━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐬𝐢𝐱𝐭𝐞𝐞𝐧: fire on fire
[ 𝐕𝐎𝐈𝐃 ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗦𝗘́𝗜𝗦
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𝐒𝐄𝐍𝐓𝐈́𝐀 𝐐𝐔𝐄 𝐒𝐔 𝐂𝐔𝐄𝐑𝐏𝐎 iba a estallar en llamas.
De repente, el aire que respiraba se había transformado en algo inequívocamente caótico. Era caliente, pesado, y estaba cargado de electricidad y emociones que, hasta aquel momento, no había creído tan fuertes. El fuego le devoraba la piel, convirtiendo en cenizas el poco sentido común que apenas lograba evocar cuando Miguel se hallaba cerca. No estaba segura de dónde empezaba ni dónde terminaba—lo sentía en todas partes, tanto por dentro como por fuera, en sus vellos erizados y en el interior de su pecho, e incluso en las puntas de sus pies.
A pesar de que ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, solo podía aferrarse al moreno con todas sus fuerzas.
Y él hacía lo mismo.
Las manos del chico se hallaban firmes en su cintura. Sus labios acariciaban los de Angelina con fiereza, como si quisiera transmitirle toda la frustración que parecía tener acumulada, la impotencia que se había apropiado de sus ojos mientras daba zancadas hacia ella desde el escenario. Sin embargo, no le importaba; Angelina respondió sin pensarlo, siguiendo sus instintos y dejándose llevar por el cúmulo de sentimientos que había enterrado en el fondo de su estómago desde hacía tanto tiempo y, aunque solo había besado a un único chico en el pasado —un chico que además la había traicionado—, se sentía poderosa, como si estuviera en la cima del mundo.
Los dedos de Miguel se apropiaron de su espalda baja, anclándose a una franja de piel que había quedado tentadoramente expuesta por debajo del borde de su camiseta. El chico empezó a retroceder sin cuidado, y entonces Angelina acabó atrapada entre el calor de su torso y el frío material de una pared, ubicada justo detrás del escenario.
El contraste de sensaciones la impulsó a soltar un jadeo tembloroso, y el moreno le dedicó un apretón a sus caderas en respuesta. Al mismo tiempo, no pudo evitar pensar fugazmente en aquella vez que Miguel le admitió que no había besado a nadie, cuando apenas acababan de conocerse.
Las cosas habían cambiado—y mucho.
Sus pensamientos, sin embargo, acabaron derritiéndose antes de que siquiera pudiese preguntarse si Miguel realmente la había vuelto a atraer hacia él cuando se separó para recuperar el aliento. «Ni se te ocurra alejarte», advertía su agarre; estaba claro que no la iba a dejar huir otra vez.
Y la intensidad... la intensidad era abrumadora. Le dejaba la mente en blanco, haciéndola perder la noción del tiempo y despertando un coro de mariposas enloquecidas en su estómago.
Su tacto era una droga: éxtasis en la punta de su lengua, heroína inyectada directamente en sus venas. Fuego con fuego creando una explosión.
No supo cuántos minutos habían pasado cuando la mano derecha de Miguel fue subiendo lentamente por su brazo, apenas rozándole la piel con la yema de los dedos para finalmente refugiarse en su cuello, enterrándose en el cabello rubio de su nuca. Poco a poco, la desesperación acabó convirtiéndose en dulzura, las llamas se transformaron en corrientes eléctricas, y el errático latido de su corazón fue reemplazado por algo más profundo, más armónico y tierno y gentil. Miguel la sostenía con toda la confianza de un campeón, pero también le acariciaba la mandíbula como si creyese que fuera a romperse.
Aquello último le derritió el alma. Se sintió... protegida, querida, importante y... ¿Por qué de repente parecía que sus ojos ardían, que el pecho se le contraía?
Justo cuando los labios comenzaban a fallarle, Miguel rompió lentamente el contacto. Apoyó su frente contra la de la chica, mantuvo una de sus manos en su mejilla mientras la otra le quitaba el cabello de la cara, atrapándolo detrás de su oreja. Angelina, por su parte, se negaba a abrir los ojos tan pronto—temía arruinar el momento, despertar de aquella ensoñación y descubrir que sería nuevamente traicionada, que quizás todo era una broma de mal gusto y acabaría regresando a aquel aparcamiento de Nueva York en el que la habían dejado tirada, rota y abandonada como un viejo juguete.
Se aferró a las muñecas del moreno sin darse cuenta, sujetando con fuerza y apretando los párpados mientras trataba de regular su respiración, de recordar que Miguel era bueno y que nunca le haría daño.
Fue entonces cuando escuchó su voz, y el miedo fue súbitamente opacado.
—Me gustas —murmuró el chico, casi sin aliento. Miguel se acercó un poco más, hasta que sus narices rozaron y sus respiraciones se mezclaron.—. Tú también me gustas, y tenía que habértelo dicho ese día, pero te fuiste y...
La rubia tragó en seco, preguntándose si tal vez había imaginado esas palabras.
Pero cuando abrió finalmente los ojos y se encontró con los iris de Miguel, una oleada de calor calmó el frío que le carcomía los huesos. Se tomó unos segundos para analizar su rostro, sus facciones, comprobando que era real y que estaba ahí, junto a ella. Reparó por último en su sonrisa, en la curvatura sincera que habían formado sus labios, en el hoyuelo de su mejilla izquierda, y supo que era él.
—¿Estás seguro? —susurró; voz quebrándose bajo el peso de sus pensamientos.
