━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧𝐭𝐞𝐞𝐧: watch your back
[ 𝐕𝐎𝐈𝐃 ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗦𝗜𝗘𝗧𝗘
« 𝔴𝔞𝔱𝔠𝔥 𝔶𝔬𝔲𝔯 𝔟𝔞𝔠𝔨 »
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{ ⊱ ✠ ⊰ }
—𝐏𝐎𝐑 𝐎𝐂𝐓𝐀𝐕𝐀 𝐕𝐄𝐙... 𝐍𝐎 tuve nada que ver con eso.
Angelina Bellerose tuvo que resistir la tentación de poner los ojos en blanco una vez terminó de hablar, canalizando toda su frustración en un suspiro pesado.
Robby —quien simplemente siguió golpeando el saco de arena con el que estaba entrenando— se mostró claramente insatisfecho con su respuesta. Sin embargo, la rubia sabía que lo único que podía hacer era morderse la lengua. Optó por seguir estirando junto a Sam, abriendo las piernas al máximo y llevando su torso hasta el suelo; después de mucho esfuerzo, finalmente estaba a punto de recuperar casi toda la flexibilidad que había perdido, y no quería arruinar su progreso.
El chico llevaba toda la mañana quejándose de lo ocurrido en el Valley Fest; incluso parecía más enfadado que el propio Daniel LaRusso, el cual le recalcó a sus pupilos que permanecer impasible era lo mejor en situaciones como aquella. No obstante, luego de convivir con él tanto en la casa de los LaRusso como en el dojo, Angelina había aprendido a leer las reacciones de Robby, y sabía bien que no solo estaba enfadado por la escasa repercusión que había tenido Miyagi-Do en el público. Se trataba más bien de una cuestión personal—una espina clavada en su espalda, la cual llevaba el nombre de su propio padre.
Fue Johnny Lawrence quien se robó la atención, y Robby quería ganarle.
Y quizás ni siquiera él mismo lo sabía, pues era evidente que también peleaba por amor y respeto a las enseñanzas del señor LaRusso, pero Angelina podía verlo, oculto entre los tonos verdes de sus iris: aquel fuego imparable que también burbujeaba en el interior de su padre, las ganas de demostrar que podía ser mejor que él.
De cualquier forma, sus constantes comentarios hacían que el humor de Angelina decayera cada vez más. Si bien se había levantado con el pie derecho, viendo el anillo que ahora descansaba alrededor de su dedo índice como un recordatorio de la magnífica noche que había tenido el día anterior, sus ánimos se vieron afectados en cuanto leyó el mensaje que Demetri Alexopoulos le había enviado.
Demetri había asistido a Cobra Kai aquella mañana, mientras ella entrenaba en Miyagi-Do, y John Kreese le había roto la nariz de un solo golpe.
Está de más decir que la sangre de Angelina hirvió ante la noticia.
¿Quién demonios era Kreese para golpear a un adolescente? Demetri solo tenía intenciones de apuntarse a las clases, ¿y un hombre mayor, un hombre que supuestamente estaba en todos sus cabales, lo había ahuyentado a la fuerza?
El pelinegro le pidió que todavía no le contara nada a Miguel ni a Halcón al respecto, afirmando que él se encargaría de eso en cuanto regresara del hospital. Aun así, el hecho de que Demetri la considerara como la fuente más neutra y racional dentro de su cerrado círculo de amigos no implicaba que Angelina hubiese digerido bien el asunto.
Sumándole eso al hecho de que Robby seguía insinuando que ella había estado del lado de las Cobras durante el Valley Fest... las ganas de estallar no hacían más que aumentar.
—Si sabías algo, solo tenías que avisarnos —insistió el castaño—. Al menos nos hubiéramos ahorrado la vergüenza... Quedamos como unos idiotas.
—Cobra Kai es mi dojo, —La chica respondió mientras estiraba con un poco más de ímpetu, decidiendo que concentrarse en el ardor de sus músculos era mejor que perder la calma—, pero eso no significa que esté de acuerdo con todos sus actos.
» Lo siento mucho, ¿sí? No podía hacer nada al respecto.
Murmuró lo último con completa sinceridad, deseando que aquello fuera suficiente para que le creyera de una vez por todas.
—Angelina tiene razón.
Levantó la cabeza con sorpresa, volteando la cabeza hacia la dueña de aquellas palabras.
No esperaba que Samantha LaRusso, la misma chica que despreciaba las enseñanzas de Cobra Kai tanto como su padre —y la misma con la que apenas empezaba a reconciliarse—, decidiera defenderla.
—Ni siquiera subió con ellos al escenario —Sam continuó, dedicándole una pequeña sonrisa para después mirar nuevamente al muchacho—. Además, quejarnos no sirve de nada; todo el mundo nos vio en el Valley Fest y a nadie le interesó.
Robby dejó de golpear el saco en cuanto Sam terminó y, justo entonces, Angelina notó que los ojos del chico se dirigían a sus manos.
Fueron directo a la derecha, donde descansaba su anillo.
Confundida, frunció el ceño, pero Robby siguió como si no hubiese ocurrido nada.
Angelina simplemente lo dejó pasar por alto.
—¿Sabes cuál es el problema? Que nos centramos en la defensa.
—La defensa gana torneos.
—Sí, pero a la gente le gusta la ofensa —insistió Robby—. Por eso Cobra Kai es más popular. Tenemos que enseñarles que nosotros también podemos pelear.
—¿Y qué se supone que tenemos que hacer entonces? ¿Ir al centro comercial y buscar una pelea? —Sam enarcó las cejas de manera sarcástica—. ¿Grabarnos mientras nos defendemos?
—No es la peor idea.
—Es una idea terrible.
—Al señor LaRusso no le gustaría —concordó Angelina.
—Pero a Cobra Kai sí, ¿no? —contraatacó el chico, con la mandíbula tensa y el entrecejo arrugado.
Angelina decidió entonces que su paciencia había llegado a su límite.
Era hora de irse.
—Nos vemos luego —murmuró a nadie en concreto. Se levantó, tratando de lucir lo más calmada posible.
Sam le dedicó una sonrisa apenada, como si estuviese disculpándose por los actos de Robby. Angelina asintió en agradecimiento y se dispuso a marcharse; tenía unas extrañas ganas de avanzar finalmente con sus piruetas, y no iba a permitir que Robby Keene le arrebatara la motivación.
Pero, justo cuando pasaba a su lado, el muchacho se interpuso en su camino, desplazándose hacia la izquierda para que su hombro chocara con el de la rubia.
Se vio obligada a detenerse, encontrándose con el rostro severo del castaño.
—¿Qué pasó con la tregua? —musitó Angelina con un deje de amargura.
—Sé que te fuiste con él.
Aquellas palabras lograron revolverle el estómago.
