
𝟑𝟒: una jaula elegante
Klaus empujó la puerta de madera y, al abrirla, dejó ver una habitación pequeña y sobria, donde cada detalle parecía cuidadosamente elegido para imponer orden y control. El espacio estaba envuelto en una penumbra tenue, iluminada apenas por una lámpara de pared que proyectaba un resplandor cálido y contenido, mezclado con la luz pálida que se colaba por una ventana estrecha y alta.
El mobiliario oscuro y austero acentuaba la sensación de vigilancia, con una cama con dosel cubierta por un edredón pesado y un escritorio de caoba en una esquina, donde descansaban algunos libros apilados con precisión. No había adornos ni signos de calidez; solo la fría elegancia de un espacio pensado para mantener a alguien bajo control.
Sin soltar el brazo de Elena, la hizo entrar. Cerró la puerta tras ellos con un golpe seco que resonó como un mandato implacable.
─ Aquí estarás ─ dijo Klaus con voz firme, sus ojos ardían en la penumbra ─ cerca de mí, pero no lo suficientemente cerca para que me molestes.
Se acercó, lo suficientemente cerca para que ella sintiera el calor de su aliento, pero sin rozarla.
─ No intentes escapar ─ advirtió, su tono gélido, sin una pizca de compasión ─ porque si lo haces, te juro que no tendré piedad.
Ella lo miró, desafiante en medio del miedo, esforzándose por mantenerse firme y sin temblores. Pero en el fondo, una mezcla de temor y molestia la envolvía. No podía creer que alguna vez se hubiera enamorado de él, ni que aún sintiera algo, por mínimo que fuera. Inevitablemente, llevó una mano temblorosa a su vientre abultado, tocándolo con cuidado. Sabía que cualquier intento de huir podría poner en peligro a su bebé, y el miedo a que Klaus descargara su ira sobre ella o su bebé la paralizaba.
Klaus la observó en silencio por un instante. Esa imagen de ella, protegiendo instintivamente lo que llevaba dentro, pareció abrir una fisura en su armadura. Un destello de arrepentimiento cruzó fugazmente sus ojos antes de que él volviera a endurecer el rostro, tratando de ocultar cualquier debilidad.
No dijo nada más. Permaneció en silencio, atrapado entre la dureza que debía mostrar y el conflicto que sentía por dentro, mientras la habitación se llenaba de un peso invisible, una tensión contenida hasta que Elena, habló en voz baja, rompiendo el silencio.
─ ¿Y qué esperas? ─ susurró Elena, la voz áspera y quebrada por la rabia contenida ─ ¿Que siga siendo tu bolsa de sangre, incluso estando embarazada como estoy? ¿Tan cruel y despiadado eres para tratarme así?
Sus ojos, brillantes por las lágrimas que amenazaban con caer, no se apartaban de Klaus, desafiándolo a comprender el dolor que sus palabras encerraban. Cada sílaba estaba cargada de amargura, un reflejo de todo lo que había sufrido y del abismo que ahora los separaba.
Klaus ladeó una sonrisa torcida.
─ Más vale que lo creas. Aquí eres mía. Y lo que venga, lo decidiré yo.
Luego se dio la vuelta y, sin una palabra más, se dirigió a la puerta. Antes de salir, lanzó una última mirada que fue una mezcla de advertencia y promesa oscura.
─ Descansa, amor.
Y con eso, cerró la puerta dejando a Elena sola en la penumbra, en esa jaula elegante que ahora era su prisión.
Elena sin fuerzas para mantenerse en pie más tiempo, se dejó caer lentamente sobre la cama, la tela fría del edredón contrastando con el calor de su piel. Sus manos se posaron suavemente sobre su vientre abultado, como si a través de ese contacto pudiera transmitir calma y protección. La angustia la invadía, un torbellino de emociones que le oprimía el pecho.
Había soñado tantas veces con este momento: traer a su bebé al mundo en un lugar diferente, un lugar tranquilo, lejos del miedo y la sombra de Klaus. Pero ahora, aquella esperanza se desvanecía con cada latido acelerado de su corazón.
