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Sweet Little Words

Los personajes no me pertenecen
~×~

La ansiedad mordía como una bestia. Una de las feas, como una acromántula, con sus ocho inmensas patas peludas y ese montón de ojillos rojos. Se le había instalado en el pecho y le aguijoneaba el corazón, su veneno la estaba matando y ni siquiera había desayunado todavía.

Era viernes, veinte de diciembre, del año mil novecientos setenta y... Algo. Siete de la mañana y cuarenta minutos: el Gran Comedor estaba abarrotado, y Alexandrine Victoria Hundsstern (Alex para los amigos... Los pocos que tenía... Y que decidían llamarla así) luchaba por contener la crisis ansiosa en un rincón de la mesa de Slytherin.

Allá, exactamente del otro lado del comedor, el causante de su angustia estaba sentado tratando de equilibrar una copa sobre un plato vacío en un tenedor que sostenía con la nariz. Alex se mordió los labios.

—Deja de mirar a Potter así, idiota, que me vas a llenar de baba —escupió Severus frente a ella, al otro lado del mesón.

Alex se volvió a mirarlo.

Su amigo, si es que podía llamarlo así, estaba sentado con un libro entre las manos, casi pegado a su nariz, y las negras cortinas de cabello graso le ocultaban de su escrutinio. No se movió a pesar de saber perfectamente que ella lo estaba mirando.

—¿Fui muy obvia? —preguntó.

Severus pasó la página sin salir de su cortina de cabello.

—Como un jarvey* mirando a un gnomo —escupió de malas pulgas—. De hecho, te le pareces bastante, ahora que lo pienso.

—¿A un jarvey?

—A un gnomo —Cerró el libro y levantó la nariz ganchuda para confrontar a Alex, sosteniendo su mirada con aquel par de crueles ojos negros—. Pero no de los de verdad. Más bien me recuerdas a esos gnomos de jardín muggles, los que tienen gorros en punta y sonrisa tonta.

—Y tú me recuerdas a una víbora, tarado —escupió al vuelo. Snape sonrió al oírla.

—No me digas que herí tus sentimientos —se burló con frialdad. Alex no se molestó en apretar los labios.

—¿Mis sentimientos? ¿Por qué me heriría cualquier cosa que diga un duende mega crecido con ínfulas de intelectual?

Snape soltó otra risa por la nariz mientras metía el libro de pociones de regreso en su mochila, y apartaba su plato para que no le salpicara sirope de calabaza cuando apareciera el desayuno. Luego se cruzó de brazos con suficiencia.

—Tienes una cara horrible. ¿Otra vez no dormiste por fantasear con los hijos estúpidos que tendrás con Potter?

—No, es que estabas diciendo tan fuerte el nombre de Lily mientras te manoseabas que no pude dormir.

Ambos se quedaron callados sin dejar de mirarse mientras la mesa de Slytherin se comenzó a llenar. Cuando el ruido del comedor se hizo tan alto que era difícil oír sus propios pensamientos, ambos suspiraron pesadamente, aburridos, y se inclinaron sobre la mesa para poder hablar apoyados en los codos.

—Creo que hoy sí me le voy a declarar —Dijo Alex manteniendo el tono de voz lo bastante bajo como para que solo Snape pudiera escucharla.

—¿Como el lunes, la semana pasada, hace un mes y el año pasado? —preguntó de vuelta—. Deja de torturarte a lo idiota y mejor ríndete. Te haces daño sola.

—Me hace más daño mirarlo desde lejos nada más —gruñó—. No puedo guardarme esto un segundo más, o me volveré loca. Ya no quiero ser solo su amiga. Este sentimiento me va a hacer explotar el pecho: ¡creo que me volveré loca!

—Lo que estás es tonta —rodó los ojos—. Es un flechazo nada más. Eres una adolescente, no es como que vayas a estar toda tu vida traumada con Potter. Además, es un imbecil. Búscate algo mejor. Hasta tú mereces algo mejor.