Dio un paso hacia atrás, súbitamente nerviosa. Le dedicó una mirada de reojo a Samantha para asegurarse de que no estaba escuchando; afortunadamente, la chica había comenzado a dirigirse a su padre —quien se encontraba al otro lado del dojo, reparando uno de sus tantos coches antiguos— justo después de que ella se levantara.
—Nos viste —afirmó lo obvio, jugueteando con su anillo en un gesto ansioso.
Robby asintió, pero lo hizo con lentitud, casi contrariado; como si la cabeza le pesara: —Todo el mundo vio a Miguel saliendo del escenario. Era evidente que eso no formaba parte de la presentación, y yo sabía dónde estabas... A partir de ahí fue fácil suponerlo; no soy tan estúpido como crees.
La chica abrió la boca para rechistar, explicar que ella no pensaba eso, que estaba equivocado; tal vez inventar una excusa para largarse de ahí o simplemente pedirle que no le contara nada a Sam. No sabía cómo proceder exactamente, pero Robby tampoco le permitió intentarlo.
—Tranquila, creo que fui el único que los vio juntos. —Bufó el castaño, y entonces bajó la mirada hasta la mano derecha de Angelina, tal y como había hecho minutos atrás—. Te lo regaló él, ¿no?
Ni siquiera tuvo que seguir el rumbo de sus ojos para percatarse de que, nuevamente, lo que el chico estaba analizando era su anillo.
¿Por qué le parecía tan interesante?
¿Y por qué demonios estaba enfadado con ella por algo en lo que ni siquiera había participado?
—Pues... —Se relamió los labios como excusa para preparar su siguiente movimiento. Decidió entonces que lo mejor sería cambiar de tema—. Mira, quise tratar de llevarme bien contigo, de veras, pero... ¿No crees que estás haciendo las cosas más difíciles? Llevabas días sin hablarme, —continuó, recordando el raro encuentro que habían tenido antes de que Miguel llegara días atrás—, y hoy no has hecho más que culparme por algo en lo que no tuve nada que ver. —Mordisqueó el interior de su mejilla, pensando en las palabras correctas antes de continuar—. ¿Qué tiene que ver Miguel en todo esto?
En cuanto aquella pregunta salió de sus labios, la rubia creyó ver que el semblante del muchacho se ensombrecía.
Aquello solo provocó que los primeros dejes de
frustración se disparan en su interior.
La falta de control, de respuestas, la alteraba. La obligaba a pensar con mayor intensidad, a calentarse la cabeza para desvelar los más mínimos detalles cuando lo único que quería era estar tranquila.
Empezó a plantearse que quizás aquella extraña interacción que habían tenido en Miyagi-Do, justo antes de que dejaran de hablarse por completo, había jugado un papel importante en toda esa situación. Sin embargo, empujó la idea hasta el fondo de su mente.
Le parecía descabellada.
Aquel día, Robby tan solo se había mostrado vulnerable. Ella había estado ahí por pura casualidad, también en un estado delicado, y él simplemente se había empeñado en tratar de indagar en sus sentimientos; la razón era desconocida, pero tampoco parecía relevante.
No había pasado nada, después de todo.
—Olvídalo, no debí haber dicho nada. —Robby soltó un par de carcajadas, pero carecían de gracia—. De todas formas, al final siempre es él quien gana, ¿no?
Tragó en seco.
¿Ese 'él' era... Miguel?
«Claro que es Miguel», respondió su conciencia, y entonces una piedra imaginaria se desplomó desde su garganta hasta el fondo de su estómago.
—Robby... ¿Qué pasa contigo?
El chico soltó otra de esas risas secas, agrias e irónicas.
—Creo que eso ya lo sabes.
—No, no lo sé, —Quiso gruñir, reclamarle por su incapacidad de ir directo al grano, pero mantuvo un tono de voz controlado—, pero es obvio que te pasa algo, lo veo en tus ojos, y no... no entiendo por qué lo estás pagando conmigo.
—¿Así que de repente la señorita reservada es una experta leyendo emociones?
Angelina apretó los labios en una fina línea para evitar maldecir en voz alta.
Sabía bien que el sarcasmo era un mecanismo de defensa; después de todo —y aunque le costara admitirlo—, Robby era similar a ella en la forma de afrontar sus sentimientos. Angelina callaba y se pudría en su propio silencio, mientras que él se comportaba como un zorro socarrón y a la vez desconfiado, pero, incluso así, la chica era capaz de verse reflejada en su actitud, y podía notar que el castaño estaba luchando por mantener todas sus defensas en alto.
Sin embargo, no iba a permitir que la llevara a su límite.
—Fuiste tú quien dijo que éramos parecidos, ¿no?
» Sé lo que tratas de hacer —habló con cierta frigidez, irguiendo la espalda y el mentón en un intento inconsciente por parecer más alta. No supo de dónde salió aquella firmeza, pero continuó—. Algo te está molestando, y es obvio que tiene que ver con Miguel. Entiendo que él y tú son muy diferentes, y no pienso entrometerme en eso... pero lo que no entiendo es por qué hablas de él como si tuviera la culpa de algo cuando no es así y...
—¿En serio? Porque yo creo que sí.
Y ahí estaba.
Lo admitió con una sonrisa cínica, y seguramente sin siquiera percatarse.
Porque por fin había salido: otra de esas espinas que tenía enterradas en el alma.
Aquella cuestión personal que lo llevaba a sentir cada vez más rencor hacia Cobra Kai, eso que también tenía que ver con su padre... Todo conectaba de una u otra forma con Miguel.
Para Angelina, el moreno era uno de los protagonistas de la historia. Era el ejemplo a seguir en el dojo, el chico bueno que había peleado contra Kyler por Samantha LaRusso, el muchacho que había ayudado a encaminar la vida de un alcohólico al cual no le quedaban esperanzas.
Robby era el verdadero hijo de ese hombre, pero no había logrado ninguna de esas cosas.
Robby había sido cautivado por Sam en un principio, pero ella estaba con Miguel en ese entonces.
No obstante, Angelina no sabía qué podía tener que ver ella en dicha ecuación.
—Miguel no ha hecho nada malo. —La voz le tembló, las palabras le quemaron la garganta. Estaba confundida, y la incertidumbre se manifestaba en forma de molestos calambres en el fondo de su estómago—. Si es por lo que pasó en el torneo...
—Abre los ojos, Angelina: Miguel no es bueno. No lo fue para Sam, y tampoco lo es para ti. ¿No ves todos los problemas que ha causado? —la interrumpió, hablando con absoluta convicción—. Aunque sinceramente no me extraña tomando en cuenta quién es su senséi...
La chica frunció el ceño, indignada. Se cruzó de brazos, mirándolo con ojos entrecerrados.
—Yo también entreno con tu padre —contraatacó con sequedad.
—Joder, ese no es el punto... —gruñó para sí mismo—. Sabes que es diferente.
