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🌖. Segundo mes .🌖

🌖. —¡Al fin protagonismo! :D

—¡Cállate, Dazai! >:v

A veces una pequeña ayuda no está nada mal .🌖

Las vacaciones de invierno eran la segunda cosa más esperada por todos los adolescentes. La primera podía estar entre las vacaciones de verano y el campamento de otoño donde viajaban al centro de Tokyo. Un merecido descanso después de los exámenes de mitad del año, justo antes de los exámenes finales. Un tiempo donde se esperaban con ansias los regalos de navidad y se deseaban grandes cosas con cada una delas 108 campanadas de año nuevo.

Diversión, en pocas palabras.

Cosa que Atsushi no estaba sintiendo. Se había pasado cada maldita hora de la semana que ya llevaban de vacaciones con el celular en la mano, indeciso si apretar o no los botones; ansioso por dar el paso, nervioso por cada toque que daba correr pensando que se trataba de él.

Llevaba exactamente una semana desde la última vez que había visto a Akutagawa. Justo el día que le regaló la dalia rosa.

Miró hacia su escritorio, localizado al lado de la cama personal de sábanas grises sobre la que estaba sentado, y vio en un búcaro de porcelana blanca una flor marchita, de colores opacos y perdiendo pétalos.

Había sido incapaz de tirarla.

Se puso de pie y la sacó del agua, tirando esta al lavamanos del baño, y la colocó entre las páginas del libro que estaba abierto sobre la madera; cerrando este y presionando la fibra hasta quedar totalmente aplanada.

Un marcador.

Y no cualquier marcador, sino el de su diario. Esas páginas que contenían cada cosa que le pasaba o pensaba.

Cayó de cara contra el colchón, esperando poder ahogarse contra este y no pasar la agonía de la incertidumbre que estaba viviendo. Quería llamarlo, pero le daba vergüenza.

¿Y si lo molestaba? ¿Y si Akutagawa quería pasar unas gratas vacaciones sin su presencia? ¿Y si le había dado el número equivocado y terminaba llamando a una funeraria?

Ok, quizás estaba siendo un poco exagerado.

Se revolvió los cabellos en un grito de desesperación y tomó el móvil. Marcó el número de la única persona que podía ayudarlo.

Solo esperaba no retractarse.

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...al festival?

Y escrito el último carácter, presionó la tecla de borrar hasta quedar en blanco la pantalla.

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Lanzó el aparato al sofá y se pasó las manos por la cara, tratando de quitarse el sudor frío que bajaba por sus sienes. Las quitó veloz al percatarse de que sus manos estaban más sudadas. Las limpió con el cojín borgoña sin que su hermana se diese cuenta.

Esa era la peor semana que había tenido después de aquellas noches de insomnio incontrolable. Y es que, estas habían vuelto, pero a diferencia de las anteriores, donde no sabía en qué pensar, o mejor, no decidirse en qué pensar, porque muchos temas tenía, en estas era porque una sola pregunta daba vueltas en su cabeza: llamar o no llamar.

Akutagawa nunca se consideró una persona indecisa cuando a de decisiones se trataba. Siempre elegía rápidamente qué pastas llevar a casa, o el sabor de los cereales o la marca del papel higiénico. Pero eso era diferente.

¡Solo tenía que pulsar el botón de enviar y ya está!

Mas, cada vez que estaba a punto de lograrlo, desistía, como si fuesen ambos polos negativos de un imán.

Estaba harto de aquello.

¿Y si Atsushi se molestaba porque pensaba que se había olvidado de él? ¿Y si estaba divirtiéndose con otra persona? ¿Y si él es quien lo había dejado de lado?

La sangre le ebulló ante la posibilidad.

Agarró el celular con molestia y marcó un número.

A situaciones desesperadas, medidas desesperadas.

⊰᯽⊱┈──╌❊╌──┈⊰᯽⊱

—¿Qué prefieres, Chuuya? ¿Huevos revueltos o tortilla? —canturreó el castaño desde la cocina, desde donde se escuchaba una estridente música de rock metal.