—¿No me crees?
Y su inseguridad habló por ella antes de que pudiese evitarlo.
—Es que yo... No soy como Sam.
Miguel se separó un poco más, bajando sus manos hasta tomar las de Angelina y posicionarlas sobre su pecho. Su ceño se frunció, como cuando un oponente hacía algo que él no esperaba durante una pelea, o cuando un profesor explicaba algún hecho que él sabía que no era correcto.
—Escúchame bien, ¿sí? Y perdóname por lo ridículo que va a sonar esto... —comenzó con una expresión seria que acabó convirtiéndose en una sonrisa ladeada, masculina y ligeramente divertida. Nerviosa, la chica se relamió los labios y, cuando finalmente pudo encontrar las fuerzas para asentir, centrándose en el rápido repiqueteo del corazón del moreno contra sus manos, Miguel continuó—. Cuando te vi por primera vez en la clase de la señora Miller... sabía que tenías que sentarte conmigo, y no entendía por qué, y aún no lo entiendo, pero no me importaba porque parecías un ángel ahí sola y te veías tan triste y yo solo quería hacerte sonreír y... ¿Tiene sentido o es muy estúpido?
El moreno soltó una baja carcajada, y Angelina sintió que sus ojos empezaban a cristalizarse, que todo su cuerpo se llenaba de una sensación desconocida. Y era angustiante, porque no sabía qué hacer consigo misma. Quería reír, llorar, gritar—todo al mismo tiempo, porque le habían enseñado a bailar y a ganar y a caminar con elegancia, pero nadie le había explicado cómo expresar sus propias emociones.
Al notar que los labios le temblaban, Miguel depositó un casto beso en una de sus mejillas, después en la otra, en su mandíbula y barbilla, y por último en su boca.
Finalmente, Angelina pudo sonreír. La sonrisa se transformó en una risilla dudosa, temblorosa, y entonces fue mezclándose con la de Miguel, hasta que ambos acabaron embobados, riendo como niños.
Era íntimo y dócil, melodioso; una sinfonía que solo escuchaba cuando admiraba los ojos del muchacho.
Era perfecto, y era de ellos.
—No sé qué decir —musitó entonces, después de que las risas pararan. Seguía intoxicada, arropada por una mezcla de euforia y adrenalina, pero no podía explicar lo que sentía—. Nunca sé qué decir.
—No es tu culpa. Y no tienes que decir nada, solo sigue escuchándome.
Dijo las palabras adecuadas; dijo justo lo que ella necesitaba escuchar.
«No es tu culpa», repitió una parte de su conciencia, una voz que sonaba extrañamente similar a la de Miguel. «No es tu culpa que no te enseñaran cómo sentir. No es tu culpa...».
—Lo que tenía con Sam no se compara con lo que tú me haces sentir —siguió el muchacho—. Solo pensaba en ti cuando estaba con ella, pero me porté como un idiota. Sam era popular y yo acababa de empezar con todo esto del kárate, quería dejar de ser un perdedor... Me di cuenta demasiado tarde de que eso no era lo que necesitaba de verdad, y la cagué, y fui un tonto. —Delicadamente, dirigió los brazos de la chica hasta sus hombros, donde se anclaron por instinto—. Siempre has sido tú, Ángel, y... y no sabes cuántas ganas tengo de golpear a los imbéciles te han hecho dudar de ti misma.
Una pausa. Un par de segundos mirándose el uno al otro. Mejillas rojas y respiraciones agitadas.
Angelina lo abrazó.
Ambos se tambalearon ante la fuerza con la que la rubia se lanzó al cuello del muchacho, pero no se inmutaron; Miguel reciprocó el gesto con la misma intensidad, aferrando sus brazos alrededor de su cintura. Ojos cerrados, nariz enterrada en el hueco entre su hombro y su cuello, unas inmensas ganas de quedarse allí durante horas y horas hasta que todas las preocupaciones se desvanecieran.
Sin embargo, Angelina estaba condenada, dotada con una mentalidad realista—tan realista que dolía.
Por esa razón, se percató de que la música había cesado en el escenario, de que el público había dejado de aplaudir y que, tarde o temprano, alguien se dispondría a buscar a Miguel, preguntándose qué era aquello que había llamado su atención tras bambalinas. Y quizás Sam también lo había notado; quizás ella vio la determinación con la que Miguel había abandonado la tarima, y entonces sabría que Angelina había sucumbido, que finalmente la había traicionado con el acto más cruel que una antigua amiga podía cometer contra otra, iniciando un enredo con su exnovio.
A lo mejor Johnny iría a buscar a Miguel y los vería juntos, ataría los cabos sueltos y descubriría que también estaba entrenando con Daniel LaRusso mientras se ausentaba a sus lecciones en Cobra Kai por miedo a enfrentar sus sentimientos. O quizás el destino decidiría que ya había disfrutado suficiente y le arrebataría a Miguel; o él mismo decidiría que aquello había sido un error, que realmente no correspondía sus sentimientos, o que ella no besaba lo suficientemente bien y entonces...
—Puedo escuchar los engranajes dando vueltas en tu cabeza, Ángel. —Las palabras de Miguel la sacaron de aquel maremoto de pensamientos. Ella se agarró a sus hombros con más fuerza, cerrando los ojos y soltando un suspiro, y él correspondió subiendo una mano hasta su cuello para apegarla más a él—. Deja de pensar tanto. Solo por una vez, ¿sí? —murmuró cerca de su oído.
—¿Y qué pasa si no puedo parar?