—Es diferente porque quieres que sea diferente.
—Pero tú nunca serás como Miguel o como mi padre. —Negó Robby—. También entrenas con el señor LaRusso.
—Eso no significa que este sea mi lugar. Estoy aquí por obligación, y creo que tal vez estoy aprendiendo a disfrutarlo, pero... —Suspiró, sabiendo que aquel era un tema aparte. Sacudió la cabeza para evitar estancarse en la idea equivocada, enfocándose en el verdadero problema—. ¿Sabes que Daniel y tú tienen la misma manía? —cuestionó entonces, ganándose una mirada confundida por parte del muchacho—. Ambos creen que saben lo que es bueno para todos, lo que es bueno para mí —murmuró lo último—, y... estoy cansada de que me digan qué hacer, y cómo hacerlo, y con quién juntarme...
» Ni siquiera me conoces, Robby; no puedes saber lo que necesito.
Por primera vez, el semblante del castaño perdió parte de la tensión que había estado acumulando desde el comienzo de la mañana. Fue casi imperceptible, un instante de vulnerabilidad que se había escurrido entre las grietas de sus paredes por puro accidente, pero Angelina fue capaz de identificarlo.
—¿Entonces por qué supe que sentías algo por Miguel mientras él seguía detrás de Sam? —preguntó; tono de voz más ligero, pero sobre todo casi... decepcionado, lleno de rencor—. Miguel no te veía, Angelina.
Se quedó sin palabras.
Se mordió el labio inferior para evitar que le temblara. No sabía si se debía a la humillación o a la cólera; lo que sí sabía, sin embargo, era que Robby había hallado la manera de derribarla al suelo con unas pocas palabras.
Aquellas inseguridades que la habían llevado a ocultar sus sentimientos desde un principio; los miedos sobre lo que depararía el futuro cuando, inevitablemente, Miguel encontrara a alguien mejor que ella... Todas las dudas empezaron a enredarse entre sus piernas, sus brazos y sus dedos, pero supo que tenía que espantarlas—que ya no podía perder un combate, aunque no estuviera usando los puños.
Miguel estaba con ella.
Confiaba en él, aunque quizás las cosas cambiaran con el paso del tiempo.
—¿Tú eres Miguel? —logró cuestionar; estaba tan tensa como el tronco de los árboles que rodeaban el perímetro del dojo, pero al menos había encontrado su voz. Por su parte, Robby no respondió—. ¿Sabes lo que piensa? —aclaró, adoptando un tono neutro y suave, pero el castaño mantuvo el silencio. Angelina lo tomó como contestación—. Entonces te pido que no lo metas en esto, por favor.
—Están juntos, ¿no?
Angelina no esperaba aquella pregunta.
Esta vez, fue ella quien evitó contestar.
—¿Lo ves? Te lo dije —volvió a hablar el muchacho, mostrando que ya sabía la respuesta. Sus ojos se habían apagado; su postura gritaba que se encontraba incómodo, y Angelina no pudo hacer nada más que mirarlo expectante—. Él siempre gana.
La rubia no dijo nada.
Permaneció callada, con una extraña sensación dificultándole la tarea de llevar aire a sus pulmones. Su propio cuerpo le advertía que quizás lo mejor era irse sin respuestas, pero la curiosidad era más fuerte. Los iris de Robby se oscurecieron aún más, y la debilidad que había mostrado transmutó lentamente, hasta convertirse en rabia pura.
Nuevamente, fue él quien rompió el silencio.
—¿No se te ha ocurrido preguntarle a Sam si todavía siente algo por Miguel?
Las palabras generaron una especie de vacío en el pecho de Angelina, unas náuseas que le sacudieron las entrañas.
El castaño tenía razón: no había hablado con Sam al respecto. Ni siquiera se había parado a pensar en cómo se encontraba después de su ruptura con Miguel—si en realidad todavía lo quería, o si es que alguna vez lo quiso de verdad.
Robby suspiró con pesadez: —Lo que pasa es que te dan tanto miedo tus sentimientos que no ves los de los demás. En eso no nos parecemos.
El muchacho apretó aún más la mandíbula, como si quisiera decir algo a lo cual su orgullo se negaba. Su manzana de Adán vibró con el peso de sus palabras, su pecho se infló a la par que tomaba una profunda bocanada de aire, y entonces se alejó, sin siquiera darle tiempo a Angelina para responder.
Se quedó ahí, varada, preguntándose si sus palabras tenían un mensaje oculto o si tan solo lo estaba imaginando.
{ ⊱ ✠ ⊰ }
—Mogadiscio en los noventa era un infierno. Los caudillos controlaban la ciudad; mi equipo y yo tuvimos que despejar el lugar.
—¿Y a cuántos caudillos mató?
—¿Acaso llevas la cuenta de todas las hormigas que pisas?
Harta de escuchar aquella historia, Angelina le dedicó una mirada fastidiada a Miguel.
Soltó en suspiro pesado para después seguir ayudando a estirar al moreno, quien estaba calentando sobre el tatami. La reacción de la rubia le sacó un par de risas, pues él también pensaba lo mismo.
John Kreese vivía para fardar y nada más.
El hombre no había dudado en empezar a contar otra de sus tantas experiencias en el ejército tan pronto como los alumnos llegaron a Cobra Kai. En este caso, Halcón y Aisha eran sus víctimas, mientras que Miguel y Angelina se encontraban detrás, escuchando la conversación sin ganas de participar activamente.
Era su primera tarde de vuelta después del pequeño descanso que se había tomado. El dojo estaba lleno de chicas y chicos interesados en apuntarse a las clases después de su presentación en el Valley Fest, y sus compañeros le habían dado una cálida bienvenida luego de tantos días sin verla. Sin embargo, Angelina solo podía pensar en la mirada retadora que Kreese le había dedicado en su última clase, cuando la eligió a ella como la oponente de Miguel.
Ni siquiera había tenido tiempo para reflexionar sobre la conversación que había tenido con Robby aquella mañana. Tan solo había podido darle unas cuantas vueltas a la cabeza, vagando entre polos opuestos mientras trataba de decidir cuál era exactamente el impacto que habían tenido sus últimas palabras: primero se sentía culpable, como una cobra traicionera y egoísta; luego se repetía que Robby no sabía quién era ella realmente y que, por tanto, lo que había dicho debía afectarle.
Tomando en cuenta que se veía incapaz de sacarse aquel nudo de la garganta con Kreese tan cerca, optó por la opción más segura: ignorarlo. Estaba intentando reconstruirse poco a poco, y no quería que Robby —el Robby que siempre había mostrado un comportamiento extraño y confuso hacia ella— representara un obstáculo en aquella tarea.
Sabía, sin embargo, que debía hablar con Samantha LaRusso sobre todo el asunto de Miguel.
Pero no tenía las agallas para hacerlo.