Se echó hacia atrás y se cruzó de brazos, pero Alex terminó por derrumbarse sobre la mesa, agotada.

—Para ti es fácil decirlo —Respondió con la cara contra su plato, de manera que se le habían torcido los gruesos anteojos sobre el puente de la nariz—. Tú sabes que le gustas a la chica que te interesa. Si quisieras podrías ir y decirle, y la respuesta sería un sí asegurado, pero yo tengo las de perder. No es como que a un muchacho como él le gusten las flacas malhabladas de anteojos. Quizá deba hacerte caso y rendirme.

—¿Quizá?

Alex se levantó de golpe.

—¡Es que me vuelvo loca con cada día que pasa!

—Tu tolerancia a la incertidumbre apesta —Se quejó Snape, justo cuando sonaban las campanadas del reloj más allá de las puertas del Gran Comedor—. En ese caso, ¿por qué no vas ahora y nos libras a ambos de tu drama?

—¡Porque...!

Se quedó callada justo antes de responder. Si se detenía a pensarlo, a pesar del mal genio y la pésima actitud, Snape no era precisamente idiota, y de hecho tenía un punto.

Sí. Debía ser valiente.

—De acuerdo —dijo poniéndose de pie. Severus la miró con las cejas arqueadas de sorpresa.

—¿De verdad me vas a hacer caso? 

Alex se limitó a asentir mientras salía de su asiento y comenzaba a caminar hacia la mesa de Gryffindor.

—Estás realmente desesperada —oyó a Severus murmurar, pero prefirió no hacerle caso.

«¡Por supuesto que estoy desesperada!» pensó mientras avanzaba entre los alumnos que iban en sentido contrario.

Alex conoció a James en el tren de camino a Hogwarts. Él apareció para defenderla de la paliza que una de sus hermanas mayores le estaba propinando. El muchacho recibió una quemadura a causa de la maldición que Katie, su hermana, le lanzó, pero no pareció importarle cuando la ayudó a levantarse y la llevó a un compartimento vacío para confirmar que estaba bien. Alex supo que fue amor a primera vista, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.

Ahora, años después y habiendo forjado con gran esfuerzo una amistad con él, el miedo convertido en acromántula quería comersela cada vez con más hambre conforme se acercaba a la mesa.

—¡Hola a todos! —su saludo fue artificial y nervioso, pero nadie debió haberlo notado.

... O eso esperaba.

—Te ves fatal, Polluelo —escuchó decir a Black desde el otro lado de la mesa. Tenía la corbata roja y dorada atada con un perfecto nudo inglés alrededor de la cabeza, llevaba puesta una chaqueta de cuero sobre el uniforme, sin túnica, y en la mano tenía una revista de motos muggle—. ¿Otra vez no dormiste? Cada día estas más parecida a un fantasma.

Alex rodó los ojos. A Black lo conocía de antes de Hogwarts, porque las madres de ambos pertenecían al mismo círculo social y se enorgullecían mucho de la pureza de sus respectivos linajes, así que los usaban a ambos para presumir desde que eran pequeños. Si bien, el tipo le caía simpático cuando no estaba acosando de muerte a sus compañeros de Slytherin (o a Snape), lo cierto era que probablemente el sentimiento no era mutuo, porque el muchacho tenía cierta manía por tocarle las narices difícil de pasar por alto.

—¿Me recuerdas a qué viene lo de «Polluelo», Black? —le preguntó para no seguirle el juego.

Él se encogió de hombros y se echó hacia atrás en su sitio, mostrando todos los dientes como perlas en una sonrisa lobuna. Alex agradeció su aire indiferente, que de algún modo ayudaba a calmarla.

—Se te ven unos ojos enormes detrás de las gafas, como los de mi lechuza —formó círculos con ambas manos, y emuló con ellos un par de anteojos—. Siempre me he preguntado por qué los magos siguen llevando gafas cuando podrían arreglarse los ojos con magia. Creo que es que son idiotas.