—Pues... —Se separó ligeramente, y Angelina inclinó la cabeza hacia arriba para poder ver su rostro. Arrugó la nariz y sus ojos brillaron con un deje de diversión, aunque sus mejillas estaban tintadas de rojo—. ¿Te volveré a besar hasta que olvides cómo hacerlo? —trató de afirmar, pero sonó más como una pregunta.
Avergonzada, apartó la mirada, mas no pudo esconder su sonrisa: —Tenemos que hablar sobre esto, Miggy. En serio.
—Y lo haremos. Pero ahora... ahora solo quiero estar contigo. —De repente, su expresión se iluminó, como si una maravillosa idea se le hubiera venido a la mente—. ¿Qué te parece si nos vamos?
—¿Ahora? —Miguel asintió de manera efusiva—. Seguramente el senséi te está buscando, no sé si es buena idea...
—¡Venga! Por favor —rogó con un puchero exagerado—. ¿Vas a perder la oportunidad de pasar la noche con el campeón del All Valley?
Angelina lo empujó ligeramente en respuesta, tratando de ocultar su diversión.
—Era una broma, —se excusó el moreno, levantando los brazos en un gesto de inocencia. Sus labios, sin embargo, seguían estirados en una sonrisa—. Entonces, ¿estamos juntos en esto, Ángel?
Y la pregunta era simple, corta, y quizás no significaba nada, pero hizo que el corazón de Angelina latiera de manera diferente.
El efecto duró un par de segundos, pero fue suficiente para obligarla a sucumbir.
—Estoy contigo.
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Angelina no podía quitarse aquella estúpida sonrisa del rostro.
Lo había intentado durante horas. No obstante, conforme pasaban los segundos y Miguel parecía cada vez más reacio a soltar su mano, comenzó a entender que no podría hacer nada al respecto.
Tal vez estaba destinada a pasar el resto del día entre nubes imaginarias, empapada de felicidad e incapaz de poner los pies en la tierra. Se preguntó si quizás era eso lo que siempre sucedía al besar a la persona que te gusta, si era esa la razón por la cual las parejas que veía por la calle parecían adictas al contacto físico. Lo creía imposible, ilógico; al mismo tiempo, sin embargo, se había percatado de que la palma de la mano le picaba cuando el moreno la dejaba caer, aunque solo fuese por un instante.
Observó a Miguel de reojo mientras metía una palomita caramelizada a su boca, y entonces sus comisuras se estiraron un poco más. Él no la veía, pues se hallaba demasiado ocupado explicando la letra de la melodía que provenía de los altavoces de su teléfono. Llevaba ya un tiempo reproduciendo canciones en español —canciones que conocía gracias a su madre y a su abuela—, y, tan pronto como Angelina le comentó que a ella siempre le había agradado que hablara en aquel idioma, se había dispuesto a enseñarle orgulloso sus habilidades.
Y a ella le encantaba. Porque lucía tranquilo, cómodo, incluso más cómodo que cuando hablaba en inglés, y porque el matiz aterciopelado que solo aparecía en su voz cuando conversaba en castellano llenaba su pecho de calidez, de una sensación hipnotizante de la cual no quería apartarse jamás.
Miguel estaba a su lado. Seguía ahí, con ella, a pesar de lo que había pasado hacía un par de horas atrás. No parecía haberse arrepentido todavía, y el mundo no se había desmoronado por culpa de aquel beso.
Eran los mismos de antes, sin la tensión ni la frustración que había puesto una barrera entre ambos durante los últimos días. Solo una cosa había cambiado: ahora había una cuerda imaginaria atándolos de meñique a meñique, pero, irónicamente, Angelina se sentía más libre que nunca.
Y así había sido durante toda la noche.
Después de que Angelina decidiera seguir el plan de Miguel, el chico le pidió que lo esperara detrás del escenario mientras se colaba entre la multitud para encontrar a Demetri, quien llevaba la mochila donde Halcón y él habían metido un par de prendas de ropa para poder cubrirse después de la presentación. Minutos después, volvió con un atuendo peculiar, conformado por aquel par de zapatillas que tanto le gustaban, una sudadera que cubría la zona superior del gi negro que llevaba puesto, y la parte inferior del uniforme, la cual ejercía la función de pantalones. Posteriormente, escaparon con rapidez, asegurándose de que nadie conocido los viera.
Así empezó la aventura.
Para comenzar, se subieron a unas cuantas atracciones del festival—claro que Angelina tuvo que armarse de valor para poder hacerlo, pues ni siquiera sus padres la habían llevado a un sitio parecido durante su infancia; decían que era demasiado peligroso, que siempre podía pasar algo malo, y su tía compartía la misma opinión. Sin embargo, aunque al principio dudó, acabó disfrutando de cada segundo, gritando a todo pulmón cada vez que sentía que caía en picada y carcajeando sin control cuando Miguel hacía alguna tontería desde el asiento de al lado. Cuando creían ver a alguien conocido, se escondían entre los puestos de comida mientras aguantaban la risa. Compartían besos rápidos en lugares escondidos, bromeaban, mas también caminaban como si fuesen los únicos presentes en la feria.
Estaban tan ensimismados que Angelina apenas recordó que debía explicarle a Daniel el porqué de su ausencia una hora más tarde, avisando que había decidido irse a casa para evitar ser vista por sus compañeros de Cobra Kai mientras acompañaba a Miyagi-Do. Fue lo más sincera posible, comentándole que Johnny no sabía nada sobre sus entrenamientos matutinos y añadiendo unas disculpas por el desastre que las Cobras habían causado en el Valley Fest, aunque omitió el hecho de que iba acompañada de Miguel.