—¿Ha sido así todo el tiempo? —le preguntó al moreno en voz baja, alejándose de aquellos pensamientos.
—Empeoró en los días que no has estado —murmuró en respuesta. Arqueó una ceja con un toque de burla—. ¿Quién sabe? A lo mejor fue porque te echaba de menos.
—Ni de broma, Miggy.
—Bueno... Obviamente no tanto como yo. ¿Eso te parece una broma?
Justo cuando Angelina sintió que la sangre se le concentraba en el rostro, impulsada por las palabras y la expresión traviesa del muchacho, Kreese continuó con su historia, obligándola a callar.
Tuvo que reprimir el impulso de taparse las orejas mientras lo escuchaba, y entonces se preguntó cómo era posible que aquel hombre causara ese efecto en ella.
Angelina siempre había respetado sobre manera a cada uno de sus maestros o tutores, en todos los ámbitos y momentos de su vida, pero Kreese... Kreese ni siquiera era su senséi. Sin embargo, le daba la impresión de que estaba intentando colarse entre las paredes de Cobra Kai a la fuerza.
Sabía que no debía juzgar, que no era correcto, pero no podía evitarlo cuando sabía que aquel hombre había golpeado a Demetri aquella misma mañana, por no mencionar el hecho de que Daniel LaRusso le había advertido sobre lo peligroso que llegó a ser en el pasado.
—Nos superaban en arsenal y en número —continuó Kreese para luego soltar un suspiro. Mientras tanto, Halcón y Aisha lo observaban con admiración—. Créanme, Ruanda no fue un juego.
—¿Quiere decir Somalia?
En cuanto escuchó la voz de Miguel a sus espaldas, el hombre se giró lentamente. Por su parte, el moreno se levantó del suelo, ayudó a Angelina a hacer lo mismo, y miró a Kreese con escepticismo.
—Mogadiscio está en Somalia, —aclaró—, Ruanda es otro país.
Con la espalda completamente recta y aquel par de ojos tan fríos, Kreese lo barrió de arriba a abajo.
—Claro, Somalia. Pasé tanto tiempo en el desierto que se me mezcla todo. —El hombre rio y, justo cuando Angelina se percató de que estaba fingiendo, Kreese giró hacia ella—. Por cierto... Bienvenida de nuevo, señorita Bellerose. —Dibujó una sonrisa que la hizo sentir diminuta, indefensa—. ¿Disfrutó del descanso?
—Sí, señor.
Las palabras se sintieron como arena contra las paredes de su garganta.
—Excelente, pero más le vale ponerse las pilas. Es una buena peleadora; el senséi Lawrence y yo no queremos que se quede atrás, y supongo que usted tampoco, ¿no?
La chica no pudo evitarlo; tomó la mano de Miguel de manera disimulada, escondiéndose inconscientemente detrás de su hombro. El moreno, quien se percató de la reacción de su novia, le dio un firme apretón.
Creyó que la tensión aumentaba, que se hacía tan palpable que cualquiera podría cortarla con un cuchillo.
Finalmente, Kreese enarcó las cejas con un deje de diversión que solo Angelina pareció identificar. Agachó la cabeza sin quitarle los ojos de encima, despidiéndose de ella antes de darse la vuelta y dirigirse tranquilamente a la oficina de Johnny.
Para cuando desapareció de su campo de visión, Angelina se percató de que había estado aguantando la respiración.
—Hey —Miguel le dio un pequeño tirón a su brazo, captando su atención—. No le hagas caso, ¿sí? Creo que se ha inventado la mitad de las cosas que ha dicho, no vale la pena preocuparse por él.
Acabó con una pequeña sonrisa, de aquellas que siempre le regalaba cada vez que sabía que estaba preocupada. Cuando ella respondió estirando ligeramente las comisuras, el moreno le dedicó una última mirada de complicidad. "Venga, vamos a hacer otra cosa", decía sin palabras, como si supiese que lo que necesitaba era distraerse.
Pudo sentir el anillo de Miguel rozándole los dedos, y de repente recordó que no estaba sola, que podía bajar la guardia.
Y justo cuando sus ojos se deslizaban hasta los labios del chico sin darse cuenta, la voz de Halcón la sacó de aquella ensoñación.
—¿Qué tenemos aquí? —El chico de la cresta los observó con una de sus típicas expresiones burlonas—. ¿La nueva parejita del dojo?
—Eso parece. —Aisha rio—. ¿Cómo los llamamos? ¿Rey y reina Cobra'?
—Muy típico... —Halcón posó una mano en su mentón mientras pensaba, chasqueó los dedos cuando la idea llegó a su mente—. ¿Qué te parece el Serpiente y su Ángel? ¿Entiendes? Porque así es como Miguel llama a Ang...
—Claro que entiendo, idiota. Tengo diez veces más neuronas que tú, pero, ¿por qué no al revés? Sonaría mucho mejor, aunque es horrible de todas formas; no tienes buen gusto.
Angelina tuvo que taparse el rostro con las manos al sentir que las mejillas iban a estallarle por el calor acumulado. Si bien se había preparado mentalmente para recibir todo tipo de comentarios en cuanto Halcón y Aisha descubrieran que Miguel y ella estaban saliendo, no imaginó que el ataque sería tan directo.
Apenas había podido interactuar con él desde que llegó a Cobra Kai, ¿cómo demonios se habían dado cuenta de que las cosas finalmente habían cambiado entre ambos?
—Sí, sí... Muy bonito todo. —Asintió Miguel, pasando un brazo por detrás de los hombros de Angelina para atraerla hacia él. Posteriormente, giró la cabeza en su dirección—. Pero sería más bonito que el senséi nos diera permiso para golpearlos hoy. ¿Tú qué piensas, Ángel?
—Me encantaría —soltó entre dientes. Sabiendo que ocultarse no serviría de nada, optó por cruzarse de brazos, avergonzada—. Um... ¿Cómo se enteraron tan rápido?
—Contactos —respondió Halcón con confianza. No obstante, cuando Angelina entrecerró los ojos con una expresión malhumorada, se apresuró en dar otra respuesta—. De acuerdo... No exactamente. La verdad es que tampoco necesitamos contactos cuando es tan jodidamente obvio. Y deja de mirarme así, Bellerose; sabes que tengo razón.
—Llevaban demasiado tiempo sin estar uno cerca del otro —intervino Aisha, siguiendo un enfoque menos bruto que el de Halcón—. Todos en el dojo comenzaban a notarlo, incluso los novatos.
—Y ni hablar de la tensión sexual.
Angelina infló sus mejillas para evitar soltar el hilo de insultos que sus instintos querían disparar en dirección al muchacho de la cresta, cuyo talento para avergonzarla en público parecía particularmente agudo aquella tarde. Por el rabillo del ojo, notó que los ojos de Miguel se habían abierto como platos, y que tenía la punta de las orejas tan rojas como el tatami bajo sus pies.
