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𝟏𝟖: embarazada

Elena se quedó sentada en el borde de la bañera, la pequeña prueba de embarazo temblando en su mano. Sus ojos estaban fijos en las dos líneas rosadas que se habían marcado con claridad, como una sentencia ineludible.

Positivo.

La palabra resonó en su mente como un eco interminable.

Su respiración se volvió errática, y su pecho subía y bajaba con rapidez mientras intentaba procesar lo imposible. Una oleada de escalofríos recorrió su espalda, y sintió un nudo formarse en su garganta, apretándola hasta casi ahogarla.

Estaba embarazada.

Pero no de cualquiera.

Estaba embarazada de Klaus Mikaelson.

El híbrido original. El ser más peligroso que había pisado la Tierra. El hombre que había causado tanto caos en su vida y en la de todos los que conocía.

Y lo peor de todo…

Era que tenía sentimientos por él.

Un temblor involuntario la recorrió de pies a cabeza. Ni siquiera podía definir qué sentía exactamente por Klaus, pero sabía que no era indiferencia. Había una conexión entre ellos que la asustaba, que la consumía poco a poco, y ahora, estaba atada a él de una manera que jamás habría imaginado.

Esto no podía estar pasando.

Las pruebas no podían estar equivocadas, ¿verdad? Se mordió el labio con fuerza, sus dedos aferrando la prueba como si de alguna manera pudiera hacerla desaparecer. Pero no importaba cuánto deseara que esto fuera un error… no lo era.

Llevó una mano temblorosa a su abdomen, sintiendo la ligera curvatura que había notado horas antes. No podía ser real. No debía ser real. Y, sin embargo, ahí estaba.

Elena sintió que las lágrimas ardían en sus ojos, pero no las dejó caer. No podía permitirse derrumbarse.

Había cometido el error de llamar a Klaus antes, pero ahora… ahora no tenía opción.

Tenía que hablar con él.

Elena dejó caer la prueba de embarazo sobre el lavabo, sin fuerzas para sostenerla más tiempo. Su mente era un torbellino de pensamientos caóticos, cada uno más aterrador que el anterior. ¿Cómo había llegado a esto? Había pasado tanto tiempo tratando de evitar que sus emociones se enredaran con Klaus, de mantener las distancias, y ahora… ahora no solo había una conexión entre ellos, sino que había algo mucho más grande en juego.

Estaba esperando un hijo de Klaus Mikaelson.

El pánico la envolvió al darse cuenta de que lo más difícil aún estaba por venir. No solo se trataba de lo que Klaus podría pensar o de lo que sus amigos dirían, sino de cómo ella misma iba a lidiar con esta nueva realidad. ¿Qué significaba esto para su vida, para su futuro? ¿Cómo podría vivir con esta carga emocional y física?

Con un temblor en las manos, se puso de pie y caminó lentamente hacia la ventana, mirando el paisaje que se extendía ante ella sin realmente verlo. La luz del día se desvanecía lentamente, y una sensación de soledad profunda se apoderó de ella. No quería estar sola con estos pensamientos, pero tampoco podía imaginar compartirlos con nadie. No podía imaginar enfrentar a Klaus con algo tan… devastador.

El miedo de cómo él reaccionaría era casi insoportable. ¿Cómo reaccionaría el hombre que había sido tan impredecible, tan volátil? ¿Cómo reaccionaría Klaus al saber que había dejado una huella tan profunda en su vida?

Suspiró profundamente, sintiendo cómo las lágrimas empezaban a subir nuevamente, pero se las contuvo. Sabía que no podía permitirse llorar ahora. Tenía que enfrentarlo.

Finalmente, sin pensarlo más, tomó el teléfono. Sabía que había sido cobarde al colgar antes, pero ahora no podía escapar más. Ella necesitaba respuestas. Necesitaba saber qué iba a hacer.

Con el corazón latiendo con fuerza, marcó el número de Klaus.

El peso de lo que estaba a punto de enfrentar la aplastó aún más. ¿Estaba lista para esto? ¿Para enfrentarse a Klaus con la verdad? No sabía si alguna vez estaría lista, pero ahora ya no había vuelta atrás.

El teléfono seguía en sus manos, y Elena sabía que debía enfrentar a Klaus después de no haber respondido a sus llamadas ni a los mensajes que él le dejó tras haberlo llamado horas antes. Cerró los ojos, apretó los dientes con fuerza, y justo cuando estaba a punto de marcar, sus dedos temblorosos presionaron el botón de apagar. No lo llamó.