Chuuya, bajando el volumen del altavoz y maldiciendo en voz baja, pues el castaño había decidido hablar en la mejor parte de la canción, giró la cabeza en dirección al lugar.

Se levantó de un salto y fue hasta el marco de la puerta al ver un humo negro salir de la cocina.

—Más bien diría “huevos negros o tostadilla —alzó una ceja al castaño con la cara parcialmente tiznada—. ¿Estás seguro que esto es comestible? —pinchó la extraña masa amorfa del sartén.

—Tú solo elige. —insistió Dazai quitándose el mandil y arrojándolo a un cesto en la esquina de la habitación que ponía “R.I.P Mandiles”, donde ya habían más de tres.

—Me gustan los que son buenos en la cama. —le guiñó un ojo alzando concienzudamente el borde de la camiseta de manga larga blanca que llevaba, dejado a la vista los definidos abdominales.

Dazai lo desnudaba con la mirada

—Una vez dormí 28 horas seguidas. —dijo.

El pelirrojo frunció el ceño.

—Eso fue cuando te trataste de suicidar pinchándote de la jeringa que le robaste a Mori-sensei. —Mori Ougai, a parte de ser subdirector de la preparatoria a la que iban, era médico de una clínica en el barrio donde vivía.

—Ja~ me hizo ver las estrellas.

—¡Era anestesia para neurocirugías!

—Nimiedades. —agitó la mano restándole importancia.

Un extraño sonido vino desde el cuarto que compartían durante los fines de semana y las vacaciones, en la casa del pelirrojo; pues según este, el apartamento de Osamu parecía sacado de un campo de concentración de ratas radiactivas, negándose a respirar más de quince minutos seguidos dentro de él.

—¿Tenemos animales en el cuarto? —preguntó Chuuya alzando una ceja.

—Los únicos animales somos nosotros cuando follamos —le contestó Dazai con un celular rojo en la mano, de donde salía el raro sonido—. Ya era hora —sonrió con maldad y le mostró la pantalla del móvil para que leyese el nombre.

—¿El tono de llamada de Atsushi son maullidos y su nombre de contacto es “La Tigresa del Oriente”? —formuló, escéptico y con una pizca de «¿No me jodas? ¿Es en serio?»—. Muy creativo de tu parte.

—Esto se va a poner bueno. —sea lo que sea que tuviese planeado el castaño, no era nada humanamente seguro.

Le hizo una seña a Chuuya para que guardase silencio y descolgó.

¿Dazai-san? Necesito su ayuda.

No pudo contestar, pues segundo después sonó una canción que puso los pelos de punta a Nakahara e hizo reír a Dazai, tomó ahora un celular negro del sofá y giró otra vez la pantalla hacia Chuuya.

—¿Por qué mierda tienes agendado a Akutagawa como “Jack Squeletom versión emo del 2005”? —preguntó mirando con las cejas arrugadas y los ojos secos por el brillo azul—. ¿¡Y por qué vergas su tono de llamada es la “Marcha fúnebre” usada en funerales!?

—Porque lo conocí en un funeral, precisamente. —Osamu rió, pero el pellirrojo llevaba tanto tiempo a su lado que ya podía diferenciar las sonrisas falsas de las sinceras; y esa, del segundo tipo no era. Hablaba en serio.

Otra vez el dedo en los labios para guardar silencio y contestó, activando la segunda línea.

Da-dazai-san... necesito de su ayuda.

—Chuuya, busca el fierro golpeador de parejas felices. Esto se va a poner bueno.

.

.

Llegaron una hora después al lugar donde habían quedado. Ambos vestían kimonos típicos de la época, acompañados de haoris debido al clima frío. Dazai chasqueó la lengua molesto al ver otra vez el sombrero que descansaba sobre la cabeza pelirroja. Había insistido en que no se lo colocase, en vano. Chuuya amaba aquellas cosas horrendas, a él le parecía que opacaba su bello color de pelo. Cosa que amaba.