—Exacto —afirmó la chica de las gafas—. La cosa es que ahora por fin están juntos y, créanme, ustedes estaban ciegos, pero nosotros no.
—Oigan, chicos... —Miguel dejó escapar una risilla nerviosa—. Creo que ya han dejado claro su punto...
—No es nuestra culpa que lleven tanto tiempo con ganas de comerse la boca.
—Te voy a golpear si no paras, Eli —gruñó la rubia, haciendo especial énfasis en su nombre real.
—Pues si vas a hacerlo quítate ese anillo. Sería injusto que lo usaras y terminaras dañando mi preciosa cara.
Claramente entretenido, Miguel señaló a Angelina con un movimiento de cabeza: —Trata de quitárselo tú, a ver si puedes.
—Oh, no. No pienso hacer eso. —Halcón arrugó la nariz en desagrado—. Es demasiado escurridiza cuando pelea.
—Esa es mi chica.
Esta vez, un Miguel orgulloso pasó ambos brazos sobre los hombros de Angelina. Se posicionó detrás de ella, depositando un beso exagerado en su sien para despeinarla de manera juguetona en el proceso.
La chica tragó con fuerza ante la muestra de afecto público, pero, aunque se sentía extraña, rápidamente se percató de que no le molestaba.
Las mariposas no eran tan molestas como antes pensaba.
Sabía que ya era tarde para disimular; sentía que se derretía cada vez que Miguel estaba cerca y, después de haber probado sus labios por primera vez, ocultarlo parecía una tarea imposible.
Habían acordado que se lo contarían a sus amigos en algún momento del día y, ahora que ya lo sabían y lucían tan... conformes con la noticia, Angelina sentía que le habían quitado un peso de encima.
Y no pudo evitar sonreír.
La diversión en la expresión de Halcón, la sonrisa tierna en el rostro de Aisha; la disposición de Miguel, a quien no le apenaba mostrarle al resto que ahora estaba con ella—con ella, la bailarina rota que había caído sobre el tatami en el All Valley. Todo aquello representaba un increíble contraste con el gélido ambiente al que se había acostumbrado en el Teatro de Ballet Estadounidense, y la hacía sentir... cómoda, satisfecha.
Se sujetó entonces a los brazos de Miguel, los cuales se hallaban envueltos alrededor de su cuello, y finalmente se permitió relajarse, apoyando la espalda contra el pecho del muchacho.
—Ahora en serio —volvió a hablar Aisha—. Nos alegra que por fin hayan abierto los ojos. —Atrapó la mirada de Angelina con una sonrisa suave, cargada de significado, como si su siguiente mensaje estuviese más bien dirigido hacia ella—. Lo merecen.
¿Lo merecía? ¿De verdad?
—Así es. —Halcón asintió, esta vez con una expresión ligera y sincera, para después mirar a Miguel—. Pero si le llegas a hacer daño tendrás que enfrentarte a la furia de Halcón. —En un intento por lucir amenazante, fingió que su mano era un cuchillo, deslizando su pulgar de un lado a otro a nivel de su cuello—. Estarás muerto, Díaz.
—Oh, no, gracias. Estoy bien así...
—Eso sería un delito. —intervino Aisha—. ¿Matar a uno de tus mejores amigos e ir a la cárcel? Mal plan.
—Solo es homicidio si encuentran el cuerpo. —Se encogió de hombros—. Yo digo que esa es razón suficiente para matarlo si llega a hacerle algo a nuestra niña.
—Pues entonces menos mal que no lo tengo pensado, ¿no? —Mientras los pómulos de Angelina se teñían de rosa una vez más, Miguel se apegó más a ella; el movimiento fue casi imperceptible, pero suficiente para enviar una corriente eléctrica directo a la base de su columna—. No voy a hacerle daño.
Sintió que se desinflaba, como un globo que había sido perforado.
Las palabras de Miguel fueron firmes, significativas, cargadas de una convicción que también transmitía a través de su agarre.
Y Angelina deseaba creerle; quiso hacerlo, de veras.
Pero era difícil.
Porque incluso ahí, entre sus brazos, una voz le susurraba al oído, recordándole que la caída era inminente, que algo saldría mal en cualquier momento.
Sin embargo, puso todo su esfuerzo en tratar de controlar aquellos pensamientos, afianzando el agarre que mantenía en los brazos de Miguel. Agradeció mentalmente el hecho de que el moreno no pudiera verle la cara desde su posición, pues al menos así podía recomponerse sin que él —la única persona que era capaz de desdoblarla con una sola mirada— lo notara.
—¡Atención! —La potente voz del senséi Lawrence capturó los ojos de todos sus alumnos—. Veo que tenemos nuevos reclutas. Todos, formen filas. Es hora de ver de qué están hechos.
Angelina tomó el comienzo de la clase como una oportunidad para poder despejar la mente, para concentrarse en el entrenamiento y dejarse llevar por aquella energía vitalizante que la invadía cada vez que peleaba.
E iba a aprovecharla.
En cuestión de segundos, todos los alumnos siguieron las instrucciones de Johnny. Miguel llevó consigo a Angelina hasta su lugar usual en la primera fila y, cuando el senséi notó que el moreno había tomado su mano para guiarla, la observó con una ceja enarcada.
—Hola de nuevo, angelito —murmuró mientras el resto de alumnos terminaban de posicionarse—. Vuelves sin avisarme y encima parece que Díaz y tú tienen algo entre manos... Vaya modales de mierda.
—Hola a ti también, Johnny —musitó de vuelta.
Angelina se concentró en tratar de enfriar sus mejillas para aparentar normalidad, pero la mirada cómplice que el senséi compartió con Miguel le dijo que seguramente ya lo había deducido todo.
—Ya me contarán qué demonios pasó después de clase. Díaz, más te vale que me digas que fuiste el hombre o acabarás limpiando mi oficina de por vida.
Aquello causó que Miguel soltara un par de carcajadas, como si dichas palabras conjuraran una especie de chiste interno que solo ellos entendían.
El pequeño intercambio provocó que las comisuras de Angelina se estiraran de manera disimulada.
Sin embargo, la conversación acabó tan pronto como había empezado. Johnny recuperó la estoica expresión con la que solía intimidar a sus alumnos, y entonces empezó a pasearse entre los veteranos y los novatos, analizándolos a todos de arriba a abajo. Dio un par de correcciones, soltó unos cuantos insultos y apodos mayoritariamente despectivos —de esos que tanto le gustaban— y siguió adelante.
Posteriormente, se acercó a un hombre de unos treinta años, a quien Angelina no había notado hasta entonces. Para su sorpresa, resultó ser que no era el padre de uno de los chicos nuevos, sino que también quería formar parte del dojo. El susodicho mantuvo una breve charla con Johnny, afirmando que estaba ahí con el único objetivo de "patear traseros" para después darle un jugoso billete de cincuenta dólares al senséi.
