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〔Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ ᴜ́ɴɪᴄᴏ 〕 𝐚𝐥𝐢𝐯𝐞.

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𝑫𝒊𝒐𝒔𝒂: 𝖠𝖿𝗋𝗈𝖽𝗂𝗍𝖺

𝑭𝒂𝒏𝒅𝒐𝒎: 𝖵𝖺𝗇𝗂𝗍𝖺𝗌 𝗇𝗈 𝖢𝖺𝗋𝗍𝖾.

𝑵𝒖́𝒎𝒆𝒓𝒐 𝒅𝒆 𝒑𝒂𝒍𝒂𝒃𝒓𝒂𝒔: 34.015

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A partir del año 264 a. C, Roma se enfrentó a la Antigua Cartago en las guerras púnicas. Se logró una gran expansión política y económica hacia todo el Mediterráneo. Durante este periodo, apareció un enfrentamiento entre distintas facciones, generando diversas revueltas, revoluciones y guerras civiles. 

El vencedor de todos estos conflictos, fue César Augusto, quien consolidó un gobierno unipersonal y centralizado conocido como: El Imperio Romano. Por ende, la estabilidad económica del Imperio quedó ligada al carácter de los emperadores que lo sucederían, esperando conseguir un largo periodo de paz.

Augusto, inaugura la dinastía Julio-Claudia, siendo el periodo de máximo esplendor del Imperio. Gobernó desde el año 27 a. C hasta el 14 d. C, tras un prolongado reinado de cuatro décadas. Tras su muerte, debían sucederle sus hijos, entre los que se encontraban: Julia la Mayor, Cayo César, Lucio, Tiberio, Druso y Vanitas Cándido. Todos eran adoptivos, exceptuando a Julia, y Vanitas.

Julia era hija suya de un anterior matrimonio con Claudia Escribonia, empero, se enamoró de otra mujer, Livia; ella ya poseía dos hijos (Tiberio y Druso), y que sin importarle, los adoptó y se casó con ella. 

Él imaginó que tener descendencia con Livia sería fácil, al ya haber tenido dos hijos, pero el que concibió con esta, murió al poco de nacer, y tampoco pudo contar con los nietos que le dio su hija Julia (quien no podía reinar), cuyos eran Cayo y Lucio Cesar, también habiendo un tercero, del que no se hablaba porque estaba loco. 

Sin embargo, Cayo y Lucio murieron antes que el propio emperador, por lo que solo quedaba en su sucesión, Tiberio, Druso y Vanitas. La elección resultaba fácil porque Druso era su favorito, apuesto y moderado en sus acciones, el pueblo lo idolatraba por sus éxitos militares.

Por otro lado, Tiberio resultó ser desconfiado y tímido, aunque demostró ser inteligente y culto desde su juventud; y mientras, Vanitas, era un bastardo, hijo de una relación fuera del matrimonio, y no se le veía muy aceptado entre la corte, siendo el último y más joven; demostraba capacidades ligadas a su nombre. 

Vanitas Cándido, un joven vanidoso, con una existencia efímera, de altanería y mentiras; características que se ajustan a su personalidad sarcástica, seguro de sí mismo, despreocupado y hasta un poco egocéntrico. Pero, seguía siendo el más joven de todos.

Por lo que su predilección fue Druso, quien sin embargo murió tras la caída de su caballo a los 29 años de edad en el año 9 a. C. Con la muerte de sus nietos, no quedó más margen que suceder el Imperio a Tiberio, la última de sus opciones, quien se convirtió en su sucesor en el año 4 d. C, convirtiéndose en el segundo emperador de Roma. 

La última conversación entre Augusto y Tiberio, sucedió en el lecho de muerte del emperador, el 19 de agosto de 14 d. C; este exclamó cuando Tiberio abandonó la sala:

—¡Pobre pueblo romano, destinado a ser devorado por una mandíbula tan lenta!

Y con ello, inició el imperio de Tiberio, durante una década, el cuál resultó ser un poco nefasto y por decisión del pueblo, se le sucedió al bastardo, ahora mayor de edad, Vanitas Cándido. El cuál se esperaba que fuera una decisión más certera que aquellos diez años ya vividos, de pocas riquezas y guerras innecesarias.

Tras su coronación y la expulsión de Tiberio de Roma, inició su imperio. Pese a ser un emperador algo tirano y de elecciones bastante dramáticas, el imperio prosperó y se pudieron recuperar tras aquella década de hambría y sufrimiento, por lo que era muy amado en el pueblo, y todas sus decisiones eran alabadas.

Ahora, Vanitas era aún mucho más vanidoso, después de recibir todos aquellos tratos especiales y amor de su gente. Su cuerpo era bañado varios días con la leche de las cabras y vacas más grandes y cuidadas de todo el imperio; se decía que aumentaba la puridad en aquella pálida piel característica. 

Su cuerpo menudo y delgado, era figura de un joven más de cabeza que de acciones militares; él se encargaba de atender todos los mandatos y ofrecer las mejores estrategias, que por suerte, habían salido victoriosas. Su largo cabello oscuro, brillaba en la noche y recalcaba las batallas que había ganado, por ende, este era más y más largo. Su rostro era delicado, tenía unas facciones finas, y unos ojos índigos protegidos de unas pestañas negras como la noche.

Aquel día, vestía una túnica blanca, de la mejor seda de sus trabajadores y su diadema de laurel hecha en oro puro. Caminaba cerca del trono, se acercaba al balcón que le permitía disfrutar de las vistas de su pueblo, algunos niños lo veían desde el suelo y lo saludaban con cordialidad; la cual, aunque muchos extranjeros pensarán que era un emperador hipócrita e injusto, siempre correspondía..., le devolvió el saludo con una sonrisa y regresó al interior.

Se aburría, y era normal. Cuando todos los mandatos y trabajos habían sido realizados, tenía poco que hacer. Acostumbraba a pasar sus días con bellas mujeres, que le hacían disfrutar el momento, muy ciertamente, pero aquel día quería sentir algo más emocionante. Y recordó que hacía mucho, no visitaba su entretenimiento favorito.

—Jeanne —llamó el joven emperador a una sirvienta que esperaba paciente a cualquier petición.

—Mi señor —indicó ella, con respeto y adulación.

Esta solía ser su mujer de compañía habitual, había sido una esclava recogida en las últimas semanas, y Vanitas la eligió como su actual mujer, desechando a la anterior. Esta tenía un largo cabello rosado, rizado y decorado con trenzas. Vestía una túnica blanca, con un brazalete dorado en su brazo, regalo del emperador, pues debía verse cuidada para estar junto a él. También llevaba una estola, una prenda con muchos pliegues de un color cerúleo que utilizaba encima de la túnica; y unas sandalias atadas hasta sus tobillos la completaban.

—Ayúdame a prepararme, busca mi mejor túnica y accesorios; vamos a visitar a mi pretor favorito. Antes avisa a los guardias, y que alisten la basterna, será un viaje corto hasta el coliseo —esta asintió y se dio toda la prisa posible para avisar a los hombres y regresar en el menor tiempo.

Vanitas estaba muy contento, tenía una extraña ilusión naciente y sentía emoción de ver algún espectáculo que valiese su tiempo. También disfrutaba de los distintos vehículos que poseía, al estar cerca del coliseo, usaría su favorito, la basterna: un armazón tirado por mulas, mientras él viajaría en una silla gestatoria sentado y con la espalda recta para saludar a su pueblo. También viajaba con un esclavo, encargado de conducir las mulas y abrir el paso, además de sus guardias y aquella dama tan hermosa, con su piel blanca y orbes dorados.

Esta regresó ya con dicha túnica, bordeada con finos detalles dorados, su cinturón forjado en oro y bronce, un brazalete y colgante de oro que harían resaltar su pálida piel. La joven lavó su cuerpo, con compañía de otras sirvientas, y pusieron sus pendientes favoritos y cabello atado en una larga cola, acompañada de su corona de laureles. Prepararon su vaina y su espada en oro, que llevaría su esclavo; aún cuando era más de cabeza que lucha, sabía defenderse y era importante llevarla siempre.

Una paloma fue enviada a toda prisa hasta el pretor, avisando de la llegada del emperador y la incesante necesidad de montar algún espectáculo. Con todo listo, se montó en el vehículo con su joven doncella, Jeanne, e iniciaron marcha hacia el coliseo. 

El pueblo abría paso al vehículo, saludando a su emperador. Con banales conversaciones llevadas con su doncella, el trayecto se hizo más corto y ya podía ver la entrada hacia el coliseo. Su pretor favorito estaba ahí, frente al portón, esperándolo. Tampoco era que le cayese del todo bien aquel rubio, pero, era un gran jefe militar del imperio y se merecía aquel nombre de pretor.

—¡Roland, un placer verte después de tantos meses! —exclamó Vanitas saliendo del carruaje, mientras tendía su mano a su doncella para hacerla bajar. 

Este rubio acudió al llamado de su emperador, para dejar una reverencia y corresponderle con una sonrisa. —¡Nuestro amado emperador! El placer es mío, y os aviso que el espectáculo de hoy, levantará todos vuestros ánimos.

—Aplaudo por eso. —le dijo Vanitas, caminando junto al hombre para dirigirse a la zona donde se sentaban los emperadores, un asiento único, con algunos a su espalda, donde se sentaban los jueces o personajes importantes, y a su lado, un pequeño banco, donde se sentaba su doncella. El resto del pueblo ya estaba colocado en todo el palco, estaba muy abrumado y todos aplaudieron al ver llegar al emperador, quien saludó con su mano.

Roland se levantó y con un acto de sus manos, inició el espectáculo. Vanitas se acomodó y esperó ver algo interesante. Era de conocimiento común que los coliseos se usaban para peleas de gladiadores, así como una gran variedad de eventos. 

Los espectáculos llamados munera, siempre eran patrocinados por ciudadanos, y tenían un fuerte poder religioso, pero también una fuerte demostración de poder e influencia familiar. Según le estaba explicando Roland, normalmente los combates estaban formados por casi 10. 000 gladiadores con una duración de 123 días, pero al ser una urgencia requerida por él, su emperador, sería un combate con treinta esclavos, que habían sido entrenados y que acabaría aquel mismo día, ya sea con un o ningún ganador, solo para su entretenimiento. 

En caso de quedar un gladiador herido, el pueblo y emperador podrían salvarle la vida, mediante la posición de su pulgar, arriba o abajo, representando la vida o la muerte del luchador vencido. 

También le confesó que entre su tropa, había un gladiador que destacaba entre los demás, y que cuando apareciese en escena, sabría identificarlo de inmediato. Algo que incentivó su curiosidad.

Los carruajes comenzaron a salir por el campo, los rostros de esclavos convertidos en gladiadores se hacían presentes, el sol iluminaba sus armaduras, algunas solo en el pecho, otras cubriendo su cabeza únicamente, símbolo de gran ego, y otras con armadura de cuerpo completo. Vitoreaban y gritaban con sus grotescos rostros, llenos de cicatrices y músculos gigantes, casi todos poseían abdominales y cuerpo grandes. 

Salió un carruaje blanco, y Vanitas de inmediato se enderezó en su sitio. Un joven de cuerpo mucho más delgado que los otros hombres dirigía sus caballos y gritaba con algarabía, una sonrisa impecable se veía en sus labios. 

Estaba fornido y se veía trabajado, pero no era grotesco como los otros contrincantes. Llevaba protección en su pecho y espalda, dos espadas en vainas a su cintura, y podía ver su rostro: facciones finas, piel morena sin cicatrices y un cabello blanco, algo corto. Vanitas sintió que acababa de encontrar algo majestuoso para su deleite. Esperaba, por primera vez, que no muriese.

Este alzó sus brazos, aclamando los gritos del pueblo que se alzaban con él. Ya sabía quien era el favorito de su gente, y su sonrisa se extendió en sus labios al ver como todos los participantes bajaban de sus carruajes y se saludaban con la mano, algunos tenían rituales, como el morder o besar sus espadas, bendiciendo sus vidas y aquella batalla.

El moreno tomó una joya que colgaba de su cuello, y dejó un casto beso para seguir regodeándose entre su gente. Los guardias se llevaron los caballos y carruajes, quedando únicamente los hombres que iban a luchar.

Vanitas alzó su brazo, dictando que podía comenzar; haciendo a su vez, que cruzase mirada con el albino, siendo la primera vez que lo veía en aquellos juegos. Pese a la distancia, pudo fijarse en sus pestañas blancas y orbes amatistas.

—¿Impresionante, verdad? —escuchó de su pretor rubio y algo egocéntrico. —Nuestra última innovación de las semanas, es este esclavo que ha traído grandes sorpresas, posee muy aptas capacidades.

Vanitas apretó sus puños, emocionado por las palabras de su compañero, y esperando ver aquel enfrentamiento que iniciaba. Los hombres empuñaron sus espadas, iniciando sus ataques entre ellos..., la sangre relucía sobre sus rostros mientras los cuerpos iban cayendo uno tras otro. 

En el caos de la batalla, el emperador nunca perdió de vista al gladiador de cabello blanquecino, estaba en medio de un duelo y tan pronto logró liberarse de los enemigos que le rodeaban, saltó sobre uno grotescamente gigante, se sujetó con fuerza a la cintura del otro, aprisionándolo con sus muslos y haciéndolo perder el equilibrio; ya en el suelo, le cortó los brazos y desgarró su cuello con un grito de triunfo.

Eso hizo sacar un silbido sin improvisar del emperador. Jeanne lo observó y carraspeó vagamente —Carece de originalidad —habló esta, acomodando su largo cabello tras su espalda.

Vanitas simplemente le echó una mirada por el rabillo del ojo —No sabes lo que dices, mujer.

Jeanne respingó tras eso, y apretó sus finos labios; desde la primera vez que la había comprado y convertido en su dama, jamás había renegado de cualquier cosa dicha por ella y siempre la veía con un dulce mirar. No aquel apenas dirigido, frívolo y distante.

Otro de aquellos hombres, inició una carrera mientras lanzaba una espada sobre el costal del moreno, acto que este previno y simplemente alcanzó a cortar su tersa piel, en algo superficial. Rápidamente, descargó un golpe frente a su atacante, hábil y mortal. Y cuándo la espalda cortó el cuello extendido, la cabeza cayó como una piedra y la mole de su cuerpo se desplomó con fuerza. Entre los únicos gladiadores, quedaban en vida dos, aquel moreno de cabello blanco y otro sin importancia para el emperador. 

La lucha había sido rápida y eso lo agradeció el lechoso, pues quería aquel moreno vivo y quería hablar con él, desde el primer momento en que lo vio. El otro, extra, era un hombre de color también, pero algo más oscuro que su nuevo interés. Llevaba solo armadura en sus muñecas, lo que indicaba su gran ego por ser inmune a cualquier gladiador, y eso debía aplaudírselo el emperador, había quedado como segundo sobreviviente entre treinta esclavos.

El albino limpió la sangre de su espada, y sonrió ante su último combatiente. Compartieron golpes, encuentros entre sus armas, que muchas veces hacían retroceder al moreno de cabello blanco y el emperador apretaba sus puños a la espera. Una patada fue dirigida al extra, y el gladiador favorito del emperador, clavó una de sus espadas en una de las piernas contrarias.

Parecía todo llegar a su fin, y el público vitoreaba porque le diese su último golpe y acabase con su vida, mientras estaba el extra de rodillas en el suelo. Muchas veces, Vanitas se preguntaba si su pueblo era mucho más sangriento que él mismo. El albino observó a su emperador, paciente por su respuesta ante la petición de la audiencia, pero, el lechoso solo dejó un mirar serio y una sonrisa ladina. 

Extrañado el gladiador, por anticipar su victoria, sintió como el otro le clavaba un cuchillo en su rodilla, que lo hizo respingar por aquello pero no ceder. Este contrario, levantándose tambaleante, volvió a lanzar otra estocada, esta vez con su espada hacia el albino, que de no haber dado con presteza un salto hacia atrás, era probable que no lo hubiera recibido bien. 

El moreno, se dio cuenta de que este daría más pelea, y se puso gravemente en guardia. —¡Esta victoria será mía! —gritaba el albino mientras hacía frente lo mejor que podía y sin retroceder un paso a su enemigo. Pero el contrario no sabía con qué clase de testarudo tenía que habérselas; aquel moreno no era hombre que pidiera merced nunca. 

El combate continuó, pues, algunos segundos todavía; el golpe de las espadas estaba en un frenesí, hasta que el desconocido dejó escapar su espada que un golpe del albino rompió en dos trozos. Otra estocada en su frente y lo derribó casi al mismo tiempo, todo ensangrentado y con los ojos en blanco, muerto finalmente con la espada entre ceja y ceja. Esta vez no le daría merced de vivir o morir, por haberlo atacado antes como cobarde. 

Un resplandor lo envolvió y los cabellos le brillaron a la luz naciente del sol, haciendo brillar la sangre sobre su piel. El enfrentamiento había terminado, todos habían mantenido sus vastas peleas, y aquel moreno, había acabado como el único vencedor tras labrar las suyas propias. Un grito ensordecedor se elevó de sus finos labios, el sudor en su cuerpo y sus brazos erguidos, hicieron levantar a todo el público. Algunos hasta lloraban de la emoción y suplicaban por poder tocar al vencedor.

Vanitas aplaudió, provocando un sordo silencio, y con una sonrisa abandonó su asiento. —Sacadlo de este campo de sangre, y llevadme al interior del coliseo donde pueda hablar con él. 

Roland asintió con rapidez, mientras Jeanne corría tras su señor y todo el público comenzaba a vitorear de nuevo. El rubio avisó a sus guardias, quienes sacaron al gladiador del estadio, y lo llevaron a un cuarto donde el emperador lo esperaba impaciente.

Tan solo tuvo que esperar unos minutos, mientras se acomodaba en la mesa predispuesta, su doncella estaba detrás de él, de pie, a diferencia de él, sentado. Roland también estaba y algunos de sus soldados. La puerta se abrió, y Vanitas sintió como su mirada se iluminaba. Entraban dos guardias, sujetando de los brazos al gladiador, este estaba con cadenas en manos y pies, y Vanitas se sorprendió de la rapidez en que lo habían encadenado para su protección. 

Lo tiraron al suelo de rodillas, y Vanitas se levantó de inmediato. —No he pedido que se trate de esta forma al vencedor de un difícil torneo —añadió con seriedad. —Levantadlo. 

Y como ordenó el emperador, pusieron de pie al gladiador que suspiraba exhausto, algo natural después de semejante batalla, y que para su conveniencia o beneficio, había sido un espectáculo de su total disfrute.

—Es un placer poder hablar con tan grandioso luchador. —habló de nuevo el lechoso, ya de pie, y acercándose al joven de apariencia indiferente.

Al estar a poca distancia de él, Vanitas pudo fijarse en la diferencia de alturas y como, el gladiador, le sobre pasaba al menos una cabeza y media. Su piel se veía más tersa de cerca, y podía oler la fragancia de la sangre de sus heridas. Jeanne, mientras tanto, observaba a su emperador, extrañada de tal situación.

El albino mantenía mirada fija en este, sus orbes amatistas estaban serios, sin sentimiento alguno. Su pecho y respiración eran agitadas debido a su reciente victoria. —¿Qué deseáis de mí, mi señor? —cuestionó aquel hombre de sudoroso cuerpo.

Vanitas sonrió. —¡Qué grata sorpresa saber que posees un adecuado lenguaje! —añadió para seguir viendo su luciente cuerpo sin disimulo alguno. —Debido a mi petición, se inició un torneo. En el que vos, gladiador, resultasteis vencedor, empero, no es eso lo que me atrae de vos. 

Este seguía manteniendo su mirar frío. —Me sorprendió vuestra habilidad, agilidad y fuerza, vuestros movimientos eran certeros, parecíais un ave libre en su amplitud. Y, lo más importante, entendéis de clemencia cuando procede, de honor y coraje. Aunque vuestro contrincante fuese un vil cobarde y no aceptase vuestra misericordia. —añadió para echarle un vistazo rápido y girar sobre sus talones.

—Disculpe mi alevosía, pero me repito en mis palabras, ¿En qué puedo complaceros, mi señor? Debo regresar a los calabozos, sanar mis heridas, y prepárame para torneos próximos.

Este dejó una corta risa. —Veo que hay situaciones más importantes que ameritan de tu presencia.

—No pretendía dar esa intención con mis palabras, señor —habló rápidamente el moreno.

—Busco recompensaros, para ser preciso, vuestra victoria merece ser alabada, y por ende, deseo compraros —añadió para verlo de nuevo, a ojos sorpresivos de Roland y su doncella. —Os convertiréis en mi protector. 

El moreno abrió sus labios y frunció su ceño. —¿Puedo rehusarme? —cuestionó el gladiador. —He sido-

—¡¿Cómo osáis rehusaros a tal premiación de vuestro emperador, señor de todo lo que pisáis y veis?! —exclamó la joven de cabellos rosados, molesta por aquel esclavo.

Vanitas la observó algo hastiado. —Silencio, Jeanne. Tiene el permiso de hablar, se lo merece después de su trabajo. Vos no os habéis ganado nada aún. —dictó el emperador, callando a la mujer que mordía sus labios avergonzada.

Aprovechando la situación, Roland habló. —Si me lo permitís, mi alteza —escuchó el de índigos ojos, animándole a continuar —Poseo mejores guerreros, capaces de poder asegurar vuestra vida. Este esclavo apenas lleva unas semanas, y el pueblo adora verlo en los torneos.

Vanitas dejó otra casta risa. —Pues que adulen a otro, entonces. —se dirigió al gladiador —Termina tus palabras.

El moreno carraspeó tras aquellas interrupciones y relamió sus labios, algo secos, después de todo estaba perdiendo sangre por sus heridas recientes. —Como decía, he sido un esclavo toda mi vida, y durante este tiempo, entrenado para luchar en el coliseo. No me veo apto para andar detrás de una alteza y protegerlo de un peligro inexistente. Sois señor, poseedor de todas estas tierras, como ha dicho vuestra doncella, nadie se atrevería a levantaros una mano.

Vanitas asintió, y dando unos pasos hacia el gladiador, tomó su barbilla en sus manos para bajar su cabeza y que lo viese fijamente. —Entiendo lo que dices, pero, vos no conocéis los peligros que me acechan. Por otro lado, esto no era una petición. Ahora me pertenecéis, y haréis todo lo que diga.

El moreno cruzó vista con él, con aquellos profundos cerúleos ojos, sintiendo que aquella corona dorada destelleaba en demasía, y asintió sin objeción. —Disculpad mi osadía, alteza.

Vanitas sonrió y lo soltó. —Nos vamos, Jeanne, pídele al esclavo del carruaje que traiga las monedas de oro y se las entregué a mi querido pretor, Roland. El pago está hecho. Soltadle de sus cadenas. —añadió el lechoso, para ver al hombre de gran apariencia, libre de aquel metal. 

La mujer salió con prisa, y tras unos minutos regresó con la bolsa, se la entregó al rubio quien agradeció con adulación. El moreno solo observaba al ahora, su nuevo dueño, no podía molestarse por aquello, había sido comprado tantas veces que ya era algo habitual. Con todo listo, salieron del palco y coliseo, hacia el carruaje; se despidió de su gran amigo y con su doncella y protector, regresaron al palacio.

—¿Vuestro nombre? —preguntó el emperador. 

El moreno estaba sentado frente suyo, y la doncella a un lado de Vanitas. Carraspeó, observando el paisaje a su alrededor, llevaba tantas semanas encerrado tras las murallas del coliseo que había extrañado ver las afueras. —Noé. Ese es mi nombre.

—Noé —repitió el emperador, bajo los ojos de sus acompañantes. —Me agrada, es corto y fácil de recordar —añadió, observando aún sus heridas —Cuando lleguemos, serás tratado por mi sanador, te lavarán y cambiarán tus ropas.

Noé asintió. —Lo agradezco, mi señor. —Este se recostó sobre su asiento, observando con su perfilado rostro las callejuelas de su reino. 

El ahora, protector del emperador, observaba con atención a su nuevo señor. De todo lo que había llevado de esclavo, nunca había sido comprado por alguien tan joven, incluso aquel hombre rubio de nombre Roland era algo más mayor que este; además era un emperador, y no comprendía con seguridad el haberle comprado, por lo que veía ya poseía más guardias de los que necesitaba.

Estos andaban alrededor del carruaje, con sus armaduras y espadas en vaina. Tan pronto como veía aquello, se fijo en la entrada a un palacio, conformado de jardines y extravagancias. El vehículo frenó su movimiento, y ambos bajaron del vehículo junto a la doncella.

—Vamos, Noé. Jeanne te lo enseñará todo, mientras regreso a descansar a mis aposentos. Cuando ya hayáis conocido todas las salas, buscadme. —añadió para dejar una corta mirada sobre su protector y dirigirse nuevamente a su doncella. —Prepara un baño también, cuando termines de enseñarle a Noé lo predispuesto, iremos al terma. 

La joven asintió y observó como este se adentraba con algunos guardias, dirigiéndose a sus aposentos. Esta tras estar a solas con el esclavo, lo observó con atención. —Debéis recordar cada una de las salas, no tendréis otro momento de hacerlo. Siempre que nuestro señor, necesite algo, y solicité que seáis el que se lo traiga, debéis exactamente saber donde se encuentra. —le dijo esta, acomodando de nuevo su cabello.

Este asintió, fijándose en lo pequeña que era la mujer. —Agradezco vuestra amabilidad, mi señora. Poseo buena memoria y no decepcionaré al señor.

Esta le echó un vistazo serio y lo mandó a seguirla. Las habitaciones fueron enseñadas una a una, desde la entrada, a las armas, desde la habitación de sus mujeres donde el emperador disfrutaba de su tiempo, hasta los jardines delanteros y traseros. —¿Ninguna de sus mujeres o vos misma, entráis a sus aposentos?

Esta lo vio incrédula. —No le agrada realizar esos actos en su habitación. Prefiere que sea en otras salas. —Noé asintió tras eso. —Si debo ser su protector, ¿No debería encargarse otra persona de sus deseos o cualquier satisfacción que haya que buscar en otra sala?

Jeanne renegó con su mano. —Con él no hay nada seguro, es mejor que sepas la ubicación de las salas. Yo soy su doncella de compañía, pero al parecer también su sirvienta. No será de extrañar que también os pida algo.