—Pero me has pasado arrastrando con eso a mi también —de repente James intervino, y Alex tuvo que morderse los labios para no suspirar.

James Potter estaba echado hacia atrás en su asiento, casi recostado sobre el vacío. Su incontrolable cabello negro caía hacia atrás y le despejaba la frente amplia, de manera que las gruesas gafas cuadradas se levantaron sobre el puente de la nariz con la que equilibraba un tenedor, y proyectaron el reflejo de las velas sobre aquel par de grandes ojos avellana. Alex sintió que se moría solo por verlo.

—Tú también deberías arreglarte los ojos con magia, hermano —se burló Black—. ¿Qué te trae por aquí, Polluelo? Es muy temprano. Ni Remus ni Peter están aquí para jugar contigo.

—Ya lo noté —Respondió, mirando los asientos vacíos a su lado—. Hoy no vengo por ellos. De hecho, necesito hablar con Potter.

El tenedor finalmente cayó sobre la mesa y James se enderezó para mirarla con curiosidad, las pobladas cejas fruncidas en lo alto de su frente.

—¿Conmigo? ¿Qué pasa?

El corazón de Alex latió tan fuerte que pensó que le rompería las costillas. Apenas se sentía capaz de respirar y los nervios le abrieron un agujero enorme en la boca del estómago.

Calmarse. Debía calmarse.

—En privado, si es posible —pidió.

James se puso muy serio por un momento. Dio una mirada rápida a Sirius mientras se ponía de pie, y salió de su lugar para encontrarse finalmente ante ella en el pasillo. Si bien, no era tan alto como Black, que a Alex le sacaba una cabeza y media de estatura, aun era lo suficiente para que ella tuviera que levantar la cara para poder confrontarlo, o siquiera mirarlo a los ojos.

—Me lo devuelves antes de clase —se quejó Black, cruzando sus brazos y apartando su asiento de la mesa con una patada ruidosa—. Más te vale que esté intacto, o te las veras conmigo, Slytherin.

Su tono final fue de desdén, muy distinto al de antes.

—¿Y a ti qué mosca te picó ahora? —cuestionó ella, pero le temblaba tanto la voz que no sonó precisamente segura de sí misma—. Ya suenas como Snape: se parecen un montón.

Una cuchara salió volando. Si James no la hubiera alcanzado, Sirius se la habría puesto de sombrero a Alex.

—Sacrílega —ladró Black—. Ya me aburriste. Vete de aquí y llévate a este otro traidor, pero que se sepa que me voy a comer su ración si no regresa rápido.

—¿No dijiste que tenía hasta antes de clase?

—Perdiste tus privilegios por compararme con el estúpido de Snape: ¡largo!

Y se inclinó hacia atrás para poder leer su revista como si ellos dos no estuvieran ahí. De todos modos Alex no respondió, esencialmente porque el silencio de Black reanimó a la bestia salvaje de la ansiedad, que como toda buena acromántula comenzó a enredar con crueldad su corazón dentro de la seda para devorarlo más cómodamente. En todo caso, tras la intervención de Black pudieron irse y, a pesar de que sentía las articulaciones rígidas como bloques de piedra, Alex logró conducir a James hacia la puerta y posteriormente lo llevó al patio de la fuente, donde las águilas de piedra que coronaban los cuatro puntos cardinales de la misma iban a ser sus únicos testigos.

—Oye, Alex, te ves pálida, ¿Estás bien? —preguntó James cuando la vio sentarse en el borde de la fuente tras apartar la nieve qué se había acumulado ahí, con una mano.

Alex seguía tratando de someter a la acromántula de ansiedad, así que su pregunta le tomó por sorpresa y logró que el bicho se liberara para darle otro aguijonazo.

—No... Es decir, sí, bueno no, porque... —la retahila atropellada de frases cortadas se detuvo a tiempo y le ahorró el momento incómodo—... Ah...

—No te ves bien.