El señor LaRusso fue... sorprendentemente comprensivo; confió en ella, y el rencor que Angelina sentía hacia él por verse obligada a asistir a su dojo —aquel que, ya de por sí, iba disminuyendo con el paso del tiempo— se hizo más débil, más lejano.
Miguel, por su parte, decidió ignorar las llamadas de Halcón, las de Demetri —a quien aparentemente no le había dado explicaciones cuando se dirigió a él en busca de su ropa— e incluso las del senséi hasta que las constantes notificaciones se volvieron insoportables. Se conformó con decir que luego lo aclararía todo, añadiendo que estaba sano y salvo.
Pero, ¿qué aclararía exactamente? ¿Que había besado a Angelina? ¿Que ahora todo estaba arreglado? ¿Acaso ellos mismos sabían lo que eran después de lo ocurrido?
—No me estás escuchando, ¿verdad?
Detuvo sus pasos cuando el moreno se dirigió a ella directamente, con una ceja enarcada y una expresión burlona. En aquel instante, estaban paseando por las calles después de hacer una breve parada en una gasolinera, donde compraron varias bolsas de dulces. Llevaban así alrededor de quince minutos, dirigiéndose a la residencia de los LaRusso, pues Miguel había insistido en acompañarla a casa. Todavía les faltaban unas cuantas cuadras, pero no estaban cansados; sorprendentemente, la energía corría por sus venas con rapidez, manteniéndolos activos y despiertos y con restos de adrenalina burbujeando en el interior de sus cuerpos.
La chica trató de esconder su sonrisa, pero sus mejillas rosadas la delataron: —Claro que te estaba escuchando.
En realidad lo estaba viendo, pero era prácticamente lo mismo, ¿no?
—¿Sí? ¿Y qué es lo último que dije?
Angelina no pudo responder a eso.
—Bueno... Te estaba escuchando hasta hace un minuto. Simplemente me distraje.
—Me gusta distraerte —rio Miguel, estirando el brazo para robarle un par de palomitas a la chica—, pero deberías darme algo a cambio, ¿no crees?
—¿Como qué?
Fue entonces cuando Miguel se posicionó frente a ella, extendiendo una de sus manos en dirección a Angelina. Cuando la rubia se fijó en sus labios, notó que esbozaban la misma sonrisa bobalicona contra la que ella había tratado de luchar toda la noche. Sin embargo, no la escondía; ni siquiera intentaba bajar sus comisuras.
La intensidad de su mirada era cada vez más arrasasadora. La observaba con párpados ligeramente caídos, iris bañados de un brillo especial que Angelina nunca había visto hasta aquel momento y, aunque las palomitas eran de esas pocas cosas que podía comer sin sentir náuseas, la bolsa que tenía entre las manos quedó súbitamente olvidada.
Solo podía concentrarse en el rostro de Miguel.
—Baila conmigo —respondió entonces, extendiendo un poco más el brazo hacia la chica—. Nunca te he visto hacerlo, así que... baila conmigo —repitió—. Solo una canción.
—Solo sé bailar ballet, Miggy.
—Pero puedes aprender otra cosa porque yo voy a enseñarte.
Lo miró sorprendida, tratando de imaginarlo en una pista de baile: —¿Tú?
—¿No crees que pueda bailar? —Llevó una mano hasta su corazón, fingiendo dolor—. Me hieres.
Aunque Angelina optó por poner los ojos en blanco en respuesta, Miguel no desistió. Simplemente se quedaron ahí por unos cuantos segundos, iniciando una batalla de miradas que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder. Al mismo tiempo, una canción lenta seguía sonando de fondo y, aunque Angelina no entendía la letra —puesto que estaba en español—, no podía negar que la música estaba logrando que sus dedos hormiguearan, que picaran de aquella forma tan peculiar que solo experimentaba antes de practicar una rutina de baile.
Realmente no quería bailar, no cuando había comprobado que todavía no había podido dominar completamente sus movimientos durante sus entrenamientos fallidos en Miyagi-Do. Y quizás era una tontería, pero creía que fallaría si lo intentaba, que no podría seguirle el ritmo y acabaría decepcionando a Miguel.
Y no podía hacer eso.
—Por favor —murmuró el moreno. Esta vez lucía más tímido, más honesto, y Angelina sintió que algo en su pecho se estrujaba ante la imagen—. Es la canción favorita de mi yaya y... solo quiero bailarla contigo.
Su mente intentó obligarla a negar, pero su cuerpo se movió por sí solo, y la bolsa de palomitas fue inmediatamente depositada en el suelo.
Angelina tomó su mano, y entonces aceptó.
Él la guio, marcando el compás sin perder el ritmo en ningún momento. Una de las manos de Angelina descansaba en el hombro del muchacho mientras que la otra era sujetada por la izquierda de Miguel; al mismo tiempo, el moreno le tomaba la cintura con la derecha. El balanceo era lento, suave, y quizás diferente a lo que Angelina hubiese esperado viniendo de una canción latinoamericana; no era precisamente alegre ni vibrante, sino más bien melancólica, perfecta para cerrar los ojos y dejar de pensar.
Estaban varados en medio de la nada, los dos solos bajo las estrellas, y Angelina creyó que aquello era quizás lo más bonito que había experimentado en sus dieciséis años de vida.