El moreno asintió nuevamente, esta vez, Jeanne lo llevaba a lavar y cambiar, además de tratar sus heridas. Varias de las doncellas del emperador, se ocuparon de lavar su cuerpo y traerle mudas limpias, y tras curarle sus heridas, lo vistieron. Este se sentía algo avergonzado de que tantas mujeres lo observarán, pero, era orden de su señor. Se vistió con una túnica blanca, algo abierta en su pecho, un cinturón de bronce en su cintura y unas sandalias hasta sus rodillas. Su cabello se veía sedoso, lejos de todo el sudor y sangre antes reciente, parecía un señor más de la corte.

Con todo listo, Jeanne y el joven gladiador, marcharon hacia los aposentos del emperador. Tocaron reiteradas veces su puerta, y tras ser aceptado por este, entraron para llevarlo a su baño termal. Su aposento era una sala muy amplia, con un camastro en el centro, protegido de una tela transparente enganchada en el techo, paredes blancas, y multitud de armarios, seguramente con trajes y accesorios. Habían varias alfombras y un pequeño balcón que conducía a unas vistas de todo el imperio. Este estaba sentado en una de sus alfombras, leyendo libros y manuscritos; desinteresado, observó a los entrantes, y sus orbes se iluminaron tras ver al gladiador aseado y sanado de sus heridas.

El bronce resaltaba aquella piel morena y cabello blanco. —¡Lucís precioso, Noé! —dejó escapar el emperador, pillando de improvisto al moreno.

Quien le regaló una suave sonrisa y una pequeña reverencia. —Gracias a vos, mi señor.

Vanitas se levantó y observó a Jeanne rápidamente. —Por fin, mi baño, he esperado demasiado en quitarme este sudor. —cerca del moreno, lo hizo pasar más de la entrada, para girar a su alrededor y disfrutar de la vista que ofrecía el cuerpo del esclavo. 

—Vamos entonces, mi señor. —habló la doncella, queriendo llamar su atención, este accedió y junto a los dos esclavos, salió de la habitación hacia la sala de los termales. Donde habían bañado al moreno era la sala de los sirvientes, esta era la única para su emperador.

Era amplia, con suelo y paredes de mármol, salía bastante vapor de la entrada y Noé, aún extrañado de aquel cambio tan drástico se dejó embaucar de la opulencia de su emperador. Había más de un recinto de agua, todos decorados de baldosas blancas y algo hondas, lejos del parecido servicio de sus sirvientes. Siendo formado por dos únicos depósitos de agua caliente, uno para las mujeres y otro para los hombres, donde Jeanne también se había lavado y cambiado de ropas, algo que le indicó al moreno, que a su señor no le gustaban los olores, sudores o alguna suciedad en ninguno de sus sirvientes.

En la sala única del emperador, antes llamada por Jeanne, Caldarium, era donde se realizaban sus baños calientes. Era la habitación más iluminada y adornada, siendo unas cuatro estancias de aguas termales para él solo, llamadas labra, más allá de la sala había una piscina amplia y de forma cóncava, donde este realizaba sus nados rutinarios. Y una única estancia de agua fría, más pequeña que las otras, donde este solo pasaba unos minutos después del agua caliente.

Según había sido enseñado antes por su doncella, había una puerta cerca de esta sala, donde había tinas y bañeras, y eran las que usaba el emperador para sus baños de leche, que solían ser dos veces a la semana.

Ya habiendo entrado en la sala, se podía sentir, ahora de cerca, aquel aire vaporado de sus calientes aguas termales. Habían varias doncellas con toallas en sus antebrazos, esperando lavar a su señor, este caminó por la sala, sentándose en un banco y alzando una de sus delgadas piernas, a la espera de que una de ellas desenvolviera sus sandalias.

—Noé, a partir de ahora, estarás donde yo esté. Ya sea almorzando, bañándome o estando con una mujer. Cuidarás de mí, siempre, a no ser de que no solicité vuestra presencia. —añadió el joven lechoso, dejando que sus mujeres retirasen sus joyas y vestimenta. Soltaron su peinado, para lavarlo, dejando ver una larga cabellera oscura que caía por su cuerpo menudo y pálido.

—Cómo ordenéis, mi señor. —habló el moreno.

Noé y Jeanne estaban tras él, observando como las mujeres lo desvestían y lo introducían en las aguas. Para lavar su cuerpo con varios jabones y peinar su cabello, retirando el poco que quedaba en sus peines, ya habiendo terminado, lo acompañaron a otra de las estancias, para esta vez dejarlo dentro del agua, ya impoluto.

—Ahora, todas marchaos, Jeanne y Noé, acercaos aquí, por favor —ordenó, haciendo que las mujeres se fueran de la sala; a ojos del moreno, todas ellas eran de una belleza natural.

El moreno entendió que una de esas aguas, la usaba para limpiarse y deshacerse de su suciedad, mientras la segunda era solo para disfrutar del agua caliente. La joven y el moreno, se acercaron, quedando a pocos metros del emperador tendido en las aguas. 

Jeanne observó como su cabello se ondeaba y brillaba en el agua, y sus índigos ojos vestían un serio mirar, siendo una imagen hermosa para ella. Noé mantenía un rostro serio, y sus brazos cruzados en la espalda. Vanitas observó al gladiador, realmente aquellas ropas dejaban ver un cuerpo bien formado y agradable a la vista, pero lo que más atraía su atención, eran sus ojos amatistas, serios, con aquellas pestañas blancas.

—Meteos conmigo, Jeanne —ordenó a la dama bajo los ojos del esclavo de piel bronceada —Necesito atención.

Esta accedió al instante, y sin ninguna morbosidad o vergüenza, retiró su túnica dejando su piel desnuda frente a los dos hombres en la sala. Ella sonreía con felicidad, después de todo, el emperador la dictaba como suya, de su propiedad y debía hacer que fuera durante mucho tiempo. Ninguna de las otras mujeres o algún esclavo, podía lavarse con él en sus baños privados, más y únicamente que su dama de compañía.

El albino mantenía su mirada fija en el emperador, pareciendo algo descarado, pero, a este no le importaba, le gustaba aquel hombre y siempre había querido la atención de cualquiera que lo viese.

Jeanne entró a las aguas, fijándose en como el emperador la llamaba con la mano para que se acercase, pero, sus ojos estaba fijos en el esclavo. Eso le produjo alguna molestia en su interior, pero no podía objetar, aún así, quería toda la atención de este.

Vanitas no apartaba la vista del otro, compartían una mirada intensa y una sonrisa cruzó sus labios, mientras, sentía como la otra besaba su cuello y pecho, las aguas se mecían con sus movimientos. La sujetó con fuerza de la cintura en un movimiento efímero, y la hizo sentarse sobre él. —Moveos —ordenó a la mujer, mientras veía al moreno y acomodaba su largo cabello oscuro.

Sus movimientos iniciaron, suaves, gentiles, mientras acariciaba con castos besos el cuello del otro. Su largo cabello se mojaba con el movimiento, pero extrañamente, y de una forma distinta a las otras veces, no había reacción en el rostro de su señor, a duras penas reaccionaba al movimiento de sus caderas. Por lo que quería tenerlo para él, como había sido aquellas últimas semanas, tan acaramelados ambos, y aunque sabía que al emperador le gustaba en silencio, quiso cambiar aquello, para distraerlo del esclavo.

La escuchó gemir más alto de lo que estaban acostumbrados y simplemente le dijo —Os tengo dicho que me gusta el silencio. —y esta acalló sus intentos de atraer su atención, mientras, seguía con su trabajo.

Tras compartir aquella intimidad, Vanitas no se sentía lo suficientemente satisfecho, y ordenó que la mujer frenase sus movimientos y se quitase en aquel instante. El bello cuerpo de aquella mujer, desnudo, salió del agua; se sintió humillada y tomando sus ropas se vistió, sin que ninguno en la sala le prestase una mísera atención. 

—Límpiame. —escuchó Jeanne, accediendo y lavándolo de nuevo, era algo metódico con la limpieza, aún a ojos del moreno, y cambiaron de estancia de agua, a la tercera. Pero Jeanne, ya vestida, no entró en estas, dejando al emperador en su tercera agua termal, nuevamente impoluto; tenía las manos algo ya arrugadas pero estaba disfrutando de todo aquello, y no le importaba.

—Ven aquí. —escuchó la doncella, nuevamente, e ilusionada de ser ella, se decepcionó al instante.

Llamaba al esclavo negro, no a ella. Este se acercó con pasos suaves, y fue cuando el emperador le tendió una mirada fría a la joven, la segunda del día. —Iros. Ahora no os necesito. Lavaros, y regresad para cuando os necesite.

Esta asintió y se marchó de la sala, con sentimientos arremolinados y las lágrimas en sus ojos, dejando solos a su emperador y el esclavo. No quería armar un drama, esto sería solo un antojo de su vanidoso señor, ella seguiría siendo su dama de compañía y cuando se cansase de aquel esclavo, su nuevo juguete, todo regresaría a la normalidad, con ella.

Lejos del tiempo que llevaba, las otras doncellas le confesaron que siempre estaba con sus mujeres, por ende, se le hacía extraño aquellas situaciones con aquel gladiador, pero recién lo había comprado aquel día, no tardaría en aburrirse, y tampoco era como si tuviera algún deseo sexual en él, admitió en su cabeza mientras marchaba a limpiarse.

El albino se acercó a la punta de aquel lugar hondo de agua donde descansaba su emperador, en su tercera estancia de aguas termales, algo separada de donde había mantenido un coito con su doncella de compañía. 

No lo entendía, no entendía aquella mirada que le dedicaba; siendo la misma que le había depositado la primera vez que se vieron, era desconcertante como si viese alguna diversión en él o en lo que podría hacer para usarlo.

—Desvestíos —le indicó el hombre menudo dentro de las aguas.

Este cumplió con lo dicho, después de todo lo había comprado del coliseo. Pasando de ser de una propiedad a otra. Retiró su túnica blanca y cinturón en bronce, dejando ver aquella piel bronceada mientras, el emperador, no trató de disimular su vista por todo aquel cuerpo desnudo.

—Entrad —escuchó de nuevo el moreno de este lechoso.

—No merezco estar en el mismo sitio que vos, mi señor. —indicó el albino. —Además, se me ha explicado que solo vuestra doncella de compañía puede entrar.

—Noé, si quiero que entréis, vais a hacerlo. —le dijo el de cabello oscuro. —Son aguas termales, están algo calientes pero seguro que son de vuestro gusto, supongo que no has disfrutado de este placer nunca.

Este accedió y entró junto a este, era cierto, estaban algo calientes, pero desde que su cuerpo había sufrido tanto maltrato, casi no notaba la temperatura. El más delgado lo veía con una mirada incierta; el moreno era musculoso, tenía unos muy marcados abdominales, sus hombros eran anchos y poseía una cintura bastante delgada. 

Sus piernas eran largas y fuertes, pese a todo el trabajo sufrido en su vida, seguía manteniendo una piel tersa y suave, preciosa a la vista, además de que habían labrado un cuerpo que alabar. Pero aquel cabello blanco, aquellos amatistas que llevaba por ojos le producían una curiosidad infinita.

Noé se sentó, mientras Vanitas dejó una suave risa al ver la distancia que había tomado de él, por lo que se movió en el agua para acercarse al esclavo que solo lo veía. —Contadme, Noé, ¿Alguna vez habéis tenido a una mujer dentro?

Aquello pilló desprevenido al albino, quien veía con atención la cercanía que había tomado a su cuerpo, casi rozando sus muslos. —No —admitió con seriedad —He pertenecido a señores toda mi vida, y ellos han estado dentro de mi. Pero tras ser vendido, me entrenaron para luchar en los coliseos, y en eso se han limitado mis últimos años.

Vanitas tragó grueso, no esperaba aquella declaración. Para ser el emperador de Roma, debía ser un hombre fuerte, sin dejarse afectar por sentimientos absurdos; no era la primera vez que escuchaba algo así de la vida de alguno de sus sirvientes o esclavos, y tampoco había dicho mucho. Pero..., había algo en su pecho...

Levantó su mano, acercándola al rostro contrario. —¿Me permitís?

Noé asintió. —Todo lo que deseéis mi señor, soy vuestro.

Vanitas negó. —No lo digo como vuestro señor. Así que os lo pregunto de nuevo, ¿Me permitís tocaros?

Este asintió, algo extrañado. Una leve caricia del lechoso se posó en su mejilla, acariciaba con su pulgar su pómulo, apretando levemente. No había experimentado un toque tan suave, probablemente, en toda su vida. Este se acercó más a su rostro. 

—¿Me permitís daros un beso?

Noé asintió de nuevo. —No entiendo vuestras preguntas, soy de vuestra propiedad.

Vanitas volvió a negar, algo extrañado de sus actos frente a aquel esclavo. —Os mostraré como es un beso. Para que aprendáis a hacerlo con las mujeres.

Noé regresó a asentir, no podía negarse de igual forma, pero, tampoco sintió que lo estuviera obligando como sus otros señores. Aquel joven de facciones finas, cerró sus índigos ojos y depositó un casto beso en sus labios. El moreno no supo reaccionar, pues estaba acostumbrado a que los hombres lo tomaran con brutalidad y aquello, había sido..., gentil.

Se separó y regresó a tomar distancia con el moreno, para apoyar sus antebrazos en los laterales de la estancia, y observarlo de nuevo. —¿Qué os ha parecido?

Este mordió su mejilla, le había parecido lindo. —Suave.

Vanitas sonrió y dejó un largo suspiro para cerrar sus ojos. Se mantuvo así, durante un buen rato, y Noé solo lo veía, algo extrañado. Sentía que sus labios y mejilla, antes tocada por su emperador, ardían, sentía cosquillas y no sabía como reaccionar a aquello.

—¡Jeanne! —gritó de nuevo. La puerta fue abierta al instante. —¡Ayudadme a salir y secadme ahora mismo! —exclamó, tomando por sorpresa al moreno, que veía de nuevo a la doncella, ahora con una túnica rosada correr por la sala y sacar al señor.

—Puedo ayudaros yo mismo, señor. —se acomidió el moreno.

Vanitas negó —Es el trabajo de ella, no el tuyo. —le escuchó decir, mientras la joven tapaba su desnudo cuerpo con una túnica púrpura oscura.

—Llama a Dominique, será la nueva encargada de atender a Noé. —ordenó y esta extrañada, salió disparada a buscar a la otra doncella. Tardaron segundos en regresar.

—No necesito tal atención, mi señor. —reclamó de nuevo.

Este le dirigió un vistazo rápido y dejó una sonrisa ladina, mientras Jeanne tomaba las mudas sucias. —Es una orden, y debes acatarlas. —el contrario asintió y se dejó hacer de la nueva mujer ahora presente, mientras veía el largo cabello de su emperador, mojado.

Esta lo ayudó a levantar de las aguas, secó su piel, con un Noé sonrojado de que otra mujer en el día, tocase su cuerpo. Vanitas ordenó a Jeanne que se marchase con sus mudas y las sucias de Noé, mientras él veía como lo trataba la otra doncella. —¿Os gusta, Noé? Domi es una de mis mejores mujeres, tiene una belleza exquisita y sabe como cuidar de un hombre.

Esta tenía un largo cabello oscuro, sus orbes dorados se veían tímidos al limpiar al moreno y vestirlo con cautela. Noé asintió, pero se repitió en sus palabras. —Esto no es necesario, Vanitas. Soy yo el que debe cuidar de vos, no debéis malgastar a vuestras doncellas en un esclavo más.

Este renegó. —No me gusta repetirme, querido Noé. Esta será vuestra doncella a partir de ahora, dejaos cuidar. —simplemente le dijo, para verlo vestido de otra túnica abierta en pecho y cinturón de bronce. Dando un asentimiento, mandó a la mujer a acompañarlos.

Noé se tornó hacia ella. —G-gracias. —esta le sonrió tímidamente y los siguió cabizbaja.

El emperador tiró de la espalda del moreno, haciendo que se alejasen de la mujer unos metros. —Ahora me acompañareis en mis tareas rutinarias.

Y este simplemente asintió, recordando la caricia reciente de su emperador, sintiendo como su estómago no dejaba de dar vueltas. Habían habido demasiadas emociones aquel día.

Tras varias semanas vividas en palacio, Noé se había acostumbrado a la compañía del emperador, su personalidad sarcástica y gustos algo excéntricos. Pasaba con el todos los días, desde la salida del sol hasta el momento en que marchaba a dormir; los primeros días habituaba a pasar la noche frente a la puerta de sus aposentos, protegiéndolo, pero, Vanitas decidió ordenar a otros guardias hacer su turno, y le ofreció su propio cuarto, también amplio, con paredes de mármol y vistas a las montañas. Durante toda su vida, nunca había sido propietario de una habitación o de tantos lujos, y aún no se acostumbraba.

Pensó que pasados los días, también tendría que servir al emperador como sus otros sirvientes, tal y como le explicó la doncella Jeanne, pero, no fue así. Solo estaba junto a él, charlando y cuidando sus espaldas, mientras aquella doncella lo hacía u otros de sus esclavos.

También su doncella Dominique, habituaba a estar cerca suyo; Vanitas se la regaló, aún estando bajo sus órdenes, pero ya no la usaba como otra de sus mujeres, ahora era suya, y tampoco sabía como reaccionar ante esto. El amor o atención de una mujer..., nunca había formado parte de su vida, y tenerlo ahora, seguía siendo muy extraño.

No la había tocado o algo por el estilo, acostumbraba a hablar con ella, o cuando Vanitas estaba muy ocupado, compartían lecturas juntos, que solían ser pocas veces. Aquellos días, se habían basado en acompañar al emperador en sus paseos, visitas de pretores o personajes importantes y escuchar junto a él todos sus mandatos o peticiones del pueblo, compartían pensamientos o sus momentos con las mujeres, donde Noé solo observaba.

Era ahí, donde había algo extraño. Este en aquellas situaciones solo lo veía a él, pese al tener a una mujer dentro, no le quitaba la mirada de encima, como la primera vez, y no entendía aquellas miradas al respecto. Al principio imaginó que se debía a que le interesaba, o le excitaba, pero jamás le decía nada al respecto, y después de haber sido abusado de tantos de sus señores, se le extrañaba la forma de actuar de este.

También comía con él, algo que agradecía pues nunca había disfrutado de tantos manjares, en especial una tarta dulce que era su favorita; ese era su momento más cómodo del día, aunque fueran los únicos dos sentados en su amplio comedor. Se extrañaba, pero sentía que había un favoritismo por su parte, por sus cuidados. Como el que construyó un baño privado para él, en una sala pequeña, pero con una estancia de aguas termales y siempre Dominique a su cuidado. Por lo que ya no compartía servicio con otros de los sirvientes.

El emperador acostumbraba a levantarse algo tarde, sino había alguna situación que lo ameritaba, y él habituaba a ejercitarse, no perdiendo sus hábitos de defensa y protección, y realizando su baño temprano, muchas veces acompañado de Dominique, pero tras pedirle que no hacía falta que se levantase tan temprano para ayudarlo, ella accedió, y muchas veces se encontraba solo en las aguas. Ya vestido, aquel día, marchó hacia el dormitorio de su emperador, dispuesto a despertarle con la doncella Jeanne.

La relación con esta no era buena, parecía tenerle rabia o no le agradaba su compañía, pero para Noé era normal. Tocaron el portón y se escuchó la voz adormilada de su emperador. Noé también recordaba con familiaridad aquella caricia de su señor, el primer día, aquel roce de labios que jamás había compartido con nadie, y que no había vuelto a repetirse.

Las otras doncellas llegaron con prisa, antes de que Jeanne abriese la puerta y se mostrase un emperador con el pelo revuelto y rostro muy adormilado. Todos pasaron dentro, debían llevarlo a su primer baño. —Buenos días, mi señor —habló Noé.

Este saludó con varios bostezos. —Buenos días a todos.

Una de las doncellas, una joven de cabello castaño claro y ojos avellana, tropezó con la espalda del moreno y se le cayeron las sábanas que traía en manos. —¡Lo-lo siento, Noé! —exclamó esta, observando como el moreno se giraba sonriendo, siendo interrumpido por su emperador.

—¡Seréis inútil mujer estúpida! ¡¿Cómo osáis entorpecer con mi protector?!—exclamó Vanitas, siendo ayudado por sus mujeres para levantarse y luego hacer su baño de leche. Era sabido que algunas mañanas, el lechoso se levantaba de mal humor.

Este observó de reojo a su señor, mientras se agachaba, recogiendo las sábanas y tomando de la mano a la doncella. —Está bien, mi señor. Ha sido un accidente, no os preocupéis doncella Amelia.

Esta se coloreó y agradeció sutilmente, tomando las sábanas. Vanitas observó aquello, con un mirar algo frívolo y solo rechistó. Noé le dirigió una sonrisa suave y el emperador solo lo vio sin alguna expresión.

El moreno ya se había acostumbrado a aquellos días tranquilos, ya sabía como controlar a su emperador, y como habituaban, la mañana pasó rápido. Lavaron y cambiaron al emperador, desayunaron, y tan rápido como había acontecido, ya se encontraban en la sala del trono, realizando mandatos, con un Noé al lado del lechoso y Jeanne al otro, más sirvientes bajo el trono.

Un señor de reciente barba en su perilla, y unos ojos cansados, aclamaba poder ser escuchado de su emperador, pero era retenido por los guardias que trataban de controlar sus incesantes movimientos. Noé sostuvo el pomo de su espada, y bajó las escaleras con prisa a ojos de su emperador, para tomar al hombre que habían lanzado los otros guardias al suelo.

Lo ayudó a levantar y enfrentándose a los otros, habló: —¡Tan solo está pidiendo que le dejéis hablar!

Vanitas observó como entre los otros guardias, hubo uno que sacó su espada apuntando al moreno y al hombre de costrosa apariencia. —¡Maldito, no os entrometáis en trabajos que no están en vuestro poder, esclavo!

Vanitas alzó su mano, y cuando todos lo observaron, su mirada era frívola, de un gélido azul opaco. —¡¿Cómo osáis levantarle le voz y amenazar a mi protector, por tener algo de misericordia?!

Este frunció su ceño: —¡Por mucho que sea vuestro protector, mi señor, nosotros nos encargamos de proteger su seguridad y este hombre costroso no parece de fiar!

Jeanne observaba todo algo nerviosa, también presente en la sala, normalmente todos los mandatos eran aburridos, pero este estaba siendo algo problemático, y ella se mantuvo al lado de su señor. Vanitas apretó su puño, odiaba que lo contradijesen. —Os avisé de que él tiene un poder mayor al vuestro, es mi segundo y no permito que nadie lo amenacé. Noé —lo llamó, y este dejando al señor tranquilo, observó a su emperador —Matadlo.

Este tembló de miedo, pero mantuvo su espada fija, los otros guardias se alejaron, y Noé con un movimiento, apartó su espada y cortó su cuello de un tajo, sin dejarse manchar de su sangre. Tomó la manga del ahora muerto, y limpió su espada para envainarla nuevamente, regresando junto a Vanitas, quien sonreía orgulloso.

Noé estaba complacido de que su señor, lo defendiese, parecía poseer un poder único; y Jeanne solo lo observaba. —Habla ahora, hombre, pido disculpas por el trato de mis señores.

Este negó y limpiando su sudor, atemorizado de como había cortado de un solo movimiento el cuello de aquel hombre. —Mi-mi señor, siento esta apariencia tan desastrosa, pero, se debe a unos problemas que se ocasionaron en mi viaje. Por suerte, pude llegar y avisaros que hay nuevas del hijo loco de vuestra hermanastra Julia La Mayor.

Vanitas se enderezó en su sitio. —¿Cómo decís? ¡Explicaos! —ordenó.

Noé se preocupó por aquel tono en su emperador. —Mi señor, ha iniciado una guerra más al sur de vuestro imperio, y de la cuál, ha obtenido victoria. Desde un pueblo sureño, me mandaron como mensajero en protección de la vida de mi mujer, que tienen retenida como prisionera; os amenaza con una guerra próxima sino le entregáis el trono.

Vanitas frunció su labio, acto que notó Noé, pero, que a su vez cubría con una gran carcajada. —¡Amelia, ofrecedle a este señor, alimento y un baño bien merecido, que descanse unas horas y un buen caballo para regresar a sus tierras! ¡Id y avisadle a ese traidor loco, que puede quedarse sentado!

Este negó nervioso. —¡Mi señor, apreció vuestra gratitud pero ya ha conseguido derrotar pueblos, matar a los señores y violar a sus mujeres! ¡No os toméis en broma esta amenaza!

Vanitas levantó su mano y lo mandó callar. —Amelia, llevadlo. Si logra llegar, mandaré ejércitos a detenerle, y traerme su cabeza. —el hombre asintió y salió de la sala, guiado por la mujer.

El emperador apretó sus puños, y mantenía un mirar serio. —Vosotros largaos ahora, no recibiré más mandatos en el día, reunid al consejo dentro de una semana. —todos asintieron, observando como su señor bajaba del trono, y con una reverencia se marcharon, junto a los sirvientes. Quedando únicamente el gladiador y Jeanne.

—Mujer, llamad a los hombres y que recojan este cuerpo y limpien la sala. —dictó a Jeanne.

—Cómo ordenéis. —respondió la joven.

Con eso, Vanitas caminó a paso rápido fuera de la sala, dirigiéndose a sus aposentos. —Noé. Quedaos fuera, os avisaré cuando os necesite.

Este asintió, quería hablar con él, darle algún consejo pero tampoco poseía esa cercanía o intimidad con su él. —Señor, ¿Deseáis hablar? ¿Puedo ayudaros en algo?

Vanitas se giró en sus talones y tomó con fuerza su pecho, tenía una expresión dolida. —¡¿Qué vais a saber vos de nada?! ¡No sois más que un esclavo! —gritó para ver como este mostraba una reacción afligida. —¡Dejadme en paz! —gritó tras ver su rostro y encerrarse en sus aposentos.

Noé apretó sus puños, una vez más, le recordaban que no era más que un esclavo. Y con aquello, la tarde pasó con prisa, este no salió de sus aposentos en todo lo que quedaba de día, y no lo vio hasta la mañana siguiente.

Jeanne entró sola esta vez, mientras él esperaba fuera; después de haberse llevado bien con él las últimas semanas, imaginó que alguna cercanía le había tomado, al menos él lo había hecho, pero se equivocó tras el trato hacia su persona el día anterior. Esta vez, salió él vestido, no iba a darse un baño aquella mañana, terminó de abrir del todo la puerta y se encontró con un Noé algo decaído.

