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Capítulo 26.

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Entrada la madrugada, Emilia se removía en su cama sin lograr conciliar el sueño. Ni siquiera la brisa fresca que había dejado la reciente lluvia y que lograba filtrarse a través de las ventanas abiertas, lograba calmar su palpitante corazón. «Tengo que hablar contigo», ese había sido el mensaje que había recibido de Dante. No había respondido aún, porque se sentía tan nerviosa y con la mente tan en blanco, que no pudo decir nada.

Suspiró y miró a Edward, que dormía a su lado totalmente ajeno al nerviosismo de ella —que la hacía comerse las uñas—. Él lucía como un precioso ángel y sus pestañas rizadas le rozaban la piel.

Se levantó de la cama con cuidado para no despertar al niño, y se encaminó hacia la cocina a buscar un vaso de agua. El silencio de la noche que la envolvía se sentía abrumador y el celular en su mano parecía ser una gran roca pesada. Bebió el agua fresca mientras dejaba el celular, encendido y abierto en el chat, sobre la mesada. Apoyó sus manos en la misma, estirando su espalda y metiendo la cabeza entre los brazos, mirando la punta de los dedos de sus pies descalzos. Cerró sus ojos y suspiró una vez más. Luego, se dio un leve impulso de ánimo, y volvió a tomar el celular.

Emilia Forks:
Lo sé… podemos vernos mañana.

Dante Mitras:
¿Podría ser ahora?

Emilia parpadeó ante el mensaje casi instantáneo que había recibido por parte de él, como si también permaneciera en vigilia, esperando una respuesta de ella. Por un lado, sintió que estaba apresurándose a decirle todo a Dante, y le preocupaba que recibiera información que pudiera perjudicar su salud, pero quería ser totalmente honesta con él.

Mordió su labio y luego aceptó verlo. Lo citó en un pequeño parque, no muy lejos, entre su departamento y la casa de la madre de Dante.

Regresó a su habitación para tomar un abrigo y luego fue hacia la habitación donde Joss descansaba. Se había quedado para cuidar de ella y del niño.

Observó a su amigo dormir. Se sentó a su lado, en el borde de la cama, y acarició lentamente su cabello rojo como el fuego, admiró las pequeñas pecas que adornaban sus mejillas y esa mandíbula perfilada que en su adolescencia la había vuelto loca. Deseaba con todo su corazón que Joss encontrara a una mujer que lo amara tanto como él la amó a ella.

—¿Li-Li? —preguntó somnoliento.

Emilia hizo un sonido afirmativo con su garganta.

—¿Qué sucede? ¿Te duele algo? ¿Estás bien?—consultó con preocupación evidente en su tono de voz, mientras se sentaba de inmediato y le tomaba sus mejillas para examinar su rostro con cuidado, incluso si apenas lograba ver por el reflejo de la luz de la luna.

Ella apoyó sus manos sobre las muñecas de Joss y le dirigió una sonrisa tranquilizadora.

—Estoy bien, Jo-Jo… solo… quiero otro favor.

Joss ladeó la cabeza.

—¿Otro favor?

Emilia asintió y suspiró, agachando la mirada.

—Quiero que cuides a Edward porque… iré a ver a Dante.

Cerró sus ojos esperando a que la regañara, como siempre hacía, o que, al menos, se negara porque ya estaba harto de hacerle ese tipo de favores en los que ella se involucraba con cualquier asunto que tuviera que ver con Dante. Pero nada de eso sucedió. En cambio, Joss suspiró y, aun teniendo el rostro de Emilia entre sus manos, se acercó a ella y besó su frente con suavidad.

—Ve.

No hubo preguntas, así de simple. Emilia parpadeó, sorprendida ante su aceptación, y de inmediato lo abrazó, llorando, agradecida por tener ese tan buen amigo, a pesar de que sentía que no se merecía la linda amistad que le había brindado por tantos años.

—Y deja de llorar, o verás a Dante con los ojos hinchados.

Una pequeña risa los invadió a ambos antes de que Joss besara la sien de Emilia y se levantaran al mismo tiempo. Ella se dirigió a la salida y Joss se metió en el cuarto de Emilia para recostarse junto a Edward y cuidarlo.

Emilia estacionó su camioneta a pocas calles del parque, decidiendo que lo mejor era llegar caminando, para tomarse un momento de relajación y poner en orden a los mastodontes que estaban inquietos en su estómago.

El aire fresco y húmedo acariciaba las caras de Emilia y Dante mientras se acercaban a la entrada del parque. El aroma a tierra húmeda y a flores nocturnas se mezclaba con el olor a madera mojada de los árboles, creando una atmósfera melancólica y romántica.