—Y ahora se supone que tienes que dar una vuelta así... —Miguel elevó la mano de la chica hasta hacerla girar por debajo de su propio brazo. Aun así, Angelina tenía la mirada fija en los pies del muchacho, copiando sus movimientos con extrema exactitud—. Perfecto. Solo tienes que soltarte un poco más, estás muy tensa.
—Las bailarinas siempre están tensas, Miggy.
—Mientes. Te he visto pelear y nunca lo estás. De hecho, creo que es de las pocas veces que te veo relajada.
—¿Me miras cuando entreno? —cuestionó Angelina con las mejillas encendidas.
—E-eso no importa. —El muchacho se aclaró la garganta, atrapado con las manos en la masa; la piel de Angelina adquirió un color rojo aún más oscuro—. El punto es que tienes que dejarte llevar. Como si estuvieras luchando; tus músculos ya saben lo que tienen que hacer, solo tienes que confiar en ellos. Venga, inténtalo.
Angelina dudó por unos instantes, pero finalmente decidió cerrar los ojos mientras tomaba una profunda bocanada de aire. Se concentró en el ritmo de su respiración, en las notas más suaves de la música, y entonces se imaginó a sí misma subida sobre un escenario. Sin embargo, la tarima empezó a cambiar dentro de su mente, convertiéndose en un tatami de color azul.
De repente, su cuerpo ya no estaba cubierto por un leotardo, sino por el gi negro que había utilzado durante el torneo semanas atrás.
Las imágenes empezaron a mezclarse, superponiéndose unas sobre otras. En un momento estaba bailando, estirando los brazos y las piernas y haciendo piruetas que no había podido ejecutar en mucho tiempo, pero al otro se enfrentaba cara a cara contra un oponente sin rostro, arrojando puños y patadas. A pesar de que eran totalmente opuestas, ambas versiones tenían algo en común: eran siluetas fuertes, precisas y confiadas; siluetas que seguían sus instintos, que apagaban sus pensamientos y se dejaban llevar por lo que sus cuerpos les dictaban. ¿Por qué no podría hacer lo mismo en la vida real? ¿Quién se lo impedía?
Nadie. La respuesta era 'nadie'.
En cuanto se dio cuenta de eso, fue capaz de soltarse por completo.
Poco a poco, fue apoyando la cabeza sobre el hombro de Miguel mientras bailaban. Ya no veía sus pies con la intención de copiar perfectamente sus pasos, no tenía la espalda recta ni los hombros erguidos; simplemente se permitió descansar, meciéndose junto a él y sonriendo de tanto en tanto, cada vez que el muchacho la invitaba a probar pasos nuevos o tarareaba cerca de su oído.
Justo cuando Angelina se dio cuenta de que la canción llegaba a su fin, sintió que el moreno la sujetaba con un poco más de fuerza.
La chica frunció el ceño de inmediato, levantando la cabeza para mirarlo a la cara.
Por alguna razón, lucía... nervioso.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó en voz baja.
Titubeó por un momento, pero finalmente decidió soltar su mano del agarre de Miguel para llevarla a su mejilla.
—Um... Sí, sí, es que yo... —La lengua se le enredó, y acabó sacudiendo la cabeza con un toque de frustración. Posteriormente, dejó escapar un suspiro—. Bien, aquí voy —murmuró para sí mismo. Carraspeó, y entonces fijó su mirada en la de Angelina—. ¿Recuerdas el día que fui a Miyagi-Do? Cuando... cuando te vi con Robby.
El entrecejo de la chica se tensó de inmediato: —Miguel... Nunca hubo nada entre él y yo, eso ya lo sabes.
—Lo sé, lo sé, pero es que ese día quería darte algo y... Bueno, en realidad iba a decirte lo que sentía por ti, pero luego pasó lo que pasó y... Fui un idiota, aunque eso ya te lo dije, ¿no?
El corazón de Angelina se aceleró en anticipación mientras lo veía rebuscar en uno de los bolsillos de su sudadera. Segundos después, sacó un pequeño objeto que le resultaba familiar: se trataba de una caja de madera, elegante y sencilla.
La reconoció de inmediato.
Era la misma caja que había visto entre sus manos cuando se presentó en el dojo del señor LaRusso.
—Ábrelo —le pidió Miguel, extendiéndole la caja con una tímida sonrisa.
Y eso hizo.
En su interior, se encontró con dos anillos: uno que parecía ser de plata —y además lucía más grande y más tosco, más masculino— y otro de oro. A simple vista, podía notar que no eran auténticos, pero eran delicados, minimalistas y atractivos, y lo más interesante de todo era que ambos tenían la forma de una serpiente.
Cobras. Eran cobras.
Luchó por romper el nudo que se había apretado en su garganta, hablando con un hilo de voz.
—¿Es para mí?
Y es que no podía creerlo, porque nunca le habían dado un regalo como ese.
Solía recibir joyas costosas, tutús de marca o entradas para los más famosos recitales de ballet. Pero todo era frívolo: una simple fachada que su tía utilizaba para recompensarla por su trabajo en la academia, regalos de cumpleaños que sus supuestos amigos le entregaban para ver quién podía comprar el objeto más caro.
En cambio, ahí estaba Miguel, luciendo más tierno que nunca con el rostro manchado de aquel tono rojizo que Angelina solo había visto en él en escasas ocasiones. El chico le sonreia, le sonreía con absoluta sinceridad, como si estuviese plenamente contento de estar ahí, con ella.
Había un mensaje detrás de aquel regalo, y aquello era lo que realmente importaba.
