Romanticoide (PicoPai)
(En compensación a lo anterior por hacer a Senpai tan jalabolas XD
Pero admitámoslo, probablemente esa sea su personalidad cannon, solo recuerden lo que les dijo a BF y Gf ;;
Se suponía que este tenia que ser un lindo song-shot soft pero se me aleje demasiado y termino en porno (PD: Alerta de NSFW) ¡Lo siento pueblo!
No tiene nada que ver con el one-shot anterior.)
(...)
Caminaba de regreso a casa de su ardua noche de trabajo. Las calles se encontraban repletas de prostitutas y pequeños ladrones. De su cinturón colgaba la uzi todavía con la metralla entera. Fumaba un cigarrillo y el humo se elevaba, gris, hacia el cielo negro y estrellado de la noche. Gran parte de los parisinos descansaban adormilados, pero una ventana de la calle C'était du Soleil todavía permanecida encendida gracias a la vieja lámpara de aceite.
Pico caminó con la cabeza gacha, intentando no mezclarse con el resto de personajes de la noche en ese entonces. Elevó la vista hacia la ventanita y silbó. De esta, se asomó un joven considerablemente apuesto cuyos ojos se iluminaron al reconocer al mercenario. Sonrió tiernamente mientras se sonrojaba y bajo corriendo las escaleras para que, con su propio juego de llaves, le abriera la puerta. Pico apago el cigarro contra la pared de sucio y descascarillado blanco y lo tiro al suelo. Entró, hizo una señal para que el de orbes azules se agachara y deposito un apasionado beso en sus labrios. Paso sus cortos pero fuertes brazos por el cuello delicado del doncel para sentir su calor y su cabellera rubia. Cuando se separaron, el japonés soltó una pequeña risita risueña.
– ¡Picco! – Se quejó mientras se sonrosaba a y reía – ¡Como puedes echarme mano así!
El otro se encogió de hombros y rodó los ojos, aburrido un poco ya por sus ocurrencias pintorescas.
– Te he traído una cosita – Se llevó la mano al bolsillo trasero y encerró algo en su puño. Pero antes de que pudiese mostrarlo a los emocionados e impacientes ojos del de mayor de altura, aparto la mano. El otro se alejó ligeramente decepcionado, soltando un sonido gutural – Pero primero, arriba – Señalo con los ojos a lo que se suponían serían los pisos superiores. Senpai asintió suavemente y lo tomo de la misma mano en la que empuñaba el pequeño artefacto que lo traía desconcertado. En definitiva, materiales de pintura no eran, no podrían ser tan chicos ... ¿Una foto quizá? Podría ser, en estos últimos días ha dejado caer lo mucho que desearía viajar en motoneta por las calles iluminadas por farolas frente al Seine. Cierra la puerta y ambos suben en el viejo ascensor de madera hasta el piso cuatro. Entre hileras de puertas mal pintadas y manchadas de grasa, se yergue su pequeño estudio/apartamento. Originalmente, solo era un estudio de arte cualquiera. Pintura por todas partes, en el piso, las paredes y hasta el techo. Pero cuando el peli durazno quedo perdidamente prendado del ojiblanco, no quiso separarse de él nunca, de modo que lo convenció para ir a mudarse con él en su pequeño estudio. Pico no puso mucha resistencia, porque el amor era fructífero, reciproco y muy fuerte ... Y porque no tenía casa, en realidad. Solía pasar las noches despierto o en moteles de quinta que pagaba con apenas tres peniques.
Varios cuadros a medio acabar colgaban de las paredes, brochas y pinceles en tarros que poblaban el suelo. Un sucio y viejo colchón arrimado hasta una esquina cubierto por la única sábana blanca no manchada de pintura y un par de almohadas. Una mesa barata y dos sillas de plástico. Unos cuantos platos, un par de tazas, tres pares de cubiertos, un armario de listones de roble viejo empotrado en la esquina contraria, un espejo enorme y uno que otro cachivache. Esa era su casa, ese era su hogar. Y esa era su vida: Pequeña, extravagante y ligeramente aterradora; no muy envidiable. Pero linda al fin y al cabo, porque después de que cayeran las victimas bajo su arma al mandado de algún extraño, siempre podía volver a casa y refugiarse entre los aterciopelados y suaves brazos del ojiazul.