El parque se extendía como un oasis de paz en medio del bullicio de la ciudad. Un manto de silencio y oscuridad, solo interrumpido por el canto de los grillos y el suave susurro del viento entre las hojas de los árboles, lo cubría. Era un laberinto de senderos sinuosos que se entrecruzaban entre árboles centenarios, cuyas sombras danzaban en el suelo, formando patrones enigmáticos que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. En el centro del parque, una fuente de piedra antigua se alzaba majestuosa, su agua cristalina corría con un sonido suave y continuo que invitaba a la calma. Junto a la fuente, un banco de madera, desgastado por el paso del tiempo, ofrecía un lugar tranquilo para hablar, y un halo de luz suave se filtraba entre las copas de los árboles, iluminando tenuemente el entorno y creando un ambiente misterioso que acentuaba el peso de la verdad que Emilia estaba por revelar.

—Hola… —murmuró Dante al estar finalmente frente a ella, cara a cara. Sus manos se apretaron en puños dentro de la sudadera oscura, cuya gran capucha le cubría la cabeza. Su pecho se agitaba, mientras sus fosas nasales se extendían al intentar normalizar su respiración luego de haber llegado corriendo, porque, desde el accidente, le costaba mucho estar detrás del volante. Sus labios temblaron levemente con nerviosismo mientras miraba a la misma extraña que últimamente ocupaba sus pensamientos.

—Hola, Dante —respondió ella, mientras soltaba un gran suspiro y miraba hacia la entrada del parque, dándose valor. Al confirmar que no había ningún paparazzi cerca listo para captarlos en cámara, dio un paso más cerca de él y le ofreció su mano para que este la tomase y la siguiese hacia donde ella quería llevarlo.

Vacilante y desconfiado al principio, tomó su mano, sintiendo una descarga eléctrica que lo dejó aún más confundido y nervioso. Todo pasó desapercibido para ella, porque Dante había mantenido su semblante casi estoico.

—Y… ¿Cómo estás? —preguntó ella, para romper el hielo—. ¿Cómo van los preparativos para el concierto?

Dante miró al frente, recorriendo el paisaje del parque para evitar la mirada de Emilia. No estaba seguro de si ella estaba fingiendo hacerse la desentendida, o si realmente estaba intentando ser amable con él.

La verdad era que Kevin había estado moviendo algunas cartas debajo de la manga al descubrir que Emilia se había filtrado en el lugar donde Dante daría su concierto y que había interactuado con su cantante estrella. Temeroso de que pudiera alterar el perfecto orden que había creado para controlar a Dante, se adelantó presuroso a conversar con él, para crearle ideas totalmente falsas de la boxeadora. Manipuló la información necesaria que había adquirido de manos de Dylan y creó una nueva imagen de ella para que Dante no se acercara. Pero el cantante aún dudaba respecto a las palabras que Kevin le había dicho.

—Quiero ir directo al grano —dijo él, sintiéndose abrumado por todo lo que su mente estaba maquinando en ese momento, recordando las palabras de Kevin sobre Emilia, las palabras de Marie sobre lo enamorado que estaba y las de su hermano Andreas, quien le había mencionado que les presentaría a alguien el mismo día en el que el accidente ocurrió. Todo eso y más, se le hizo una maraña en la mente, mientras cerraba sus ojos con fuerza —. ¿Quién eres realmente, Emilia?

Ella se detuvo al sentir cómo él se soltaba de su agarre, ocasionándole la sensación de estar incompleta. Un vacío extraño. Suspiró y se relamió los labios, sentándose en el banco de madera desgastada.

—Soy Emilia Forks, la hija adoptiva de Malcolm, ex boxeadora profesional —le respondió de manera sencilla—. No soy tu novia, ni lo fui, pero sí pasamos la noche juntos una vez. Justo después del lanzamiento de tu nuevo álbum, en el cual hay una canción que escribiste para mí.

Dante se rio y se frotó el cabello.

—Imposible… —mencionó mientras negaba. «¿Por qué iba a dedicarle una canción a un revolcón?», se preguntó. Las palabras que Kevin le había dicho no tenían sentido ahora, pero las de Marie y Andreas comenzaban a tener más fuerza.

Emilia lo miró sin poder creérselo, él parecía mirarla con una chispa de rencor y confusión, y ella cada vez entendía menos.

—Escúchame bien, imbécil— soltó ella, mientras se acercaba a él, molesta—. Tú te apareciste en la casa de Malcolm un día y con tu estúpida risa me despertaste de mi siesta reparadora. Comimos en la misma mesa y, a pesar de que intentabas hablar conmigo, te ignoré. Yo… siempre te ignoraba o rechazaba, pero no quería hacerlo en verdad… —comenzó a relatar mientras se le formaba un nudo en la garganta. Suspiró mirando hacia un costado intentando relajarse y recobrar la compostura—. Soy madre temporal de un niño, Edward —mencionó ella, esperando a que él recordara al niño, al menos de aquella primera vez en la que huyeron de la casa de la madre de Dante, en la cena no concretada.

El cantante asintió para que continuara y miró atento cómo ella miraba su celular, buscando algo. Rápidamente, frente a sus narices, observó la pantalla donde había un álbum de fotos de no mucho tiempo atrás. Sus pupilas se movían con velocidad mientras miraba en detalle cada fotografía, buscando un indicio de que nada era real, porque se negaba a creer que Kevin le había mentido.