—Sí, lo sé —Respondió, y él fue a sentarse a su lado.

—Llevas un tiempo evitandonos. ¿Es por eso que estás tan nerviosa?

Alex se limitó a asentir con la cabeza, y James continuó con interés.

—¿Quieres hablar conmigo acerca de algo? —puso una mano grande sobre su hombro e inclinó el rostro hacia ella, tan cerca que pudo percibir su agradable aroma: una mezcla a limpio y aceite para escobas—. Puedes confiar en mi. Lo sabes, ¿cierto? Eres como mi hermana, te ayudaré con todo lo que pueda.

No mentía, y no solo porque fueran buenos amigos a pesar de que ella fuera Slytherin y él le tuviera una enemistad jurada a los de su casa. Todos los miembros de sangre pura de la sociedad mágica estaban emparentados en cierto grado.

—Bueno, yo...

La acromántula de la ansiedad le hincó los colmillos a su corazón y de repente se quedó sin palabras. Sentía el pecho pesado y todos los miembros entumecidos al grado de tener que retorcerse los dedos para asegurarse de que seguían ahí. El aguijonazo de pánico que vino después casi la condujo a las lágrimas: ya se había arrepentido de hacer caso de Severus. Quería inventarse algo para salir del pozo, jugarle una broma que lo hiciera olvidar de lo que estaban hablando, o salir corriendo y decirle que le había venido el periodo de repente, pero no pudo.

—Es que... —su boca, seca, comenzó a articular casi por sí sola, descompuesta y temblorosa por el salvaje latir de su corazón—... James, yo quería decirte... —se estaba quedando sin aire, caería desmayada en cualquier momento—... Tú me gustas mucho.

Y dejó caer el caldero.

Sin atreverse a mover un músculo, Alex contuvo el aliento y clavó la mirada en una de las baldosas de piedra cerca de la puerta, donde habían dibujado un tablero de gobstones que se emborronó con la nevada del día anterior. Pero el silencio poco a poco se volvió insoportable, y comenzó a dolerle el pecho. Cuando James quitó la mano de su hombro y se removió en su sitio sin decir palabra, supo que la respuesta que iba a recibir, dolería.

Alexandrine Victoria Hundsstern había crecido en un hogar cruel. Su madre era una mujer fría y despiadada, que utilizaba el dolor como sinónimo de disciplina, y que no le temblaba la mano para usar la maldición torturadora con sus hijos con el fin de demostrar su punto. Con los años, Alex había aprendido que si el dolor era inevitable, lo mejor era apresurarlo todo lo posible.

Por eso se puso de pie con un salto y dibujó la mejor de sus sonrisas, ignorando que sus anteojos se empañaron completamente por el calor de las lágrimas que no estaba dispuesta a derramar.

—Bueno, eso es todo —exclamó con energía.

James, sentado en la fuente, se incorporó con mueca de sorpresa ante lo inesperado de su reacción, pero ella no le dio tiempo de hablar.

—Bueno, tú lo dijiste, ¡eres como mi hermano! —rió alegremente, y se puso las manos en la insignificante cintura—. Sentí la confianza para decírtelo y, ya sabes, sacarlo de mi sistema. No quería hacerte sentir incómodo. Creo que desde aquí ya lo puedo comenzar a llevar mejor, ¡gracias por tu ayuda!

Retrocedió un paso, planeando la huida, pero antes de que pudiera dar el segundo, Potter se levantó y le dio alcance con un movimiento que solo podría esperarse de un jugador de Quidditch de su categoría. Cuando atrapó su muñeca con una sola mano, Alex pensó que el mundo se le caía encima.

Espera.

Su voz dolía al hacer eco entre las antiguas paredes del patio, y como Alex no se atrevió a mirarlo a la cara, se dio cuenta de que las águilas de la fuente parecían estarlos observando con cierta... Lástima.

—Está bien, de verdad —Dijo tratando de zafarse de su agarre, pero él no se lo permitió.