—Se supone que el dorado es tuyo y el otro es mío. Me di cuenta de que siempre usas joyería de oro así que... Aisha dijo que ese te gustaría más. Y te gusta, ¿no? —Pareció preocupado por la respuesta, pero Angelina no tardó en asentir con una discreta sonrisa, logrando que el semblante de Miguel se relajara—. Bien, bien... —dejó escapar una risilla nerviosa, y entonces empezó a divagar una vez más—. Tal vez el senséi diría que es cursi, pero creí que te gustaría porque, bueno, son dos cobras, y a lo mejor es injusto ya que fue él quien lo pagó... En realidad fui yo, pero con el dinero que el senséi me dio a cambio de limpiar su oficina así que... No sé ni qué estoy diciendo, lo siento.
—Me encanta, Miggy, pero... no era necesario.
Y realmente le fascinaba. Le fascinaba de verdad, pero ella no lo merecía. Sabía además que la familia Díaz no era precisamente adinerada, y no quería que Miguel gastara sus ahorros en ella.
Sus palabras, sin embargo, parecieron detonar una bomba dentro de Miguel.
—Quizás no era necesario, pero quería darte algo especial. —Se acercó a ella, frunciendo el ceño en determinación—. Algo... algo que simbolizase que siempre estaré a tu lado, pase lo que pase. —Miguel tomó el anillo dorado de la caja. Seguidamente, cogió una de las manos de Angelina e introdujo la pieza en su dedo índice; para su sorpresa, encajó a la perfección—. Ese día, en Miyagi-Do... fui a buscarte porque necesitaba decirte que eres la persona más maravillosa que conozco, y que... que te veo como algo más que mi mejor amiga.
Su estómago dio un vuelco. Se puso patas arriba, volvió a su posición normal, y finalmente la dejó con un extraño sabor en la punta de la lengua.
Angelina lo observó atentamente durante los siguientes segundos, buscando algún rastro de duda en su mirada, pero no lo encontró. Y cuando sintió que el muchacho empezaba a acariciar el interior de su muñeca con pequeños círculos, su labio inferior comenzó a sacudirse bajo la sobrecarga de emociones.
¿Acaso era en serio? ¿Era aquello lo que Miguel quería realmente? ¿Y si solo estaba confundido?
—Te prometo que es verdad —susurró el moreno, como si le hubiese leído la mente—. Te quiero a ti, a nadie más.
La chica no pudo decir nada. Simplemente se quedó tiesa, intentando descifrar cuál era el siguiente paso, qué sucedería después.
Fue Miguel quien se encargó de continuar.
—Mira, sé que no merezco esto después de todo lo que he hecho. —Suspiró con pesadez—. Y no te quiero forzar a nada. Simplemente necesitaba verte hoy y decirte cómo me sentía porque tenía miedo de que fuera demasiado tarde. —Los ojos de Miguel ardieron con una emoción desconocida, y Angelina sintió que el fuego de sus iris se extendía hasta su propia piel—. Solo quiero estar contigo, Ángel.
Pum-pum. Pum-pum. Pum-pum. Su corazón seguía bombeando sin darle un descanso, y estaba convencida de que nunca había sonado tan fuerte.
Entre cada latido, Angelina pensó en las dificultades de iniciar una relación con su mejor amigo, en posibles escenarios futuros en los que ella acababa con el corazón destrozado o, peor aún, rompiendo el de Miguel.
Pero entonces su pecho se llenó de valentía. Tomó una profunda bocanada de aire, y mandó a la mierda las consecuencias.
Aisha le había dicho días atrás que merecía ser feliz, que no podía tratar de controlar sus sentimientos, y estaba cansada de pensar antes de actuar y de tragarse todo lo que el alma le pedía tan desesperadamente.
Su tía había estado equivocada—querer a alguien no podía ser una debilidad, porque ni siquiera el ballet la había hecho sentir tan bien como la mirada que le dedicaba el moreno en aquel instante.
Por primera vez en su vida, quería disfrutar del presente.
Y no necesitaba nada más.
—Yo también quiero eso —respondió, y el resto fue historia.
Miguel la atrajo hacia él, y lo último que vio Angelina antes de enterrar su cabeza en la sudadera del muchacho fue su sonrisa. Angelina creyó que el humo se disipaba de su campo de visión, que respiraba de una manera diferente, con más facilidad.
No obstante, todavía sentía una molesta presión en el interior de su conciencia.
Tenía que dejarla salir.
—Perdóname.
El simple hecho de pronunciar aquella palabra le dejó la boca seca y los pulmones contraídos.
Apenas le habían permitido cometer errores a lo largo de su vida. Temía que, si admitía haberse equivocado, alguien la castigara para toda la eternidad.
Sabía, sin embargo, que Miguel Díaz merecía unas disculpas.
—¿Perdonarte? ¿Por qué tendría que perdonarte?
Angelina pudo escuchar la confusión en el tono del muchacho. Eso solo la impulsó abrazar su torso con más fuerza, hasta que su aroma se coló entre sus fosas nasales. Empezaba a arrepentirse de haber hablado, no sabía exactamente cómo continuar, pero tenía que dejar que las palabras fluyeran—tragarse el orgullo y continuar.
—Por huir —sentenció y, una vez atravesó la primera barrera, todo lo demás surgió con facilidad—. Perdón por escapar tantas veces. Sé que debí haber enfrentado mis miedos, —Tragó en seco antes de seguir—, pero es que no sé controlar lo que siento. Nunca me dijeron cómo hacerlo...