Johnny, siendo Johnny, permitió que se quedara a cambio del dinero.
—Creía que mi último grupo de reclutas daba pena. —anunció el senséi, posicionándose al frente de la clase una vez terminó de evaluar a los presentes—. Si hacen lo que digo al menos tendrán un chance de convertirse en luchadores, pero para eso deben pelear. Así que, díganme... ¿Quién de ustedes tiene los huevos para enfrentar al campeón?
El dojo se fundió en silencio mientras Miguel elevaba el mentón con aire de seguridad, envuelto por aquel aura amenazante que siempre emanaba cuando tenía su gi puesto. Pasaron los segundos y los reclutas lucían cada vez más intimidados, y Angelina pudo ver a Halcón sonriendo por el rabillo del ojo, tratando de aguantar la risa por la reacción de los novatos ante su mejor amigo.
A ella también se le escapó una risilla.
Sin embargo, el momento duró poco, pues una voz femenina sonó desde el fondo de la estancia, llamando la atención de todos los presentes.
—Yo lo haré.
Angelina fue de las primeras en voltear para poder verla.
La chica —que aparentaba tener la misma edad que Angelina— mostraba una expresión de absoluta seriedad; las puntas de su cabello eran más claras que las raíces, dándole cierto aspecto de rudeza a pesar de la suavidad de sus facciones. Era una de las nuevas reclutas, pero resaltaba entre el resto; no por sus oscuros ojos verdes, ni tampoco por la apariencia rebelde de su pelo, sino por la confianza que emanaba mientras observaba a Johnny sin un ápice de decoro.
—¿En serio? —cuestionó el senséi, observando a la chica con un toque de curiosidad.
—Vi su pequeña demostración en el Valley Fest. —Se encogió de hombros, casi indiferente; no lucía para nada intimidada ante la atenta mirada de Johnny, ni tampoco por la de Kreese, quien se hallaba al lado del rubio—. Saben dar un espectáculo, pero, ¿pueden pelear de verdad?
—Eso suena como un reto.
—Me gustan los retos.
Interesado, el senséi enarcó las cejas: —Díaz, enséñale a la sabelotodo cómo funcionan las cosas aquí.
{ ⊱ ✠ ⊰ }
A diferencia de Angelina, Tory Nichols era una luchadora nata.
Sus movimientos no eran limpios, sino más bien toscos y rústicos, y Angelina estaba segura de que cualquier peleador experimentado podría ver venir sus ataques incluso antes de que levantara los puños. No obstante, se las había arreglado para vencer al campeón.
Miguel —quien se había negado a pelear en serio hasta que Tory demostró su verdadera fuerza— había hecho un excelente trabajo, empleando un movimiento experto que tomó por sorpresa a toda la clase para acabar el combate en menos de un par de minutos. Aun así, justo cuando creía haberlo logrado, la novata actuó fuera de juego, derribándolo al suelo justo cuando se disponía a ayudarla a levantarse.
Johnny la aceptó de inmediato.
Y la curiosidad de Angelina no hizo más que crecer conforme la clase continuaba, porque su primera vez en Cobra Kai había sido completamente opuesta a la de Tory.
Recordaba haberse arrepentido de entrar tan pronto como puso el primer pie en el tatami: insegura, desorientada, incapaz de mirar al senséi a la cara; tenía un pie en el vacío y el otro a punto de caer al precipicio.
Aunque el tiempo y las circunstancias la habían despojado de gran parte de los rasgos que solían caracterizarla cuando le dedicaba su vida a la danza, Angelina no podía negar que todavía quedaban algunos rastros de competitividad habitando en su pecho—una chispa insaciable, una llama dormitante que la impulsaba a tratar de alcanzar la máxima perfección en todo lo que hacía.
Alterada, la llama despertó cuando vio a Tory sonriéndole a Miguel después de ganar, pues Angelina se halló a sí misma deseando tener tanta seguridad como ella.
Un par de horas más tarde, se encontraba en el pequeño local contiguo a Cobra Kai junto a Aisha, quien le había pedido que la acompañara a comprar una lata de refresco antes de que tomaran caminos diferentes. Analizó las estanterías en busca de algo apetecible, pero solo podía pensar en las ganas que tenía de que Miguel saliese del dojo.
Aunque no quisiese admitirlo, estar lejos de él se sentía cada vez más difícil.
Su presencia era tan tranquilizante como emocionante, un bálsamo curativo del que ya no podía prescindir. Se sentía como hogar; como todo aquello que Angelina añoraba cuando era una niña, antes de darse cuenta de que el departamento de Collette Bellerose y sus compañeras de la academia jamás podrían darle la calidez con la que tanto soñaba. Estando con Miguel, y habiendo admitido que lo que sentía por él era más que una amistad, sus pensamientos no parecían tan ruidosos, tan difíciles de controlar.
Si se encontraba junto a él, podía fingir que solo existían ellos dos.
Y eso era precisamente lo que necesitaba para olvidar lo que Robby le había dicho aquella mañana; para dejar de pensar en que quizás tendría que enfrentarse a la realidad tarde o temprano, en que el hecho de permitirse disfrutar de lo que su corazón le pedía acabaría trayendo más consecuencias negativas de las que era capaz de imaginar.
—¿Sigues ahí? —le preguntó Aisha, quien la observaba con diversión desde su lado derecho—. ¿O tengo que llamar a Miguel para que te baje de las nubes?
La rubia se ruborizó tan pronto como notó que uno de sus compañeros —un muchacho de alrededor de trece años con el que apenas había compartido un par de palabras, pues solía juntarse con los alumnos menores— también se hallaba en el lugar. El niño la observaba con descarado interés, habiendo girado la cabeza en su dirección tan pronto como el nombre de Miguel salió de los labios de Aisha.
—¿Podrías bajar la voz? —cuestionó apenada, apartando la mirada del niño y fijándola directamente en el paquete más colorido que pudo encontrar entre los dulces de la estantería frente a la cual se encontraban—. A este paso todos en el dojo van a saberlo antes de mañana...
—¿Cuál es el problema? Todos merecen saber que por fin te atreviste a enfrentar tus sentimientos.
—¿Tal vez que ya me has avergonzado suficiente por hoy?
—No puedes detenerme. —Sus ojos se iluminaron mientras ponía una mano en el brazo de Angelina, dándole un apretón amistoso. La zarandeó ligeramente, como una niña emocionada exigiendo respuestas—. ¿Y? ¿No vas a contarme cómo fue? ¿Besa bien?
Trató de contestar, abriendo y cerrando la boca como un pez fuera del agua, pero la lengua se le enredó tan pronto como los recuerdos de la noche anterior invadieron su mente.
Aisha dejó escapar un chillido emocionado al notar su reacción, pero tapó su boca en cuanto notó la expresión mortificada de Angelina.