—¡Claro que no está bien! Mírate, parece que vas a llorar en cualquier momento —insistió, tratando de detenerla.

Atrapada, Alex dejó de luchar para poner todos sus esfuerzos en contener el llanto. No podía permitir que él la viera de esa forma.

—Mira, no tienes que preocuparte —Dijo con todo el aplomo que fue capaz de reunir—. No tienes que sentirte responsable de nada.

—Es que realmente eres mi amiga...

La expresión de su rostro se descompuso dolorosamente tras decir eso. Sus grandes ojos avellana se entornaron sobre los de Alex, y los labios casi sensuales se apretaron con nerviosismo varias veces mientras ella permanecía en silencio. Es que incluso las pobladas cejas fruncidas en lo alto de la frente le hablaban de la angustia que debía estar sintiendo.

—Tú también eres mi amigo, Potter —Respondió suavemente. Como había dejado de luchar contra su agarre, él comenzó a soltarla despacio.

—Perdóname, pero no quisiera estropear nuestra amistad y... —los nervios lo mandaron a rascarse la cabeza de forma casi compulsiva—... Si puedo ser muy sincero contigo, a mi me gusta alguien más. Perdóname, Alex. Pero quiero que sigamos siendo amigos.

Aquello se había sentido como una espada que le atravesaba el alma, pero, sorpresivamente, después del dolor arrasador que le quemó el pecho, un cierto sopor agradable la envolvió tan fuerte que la acromántula de la ansiedad cayó muerta, como si el invierno que todo lo mata y todo lo congela, la hubiera alcanzado de pronto. Realmente lo agradeció. Entonces pudo sonreír ora vez, quizá de manera menos artificial que la anterior, y asintió despacio con la cabeza.

—Está bien, no hace falta que te disculpes —Respondió con confianza—. Ya te lo dije, si decidí hablarlo contigo fue solo para sacármelo de la cabeza. Desde aquí, todo está bien. Tan amigos como siempre —y le tendió la mano para estrecharla.

James dudó. De hecho, se le quedó mirando por un rato muy largo antes de atreverse a tomar su mano, pero cuando lo hizo se le formó una sonrisa amplia y tranquila que le iluminó todo el rostro.

—Gracias por tomarlo tan bien, Alex. Sabes que siempre serás como mi hermanita.

Ella soltó algo que sonaba como una risa contenta, y se encogió de hombros.

—Y tú siempre serás mi hermano mayor, ¡así que mi deber como hermana es mandarte a desayunar porque ya se hace tarde y Black debe haberse comido ya tu desayuno! —y señaló con un movimiento exagerado el gran reloj de la torre.

James se sorprendió y le soltó la mano.

—¿Ya es tan tarde? Lo mejor será regresar. Anda, vamos.

Y comenzó a caminar. Alex le siguió de cerca, por supuesto, y mientras volvían dentro del castillo comenzaron a hablar de temas sin importancia hasta llegar de nuevo al comedor, donde sus caminos se separaron. Alex volvió a su mesa, y vio que Severus ya estaba en la faena de empacarse sus insípidas gachas de avena, otra vez con el libro de pociones en la mano.

Nada más llegar a su asiento, ella se derrumbó como un títere al que le cortan los hilos y quedó con la frente apoyada contra la mesa con las gafas aplastadas sobre la nariz, sin importar que su cabello largo, recogido en una trenza hasta la cadera, se le metiera a tramos en el tazón de cereales.

—Suena a que tuviste un éxito arrollador —Dijo Snape, sarcástico, sin quitar los ojos de su libro.

—Cállate, mestizo de mierda —escupió sin levantar la cara del mesón.

Él soltó una risa cruel.

—Puedo ser mestizo, pero tú con toda tu sangre pura no le gustas a ese imbécil de Potter, ni le gustarás nunca —declaró, bien seguro de sí mismo—. ¿Qué te dijo? ¿Que en realidad se está tirando a Black?