—Eso no me importa —murmuró Miguel contra su coronilla—. Solo... me gustaría que dejes de guardártelo todo por dentro. No más caja fuerte, ¿recuerdas?
Escondió una sonrisa nostálgica contra la tela de la sudadera del chico. Pensó en aquellas veces en las que Miguel prometió abrir esa caja fuerte que llevaba debajo del corazón, pensó en la determinación en su mirada, en sus intentos de hacerla sentir cómoda.
Pensó también en que lo estaba logrando, en que la caja estaba cada vez más y más abierta.
—Lo recuerdo.
—¿Y... entonces qué quieres?
Admitió lo siguiente sin siquiera pensarlo.
—Que estés conmigo.
Y sus palabras no la sorprendieron, porque llevaba mucho tiempo sabiendo que eso era lo que deseaba.
—Por fin. —murmuró el muchacho, posicionando sus labios sobre la frente de Angelina. Un escalofríos subió por la espalda de la chica al sentir la sonrisa del moreno contra su piel, y Miguel soltó un par de carcajadas tan pronto como notó su reacción—. Halcón amenazó con golpearme si tardábamos más tiempo en hablar las cosas... Creo que me acabas de salvar la vida, Ángel.
{ ⊱ ✠ ⊰ }
Aguantó la respiración mientras cerraba la puerta con extremo cuidado.
Apoyó la frente contra la madera una vez lo logró. Se quedó ahí por unos cuantos segundos, concentrándose en el ritmo de su pulso mientras reflexionaba sobre los acontecimientos de la noche. Sus ojos viajaron por instinto hasta la joya que ahora decoraba su mano derecha, y no pudo resistir el impulso de soltar un par de carcajadas de júbilo.
Se sentía como una niña. Feliz, liviana, libre de cadenas.
Y es que Miguel Díaz no solo era su mejor amigo, sino que ahora también era su novio.
Parecía una mentira, un sueño del que iba a despertar en cualquier momento, pero el roce helado del anillo contra el calor de su piel le ayudaba a recordar que realmente estaba despierta.
Después de tanto tiempo escondiendo sus sentimientos, de días y noches luchando contra emociones contradictorias y de las ganas de sellar permanentemente sus ojos cada vez que estaba con Miguel para evitar fijarse en su bonita sonrisa... ahí estaba, experimentando aquel extraño hormigueo en el interior de su estómago—ese dulce revoloteo que las novelas describían como mítico, como el exquisito placer de querer a alguien.
Llevó la yema de sus dedos hasta sus labios, notando que aún seguían ligeramente hinchados por culpa del último beso que Miguel y ella habían compartido a las afueras de la residencia de los LaRusso. Sonrió una vez más a la par que flotaba entre corazones de colores y, una vez logró recomponerse, se dispuso a dirigirse a su habitación haciendo el menor ruido posible.
No contaba, sin embargo, con que se encontraría a Samantha LaRusso sentada en el sofá del salón y con la mirada perdida en la pantalla de su teléfono.
—Sam...
—No le diré nada a papá —interrumpió la castaña rápidamente, dejando el aparato de lado. Para su sorpresa, le dedicó una pequeña sonrisa; era tensa, quizás un poco ensayada, pero no parecía forzada—. Todos creían que estabas durmiendo cuando llegamos, pero sé que normalmente te quedas despierta hasta las tres o cuatro de la mañana. Revisé tu habitación y me di cuenta... Fui la única que notó que no estabas.
Angelina asintió distraída, pues cientos de alertas bombardearon su mente en cuestión de segundos. La presentación fallida de Miyagi-Do, la invasión de Cobra Kai, el hecho de que ella formaba parte del dojo enemigo... y luego pensó en Miguel, en el anillo que le había dado, en los besos que habían compartido, y en que Sam aún no sabía nada al respecto.
Tragó, luchando contra la repentina sequedad de su garganta. Posteriormente, apretó los puños detrás de su espalda, determinada a no apartar la mirada de los ojos de Sam. Horas atrás, había decidido que no permitiría que aquel día fuese arruinado por sus preocupaciones, ni las consecuencias o el famoso 'qué dirán'. Ya tendría tiempo para volver a la realidad...
En aquel instante, solo quería acabar la noche con broche de oro.
—Gracias —murmuró entonces, devolviéndole la sonrisa a la chica—, por no decirle a Daniel.
—No fue nada.
—Es en serio. Gracias.
Las palabras fueron cortas y escuetas, pero sus ojos trataron de transmitirle la frase completa. «Gracias por cubrirme. Gracias, porque sé que nuestra amistad es complicada, y aun así no me has pedido explicaciones», trató de decir.
Y, con un simple asentimiento de cabeza, Sam pareció comprenderlo.
—Um, entonces... Me voy a dormir, si no te molesta...
—Por favor, espera.
La urgencia de Samantha llamó la atención de Angelina. Se levantó del sofá, y la rubia sintió que el corazón se le subía a la garganta, pues no sabía qué esperar.
¿Acaso Sam sabía sobre lo suyo con Miguel? ¿Los había visto en el Valley Fest? Tendría que haber imaginado que no habían sido lo suficientemente cuidadosos mientras se subían a las atracciones y...