—Lo siento, no pude evitarlo —se excusó la morena entre carcajadas—. Es que estoy tan emocionada por ti... Tienes que contármelo todo.
—Um... —Angelina tragó en seco, conteniendo los nervios. Estaba preparada para dar una respuesta evasiva, pero Aisha le dedicó una mirada acusadora; tendría que hablar con la verdad—. ¿Recuerdas cuando... cuando Miguel salió del escenario en el Valley Fest? Pues... Yo estaba del otro lado y él fue... Bueno, fue hacia allí y... solo pasó.
—¡Lo sabía! ¡Sabía que había pasado algo raro!
A pesar de que sus mejillas seguían tintadas de rojo, Angelina no pudo evitar reír junto a la chica de las gafas. Trató de contener sus carcajadas y se dispuso a dirigirse hacia la caja para pagar unos segundos más tarde, en cuanto Aisha le indicó que ya había elegido lo que quería.
Fue entonces cuando chocó de lleno contra alguien.
Y ese alguien era Tory.
—¿Así es como reciben a todos los nuevos? —preguntó la chica. Angelina abrió la boca de inmediato, dispuesta a disculparse, pero Tory le dedicó una sonrisa relajada—. Hey, no te preocupes. Estaba bromeando.
La rubia sintió que sus músculos se destensaban mientras le devolvía el gesto. Se recordó a sí misma que no estaba tratando con una de sus antiguas compañeras de baile; quizás ellas se hubiesen enfadado en las mismas circunstancias, y quizás su antigua instructora la hubiese reprendido por su torpeza si la hubiese visto tropezar en cualquier otro momento, pero las cosas habían cambiado.
Además, no sabía por qué, pero estaba casi convencida de que Tory no era como esas chicas.
Eso esperaba, al menos.
—Bueno... No, no es la bienvenida usual —decidió responder. Entretenida, Tory enarcó una ceja, y entonces Angelina se percató de que, en medio del choque, algo había caído a sus pies—. Oh, creo que se te cayó esto...
Se agachó entonces para poder recoger el objeto. Cuando finalmente lo tuvo entre sus dedos, se percató de que se trataba de una pulsera; sin embargo, no era como cualquier otra: tenía una especie de pinchos de acero rodeando toda la superficie de cuero. Eran particularmente filosos, tanto así que una de las puntas acabó dejando un pequeño corte en la piel de su palma por haber tomado el brazalete sin cuidado.
Siseó mientras se incorporaba, observando la diminuta herida con una mueca. Era insignificante, pero molesta, como uno de esos cortes de papel que ardían incluso más que una quemadura.
Lo dejó pasar por alto, resguardando su mano en uno de sus bolsillos para después tenderle el objeto a Tory.
—Menuda pulsera —murmuró Aisha. Aparentemente, no se había percatado del corte que había causado en la palma de Angelina—. Me encanta.
—Te cortaste, ¿no? —le preguntó Tory a la rubia, quien solo asintió en respuesta.
—No fue nada, en serio.
—No, mala mía; tendría que haberla recogido yo. Verán, no es solo decoración. —Enseñó los pinchos de la pulsera con una expresión de orgullo, poniéndola nuevamente alrededor de su muñeca—. Un idiota intentó agarrarme en un centro comercial, pero lo bloqueé y le hice un regalo que nunca olvidará.
Angelina la vio replicar el movimiento que aparentemente había usado contra su agresor, y entonces sintió que se le secaba la garganta.
Se halló a sí misma deseando haber podido hacer eso aquel día en el aparcamiento del Teatro de Ballet Estadounidense. No obstante, apartó aquellos pensamientos tan pronto como llegaron.
—Wow, parece que ya sabes patear traseros. —Aisha la observó con interés—. ¿Por qué decidiste venir a Cobra Kai?
—He estado en clases de kickboxing, pero siempre quise romper tablas con los ojos vendados —respondió Tory, haciendo referencia a la demostración que había hecho Aisha en el Valley Fest.
La morena rio: —Entonces lo viste...
—Estuvo genial. —Asintió. Posteriormente, llevó sus ojos a los de Angelina—. Aunque a ti no te vi... Y soy Tory, por cierto.
—Yo Aisha.
—Angelina —musitó la rubia, aclarándose la garganta para pensar en una excusa. Si bien Aisha tenía entendido que no los había acompañado en aquella travesía porque se había tomado un descanso por el asunto de su pierna, aún no sabía la razón por la cual había asistido al Valley Fest de todas maneras—. Um, me lesioné la rodilla en el torneo de hace unos meses. Solo fui para acompañar a una amiga...
—Hablando de esa amiga —gruñó Aisha mientras leía algo en la pantalla de su teléfono. Le acercó el aparato a Angelina, enseñándole el mensaje—. Mi madre quiere que vaya al club de playa.
—Suena como una tortura —aportó Tory de manera sarcástica.
—No, es que... esta chica, Sam, de seguro estará ahí, y ahora no nos llevamos bien.
Angelina ocultó una pequeña mueca, recordando que el señor LaRusso le había dicho que Robby, Sam y él irían junto a Amanda al club de playa en busca de reclutas para Miyagi-Do.
Conocía la historia: Samantha y Aisha se hicieron amigas poco después de que Angelina dejara el Valle, pero las cosas habían cambiado cuando la castaña decidió juntarse con las chicas populares del instituto. Sabía que Aisha se sentía incómoda cuando Sam estaba cerca, por mucho que la castaña estuviese tratando de emendar sus errores.
Fue entonces cuando se percató de que Aisha la estaba mirando, preguntándole en silencio si podía acompañarla al club. Sin embargo, tuvo que negar con la cabeza; Miguel ya la había invitado a cenar en su casa y, además, su lado más egoísta sentía que no podría enfrentarse a Sam y a Robby aquella misma tarde.
—Voy a casa de Miguel —le explicó, encogiéndose de hombros con una expresión apenada—. Lo siento mucho. Sabes que te acompañaría, pero...
—Da igual. Puedo aceptarte esa excusa —respondió con un deje de complicidad. Seguidamente se dirigió a Tory—. ¿Y a ti te gustaría venir conmigo? Sería bueno tener refuerzos.
—Supongo que podría aguantar el sufrimiento.
Ambas chicas compartieron una sonrisa. Angelina acabó contagiada, estirando sus propias comisuras.
Se preguntó entonces si Tory podría convertirse en una nueva amiga, o si acabaría siendo como sus antiguas compañeras de baile. Esperaba, sin embargo, que la opción correcta fuera la primera.
Justo en ese instante, cuando el trío se disponía a caminar hacia al mostrador para pagar, la campanilla de la entrada tintineó, y entonces Miguel atravesó el umbral, escaneando los alrededores de la tienda hasta encontrar los ojos de Angelina.
