#11: Cautivo.
—Es usted, Reina —murmuró Jerome. Aunque, debido a la inexistente iluminación, no podía ver su rostro, solo escuchó una risilla para nada agradable. Se asustó y eso era mucho decir, pues él no solía temerle a casi nada, le era fácil calmarse en situaciones complicadas y pensar, pero ahora estaba asustado y no podía pensar del todo bien.
—Ya deben estar buscándote. Me gustaría entregarte ileso, pero si intentas algo estúpido, te regresaré en pedazos —amenazó Ágata mientras encendía un cigarro. En eso, un par de sujetos llegaron y encendieron la luz. Era poca, pero Jerome ya podía ver a su secuestrador.
—¿Cree que saldrá impune solo por devolverme ileso? Es un chiste. —Sonrió Jerome—. Al secuestrarme, entenderá, que no puede dejarme con vida.
—Engendro insolente. Eres igual de testarudo que tu padre —musitó la Reina y le dio una calada a su cigarro. Luego, les hizo una seña a los tipos detrás de ella. Ambos asintieron y se aproximaron al Duque—. Ninguno puede mantener la boca cerrada. La gente bonita debería solo callarse y verse bien.
Los dos sujetos vestidos de negro, sujetaron a Jerome y lo obligaron a arrodillarse frente a Ágata, quien sonrió satisfecha.
—Esa es la postura que la familia Briand no conoce. Y está bien, domar a las bestias salvajes es un deleite en toda la extensión de la palabra —habló Ágata y se carcajeó. Veía el intento inútil de Jerome por soltarse y eso le hacía sentirse bien. Era un niño enérgico, pero solo eso. No ganaría.
—Hágame un favor —susurró Jerome y pateó a uno de los sujetos. Este cayó abruptamente y el Duque siguió luchando hasta deshacerse del otro—: Y cállese, señora. Es increíble lo mucho que le gusta escucharse, decir tonterías —dijo estando ya de pie, sonriendo con altanería.
Ágata frunció el ceño y llamó al resto de hombres que tenía esperando órdenes. Todos se acercaron corriendo y se abalanzaron sobre el chico, quien no pudo defenderse nuevamente.
—Por ahora, no lo maten —sentenció la mujer mientras pisaba la colilla de su cigarro y disfrutaba de oír los golpes que recibía el Duque—. Te diré una cosa, Duque Briand, acaba con esa tonta relación y te prometo que aquí terminará toda esta disputa —comentó, haciéndoles una mueca los hombres que golpeaban al joven Duque. Todos se detuvieron y ella sonrió al ver que Jerome bajó la cabeza. Él tenía heridas por todo su cuerpo y tosía escupiendo sangre, pero su rostro estaba intacto—. Bien, sería un desperdicio arruinar tu bonito rostro, ¿verdad? —se burló Ágata y solo recibió una mirada afilada, molesta y asustada. Le pareció algo adorable.
Jerome no dijo más y el castigo continuó durante horas. La Reina se ausentó mucho tiempo luego de dejar planeado algo, sin embargo, Briand no podía prestar atención, el dolor se lo impedía. Estaba seguro de que tenía más que un simple raspón, pero no le importaba. Solo tenía que aguantar hasta que lo soltaran con la promesa de que terminaría con Lenin. Pese a todo lo que le estaban haciendo, él no renunciaría, nunca lo hizo y no lo haría ahora.
Llevaba poco tiempo junto a Lenin y su relación ni siquiera había avanzado lo suficiente, pero sabía que desde el momento en que se le confesó, Lenin había dado un gran paso. Y no iba a dejar que él retrocediera de nuevo por culpa de su madre.
Simplemente debía resistir.
La casa era un caos; hombres corriendo de un lado a otro, una mujer mayor lloraba desconsolada en una esquina, oficiales de policía le hacían preguntas y Luc al teléfono, esperando alguna información de su hijo.
—Señora, estamos haciendo todo lo posible para encontrar a su hijo.
Las palabras le sonaban vacías al cabeza de la familia, él no era un hombre paranoico ni nada parecido, pero era suspicaz. Contactó nuevamente con su equipo de seguridad, pero ninguno supo decirle algo relevante.
—Deben estar bromeando. Mi hijo lleva cuatro horas desaparecido y eso es lo único que han dicho en las últimas dos horas. Si realmente estuvieran haciendo todo lo posible, ya tendrían que saber la dirección en que se lo llevaron, el modelo de la camioneta o que se encontró un cadáver sin identificación, que podría ser fácilmente del servicio secreto imperial —musitó Luc y todos los presentes lo observaron.
—¡No puede afirmar algo así, señor! —protestó uno de los oficiales, el más alto para ser precisos—. La Reina jamás incitaría semejante atentado contra su hijo-
—¿Afirmar? Yo nunca lo hice, al contrario, lo hizo usted —refutó Luc, logrando captar el nerviosismo del oficial. Malditos títeres—. ¿Jamás? No me hagas reír —gruñó y se acercó al hombre que le discutía—. No seas estúpido.
Luc Briand tomó su abrigo y salió de la casa luego de despedirse de su madre. Parte de sus hombres se quedarían a cuidarla, mientras que el resto lo acompañarían. Tenía que reunirse con el otro equipo que fue en busca de pistas. Lo último que supo fue que el paradero de Jerome era confuso, pero tenían una ligera idea.
Al llegar al sitio designado, se encontró a sí mismo parado en lo que fue un campo de batalla; sangre, autos destrozados, muertos. Bueno, era el lugar del secuestro. Sin embargo, su equipo de seguridad no se encontraba allí, mejor dicho, estaban, pero no con vida. Los habían asesinado a todos. Era una maldita masacre.
—Comunícate con la familia Klein. Nos están cazando —le habló a uno de sus hombres, quien asintió y corrió hacia dentro de la camioneta.
Bien, ¿qué haré con todo esto? Murmuró Luc en silencio. Meditó las cosas hasta que se le ocurrió algo. No sería sencillo, pero dadas las circunstancias, era el camino más viable. Sus pensamientos se mezclaron con las imágenes de su hijo, estaba realmente preocupado. Vio su rostro sonriente y su corazón se encogió.
—¡Señor! —gritó uno de sus guardaespaldas. Era del grupo que corrió hacia el pequeño bosque, a un costado de la carretera. Luc giró para saber qué sucedía y no pudo ocultar la sorpresa que le dio ver a su hijo en los brazos del guardia—. ¡Lo encontramos bosque adentro!
—Jerome —murmuró y corrió a ver al chico. Estaba herido e inconsciente, no había marcas visibles de fracturas o contusiones, aun así, Luc ordenó que se trasladara a su hijo al hospital.
Todos subieron a los coches a excepción de un grupo, el cual se quedó a poner orden, mientras que Luc llevaba a su hijo en su regazo, rogando porque sus heridas no fueran demasiado graves. Lo abrazó suavemente, evitando que el ajetreo le causara más dolor. Notó las marcas de ataduras y se sintió peor.
—P-papá —masculló Jerome, asustando a Luc—. N-no puedes hablar de esto con nadie. S-si lo haces, él será quien termine peor... T-tengo que salvarlo.
¿Qué les pareció este capítulo? ¿Qué creen que suceda?
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