En las fotografías, los tres se encontraban en un parque de atracciones, disfrutando de todos los juegos. Dante sintió una punzada en su cabeza al tener un recuerdo borroso de aquel día, donde escuchaba risas y veía largas filas de personas.

—No es suficiente… —dijo él, apartando el celular y dejándose caer en el banco de madera. Emilia soltó un bufido exasperado y lo siguió, sacando la pequeña nota que él le había hecho.

—Tú mismo escribiste esto para mí. Dejaste esta nota junto al desayuno que pediste que me dieran la mañana siguiente a la noche que pasamos juntos.

Dante la miró entre avergonzado y confundido, tomó la nota y la leyó.

Era imposible negar que era su letra y, de pronto, mientras la escuchaba relatar momentos y conversaciones que habían compartido, a medida que la verdad se abría paso ante él, empezó a recordar pequeños momentos con Emilia. Estos fragmentos no eran del todo claros ni parecían tener un orden, pero al menos su relato coincidía con las escenas extraviadas en su cabeza, ayudando a reconstruir algo de lo que había perdido.

Poco a poco, y con la ayuda de las pruebas obtenidas, Emilia comenzó a relatarle la verdad sobre el accidente que había sufrido y, aunque inicialmente él se mostró reacio, las pruebas eran irrefutables y Dante se vio obligado a aceptar la realidad.

La conspiración y las traiciones a las que había sido sometido dejaron a Dante en estado de shock, pero también lo obligaron a repensar su relación con Emilia.

Ella mordió su labio mientras lo observaba sumido en un completo silencio, admirando el paisaje a su alrededor, que se le hacía conocido, sin darse cuenta de que era el lugar donde él y Marie se habían besado para la cámara por orden de Kevin.

Para Dante y Emilia, la revelación de la verdad era tanto una liberación como una herida abierta. Aunque rescataba a Dante de las mentiras que lo atormentaban, también le traía el sufrimiento de la traición. Emilia, soportando el dolor de la realidad develada, se mantuvo junto a Dante, dispuesta a luchar por su amor hasta el final.

«Tan hermosa...», pensó él. Sus ojos la miraron fijamente, manteniéndose en aquel gesto que ella hacía con su boca y sintiendo las caricias reconfortantes que ella le ofrecía sobre uno de sus hombros.

Estiró una de sus manos para acariciar con el pulgar el labio de Emilia y liberarlo de sus dientes. Ella sintió que se le atoraba el aliento y lo miró fijamente, sintiéndose tan emocionada como los mastodontes en su estómago. Allí estaban, otra vez, aquellos ojos de una combinación extraña que tanto le encantaban.

—No hagas eso… —le pidió en un susurro, mientras se inclinaba levemente más cerca de ella. Pero ni siquiera tuvo tiempo a decir nada más, porque, impaciente, Emilia lo tomó por el cuello y lo atrajo hacia ella, capturando sus labios.

Al principio, se trató de un beso lento, un poco tímido. Pues, a pesar de que la verdad había sido revelada, Dante aún no recuperaba su memoria ni se acordaba de los sentimientos que tenía hacia ella.

Él cerró sus ojos con fuerza. Algo nuevo lo atormentaba y lo obligó a detenerse, echándole un balde de agua al fuego que comenzaba a sentir. Emilia se apartó confundida y lo miró, esperando una respuesta a aquella acción repentina de no seguir con el beso.

—Aún no puedo recordarte...  —murmuró—. No me parece justo para ti. Lo siento.

A Emilia se le llenaron los ojos de lágrimas y dirigió su vista hacia adelante. El amanecer estaba comenzando. Sonrió, dejando caer algunas lágrimas y se puso de pie sin dejar de ver el horizonte —le encantaba la combinación entre el violáceo y el rojo fuego—.

—Sé que será difícil volver a lo de antes… —dijo ella, dirigiéndole una mirada fugaz— pero quiero que me recuerdes por tu cuenta. Estoy segura de que lo harás, tarde o temprano.

—Espero no hacerlo muy tarde —dijo él con ironía y miró con tristeza lo afectada que se veía ella. Quería ponerse de pie y rodearla con sus brazos, pero no se sentía seguro de hacerlo.

—Yo también… —susurró Emilia, mientras miraba cómo las estrellas en el cielo dejaban de ser visibles. Le preocupaba que Dante no pudiera recordarla a tiempo, pero tampoco lo culparía si no lograba hacerlo.

Ella suspiró, limpió sus lágrimas y, con valentía y seguridad, se acercó a él tomando su mano y acariciándola levemente. No apartó la mirada de sus ojos. Esbozó una suave y pequeña sonrisa. No quería apartarse de él, y Dante tampoco quería que ella lo soltara.

—Te recuperarás, no te preocupes —afirmó.
Cuando el cantante miró fijamente aquellos ojos color grafito que brillaban por las lágrimas contenidas, sintió que los muros se derribaban.

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