Un suspiro de frustración escapó de sus labios, mezclado con el miedo que la paralizaba. La idea de enfrentarse a Klaus a través de una llamada, con la posibilidad de no poder ocultar sus emociones, la había abrumado aún más. Necesitaba verlo cara a cara. Necesitaba escuchar su voz, ver sus reacciones, y, sobre todo, necesitaba estar cerca de él para comprender realmente cómo iba a abordar esto.

Se levantó de la ventana y dio unos pasos vacilantes por la habitación. ¿Qué le diría? No tenía todas las respuestas, pero tenía que hablar con él, de alguna forma. Sabía que no podía ocultarse para siempre, y que seguir huyendo solo complicaría más las cosas.

Recogió su abrigo del respaldo de una silla, lo puso rápidamente sobre sus hombros y se miró en el espejo una última vez. Su rostro estaba pálido, y la tensión en sus ojos no pasaba desapercibida. Pero algo dentro de ella también la impulsaba a ser valiente, a no dejar que el miedo dictara su destino.

Con el corazón latiendo con fuerza, se dirigió a la puerta. Sabía que tenía que tomar las riendas de su vida y enfrentar lo que fuera que viniera. La idea de estar con Klaus ahora se sentía diferente, más peligrosa, pero también irremediablemente cierta.

Elena respiró hondo antes de abrir la puerta y salir. Mientras caminaba por la calle, su mente corría a toda velocidad, formulando miles de posibles escenarios, pero no importaba cuántos se le ocurrían; ninguno de ellos la preparaba realmente para lo que estaba por suceder.

Sabía que este encuentro cambiaría todo.

Elena caminaba por las aceras iluminadas por el sol de la mañana, el aire fresco acariciando su rostro mientras la ciudad despertaba a su alrededor. A pesar de la luz brillante que la rodeaba, en su interior todo parecía sombrío y abrumado por el peso de lo que había descubierto. El paso de las horas no había hecho que sus pensamientos se calmaran; de hecho, solo se habían intensificado.

El sol brillaba, pero su mente estaba nublada por dudas y miedos. La realidad de estar embarazada de Klaus, un hombre con una historia de caos, sufrimiento y destrucción, la perseguía a cada paso. Aunque trataba de concentrarse en su camino, las preguntas seguían invadiéndola. ¿Cómo sería ser madre tan joven? ¿Cómo se suponía que iba a manejar todo esto? La idea de criar a un niño en medio de un mundo tan inestable la aterraba.

Y Klaus… ¿Cómo reaccionaría él? Sabía que no era el tipo de hombre que se dejaba llevar por las emociones con facilidad. ¿Sería capaz de aceptar algo tan grande como la paternidad? Elena no podía predecir lo que sucedería, pero sentía que tenía que enfrentarlo, qué era lo único que podía hacer. Había una pequeña vida en su interior, y tenía que ser fuerte, por ella y por él.

El pensamiento de cómo reaccionarían su hermano, sus amigos, todos ellos, le pesaba aún más. Sabía que no sería fácil, que las opiniones no serían favorables, pero aún así no podía dejar que eso la hiciera retroceder. Había hecho algo que cambiaría su vida para siempre, y ahora, no había vuelta atrás. Era su responsabilidad, y aunque se sentía abrumada, tenía que aceptarlo.

Cuando llegó frente a la casa de Klaus, el sol se reflejaba en las ventanas, pero Elena apenas lo notó. Solo se quedó allí, mirando la puerta de su casa, dudando por un momento. ¿Y si no estaba lista para esto? ¿Y si no podía enfrentar lo que él podría decir, lo que él podría hacer?

Finalmente, con una respiración profunda, se acercó a la puerta. Sabía que no podía seguir evitando lo inevitable. Golpeó suavemente, esperando que Klaus estuviera en casa, esperando que estuviera listo para lo que tenía que decirle. Porque ella lo sabía, aunque no tuviera todas las respuestas: el futuro ya había comenzado, y no podía volver atrás.

La puerta se abrió con suavidad, y Elena se encontró frente a una sirvienta que, al verla, sonrió cordialmente.

─ ¿En qué puedo ayudarte? ─ preguntó, con una voz educada.