Precisamente, esta noche llegó agotado. No solo porque su ¨empleador¨ resulto ser más escurridizo de lo que creyó, sino porque la ciudad misma lo arrastraba hacia la apatía de su gente. Es el ambiente, es el aire que se respira.
Deja el arma en el suelo, se quita el cinturón y se sienta a la mesa. Senpai termina de servirle el café y de colocar dos mendrugos de pan sobre el comedor. Pico mordisquea con letanía una de las piezas, siendo consciente de la vista inquieta del otro.
– Amante mío~ – Ronronea, estirándose cuan largo es en la silla contraria a él – ¿Me dirás ya que traes entre las manos?~
Aquel acento francés falso y seductor siempre lo hacia reír. Otra de las razones por las cuales también cayó perdidamente enamorado del de cabellera rubia: Tenía un nido de pajaritos en la cabeza. Pajaritos azules que, con sus cantares más bellos, le hacían ver la vida de un modo más teatral. De un modo más alegre, misma razón por la que no ha vuelto a su decente casa en Japón. Su sueño siempre fue ser un gran artista francés, pero se dio cuenta a los cinco años que no había nacido en Francia, si no en el país nipón al otro lado del mundo. Desde niño se había esforzado por emular a la perfección las costumbres galesas, por si algún día se hacía rico y poderoso y pudiese ir a vivir allá. A su joven y tierna edad de dieciocho años, sus padres consintieron que pasase un verano en su pequeño paraíso sobre la tierra. Grande (A pesar de que eran conscientes de que podía pasar) sería su sorpresa, al recibir la carta de su tan amado hijo comunicándoles que no planeaba volver al país asiático nunca más. Y agregando, también, que si por favor de igual modo pudiesen darle algo de dinero para pagar la renta ¡Jura y perjura que cuando sus obras se empiecen a vender en las más prestigiosas galerías de arte de toda Europa, les devolverá el doble!
Volviendo con Pico, que termina de reírse, entrelaza las manos y forma una especie de apoyo para la barbilla. Gira la cabeza un poco y entorna los ojos hacia él, haciéndolo sonrojar. Como si estuviesen cenando en un caro restaurante a la luz de las velas y él se hubiese tomado un momento para admirar su envidiable belleza. Sus mechones rubio fresa, a la vista tan suaves. Sus ojos azul cielo ... ¿O serian azul zafiro? Todos los azules son distintos, pero debería de preguntarle a Senpai cual le pertenece a él. Sus suaves labios ligeramente rosados, que siempre muestran una deslumbrante sonrisa optimista cada que se posa en alguien. Todo, todo en él es único y maravilloso.
Senpai cubre sus labios levemente con la punta de sus dedos. Suelta una risita coqueta y copia la acción del pelinaranja. El viejo foco amarillento alumbra la pequeña instancia, y sus ojos enamorados conectan con los de su contrario. Suspira, regocijándose. Adora y aprecia que Pico se tome el tiempo de emular esos clichés del cine franco que lo vuelven loco.
– Picco~ – Su pose ahora se torna tentadora, como si invitase al americano a acercarse más – ¿Me lo dirás, eh?~
– Todas las cosas a su tiempo – Levanta una ceja con aire misterioso y se termina su mendrugo de pan junto al poco café que queda en la taza. Entorna los ojos hacia el peli durazno, que baja suavemente parte del cuello de su camiseta holgada, mostrando un poco de sus blancos hombros. Pico se atraganta un momento con lo último que baja por su garganta mientras enrojece violentamente. Demonios, ese chico era una máquina seductora, solo que no exploraba esa facción suya por pudor.
– ¿No hay nada que pudiese yo hacer para apresurar las cosas, ah?~ – Se apoya sobre la mesa, se muerde el labio inferior. Pico se cruza de brazos y lo mira con gesto burlón, intentando ignorar la pulsación de su entrepierna.