Volteó la cara antes de que Chuuya se percatase de lo mal que estaba mirando su sombrero y le pegase una patada en las bolas.

Miró a los dos chicos que tenía al frente. Ambos estaban dándose la espalda, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Ash, eran tan complicados.

—Bien, ¿qué pasó? —preguntó nada más estar frente a ellos, con una sonrisa que demostraba que ya se lo imaginaba pero quería que ellos mismo lo dijesen.

Atsushi señaló acusadoramente a su derecha con el índice.

—¡Intentó clavarme una rosa en el ojo! —exclamó molesto.

«Solo intentabas darle una flor, ¿eh?», pensó Osamu mirando con diversión a Akutagawa, quién se negaba a voltear la mirada del suelo.

—Será una larga noche... —murmuró Chuuya a sus espaldas, preparándose para lo que se avecinaba. Ya el problema había comenzado unas horas antes...

.

.

...y estaba Dazai con ambos celulares en las manos y mirando a Chuuya con una mueca de auténtica locura maniática.

El castaño soltó una risita y se puso en la oreja el móvil rojo.

—¿Qué se le ofrece? —imitó la voz de un operador—. Habla Dazai Osamu, consultor de corazones novatos que no son capaces de llamar a su crush para pedirle que vaya con él al Festival de Año Nuevo.

Chuuya rió al imaginar la cara de Atsushi en plan «¿Khomolozupo

¿Cómo lo supo? —ven, se los dije.

—Soy Dazai Osamu, ya lo dije. —respondió con autosuficiencia.

Recordó que tenía la llamada activa en el celular negro. Se lo puso en el oído, alejando a Atsushi.

—¿Tienes dos celulares? —preguntó el pelirrojo con confusión, al percatarse del detalle.

—¿Por quién me tomas, Chuuya?

—¿Por una persona que guarda el encendedor en el frigorífico?

—Te diría que no pero sí —¿qué decir? era normal no prestar atención a lo demás si tu mente siempre está pensando en formas de suicidarse sin dolor—. Necesito dos teléfonos para esto... —se colocó el teléfono negro en la oreja y habló, con ese tono profesional fingido—: ¿Qué se le ofrece? Habla Dazai Osamu, consultor de personas con más cejas que empatía emocional que no son capaces de darse cuenta que quieren invitar al Festival de Año Nuevo a un chico porque se siente atraído por este.

La línea se quedó en silencio un segundo. Se separó el móvil y se puso el rojo, había dejado a Atsushi en espera.

Dazai-san... quiero... —comenzó a decir el albino pero fue interrumpido:

—...pedirle a Akutagawa-kun que te acompañe al festival de esta noche, lo sé.

Pero...

—... no sabes cómo hacerlo, más bien, te da vergüenza hacerlo. —rectificó.

Dazai-san, déj-

—...-jeme terminar de una frase —imitó la voz del albino con sorna—. ¡Es que tengo tiempo en escena! :D

Un movimiento al frente de él hizo que viese a Chuuya, que le señalaba con un dedo el móvil negro, que seguía marcando los segundos. Dejó el rojo y atendió este.

Da-dazai-san... —la voz de Akutagawa se escuchaba más ronca que de costumbre.

—Ay, no. Este hasta tartamudea —se llevó una mano a la frente—. Ser cupido es tan trabajoso —agregó con dramatismo y le habló al chico—: Bien, Akutagawa; si no superas tu pánico escénico e inseguridad no serás capaz de decirle a Atsushi lo que sientes por él. Bla, bla, bla. ¿Me comprendes?

Escuchó que se aclaraba la garganta, seguro que había tenido un "ataque de tos" por lo referido al peliblanco.

—... . —afirmó.

—Bien —sonrió—, así que practiquemos. Repite después de mí: «¿Quieres venir conmigo al festival, Atsushi?»

—¿Qui-quieres venir conmigo al festival, A-a... Jinko. —Akutagawa juró que sintió el facepalm de Dazai.

—Noooo —regañó—, At-su-shi —deletreó, acentuando cada sílaba—. El nombre es muy importante.