La sonrisa de la rubia se expandió un poco más al verlo, en un gesto inconsciente que le aceleró ligeramente el corazón; sintió que un hilo imaginario la halaba hacia el moreno, pero resistió el impulso de ir hasta él como una abeja atraída por el polen de una flor. No obstante, su ceño se frunció en cuanto notó la expresión que mostraba el muchacho mientras se acercaba: seria, cargada de tensión y algunos toques de consternación.
Llegó hasta ella, tomando su mano casi con urgencia.
—Tengo que hablar contigo —le murmuró a Angelina, ganándose una mirada preocupada por parte de la rubia.
Estuvo a punto de preguntarle qué ocurría, pero Tory le ganó, hablando primero que ella.
—¿Acaso no saludas, campeón?
La pregunta pareció despertar a Miguel. El moreno finalmente separó la mirada de la rubia, dedicándole una sonrisa apenada tanto a Aisha como a Tory; él era quizás la persona más respetuosa que Angelina conocía, así que no le sorprendió que su estado de tensión se viera opacado por la vergüenza ante su falta de modales.
Aun así, podía percibir que todavía estaba rígido, ansioso, y con prisas por salir de allí.
—Perdón. Es que estoy un poco distraído... —Le sonrió a la chica de los ojos verdes. Al mismo tiempo, su agarre en la mano de Angelina se hizo más fuerte, como si estuviese recordándole que tenían que salir de ahí; ella respondió con un apretón, confirmándole que lo seguiría en cuanto terminaran de hablar con Tory y Aisha—. Um, ¿interrumpo algo?
—Nada importante, —Aisha se encogió de hombros; una deje de diversión en su rostro—, aunque más te vale que esto de secuestrar a Angelina cada vez que te apetezca no se convierta en algo recurrente.
Miguel dejó escapar una leve risa: —Lo intentaré, pero no prometo nada.
En aquel instante, Angelina sintió una corriente de aire helado escalándole la espalda.
Y no fue por culpa de la dulce mirada que Miguel le dedicó después de pronunciar aquellas palabras; tampoco fue culpa de la suavidad que adquirió su semblante mientras le quemaba el perfil con las pupilas, abandonando casi todo rastro de preocupación que antes lo manchaba.
Fueron los iris de Tory los que captaron su atención.
La ligera mueca que se apoderó de sus labios mientras paseaba los ojos de Miguel a ella y de ella a Miguel; entrecejo fruncido de manera casi imperceptible, lo que aparentaba ser una pizca de decepción bailando en sus facciones. La sonrisa amigable que antes tenía en el rostro quedó prácticamente en el olvido, y entonces las dudas se dispararon en la cabeza de Angelina.
La rubia no supo por qué, pero sus defensas se pusieron en alerta mientras observaba a Tory. Sus instintos le insistieron en que no apartara la mirada y, aunque quiso, fue incapaz de ignorarlos.
—¿Es tu novio? —preguntó entonces, pero Angelina no pudo descifrar ninguna emoción específica tras su tono de voz.
Solo notó que los ojos de Tory volvían a centrarse en Miguel, quedándose sobre él hasta que Aisha respondió.
—Tory, te presento a la pareja del dojo. Halcón y yo apostamos a que nunca vas a ver a uno de los dos demasiado lejos del otro.
—Será mejor que me acostumbre, entonces.
La chica sonrió, pero Angelina notó que sus ojos no seguían el gesto de sus comisuras.
Segundos después, y luego de una breve despedida, Miguel y ella salieron del lugar, y lo último que vio Angelina antes de dejarse guiar por el muchacho fue la pulsera de pinchos que envolvía la muñeca de Tory.
—¿Qué pasa, Miguel? —decidió preguntar después de aclararse la garganta. Empujó la imagen de aquel brazalete hasta el fondo de su cabeza, optando por enfocarse en lo verdaderamente importante.
—Tenías razón sobre Kreese. Siempre la tuviste. —El rostro de Miguel recuperó la tensión que lo envolvía cuando llegó a la tienda. Se apresuró en llevarla hasta el dojo y se detuvo frente a la puerta, girando hacia ella para seguir explicando—. No creo que sea bueno, Ángel. Parece que Demetri vino esta mañana y...
—Y Kreese le rompió la nariz, lo sé —terminó Angelina, conteniendo su frustración con los puños apretados—. Me lo dijo esta mañana... No quería que nadie más lo supieran hasta que estuviese seguro de que Halcón y tú no fueran a intervenir.
—Bueno, ahora quiero intervenir.
—No me sorprende, —Suspiró Angelina—, pero yo también quiero.
—Entonces hablemos con el senséi. Él nos escuchará, ¿no?
Angelina simplemente asintió, sintiendo que el corazón se le aceleraba mientras entraban al dojo. No sabía por qué estaba tan nerviosa; solo deseaba que Johnny abriera los ojos, que viera que John Kreese tenía algo raro.
Sabía lo mucho que el senséi quería a Miguel, por más que no lo admitiese en voz alta. Tenía que escucharlo—no había otra opción.
Además... le gustaba pensar que, para Johnny, sus aportaciones también eran importantes. Para ella, él era el primer instructor con el que se había sentido verdaderamente cómoda—el único que la impulsaba a mejorar sin antes destruirla en el proceso, sin machacarla hasta convertirla en una perfecta y vacía cáscara.
Johnny, sin embargo, no les hizo caso.
Al poco tiempo, Cobra Kai tenía dos senséis.
Y Angelina Bellerose nunca imaginó lo que aquello, combinado con la llegada de Tory Nichols y las palabras de Robby, supondría para las personas que la rodeaban.
Lo que supondría para ella.
Quizás no lo sabía entonces, pero tendría que vigilar sus espaldas. De lo contrario, acabaría con nuevas cicatrices marcándole algo más que solo la piel.
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⊱ 𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞 ⊰
¡bienvenidos a un nuevo capítulo!
debo admitir que no estoy muy convencida del resultado; sin embargo, espero que lo hayan encontrado interesante. la siguiente parte tendrá algo más importante para la trama, yes, pero en este capítulo necesitaba empezar a plantear algunas ideas para que posteriormente no aparecieran de manera abrupta en la historia.
supongo que todos habrán podido intuir que las palabras de Robby sí significaron algo más, y que volveremos a ver la pulsera de Tory más adelante. (;
esta vez solo me gustaría preguntarles sobre qué tipo de escenas les gustaría ver entre Miguel y Angelina ahora que están juntos. siempre tengo dificultades narrando a mis personajes cuando finalmente están juntos y me gustaría saber si estoy haciendo un buen trabajo ¡!
PD: EL TRAILER DE LA TEMPORADA 5 ME DEJÓ MUERTA. VAYAN A VERLO YA YA YA.
(;
sin más que decir, me despido. ¡a estudiar para mis últimos exámenes!
¡dejen un comentario, voten y compartan! ♡
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