—Vamos —lo llamó este para iniciar a andar, y este tras él. Jeanne se quedó limpiando la habitación.

Se acercaron al gran comedor a desayunar, y Noé se fijaba en los leves temblores de sus manos, pero no le diría nada, pues no era nada más que su protector. Esta vez vestía una túnica algo transparente que dejaba entrever su pálida piel, y escuálido cuerpo. Vestía una cola alta, y no poseía su corona. —Después de desayunar, marcharemos a realizar carreras a caballo.

Noé asintió y como bien dictó, desayunaron algo rápido para marcharse temprano, dejando a los demás sirvientes. Vanitas tomó un corcel blanco, y, le ofreció un semental negro a su protector, para irse a extensos campos a izar el vuelo en sus caballos. Por suerte, el moreno había aprendido a montar en los torneos, y estaba bastante sorprendido de la gran postura que mantenía el emperador.

Cabalgaron casi hasta la hora del almuerzo, sin un destino concreto, hasta que regresaron al palacio. Noé supuso que lo hacía para liberar sus miedos y retomar todo con calma, pues al bajar de su caballo, sus manos ya no temblaban, y dejó una sonrisa suave al verle.

Vanitas acariciaba a su caballo con cariño, mientras el moreno guardaba al semental. —Noé —lo frenó el lechoso, para ver a su emperador.

—¿Mi señor?

Este mordió su labio, mientras acicalaba al caballo. —Disculpadme. No debí trataros de esa forma, sobre impuse mis preocupaciones en vos, quien solo buscaba apoyarme, y os grité de forma injusta. —añadió para verle con unos índigos tímidos. —Lo siento.

Noé lo observó, sintiendo que los colores le subieron, avergonzándose levemente; se veía algo... bonito de aquella forma, pidiendo disculpas con su rostro gentil y tímido. —M-mi señor, está bien. No tenéis porque disculparos, soy vuestro y no os culpo por ninguno de vuestros tratos.

Vanitas frunció su ceño. —Acepta mis disculpas, Noé. No me siento bien al haberos tratado así... —admitió con un leve coloreo en sus pómulos —Como sea, entremos. Quiero bañarme.

Le dijo para iniciar a andar, dejando que sus otros sirvientes guardarán su corcel y el de su compañero. Noé sonrió algo tímido y marchó tras él. Hacía mucho había vivido en un lugar, donde los árboles lloraban y él también lo hacía; pero aquellos días con aquel joven, eran extrañamente felices.

Tras el baño de ambos, Vanitas se ocupó de otros quehaceres, algo más normales que el pasado del día anterior. Incluso hubo uno, donde uno de los señores de algunas tierras, peleaba con otro, por robarle las gallinas, y en vez, de responder el cansado emperador, Noé añadió: —Si carecéis de aptitud para proteger unas simples gallinas, no os merecéis esas tierras.

Jeanne lo miró ofendida, pero el emperador, soltó una sonrisa amplia, viendo a su protector. —Os secundo, mi protector. Ocupaos vos mismo, o me haré cargo de quitaros vuestras tierras. —Este huyó despavorido y Vanitas se echó unas risas con el moreno. Jeanne solo los veía, extrañada; desde la llegada de este esclavo, se sentía muy, pero muy desplazada.

La tarde pasó, y ya en su sala de descanso junto al moreno, observaban las vistas, hablando de temas triviales e intercambiando algunos juegos, cuando su doncella de compañía se acercó: —Mi amado señor, ¿No deseáis disfrutar de unos instantes en que pueda satisfaceros?

Este, quien cortó su risa con él moreno, se dedicó a observar a la mujer. —¿Tanto deseáis que os la meta, Jeanne? —habló con simpleza, algo molesto porque había interrumpido una conversación y un juego de tabas.

Esta mordió su labio, y lo observó con sus orbes amarillos. —Si os digo que si, ¿Qué sucedería? —habló esta en un tono, más, exótico.

Vanitas soltó su ficha de cristal, con la que estaba jugando. Se levantó y acercó a la mujer, para tomarla del cuello con suavidad.

Noé estaba expectante a la partida que habían iniciado, mientras, habían estado hablando de las reglas del juego, y del día algo más tranquilo que hacía. Habían iniciado a jugar debido a que Noé jamás lo había hecho, y Vanitas quiso enseñarle.

—¿Tanto deseas gemir bajo mis brazos? —le preguntó este tomando con más fuerza su cuello, para tirar de su cabello con fuerza. —¿Cuántas veces os he dicho que no me interrumpáis cuando estoy en otras cosas y, menos, con algo que vos queráis? Sois vos la que me satisface a mí, no al revés —añadió para soltarla —Lárgate.

Esta gimoteó, sujetando su cabello, y Noé se levantó. —Mi señor, podemos dejarlo para más tarde, y podéis descansar un poco de mi compañía para disfrutar un tiempo con vuestra doncella.

Vanitas le sonrió con sutileza. —No seáis tan puro que parezco el malo aquí. Ella trabaja para mí, y yo ahora no deseo estar dentro de nadie.

Noé asintió y la mujer salió de la sala. Vanitas regresó a sentarse en la alfombra a seguir jugando, y el moreno regresó a su posición. Observaron de nuevo la partida que llevaban, tras aquella interrupción. —¿Ya no disfrutáis el tiempo con ella? Desde hace varias semanas, habéis estado con otras pero lejos de su compañía.

Este resopló dejando un puchero con simpleza en sus labios. —Simplemente me canso de estar varios días seguidos con la misma, me aburro de sus compañías. Así que, hasta que la necesite de nuevo, seré quien la llame, ahora, solo la necesito para limpieza.

El moreno pareció pensar sus palabras —¿Significa eso, qué os llegareis a cansar de mi compañía? Pasó la gran parte de los días junto a vos, y no deseo que os amarguéis.

Vanitas negó con una sonrisa. —Vos sois diferente.

El albino lo escuchó y sintió una emoción extraña en su estómago. Recordó el beso que este le regaló el primer día.

Y sin pensarlo mucho, Noé se acercó, y se tomó el atrevimiento de tomar el rostro de su emperador; este se sorprendió instantáneamente y lo vio extrañado con sus índigos ojos.

—¿Me permitís? —le dijo el moreno, y Vanitas comprendió, dejando un leve asentimiento.

El albino cortó la distancia, y depositó un casto beso sobre el contrario, para seguido verlo a corta distancia. —Lo que habéis dicho ha sido muy agradable para mí.

Vanitas abrió levemente sus labios, y un coloreo se asomó en sus orejas. Tomó el cuello del otro y dejó un casto beso, que Noé correspondió, y el lechoso continuó un rato más, siendo lento, inexperto por el albino y cálido.

El emperador tomó la barbilla del moreno, haciendo que se recostase en parte del suelo; mientras este inclinaba su rostro para continuar besándolo, y morder su labio bajo para separarse y sonreír. —Vais mejorando Noé. Seguro que Dominique os está enseñando bien. —añadió para alejarse, y recuperar su postura dispuesto a continuar la partida.

Noé dejó un suspiro forzoso; debía admitirlo, durante aquellas semanas había querido repetir aquel beso, su primer beso, y había sido mejor de lo que esperaba. Aún no teniendo ganas con su doncella de algún acto intimo, le dejó hacer a él, y eso le hizo sentirse extraño.

No había tocado a Dominique en todo aquel tiempo, solo esperando tener otro roce con su señor, y no lo entendía tampoco. Algo coloreado se alzó de nuevo, carraspeando lentamente. —Por supuesto, mi señor.

Vanitas mordió su labio, extrañado de que este le hubiera pedido otro beso, pero no estaba desagradecido. Le había gustado, y debía admitir, que le gustaba su compañía y le gustaba él, era muy apuesto; sin embargo, era el primer hombre en su vida que le parecía atractivo y que había besado, dos veces.

—Decidme Noé —cuestionó viendo como seguía nervioso—. ¿De dónde provenís? ¿Cuál es toda vuestra historia? ¿Qué sentimiento está atado al colgante que besasteis en el torneo?

Noé se sorprendió de sus preguntas y de que se hubiera fijado en aquello. —No es una historia bonita y tampoco muy larga. Mis padres fueron asesinados en una horrible guerra, y fui vendido a muy temprana edad. —le habló, recibiendo una mirada amable del lechoso —Tras eso, como era un niño de apariencia algo extraña, moreno con cabello blanco, muchos hombres..., se excitaban con mi apariencia, y tras que uno de ellos me compró, pase casi toda mi infancia sufriendo abusos de muchos personajes grotescos.

»Hasta hace uno o dos años, que por haber matado a uno de esos hombres, me volvieron a vender hacia los torneos y batallas, fui entrenado y entrenado, hasta que me compró el juez Roland, y pasé mis últimas semanas en el coliseo. Hasta vos. —añadió con algo de melancolía.

—Si pudiera mandaría cortar las cabezas de todos esos hombres —añadió Vanitas viéndolo fijamente.

Noé sonrió con dulzura. —Eso no importa ya, mi señor. Quien soy ahora, ha sido gracias a todo lo vivido, y labraron el hombre de hoy, que puede protegeros.

Vanitas lo observó atento. —¿Cómo pueden haber hombres tan asquerosos y repugnantes, capaces de hacer ese daño a un simple niño?

—Algún día se pagaran todos sus actos, mi señor.

Vanitas lo observó, pese a todo lo sufrido, carecía de cicatrices externas, pero, probablemente hubieran algunas internas que jamás podrían sanar. —¿Y el colgante?

Noé sonrió. —Lo tengo desde que nací, pertenecía a mi madre. Es lo único que guardo de ella.

Este asintió y dejó un suspiro. —Nadie más os comprará después de mi. Seréis mío hasta el final de mis días, y ya nadie os hará sufrir nunca.

Noé lo observó atentamente, y sus mejillas se colorearon. —Os lo agradezco mi señor. —añadió con un doble latido en su corazón por eso. —¿Y vos? ¿Vuestra historia?

—Soy un libro abierto, casi todo el mundo sabe de mi vida más que yo. Nací en un lecho bastardo y repudiado, aunque parezca ser de cuna; viví con mi madre en una zona no tan pobre, hasta que expulsaron a Tiberio, uno de los hijos de mi hermanastra y me sucedieron al trono. Ahora vivo bien, con mis mujeres y sirvientes, tratando de hacer prosperar este imperio; no hay nada más. Soy un ser libre, así como estoy.

Noé asintió y dejó un mirar compasivo, tras no entender completamente el significado de libertad al que se refería. —Supongo que nuestros inicios fueron trágicos también. —El lechoso lo correspondió con un deje de risa.

Con ello, continuaron su partida tratando de recuperar sus ánimos. Y sin saberlo, ambas personas se prometieron hacerse felices, en los recónditos de sus mentes.

Con el paso de la semana, Vanitas y Noé se unieron un poco más, bromeaban y salían a montar a caballo. Olvidando todas sus responsabilidades y pasados, simplemente siendo lo que eran, unos jóvenes que querían disfrutar y vivir su juventud.

Jeanne se daba cuenta de la proximidad que habían tomado, pero tras sus encontronazos con el emperador, no debía rechistar, continuando de aquella forma, callada como una más de sus doncellas.

También ambos se habían dado cuenta de lo mucho que se veían, muchas veces más de lo debido. Sentían que había alguna conexión entre ellos y no creían poder retenerlo más de lo debido; además, Vanitas llevaba consigo la preocupación de la junta en pocos días, y de como tendrían que solucionar el problema con su sobrino loco, pese a que este era mayor que él. Solo buscaba relajarse con aquel que le hacía salir un poco de su habitualidad.

Ambos estaban dentro de sus aposentos, leyendo algunos libros y manuscritos, sentados en la alfombra. Vanitas cerró su libro tras escuchar la brisa mecer sus jardines. —Creo que es suficiente por hoy.

Noé asintió y dejó sus libros lejos, a un lado estaba la vaina de su espada, dejando a los jóvenes disfrutar de su tiempo. —Quería preguntaros algo, Noé. ¿Me lo permitís?

Este asintió. —¿Vos os sentís atraído por mujeres o por hombres? —indicó con unos pestañeos rápidos.

Noé sintió un cosquilleo en su estómago, y se avergonzó por aquella pregunta. —Bu-bueno, nunca he podido interesarme por esas cosas.

Vanitas lo observó fijamente. —Decidme entonces, ¿Os gusta cómo se ve la doncella Dominique, u os atrae mi apariencia?

El moreno lo observó y cubrió su rostro con su mano, debido a que sentía que se ponía rojo. —Bueno, me atrae más vuestra apariencia, mi señor. —admitió sin miedo a cual fuese su reacción.

De lo poco que había convivido sabía que su emperador era alguien vanidoso, le gustaba atraer a las personas, pero no estaba seguro de si eso cambiaría en algo su forma de verle.

—Bien. Ya que a mi me atraéis vos. —El moreno lo observó sorprendido y sonrojado hasta las orejas.

Vanitas tomó el atrevimiento de decírselo también y mordiendo su labio, se recostó sobre su cama, con suavidad y lentitud, aún dudando de lo que le pedía su cuerpo. Noé lo observaba y con una reverencia entendió que buscaba descansar. —Os dejó mi señor, disfrutad de esta espléndida noche.

Vanitas negó con su cabeza. —¿No..., os queréis recostar conmigo, Noé?

Este abrió sus labios sorprendido, soltando la vaina de su espada que estaba tomando, no esperaba escuchar una petición de tal ámbito de su señor. Pero, este emperador no sería diferente de sus otros señores, todos al final abusaban de él y probablemente, de esta razón provenía tanta amabilidad y adulación. Aún cuando había escuchado su historia.

Este asintió y cruzando la habitación, se sentó a un lateral, mientras este tumbado, lo observaba. —Mi señor, Jeanne me confesó que nadie podía acostarse con vos en vuestra cama, no quiero incumplir ninguna norma. Podemos ir a otra sala.

Vanitas echó una carcajada larga, que Noé observó algo avergonzado por si había dicho alguna estupidez. —Esa no es ninguna ley escrita, solo no he querido traer a ninguna mujer a mi cama —añadió, tomando la mano del moreno para dejar un casto beso. —Pero a vos os lo pido. Me gustáis, Noé.

Este se coloreó y se avergonzó de inmediato, no esperaba aquella declaración de su apuesto emperador. —¿He escuchado bien? —habló este.

—Si. —añadió el emperador con una mirada juguetona, retiró su corona de laureles para dejarla sobre una mesilla, junto a sus colgantes y brazaletes.

—¿Queréis usarme para satisfacer vuestra..., necesidad? —preguntó Noé, algo asustado por eso. No quería revivir malas experiencias.

—No quiero abusar de vos, Noé. Solo quiero que ambos pasemos un buen rato, y disfrutemos de nuestra compañía. —le dijo con sinceridad, para cruzar sus miradas. —Podéis hacer conmigo lo que queráis.

Este quitó sus sandalias, tampoco iba a renegar una petición de su emperador, podría esperarle la muerte si su respuesta era negativa, además, ya estaba acostumbrado a esas situaciones.

En un movimiento rápido tiró con fuerza del lechoso sobre la cama, para posicionarse sobre él, apresando sus manos. —¿Qué es lo que buscáis de mi, verdaderamente? Sabéis mi historia y las experiencias vividas.

Vanitas se agitó por aquel movimiento tan frenético, algo asustado, pero dejó una sonrisa sarcástica. —Todo. Poseéis una belleza única, mi querido gladiador.

—¿Y si no os satisfago lo suficiente? ¿O decidís rehusar de mí, después de esto, al ya haberme usado?

Vanitas negó, para sentir como este apretaba sus muñecas con más fuerza, los colores le subieron por el rostro y orejas. —No creo cansarme nunca de vos. Os lo dije, jamás os abandonaré, no dejaré que nadie más vuelva a compraros.

Noé observó al lechoso bajó su cuerpo, nunca había visto a alguien de esa forma, puesto siempre había sido el que observaba de abajo, a hombres gordos, con olores asquerosos y que le decían obscenidades y lo trataban como lo que era, un esclavo negro, mientras abusaban una y otra vez de él.

Pero, esto era diferente, lo sabía. Ver aquel menudo joven bajo sus brazos, completamente rojo de rostro y orejas, aquellos labios rosados abiertos y sus ojitos algo lagrimosos, le hacían sentir algo extraño. En aquel momento no lo veía como su emperador, el señor gobernante de su vida y cada una de sus células, lo veía como el ser que debía cuidar, proteger, como el que estaba destinado a...

—Si me permitís decirlo, mi señor, sois hermoso. —añadió el moreno, soltando sus muñecas y apoyando sus brazos para verle mejor, sobre el camastro.

Vanitas dejó una suave sonrisa, muy avergonzado, hasta él estaba sorprendido de la forma tan intimidante que tenía sobre él, jamás lo había sentido de tal forma. Siempre era él quien estaba sobre las mujeres, quien las domaba, las trataba con brutalidad y gentileza, pero, ahora solo deseaba que aquel moreno lo hiciera suyo, y..., creía que estaba loco.

—Jamás he estado con un hombre —confesó el lechoso, mientras acariciaba con gentileza la mejilla contraria.

Noé negó. —Por vuestra experiencia no será difícil tratarme como uno más, será igual que estar dentro de otra mujer. —habló algo serio.

Vanitas de inmediato negó, con algo de ternura para el moreno, no queriendo parecer aquello; rozando con otra mano el cuello de este y su pecho, sobre la tela de la túnica. —No, querido Noé. Pido que seáis vos, el que esté dentro de mí.

Aquello sorprendió al moreno, al cuál le subieron los colores por su rostro, jamás había hecho nada como aquello; Vanitas sería su primera vez, y no tendría que ser abusado por otro señor.

Recorrió un vistazo por aquellas facciones finas del contrario, por sus índigos ojos y pestañas negras. —¿Estáis seguro de esto, mi señor? Nunca he experimentado algo como esto, y, sois mi dueño, no quiero hacer algo que no deseéis.

Vanitas renegó, aquello le confirmaba que todavía no había tenido intimidad con la mujer Dominique; tirando con suavidad de su rostro, depositó un casto beso. —Os deseo, Noé. Lo hice desde el primer momento en que os vi, en aquel estadio. ¿No lo hacéis vos?

Noé sonrió nerviosamente. Recordando las veces que se había quedado de más viendo sus labios, o su cuerpo al estar con las otras mujeres..., jamás las veía a ellas, sino a él. Tragó grueso. —Al parecer, si lo hago.

Eso hizo sonreír al lechoso. —Besadme, os iré enseñando, para que sea un placer mutuo —dictó.

Este nervioso accedió y besó al contrario, dejando otro casto, que Vanitas lo hizo más prolongado. El lechoso acariciaba el cabello corto blanquecino, mientras con su otra mano libre recorría el pecho del otro; sus bocas danzaban, aún con un moreno muy inexperto, Vanitas lo sintió como ningún otro beso que hubiera dado en su vida.

Noé se fue sentando en la cama, tirando del otro para sentarlo a su vez; retirando las prendas del otro..., un dedo bajo la espalda del contrario y se separaron, para verse a los ojos. Aquella mirada, aquel toque, y Vanitas sentía como si millones de agujas diminutas recorrieran toda su piel.

Noé se acercó nuevamente, desatando aquella túnica que tantas veces había visto como la enganchaban, mientras iba dejando besos en la comisura de sus labios, sobre sus orejas, y cuello, algo inexperto, pero que para el contrario, fueron perfectos. Era su poca experiencia, la que excitaba al lechoso.

Soltando sus prendas, dejó semi desnudo al contrario, para recostarlo con suavidad sobre la cama. Sus respiraciones eran cada vez más agitadas, y sus movimientos más cortos, más rápidos. Noé observó el pecho del otro, tan suave y cuidado. —Lámelo —pidió el emperador.

Este accedió, agachándose y posando su lengua sobre el pecho contrario. Sobre sus pezones, según la indicación del otro, bajando por su vientre y sintiendo las contracciones de su cuerpo. Al llegar a su zona íntima, Vanitas lo detuvo; estaba muy rojo, y mantenía su mano sobre su rostro para que no lo viese. —Dejad que os lo haga a vos, para que sepáis como se hace.

Noé negó, pero este apartó su mano para tomarlo del cuello. —Sé que sabes como hacerlo, después de haber sido abusado de tantos hombres, es normal que lo hicieras. Pero quiero que lo experimentes primero, y si no quieres, no lo hagas.

—Quiero daros placer, mi señor.

Este negó y lo tomó de sus hombros para recostarlo con fuerza sobre la cama, ahora él subido sobre sus piernas. Llevaba la túnica únicamente cubriendo su zona baja, y retirando la superior del moreno, se acercó a darle otro beso. —No quiero que hagas actos que os recuerden a otros hombres.

Noé lo observó tras eso, y una punzada en su corazón se clavó. Vanitas comenzó a depositar besos en sus orejas, a lo que descubrió que era algo sensible..., sobre su cuello, lentamente, además de con su lengua. Retiró la parte superior de su túnica, dejando a la vista aquel pecho moreno, que besó y relamió, de igual forma a como lo había hecho este. El moreno se sentía avergonzado, era la primera vez que alguien lo tocaba de esa forma, sin brusquedad, sin dolor.

Vanitas ahora bajó por su vientre, bajando aquellas prendas lejos de su cuerpo. Miró sorprendido al otro, que poseía unos ojos excitados y rostro sonrojado. Tocó su erección con su mano, con gentileza. —Lo voy a hacer y vos me iréis diciendo la forma que más os guste.

Noé aún con su estómago revuelto, le pidió. —No es necesario, mi señor.

Vanitas sonrió —Vos disfrutadlo, Noé. —le dijo para abrir sus rosados labios y lamer con lentitud, sonriendo tras escuchar los gemidos del moreno.

—Perdonad, sé que lo preferís en silencio.

—No lo hagas. Haz ruido, hazme saber que lo disfrutáis. —le dijo el lechoso para introducir el miembro en su boca, y realizar movimientos suaves. Podía escuchar como su gladiador favorito, suspiraba y dejaba algunos ronquidos, que le excitaban su vez. Él tampoco había estado con algún hombre, pero, había aprendido bien de sus mujeres.

Veía las contracciones de sus caderas y dejando su saliva, depositó un beso en la punta. —Aguardad, sé que podéis aguantar.

El moreno estaba hecho un desastre, su respiración era más agitada, y su mirada era lasciva, después de todo, estaba experimentando todo aquello por primera vez. El lechoso retiró sus prendas, y se sentó a horcajadas sobre el moreno, tomando su miembro.

Este lo detuvo, aún cuando su cuerpo se lo pedía a gritos. —Esperad, mi señor. —le comentó para lamer sus dedos y tras inclinarse para estar más cerca del otro, añadir: —No voy a deteneros, pero al ser vuestra primera vez, lo mejor será suavizar vuestra entrada. Evitando haceros daño, fue algo que aprendí por las malas.

Vanitas lo observó con su cabello recayendo sobre su espalda, y sujetándose de su cuello, se dejó hacer. No tenía idea de como había acabado en aquella situación, pero jamás había experimentado tanto placer en una felación a otro hombre, en escuchar sus jadeos o sentir sus contracciones.

Sintió la sensación fría de los dedos contrarios, y su saliva. En cómo con un poco de fuerza, entraron en su zona, despacio. —Si os duele demasiado, decidme y pararé.

—¿Cómo os voy a decir que paréis con semejante erección entre vuestras piernas?

—No quiero haceros daño, mi señor. Esto es doloroso al principio. —le decía para introducir su dedo, y hacerle lentos movimientos, aquello hizo respingar al más bajo y soltar un quejido.

—¿Cómo sabéis hacer esto, si según vos, os trataban con brutalidad? —preguntó Vanitas, con una expresión algo dolorosa, mientras se aferraba con fuerza de la espalda del otro. Noé sentía sus contracciones y leves temblores, y le gustaba, le gustaba tener a su emperador así.

—Debido a que se lo hacéis a vuestras mujeres, para que no sufran. Llevo semanas viéndolo.

Vanitas se sonrojó por ende, apretando aún más la ceñida espalda, mientras este hacía leves movimientos, que le dolían era cierto, pero se sentía extraño, jamás nadie le había tocado aquella zona o introducido sus dedos. Se sentía dócil..., y le gustaba, pese el haber sido siempre el que estaba dentro, estaba vez quería ser el otro.

Fueron introducidos dos dedos, y Vanitas gimió con leves temblores. Tras unos movimientos más, y saliva del otro, lo vio suficientemente preparado. Giró sobre su cuerpo, para tener al lechoso sobre la cama, nuevamente e inmóvil bajo su peso, añadió: —Está listo, mi señor.

—Adelante, y por favor, dime Vanitas. Llámame por mi nombre.

Noé asintió, bajó una sonrisa ladina, tomando su miembro, rígido; Vanitas sintió como parecía buscar refugio con desesperación dentro de él. Estaba nervioso, después de sus dedos, no sabía como sería aquello, le temblaban las piernas y arrugaba sus dedos al ver a aquel semental sobre él, con una mirada gentil, sin despegarla de sus ojos. Lo introdujo, de forma paulatina, hasta el fondo, y fue cuando Vanitas jadeó.

—Así que esto es lo que sienten las mujeres. —Exclamó con un cuerpo tembloroso, aferrándose a los brazos que sostenían sus piernas hacia arriba, para dejar más facilidad. Veía su propio miembro palpitar y los colores se le subieron, jamás se había visto en una situación similar.

—¿Es de su gusto, Vanitas? ¿Queréis que continué?

Su nombre en sus labios, le produjo una escalofrío en su cuerpo. Este asintió, y lo sujetó ahora de su cuello, tirando de él, mientras su rostro se mantenía rojo. —¿Cómo preguntas eso, cuándo te veo ansioso de seguir? ¿Cómo lo sientes, estando dentro de alguien, de un hombre, de tu emperador? —exclamó algo sudoroso.

Noé sonrió, comenzando un movimiento de caderas. Sus ojos brillaron, y Vanitas se arqueó tras que este comenzase sus movimientos, pareciendo castigarle por recordarle que era su emperador. —Se siente muy bien. Sois cálido y muy suave. —añadió el moreno.

Vanitas sintió un calor abrasante tras cada estocada; ver su cabello removerse y sus gentiles pestañas brillar, su cuerpo, su virilidad..., podían con él, y cuando empiezan una serie de embestidas rápidas y su mirada ardiente, unida a sus jadeos hacen que el emperador deje escapar sus fluidos con un fuerte gemido.

