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595 d.C



La guerra había consumido el mundo. Al menos el que ellos conocían. 

Por las calles de Hispania, aunque no hiciera mucha falta verlo con atención, se veían marcadas suaves desgarros proliferados por la tensión de la guerra con el Imperio Bizantino.

Teniendo en cuenta lo que se avecinaba, el miedo, la incertidumbre y la desilusión ante un posible futuro desastroso, las personas vivían intranquilas sus vidas. No obstante, en medio de este caos, una sencilla joven de cabellos claros encontraba su propio refugio. Con su cabello rubio brillante y su porte elegante, era fácil reconocerla entre la multitud. A pesar de las adversidades que la rodeaban, la joven irradiaba una calma serena que atraía la atención de quienes la conocían.

Cada mañana, caminaba por las empedradas calles de su aldea, saludando a los comerciantes que vendían sus productos frescos. La escasez era una constante, y muchos luchaban por sobrevivir, pero ella, con su naturaleza bondadosa, siempre encontraba la manera de ayudar. Con un gesto amable o una palabra de aliento, lograba iluminar incluso los días más oscuros.

A menudo se detenía en la plaza central, donde se alzaba una estatua de un antiguo rey visigodo.

Allí, escuchaba las historias de los ancianos, que hablaban de tiempos de gloria y de lucha. Los relatos le inspiraban, alimentando su deseo de ayudar a su pueblo. Algo que se resumía simplemente en ofrecer su amabilidad y ayuda cuando podía; pues una mujer como ella, apenas con sus diecinueve años de vida, no podía soñar con lograr grandes cosas. Los vecinos que la querían, inclusive, ya la estaban animado para casarse y ayudar con hijos a esta tierra que había sido debilitada con la guerra. Alegando que ya estaba madurando, y que pronto dejaría de ser deseada por los hombres.

Pero..., ella siempre esperaba por conocer a alguien. 

Y aún teniendo extraños deseos en su corazón, era consciente de que si para el año que viene, no había encontrado al que su corazón aclamaba, se casaría con el hombre cuarentón amigo de su familia.






Una tarde, mientras el sol comenzaba a ocultarse, un grupo de niños la rodeó, intrigados por su aura mágica. La muchacha de nombre Elizabeth sonrió, no entendía cuándo las personas decían que su aura era especial, pero si lograba sacarles una sonrisa, era más que suficiente. 

En ese momento, el frío del invierno se sentía menos severo y la guerra, un poco más lejana.

Sin embargo, en la penumbra de la noche, los ecos de los conflictos llegaban hasta ella. A veces, los rumores de invasiones bizantinas se filtraban entre las conversaciones de los comerciantes, y ella no podía ignorar la realidad que la rodeaba. Sabía que, aunque su vida era tranquila, el futuro de su aldea dependía de la unidad y el coraje de su gente.

A medida que el tiempo pasaba, comenzó a organizar encuentros comunitarios, donde compartía su visión de un futuro en paz. Con su liderazgo y empatía, fomentó un espíritu de colaboración entre sus vecinos, ayudando a establecer lazos más fuertes en tiempos de necesidad. Muchos no lograban hacerle caso, ya fuera porque era una mujer o porque no era más que una pueblerina con vastos deseos de poder. Sueños falsos, y llena de promesas rotas.

No obstante, en medio de la guerra y la escasez, la vida de Elizabeth se convirtió en un símbolo de esperanza; al menos para algunos, aunque fueran solo unos pocos. 







Mientras las calles de Hispania seguían su curso, ella se erguía como un faro de luz, recordando a todos que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay espacio para la bondad y la unión. Gracias a esas pequeñas charlas en las plazas, conoció a los que serían una clave importante en su vida, y que a su vez, serían el inicio y el decline de la misma.

Ahora, recordaba con añoranza esos días, de temperatura cálida bajo la plaza llena de las personas que tanto quiso proteger.

En una de esas tardes doradas, donde el sol empezaba a ocultarse tras los cerros, Elizabeth se sentó en la plaza del pueblo, rodeada por un grupo de niños. La atmósfera era de expectación; un niño de cabello oscuro y rasgos asiáticos se preparaba para hablar. Con su voz clara y apasionada, comenzó a narrar historias de libertad, de sueños y de la lucha por mantener sus hogares intactos.