—No te culpo por lo que pasó hoy en el festival —empezó la castaña, interrumpiendo de golpe los pensamientos de Angelina—. Cobra Kai es tu dojo, pero no eres como ellos. Te conozco prácticamente desde que nacimos y... sé que no te han lavado el cerebro. —Dejó escapar un par de carcajadas divertidas y, al notar que sus ojos no la miraban con rencor, que volvían a ser amigables y dulces, Angelina sintió que su cuerpo se relajaba al instante—. Solo quería decirte eso porque... porque me equivoqué cuando te dije que habías cambiado. Lo has hecho, sí, pero recuerdo lo diferente que te veías cuando volviste al Valle y... simplemente estás más feliz ahora.
» Lo que realmente quiero decir es, —Levantó el mentón, dibujó una de sus bondadosas sonrisas, y entonces habló con completa convicción—, que me di cuenta de lo mucho que extraño a mi amiga, y por eso me gustaría arreglar las cosas contigo.
Angelina no respondió durante los primeros segundos, esperando que Sam se retractara y dijera que todo era una broma. Sin embargo, la expresión de la chica no cambió en ningún momento; seguía siendo honesta, manchada de un toque de pura nostalgia.
Con solo un parpadeo, las emociones de Angelina hicieron de las suyas. Sus ojos se llenaron de lágrimas en una mezcla de alivio y arrepentimiento. Alivio por tener la oportunidad de recuperar a la primera amiga que había tenido en su vida; arrepentimiento por permitir que sus sentimientos por Miguel arruinaran la conexión que tenían, aquella que aún seguía presente cuando llegó al Valle a pesar de que habían perdido el contacto años atrás.
—Lo siento. —Aquello fue lo único que pudo musitar, pues sus cuerdas vocales se negaron a cooperar—. Lo siento, de verdad...
El anillo quemaba la piel de su índice, la sensación de adormecimiento que se había apoderado de sus labios pasó a convertirse en un molesto ardor. Un par de manos imaginarias se anclaron a sus hombros, clavando sus garras e inyectando culpabilidad en su sistema.
—Yo no... Miguel... —Soltó un suspiro tembloroso, frustrada consigo misma al verse incapaz de formular las palabras correctas—. No quería entrometerme en su relación, no quería sentir estos...
Y Sam la interrumpió.
La interrumpió con un abrazo.
Se quedó pasmada, tratando de procesar todo lo que había pasado. Solo sintió que los brazos de Sam volvían a envolverla como solían hacerlo meses atrás, antes de que las cosas se complicaran tanto, y su cuerpo se movió por cuenta propia, correspondiendo el gesto con una pizca de duda.
—Ya no importa. Nunca hiciste nada malo, fui yo quien exageró las cosas —susurró—. Se supone que no podemos controlar lo que sentimos. No estoy con él, tú tampoco estás con él... Podemos dejarlo todo atrás, ¿no crees?
Y Angelina no se atrevió a decir nada más. Solo asintió contra su hombro, pero un molesto sabor impregnaba la superficie de su paladar. Agridulce, eso era.
Porque quizás podría arreglar el desastre en el que se había convertido su amistad con Sam, mas ella todavía no sabía que había besado a su exnovio minutos antes de cruzar el umbral.
Trató de pensar que la misma chica que la estaba abrazando entendería todo cuando tuviera el valor suficiente para explicárselo. Sin embargo, se quedó callada.
Se permitió ser un poco egoísta, pues no quería que nada ni nadie pudiera arruinarle aquel día.
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⊱ 𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞 ⊰
¿yo? yo no estoy llorando, USTEDES están llorando.
en fin, ¿para qué engañar? me da tanta alegría brindarles un poco de felicidad a mis bebés... qué lástima que vivan en un mundo donde unos adultos con problemas sin resolver incluyen a un grupo de niños en una guerra de kárate. (':
espero de verdad que hayan disfrutado del momento de conexión entre Miguel y Angelina. sé que no ha pasado mucho en este capítulo, y de hecho tenía planeado incluir algunas cosas más que servían para avanzar la trama (de hecho ya escribí gran parte de esas escenas y las utilizaré en el siguiente capítulo), pero pensé que a lo mejor les gustaría verlos juntos de verdad, habiendo roto toda la tensión que llevaban cargándose durante 15 capítulos, ¡aunque eso no significa que no habrá más!
después de todo, esta es una historia de Miguel Díaz x oc, aunque siempre me he centrado en construir el personaje de Angelina de manera individual. creo que era necesario que hablaran las cosas y disfrutaran de sus sentimientos.
les espera mucho drama a estos dos, pero todo a su tiempo. (:
por otro lado, también decidí narrar un momento entre Sam y Angelina, pues siento que dejé su relación en el aire desde hace bastantes capítulos. yes, no estoy muy feliz con la actitud de Samantha hacia Ángel, pero trato de ponerme en su posición cada vez que escribo su personaje y, tomando en cuenta que es la hija de Daniel LaRusso, me pareció adecuado darle un momento de reconciliación y madurez junto a Angelina. ya veremos cómo va a evolucionando su relación a lo largo de los capítulos, pues es imposible que dos personas se reconcilien de manera absoluta de la noche a la mañana... tengo una idea más o menos clara de lo que quiero hacer, pero me encantaría leer sus opiniones sobre qué les gustaría ver entre Ángel y Sam ¡!
en cuanto al siguiente capítulo, prepárense, porque se vienen muchas cosas. Kreese tendrá bastante importancia en el desarrollo de Angelina, Tory llegará y... lo demás tendrán que averiguarlo.
me encantaría que me dejaran propuestas, recomendaciones para mejorar la historia o cosas que les gustaría ver más seguido. si tienen alguna idea, no duden en compartirla.
gracias por todo su apoyo. estoy increíblemente contenta con la comunidad que estamos creando en este pequeño proyecto.
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