A-a-a-at... ahhhh, es imposible. —dijo con frustración.

Dazai soltó un suspiro, vio a Chuuya aguantar la risa sentado en la mesa del comedor.

—At. —comenzó el castaño con paciencia.

At. —repitió Akutagawa.

—Su.

Su.

—Shi.

Shi.

—Atsushi. —era imposible que lo dijese ma-

Jinko.

Colgó.

Se pasó la mano por la cara. Nakahara estalló en una risotada. Tomó el teléfono rojo y decidió enseñar a su otro hijo.

—Bien, ya terminé con el lento.

¿Lento, qué; Dazai-san? —preguntó Atsushi con inocencia.

—Que lento irás si no me tomas la palabra —disimuló—. ¿Por qué no practicas cómo pedirle una cita a Akutagawa?

Okey. —aceptó emocionado.

—Bien, ahora; repite después de mí: «¿Quieres venir conmigo al festival, Akutagawa?»

¿Quieres venir co-conmigo al festival, Aku-kutagawa?

Tartamudeó, pero lo dijo; a diferencia de otro. Pasó a la última fase del plan. Tomó el móvil negro y marcó el número del pelinegro. Lo cogió al tercer toque.
Se colocó ambos teléfonos en los oídos y habló, para ambos, pero sin ellos percatarse.

—Practiquemos una última vez —aguantó la risa—, dime lo que ensayamos —y corrió hacia la mesa donde Chuuya convulsionaba de la risa y puso ambos celulares en altavoz, uno junto al otro.

¿Quiere ir conmigo al festival, Jinko/Akutagawa? —dijeron al unísono.

Silencio.

¿Eh? ¿¡AKUTAGAWA/JINKO!?

El castaño y el pelirrojo solo podían reír como locos.

Tú primero. —dijo Atsushi.

No, tú. —habló Akutagawa.

Faltaría más. —insitió el albino.

Insisto.

Que digo que tú. —Nakajima se empezaba a exasperar.

No, no; después de t-

—¡A la puta madre! —gritó Chuuya rojo de ira—. ¡Parecéis dos jovencitas prepubertas enamoradas! ¡¡Váis a ir al puto festival de los cojones!!

¿¡Quién ha dicho nada de querer ir con ese idiota!? —gritaron juntos del otro lado de la línea.

El castaño se inclinó y dijo riendo:

—Pero, solo escúchalos, están sincronizados y todos.

¡¡¡No estamos sincronizados!!! —volvieron a protestar a la misma vez.

—¡¡¡IRÉIS SI NO QUERÉIS QUE LES SAQUE EL CEREBRO POR EL CULO!!! ¡¡¡A LAS OCHO EN PUNTO FRENTE A LAS TERMAS!!! ¿¡ENTENDIDO!?

Sin esperar respuesta alguna, pues la amenaza quedó suficientemente claro, Chuuya estrelló ambos teléfonos móviles contra el suelo. Su poca paciencia se había acabado.

—Oh, me gusta esta nueva versión de cupido —Dazai lo tomó fuertemente de las caderas, pegando su pecho a la espalda del pelirrojo, susurrándole al oído—: salvaje e irascible.

—No has visto nada. —volteó la cara con una sonrisa pícara, con sus ojos azules clavados en los labios del castaño.

—Quiero verlo todo. —mordió el lóbulo de su oreja, sacándole un gemido.

Chuuya lo lanzó de un empujón hacia el sofá, colocándose a horcajadas sobre él mientras se quitaba la camisa, quedando su torso dormido.

—¿Cuánto tiempo tenemos hasta que los niños lleguen al lugar que les dijimos? —preguntó ya excitado, restregándose contra la erección del castaño.

—Tres peleas verbales de cinco minutos, siete minutos de silencio incómodo y ocho minutos hasta que llegue la policía por disturbio público. —se adelantó para repartir besos en su delicado cuello.

—Llegaremos antes de tener que pagar la fianza.

Y así, niños, es cómo una habitación pasa de 12° a 90° en un simple llamada telefónica.

No intentar en casa, por favor.















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