"¡No a la esclavitud!", exclamó con fervor, y Elizabeth sintió que cada palabra vibraba en su corazón. Sus ojos azules brillaban con la emoción del momento, y al lado suyo, una joven de cabello corto y castaño, descalza y con ropas andrajosas, escuchaba atentamente, ilusionada como ella. Tenía la cara y las manos sucias, pero se veía la belleza en su mirada verdosa, llena de ilusión.

Elizabeth la miró y, llena de curiosidad, le preguntó entre el bullicio de la gente:

—¿Cómo os llamáis?

La chica, desconocida hasta ese momento, sonrió con una mezcla de tristeza y fortaleza.

—No tengo nombre, solo soy una muchacha de la calle —le dijo con sus labios agrietados, quizá por la falta de agua. Pero con una delgada mueca, le susurró—: Xanthe es como me gusta llamarme. La chica de dorados cabellos, aunque en realidad no lo sea.

Para ser alguien de la calle, tenía muy buen alfabeto y pronunciación.

Junto a ella, a un lado y algo más tímido ante tantas personas, apareció un chico de piel bronceada y cabello castaño, quien se presentó como Jackson. Ambos compartían la misma vida dura y despojada, pero había en ellos una chispa de esperanza que encendía el ambiente.

Mientras el joven orador seguía hablando de libertad, un eco de risas se levantó al escuchar una exclamación dramática que hizo saltar a todos. Elizabeth, Xanthe y Jackson se miraron y rieron juntos, creando un lazo instantáneo. Desde aquel día, la amistad floreció entre ellos.

Con el paso de los meses, Elizabeth se acercó más a Xanthe y Jackson. Cuando sus padres salían al campo, a menudo invitaba a Xanthe a su casa. Le prestaba mudas limpias, y cuando podía, la dejaba bañarse en el barril de agua, que rellanaban en los mejores días de cosecha. Jackson, por su parte, recibía las ropas del hermano mayor de Elizabeth, Jaime, quien había marchado a la guerra.

Las risas y los sueños compartidos fortalecieron su amistad. En esos momentos, Elizabeth sintió que su hogar se llenaba de vida y calor. Los padres de Elizabeth, al conocer a sus nuevos amigos, los recibieron con brazos abiertos. Cuando podían, los invitaban a comer, compartiendo el escaso pan que había en la mesa.

Un día, durante una de esas comidas, Hiro, el niño que había cautivado a todos con su discurso, se unió a ellos. A medida que hablaba, compartió su historia, revelando que había sido comprado como esclavo, separado de su familia. Su relato estaba lleno de dolor, pero también de valentía; había logrado escapar y buscaba hacer de su vida algo menos sufrible.

—La libertad es un sueño que debemos luchar por alcanzar —dijo Hiro, y en sus ojos se podía ver el fuego de la determinación.

Xanthe, Jackson y Elizabeth escucharon en silencio, sintiendo el peso de sus palabras. En ese instante, el salón de su la casa, se convirtió en un refugio de deseos compartidos y promesas de lucha. Las cuatro almas se cobijaron en sus brazos, fortaleciendo su lazo en un mundo que parecía tan cruel. Y con cada historia, con cada risa y con cada acto de bondad, construyeron un pequeño santuario donde la libertad y la esperanza siempre tendrían un hogar.

Sin embargo, y con el paso de los meses, la guerra se aproximó más rápido de lo que esperaban. El cielo azul antes concebido por ellos, se convirtió en oscuridad, dónde no había luz y tampoco lluvia. Un inclemente frío comenzó a atacarlos sin piedad, y debido a las malas cosechas, el padre de Elizabeth cayó enfermo.

Sin embargo, este quién la amaba con locura, la motivaba a seguir con sus oratorias y a vivir con sus amigos bonitas experiencias. Temían la guerra, y por ende, su padre buscaba la felicidad en los últimos días que restasen de su tranquilidad.






En el cálido resplandor del sol, otra día de aquel invierno, Elizabeth, Xanthe, Hiro y Jackson se aventuraban por las calles de su pueblo, un laberinto de piedra y sueños que vibraba con la vida cotidiana. Los olores de pan recién horneado y hierbas aromáticas flotaban en el aire, mientras los ecos de risas y conversaciones llenaban los espacios entre las casas de adobe.