– No, no hay – Finge estar ofendido por su atrevimiento y cruza los brazos mientras mira a otro lado. No es que no le encantase la idea de tener sexo con el de orbes azules, solo que sabe que le fascina que se haga el difícil ... A ambos, en realidad. Vaya fetiches, intenta desviar el tema de conversación – ¿Has pintado algo hoy?
– ¿Hmm?~ – Parpadea un par de veces, mira disimuladamente al techo intentado recordar – ¡Oh, sí que lo hice! – Entona una bonita sonrisa y se levanta, presuroso, al gran ventanal del apartamento donde está secándose su última pintura. Levanta el lienzo con ambas manos, lo observa unos momentos con aires de enorgullecimiento, se vuelve y se lo enseña a su novio – ¡Pinte esto!
Era un cuadro de 64x64 centímetros, y plasmado en su suave superficie se erguía una bonita casa llena de flores multicolores. Frente suyo, sonreía una muchacha con enorme sombrero blanco veraniego de alas anchas.
Pico abrió ligeramente los ojos, sorprendido. Levanto el pulgar y logró ruborizar de vuelta al de mechones dorados.
– ¿Te gusta? – Pregunto, apartando la mirada con vergüenza.
– Me encanta – Se levantó y corrió a tomarlo por las caderas. Tenía que levantar el rostro para poder verlo, pero no importaba. Su mera compañía era preciosa. Apoyo la mejilla en su pecho, cerró los ojos mientras el otro suspiraba por su toque. Paso los dedos por debajo de su camisa liviana, explorando su vientre – Tienes un gran talento.
– Ah~ Si~ – Sentía como intentaba quitarle los jeans, así que dejo el cuadro a un lado y lo tomo de las manos. Pico sonrió con confianza – ¿Quieres revolcarte conmigo, amoureux?~
– Seh – Dijo solamente, más confiado aun. Concentro algo de fuerza en los brazos e hizo que este resultara pendiendo en el aire de él, como una especie de paso de tango. Al otro se le iluminaron los ojos por tan romántico detalle.
– ¡Picco!~ No seas tan rudo conmigo~ – Ronroneo, con la mirada vidriosa.
– ¿Entonces te suelto? – Bromeo, dejándolo caer un segundo en el aire para volver a tomarlo de las caderas casi de inmediato. Senpai soltó un quejido del susto, y luego voltio a reírse. Oh, cuan enamorado estaba de aquel americano tosco pero al mismo tiempo tan considerado con él. Todavía recuerda cuando lo pudo vislumbrar desde su ventana una noche de luna clara. Como el humo de su cigarro se elevaba hasta más arriba de su cabeza y su figura oscurecida apoyada contra un viejo pilar. Cuanta serenidad le dio aquella imagen, la viva representación de la dureza y la calma al mismo tiempo ... Lo vio recurrir al mismo lugar el resto de las semanas, siempre tan tarde. A pesar de que su extraña apariencia (Especialmente sus alabastros ojos, que solían derretirlo desde la lejanía) nunca se le paso por la cabeza acercársele, pues era conciencie de que quizá se trataba de un delincuente. Tampoco se le paso por la cabeza que hubiese sido el pelinaranja quien que se le acercara a él en primer lugar, alegando que también lo había estado viendo de reojo durante sus descansos nocturnos. Un día que salio bastante temprano al mercado del barrio, lo encontró apoyado esta vez en su puerta. Lo saludo como si se tratase de un vecino cualquiera, intentando no sonrojarse. Pico lo saludó de vuelta y terminaron caminando juntos al susodicho mercadillo. Le dio demasiada vergüenza enterarse de que el de menor estatura sea consciente de sus raras observaciones desde la ventana. Pero al hombre no le importaba, es más, le gustaba ser el centro de atención de alguien.
Se tomaron el tiempo para hacer las cosas con calma. Ni tan rápido ni tan lento. Dentro de una semana y media, ya se estaban dando su primer beso bajo la luz de las farolas naranjas de un apedreado camino.