En un susurro apenas audible, habló hacia la vida que crecía dentro de ella.
─ Vaya padre que elegí para ti, cariño… ─ dijo con tristeza ─ espero poder ser para ti todo lo que él no será.
Sus dedos rozaron con ternura la piel bajo la tela, un pequeño acto de rebelión en medio de la oscuridad que la rodeaba.
En la habitación cercana a donde Elena se encontraba sumida en la angustia, Klaus irrumpió en la suya como una tormenta desatada. Cerró la puerta de un golpe y, sin contener la rabia que hervía bajo su piel, arrojó contra la pared una lámpara que estalló en pedazos. El sonido del cristal roto se mezcló con su respiración agitada.
Su mandíbula estaba tensa, sus ojos inyectados de furia contenida. La imagen de Elena, vulnerable y embarazada, protegiendo su vientre como si él fuera el enemigo, lo perseguía como un eco imposible de ignorar.
No entendía qué era lo que más lo enfurecía: si su desafío, su silencio… o el hecho de que aún le importara.
La puerta volvió a abrirse de golpe.
─ ¡¿Estás completamente loco?! ─ espetó Rebekah, entrando como una ráfaga indignada ─ ¿La trajiste aquí así? ¿Embarazada? ¿En ese estado?
Klaus no respondió de inmediato. Solo giró lentamente, con los ojos brillando de advertencia.
─ Rebekah… ─ gruñó.
─ No me "Rebekah" a mí ─ interrumpió ella, avanzando sin miedo ─ no te atrevas a hacer una de tus locuras y sacarle sangre en el estado en el que está, Nik.
Klaus giró bruscamente hacia ella, con la mirada encendida y el rostro endurecido.
─ El hecho de que te haya perdonado la vida después de tu traición no te da derecho a decirme qué hacer ─ espetó con voz baja, grave, peligrosamente controlada ─ no olvides que aún estás viva porque decidí dejar el pasado atrás… no porque lo merezcas.
Rebekah lo miró, dolida, pero no retrocedió.
─ ¿De verdad vas a usar eso para callarme? ¿Otra vez? ─ susurró con rabia contenida ─ porque si vas a volver a ser ese monstruo que todos temen, adelante, hazlo
El silencio entre ellos se volvió tan espeso como la oscuridad que llenaba la habitación. Klaus apretó la mandíbula, incapaz de seguir con la mirada a su hermana, porque en el fondo... sabía que ella tenía razón.
Pero no lo admitiría. No aún.
Klaus no respondió. Solo respiró hondo, tratando de calmarse. La furia seguía allí, latiendo en sus venas, pero ya no era pura rabia. Era frustración. Era cansancio.
Rebekah lo observó con más calma, y bajó un poco la voz.
─ Genevieve habló conmigo esta mañana.
Eso captó su atención. Klaus la miró de inmediato, con los ojos fruncidos.
─ ¿Qué quería?
─ Encontró el ataúd de Elijah ─ dijo ella, sin rodeos ─ cree que puede recuperarlo. Y como a ti parece no importarte, iré yo.
Un silencio denso llenó la habitación.
Por un momento, algo se quebró en los ojos de Klaus. Pero, como siempre, lo ocultó bien. Solo asintió con un leve movimiento de cabeza, aunque su mirada permanecía fija en el suelo.
El peso de demasiadas pérdidas y decisiones, comenzaba a pasar factura… pero todavía no estaba listo para admitirlo.
Cuando Rebekah salió de la habitación, la puerta se cerró con un golpe seco que dejó tras de sí un eco sordo. Klaus se quedó inmóvil en medio del cuarto, con los puños apretados a los costados, el pecho subiendo y bajando con respiraciones pesadas.
El silencio era ensordecedor.
Se acercó lentamente a la repisa donde antes estaba la lámpara que había destrozado, mirando los restos como si en ellos pudiera encontrar alguna respuesta. Pero no había consuelo, solo el reflejo de su propio descontrol.