Mientras paseaban por el mercado, sus miradas se posaron en una escena que desató una tormenta de emociones. Una joven de rizos oscuros, que brillaban como la obsidiana bajo el sol, estaba enzarzada en una acalorada discusión con unos mercaderes. Su belleza era de otra tierra, como un atardecer lejano, y su voz resonaba con la fuerza de un río desbordante.

—¡Esas manzanas son mías! —gritaba, con el corazón latiendo como un tambor en su pecho—. ¡Las he recogido con mis propias manos!

Pero en un abrir y cerrar de ojos, un carruaje de soldados se aproximó, arrastrando el aire de la plaza con la brutalidad de un vendaval. El vehículo pasó a toda prisa, alejándose de la escena, y en un giro desafortunado, la joven tropezó, derribando las manzanas que caían como estrellas fugaces, esparciendo su dulce fragancia por el suelo. La escena, aunque trágica, fue vista por los amigos como una oportunidad.

—¡No lo permitiré! —exclamó Elizabeth, la chispa de la justicia brillando en sus ojos.

Sin dudar, los cuatro se lanzaron hacia adelante, formando un muro humano alrededor de la joven. La determinación brillaba en sus miradas, y con la fuerza de su amistad, desafiaron a los mercaderes. La plaza, habitualmente silenciosa ante la opresión, empezó a murmurar el nombre de los chicos, conocidos y queridos en el pueblo.

Los mercaderes, atónitos ante la repentina resistencia, se retiraron con el rabo entre las piernas, dejando a la joven libre, a la que quería rebatarle sus pobres manzanas. Mientras recogía sus frutas aplastadas, Elizabeth se acercó a ella con una sonrisa.

—¿Cómo os llamais? —preguntó.

—María —respondió la joven, su voz aún temblando, pero ya llena de gratitud.

Desde ese momento, el que ambas cruzaron sus azules ojos, la bondad de Elizabeth atravesó la soledad de la muchacha. Recibiendo la ayuda de los jóvenes, y como se carcajearon al ver a Jackson comerse una de las manzanas aplastadas, el grupo creció en número y amistad.

Pocos días después, mientras el sol se ocultaba detrás de las colinas, bajo la falda de las montañas, un nuevo episodio les aguardaba. Un ladrón, rápido como un rayo y escurridizo como el viento, robó el escaso dinero que María había ganado con tanto esfuerzo. Sin pensarlo dos veces, los amigos se lanzaron tras él, convirtiéndose en cazadores en su propia tierra. 

El ladrón, con cabellos oscuros y una mirada llena de astucia, parecía como un espectro que danzaba entre las sombras.

—¡No dejaré que os escapéis! —gritó Hiro, su determinación ardiendo como una antorcha.

Después de una frenética persecución por las calles adoquinadas, lograron acorralarlo. Con el aliento entrecortado, el ladrón se dio la vuelta y, en lugar de huir, los miró con un destello de admiración. En una extraña vuelta del destino, él también se sintió atraído por el magnetismo de su grupo.

—No soy un enemigo —dijo con voz temblorosa—. Solo busco sobrevivir.

En lugar de rechazarlo, Elizabeth y sus amigos vieron en él un reflejo de sus propias luchas. Decidieron ofrecerle una segunda oportunidad.

—¿Y si os ayudamos? —propuso Xanthe—. Podríais uniros a nosotros y trabajar por el bien del pueblo.

Así fue como el ladrón, que se presentó como Flynn, se convirtió en su amigo. Con el tiempo, él se transformó en un buscador de delincuentes, protegiendo a su comunidad con la misma astucia que antes usaba para robar.

El grupo de seis se consolidó, cada uno aportando su historia, su lucha y su esperanza. Juntos, formaron un mosaico vibrante de amistad y valentía, navegando por un mundo lleno de adversidades. A medida que compartían sus vidas, el amor por la libertad y el deseo de proteger su hogar se vinculaba, creando un lazo indestructible que resonaba en cada rincón de su pequeño mundo.