Guácala —espetó ella, perdiendo todos los buenos modales que su madre le inculcó a palos—. No. Nada de eso. Solo me ve como amiga... eso es todo.

—¡Ja! Linda forma de decir que le pareces fea como una blasfemia, y que primero le besaría el culo a Pettigrew.

—Estás acercándote peligrosamente al callejón de la paliza, Snape —advirtió sin levantar la cara de la mesa.

El otro se limitó a reír por la nariz y a bajar el libro.

—Con la cara que tienes, me da la impresión de que igual no podrías hacerme nada —insistió, tomando un tenedor limpio de su juego de cubiertos y utilizandolo para "pescar" la trenza que tenía sumergida en los cereales con leche y dejarla caer sobre la mesa—. De hecho, no sé cómo vas a hacer para llegar a clase, porque yo no pienso cargarte.

—Eres un ángel.

—Caído, pero gracias por la buena fe —recuperando su tono de indiferencia habitual, y luego de dejar clavado el tenedor en su trenza, empujó un plato de tostadas hasta que quedó junto a la cabeza de Alex. Ella lo supo gracias al aroma característico de la mermelada de calabaza—. Lo mejor para esa clase de estupideces, además del whisky según el bastardo de mi padre, es la comida. En especial los dulces. Come hasta ponerte gorda y feliz como un lechón en navidad: te vendrá bien. Con suerte, si te pareces más a Pettigrew quizá Potter te tenga lástima y te haga el favor, que se nota que te urge deshacerte de tu virginidad.

—¿Te he dicho que eres un puto cretino?

—¿Y con esa boca pretendías besar a Potter? Ya entiendo por qué te mandó al carajo —se rió antes de volver a sus gachas insípidas y a su libro, como si Alex no estuviera ahí.

En todo caso, le pareció que su estómago retorcido por las emociones necesitaba, en efecto, algo dulce, así que tomó con cuidado una de las tostadas con mermelada y le dio un mordisco. Estaba buena, y esa dulzura se sintió como agujas clavandose en su corazón, tan fuerte que sintió las lágrimas comenzando a juntarse en sus ojos.

De algún modo reparó lejanamente en que las tostadas no se servían así en el comedor. Había una canasta con tostadas de pan y un tarro de mermelada de calabaza, pero no estaban preparadas así desde la cocina. El pensamiento la hizo sonreír un poco.

Se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa para secarlas. También luchó por controlar los hipidos. Snape le extendió una servilleta sin decir nada ni voltearla a ver siquiera, pero Alex no tuvo tiempo de recibirla porque, de repente, alguien le tomó por el brazo y sin dificultad alguna la arrastró fuera de su asiento:

—¿¡Pero tú quién te crees que eres!? —Rugió Black, hecho una furia, mientras tiraba de ella rumbo a la salida que daba a las escaleras de la torre.

—¡Quítale las manos de encima, imbécil! —Gritó Snape, enarbolando la varita tan rápido que Alex no lo vio desenfundar.

—¡Métete en tus propios asuntos, Quejicus, o te juro que te voy a invocar un champú! —rugió aquel sin dejar de arrastrar a Alex.

—¡Oye, Black! —ella trató de soltarse—. ¿Pero qué te pasa?

Los otros estudiantes de la mesa de Slytherin comenzaron a inquietarse y a sacar las varitas, aprovechando que ningún profesor había bajado aún, pero fue Snape quien lanzó la primera maldición al aire para que Black le soltara del brazo. Éste tuvo que hacerlo, porque de lo contrario no habría podido bloquear el ataque, pero no se detuvo por mucho tiempo y en vez de responder la tomó por la cintura con un brazo y se la echó al hombro, como si no pesara más que un costal de estiércol de hipogrifo.

—¿¡Pero a ti qué te pasa!? —rugió Alex, pataleando.

—¡Regresa aquí, hijo de puta! —bramó Severus.

Black se limitó a mirar sobre el hombro sin detenerse:

Petrificus Totalus.