A Pico hasta casi se le olvida el hecho de que no estaría allí de no ser porque Cherry y Keith lo dejaron ¨por error¨ en el aeropuerto. Nada más había ido como traductor por las estúpidas clases de francés que su padre lo obligó a tomar cuando tenía doce. Ni siquiera se estaba divirtiendo. Por desordenados, olvidaron comprar un boleto extra para Pico y le prometieron que le mandarían el dinero por correo en cuanto llegasen a casa.
Evidentemente, eso no había pasado. Probablemente lo habían olvidado.
Tampoco es que le molestara mucho, total, su vida en Estados Unidos era una porquería. El viaje lo había salvado, de hecho, de una horrible muerte a manos de otro sicario. Pico lo sabía y se trataba de convencer a si mismo de que esa era la principal razón por la cual no volvía.
O por lo menos antes, ahora tiene otra razón mucho más importante para no irse.
Una razón tan ilusa, soñadora y delicada a la que había prometido en silencio cuidar. A la que amaba tanto y la que gustaba contentar con las extravagantes actitudes, a pesar de que puedan llegar a cansarlo.
– Por favor no, mon amour~ – Contesto tomando entre sus dos manos su pecoso rostro. Pego los labios a los suyos en un tierno beso. Cuanto le gustaban los labios de Pico, tan fríos pero tan suaves al mismo tiempo. Dejo que el americano lo sentara en el barato colchón y lo desnudara a la luz de la luna. Todavía le daba vergüenza hallar lujuria en los ojos de su novio cuando se posaban sobre su delicado cuerpo, pero sabía que no lo hacía con mala intención ¿Y no era el mismo él que pregonaba la belleza del cuerpo humano? En la oscuridad de la habitación se dejó llevar por sus heladas manos y sus gélidos labios recorriendo cada parte de su persona. Acostarse con el pelinaranja era toda una experiencia. Erótica, ardiente y bella al mismo tiempo. El sexo no era, precisamente, lo que se le venía a la cabeza cuando pensaba en la tierna relación de una pareja ¿Pero si así lo sentía, debía de ser, no?
Dejo que le apoyara la espalda contra la terca tela. Suspiro cuando sus dedos pasaron por su pelvis, por su cintura, por su entrepierna. Cerró los ojos para deleitarse en los toques, adormilado por el cariño del otro.
Pico disfrutaba explorar cada zona erógena del rubio fresa. Cada una con una reacción distinta, cada una con un gemido en menor o mayor medida. Un respingo por aquí, un suspiro tembloroso por allá. Dejo lo que hacía para deshacerse de sus propios pantalones junto a su ropa interior, posicionándose entre las aterciopeladas piernas del asiático.
– Ma vie~ – Se le quedo mirando fijamente, Pico se inclinó a la par para besar su frente.
– Oui, chéri? – Ahogo una risita, al mismo tiempo que el otro enrojecía más.
– Que cosas dices ... – Aparto la vista, encantado. Volvió a mirarlo y sonreír – ¿Est-ce que tu m'aimes, amant?
Por alguna razón, la pregunta lo atrapo de improviso. Su rostro se contrajo en una expresión de sorpresa que suavizo rápidamente. Esta vez, paso sus dedos por el puente de su respingada nariz. Por debajo de sus ojos, por el contorno de su rostro. Como si quisiera recordar su cara, como si no quisiera olvidarla. Senpai lo noto y sonrió para sí mismo, para ambos.
¨Mírame Pico. Ámame, Pico¨.
– Claro que sí. Con todo mi corazón – Le contesto únicamente, volviendo a besarlo al mismo tiempo que empezaba a alinear su miembro con la entrada del ojiazul. Senpai soltó un gemido en un tono más feliz que los demás, encantado (Y claramente enamorado).
Esta vez, contorneo su rostro en una expresión de placer al sentir como la punta del pene contrario empezaba a entrar lentamente. Después de tantas caricias, andaba más sensible de lo normal.