Pero, su mundo cálido y tranquilo, se vio trastocado con la notificación de la muerte de su hermano. Elizabeth Brennen, sin poder creerlo, angustiada ante la situación se apoyó en lo que más pudo a sus padres, recibiendo así ella, el apoyo de sus amigos. Y con la llegada de unos extraños hombres, que sólo Xanthe conoció en sus trabajos de carga, la dicha poca que les quedaba, acabó por morir con aquella noche. Con aquellas nuevas.

La oscuridad del cielo caía sobre el pueblo como un manto de terciopelo, mientras el frío invernal se colaba entre las calles empedradas. Las estrellas titilaban en el cielo, brillando como ojos lejanos, pero en el corazón de Xanthe había una inquietud que la empujaba a moverse.

Con los pies descalzos sobre el suelo helado, corrió velozmente hacia la plaza, su respiración visible en el aire helado. La luna iluminaba su camino, y el eco de su andar se perdía en la noche. Sabía que debía reunir a sus amigos, necesitaba compartir lo que había presenciado.

Al llegar a la plaza, cerca de un charco, encontró a Elizabeth, Hiro, Jackson, María y Flynn reunidos, charlando entre risas y recuerdos compartidos. Sus rostros se iluminaron al verla, pero Xanthe, con la urgencia reflejada en sus ojos, interrumpió la alegría.

—¡Chicos! —exclamó, su voz entrecortada—. Debemos hablar. ¡Es importante!

Los amigos se agruparon en torno a ella, la curiosidad apagando las risas. La plaza, vacía y silenciosa bajo el manto de la noche, se convirtió en su refugio.

—He estado cerca del mercado, en las cargas trabajando por unas pocas monedas como siempre —comenzó Xanthe, su corazón latiendo con fuerza—. Allí vi a unos hombres, de trajes oscuros y elegantes, con bayetas en la mano. Tenían miradas poderosas, como si el mundo les perteneciera.

Los rostros de sus amigos se tornaron serios. La descripción de los hombres suscitó una ola de inquietud, y todos se acercaron un poco más, atentos a lo que Xanthe tenía que contar.

—Estaban hablando de una oferta —continuó, sintiendo el peso de cada palabra—. Dicen que necesitan gente como nosotros. Me ofrecieron un trato... una oportunidad.

—¿Qué tipo de oportunidad? —preguntó Elizabeth, frunciendo el ceño.

—Dijeron que podríamos trabajar con ellos, que a cambio de nuestra lealtad, nos ayudarían a mejorar nuestras vidas. Pero... —Xanthe vaciló, buscando las palabras correctas—, no con un trabajo normal.

El silencio se hizo pesado entre ellos. Hiro fue el primero en hablar, con voz grave.

—No podemos confiar en hombres que se esconden tras trajes elegantes. ¿Qué quieren realmente?

Jackson, con su espíritu protector, se cruzó de brazos, su mirada intensa.

—¿Y si se trata de algo peligroso? —añadió—. Podrían estar buscando involucrarnos en asuntos oscuros, o usarnos en todo caso.

Xanthe sintió el peso de sus palabras, pero la chispa de la posibilidad también iluminaba su corazón.

—Lo sé... —respondió, su voz temblando—. Pero quizás podamos convertirlo en algo bueno. Tal vez podamos usar su ayuda para cambiar nuestras vidas.

Flynn, siempre el más impulsivo, se pasó una mano por el cabello.

—Podría ser un camino hacia la libertad. Pero debemos ser inteligentes y cuidadosos, cuéntanos más de lo que ofrecieron.

Así, bajo el brillo de las estrellas, los seis amigos se sentaron en la fría plaza, sopesando el dilema que se les presentaba. La noche se llenó de murmullos y discusiones, de sueños y temores. Aunque la tentación de un futuro mejor danzaba en el aire, también lo hacía el peligro de las sombras que acechaban más allá de la luz.








—Elizabeth —musitó Xanthe, con sus verdes ojos viéndola, sentada a la orilla de un charco, que lejos estaba de asemejarse a un río.

—No. No estoy dispuesta a esto; no sabemos lo que ocultan —replicó la de ojos azules, abrazada así misma, en la noche tan fría que aclamaba por congelarla—. No podemos —renegó con delgados mechones rubios cayendo por su frente.

