasta que sintió el sabor característico de la sangre en su boca. Detuvo a Celio de golpe y pudo ver que su labio sangraba de la herida reciente.
Y, de un momento a otro, totalmente inesperado, Celio rompió en llanto.
¿Lloró? Impresionante.
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