Apoyó ambas manos sobre la madera del mueble, bajando la cabeza.
El nombre de Elijah latía en su mente como un reproche mudo.
Elijah.
Lo había traicionado. Otra vez.
Le había clavado una daga y luego... como si no fuera suficiente, había entregado su ataúd a Marcel, como si su hermano mayor fuera un objeto, una molestia.
Sabía que Elijah no le perdonaría fácilmente. Y aunque Klaus siempre encontraba excusas para sus acciones —por estrategia, por necesidad, por protección— esta vez... no había ninguna que pudiera limpiar esa decisión ya que, después de recuperar su reinado, ni siquiera intentó buscarlo.
“¿Qué dirá cuando despierte?” pensó, mientras sus dedos se crispaban contra la madera. “¿Qué verá en mí?”
No sería lealtad. Ni amor.
Sería decepción. Rabia. Tal vez desprecio.
Y aunque jamás lo admitiría en voz alta, esa idea le dolía más de lo que debería.
Porque Elijah era el único que alguna vez creyó en él.
Y esta vez, incluso esa fe… estaba en peligro de extinguirse.
Klaus cerró los ojos un momento, respirando hondo, intentando acallar el peso de su conciencia. Pero era imposible. El silencio no lo dejaba. Elijah estaba ausente… y aun así, su presencia era más fuerte que nunca.
Klaus se quedó quieto, mirando la pared como si pudiera atravesarla con la mirada. Sabía que Elijah no solo estaría furioso por la daga… sino aún más por Elena.
“La trajiste contra su voluntad… y embarazada”, lo escuchaba en su mente con esa voz calmada y firme que solía tener su hermano mayor cuando lo enfrentaba.
Elijah no necesitaba gritar para destruirlo. Bastaba una mirada decepcionada, una frase precisa, una verdad que él no quería oír.
Y en este caso… sabía exactamente lo que diría.
“¿Qué estás haciendo, Niklaus?”
“¿Qué clase de hombre encierra a una mujer en ese estado?”
La verdad ardía bajo su piel, como un recordatorio constante de que su hermano siempre había sido su brújula moral… y que esta vez había decidido ignorarla.
Porque sí, Elijah no aprobaría nada de esto. No el secuestro. No el control. Y mucho menos el poner en riesgo a una mujer embarazada, sin importar quién fuera el padre del niño.
Elijah creía en el honor. En el respeto. En la redención.
Klaus, en cambio, solo conocía el miedo a perder.
Y Elena... Elena representaba muchas cosas que no sabía cómo manejar: rencor, deseo, decepción… y algo más. Algo que nunca había querido sentir. Algo que no podía nombrar sin exponerse.
Pasó una mano por su rostro, frustrado.
“Cuando Elijah despierte…” Esa idea lo atormentaba. No solo por el enfrentamiento inevitable, sino porque en el fondo temía que esta vez, su hermano no lo perdonara.
Y si perdía a Elijah…
Tal vez perdería la última parte de sí que aún valía la pena.
¡𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟑𝟒!
💬 Nota final del capítulo 💬
Gracias por llegar hasta aquí y acompañarme en este nuevo capítulo cargado de tensión, emociones contenidas y decisiones que traerán consecuencias.
En este capítulo. La tensión entre Elena y Klaus crece, mientras Elena lucha por proteger a su bebé en medio de la tormenta. Rebekah, furiosa, no se queda callada y le recuerda a Klaus los límites que está cruzando, mientras también nos revela que Elijah podría estar más cerca de regresar de lo que Klaus imagina…
⚠️ Algunos acontecimientos de este capítulo no ocurrieron igual que en la serie, ya que esta historia tiene su propio camino y ritmo.
🔮 Y sí... muy pronto Klaus descubrirá la verdad sobre el padre del hijo de Elena.
📝 ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Esperaban esa reacción de Klaus? ¿Creen que Elijah va a perdonarlo?
🎯 ¡Si llegamos a 100 comentarios, se desbloquea el siguiente capítulo!
Nos leemos pronto 💖
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