Instantes después, el otro baja sus piernas de los hombros, las pone a ambos lados de sus piernas, sujetando ahora su cintura con sus grandes manos, continuando aquella intimidad. Se enroscaron el uno al otro, unidos en otro lascivo beso.

La humedad de sus labios, los gemidos de ambos, la suave piel que se rozaba con la lechosa, el tacto de su propia lengua al exigir más del moreno, provocaron que su sexo se hiciera miel. Jadeó, entregado, dejándose caer en sus brazos.

Noé lo estrechó entre su cuerpo, escuchando peticiones del lechoso sobre los movimientos que prefería; para el más bajo, su aroma era intoxicante, definitivamente mucho mejor que con las mujeres. Vanitas aflojó sus manos, rendido, sin aliento; Noé encerró sus labios en otro beso, para ambos sentir una contracción llena de placer.

Con ambas respiraciones frenéticas, y cuerpos sudorosos sobre la cama del emperador, en sus aposentos, sonrieron y se rieron como unos tontos tras eso. —Ha sido increíble —indicó Noé, para ver a su emperador, quien tras esas risas, había quedado dormido tras aquel excesivo ejercicio.

Noé apartó su pegajoso cabello de su frente, y sonrió con ternura. Quedándose viéndolo, jamás había sentido esa palpitación acelerada al ver a alguien, quería protegerlo, quería...


Vanitas se levantó a la mañana siguiente, sintiendo un dolor profundo en su cuerpo, cansancio excesivo y punzadas en su zona inferior. Se movió con lentitud, sintiendo un fragante aroma a amapola; estaba sobre su cama, pero los tendidos habían sido cambiados, y, él estaba vestido con una túnica de noche. Su cabello estaba limpio, y aún podía sentir la crema en su piel; lo habían bañado y cambiado las sábanas.

Recordó lo que había hecho, lo que había hecho con su gladiador, aquel semental de piel morena, y su rostro se coloreó, sentándose de golpe. Se quejó al instante de su parte inferior, y se rio por lo bajo.

Escuchó como tocaban la puerta y carraspeó con suavidad. —Adelante —añadió y Jeanne entró. —Buenos días, mi señor. ¿Deseáis desayunar?

La verdad se sentía muy cansado. —¿Qué ha pasado con mi primer baño?

Ella sonrió, algo seria. —Noé me comentó que se adelantó más temprano, y os bañó aún dormido. Me confesó que estabais muy cansado de todas vuestras tareas, y él no quería despertaros.

Una punzada en su corazón apareció. —¿Y cambió las sábanas también?

Esta asintió. —Cuando vino a avisarme, también se había aseado como todas las mañanas. Por ende, me dijo que os dejase descansar unas horas más, hasta tomar el desayuno.

Vanitas asintió, y acomodó su cabello tras su oreja, dejando una corta sonrisa; lo había aseado y dejado descansar más. Sintió que su corazón aleteó. Jeanne se extrañó por su rostro, algo cálido, y habló de nuevo: —¿Y bien, mi señor?

—Si. Por supuesto. —añadió tras carraspear. —¿Y Noé, dónde está ahora?

—Está fuera, esperando a que os alistéis. —añadió.

—¿Entonces a qué esperas? Vísteme y hazlo entrar, llama a las otras doncellas para que acomoden los tendidos.

Jeanne accedió, algo nerviosa. Lo hizo salir de la cama, y solo se fijo levemente en como parecían dolerle las piernas, y sin preguntar, acató y lo alistó. Esta vez llevaba una trenza en su cabello, con su corona habitual y una túnica violeta de un cinturón negro.

Con los tendidos listos y las ventanas abiertas, Vanitas se sentó en la punta de su cama, esperando ver al moreno. Jeanne abrió y lo llamó; el lechoso sentía que su corazón palpitaba más fuerte, recordando como lo había lamido y recorrido de besos su cuerpo.

Entró él, aquel joven moreno con el que había compartido por primera vez su lecho, sin haberlo hecho jamás con nadie. —Noé. Buenos días. —le dijo el emperador, sintiendo como su cuerpo temblaba tras verlo vestido con una túnica dorada, y algo transparente en su pecho.

Este acomodó su cabello tras su oreja, y con una sonrisa, lo vio. Con una mirada cálida, delicada; Vanitas sintió que no podía levantarse, experimentaba como ardía todo su cuerpo. —Buenas, Vanitas.

Jeanne escuchó aquello, y se molestó al instante. —¿Cómo osas llamar a tu señor por su nombre? —exclamó esta, con los puños apretados.

Vanitas la observó fríamente. —Fuera. No te dirijas así a Noé, él tiene permitido llamarme así. —dictó el lechoso y esta salió, chocando su hombro con el gladiador.

Noé observó aquello, tratando de dejarlo pasar; entendía la aflicción de aquella mujer, pero no debía preocuparse, Vanitas no lo amaba o algo por el estilo, solo quiso compartir una noche de sexo con él, de forma consentida y sin forzarlo, por lo que ambos disfrutaron.

Le gustaba su emperador, era atractivo, tenía facciones finas y entre todas las mujeres de la corte, era el único que le interesaba o había atraído físicamente en toda su vida, pero, no debía contraer ningún sentimiento hacia él.

—No le hagas caso, Noé. Es una mujer estúpida.

—Una mujer enamorada —corrigió el gladiador. —¿Deseáis desayunar ahora, mi señor?

Este asintió y se levantó muy forzosamente, acomodando unos mechones tras su oreja. Se sentía avergonzado tras tenerlo presente y no lo entendía. Noé vio su ligero temblor, y expresión dolida. Acudió con prisa a sujetarlo por sus brazos antes de caer. —Estáis muy débil, mi señor. ¿Es culpa mía, cierto? Lamento haberme sobrepasado.

Este negó, conectando mirada con él. —No os preocupéis, querido Noé. Fue mi primera vez, es normal está reacción.

—Entiendo. —contestó él, dejando una sonrisa sincera. —Quería agradecértelo. Lo disfruté mucho, fue la primera vez en que alguien no me forzaba y quería hacerme sentir bien. Gracias, por todo.

Vanitas se sonrojó, no pudo evitarlo, escuchar aquellas palabras tan lindas, lo hicieron ponerse nervioso. Acomodó su cabello y recuperó su postura erguida. —También lo disfruté, Noé. Fuisteis muy gentil.

Este sonrió, para alejarse y abrir la puerta. —Vamos, entonces, mi emperador.

Vanitas accedió, tratando de recomponer sus sentimientos. Había sido la primera vez en que tenía relaciones con un hombre, y le había encantado, jamás había sentido tanto placer con sus mujeres.

Pero sobre todo, hacía mucho que había olvidado como era sentirse así, que alguien fuese dulce, sinceramente. Lo único importante, es que esa sería la última vez que lo haría con él o con otro hombre.

La espalda del emperador fue empotrada sobre la pared de la gran sala de descanso. Estaban varios libros derrochados en el suelo, y algunos aperitivos que no habían sido probados.

Noé lo alzaba con bastante facilidad, sujetaba con fuerza sus muslos, mientras devoraba su boca. Vanitas jadeaba con fuerza, recuperando el aliento mientras sentía como el moreno besaba y chupaba su cuello; el calor le subía por la espalda, sentía como su garganta se abrasaba. Noé rozaba su erección con la zona erógena de su emperador, mientras respiraba con dificultad.

Ni bien sabían cómo habían acabado así. Después de que Vanitas despertó el día anterior, se ocupó de mandatos y de una visita que el juez Roland realizó para ver como estaba el gladiador; pasaron el día con aquel excéntrico rubio, algo que agradeció el lechoso pues pasó la mayor del tiempo sentado, sin que nadie lo viese moverse de forma extraña.

Este se marchó muy tarde, y en parte también lo agradecía, porque con solo mirar al moreno sentía que se encendía. Y la mirada del moreno tampoco lo ayudaba, era lasciva pero dulce y eso lo estaba carcomiendo. Se marcharon a dormir, y tan pronto como despertó e hizo sus primeros quehaceres con prisa, se fue a divertirse en la sala con Noé, como había acostumbrado en la semana; pero tan pronto cerraron la puerta, ni probaron los aperitivos y lanzaron a desahogar su tensión sexual.

El gladiador se restregaba con su dueño, una y otra vez. Aquello era peligroso, no podían tener la seguridad de su habitación, aquí estaban a la intemperie de que alguien los viese, y eso lo hacía más divertido.

Noé besaba una y otra vez al lechoso, sus orejas, su cuello, la cual era su zona favorita, mientras el otro tiraba de su cabello. Estaba tan caliente que creía poder morirse con cualquier roce del gladiador. —Noé..., Noé, —llamaba este en su excitación. —Nos pueden ver, alguien puede entrar...

Noé acudió a sus labios nuevamente. —Pues que lo hagan. —añadió para morder su labio. —Os deseo, Vanitas. Os deseo con todo mi cuerpo.

El lechoso tomó su rostro con fuerza, para tratar de detener sus labios, aún sintiendo como sus zonas se rozaban. —Yo también, Noé. Os deseo con cada parte de mí. —le dijo con suavidad, para atacar sus besos de nuevo.

Había un sofá que habían utilizado para sentarse y leer, cubierto de una seda transparente que lo protegía de insectos, por ende, Noé lo abrió y cerró tras de si, para tender al más bajo. Retiró sus ropas, esta vez, directo a hacerle una felación a su miembro, sin esperar que este lo detuviese, mientras apretaba sus muslos y glúteos.

Vanitas jadeaba y gemía con fuerza, sentía temblar su cuerpo con cada lamida, tratando de ocultar su rostro pues no podía calmar su excitación. Noé le quitó la mano, separando lascivamente su boca de su miembro. —Dejadme veros. Vuestro rostro excitado. —añadió para volver a introducirlo en su boca.

Vanitas sentía que perdía la respiración y estaba muy avergonzado de su rostro rojo y caluroso. De sus labios discurría saliva y tomaba aire con su boca. Repitiendo el acto del lechoso el día anterior, depositó un beso y se separó. —Aguardad mi señor.

Vanitas sudoroso, gimió por eso. Noé estaba agradecido con la vista sumisa y dócil de su emperador, tomó con fuerza sus piernas, poniéndolas sobre sus hombros, introduciendo tres dedos en su zona rosada. El lechoso gimió más fuerte, sintiendo como se movía dentro de él, y cerró sus ojos con fuerza por una contracción, todavía le dolía levemente. Noé se separó y lamió con su lengua el resto de fluidos de su vientre. Regresando a darle un casto beso.

Retiró sus ropas, y con su miembro erecto, no esperó para meterlo dentro. Quería sentirse abrazado del calor del más abajo, sentir lo apretado que estaba otra vez.

Sus movimientos iniciaron sin esperar las peticiones del otro, quien gimió más fuerte, sujeto a las almohadas del sofá. El calor le subía a la cabeza, y no dejaba de temblar, sintiendo que donde le tocaba el otro, ardía con fuerza. Sus manos recorrían sus muslos, los cuales mordía con fuerza, su vientre, sus pezones.

Era un vaivén de un movimiento de caderas; Vanitas sentía como aquel sofá se movía una y otra vez, rechinando la madera, y fue uno de sus sonidos favoritos, pero nada podía superar la respiración y jadeos del moreno, o el sonido del choque de sus cuerpos. El moreno ahora lo sujetó por el cuello, con fuerza, le gustaba tenerlo subyugado y moría cada que veía aquella excitación en el rostro del emperador.

Vanitas se sujetó de los brazos del otro, tirando de su cabello, pero Noé sentía que estaba muy lejos, así que lo cargó, tomando sus muslos con gran facilidad y contra la pared, continuó sus estocadas, habiendo salido de la tela de seda. El lechoso moría con cada golpe, sentía que su interior era golpeado, abrasado de calor y amor.

Noé regresó a sus labios, sintiendo como el más bajo arañaba su espalda, con fuerza, probablemente haciéndole heridas. Vanitas al sentir más profundo el miembro contrario, gimió más fuerte con lágrimas en sus ojos, e, inesperadamente la puerta fue abierta. Dicha estaba al lado contrario de ellos, pero se podía ver perfectamente la situación, aún así, Noé no se detuvo y Vanitas continuó gimiendo. —¡Fuera, ahora! ¡Largo! —gritó el lechoso envuelto en excitación, apenas formulando las palabras.

La mujer de cabello oscuro se sonrojó de inmediato, sintiendo extrema vergüenza. Noé tornó su rostro mientras continuaba sus estocadas y fijo un mirar frío en su doncella Dominique. Quien pidió disculpas y cerró la puerta de un golpe.

Con varias estocadas, ambos se vinieron sin poder detenerse, unidas sus respiraciones y corazones abrasantes de calor. Sudorosos, se dieron otro beso; y Vanitas aún podía respirar después de toda aquella adrenalina. —¿Quién era? —cuestionó el lechoso aún en brazos del otro.

—Dominique, no importa, ya me ocuparé de ella. —habló el gladiador, saliendo del interior del otro y tirándose a una de las alfombras, para seguido, sentar encima suyo al emperador, y así, continuar dando besos en el cuello contrario; después de haberse venido, el lechoso temblaba aún más tras otras caricias.

—Os dije que alguien podía entrar. —añadió dejándose besar del otro, con un coloreo en sus mejillas. —¿Y qué importa eso? Son vuestros esclavos, harán todo lo que vos pidáis.

Vanitas sentía cosquillas con sus labios suaves. —¿Os sentís más que los demás por esto?

Noé apretó con fuerza la cintura del otro, y tomando su cabello, tiró de él con fuerza, haciendo que su cabeza se echase hacia atrás. Este gimió y frunció su ceño, le había gustado, le gustaba ser reprendido. —Soy más que vuestros otros esclavos. Al menos..., eso es lo que demuestra vuestro cuerpo. —explicó el moreno sujetando el miembro del lechoso con fuerza.

Este gimió más fuerte y comenzó a remover sus caderas, pidiendo por más, algo que excitó al otro. Nuevamente erecto, sentó al emperador sobre él, aún tirando de su cabello. Se acercó a su cuello, y mordió dicho, para lamer su oreja a continuación. —Muévete, mi esclavo. —dictó Noé, con atrevimiento.

Vanitas sintió como el otro se había metido hasta el fondo; sentía temblores por sus pies y con cada mordida, su miembro palpitaba. Inició las estocadas, siendo soltado su largo cabello por parte del moreno; no sabía porque, pero le gustaba que le hablará así, de forma tan brusca y sucia.

Un escalofrío atravesó el cuerpo de Noé, enterró su rostro en el cuello del lechoso. Aunque fuera inexperto, sabía que hacer, era un juego que nunca había jugado pero las reglas ya estaba codificadas en su instinto. El moreno sintió que podía escuchar el corazón del lechoso, frenético y desenfrenado. Quería dejar una marca de su acto, quería dejar esa marca rojiza que muchas veces había visto en las mujeres de Vanitas, rojiza en sus clavículas y cuello.

Pero no, era demasiado. No podía marcar como su propiedad al emperador, cuando lo bañasen sus sirvientas verían las marcas, y ninguna de sus mujeres, jamás, podía marcar a su señor, tampoco podría hacerlo él. Tuvo que parar, y alejar su cara del cuello del emperador, así que presionó con fuerza la cintura del otro, mientras se movía.

Vanitas estaba temblando de la fuerza de los movimientos de sus caderas, temblaba como todo lo que les rodeaba. Al estar apoyada la espalda del moreno sobre un sofá, este rechinaba. ¿Y cómo lo explicarían más tarde? Eso no importaba. Iban a terminar primero.

—N-noé. —decía Vanitas, gimiendo, tan rápido que sonaba como hipo. El rubor de su piel se había extendido hasta el rojo y sus uñas se metieron en la espalda de Noé. El moreno veía sus ojos azules un poco abiertos, envueltos en placer, su boca abierta, babeando en las esquinas y él estaba...

Noé se mordió el labio inferior, y se fijo en cómo se apretó el rostro de Vanitas, concentrado, tomando un mirada aliviada y sus párpados se cerraron, tirando su cabeza hacia atrás, dejando un gemido algo agudo.

Noé mantuvo su agarre hasta poder venirse; aumento sus estocadas, cargando el cuerpo menudo, algo ya cansado; y con un sonido gutural se liberó. Tratando de recuperar su respiración mediante jadeos, observó el pelo pegajoso de la frente lechosa.

Salió de su interior, y lo sentó sobre sus piernas, recuperándose de a poco. Noé le sonrió dulcemente, y acomodó unos cabellos tras la oreja de Vanitas. —Me gusta mucho tu cabello. —admitió rozando su mejilla. —Mucho.

Este sintió un vuelco en su corazón y frunció sus labios, algo elevados en sus esquinas. Se recostó sobre el pecho moreno tratando de recomponerse. Sentían sus respiraciones calmarse conjuntas. Noé estiró su brazo y tomó una sábana que había sobre el sofá para cubrir al lechoso, quien solo se acomodó más tras eso. Parecía querer escuchar con todas sus fuerzas el agitado corazón del moreno.

La puerta se abrió de nuevo, pero esta vez no se inmutaron por ello, estaban muy cansados. —¡No entréis, el señor está ocupado con Noé! —vociferaba la joven de cabello oscuro, sujetando a su compañera de cabello rosado.

—¡Ese Noé, ya me tiene hasta la coronilla! —gritó para verlos tendidos en el suelo, pelos revueltos, el moreno con su pecho al descubierto y el emperador sobre él con una sábana. La boca de Jeanne pareció desencajarse de su rostro, sus orbes se abrieron y comenzó a balbucear cosas sin sentido.

Vanitas se enderezó sobre el moreno para ver a la joven, con su rostro colmado de cansancio. —¿Qué queréis Jeanne? ¿Buscáis que os la meta otra vez?

Noé se sorprendió, nuevamente de sus palabras, pero, se sentía algo avergonzado de las dos mujeres que los veían sorprendidas. Mantenía su agarre aún en la cintura contraria, pero por suerte, había tomado aquella sábana para cubrir al emperador y sus zonas íntimas, aún cuando se viese su pecho desnudo, y la clara situación en la que estaban. Con el emperador sobre sus piernas y cabellos revueltos.

La doncella se recompuso y apretó sus puños. —¡Soy yo quien es vuestra dama de compañía! ¡Esa es mi tarea, poder daros placer, no la de este esclavo negro!

Dominique se mantuvo alejada del caos, con una expresión algo atemorizada. Por suerte Jeanne no los había visto en plena acción.

Vanitas suspiró hastiado. —Como lo fue Dominique, y como ahora también lo es Noé. ¡Eres una de mis mujeres, no mi esposa o prometida para que me persigáis o vigiléis como perra en celo! ¡Si no queréis que os regrese a vuestros vendedores, dejadme la vida en paz, maldita sea!

Esta frunció sus labios, sintiendo como sus ojos se llenaban de lágrimas. —¡Oh por dios, la perra se pone a llorar! ¡Definitivamente eres la peor compra que he hecho en toda mi vida! ¡Si me quiero acostar con él, lo hago y nadie puede impedírmelo porque yo soy vuestro maldito emperador! ¡Largo de aquí, malditas entrometidas! —vociferó este con las venas enmarcadas y su rostro hastiado.

Noé dejó una leve caricia en su espalda baja, y este lo observó. Las puertas se cerraron tras eso. —¿Ahora qué? ¿También me vais a replicar?

Noé negó. —Solo busco calmaros, Vanitas.

Este suspiró, no quería volver a pagarlo con el moreno y se recostó de nuevo sobre su pecho. —Odio a las mujeres, solo sirven para venirse en ellas.

El moreno acarició el cabello oscuro del otro. —Simplemente no habéis encontrado a la mujer correcta, que se pueda convertir en la madre de vuestros herederos.

Este frunció sus labios en un puchero. —No quiero tener nada que ver con mujeres durante un largo tiempo.

Y eso hizo sentir algún alivio en el moreno, no comprendió la razón. Tomó con gentileza la mandíbula del otro, haciendo que lo viese, y besó sus labios con suavidad, tratando de calmar sus nervios.

Al separarse, sintió como este estiraba sus labios buscando otro beso, algo que le enterneció; observó los ojitos algo adormilados del emperador, y dejando una sonrisa cálida, se vieron una infinidad de segundos. Seguido lo alzó en sus brazos para dejarlo sobre el sofá y comenzar a vestirse. Vanitas estaba cubierto con la sábana y tenía un mirar curioso mientras lo veía arreglarse.

—Me gustas mucho, Noé —admitió en un susurro, inaudible para el moreno que ataba su cinturón.

Este tomó las prendas de su emperador, ya vestido, y acomodando su cabello se arrodilló para comenzar a vestirlo. Este solo lo veía, aquel cabello blanco que se removía con sus gentiles movimientos. Terminando de haberlo vestido, tomó la sábana y la llevo en su brazo. —Vamos a asearnos, Vanitas.

Este asintió y al levantarse le seguían temblando las piernas. El moreno sin avisarle, lo tomó en brazos, colocando la sábana en sus hombros. —Es mi culpa que os encontréis así, os llevaré, mi señor.

Este no renegó, seguido se acurrucó en los brazos contrarios: eran fuertes, y su agarre era suave. Salieron de la sala, fijándose Vanitas en como la sala estaba en silencio, después de lo que habían hecho, y con un mirar algo..., extraño, apoyó su cabeza en el hombro del moreno. —¿Os parezco un emperador inmaduro..., cierto? Pensando solo en satisfacer mis deseos, sin tener en cuenta los ajenos.

Noé lo observó caminando por el largo pasillo, y aferrándolo más cerca, añadió: —Para mí, sois perfecto tal cual. Nadie pensó en lo que queríais en vuestra infancia, y, tras haceros emperador, solo perseguís vuestros deseos. Me parece justo. —le dijo para verlo con gentileza.

Vanitas sonrió y se coloreó levemente. Llegaron a la sala del aseo propio del emperador, y solicitando la ayuda de sus sirvientes, lo depositó en el suelo; seguido entregó la sábana a uno, quien de inmediato fue a lavarla, además, solicitó que se limpiase la sala antes utilizada por ambos, y Vanitas solo lo observaba orgulloso. Noé se giró, habiendo terminado y tras que los sirvientes prepararan las aguas, añadió antes de irse.

—¿Puedo preguntaros algo? —cuestionó el moreno, observando el asentimiento del emperador.

—¿Aún..., os parezco agradable a la vista después de haber sido usado por otros? —le preguntó con un rostro algo indescifrable.

El emperador sintió una punzada aguda en su pecho, sabía a lo que se refería. Se acercó con pasos suaves, y acarició su cabello. —Sois la persona más hermosa con la que jamás he estado.

Los sirvientes escucharon atentos aquello, aún continuando sus tareas, y algunos se avergonzaron al sentir que no debían estar ahí. Noé sonrió con sutileza, y tomando la mano de su emperador, dejó un beso. —Gracias, Vanitas. —añadió para verlo con cariño, soltando su mano suavemente, para marcharse por la puerta a su baño predispuesto.

El emperador se quedó acariciando la marca de aquel toque, con un corazón que parecía aletear más de lo normal; escuchó el llamado de una de sus doncellas y sintiendo calor en su rostro al ver la mirada gentil del moreno, decidió entrar en sus aguas y limpiar lo hecho con su gladiador. Simplemente estaba emocionado de haber encontrado un nuevo entretenimiento, resultando también ser una buena compañía y hombre de buen corazón. No había nada más ahí.

La mañana de la junta había acaecido tan deprisa como había temido el emperador. Los últimos días lo pasó junto al moreno en varios quehaceres del reino, apenas compartiendo miradas gentiles o simples roces con sus manos; pero, no había vuelto a darse un beso o tener otra intimidad, realmente habían estado muy ocupados.

Vanitas se encontraba sentado en el centro de la mesa; nuevamente llevaba un cola alta sin su diadema, y un túnica negra, con un cinturón de laureles, dejando ver su pecho. Noé estaba detrás suyo, en pie, protegiendo sus espaldas. Roland, uno de sus pretores estaba al otro lado, junto a otros rostros reconocibles para el emperador. 

Uno de sus grandes amigos, y mejores jefes militares, Dante Cneo; junto a él, Ruthven Cornelius, otro jefe militar. Y, finalmente, Chloé Livia, una mujer de gran poder en varias zonas, con su protector, Jean; su familia había ayudado mucho en las guerras pasadas, y se le otorgaron muchas riquezas y poder.

Dialogaban y discutían en la mesa; Vanitas apenas podía inmiscuirse, pese a ser el emperador, era el más joven y jamás había estado en una guerra, al contrario que los demás. Por lo que apretaba sus puños algo agobiado.

—Propongo mandar tropas a los flancos del sur, y proteger esas zonas evitando su avance. —habló el de nombre Ruthven, un hombre de maduras facciones, cabello cobrizo y un corpulento cuerpo.

Dante golpeó la mesa, un hombre de cabello algo anaranjado, de cuerpo robusto, y mirada cansada. —¡Me rehusó a mandar hombres a defender una guerra inexistente!

—¡Bien preferís quedaros en vuestra mansión, tragando y follando como cerdo! ¡¿Acaso olvidáis vuestra labor?! ¡Proteger vuestro pueblo y siempre prestar vuestro apoyo en caso de guerra! —vociferó la mujer de cabello claro grisáceo; era algo mayor, pero seguía manteniendo un rostro impoluto y casi veinteañero. Su delgada figura y apariencia cuidada la ayudaban a verse mejor.

Este dejó una risa exuberante. —¡Cállate mujer, apenas y entiendo tu posición en esta sala!

Esta frunció su ceño, y su protector sujetó la empuñadura de su espada. —¡He logrado mucho más que vos con las tropas de mi familia! ¡Vuestra gente no son más que otros gordos hombres, sebosos y llenos de lujuria!

Este se levantó, apretando sus puños. —¡No pienso soportar la insolencia de esta mujer vieja!

Vanitas tomó el puente de su nariz, odiaba tener que reunirlos; se llevaba bien con todos, pero siempre por separado. Casi siempre terminaban en discusiones insulsas. Jeanne y Dominique estaban al fondo; llevaban consigo jarras de vino para los invitados.

—¡Silencio! —vociferó el emperador, hastiado de aquella situación. —¡Sentaos Dante y no discutáis en un momento que no lo precede!

Este accedió, aún con su ceño fruncido. Roland carraspeó, tratando de suavizar el ambiente. —Bueno, en mi caso estoy de acuerdo con la proposición de Ruthven; él se encarga de la zona sur, y por ende, él sabe más que nadie la situación vivida. Si hay una guerra desarrollándose, deberíamos tener en cuenta su petición.