Y Snape se congeló en su lugar, furioso.

—¡Suéltalo ahora mismo! —ordenó Alex, pataleando e intentando hacerlo tropezar para bajar de su hombro.

Sirius Black, sin embargo, ni se inmutó.

—¡Si sigues moviendo las piernas así, podré ver debajo de tu falda! —exclamó, mientras salía a la estancia de la torre y comenzaba a subir las escaleras—. ¡Deja de retorcerte como una condenada lombriz o nos vamos a matar!

—¡Pues bájame ya!

—¡Sí te bajo vas a salir corriendo!

—¡Pues claro que si, demente!

Se siguieron gritando estupideces hasta que llegaron a un piso indefinido, donde Black tomó un pasillo lateral, abrió una puerta de una patada, y finalmente la bajó tras cerrar a sus espaldas. Alex descubrió que estaban en el baño de Myrtle.

—¿¡A ti qué demonios te sucede, idiota!? —le rugió.

—¡Eso debería preguntarte yo a ti! ¡¿Cómo mierda se te ocurre declarartele a Cornamenta!?

Alex enmudeció como si le hubieran atado un nudo bien apretado alrededor de la garganta. El joven ante ella la estaba mirando fijamente, los ojos tan grises como espadas de acero, y negros los cabellos como el plumaje de un cuervo, en su rostro cincelado en mármol se marcaba una expresión de genuina molestia, ¡como si realmente lo hubiera ofendido! Sin embargo, eran sus palabras las que hacían ruido en la mente de Alex. Dolían, de una forma muy específica. Muy... Puntual.

—Ese no es tu asunto —Murmuró, trémula.

—Claro que lo es —se acercó de nuevo con dos trancos, la tomó de la túnica con un puño lleno de cicatrices y la levantó del suelo sin casi dificultad—. Escúchame bien, Polluelo: ¡No he esperado todo este puto tiempo para que acabes eligiendo a Cornamenta en mi lugar! ¡A la mierda con todo! ¡Serás mía y ya no me importa un carajo tu opinión!

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Yyyy
Hasta aquí el primer capitulo.
Mucho gusto a todas, yo soy su autora, y me entusiasma presentarles (otra vez) esta historia, que abandoné mucho tiempo, se fue a hiatus, salió del hiatus, se volvió a ir y acaba de regresar.

Gracias a las hermosas lectoras que ya estaban aquí antes, y espero que no les sorprenda de mala manera el nuevo enfoque que tiene la historia. ¡Sigue siendo la misma de antes, pero contada de otra forma!

Y gracias también a las nuevas lectoras que acaban de llegar aquí por casualidad. Les prometo que voy a esforzarme por cumplir sus expectativas y darles una historia que disfruten tanto como yo lo hago escribiéndola.

No olviden que esta historia es suya, y si les interesa saber algo más, qué escriba acerca de un tema en concreto, o simplemente hacerme saber cualquier cosa, siéntanse libres de dejar un comentario acá abajo. Yo siempre los leo, y siempre respondo ✨❤️✨

Sin más por el momento, les dejo el glosario, que es algo que me gusta agregar al final de los capítulos de casi todas mis historias, para que mis hermosas lectoras puedan decir que además de leer perversiones y +21, en wattpad también aprenden cosas.

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Glosario:

Jarvey: El Jarvey se asemeja a un hurón cubierto de maleza, y se encuentra comúnmente en Gran Bretaña, Irlanda y Norteamérica. El Jarvey es capaz de hablar como Humano, aunque la verdadera conversación con un Jarvey es imposible. La criatura utiliza declaraciones y frases cortas, generalmente groseras, muy fluidamente.

Los Jarveys viven debajo de la tierra, y su dieta se compone de topos, ratas, ratones y gnomos. Los Jarveys son particularmente buenos en la caza de los gnomos, y se emplean a veces para librar los jardines de estas plagas, aunque sus métodos suelen ser brutales.

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