La muchacha de melena castaña, corta hasta sus hombros, frunció su ceño.

—¡Vamos, reaccionad! —exclamó con sus puños apretados—. El mundo está en decadencia, y estos hombres nos han prometido inmortalidad, y riquezas, a cambio de proteger el mundo y salvarlo de su destrucción. ¡Eso es por lo que llevamos orando y pidiendo como prioras en las plazas con la gente! ¡Es nuestra única oportunidad de cambiar nuestras vidas, y las suyas!

Elizabeth miró extrañada a Hiro, su amigo de ojos oscuros, a Jackson quien se mantenía impasible ante la discusión, y su amiga María, de rizos color oscuro, sentada a su lado. Temblando todos por el frío de la noche, bajo el firmamento de estrellas brillante e incandescente.

—Entendedme. No es lo que deseo, no de esta forma. Debo cuidar de mi padre, acompañarlos en su luto, que es mío también. No quiero estar creyendo en falsos sueños, de magia inevitable y vastos poderes como la inmortalidad —le dijo, tomando las delgadas manos de su amiga—. Nosotros nacemos, vivimos y morimos. Adquirir tal responsabilidad, en caso de ser cierta, sería demasiado. 

Acomodó uno de sus mechones oscuros tras su oreja. »Pero, hey, tranquila —continuó Elizabeth—. Lograremos dejar nuestro grano de arena en la salvación de nuestro pueblo. Pero será trabajando duro, y no con estas magias oscuras y promesas de desconocidos, que quizá ocultan más de lo que dicen.

Su amiga apartó su caricia con brusquedad. —No todos tenemos la misma opinión —musitó con los dientes apretados y una expresión llena de rabia—. Estáis siendo egoísta. Aquella que tiene vida acomodada, y que probablemente tras la muerte de su padre, seguirá viviendo a gusto.

Los azules ojos de su amiga se cristalizaron, extrañada ante el cambio en su antigua amiga. 

—Hablo por todos. Es demasiado arriesgado, somos muy jóvenes. Y en todo caso, ¿por qué habrían de escogernos a nosotros? ¿Por qué razón somos los elegidos?

Jackson se adelantó, tomando del hombro a su amiga Eliza. —Xanthe, no os paséis. El padre de Eli se recuperará..., pero ella tiene razón, esto es una completa locura. ¡Los milagros no son más que mentiras!

Hiro, con su cabello oscuro y abrazado a su indumentaria que poco lo protegía del inclemente frío, asintió a su vez. —Tienen razón..., es probable que esos hombres con los que habéis hablado no sean más que esclavistas. ¡Y yo no pienso regresar a las cadenas! —vociferó con determinación—. Quiero tener una vida normal, igual a la de mi hermano, que espero volver a ver algún día.

—Cierto rubita —señaló ahora Flynn, el ladrón convertido a héroe del pueblo, sentado en una esquina lejana. Aunque le decía rubita, lejos estaba de serlo con su cabello oscuro—. Yo deseo encontrar a una muchacha, casarme y tener mis hijos. No estar buscando una joven cada diez años debido a mi supuesta inmortalidad.

—Además, ¿hombres que prometen inmortalidad a unos simples campesinos? —inquirió María, abrazada por sus rizos oscuros—. Suena a cuentos chinos.

Xanthe frunció su ceño, sorprendida al ver a los hombres a la espalda de Elizabeth.

—Ahí, están, ¡son ellos! —exclamó la de ojos verdes.

Asustados, los demás vieron con desconfianza a los extraños personajes, que aunque si era verdad que poseían un extraña aura, también los alertaban de peligro.

—Entonces, ¿aceptan la propuesta? —preguntó uno de ellos, el más bajo—, es una ocasión única para vivir esta experiencia.

—¡Por supuesto que no, zalameros! —gritó la excéntrica joven de rizos negros.

Jackson, con un escalofrío recorriendo su cuerpo, se posicionó delante de Eliza.

—Siendo lo más respetuoso que puedo, creo que es mejor que se marchen y vayan con sus promesas a otros inocentes chicos —secundó.

Los hombres se miraron y asintiendo con una reverencia, añadieron por última instancia antes de marchar: —Respetamos sus decisiones, y les agradecemos su tiempo. Esperamos que obtengan la vida que desean.