Vanitas asintió dejando un largo suspiro. Entre todos, Roland ayudaba siempre a calmar a los necesitados de una botella. Los índigos ojos del lechoso veían los planes, y multitud de estrategias antes propuestas; observó a su protector y le preguntó: —¿Vos que pensáis, Noé?

Noé lo observó y se acercó a su lado, con el hombre de cabello anaranjado algo exaltado. —¿Le vais a pedir opinión a vuestro protector, Vanitas? ¿Acaso no podéis pensar por vos mismo? —añadió con un tono bromista.

Este solo le dirigió una mirada seria. —Dante, Noé es un hombre que ha luchado en los coliseos y ha vivido la guerra en su propia carne. Todos estamos aquí para dejar una opinión y como puede hacerlo Jean, lo hará mi Noé si lo solicito.

Este dejó una mirada burlesca y escuchó al moreno. —Sin necesidad de ofender a nadie, secundo las palabras del señor Roland, la decisión del señor Ruthven es la más adecuada en esta situación. —añadió dejando un vistazo a la mesa, y regresando un mirar suave a su señor.

Vanitas asintió. —Gracias, Noé.

Jeanne los veía muerta de celos, sintiendo que aquella jarra en sus manos saldría volando. Quería arrancar cabellos y morderse las manos, estaba harta de aquel apuesto gladiador, quien le había quitado su favoritismo con su alteza.

Escucharon unos golpeteos, y otro sirviente, abrió dicha para dejar entrar al desconocido. Por esta entró un hombre de poca estatura, algo mayor, y calvicie en su cabeza. —¡Mi querido Vanitas, lamento la tardanza! —vociferó este, interrumpiendo a todos en la sala, rascando su poca barba.

Vanitas se giró observando al propio de la voz, y sintió una decepción inmensa al verlo; este era Moreau, un gran amigo del que fue su padre, pero no le gustaban sus decisiones o formas de dirigirse a él, con una cercanía que lo incomodaba, por ende, no lo había invitado, pero había ido de todas formas. Le gustaría matar al que le confesó dicha reunión.

Este pasó dejando un largo vistazo en sus doncellas, y Vanitas trató de tragarse su decepción para mostrar cordialidad. —¡Moreau, un placer veros nuevamente!

Este tomó una silla y se sentó casi a su lado, dejando un largo vistazo al emperador, incluso algo más de lo debido. Noé se fijo en el detalle de su emperador poniendo sus brazos en la mesa, tratando de ocultar su pecho. No entendía aquella forma de actuación, y lo protegería aún cuando fuese del hombre más rico de esta tierra.

Pero, en los recónditos de su mente, sentía que aquella voz se le hacía conocida.

—Monreau, estábamos discutiendo sobre la situación de guerra en el sur; como os ocupáis de algunas tierras en el norte, supuse que no sería necesaria vuestra presencia. —añadió Vanitas. —¿Quién tuvo el placer de avisaros?

Este dejó una carcajada vistosa. —¡Eso no importa, querido Vanitas! Lo importante es que estoy aquí, pudiendo ver lo mucho que has crecido. —añadió para verlo nuevamente de arriba a abajo.

Ruthven carraspeó. —Un placer veros de nuevo, Monreau.

Este lo observó y sonrió con cautela. —¡Siempre tan varonil, Ruthven! —añadió sorbiendo su nariz con fuerza. —¡Tengo sed, traedme algo de beber! —vociferó.

Jeanne se acercó deprisa, con la jarra en sus manos para rellenar la copa en su otra, tendiéndosela al señor algo mayor. Este se fijó en el cuerpo de la doncella, para soltar un silbido y agarrar uno de sus glúteos, haciendo casi derramar algo de aquel vino. Jeanne respingó y forzó una sonrisa cordial.

—¡Qué culo tiene vuestra doncella, Vanitas! —añadió sin soltar aún a la joven. —¡Disfrutareis en demasía estar dentro de ella!

La mujer de cabello grisáceo, carraspeó. —Monreau, no estamos en esta junta para hablar sobre vuestra..., especial necesidad o intereses morbosos.

Este dejó una risa escandalosa, soltando a la joven, que regresó rápidamente junto a Dominique. —Siempre vos tan errada. —le respondió el señor, tragando su copa con sonidos algo desagradables.

Vanitas carraspeó, y añadió: —Podéis seguir, Ruthven.

Este tomó varios papeles entre sus manos, y fijo un mirar serio después de las impertinencias del señor algo pasado de años. —Si accedéis todos los presentes, y me otorgáis vuestro apoyo en proteger mis tierras, detendré el avance de estos usurpadores. Necesitaré una cuarta parte de soldados, que busque prestarme sus fuerzas, y el refuerzo de armas y sanidad. —añadió con seriedad. —Eso sería todo.

Vanitas asintió. —Si todos entramos en un acuerdo, podemos terminar la junta, entonces.

Dante refunfuñaba por lo bajo, y Roland veía con orgullo al emperador. Noé se acercó y le preguntó a su señor: —¿Seréis vos, mi señor, el que ofrezca la cuarta parte de hombres?

Vanitas reaccionó ante ello: —¡Cierto, se me olvidaba! No podemos todos entregar parte de nuestros hombres, en caso de un avance que no se pueda impedir, debemos mantener refuerzos. Por lo que, uno de nosotros, apoyará militarmente las estrategias del señor Ruthven. Decido que-

—¡Es un espécimen único! —interrumpió, de nuevo, aquel señor calvo que estaba acabando con la paciencia del emperador. —¡¿Y ahora qué, Monreau?! —le habló Vanitas con hastío.

Noé conectó vista con el señor que lo veía fijamente. Sus ojos negros estaban abiertos, expectantes y una sonrisa siniestra se reflejaba en sus labios. El albino lo recordó, recordó aquellas simples palabras: "Espécimen único"

Sintió que su piel se congeló, endureció y parecía resquebrajarse como el polvo; inmediatamente, sintió repudio de su cuerpo, y el estómago quiso salirse por su boca. Sus manos comenzaron a temblar, queriendo retroceder, huir de aquella vista que parecía devorar cada recóndito de su piel. Pero debía, proteger a su señor, debía quedarse ahí, ya no era un niño.

No pudo controlar la tos, y se cubrió inmediatamente su boca, llamando la atención de Vanitas, y los presentes que observaban la situación extrañados. —¿Os encontráis bien? —le cuestionó el emperador, cruzando mirada con el señor que veía expectante a su gladiador.

Por supuesto Noé no lo había reconocido, habían sido más de quince años, cuando este señor era de apariencia más joven, con cabello y delgado cuerpo. Pero su voz, su voz permanecía siendo la misma estridente que le arrebató su libertad.

—¡Por dios, casi todos los guardias son grotescos y de apariencias desagradables, pero este esclavo es una majestuosidad en todo su ser! —vociferó el hombre, levantándose para acercarse al moreno de cabello blanco.

Le temblaron las piernas, y Vanitas observó el rostro temeroso de su guardia; no sabía lo que ocurría. —S-señor —añadió Noé, con el corazón estrujado y el estómago en su garganta. —Proseguid con vuestra junta, por favor. Solo soy un esclavo más.

Este negó y le tomó de las manos. —¡Sois tan precioso, vuestro cabello y piel morena! ¡No puedo alejarme de semejante espécimen!

Ahí estaba, de nuevo, aquella palabra; Noé quería vomitar. Jeanne también se fijo en sus extraños actuares y Domi lo veía algo angustiada, puesto tenía la extraña sensación de lo que sucedía, al igual que él, todos los esclavos habrían sufrido alguna misma situación.

Vanitas se veía preocupado por su moreno —Monreau, regresad aquí —pidió el emperador. Noé seguía paralizado, aguantando las arcadas y tratando de mantener su compostura. —Ya sé que mi Noé posee una apariencia única, pero debéis, mantener vuestra postura y-

Este hombre pegó un grito perturbador. —¡¡Noé!! ¡¿Sois vos?! —vociferó este para tomarlo de los hombros. —¡Me alegro tanto de que estéis vivo! ¡Recuerdo todos los días la primera vez que os compré, y me sorprende veros aún con vida y con un cuerpo tan hermoso, como en vuestra niñez!

Vanitas abrió sus ojos exaltado y sintiendo una arremolinamiento de emociones en su pecho, trató de calmarse apretando sus puños. —Monreau, regresad aquí y dejad a mi protector, no me gusta repetirme.

La mirada del albino estaba perdida en los recuerdos de como lo tocaba, de como fue el primero en profanar su pequeño cuerpo, en su voz grotesca, en como sus manos acariciaban de nuevo su piel. Sintió como sus manos bajaron de sus hombros, dirigiéndose hacia sus posaderas, de la misma forma que hizo con Jeanne, y quiso llorar. Sus ojos se llenaron de lágrimas. —¡Sigue tan firme como aquella vez!

Dominique quiso vomitar con aquello, y Jeanne se apiadó del esclavo.

Una silla cayó al suelo de golpe, y el señor de apariencia mayor, respingó con ella, sin soltar sus manos del moreno. Y con prisa, una espada apareció y una de las manos que tocaba al moreno fue cortada de un tajo, soltando incesante sangre y con gritos desgarradores llenando la sala, por parte del viejo.

Vanitas con una sombra en su rostro, le gritó: —¡Es mío! —vociferó llenando la sala de un sórdido silencio tras eso, y Noé recapacitó con eso, observando a su señor. —¡Alejaos he dicho y no busco repetirme! ¡Ahora! —este hombre cayó al suelo, asustado y se escurrió por el suelo para volver a su asiento. Su muñón aún sangraba y sus ojos parecían querer salir de sus órbitas.

Todos los presentes se quedaron sorprendidos con aquello, pareciendo temer moverse y hacer reaccionar de nuevo al emperador. —¡Vuelve a ponerle una mano encima y prometo arrancarte la cabeza con mis propias manos! —añadió el lechoso, para envainar su espada. —¡Se mandarán las tropas al flanco de sur y se tratará de evitar su avance! —añadió, con un Monreau que mordía su labio para evitar recibir otro tajo.

Dante asintió: —¡Una idea fascinante mi señor!

—Ruthven te ocuparás de los detalles, quien os entregará el refuerzo será el juez Dante. —este asintió, levantándose para hacer una reverencia.

—¡Todos, ahora fuera! —con aquellas palabras, todos los invitados salieron despavoridos, dedicando sus respectivas reverencias, puesto sabían que el emperador no estaba de ánimos para hablar más.

Antes de que saliera Monreau, Vanitas se dirigió a este: —Agradeced que permanecéis con vida, señor.

Este aún con todo su brazo envuelto en rojo y las lágrimas silenciosas en su rostro, asintió. —Por hoy y para siempre, su alteza.

Vanitas le dedicó una mirada frívola y lo dejó ir, para escuchar como corría por las escaleras, fuera del palacio para buscar ayuda. Esperaba con todas sus fuerzas que se desengrase y muriese antes de encontrar a alguien que sanase esa herida.

Finalmente, la sala pareció quedar desolada, con unas doncellas encajadas a las paredes, sorprendidas por su alteza, un emperador que respiraba frenético y un Noé...asustado y maravillado.

—M-mi señor, no hacía falta aquello, era un señor de alta riqueza, y yo soy solo un esclavo..., deberíais haberle dejado hacer.

Este lo vio con un mirar frío, cruzando una conexión con aquellos amatistas. —¡Nadie toca lo que es mío! —le gritó con irascibilidad —¡Juré que nadie os volvería a tocar un solo pelo, e incluso mataría a la muerte misma si se atrevería! —añadió con sus puños sobre la mesa, y sus venas marcadas en su cuello.

El albino sintió una fuerte punzada en su corazón tras sus palabras, y mordiendo su labio, experimentó las sensaciones de náuseas aún latentes en su garganta. Jeanne estaba perpleja, literalmente, aquel hombre de morbosidad excesiva había hecho lo mismo con ella y él ni se había inmutado.

Noé, respiró con fuerza y cayó al suelo, sin poder seguir soportando los temblores en sus piernas. Vanitas se afligió de él; toda su rabia e ira pareció desaparecer con cada respiración del moreno, y acudió a su llanto. El albino veía aquella mano en el suelo, aquella que tantas veces lo había tocado en su niñez. —P-perdonadme mi señor, estoy perdiendo la compostura. —exclamó.

Jeanne y Dominique observaban la escena, y aún cuando la de cabello rosado estaba llena de celos, su corazón se ablandó por aquel joven que trataba de ser fuerte al haber recordado un pasado traumático, y al haber visto de nuevo al causante de su triste infancia.

Vanitas tomó su rostro en lágrimas y le ofreció una caricia en su cabello. —Nadie os volverá a poner una mano encima, mi Noé.

Este lo vio aún con temblores. Sus pálidos amatistas brillaron, y Vanitas pudo observar como su rostro se tornaba en aflicción, con sus ojitos llorosos y labios temblorosos. Era la primera vez que veía a alguien llorar sobre sus manos, y limpiando sus rastros, dejó un casto beso en sus labios, algo mojados y con un ligero sabor a sal, por las gotas tristes de su corazón.

—Permaneceréis a mi lado para siempre. —añadió de nuevo el emperador, con una mirada cálida y depositando otro corto beso en su frente, lo abrazó para dejarlo envuelto en sus brazos, acariciando su espalda.

No podía creer en como aquel gladiador de tan apuesto cuerpo y capacidades tan capaces de matar a cualquier persona, lloraba en sus brazos mientras su cuerpo calmaba sus temblores. Le nació una necesidad extraña..., quería protegerlo. Rápidamente, observó al sirviente que estaba con sus doncellas, y le ordenó recoger la mano, seguido se dirigió a las jóvenes. —Id a descansar, podéis tomaros el día libre, y por favor, no me interrumpáis en el resto del día.

Estas asintieron y tras que el sirviente recogiese aquel miembro desgarrado, se marcharon de la sala. Aún cuando estaban rodeados de sangre..., se sintieron ajenos a todo, como si solo existieran ambos. Vanitas nunca había estado en una situación similar; siempre solía estar con sus mujeres, descansar, experimentar nuevos entretenimientos, pero, a diferencia de todo aquello, esto era algo mágico.

Él quería proteger a la persona bajo sus brazos, mientras acariciaba su sedoso cabello. Pese ser alguien más alto y grande, parecía un pequeño ser en su regazo. Y pese a unos sentimientos cálidos en su pecho, también apareció un miedo encerrado, tenía miedo de la importancia que le había tomado al gladiador, hasta el punto de cortarle la mano a un viejo morboso, cuando había hecho lo mismo con su doncella. ¿Entonces, qué tenía de diferente aquel albino?

Más tarde, tras que el moreno pudo relajarse, muy avergonzado, se levantó de las piernas de su señor, quien lo había protegido de aquel monstruo que atormentaba su pasado. Tendiendo su mano al emperador, decidieron marcharse a los jardines, pretendiendo tomar aire fresco, a solas.

La sala estaría como nueva, cuando fueran a regresar, puesto los sirvientes esperaron hasta que ambos salieran para seguir con sus quehaceres. Noé tenía los ojitos rojos, y su corazón no dejaba de exaltarse al recordar como este, había calmado sus penas. Se acostaron en el jardín, sintiendo la fría hierba mojada sobre su piel, recibiendo con cansancio el atardecer que se observaba a lo lejos.

—Aquel señor, fue el que me compró por primera vez y abusó de mi. Es mi primer recuerdo tormentoso desde la muerte de mis padres.

Vanitas lo observó y añadió: —Lo supuse, Noé. Pero él ya no está con vos, dejad enterradas esas heridas. —le pidió, tomando sus manos y dejando besos en ellas. —Ahora sois un hombre diferente, que nació con una triste historia y en su transcurso sufrió calamidades, pero, ahora estáis junto a mi. —le dijo para inclinarse sobre sus codos y acariciar su cabello. —No volveréis a sufrir nunca más.

Este se coloreó levemente, con un corazón tranquilo. —A veces se me olvida que sois mi emperador. Llegáis muchas veces a ser tan..., dulce. —soltó fijándose en aquellos índigos bajo aquel cabello oscuro.

Vanitas dejó una mirada cálida. —Solo cuido lo que me importa, Noé.

Y bien, él mismo sabía que jamás había defendido ni protegido nada ni nadie; no entendía porque quería cuidar tanto aquellos mirares amatistas. Noé carraspeó, inclinándose y dejando un casto beso sobre los labios finos de su emperador. —Gracias, Vanitas.

Este sonrió y se acurrucó más cerca del otro, para al estar recostados, observar los colores que se mezclaban en el cielo y las distintas formas de las nubes. La brisa los acariciaba y tan solo respiraban tranquilos en aquel ambiente, que en toda su vida, Vanitas jamás había disfrutado de aquella forma o de aquella compañía.

Jeanne los observaba desde la ventana, con un corazón dolido y sentimientos arraigados en la pena. Los veía estar juntos, darse pequeños besos, señalar las nubes y reír con algunas ocurrencias, respirando el mismo aire; cosas que jamás había hecho con ella o alguna de sus doncellas. ¿Por qué él?

"Soy un monstruo, no debería existir..., solo quiero morir " 

Eran palabras que salían de un niño esclavo con cabello blanco, acurrucado en el suelo mientras lloraba y lloraba. Se despertó de inmediato, algo sudoroso; su respiración era agitada y fijándose en sus manos estaban temblando, pese al haber sido consolado por su emperador el día anterior, habían heridas aún en su cuerpo, y el encuentro nefasto con aquel hombre, solo habían abierto aquello nuevamente.

Se levantó aún con aquellos sentimientos arraigados en su mente y tras asearse, acudió a la habitación de su emperador, a iniciar aquella rutina a la que se estaba acostumbrando. Tras escuchar su acceder, entró; Jeanne ya estaba ahí, recogiendo la habitación con la ayuda de la doncella Amelia. —Buenos días, señoras. —saludó el moreno con una suave reverencia.

Otra de las razones que afectaban a la doncella Jeanne, era la forma en la que aún la trataba con respeto y cordialidad; siendo correspondida por ambas mujeres. Vanitas lo veía despabilándose de apoco, y una sonrisa mañanera apareció en sus labios. —Buenos días, Noé.

Este le correspondió, pudiendo respirar de nuevo al ver aquel rostro cálido que le ofrecía su emperador. Su vida anterior, era eso, solo parte de su pasado. —Buenos días, Vanitas.

La mañana transcurrió con normalidad, después del día anterior, era lo máximo que podía pedir. Vanitas estaba sentado en el trono, atendiendo a más mandatos del día; habían llegado varios hombres, otra vez con sus miedos sobre la guerra que se avecinaba y que él trataba de calmar con sus palabras. 

El lechoso sentía que aumentaban sus nervios, pero debía confiar en la elección de Ruthven, había puesto su confianza en él y esperaba obtener buenos resultados. Decidió mandar un mensaje mediante una paloma, preguntando al señor de la zona sur, si la elección tomada estaba desarrollando frutos, aún cuando apenas había pasado menos de un día.

Nunca tuvo la referencia de ser un buen emperador o líder para su gente, y aunque casi en todo lo que llevaba sentado en aquel trono hubiese parecido satisfacer únicamente sus deseos, se preocupaba por su pueblo, por aquella gente que lo amaba y lo habían elegido tras Tiberio en busca de una vida mejor. Tenía que creer en su decisión y en la decisión que había tomado el pueblo al escogerlo a él.

La tarde había pronto llegado, y Vanitas lejos de aquel trono que lo había atormentado en el día, estaba sentado cerca de su balcón, tratando de calmar sus pensamientos, y pensando en la victoria que lograría frente aquel sobrino loco. Había encargado a Noé a algunos quehaceres, pues pese adorar su compañía, el tiempo a solas lo estaba necesitando, lejos de todas sus obligaciones y también..., dándose un espacio de aquella persona que estaba tomando un lugar importante en su mente, y corazón.

Su cabello recaía, casi rozando sus muslos que abrazaba en el suelo. Nunca había tenido miedo de estar solo, de arriesgarse a cometer una mala elección, perder el trono y morir a consecuencia; siempre mantuvo el pensamiento de que lejos de haber sido el primer elegido, había sido un sustituto del reinado nefasto de Tiberio.

Su mirada se mantenía algo melancólica, empero, tras conocer y convivir con aquel gladiador, se había dado cuenta de la forma en que Noé, cuando salían por las callejuelas, sonreía a su gente y los observaba con calidez. Se estaba dando cuenta de la forma en que lo estaba cambiando, ahora, quería demostrar que aquella elección había sido la idónea, de que se merecía estar ahí y que tenía el poder de hacerlo mejor que sus antepasados, amando a su pueblo.

Se fijo tras el balcón como Noé había salido a los jardines tras terminar sus mandatos, y estiraba sus brazos tomando el aire fresco, el lechoso dejó una sonrisa tras eso, que trataba de ocultar bajo sus rodillas. Observó como se arrodillaba cerca de unas flores y las acariciaba sin llegar a dañarlas..., ¿Por qué era así? ¿Por qué parecía cuidar hasta el ser más pequeño aunque no fuera para nada especial?

Podía ver sus pestañas blancas brillar bajo el ocaso, y era tan hermoso. Le gustaba la forma en que sus grandes muslos se le marcaban bajo la túnica, haciendo la fuerza en sostener su tonificado cuerpo; sus brazos eran delgados pero con musculatura, y su espalda ancha unida a una cintura ceñida y delgada. Lo que más le encantaba de ver era su mandíbula, tan perfilada y aquel cabello blanco..., sus amatistas mirares era la guinda del pastel.

Pareció que el moreno escuchó algo, y tornó su rostro acomodando un cabello tras su oreja, seguido, una sonrisa se mostró en sus labios, y la doncella Dominique apareció. Se acercó a él, y se arrodilló para observar las flores con una mirada tranquila; observaba su largo cabello oscuro y blanca piel..., se preguntaba si ahora, después de haberle enseñado a Noé como se debía besar y estar con una mujer, ya lo habría hecho con aquella doncella.

Este reía por algo dicho de la otra, y un sentimiento se arremolinó en su corazón. Esperaba que no hubiera hecho nada más que algún simple roce. La mujer se acercó al moreno, acariciando su mejilla y Noé la correspondió con una sonrisa. Vanitas estaba seguro de que el moreno podría ser algún día feliz junto alguna mujer.

Y sin más, Dominique depositó un gentil beso en los finos labios del moreno, apenas duró unos momentos pero dolió infinitamente. La joven se separó dejando a un Noé confundido, con una mirada delicada, y la doncella sonrojada se marchó huyendo de lugar, dejando a un gladiador inesperadamente, pasmado. Quiso saber que cruzaba sus pensamientos..., ¿Acaso se había dado cuenta del amor que profesaba a aquella doncella? Y su corazón se estrujó.

Inmediatamente se levantó, dejando ver una larga cabellera negra suelta desaparecer por el balcón. Noé alcanzó a ver algunos de sus mechones, y se dio cuenta de que su emperador lo había visto, y no estaba muy seguro de que lo que sentir tras lo sucedido. Adoraba a Domi, había pasado varias noches compartiendo lecturas con ella o conversaciones interesantes, hasta que todo su tiempo lo retuvo Vanitas. Recordaba el rostro avergonzado de la mujer al ver la escena de intimidad junto a su señor, pero, después de todo aquello, tampoco se había esperado aquel beso, sin nada más, sin ninguna confesión de amor u otra razón.

Trato de imaginar que de alguna forma la joven se había enamorado de él, o, al menos le gustaba quien era..., pero que iba a saber él de un sentimiento llamado amor. ¿Qué demonios significaba eso? ¿Y tan solo con compartir algunos instantes, se había enamorado de alguien como él?

Tratando de dejar aquellos pensamientos, se preocupó por lo que pudiese imaginar Vanitas. No quería que fuese a pensar nada extraño; es decir, sí, Vanitas esperaba que Noé ya hubiese consumado alguna intimidad con la joven, ¿Entonces por qué le preocupaba que fuese a pensar algo extraño?

Salió corriendo hacia el interior del palacio, buscando al lechoso; entró dispuesto a algún objetivo que aún desconocía y se adentró en la sala de aquel balcón. Estaba Vanitas, pero no estaba solo..., la doncella estaba junto a él, y la estaba besando, sintió que había cometido un error al entrar, además, de que él mismo Vanitas había pedido estar solo. Se avergonzó y fijándose en como el lechoso le dedicó una mirada fría mientras besaba a la otra, quiso haberse quedado en los jardines.

—Lamento la interrupción, mi señor —añadió el moreno dispuesto a salir de la sala.

Este separó sus delicados labios de la otra y limpiando su boca, añadió: —No es necesario, Noé. Cerrad y quedaos en aquella pared. Sois mi protector y debéis estar junto a mí, en todo momento.

Noé asintió y se apoyó en la pared lejana a la puerta, tras haber cerrado. Había algo en su pecho, un sentimiento que se renegaba a mirar o ver como tenía relaciones con aquella mujer, de cuerpo pequeño y busto exuberante. Jeanne sentía que por una vez había ganado frente al moreno, y acomodándose mejor, continuó los besos de su emperador.

Vanitas tomó del cuello a la joven doncella, y bajo los ojos del moreno, besó su cuello, con lentitud, depositando castos besos en su pálida y blanca piel. Esta respingó tras aquel roce con su emperador y extendió su cuello para dejar más amplitud.

Vanitas con rapidez retiró su traje de seda, dejando a la vista las partes más bellas e íntimas de la mujer. Rozó con delicadeza sus pechos, que besó reiteradas veces, observando fijamente a su moreno, seguido, se dirigió al abdomen para llegar a su zona erógena. Esta exclamó al sentir a su señor ofreciéndole placer. Y simplemente, los recuerdos de sus caricias con el moreno no salían de su cabeza, aún teniéndolo frente suyo; solo recordaba las veces que froto sus labios con la piel morena y tomaba sus jadeos con fuerza.

Instantáneamente, se calentó. Tomó con fuerza del cabello a la mujer tras enderezarse, y la tiró al suelo para que cayese de rodillas. Retiró su túnica con lentitud mientras veía al gladiador que tragaba grueso; dejó entrever sus clavículas, su pecho, y su miembro que hizo casi suspirar al moreno.