– Ah~ Picco~ – Paso los brazos por su cuello, sonrojado. Los brazos del contrario se hallaban a ambos lados de su cuerpo, así que tomo una de sus manos y la guió hacia uno de sus pezones – Aquí, tócame aquí~
– Como lo ordene mi querido galo – Rio francamente, para luego juntar su pulgar con su índice y pellizcar suavemente aquel sitio.
El otro no hizo más que retorcerse se placer un momento. Como si se tratara de una fémina, extendió la mano sobre su pectoral izquierdo haciendo movimientos suaves. Senpai le dio un golpecito, un poco enfadado
– ¡No soy una chica! ¡No cometas conmigo tus fantasías heteroeroticas!
– Perdón – Volvió a reírse, siguió tocando toda la zona. Con cuidado, empezó a moverse en un vaivén lento que el otro no tardo nada en notar. Cerraba los ojos y mordía su labio inferior, pues de igual modo le daba pena escuchar sus propios gemidos (Ah, pero no los del pelinaranja, no, no, no).
– Picco~ – Se irguió levemente y ataco su cuello. El otro soltó un gruñido – Ámame, Picco~
– Ngh~ Claro que lo hago ... – Dio una fuerte estocada, logrando una expresión de placer puro en el asiático.
– Oh, Picco~ – Empezó a arañar su espalda, presa del momento – Se más rudo conmigo, Picco~ Ah~ ¡Ah!~
– No ... No te gustaría – Imito la acción del rubio y dejo varios besos por su cuello y mejilla. Levanto su pierna derecha intentando buscarse más espacio. Sus vaivenes suaves y lentos empezaban a aumentar de velocidad a medida que era arrullado por los gemidos ajenos.
– No hay problema, Picco – La sensación de cosquilleo en su vientre bajo era demasiado deliciosa. Dejo de lado la poca timidez que aún quedaba en su conciencia y empezó a gemir a más viva voz. El miembro resbaladizo del pelinaranja dentro suyo se sentía demasiado bien, no quería que parase nunca.
– Lo digo en serio~ - Busco su boca y entrelazo su lengua con la suya. Sintió los brazos del asiático rodear su espalda y empujarlo con fuerza hacia si mismo. Todavía cerrando los parpados, Pico rodo los ojos y sin dar previo aviso empezó a moverse mucho más rápido. Senpai se separó de inmediato y se dejó caer sobre la ¨cama¨.
– ¡Así, Picco!~ ¡Ah, ah!~ – Entreabrió más las piernas, sintiendo los dedos de su proclamado amante enterrarse en sus caderas. Curvo la espalda ligeramente.
– No te va a gustar mañana, ngh~ – Se burló el otro, levantando un poco su cintura y dándole una nalgada fuerte. El otro soltó un quejido de disconformidad, así que volvió a hacerlo solo para hacerlo rabiar más.
El choque de pieles entre ambos era sumamente satisfactorio a sus oídos ... Y para el vecino de al lado, escondido entre sus propias sabanas todavía despierto en la oscuridad y cuyas paredes de delgado ladrillo no habían podido proteger de los alaridos lujuriosos de sus similares. Por lo demás, el resto de habitantes del edificio no parecían disfrutar en absoluto de su pasión compartida.
Cambiando de posición todavía sin dejar de moverse, Pico termino tendido en el colchón con Senpai acostado de espaldas contra su pecho. Ahora levantaba sus dos piernas con ambas manos. No lo habían hecho únicamente movidos por el placer, habían elegido el lugar con cuidado para quedar perfectamente alineados con el enorme espejo frente suyos. Para verse, cosa que aumento la excitación del momento.
– ¡Oh, vaya!~ – Armonizo el asiático, sintiéndose desfallecer. En absoluto que no se arrepentía de las duras estocadas proporcionadas por el americano. Siempre podía acostarse con Pico, pero casi nunca había tenido la oportunidad de acostarse con el hombre que fumaba apoyado en una vieja columna derruida en medio de un cielo nocturno parisino.
– ¿Aquí es? – Pregunto el otro, divertido. En realidad, nunca había podido encontrar su punto dulce. No creía que existiera, ni le interesaba llegar ... Si no lo había encontrado antes era porque su virilidad era demasiado chica ¿Verdad?