Bajo el silencio sórdido de la plaza y el ulular del viento, la desconfianza y el miedo se mantuvo en sus corazones. «¿Y si eran soldados infiltrados del imperio bizantino?», pensó Hiro.

Pero el arrastra de los pasos de Xanthe los sacó de su incertidumbre.

—¡Habéis cometido un gran error! ¡Os arrepentiréis! —gritó ella, con la rabia enmarcada en sus antes delicadas facciones.

Sin mediar palabra, salió corriendo lejos de la plaza, bajo la oscuridad de la noche.

—¡Xanthe, esperad! —exclamó Flynn, extendiendo su brazo pero aún inmóvil en su lugar.

—Dejadla. Ya volverá —musitó Elizabeth, viendo lo oscuro que ya estaba—. Lo mejor es que volvamos a casa.

Y eso hicieron, Xanthe y Jackson ahora vivían con Elizabeth; mientras que Hiro y María habían conseguido alquilar una cabaña cerca de allí. Extrañados por la situación se despidieron, y aún con sus corazones intranquilos, cada uno marchó a su camino.

Jackson le dijo que iría al lago del bosque, a por leña para la noche y. Elizabeth le pidió que no tardase. Por si Xanthe no volvía y había que salir a buscarla.









En la penumbra de las tinieblas, Xanthe sintió cómo la tentación se enredaba en su corazón como espinas sedientas de luz. Los hombres de trajes oscuros la rodeaban con una promesa de poder, y su voz era un susurro suave, un canto hipnótico que la llamaba a cruzar un umbral que no podía ver. Los detuvo en su avance, ellos giraron enigmáticos ante su llamado. Vieron la desesperación, la duda en los ojos de la mujer.

Se encontraba al borde de una elección monumental, y en su interior, el pulso de la aventura palpitaba con fuerza.

—¡Esperad, necesito hablar con ustedes! —gritó ella, agitada por la carrera.

El hombre bajo asintió. —Decidnos para que somos requeridos.

La muchacha mordió sus labios, y tomando fuerza, declaró:

—Mis amigos tomaron un parecer equivocado. No estaban en sus cabales, pero ahora sí. Aceptamos su propuesta, seremos los elegidos que buscan.

Sin más que un suspiro de valentía, Xanthe aceptó la oferta. En el instante en que pronunció esas palabras, sintió como si una sombra se deslizara sobre su alma, como un velo que cubría la luz de su ser. Los hombres lanzaron sus palabras, y desaparecieron como el humo.

La realidad se fragmentó y, en ese momento de decisión, cada uno de sus amigos comenzó a experimentar la profunda pérdida de lo que eran.

Elizabeth, en su hogar, sintió el ardor del dolor consumiéndola. Tropezando con el agua caliente que llevaba a su padre, observó al hombre de siniestro traje frente a ella; el que les había hecho la propuesta. Ahí, él solo, mirándola.

—¿Qué hace usted aquí? —inquirió en su letargo dolor, que de apoco crecía.

Sonriendo, respondió. —Solo me hallo aquí, para notificar de que todo está correcto y los poderes han sido concedidos. 

Elizabeth, sosteniendo su pecho lo miró angustiada. El sudor recorría su frente y los temblores se adueñaban de su piel.

—¡¿A qué se refiere? ¡¿De qué está hablando?! —exclamó asustada—. ¡Yo no he accedido a nada!

—Claro que ha accedido, una de sus compañeras vino a buscarnos, y nos notificó que si aceptaban esta gran misión. Son los elegidos por la luna.

Elsa tomó una expresión mortificada; pensó en Xanthe y negando, en su histeria inquirió, escuchando los llamados de su madre desde la habitación:

—¿Misión? ¿Elegidos? ¡¿De qué diablos está hablando?!

Carraspeando y viendo un artefacto de puntas en su muñeca, añadió: —Señorita, mi misión era encontrarlos, para concederles lo necesario para librar la gran batalla que sucederá; una lucha divina —extendió su mano—. Habéis sido elegida para convertiros en una guardiana inmortal.

Un notable asombro en los ojos de la muchacha, pero tarde a la comprensión, el poder sucumbió a su cuerpo. Jadeó inaudita.