Tirando del cabello de la otra, se dispuso a adentrarse sin preparación; y una fuerte punzada acudió a sus posaderas, recordando la forma en que era golpeado por aquel albino. Empujó dentro de la joven con fuerza, queriendo negar que ahora con él único que sentiría placer iba a ser aquel esclavo. Solo podía pensar en la forma tan brusca que lo trataba el moreno, mientras empalaba con rabia a la otra, que ahora mismo, solo era un extra para él.

No sabía que intención tenía con ello. ¿Acaso quería crear celos en su gladiador? ¿Quería devolverle lo que se merecía al haber recibido un beso de la doncella Dominique?

Soltó por primera vez un gemido gutural al pensar en como lo había empalado el albino. Jeanne hasta entre sus gemidos silenciosos, se sorprendió de escuchar al emperador, quien jamás había hecho algún sonido estando con ella. Vanitas con delicadeza pestañeó suavemente, y observó al moreno, fijándose en como su entrepierna estaba erecta bajo aquella túnica algo provocadora.

Solo quería tenerlo sobre él, quería que lo besará, que le diese amor a cada parte de su cuerpo, que lo golpease y tratará con burla. Otro jadeo algo más alto; debía castigarlo, debía hacerle ver que no era el único que lo hacía disfrutar, pese a tener la mente completa de recuerdos suyos.

Jeanne apretaba sus labios, tratando de evitar el mínimo ruido, pero escuchando los jadeos algo altos de su emperador, y sus golpes tan bruscos, imaginaba que no era ella en quien estaba pensando, pues jamás se lo había hecho de aquella forma. Y las únicas veces que habían compartido su intimidad, él solo dejaba un jadeo corto al venirse, no de la forma que ahora presentaba. Le daba rabia y carcomía cada rincón de su cuerpo; antes la tenía en cuenta, la hacía correrse y disfrutar, ahora solo estaba descargándose dentro de ella.

Vanitas mantenía su mirada lasciva sobre el moreno y abría sus labios produciendo más jadeos. Este solo tragaba grueso, sintiendo como su manzana subía y bajaba; experimentando un dolor punzante en su miembro al verlo maltratar a aquella doncella. Él no era capaz de eso; él era el que debía ser tratado de forma brusca y sumisa. Aquello le hizo soltar un jadeo bajo, que Vanitas escuchó con atención.

Recordaba la forma en que Vanitas se retorcía bajo su cuerpo, en como temblaba y contraía su entrada, su interior. Apretó sus puños con fuerza, sabía que lo estaba castigando, y no podía hacer nada.

Noé se fijó en como un mechón de pelo del lechoso caía hacia abajo, dibujando una curvatura perfecta. Se imaginó ese mismo mechón pegándose con el sudor de su frente, bajo su cuerpo, moviéndose adelante y atrás mientras nuevos mechones caían sobre la altura de sus ojos, revoloteando entre gemidos; la presión en su entrepierna se hizo más presente.

Sin embargo por más que Vanitas tratase de venirse en ella, no sentía que fuese suficiente. Quería demostrarle al moreno que no lo necesitaba para venirse en otras, pero, deseaba tanto que solo besase su cuello o tirase de su cabello.

Salió con fuerza de la mujer. —Jeanne, coge tus ropas y márchate. ¡Ahora! —le ordenó tras su brusquedad; esta mordiendo su labio, tomó sus prendas y salió de la sala, ofendida.

Era la última vez que se dejaba usar de aquella forma, la última que se dejaba usar como un juguete entre la tensión de aquellos hombres. Con ella fuera de escena, Vanitas se arrodilló con su miembro palpitante, y con un rostro necesitado, le habló al gladiador: —Lo siento, no quería hacerlo, pero debía castigarte. Por favor, consoladme, mi Noé. —le pidió.

Este mantuvo un mirar feroz, que hizo recorrer sudor y escalofríos por toda la piel del lechoso. Dejando su espada sobre la pared, se arrodilló frente al emperador desnudo, y con un mirar serio, tomó con fuerza su barbilla. —¿No podéis veniros dentro de esa doncella tan hermosa? ¿Por mi? —exclamó, lamiendo sus labios con lentitud.

Tomó con fuerza el miembro del emperador, solo apretándolo. —N-Noé, por favor, hacedme vuestro. —le pidió con sus ojos lagrimosos.

Noé rozó sus labios e introdujo su dedo. —Chúpalo —simplemente le dijo, y este acató su orden sacando una sonrisa lasciva sobre el moreno. Acudió a su petición y lo hizo lo mejor que pudo, con temblores en su cuerpo.

Noé dejó un jadeo al ver como su dedo desaparecía en los labios del otro, y lo introdujo más dentro, con la mirada suplicante del emperador. —Decidme lo mucho que me deseáis, que sin mi, no sois más que una golfa necesitada. —le pidió, sacando su dedo con un leve rastro de saliva. Comenzando a mover su mano sobre la zona del emperador, haciendo que se contrajese y jadease con fuerza.

—Lo soy, te deseo Noé, con todo mi cuerpo..., —añadió con otro sonido gutural entre lágrimas —No soy más que vuestra golfa. —añadió, y Noé no pudo evitar sonreír con fuerza.

Vanitas estaba desesperado por ver sus pupilas dilatarse al tocar su cuerpo, y sentir su miembro creciendo a cada movimiento. Quería ver sus dientes mordiendo sus labios, y a sus ojos borrachos por mantenerse abiertos para ver su cuerpo, mientras lo excitaba en cada sollozo. Quería tenerlo en cualquier lugar, en la cama, en las escaleras, en los jardines, donde fuera que pudiera saciar sus deseos y ganas, dejando de ser un emperador. Eran algunos de los pensamientos que circulaban por la mente del lechoso.

Ahí estaba, su emperador sumiso, aquel que removía miles de sensaciones en su cuerpo. Fue cuando Noé, dejó un rastro de saliva sobre el otro miembro y siguió moviendo su mano, hasta sentir como este se venía. —Date la vuelta —le ordenó, y este no tardó en ponerse a cuatro patas sobre la alfombra.

—Os voy a follar como vos hicisteis a vuestra doncella, como un esclavo de mi cuerpo. —le dijo, aún cuando su interior pedía a gritos desde el principio estar dentro de aquel emperador, y que sorprendentemente había sabido aguantar.

Este asintió: —¡Por favor, por favor!

Noé lo agarró con fuerza, y sin preparaciones, apartó su túnica y retiró su ropaje interior, dejando a la vista su largo miembro, que introdujo de golpe en el lechoso. Ni siquiera se quitó su túnica, estaba desesperado por ser abrazado de sus calientes paredes.

Vanitas gimió con fuerza, y contoneó sus caderas esperando sus movimientos. —¿Os gusta así? —susurró el moreno, agarrando con fuerza los glúteos del otro, y golpeándolos, haciendo que se viniese otra vez.

Noé lo penetró de forma feroz, le sujetó del cabello y la cadera con firmeza y en cada una de sus embestidas sentía que se retorcía a su gusto. El aire se volvió más denso y el sonido que producía Noé al chocar su cuerpo contra el otro, iba matando lentamente al más bajo. 

Se tapó la boca para ahogar un grito, mientras su pecho subía y bajaba de forma rápida y constante. Noé se deleitó con sus gemidos ahogados, y su miembro palpitaba dentro de él, llenándolo por completo. Apareció un cosquilleo eléctrico, cuando la sensación se magnificó, cerraron los ojos y se vinieron juntos. Vanitas por su tercera vez, y Noé dejó un último empujón para salir, exhausto.

Lo giró despacio para tomarlo del cuello y dejar una caricia en sus mejillas entre respiraciones agitadas. La boca del albino buscaba la otra con urgencia.

Vanitas jamás podría haber imaginado que alguien lo besaría como lo estaba haciendo el moreno, ahora. Su lengua se movía dentro de él, sabiendo como tenía que chuparle, cuándo morderlo, como hacerle sentir que estaba en una nube de la que no quería bajar. Lo estaba besando de una forma exquisita. Sin más, soltó sus labios y cambió a su cuello, depositando algunos castos para dejar otro más corto en sus labios.

El de cabello oscuro se sentía amado y cuidado por aquel gladiador. Seguido, Noé se tiró sobre la alfombra, y tomó la mano del otro para tirar y tenderlo con suavidad sobre su pecho. Agitados, exhaustos y felices; pese a estar cada vez más calmados, sus corazones no se detenían, latían con fuerza, y sus rostros se sonrojaban al sentir sus manos entrelazadas.

Se quedaron en silencio, no sabían como explicar aquello, aquella sensación que los obligaba a estar juntos. Sin querer apartarse el uno del otro, mantuvieron aquella posición hasta que las estrellas aparecieron finalmente en el cielo y anunciaron la llegada de la noche.

Seguían despiertos, envueltos en un ambiente tan delicado que no querían destruir. Noé tomó la sábana que habían dejado ya en la sala, y cubrió al lechoso, no queriendo que fuera a enfermarse. Con el cabello suelto, sudoroso y mojado, Vanitas se hincó sobre su codo para ver al moreno. Posó su mano en el pecho contrario, y dejó pequeñas caricias. —¿Qué me habéis hecho, gladiador?

Noé sonrió con picardía —Haceros mío.

Vanitas sonrió, con un leve coloreo en sus orejas; el moreno se inclinó, y tomando con delicadeza su mandíbula, unió sus labios una vez más. No entendían que sucedía entre ambos, solo sabían que quería tocarse, besarse y estar juntos todo el tiempo.

Vanitas continuó el beso de forma sutil, frunciendo su rostro en pasividad, y tras separarse el albino, regresó a ver como el lechoso extendía sus labios de nuevo, queriendo besarlo más. Noé rio por lo bajo, envuelto en una sensación cálida. —Mi Vanitas.

Este se puso rojo hasta sus hombros, su corazón aleteó y en su estómago algo tiró de él, pareciendo liberar mariposas encerradas. Sonriendo nerviosamente, le pellizcó una mejilla, viéndose infinitamente, para que el de cabello oscuro desviase su mirada nervioso, removiendo sus labios. —Noé..., ¿Creéis qué alguien podría llegar a amarme?

Este se extrañó por la pregunta, y pestañeando con delicadeza, sintió que su corazón buscaba decir algo; algo que desconocía y no supo formular. —Algún día llegará, Vanitas. Estoy seguro.

Este asintió, con una leve punzada en su pecho..., no, esa no era la respuesta que quería escuchar, tampoco sabiendo con certeza que buscaba. Se inclinó y dejó un beso en la mejilla del moreno para levantarse y cortar aquella dimensión de colores y sensaciones extrañas. —Me iré a asear y descansar, nos veremos mañana, Noé. —le dijo para marcharse con prisa, dejando a un moreno extrañado.

Este tomó sus prendas y marchó a asearse de igual forma; sentía que no había escogido las palabras correctas, pero, tampoco sabía cuáles eran.

Tras aquella conversación nocturna de los días pasados, Vanitas se había vuelto extrañamente distante, no únicamente con todas las mujeres de palacio, sino también con Noé. Sus preocupaciones lo carcomían día y noche, después de recibir una carta del sur, notificándole que llevaban la guerra controlada, y que tan pronto como Ruthven la acabase, sería avisado..., y de eso, hacía varios días ya.

Aparte, cada que veía al moreno sentía que su corazón latía de forma antinatural; lo veía saludarle, ofrecerle una amable sonrisa y acompañarlo hasta donde lo pidiese. Era muy atento y seguía irradiando un brillo especial después de todo lo pasado, también había notado que compartía más conversaciones con la doncella Dominique, y se sentía extraño. Muchas veces se quedaba viendo de más al moreno, especialmente sus labios, recordando lo gentil que resultaba ser Noé con él.

Y lo único que se le había ocurrido, era mantener una distancia apropiada para que su mente dejase aquellos pensamientos extraños. Es decir, sí, admitía que el moreno era un joven muy apuesto, y atractivo, más de lo que podría imaginar; lo que había hecho con este, tampoco renegaría que lo había disfrutado y quizá, había sido lo mejor hecho en su vida. 

Aquello lo hizo removerse sobre el césped en el que descansaba, dejando los libros que poseía en sus manos, cerrados para fijarse en el cielo. Adoraba sus ojos, la forma en que sus pupilas parecían dilatarse, y brillar al verle, de alguna forma lo hacía sentir especial.

También le gustaba su voz, era cálida y neutral, muy pocas veces lo había escuchado alzarla. Su cabello era ondulado, de fibras tan blancas como las nubes..., suspiró hastiado, otra vez estaba pensando en él. Fijo sus mirares índigos en su gladiador, estaba a unos metros de él, dando vueltas por los jardines, pues le había pedido que no se alejase mucho pero que le diera privacidad. Recogió sus piernas para abrazarlas mientras hundía su frente en ellas; ¿Qué demonios le ocurría? No solo era su mente, también su cuerpo, sentía escalofríos cuando lo veía, cuando le sonreía, punzadas en su estómago y su pulso era más veloz. Sentía cosquilleos y sus nervios afloraban. —Sea lo que sea, ahora no estoy para eso... —añadió en su intimidad.

Debía ocuparse de su imperio, de su hogar, pues de él dependían muchas vidas, muchas risas, muchos lamentos y hogares llenos de inocencia. ¿Por qué no podía concentrarse? ¿Por qué solo podía ver a aquel moreno y sentir que los colores le subían por la piel?

Sin embargo, algo le desconcentró. Se acercó corriendo su mensajero oficial, algo que le tomó desprevenido y se levantó de inmediato; le tendió un sobre perteneciente a las tierras del sur, y al tomarlo entre sus manos, sentía que se congelaban sus dedos.

Noé se fijo en como Vanitas divagaba en sus pensamientos, y después de aquella conversación hace varios días, lo había alejado ligeramente, algo que hacía sentir a su corazón intranquilo. Estar cerca de su emperador le producía una agradable sensación, como una calidez inexplicable, y tenía miedo de que aquella noche hubiera escogido mal las palabras y ahora, estuviera molesto.

Había pasado las últimas noches pensando y pensando en el lechoso, en su largo cabello oscuro, el cuál le encantaba y en sus cerúleos ojos tan misteriosos y atrayentes. En su delicada piel y que contrastaba tanto con la propia, incluso en sus finos dedos, tan suaves y pequeños respecto a los suyos. Había consultado a Dominique sobre aquellas emociones y pensamientos, al resultar ser una buena amiga para él, ignorando el hecho de que lo besó hacía unos días. Pero esta con una sonrisa melancólica, le negó la respuesta, pues le confirmó que lo mejor era no afirmar aquellos sentimientos y olvidarlos con prisa.

No quería olvidar, le gustaban aquellas sensaciones cálidas en su pecho y sabía con certeza que era la primera vez en que alguien le producía todo aquello. Se fijo en como el mensajero llegó con prisa, y Vanitas tomó el sobre, con una expresión preocupante, se adentró al interior, y acudió a su lado.

Este caminaba con prisa hacia la sala de juntas, ordenando escribir cartas con urgencia. Vanitas se dio cuenta de la presencia del gladiador y con preocupación le explicó sin verle: —Noé. Han derrotado a Ruthven y sus hombres; Dante ha sobrevivido, buscando refugio con Chloé, se acercan con prisa a mis territorios y no tardarán menos de una semana en invadirnos.

Noé abrió sus labios con una naciente preocupación: —Mi señor, debemos contratacar de inmediato.

Vanitas le asintió, dando un vistazo de reojo, y comenzó a dictar las nuevas cartas dirigidas al resto de señores que quedaban con sus fuerzas guardadas. Mandaba reunirlos en palacio lo más pronto posible, en los siguientes días, y realizar un ataque conjunto para exterminar este mal que tantos dolores de cabeza le estaban dando.

Tras terminar, marcarlas con el sello correspondiéndote y enviarlas con sus palomas; Vanitas seguía inquieto, y la sala quedó con ambos personajes mientras el resto de sus sirvientes continuaban con sus tareas habituales, ignorando la situación actual.

Noé observaba con seriedad a su emperador, no sabía que sería lo que cruzaba su mente, hasta escuchar sus palabras: —Estaba tan cerca de afianzar por completo el apoyo de mi pueblo, y esto, lo único que conseguirá... —suspiró sujetando el puente de su nariz, viendo el aleteo de sus aves por la ventana.

Noé arrugó sus manos, comprendiendo al completo la impotencia de su señor. Quería consolarle, o al menos decirle algo que lo motivase a continuar creyendo en su próspero imperio, pero tras la distancia que había tomado con este, algo le hacía pensárselo dos veces.

—Vanitas, si me permites, os quiero decir que desde que os convirtieron en emperador, lo habéis hecho con grandes resultados y es algo de lo que debéis estar orgulloso. —añadió con una mirada que trataba de alentar a su señor.

Vanitas fijo una mirada en su gladiador dolida. —¡No me he rendido nunca! ¡Soporté aquellos insultos y miradas que me dirigían en el inicio por ser bastardo! ¡¿Ahora cómo me verán después de tantas muertes ocasionadas por mí?! —le vociferó con unos índigos aterrorizados.

Noé tragó grueso, a veces se le olvidaba que aún su emperador era joven y que tampoco tenía el apoyo de una figura que lo guiase —¡No podéis tener todo bajo control, Vanitas! ¡No podíais prever nada de esto!

Lo sujetó por los hombros con fuerza, y lo estrechó con fuerza en sus brazos. —Cálmate, por favor...

Vanitas continuó removiéndose en sus brazos, golpeando su pecho y con un empujón lo separó. —¡No me toquéis, maldita sea! —le gritó el lechoso para ver unos amatistas que lo veían dolido.

Noé negó y apretando sus puños, le dijo: —¡¿De qué tenéis miedo?! ¡Juré protegeros con todo lo que soy, y, cumpliré mi promesa! ¡Calmaos y tratad de ordenar vuestros pensamientos, Vanitas! ¡Lograremos salir de esta situación!

—¡No me alcéis la voz, Noé! ¡Os recuerdo que solo estamos juntos por qué nuestros intereses han resultado satisfacerse mutuamente!

Noé sintió que su voz temblaba.

—Vanitas.

—Vos no sois nadie para mí. —le dijo con una voz frívola y mirada opaca.

—Vanitas.

—Os dejaré cuando ya no me resultéis útil. —regresó a decir.

Noé abrió sus labios de nuevo, sintiendo punzadas en su pecho. —Vanitas... —repitió.

—¡No necesito que me protejáis y os mataré si es necesario! ¡Es todo lo que sois para mí!

El moreno sintió como un calor abrasador subía por su cuerpo..., era rabia, le dolía con todas sus fuerzas que lo hubiera humillado de aquella forma cuando en sus encuentros íntimos, le juraba hasta con su piel que jamás lo abandonaría y que era diferente, especial.

Este mostró un mirar afligido, y sujetando su pecho añadió: —Perdonad mi impertinencia, señor.

El moreno sentía que algo sucedía con su señor, entendía su disgusto y preocupación por la guerra que se avecinaba. Pero, golpearlo de aquella forma por tocar su piel, gritarle todas aquellas cosas, sentía que había algo mal...

El lechoso observó el mirar afectado y dolido del moreno, seguido se abrazó así mismo, evadiendo el mirar amatista y mordiendo su labio, se dejó estar en silencio, bajo la vista del otro. —Solo quería reconfortaros, pero veo que necesitáis estar a solas. —añadió para dejar una baja reverencia y salir por la puerta.

Vanitas sintió que caía al suelo, todo iba de mal en peor, y aún teniendo la guerra sobre sus ojos, lo que más le preocupaba era haber lastimado los sentimientos del moreno. Golpeó la mesa donde habían escrito las cartas, tirando la tinta por el suelo, y manchando de negro la alfombra. Todo era un desastre y lo único que podía ayudarle, él único que podía tranquilizar su mal temperamento...era aquel joven de morena piel. Pero siempre terminaba diciendo las palabras equivocadas.

Prestó atención a la gran macha negra que dañaba su pulcro suelo, y un pensamiento se aclareció en su mente: "¿Cómo se habían dado cuenta de las posiciones de los hombres de Dante, enviados al flanco sur en busca de apoyo a Ruthven? Según la carta, estos habían sido detenidos y derrotados mucho antes de llegar a la zona sur "

Los únicos que habían escuchado de aquella estrategia habían sido los presentes en la sala, todos los jueces y personajes importantes, Monreau, sus doncellas, y sus sirvientes, entre los que estaba Noé. ¿Acaso podría desconfiar de alguno de ellos? ¿Habría sido capaz Monreau de traicionarlo por cortar su mano? No. Eso era imposible, aquel hombre era un vil cobarde y adoraba en todo caso el imperio y sus riquezas, no se arriesgaría a traicionar a la nación y perderlo todo. Pero estaba claro que había un traidor entre ellos.

Sujetó sus cabellos con fuerza y quiso desgarrar todo lo que era él. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Dios, se odiaba tanto, por su culpa y no ser capaz de solucionar este problema sin la junta, su gente estaba muriendo. Tenía que descartar a sus doncellas y Noé entre los posibles traidores, habían estado con él todo el tiempo y era muy poco probable que lo fueran, dejando, únicamente a los jueces.

Dante había sido derrotado cuando pensaba ayudar, se había salvado era cierto pero adoraba a sus hombres tanto como la bebida, y en su vocabulario no entraba la palabra traición, lo conocía demasiado bien. Chloé, era una mujer de riqueza y extravagancia, demasiado elegante para manchar a sus antepasados con aquel horrible adjetivo. Roland...., bueno, Roland era demasiado gentil y bondadoso para ser capaz de algo así, y Monreau demasiado cobarde. ¿Entonces?

Suspiró con fuerza. Con paso firme, salió de la sala, dándose cuenta de que no estaba la presencia del moreno y arremolinando su corazón, continuó hacia la sala grande. Ya no podía confiar en nadie. ¿Pero...y qué pasaba con Noé?

El moreno había salido con prisa y sus puños apretados, estaba dolido de la forma en que el emperador le trataba, aún así podía entender su conflicto emocional; pero le molestaba la forma en que no era capaz de ayudarlo y el ver como lo iba apartando de su vida. ¿Después de haber compartido varios momentos, se había cansado de él cómo con sus mujeres? ¿Era eso?

Aquello le hizo pararse casi a la salida del Imperio, en dirección a aquellos jardines que tanto le encantaban. ¿Era porque su cuerpo estaba roto y usado? ¿Por qué no le había ofrecido mayor atención? ¿Se habría fijado en otra mujer? Tenía muy claro que la distancia tomada con el emperador, no se debía a la guerra, pues habían estado juntándose desde antes de ser notificados de esta. ¿Y por qué le molestaba tanto? Muchos hombres habían pasado por encima de él...Vanitas no era distinto.

Sus ojitos se llenaron de lágrimas, tenía miedo, tenía miedo de ser abandonado de aquel lechoso al que tanto estaba queriendo. Querer..., ¿Cuándo en toda su vida había querido algo? ¿Y por qué había decidido escoger algo que era imposible de retener por más de lo debido?

Escuchó un llanto a lo lejos, y evadiendo sus lágrimas, se acercó con prisa a esta que lloraba. Se trataba de Dominique, estaba entre las flores que había visto la otra vez, donde le dejó aquel beso en sus labios. —¿Dominique, os encontráis bien? —le cuestionó a la doncella arrodillada.

Esta lo vio con aquellos mirares dorados, y arrugó su nariz. —Noé, no debéis preocuparos por mi. Es algo sin importancia. —le dijo para levantarse con su ayuda, y sacudir el vestido de ligera seda.

Noé le sonrió con sutileza, aún reflejando su mirar triste. —Sois mi amiga, podéis confiar en mí. —está suspiró cansada. —Es Jeanne, me ha confesado que esta noche piensa marcharse de aquí, a escondidas del emperador. Es mi mejor amiga, y me duele saber esto. —le dijo tras saber que podía confiar en aquella mirada amable.

—Domi. —añadió con suavidad, para limpiar sus lágrimas. —¿Y ella está segura de esto, es lo correcto? ¿Y si el señor se da cuenta?

La doncella negó. —Él siempre está muy ocupado con sus quehaceres, para cuando la necesite, ya estará muy lejos. Ahora posee toda su atención en vos.

Noé renegó dejando una mirada melancólica. —Aún me avergüenzo de la vez que nos encontrasteis, pero, solo fui su entretenimiento de unos días. También ha desechado mi compañía, supongo que es natural. —indicó con un ligero temblor de labios.

Dominique acarició su mejilla, de inmediato, después de todo ella estaba enamorada de él, y pese haberlo besado sin su consentimiento, él la había seguido viendo con aquella mirada amable. Estaba segura de que era un ángel, una persona que pese haber sido herida muchas veces, continuaba con su corazón amable e inocente. —¿Es eso lo que refleja este mirar tan triste?

Noé asintió, apoyando su rostro en el dulce tacto de su compañera. —Me duele mucho el corazón, es como si una agonía inmensa me estuviera consumiendo al ver su rechazo hacia mí.

La mujer de cabellos negros, sintió como su pecho se partía en pedazos; recordó la conversación de la otra noche, donde no quiso explicarle aquello que le preguntaba, pero esto se lo confirmaba pues era lo mismo que sentía hacia él. Estaba enamorado de Vanitas, y no se daba cuenta.

—Mi querido Noé —le dijo ella, para acercarse y dejar un abrazo sutil.

Este suspiró y correspondió su abrazo, inclinándose para apoyar su rostro en el hombro contrario; después del emperador, era su única compañía amigable. Poseía una fragancia distinta al lechoso, era como un olor a canela, diferente a Vanitas, este poseía un olor único parecida a la hierba mojada en un campo lleno de flores.

Su voz era relajante, y tras estar unos minutos más, se separaron. Una pregunta cruzó los pensamientos del moreno: —¿Por qué Jeanne ha decidido marcharse?

Domi recuperó su rostro melancólico. —Es debido al rechazo del emperador, no puede seguir permaneciendo en un lugar donde su amor no es correspondido.

Es cierto, Jeanne estaba enamorada de Vanitas. Y aquel rechazo era culpa suya, si se ponía a pensar desde que había llegado había sido el causante de todos los problemas y poco había conseguido ayudando al lechoso.

¿Irse por un mal de amores? Dirigió su mirada al cielo, bajo la vista de la mujer. Nunca había sido tan feliz como las últimas semanas, tan cuidado y amado, aunque fuera únicamente por el emperador, y ahora, por la señorita frente a él. También estaba Amelia, pero..., ¿Y qué pasaba con Jeanne? ¿Antepondría su hogar, su felicidad por el rechazo de su amor? ¿Y él sería el culpable de dirigirla, quizás, a un horrible lugar del que jamás podría regresar?