Elena respiró hondo antes de hablar, sintiendo cómo el nudo en su estómago se apretaba más con cada palabra que decía.

─ ¿Está Klaus en casa? ─ preguntó, manteniendo la calma mientras sus pensamientos seguían siendo un caos.

La sirvienta asintió con una sonrisa y abrió un poco más la puerta, invitándola a entrar.

─ Sí, pase. Él está aquí. Espere aquí ─ dijo con amabilidad, señalando un salón al final del pasillo.

Elena caminó hacia allí, sus pasos resonando con más fuerza de la que quería admitir. El lugar estaba tranquilo, casi desierto, como si el resto de la familia ya no estuviera en la mansión. Unos minutos después, Klaus apareció en la puerta del salón, su presencia imponente tan característica como siempre. Elena no pudo evitar tensarse al verlo, pero se esforzó por mantener su compostura.

─ Hola, amor ─ saludó, su voz suave pero cargada de una especie de curiosidad.

Elena, sintiendo el peso de la situación, intentó romper el silencio.

─ ¿Cómo está todo? ¿Cómo está tu familia? ─ preguntó, más por inercia que por verdadero interés, buscando que la conversación tomara otro rumbo.

Klaus se cruzó de brazos y sus ojos brillaron con algo que podría haber sido desprecio, o simplemente una pizca de desdén.

─ Se enojaron conmigo ─ dijo, su tono más serio ahora ─ decidieron irse. Solo Elijah quedó en el pueblo.

Elena no mostró sorpresa. Sabía que la relación entre Klaus y su familia era frágil, pero esas palabras lo confirmaban aún más.

─ ¿Y qué les hiciste? ─ preguntó, sin pensarlo demasiado. Algo dentro de ella quería saber más, aunque no estaba segura de por qué.

Klaus la observó con una sonrisa, como si la pregunta fuera casi insignificante para él.

─ Querían doblegarme. Pero eso nunca lo lograrán, ni siquiera ellos ─ respondió, su voz ahora llena de determinación.

Elena, al escuchar sus palabras, se sintió más nerviosa. Había algo en su tono, una amenaza implícita, que la hizo sentir aún más insegura sobre cómo debía manejar la conversación. Sus ojos se desviaron ligeramente, buscando algo a lo lejos que no existía.

Klaus dio un paso hacia ella, su mirada fijas en sus ojos con una intensidad que no podía ignorar.

─ ¿Por qué estás aquí, amor? ─ preguntó, su voz suave, pero llena de curiosidad y algo más, como si estuviera esperando una respuesta mucho más profunda de la que ella estaba dispuesta a dar.

Elena lo miró, vacilante. Su mente estaba corriendo a toda velocidad, buscando una excusa convincente, pero sabía que no podía decirle la verdad. No ahora. Sin embargo, las palabras que se le ocurrieron no fueron las correctas.

─ Yo… ─ dijo, alzando la voz y dejando que una pequeña risa nerviosa escapara de sus labios ─ estoy aquí para aclararte algo. La llamada que te hice… fue equivocada. Quería llamar a otra persona y marqué mal ─ mintió, sintiendo cómo su corazón latía aceleradamente.

Klaus frunció el ceño, y Elena notó de inmediato que no le creía. Su sonrisa se desvaneció al instante, y en un solo movimiento, se acercó a ella. La distancia que los separaba desapareció en un instante, y Elena sintió cómo su respiración se agitaba cuando él se inclinó hacia ella.

─ Eso, lo pudiste haber dicho por teléfono ─ dijo, su tono ahora bajo y desafiante.

Elena no tuvo tiempo de reaccionar antes de que Klaus la sostuviera firmemente por la cintura. Su cuerpo se tensó, pero algo en ella, algo que no podía explicar, la hizo dejarse llevar. Sus labios se encontraron en un beso abrupto, y a pesar del caos de sus pensamientos y las dudas que la inundaban, algo dentro de ella respondió al contacto.

Klaus la sostuvo con firmeza, acercándola más a él. La sensación de su cuerpo contra el suyo la abrumaba, y aunque su mente gritaba que debía detenerse, algo en su interior la empujaba a seguir.

El beso se profundizó, y por un momento, Elena se olvidó de todo lo demás.

¡ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟏𝟖 !

Elena fue a decirle la verdad a Klaus de su embarazo pero a último momento se arrepintió.

¿Qué les pareció?

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