Su cabello se volvió blanco como el hielo, un símbolo de la transformación que se avecinaba. La fragilidad de su cuerpo la abrumaba, y en un grito desgarrador, su esencia se liberó, como un vendaval de emociones contenidas. En un instante, el hielo brotó de su corazón, extendiéndose por cada rincón de su casa, congelando el aire y matando el calor que una vez lo habitó. Las paredes, testigos silenciosos, se cubrieron de escarcha, mientras picos de hielo surgían de la tierra, como si el invierno hubiera tomado su trono.

Su padre y su madre, atrapados en la vorágine de su transformación, fueron sorprendidos por el gélido abrazo de su hija, sus corazones desvaneciéndose y muriendo sin la capacidad a pronunciar palabra. El hombre fue atrapado entre puntas de hielo, extinguiendo su cuerpo, ahora convertido en bruma.

El pueblo, una vez lleno de vida, se convirtió en un desierto helado, con cada aliento convertido en cristal. Elizabeth, atrapada entre el amor y la tragedia, se vio a sí misma, un reflejo helado de lo que había sido.

Mientras tanto, Hiro, Jackson, Flyn, Xanthe y María, cada uno enfrentando su propia metamorfosis, sintieron el peso de la mortalidad caer sobre ellos. El aire se volvió espeso, y sus corazones se detuvieron en un latido colectivo, un eco de lo que significaba estar vivos. Sus ojos, antes llenos de sueños, ahora se oscurecían como el cielo antes de una tormenta. La conexión que tenían entre ellos, un lazo de amistad indestructible, comenzó a desgastarse en el frío abismo que los rodeaba.

La transformación se extendió como un río helado, arrastrando consigo la esencia de lo que habían sido. Cada uno sintió su vitalidad escurriéndose como arena entre los dedos. La pérdida de su vida mortal era como un lamento de viento que ululaba entre las calles desiertas, un lamento que resonaba en sus corazones y les recordaba lo que habían dejado atrás.

El cabello oscuro de María, brilló y se tornó rojizo; el aura caliente provino de sus manos, y sus ojos azules brillaron con fuerza. Ya no de vidas, sino con un poder ajeno a su conocimiento; lejana a su humanidad. Jackson sufrió un cambio parecido a Elizabeth, mientras caminaba de camino a su hogar, cayó en un lago helado y su cuerpo se cristalizó, empalideciendo y tornando blanco su cabello, y azules sus ojos. 

Xanthe, sintiendo la presión de sus decisiones, se convirtió en la líder de su nueva realidad, anhelando encontrar un camino hacia la redención en medio del hielo que había invadido sus corazones, y toda la aldea, matando al pueblo entero. 

Ella sabía que la elección que había hecho no solo cambiaría su vida, sino que también dejaría una huella indeleble en el destino de sus amigos, pero arrodillada en el suelo, sintió como su cabello se alargaba una infinitud de metros, se aclaraba y sus ojos brillaban con poder, por un momento amarillos envueltos en su verde de siempre. Una sonrisa asustada y llena de ilusión apareció en sus labios.

En la noche eterna que se cernía sobre ellos, comprendieron que el poder tenía un precio, y que cada paso hacia lo desconocido los alejaba de la calidez de lo que habían sido, transformándolos en sombras de su antigua humanidad.






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aviso: en la multimedia que pueden ver arriba, está puesto el primer capítulo de esta novela y el único que hice de la serie hace seis años. Por supuesto, ahora escrito está mucho más mejorado y cambiado. Pero se los dejo ahí por si quieren ver lo que mi mente de niña creó. Después de ese capítulo, ya no hice más; asi que todo, de ahora en adelante será únicamente escrito.

sino pueden verlo, pueden encontrarlo en mi antiguo canal como: Todo por él, capítulo uno.

User: xClaary Styles

love ya.


primer capítulooooo, mon chatons, espero que lo hayan disfrutado aaaaa.

mucho caos sip, pero con esta pequeña introducción, nos adentraremos a la historia. 

Sé que en el trailer Anna también formaba parte del grupo, pero por necesidad de la historia, la conocerán más adelante.

¡Gracias por el apoyo, trataré de tener la actualización siguiente muy pronto!

all the love, ella.

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