Él estaba acostumbrado a todas esas vidas..., ¿Pero qué haría una mujer que no sabía defenderse, en un mundo fuera del castillo del que estaba protegida? Sabía que también había sido comprada poco antes de llegar él, ¿Sería capaz de quitarle una vida tan buena a una doncella de gentil corazón?

El cielo estaba tan cerúleo como acostumbraba y las nubes se paseaban con lentitud. Regresando su mirada a la doncella, dejó una sonrisa. Todo era culpa suya. —Gracias, Domi.

Esta se coloreó levemente y correspondió su sonrisa, para marcharse con una ligera alegría en su pecho por ser capaz de ayudar a su amado, debía regresar a sus quehaceres. Noé se la quedó observando, hasta ver como el último de sus cabellos desaparecía en el palacio. Mientras, Vanitas había observado todo desde su famoso balcón, sin embargo, había sido incapaz de escuchar nada. Noé se fijo en él, y Vanitas solo le dejó un vistazo corto para adentrarse nuevamente.

Noé suspiró, y ayudando a otros sirvientes en sus tareas, la noche llegó con prisa; aquel último vistazo con Vanitas fue el terminante de aquel día. Solo se acercó a ver como se adentraba en sus aposentos, sin recibir mirada alguna y tras ver como su cabello desapareció por su puerta, marchó a sus aposentos. Con prisa se dispuso a recoger sus objetos más preciados, los cuales eran pocos; su colgante y una pulsera que Vanitas le regaló en una tarde, era de unos preciosos tonos azules y quería guardarlo con él, más sin embargo, dejó todos los brazaletes y cinturones de oro.

Regresó a ponerse su traje de gladiador, con el que había llegado la primera vez y tomando una capa encapuchada, regalada por Dominique, último detalle preciado, marchó y cerró su puerta. Se dirigió a los jardines, observando como los guardias estaban en la entrada protegiendo el castillo, y se fijo en como una mujer de largos cabellos rosados, se acercaba con prisa y un maletín en sus manos hacia estos, corrió tras ella, escuchando como llamaba la atención de ellos. —Mis señores, les notificó que el emperador me ha ordenado ir a recoger unos alimentos sin tardar para mañana temprano.

Estos la vieron con simpleza, reconociendo que era una de las doncellas del gobernante. —No tardéis mujer, entre más tarde, se hará más dificultoso para alguien como vos.

Esta asintió, dejando una reverencia, y sintió como alguien tiraba de su hombro, para girarla con fuerza. —¡Doncella Jeanne, me alegra ver que aún no os habéis marchado!

Esta se sorprendió y su mirar se tensó. ¿La había descubierto? —Noé, ¿Qué queréis decir con esto? Para el emperador es muy importante y-

Noé suavizó su mirar, bajando la capucha para dejarse ver ante los guardias, quienes se tensaron al reconocer al protector del emperador y al recordar cómo había matado de un simple tajo a uno de sus compañeros semanas atrás. —Me ha encomendado esta tarea a mí, doncella. Ha pensado en lo peligroso que sería para vos, y me veía más capacitado para esto, queriendo resguardaros en palacio.

Jeanne abrió sus orbes dorados sorprendida y confusa. —Pero, es mi deber, Noé. No puedo dejaros —le indicó sujetando con fuerza su maletín.

Noé negó y sujetando sus hombros con fuerza, le repitió. —Regresad dentro, él lo entenderá. —añadió para hacerla girar y salir al frente de los guardias. —Regresaré antes de que la noche se haga en toda su forma, no os preocupéis Jeanne —le dijo con una mirada suave. —Y vosotros, estad pendientes de que no desobedezca, y se quede segura aquí, como siempre.

Estos asintieron algo miedosos. —Pero, Noé... —repitió la mujer con un sentimiento nervioso en su pecho.

—¡Tranquilizaos Jeanne, si queréis decidle al emperador que todo estará bien! ¡Tendrá todo y lo único que necesita para mañana! —le indicó con una alegría fingida, para girarse y alejarse de la entrada para desaparecer en la oscuridad.

Vale. Jeanne estaba completamente segura de que algo estaba ocurriendo; observó su cabello blanco alejarse y tuvo un extraño sentimiento. ¿Acaso se había enterado de lo que haría y había tratado de evitarlo, fingiendo coger algún alimento y regresar como si nada? ¿Evitando que se fuera y cometiera la locura de acabar en algún lugar extraño?

Los guardias la empujaron dentro tratando de evitar conflictos con las órdenes del moreno, y esta con todo arreglado y maletín en mano, regresó a los aposentos de las doncellas, fijándose en como su amiga Dominique estaba dormida, con sus ojitos enrojecidos de llorar. ¿Y si no regresaba o le sucedía algo por su estupidez? Es decir, este era un buen hogar, pensó acariciando el cabello de su amiga y acomodando sus sábanas. Pero verlo con Noé todos los días, la estaba matando y era incapaz de soportarlo más.

¿Y si era él, quien se iba para no volver? No, eso era imposible. Negó la joven de facciones suaves, este solo iba con la capa y su espada, no había ningún maletín o algo destacable, por lo que estaba segura de que regresaría. Se recostó nuevamente en su camastro, pensando en que aquel moreno había evitado, quizá su mayor equivocación, y con un buen sentimiento por aquel gladiador, se quedó dormida.

A la mañana siguiente, se levantó como acostumbraba y tras asearse temprano, trató de animarse y recuperar a la doncella jovial que había llegado el primer día; superaría su amor, estaba claro que Vanitas era alguien que no se enamoraba de nadie, y como había podido ser Noé, podría haber sido otra mujer. Además, los últimos días también se había distanciado del moreno, y probablemente su capricho estaba terminando.

Quiso darse un golpe en la cabeza, ¿Por qué había decidido irse cuando su emperador parecía estar superando al moreno? Y lo recordó mientras se dirigía a los aposentos del señor, su mirada amable y el como había evitado que se fuera, suponía que se lo había contado Dominique, y su corazón se suavizó ante esto. De verdad era alguien muy amable, y ya no quería tenerle rabia por las elecciones de su señor, después de todo, ambos seguían siendo esclavos, propiedades de aquel de cabello oscuro.

Elevó su vista con mejor ánimo y un cariño hacia el moreno que quería compartir, y además agradecerle, pero, al ver la puerta de los aposentos, él no estaba. Un miedo se instaló en su pecho que trató de tranquilizar con sus pensamientos, probablemente se hubiera quedado dormido. Algo que nunca había sucedido, y con una sonrisa nerviosa entró; Amelia venía tras ella, quien también se extrañó de la ausencia del moreno.

Cabía recordar lo feliz que se había puesto Dominique al verla en la mañana, pero no le confesó que había sido Noé quien la había detenido, sino que simplemente, había cambiado de opinión. Vanitas estaba espabilado, observando la ventana con un mirar melancólico, para cuando abrió, fijarse en ella de inmediato. —Jeanne, iré a cabalgar primero. Cuando regresemos, tomaré el baño para viajar de inmediato a la mansión del pretor Roland, necesitó con urgencia hablar con él.

Jeanne asintió, mientras vestía al lechoso con una túnica negra con detalles violetas de encaje, repitió aquel peinado de coleta dejando su corona a manos de sus doncellas, y bastante ligero, salió por los aposentos. Las mujeres tras haber terminado, salieron con él. Vanitas estaba aún extrañado de la situación del día anterior con el moreno, de verdad, que lamentaba tener que pagar su mal genio con aquel dulce gladiador, pero no podía controlarlo y tras meditarlo, durante toda la noche, se dio cuenta de que no podía seguir así.

No podía seguir enfadándose con alguien que solo velaba por su bienestar. ¿Pero qué podía hacer si nunca había sentido tal magnitud de amor y cuidado por nadie? Siempre había tratado a todos por igual, con respeto y su indicado raciocinio de carácter, también con gentileza a sus mujeres para llevarlas a la cama, ¿Pero cómo hacía para no tratar al moreno de aquella forma? Quería tratarlo de una forma especial, única y le dolía no poder conseguirlo y dañarlo todo con un poco de mala suerte en lo que hacía.

Al fijarse en la entrada de sus aposentos, Noé no estaba donde siempre, directamente no estaba por ningún lado, y de todo lo que llevaban juntos, jamás le había fallado, incluso aquellos días que estaban distantes, siempre estaba ahí. Sintió una punzada en su corazón, ¿Será que seguía molesto por lo del día anterior?

Renegó y apretando sus puños, se encaminó hacia el aposento que le había dejado al moreno. Por mucho que estuviera enfadado o molesto, ahora más que nunca necesitaba a su protector, a la única persona que después de todo, seguía creyendo en él. Jeanne estaba muy nerviosa y caminaba tras él, con una Amelia muy confundida por la situación.

Caminaba con paso firme por el largo pasillo y al girar la esquina, estaba la puerta de su gladiador. Cerrada, y extrañado la abrió de golpe. ¿Y si se había quedado dormido con la doncella Dominique? ¿Habrían compartido el lecho juntos? Pensaba con rapidez recordando como se vieron en la tarde del día anterior.

Otra punzada y un gran alivio aparecieron. Dominique no estaba, pero tampoco Noé, la cama estaba hecha, la ventana cerrada con las cortinas puestas. Nunca había entrado al cuarto del moreno, pero, sabía que siempre al levantarse abría las ventanas y las cortinas, pues lo había visto hacerlo en el salón. ¿No había pasado la noche en su cuarto?

Se giró hacia su doncella de cabello rosado que respingó por su movimiento. —¡¿Dónde está Noé?! —le vociferó con preocupación notable en su voz.

Esta se movió nerviosa. —No-no lo sé, esta mañana no lo vi frente a vuestro portón y-

Este negó y salió corriendo piso abajo, con unas doncellas persiguiéndolo. No podía ser, no podía ser. ¿Le habría ocurrido algo? ¿Lo habrían atacado y secuestrado en la noche? ¿Y si su desaparición era culpa suya? Debía mantenerse en calma, y tras entrar al baño privado para el moreno, con miedo en su pecho, solo observó a sus sirvientes limpiando y cambiando las aguas. —¡¿Y Noé, lo han visto?!

Todos le negaron. —Esta mañana no acudió a su lavado personal, siempre le cuidamos las aguas hasta que decide ingresar temprano en la mañana.

Otro golpe en su pecho, sus zafiros sintieron terror y corrió de nuevo al cuarto de las doncellas. Dominique estaba tendiendo las camas, cuando se fijo en como entraba su emperador viendo todos los rostros de sus mujeres y con paso firme se acercaba a ella. —Buenos días, mi señor.

Este se paró con un miedo y aflicción impregnados en su rostro. —¡¿Y Noé?! ¡¿Pasasteis la noche con él o sabéis de su actual paradero?!

Domi se asustó y negó de inmediato. —No, mi señor. Lo vi por última vez en los jardines, pero regrese a mis deberes con prisa.

Era cierto, Vanitas lo sabía porque lo había visto. Sintió que sus pies se volvían de plomo, ¿Qué debía hacer? ¿Estaba siendo muy dramático? Era probable, quizás estaba desayunando o en los jardines admirando las flores.

Salió ignorando los llamados de sus doncellas, hacia el comedor, no había nada. Hacia la sala de descanso donde habían compartido sus intimidades, nada. Los jardines y las caballerizas, nada. Regresó al interior y ordenó a los guardias a buscarlo, algo debía de haber ocurrido.

Jeanne ahora si estaba preocupada, ¿Si se enteraba de qué Noé había salido a causa de ella y no había regresado, que le sucedería entonces? Con las acciones del emperador, acudió a los guardias vistos en la noche y les suplicó que no dijesen nada de lo pasado, estos asintieron, sin embargo, al ver como Vanitas acudía a todos los guardias pidiendo cualquier información del moreno, prefirieron mantener la lealtad con su señor, que con una simple doncella, pero la protegerían, pues siempre había sido muy amable con ambos.

—Mi señor —habló uno de estos, frente al emperador que veía a todos sus guardias moviéndose por el castillo y los alrededores. —Antes de que la noche se hiciera amplia y oscura, lo vimos marcharse en busca de objetos solicitados por usted. Llevaba solo su espada, y prometió regresar, pero nunca lo vimos entrar de nuevo.

Vanitas sintió que todo su mundo cayó, y al desestabilizarse, Jeanne quién estaba junto a él, agradeciendo la confidencialidad por la parte de los caballeros, lo sujetó. —¿Qué? ¡Algo le ha sucedido, estoy seguro! —admitió mientras recuperaba su posición.

Sujetaba con fuerza su pecho, sentía que latía desenfrenado y el sudor recorría su sien y espalda. "¿Por qué, Noé? Nunca os habías ido sin avisar, ¿Entonces, por qué? ¿Es culpa mía? ¿Por qué me has dejado?"

—¡Buscadlo, por el imperio entero si hace falta, aunque os sangren los pies, no regreséis hasta traerlo de vuelta y con vida! —ordenó, haciendo que estos salieron con prisa por los jardines.

Cruzó la conversación de la noche anterior por la mente de la doncella: "Tendrá todo y lo único que necesita para mañana. ¿Con eso se refería a ella?"  Pero, por más que lo viese, solo podía ver al lechoso con la preocupación y amor rebosante de sus ojos por aquel que se había ido. Noé había cometido un error, al igual que ella al haberlo tratado tan mal. ¿Y si de verdad se había ido o le había ocurrido algo fatídico? Sería culpa suya.

Con todos ocupados con su actual tarea, Jeanne estaba sola con su emperador, quién devastado y con una preocupación excesiva cayó de rodillas. ¿Y si estaba muerto? ¿No podría regresar a ver aquellos amatistas con amor? ¿Amor? Su estómago pareció tirar con fuerza, ¿Tenía que darse cuenta ahora de lo que sentía por el moreno? Y aquello lo hizo más doloroso aún, estaba enamorado del moreno y no había nada que pudiese hacer para remediarlo.

Quizá la vida se basaba más que en sobrevivir. Quizá podría haber resultado teniendo la vida con la que había soñado desde pequeño, quizá podría haber terminado de luchar y luchar y encontrar quien había querido ser desde niño. ¿Encontrar a una persona de la que te preocupas y que pretendes cuidar hasta el último aliento de tu cuerpo? Jamás había pensando en una posibilidad parecida.

Pero ahora todo había terminado. Él había antepuesto la vida de alguien más sobre la suya, y era la mejor decisión tomada. Aquella joven se merecía felicidad, no dolor y sufrimiento causado por su egoísmo y favoritismo que su emperador había tomado; para él, solo era un entretenimiento y lo sabía desde el principio, ya había renunciado a su compañía y él estaba listo para, con este pedacito de amor que le habían dado, regresar a su realidad.

Amor, un amor que no había vuelto a recibir desde su infancia, desde la última vez que vio a sus padres, y este emperador, con solo la intención de cortejarlo y convertirlo en otro de sus pasamientos, había robado lo último de su corazón, y tras meditar en los sentimientos de la doncella Jeanne, en el amor que profesaba a aquel lechoso, se dio cuenta de que él sentía aquella misma agonía al pensar en él, al recordarlo con sus mujeres.

Y sentía que la vida le estaba jugando otra de sus malas experiencias, jamás había sentido tal emoción por nadie y lo único que podía hacer, era ser feliz por haberlo sentido al menos una vez. Aunque fuera solo una farsa por el emperador, pudo disfrutarlo hasta el último momento, pues nunca había sido la primera prioridad de nadie o había sido el único a ojos de alguien, y lo guardaría en su corazón para siempre.

La noche se hizo larga con aquellos pensamientos que le revolvían el estómago, no sabía donde lo depararía su destino, pero sabía que debía hacer una última cosa por su emperador. No lo abandonaría a su suerte, aquellos sentimientos que estaban ligados a aquel más bajo, lo impedían. 

Decidió andar toda la noche hacia la zona sur, y como un golpe de suerte encontró un caballo atado a un establo desprotegido y lamentándolo por el propietario, cortó la cuerda con su espada y se subió en él para cabalgar hacia la zona de Ruthven. No podía hacer nada más, no era más que un esclavo, usado, convertido en gladiador, y aunque la única persona que le ofreció amor fuera para usarlo, su corazón se lo debía. Daría su vida si hacía falta para asesinar a aquel desquiciado que estaba acabando con el imperio del lechoso, era lo único que podía hacer para que recuperase su honor y orgullo, y que dejase de sentirse menos que los anteriores emperadores.

Su cabello se ondeaba en la oscuridad de la noche, haciendo que su capa se moviese con fuerza por los rebotes del caballo, el cuál se resistió al principio, pero que cedió tras darle confianza, y una manzana que encontró calles atrás. Era un precioso caballo negro, frisón, poseía una cabeza noble y expresiva, cola larga y unas patas con barba y amplio calzado, tan hermoso como aquel lechoso de cabello oscuro, y dejó una risa tras aquella comparación. También le recordaba a aquel semental que le había prestado su emperador, de la misma raza.

Iba a liberar al pueblo de Vanitas, aunque fuese lo último que pudiera cumplir. Noé podía observar como el caballo lo conducía por senderos desolados, sentía que podía escuchar las respiraciones de la gente, sus descansares, podía sentir la brisa acariciar su piel mientras su corazón aleteaba nervioso; sin interrupciones, y durante la noche sin la intervención de transeúntes podría llegar cuando el alba apareciese a primera hora del día. Sabía que aquella mañana cuando Vanitas despertase y no lo encontrase, probablemente le diera igual el no encontrarlo, y seguiría con su vida; pero prometió protegerlo aún cuando este ya no quisiese saber nada de él. Le dolía, pero ya no había nada entre ellos, y haría que aquellos sentimientos muriesen cuando cortase la cabeza de aquel que robaba los sueños de su emperador; todo terminaría ahí.

Cruzó bosques, casas y montículos de personas que dormían sin un lugar en el que abastecerse, cruzó puestos ahora cerrados de frutas y verduras, devolviéndole memorias de las veces que había desayunado junto al lechoso y como habían reído tras que él no supiera utilizar los utensilios adecuados. No estaba seguro de si había sido la decisión correcta, pero aunque no lo fuera, debía hacerlo, era el único que podía hacerlo.

Tan pronto como había iniciado su trayecto, encerrado en sus pensamientos y envuelto en las sensaciones que le producían realizar aquel viaje, únicamente, por el bienestar de alguien más, arribó antes de lo pensado. Había atravesado atajos ofrecidos por la maleza, envueltos en la oscuridad del bosque, que conocía extrañamente por todas las experiencias de su vida, y llegando a la zona sur, perteneciente al juez Ruthven, se motivó a terminar toda aquella injusticia que iniciaba, con el alba apareciendo.

Los montículos de cuerpos estaban superpuestos, uno detrás de otro, partes desmembradas y miembros sin procedencia, sangre seca, lanzas y flechas por doquier. Estaba desolada la entrada a esta zona, y con una angustia en su pecho, inició nuevamente su viaje. No importaba todo lo que había sufrido o visto a lo largo de su vida, nunca se hacía fácil y sobre todo, jamás sería capaz de asimilar las muertes que ocasionaba las guerras, los niños separados de sus padres y las familias que dejaba al borde de la locura y recuerdos traumáticos.

Llegando a una zona más elevada, oculta entre la maleza, se fijo en el cabello característico de Ruthven, daba gracias el poder haberlo encontrado tan pronto y no tener que recorrer más cuerpos y tierras llenas de sufrimiento. Bajó del caballo, el cuál ya estaba bastante exahusto y simplemente se rindió sobre la tierra; Noé lo acarició dándole las gracias y salió en busca del juez. —¡Ruthven! ¡Mi alegría es inmensa al poder encontraros aquí!

Este despachando a las personas con las que hablaba, cargando a un joven que sangraba de un ojo y gritaba desesperado, fueron a atenderlo entre lo único de sanidad que podían guarnecer en las trincheras. Este se giró e inmediatamente identificó al protector del emperador: —¡Noé! Si mal no recuerdo vuestro nombre, el placer es mutuo aún en esta situación.

El moreno lo alcanzó y sujetando con fuerza el pomo de su espada, habló sin tapujos. —¡Deseo apoyar con mis habilidades en esta guerra, y poder avanzar con vos al frente!

El hombre de largo cabello rojizo y mirada madura, dejó un suspiro cansado. —¿El emperador os ha enviado?

Noé negó. —Ofrezco ayuda por propia mano, quiero alejar las preocupaciones de su frente y zanjar el avance de una vez por todas. Por la protección del reino y del emperador. —este asintiendo tras sus palabras, posó su mano en su espalda y lo llevó junto a él.

—No renunciaré a más ayuda que se nos ofrezca. —indicó con una risa baja, aún cuando su mirada era muy cansada —Puesto provenís directamente del imperio, soy consciente de las capacidades que debéis poseer. Os enseñaré el lugar y el próximo ataque para dentro de unos días.

El moreno suspiró y tras pedirle que le dieran de comer y beber algo al caballo, marchó hacia una pequeña tienda separada de los enfermos, guerreros y zonas de alimentación. El interior era pequeño y únicamente compuesto de una mesa con un plano de la zona, y la compañía de algunos soldados. 

Noé se dio cuenta de la estrategia que estaban planeando, y tras escuchar atentamente las ideas propuestas, los nervios lo atacaban de apoco; se estaba dando cuenta de que estaba en una verdadera guerra, parecida en la que sus padres murieron y todo por un caballero loco luchando por el poder.

—¿Qué sabemos de ese tirano? ¿Hay alguna información de sus debilidades, o secciones que no estén tan protegidas para poder atacar y avanzar desde ese punto? —habló Noé, observando a los hombres en la sala.

Uno de estos, con un cabello castaño e irises oscuros le explicó: —Según hemos averiguado tras varios días estudiando su organización, sabemos que posee un campamento para el descanso, donde la tienda en la que descansa está más alejada de las otras. Tras, este corto lapsus de reposo, hemos decidido atacarlos dentro de tres noches, y uno de nuestros mejores guerreros avanzará a su campaña, aprovechando el ataque frontal sorpresivo.

El moreno asintió, y por primera vez, sentía que estaba haciendo algo que deseaba. Tras escuchar atentamente más detalles, se ofreció para realizar el ataque sorpresa y con una sonrisa, el plan quedó establecido. Aún manteniendo las dudas de porque habían tomado un descanso, explícitamente de tres días, y de como conseguirían que el tirano estuviese a disposición completa en la campaña; pero pasase lo que pasase, él acabaría con aquel desquiciado.

Se sentía valeroso e importante, y tenía la intención de lograr aquello. Pasaron tres días tras su llegada al alba; se la pasó atendiendo a los enfermos y heridos, ayudando lo más que podía, trayendo comida y grandes sacos de harina para cubrir las angostas paredes de trincheras que había construido para proteger su fuerte. Limpió y afiló las espadas y distintas armas, tratando de evitar trabajo para lo que ya habían luchado lo suficiente y también estuvo junto a personas que murieron en las camillas por la falta de indumentaria e instrumentos necesarios, sujetó sus manos con fuerza y cerró sus ojos hasta que se fueron de aquel mundo teñido de negro y dolor.

Ruthven se mantuvo descansando en su intimidad, preparándose para guiar de nuevo a sus soldados y con una motivación casi inexistente, fortalecer y guiarlos a una victoria de la que ya no estaba tan seguro. Al tercer día, cuando llegó la hora, se reunieron en silencio los dispuestos a realizar el ataque; una armadura fue ofrecida al moreno, quien protegió su pecho y cabeza con un casco de placas de acero, visualmente atractivo y con una cresta rojiza en la parte superior. Se organizaron y marcharon al ataque, mientras más se acercaban, las emociones del moreno afloraban.

Se fijaba en los temblores y miradas aterrorizadas de nuevamente iniciar un combate del resto de soldados, y con una mirada seria y la concentración máxima que pudo conseguir, tranquilizó sus emociones. Si moría, lo haría por la causa, no importaba nada más, debía librar a todos aquellos personajes de este destino, tanto los de este lado de la confrontación como los del otro; eran simples guerreros, simples personas a manos de otros, que morían y sangraban mientras sus líderes engordaban y disfrutaban de sus riquezas. Y tras dejar una respiración corta, se fijo en las señas de Ruthven, separando a las tropas tras acercarse al otro campamento desprotegido, y con una mirada dirigida únicamente a él, se separó y avanzó en soledad.

Evitando los bullicios y gritos de guerra iniciados, las carreras de soldados desprevenidos queriendo tomar sus protecciones y armas, inútilmente, pues eran abatidos antes de lograrlo, logró acceder a la zona de las tiendas. Se podía transpirar el olor a sangre que iniciaba, y ocultándose debidamente de los que corrían de un lugar a otro, logró llegar a la predispuesta para el líder. La cuál estaba a oscuras, y aún así, se podían observar movimientos en esta; con los pies bien puestos y bajo la noche tan espectral y negra que le precedía, empuñó su espada y con un grito se adentró.

La persona que se removía, tomando su armadura dispuesto a salir a dirigir a su gente tras el imprevisto ataque, cesó sus movimientos al observar la figura del gladiador frente a él, empuñando una espada. Noé, orgulloso de lo lejos que había llegado y de lo rápido y fácil que había resultado, no pudo dejar una leve sonrisa bajo aquel casco, con su arma apuntada al otro: —¡Vos moriréis hoy en nombre del emperador! —soltó para ver como aquel personaje levantó sus manos y se arrodilló pidiendo clemencia.

Era un joven, algo mayor que Vanitas, tan blanco y pálido como él, con un cabello grisáceo y unos ojos profundamente azules. —¡Por favor, deteneos! ¡Pido misericordia por mi vida! —le pidió con una amarga expresión.

Noé se detuvo apenas unos segundos antes de clavar aquel filo en su cabeza. Y con un cejo fruncido, habló: —¡Sois el responsable de tantas heridas y muertes innecesarias, no recibiréis ninguna misericordia por mi parte! ¡Cómo en esta tierra, juzgado por mí, lo seréis a dónde sea que vuestra alma se vaya! —vociferó, volviendo a reanudar aquel movimiento.

—¡Por favor, yo no tengo nada que ver con esto! ¡Me obligaron y coaccionaron a ser el líder de esta guerra, pero, os juró que no quise iniciar nada de esto! —exclamó con lágrimas en sus ojos, para desubicar instantáneamente al albino que aún mantenía su orgullo de tener el final de la batalla aún palpable en sus manos.