– ¡Si, ahí! ~ ¡Oh, Pi ...!~ – No termino su frase, porque en cuanto el nombrado escucho su respuesta aumento su velocidad y su fuerza. Curvo la cejas, su cuerpo tembló ligeramente – ¡Pico, para un momento, voy ha ...!~
– Adelante – Le dedicó una sonrisa felina, soltó su pierna izquierda para tomar su miembro viscoso ya por el líquido pre seminal – Córrete para mí – Al mismo tiempo que pasaba el pulgar con fuerza por el glande.
– ¡Pero ... ¡ ~ – Abrió la boca para tomar aire, sus rodillas se estremecieron – ¡Me da pena! ¡Ah!~
– No me desagradaría eso, Senpai~ Oh~ No me aprietes tan fuerte ¿Eh?~ – El otro movió la cabeza afirmativamente; así que acelero sus estocadas, junto al vaivén de su mano en el miembro ajeno y repartiendo besos por su blanco cuello. Todo al mismo tiempo. Pequeñas y tibias lágrimas de placer se acumularon en la comisura de sus azules ojos, así que los cerró y se tragó la vergüenza.
Con un pequeño alarido sorprendido, termino por correrse en la mano de su amante. Unas cuantas embestidas más y Pico termino haciendo lo mismo dentro del muchacho. Respiraron dificultosamente por varios segundos, hasta que el ojiblanco salió con cuidado de su novio.
– ¿Ya me dirás que me trajiste? – Pregunto, todavía agitado.
– Ah, cierto – El americano se levantó y camino hasta sus pantalones, saco de uno de los bolsillos un artefacto y lo puso a la luz de la luna. Ante los asombrados ojos del de mayor estatura, se lo acercó.
– Es tan lindo, Pico. Tan lindo como lo eres tú – Contestó, visiblemente conmocionado. Se trataba de un simple llavero del cual colgaba una canica transparente. En su interior, se háyase una miniatura de la torre Eiffel y una calle por donde paseaba una pareja tomados de la mano. Un simple souvenir que ni siquiera compró, si no que se encontró escondida entre la maleza en un parque. Una cosita tan simple, pero tan bonita también. En definitiva, le recordó a él – Muchas gracias, lo atesorare por siempre.
Se acostaron mirando se frente a frente, sonriendo. Ya mañana pensarían en las consecuencias. Se abrazó a él, y durmió arrullado de vuelta por los latidos de su tierno corazón.
(...)
A la mañana siguiente, a Pico lo despertaron con el golpe de una almohada en la cabeza.
– ¡Ay! ¡¿Qué?! – Grito, alarmado un momento. Cambio la expresión a una más aburrida cuando noto por fin el ceño fruncido de su compañero.
– ¡No me puedo levantar y todo es tu culpa! – Chilló, frustrado. El otro empezó a reírse un rato al mismo tiempo que recibía más golpes suaves del cojín. Se dio la vuelta y se cubrió con la manta todavía riéndose con la intención de dormir.
– Yo te lo advertí – Lo hizo recordar. Senpai pasó por encima de todos los recuerdos libidinosos y fugaces de la noche anterior y bufo, decepcionado de si mismo. Iba a replicar que no debería de hacerle caso a cualquier tontería que le pida cuando cogen, pero decidió ahorrarse mejor los problemas.
Paso los ojos por la estancia. Con dificultad, logro vestirse. Sin embargo, el cepillo para su cabello todavía estaba bastante lejos de él y arrastrarse hasta el no era una opción. Pico lo noto, así que se levantó y se arrodillo detrás del rubio fresa para empezar a cepillarle el mismo el cabello.
– ¿Te gusta? – Preguntó de pronto.
– Me fascina. Qué lindo detalle – Respondió, sonrosándose.
– Tienes un cabello muy bonito.
– ¿Ah, sí? Gracias, Picco~
Pico enrojeció súbitamente, ocasionándole unas risas al peli durazno.
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