Pero, cómo dicen el orgullo antecede a la caída. Noé sintió una puñalada que pudo percibir demasiado tarde en su muslo trasero y sin caer de rodillas, se giró observando al culpable. Con los gritos y los sonidos de espadas chocando entre si, una presión y traición fueron instaladas en su pecho y estómago, apenas reaccionando a la herida recién hecha.

—¿R-Ruthven? —apenas pronunció cuándo este retiró la espada del cuerpo moreno.

Sintió que su mente se desvaneció en un espacio sin tiempo, entendía que las personas eran complejas, egoístas y únicas seguidoras de sus verdaderos deseos. ¿Pero qué llevaba a ese hombre a engañar a su gente, y hacerle construir un plan con la única intención de matarlo? ¿Para que molestarse en montar aquella farsa?

—No estaba entre mis planes, tenerte en este campo de sangre, Noé. —indicó para retirarle el casco y sujetarlo del cabello. Este se quejó y aún con su espada en mano, hizo un corte rápido en el lateral del hombre robusto que era el juez.

Este se dobló por ende, y tras soltar al moreno, giró sobre sus pies y tomando el menudo cuerpo del sobrino loco de Vanitas, abrió un agujero y salió corriendo por la tienda hacia el campo abierto, cojeando con su pierna directo hacia una batalla que se libraba sin sentido. Era la propia gente de Ruthven muriendo por gente que también era controlada por él. Ahora podía entender el como Ruthven aseguraba que durante aquellos tres días, no recibirían ataque alguno; también entendió lo hablado con Vanitas, de la traición..., había sido aquel mismo juez quien envió a sus hombres a atacar a Dante antes de llegar a la zona sur, siendo él mismo el traidor. 

El menudo cuerpo que llevaba como costal en su hombro, pataleaba, gritaba y se removía, pero el moreno poseía más fuerza y conseguía mantenerlo estable. Algunos hombres se fijaron en como su señor —el sobrino loco de Vanitas— estaba siendo secuestrado por un enemigo, e iban hacia él empuñando sus espadas, de las que con facilidad Noé se libró, arrebatándoles sus vidas con tajos certeros. Si conseguía salir de ahí, regresar al otro campamento, tomar su caballo y viajar nuevamente al imperio, tendría un billete para acabar con aquella guerra.

El moreno se fijaba en como cortaban cabezas, acuchillaban sin piedad los cuerpos de otros por una vil mentira. " Esto es el infierno" Pensó con terror, rectificándose al mismo tiempo. "No, siempre lo ha sido. Solo que nunca me había dado cuenta. Este mundo siempre ha sido un infierno" admitió en sus cavilaciones, escuchando los gritos que pedían perdonar sus vidas.

Si Ruthven había detenido que matase a aquel chico de ojos azules, debía de importar o ser necesario para aquella guerra, aunque por sus palabras anteriores, hubiera sido coaccionado. Pero le importaba, porque lo había seleccionado como rostro de la guerra, mientras el propio Ruthven mantenía un bajo perfil como si fuera uno de los buenos, cuando todo había sido creado por este. 

Recibió distintos cortes en la espalda y brazos, pero no detuvo su carrera, fijándose en como aquellos orbes dorados lo veían con hipocresía y una maldad indescriptible. Al subir colina arriba, dejando la batalla campal y la vista maliciosa de aquel juez traidor, percibió como se acercaba una horda de caballos y soldados con prisa. No podía escapar, no tenía otra salida.

Estos detuvieron su galope, y Noé, aún con el joven en su hombro, se fijo en los banderines imperiales. "Soldados de Vanitas, ¿Podría ser qué estuviese salvado? " Se preguntó con incredulidad aún manteniendo su posición de ataque. El corcel blanco se adelantó bajo los otros caballos, y aquella melena oscura inundó sus ojos y raciocinio; habían pasado apenas tres días sin verse, pero había sido una completa eternidad. Sus orbes índigos, serios, cruzando mirada con aquellos amatistas que temblaban, mientras sus piernas parecían fallarle.

—Vanitas —exclamó el albino, con el corazón en la mano, recordando como había permanecido en su cabeza aquellos días y rememorando la aclaración de sus sentimientos hacia aquel personaje. Vestía una túnica blanca, adornada de un cinturón de oro, con accesorios y su corona de laureles, también llevaba una espada atada en su espalda, la cuál sobresalía por su cabeza.

La mirada contraria se suavizó, y bajando del caballo, se entristeció. —Noé... vos, me abandonasteis —expresó dejando caer una única lágrima por su lechosa piel.

El de cabello oscuro sentía pesar en su pecho al ver aquel que había robado lo único que siempre había protegido de todo aquel extraviado mundo, su corazón; había conseguido envolverlo entre sus redes y ahora no podía desenredarse, incluso aún cuando la verdad estuviera congelada, clara ante sus ojos. Podía destruir lo que quisiera, pero no podía destruirlo a él. Se estaba volviendo loco, pero debía mantener la cordura, y, entonces lo encontró.

La soledad siempre lo había abrazado, como un único aprecio y cariño que jamás había podido obtener de nadie, y como si nada, aparecían los recuerdos donde se había reído inconscientemente con aquel joven y de como lo había cuidado. Pero..., no podía liberarse de aquel desentrañado mundo, aún cuando una nueva razón de vida, estuviese frente a él.

Noé sintió una agonía al ver su rostro de pesadumbre y emociones encerradas, apretando sus puños mientras su pierna temblaba, añadió: —Lo hice por vos, mi señor —añadió, tras caer al suelo por ser cedido de su pierna, tirando al joven que se golpeó la espalda en el suelo.

Vanitas retiró la espada de su vaina y apuntó al asustadizo joven bajo su filo. —He pasado tres días buscándoos por todo el imperio, para recibir un mensaje de Ruthven notificándome de tu presencia en las zonas del sur... ¿Para encontrar, qué? ¿Un gladiador tan valeroso, rendido en el suelo por unas banales heridas con un..., pordiosero cagado de miedo?

Noé respiró forzosamente sintiendo como las heridas le ardían en la piel, pero sentía que más dolor le producían las palabras del emperador. —¡Todo lo he hecho por vos! ¡Sois la única razón por la que me aventuré en esta batalla y por el único que sería capaz de ofrecer mi vida! —vociferó viéndolo desde el suelo.

Vanitas sintió un tirón en su estomago al escuchar de nuevo palabras del moreno, que se cruzaban con rapidez en su pecho y lo escudriñó con sus ojos, aún molesto por haberse ido sin decir nada. No tenía ni idea de todo lo que había llorado y sufrido en aquel lapsus de tiempo, solo para ver su estúpida cara brillante y reluciente. También se fijo en la sangre que salía de sus heridas y el cansancio en sus ojos. —Decidme quién es este paleto, entonces.

—Es vuestro sobrino el loco, hijo de vuestra hermana Julia La Mayor y nieto de vuestro padre, Julio César: Mikhail. —le explicó Noé, forzándose a levantar aún temblando para recuperar su altura superior al más bajo.

El lechoso quería recurrir a los brazos del otro, limpiar sus heridas y besar cada parte de su fino rostro, pero, se sentía traicionado y dolido; y aquella declaración no mejoraba las cosas. Era aquel iniciador de la guerra, artífice de aquella batalla y sangre derrochada. Vanitas lo observó con rabia y este solo lloraba traicionando su orgullo, pidiendo clemencia a su tío, el emperador.

—¡Esperad! —vociferó Noé, llamando la atención de su emperador. —Está dirigido por Ruthven, fue él quien lo planeó todo. Él es el traidor, Vanitas.

La mente del lechoso hizo clic, ahí estaba su traidor, y pese a sus suposiciones, al final había resultado siendo cierto que uno de los de su confianza lo había traicionado. Se fijo en la batalla colina abajo, y como las tiendas de campaña desperdigadas por el campo, comenzaban a incendiarse, creando un perfecto paisaje de caos. Un caballo salió entre el humo, y el juez Ruthven iba sobre este a toda prisa, colina abajo.

Vanitas ordenó inmediatamente a perseguirlo, observando como sus hombres, aún con sus banderines, iban tras él. Roland y Dante, subidos en unos corceles de apariencia rica, saludaron al moreno y salieron junto a los soldados, a detener aquel que había sido su amigo en algún tiempo.

Apenas con unos guardias restantes tras el emperador, se acercó al moreno que se encorvaba a causa de la sangre en su pierna. Ordenó que tomarán a su sobrino, apodado el loco, y se alejarán dándoles un poco de privacidad, con una guerra bajo sus pies que seguía librándose. —Debéis detener esta guerra, Vanitas, se trata de las mismas personas luchado unas entre otras por un traidor como lo es Ruthven.

Este asintió y mandando al resto de guardias colina abajo, se dispusieron a terminar aquella batalla innecesaria. Solamente quedando los dos hombres que sostenían al joven unos metros alejados. Observando nuevamente al moreno, se fijo en aquellas pestañas blancas que tanto había extrañado y sin pensarlo dos veces, saltó a su cuello, poniéndose de puntillas para rodear sus hombros y abrazarlo, entrelazando sus manos tras la nuca. Respiró la fragancia del moreno, aquella que le recordaba tanto a sus jardines, a las amapolas y dejó una sonrisa ladina. —Me alegro de veros, Noé. Mi desesperación por encontraros a llegado a su final.

Este sostuvo de la cintura al otro, sorprendido por su abrazo, después de recibir aquella mirada fría, no se esperaba aquel acto. Dejó una sonrisa y trató de separarlo, añadiendo: —No quiero que os manchéis con mi sangre, mi señor.

Este apretó más su agarre y negó con prisa. —Eso no importa ahora, Noé, solo quiero estar a vuestro lado.

Noé se coloreó y se encorvó más, para que él otro no tuviese que estar de puntillas, correspondiendo su abrazo. —También me alegro de veros, Vanitas. —dejó una pequeña risa —Ruthven os notificó de mi presencia aquí, causando su propio aprisionamiento, quizá buscaba matarme antes de que llegaseis.

Este sonrió y sostuvo las mejillas del otro para verlo fijamente. —Lo importante es que estáis entre mis brazos de nuevo..., —añadió con un rostro cálido —¿Por qué os marchasteis? ¿Fue por la discusión? Sé que os ofendí y no debí imponer sentimientos negativos en mis palabras sobre vos, —le dijo arrugando su rostro con aflicción —Nada de lo que os dije era cierto, para mi sois valioso, quizá lo más importante que he tenido nunca en mis manos y..., lo siento. —terminó para verlo con un ligero temblor de manos.

Noé sonrió, aún siendo consciente de todo lo pensando, de recordar cómo había sido ofendido por este y tratado por lo que era; pero nada de eso importaba cuando lo tenía frente a él, tragándose su orgullo y pidiéndole disculpas. —No es necesario que os disculpéis mi señor. Ya os lo he dicho.

Este negó, frunciendo sus labios de una forma adorable a ojos del moreno. —¡No! ¡Ahora mismo me siento horrible y lo que os he hecho y como os he tratado no ha sido lo correcto! ¡No es la forma en la que se debe tratar a la persona que amas! —le dijo coloreado hasta sus orejas con aquellas pupilas negras pareciendo flotar en aquel océano azulado que eran sus ojos.

—Vanitas..., yo —le dijo aún pasmado de sus palabras, experimentando el calor que le subía por su espalda y le hacía dar vueltas a su cabeza.

—¡Noé, por favor! ¡Perdonad mis formas, vos no sois más un esclavo! ¡Os liberó de vuestras cadenas y desde hoy os convertiré en un hombre libre, lejos de mí, si es lo que deseáis junto a Dominique, pero por favor, perdonadme! —vociferó con lágrimas aún relucientes sobre sus mejillas coloreadas.

Noé sonrió nerviosamente, el saber que alguien lo amaba, ya era suficiente liberación para él..., pero el ser un hombre libre, dictado por el mismo emperador jamás podría comparase con el destino de encadenarlo a una vida lejos de él. —Os perdono, Vanitas, por ende, disculpadme a mi también. No debí marcharme sin avisaros con mis verdaderas intenciones. Y os agradezco vuestra amabilidad, pero estaré encantado de seguir siendo de vuestra propiedad.

Vanitas renegó nuevamente, sujetado sus manos con sutileza. —Sois libre ahora, cuando todo terminé dictaré una carta imperial con vuestro nombre y os entregaré unas tierras lejanas a mi reino, si lo deseáis. Es lo único que os merecéis mi querido Noé.

El moreno sentía que florecía con las palabras del otro y las emociones se atisbaban en su piel, en su sonrisa casi tan brillante e iluminadora como el mismo sol. Vanitas no lo comprendía, no escuchaba tampoco respuesta por parte del más alto, algo que lo ponía de los nervios, y sintió como este tiró de él y besó sus labios en un movimiento rápido. Vanitas le correspondió para fijarse en como se separaba apenas unos centímetros. 

—Aún siendo un hombre libre, no quiero ser enviado a tierras lejanas, no quiero a la doncella Dominique ni a otra mujer. Quiero permanecer a vuestro lado hasta el final de mis días, Vanitas. —le dijo con los ojos brillosos —Cuando os vi, por primera vez, temí conoceros. Cuando os conocí, tenía miedo de besaros; cuando os besé, tenía miedo de amaros, y, ahora que os amo, mi único miedo es el perderos.

Vanitas sintió que sus labios temblaban y su corazón iba a explotar en su pecho, no podía creerlo, no podía creer que aquel personaje de tan puro corazón y de tanta amabilidad rebosada en sus ojos, fuera a dedicárselo solamente a él. Fuera capaz de entregarle su corazón. Arrugando su naricita, besó nuevamente los labios del otro, sintiendo como Noé lo alzaba de la cintura y le correspondía entre sonrisas. Estaban lejos del mundo, de aquella guerra que terminaba, hasta que escucharon una gran risa sonora tras ellos. Noé separó de inmediato al lechoso para dejarlo en el suelo y depositarlo tras él, desenvainó su espada para enfrentar al desconocido de risa escandalosa.

En todo aquello, regresando a la realidad, se fijo en los guardias muertos y el sobrino loco de Vanitas, con el cuello desgarrado. Sinceramente, apenas se daba cuenta de la forma en que el lechoso lo desconcentraba. —¿Quién sois vos? —cuestionó Noé al hombre rubio de mirada tiránica, con una espada en mano y la sangre discurriendo por ella.

Vanitas también desenvainó su espada tras el moreno. —¡¿Creíais que todo acabaría en Ruthven o en este paleto que manipulé para ser el rostro de nuestra gran operación?! —vociferó con ira latente en su voz.

Noé regresó a hacer su pregunta y este dejó otra risa cargada de hipocresía. —¿Tiberio? —se escuchó tras el moreno, siendo Vanitas la voz que lo preguntó.

Hacía varios años que había sido exiliado de Roma, al haberle cedido el trono al bastardo Vanitas, a causa de su mal imperio y decisiones caóticas. Era el hijo de su hermanastra, Julia la Mayor, por ende, era su sobrino, aún cuando el lechoso fuese menor, era hermano de aquel loco que acababa de asesinar. 

No podía creer que tras haber tenido la oportunidad de reinar con buenas elecciones, lo fastidió por atender otras necesidades, y ahora, que estaba en las manos del lechoso, se dignaba a retarlo, nuevamente. Había cambiado, ahora tenía el cabello corto y los años se le marcaban en su expresión cansada; vestía una armadura únicamente en sus brazos, con una túnica dejando al descubierto su delgado cuerpo. —¡Ese trono es mío! ¡Y no me importa lo que cueste regresar tenerlo en mis manos! ¡No importa cuántos exilios me impliquéis, o cuán lejos me enviéis, siempre regresaré a tomar lo que es mío! —vociferó hacia Vanitas, iniciando su carrera hacia el moreno.

Este alzó su espada, evadiendo su ataque. Sintiendo como su pierna temblaba y los cortes en sus brazos y tronco le hacían mella; al desviar su estocada, Noé con rapidez realizó un tajo en el costado del rubio, quien retrocedió apenas unos pasos. El moreno aún costándole, corrió hacia él, quien le dirigió otro tajo hacia su mejilla, pudiendo evadirlo con facilidad, se dio cuenta de que aquel hombre poseía grandes habilidades de pelea, pero al estar movido por su ira, estaba ofreciendo malos movimientos. Noé golpeó con una patada su costado, haciendo que cayese al suelo, tirando su espada metros más lejos. —¡Vuestro imperio terminó! ¡Daos por aludido con vuestra vida! —vociferó Noé, para dar su último movimiento y cortar de un tajo el cuello contrario.

Su rostro apenas se movía, estaba paralizado con aquellos orbes azules pareciendo querer salir de sus órbitas, mientras la sangre comenzaba a gorgotear de su piel y la cabeza cayó junto al cuerpo con lentitud. Al final, Noé había conseguido cortar la cabeza del artífice de la guerra, salvando el imperio y a su emperador.

Noé cayó al suelo, transpirando con fuerza. —¡Noé! —vociferó Vanitas, para envainar de nuevo su arma, y recurrir al otro.

El moreno le dejó una delicada sonrisa, quedando satisfecho con su trabajo. Todo había terminado, había protegido a su señor y había terminado con la guerra como se había propuesto. Ciertamente, estaba perdiendo mucha sangre pero no podía compararse con la felicidad que sentía al ver aquellos mirares índigos. —Lo hicimos, Vanitas.

Este dejó una delicada sonrisa, y lo abrazó nuevamente con cariño. —Mi querido gladiador. —soltó para sentir como el contrario desfallecía, y con la piel fría, caía sobre su regazo inconsciente. Vanitas se asustó, pero al ver como seguía respirando, no tardó en llamar a otros guardias reales para regresar al imperio sin más tardanza.

La guerra había terminado, aunque probablemente fuera la primera de muchas que vivirían más tarde, pues este fanatismo por luchar por algo que no era de nadie más que el emperador, nunca acabaría. Tras enviar la ayuda necesaria para terminar con los rebeldes, que eran pocos, pues la gran mayoría al darse cuenta de que habían sido mentidos por el juez Ruthven, detuvieron sus ataques; seguido se sanaron las heridas de todos los afectados, y se envió por toda Roma, la gran nueva del fin del enfrentamiento con su "sobrino loco", quien solo había sido obligado por el juez, y este a su vez, había sido manipulado por Tiberio y sus promesas de riquezas que habían comido la cabeza al que alguna vez fue un gran juez militar.

Este fue detenido y juzgado como se debía, finalmente fue llevado al coliseo donde se le enfrentaron muchos gladiadores y animales felinos..., no salió vivo de aquello y el pueblo vitoreó y repartió su alegría al poder haber acabado con aquella amenaza que estaba destruyendo sus tierras. La zona sur fue entregada a Roland, por su gran apoyo al emperador.

También influenciado por la bondad de Noé, Vanitas envió indumentaria y alimentos a todas las familias afectadas por la guerra ya sea mutilados o desmembrado y también para los que perdieron a un valeroso soldado, aún cuando nada pudiese regresarles los muertos en combate, y, contribuyó a la reconstrucción de hogares y monumentos perdidos, afianzando de nuevo el amor de su pueblo, que alababan con más ímpetu a su querido emperador, Vanitas Cándido.

Jeanne y Dominique, junto a todos los sirvientes de palacio, recibieron con felicidad a su señor y Noé. La joven doncella de cabello rosáceo ayudó en lo que más pudo a la sanación de Noé, sintiendo que jamás podría pagarle el haberla defendido y evitado su incorrecta decisión que no logró realizar. Ella estaba completamente segura de que su señor y Noé se profesaban un amor puro, estaban destinados, y superándolo poco a poco, sabía que podría continuar con su vida en el imperio, junto a su gran amiga Dominique, quien también trataría de superar su amor hacia el moreno, y dejarlos vivir tranquilos su historia de amor. 

Pronto el emperador regresó al imperio por añadidura, ordenó matar a Monreau, sabido después por Noé, quien pese no estar de acuerdo por aquella elección, pues tenía un corazón puro y no creía que aquello hubiera estado bien; lo dejó estar. Esas tierras fueron entregadas a Dante y Chloe, quienes las dividieron entre ambos. Apenas, después de un tiempo, se recordaba con algarabía la victoria de la guerra, y el fin de sus sobrinos tiranos, Tiberio y Mikhail, quien solo sería recordado como el hermano loco.

Ahora, después de varias noches y días largos que Vanitas pasó cuidando y sanando a su gladiador, hablando, recuperando su cercanía y aumentando el amor que se profesaban ambos; Vanitas decidió hacerle un regalo, donde casi imaginó que Noé no dejaría de llorar, por los siguientes treinta años. 

Era una carta imperial firmada y escrita por él mismo, donde le ofrecía la libertad y lo convertía en un hombre libre, independiente de sus elecciones y poseedor de sus sueños, capaz ahora de cumplirlos, pues él le prometió que quisiese lo que quisiese, se lo daría, y como también se lo había prometido, se lo ofreció sin ninguna atadura; como si quisiera embarcarse en un crucero por todo el mundo, lejos de él, lo dejaría estar. Sin embargo, Noé aceptó aquella liberación y resguardó la carta en sus objetos más preciados, pero eligió quedarse, pues no había más liberación alguna que pasar el resto de su vida junto a él.

Las cosas habían cambiado desde aquella noche, donde terminaron abrazados y recostados disfrutando de su compañía. Vanitas dejó de estar con sus mujeres para nunca más volver a tocar nadie que no fuera su amado, Noé; estaba claro después de todo, ya no tenía ojos para nadie más. 

Todos los sirvientes de su corte, dejaron de ser tratados como esclavos, las que fueron sus mujeres tuvieron la elección de permanecer junto a él o irse en busca de una vida nueva, al igual que los hombres y guardias reales; pero ninguno se marchó pues no podían encontrar un hogar más feliz que aquel. Vanitas era literalmente otra persona, ya no tenía ataques de ira, ni trataba a nadie con superioridad, solo con el mismo cariño que Noé le ofrecía a él, sin embargo, seguía teniendo carácter, después de todo, seguía siendo un emperador que debía hacerse respetar. Y aunque no todos los días fueran felices y rebosantes de amor, el lechoso no podría imaginar otra vida más perfecta que la que ahora vivía junto a él, al igual que el moreno.

Muchos de los sirvientes en la corte, ahora conscientes de que Vanitas no volvería a tocar a sus doncellas, se confesaron de las que estaban enamorados, y algunas relaciones también iniciaron en palacio que el emperador respetó y animó, pues todos eran una gran familia.

Aquel día, Vanitas y Noé observaban el cielo amanecer, con sus colores ondeando el cerúleo, mezclados en un rosáceo y anaranjado, desembocando en un violeta que daría como resultando aquel índigo parecido a los ojos del lechoso.

Noé carraspeó, y habló con aquel tono dulce que amaba el más bajo —En un futuro no muy lejano, este mundo se derrumbará. —añadió el moreno.

Vanitas se fijo en sus labios mientras continuaban hablando: —Y en el alba de esta menguante humanidad..., yo quiero crear un paraíso. —le dijo para terminar envolviéndose en los apacibles sentimientos que le ofrecían ver los ojos y pestañas negras del contrario.

El lechoso respondió a su extraño comentario: —¿Creéis en la violencia, mi querido Noé? —este pareció meditarlo, y añadió de nuevo Vanitas, tras su silencio. —Es la inevitable verdad de nuestro mundo.

—Supongo que es lo único que los humanos seguirán manteniendo como una fiel tradición, aunque nuestras épocas cambien. Continuarán luchando entre sí, hasta que solo quede uno. —respondió el moreno.

—¿Tal vez solo sea la naturaleza humana? —cuestionó de nuevo Vanitas.

Noé asintió. —Será algo que nos perseguirá por el resto de nuestra vida. —reconoció, teniendo en cuenta sus propias experiencias vividas. —Este mundo es cruel, está lleno de dolor y sufrimiento..., lo único que nos mantiene con vida es tratar de vivir una vida útil, y que puedas ser querido por la gente. —le dijo para tomar su mano, y entrelazarla con la suya —Pero también es hermoso.

Vanitas se coloreó por sus palabras y dejó salir una sonrisa nerviosa. —En este mundo retorcido e inestable, jamás, —le dijo Noé para acercarlo a él y unir sus frentes —, jamás te liberaré.

Él más bajo sintió el tirón para unir cálidamente la frente con el otro, y tras sus palabras, experimentó que algo desaparecía en su pecho, como si una fría pared de hielo que recubría su corazón, por fin hubiera hallado un haz de luz que comenzaba a derretirlo. Cruzaron miradas, azul y violetas unidas en una sola conexión. Y sin más, Vanitas experimentó como Noé tomaba su delgada mano e incrustaba un anillo en su dedo anular.

Alguien, por primera había comprendido que la afinidad de usar la palabra "libertad" se refería a su infinita soledad, y había acabado con aquella maraña de tristeza, prometiéndole que estaría siempre a su lado. No puedo evitar dejar caer lágrimas mientras reía de lo mucho que había cambiado su mundo, y, hasta él mismo desde la llegada de su gladiador.

Noé lo vio con ternura, y limpiando sus lágrimas mientras acariciaba su nariz, depositó un casto beso, para continuar viéndose, llenos de amor. No quedaba nada en el mundo, más que la necesidad de estar juntos, fuera donde fuese, solo ellos dos. 


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¡Hola a todos! Es un placer poder dejarles esta historia en la que llevo trabajando desde el primer día que me notificaron el concurso y la elección de dios en la que había sido seleccionada. Mi inspiración no ha parado desde el inicio y lo agradezco mucho, sobre todo porque mi preciosa pareja Vanoé, que se merecía otra historia que se pueda unir a la larga selección de lecturas.

La información esta mezclada con verídica e influenciada de mi imaginación, tratando de realizar un trabajo adecuado a la época.

Sí, la historia es muy larga pero quería dejar un trabajo bien hecho, y estoy muy orgullosa del resultado. Las palabras puestas (34.015) son las de todo el one-shot, habrá algunas más pero será por esta parte de agradecimientos y explicaciones. 

La portada y muchos de los separadores están realizados por esta maravillosa personita: 


Tanto sus historias como sus portadas y artes creativos, son preciosos y merecen más apoyo, ¡Síganla, acaba de terminar una obra de los juegos del hambre (AU) y está increíble!.

También quería decir que a lo mejor haga un dibujo basado en esta obra, y que trataré de avisarles o subirlo en este mismo OS, para que puedan verlo, de todas formas estará en mi cuenta de Instagram: synangell

¡Así que, muchas gracias por la oportunidad, y aún cuando es muy larga, espero sea de su disfrute! ¡All the love, Ella!

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