✶Diciotto
Le pasaba algo malo.
Jimin le dio un mordisco al prosciutto salado de los entrantes, bebió vino y se mezclo con los invitados. En cuestión de veinticuatro horas había pasado por todo aquello que siempre había evitado y despreciado.
Largas conversaciones centradas en bodas y en cosas de omegas. Hecho.
Cocinar, cortar y arruinar su manicura. Hecho.
Trata con una suegra, con cuñados y con primas que le metían las narices en sus asuntos y lo juzgaban. Hecho.
En ese caso, ¿por qué no salía corriendo de la estancia, aterrado como uno de esos idiotas de Scream al ver una obscena máscara blanca?
¿Tal ves porque sabía que todo era una mentira?
Tenia que ser por eso. No había otra explicación racional. Salvo cuando pasaba tiempo con su hermano y con Taehyung, no asistía a reuniones familiares. Cocinaba cuando él quería, cuando le parecía que sería divertido y así podría distraerse. A veces pasaba a ver como iba todo en su pequeña pastelería. Y nunca había tenido que lidiar con un montón de personas que se reían por lo bajo y le hacían un sinfín de preguntas. Estaba acostumbrado al silencio, había vivido con él casi toda la vida, y tenía muy poca experiencia con un afecto tan espontáneo.
Sin embargo, todos lo habían recibido con los brazos abiertos. Aunque las hermanas y hermano de Yoongi eran muy distintos entre sí, le caían bien. Eran auténticos. Su madre no se había reído ni lo había criticado mientras le enseñaba a preparar su primera receta de salsa para la pasta. Una minúscula parte de él cobro vida, una parte de la que se avergonzaba. ¿Qué se sentiría contar con tantas personas que lo quisieran con independencia de todos los errores que se cometieran?
Su mirada voló hasta Jennie, que se encontraba entre los brazos de su prometido, riéndose de algo que le había dicho. Su relación era muy evidente desde el otro extremo de la habitación, más cuando de ves en cuando se regalaban besitos, expresión enamorada de Kai le provocó una repentina emoción.
Anhelo.
Trago saliva para disolver el nudo que tenía en la garganta. Por más espantosa que le parecía la farsa, de alguna manera supo que era adecuada tras ver a la pareja. Nada debería interponerse entre ellos, mucho menos una antigua costumbre. ¿Qué se sentiría? ¿Qué se sentiría tener a alguien que lo mirase con ese afán posesivo, con tanto amor? ¿Qué se sentiría ser marcado con un aroma para reclamarlo suyo? ¿Qué se sentiría al pertenecer a una persona que lo quisiera de verdad y que ambos se enlazaran?
Se desentendió de las preguntas y regreso junto a Yoongi. Había llegado el momento, de volver a concentrarse en el juego. Lo vio junto a un hombre muy atractivo de pelo negro, ojos azules. Los rizos negros le caían en la frente. Joder, estaba para comérselo, tanto que llegó a preguntarse si seria modelo. Jihoon estaba con ellos, con la cabeza echaba hacia atrás mientras miraba al desconocido como si fuera el sol, lo único que se interponía entre él y la muerte gélida.
Presó de la curiosa el omega rubio se acercó al grupo y se colocó junto a Yoongi.
–Ah, Jimin, estás aquí – dijo el Alfa– Te presento a mi amigo, Choi Seungcheol. Lleva años formando parte de la familia, tanto que lo considero como un hermano. Trabaja en la Dolce Famiglia como mi mano derecha.
Seungcheol era su Dios sexual, clavó su penetrantes ojos en él y sonrió. Se le formaron unas arruguitas en las comisura de los labios. Jimin parpadeó asaltado por la arrolladora sensualidad de ese Alfa. Por raro que pareciera, no experimentó la conexión ardiente que sentía con Jungkook, sino un placer estético al poder contemplar a una criatura tan impresionante. Le tendió la mano, que él estrecho con firmeza.
No. Nada de química. Menos mal. Se compadecia de la persona que llegue a enamorarse de ese hombre, ya que estaría destinada a caminar oculta por su sombra para siempre. Después se dio cuenta de que él hermano pequeño de Yoongi ya sufría ese mal.
Uf, qué pena.
Jihoon todavía no había llegado a la edad en la que se ocultaba las emociones. Puesto que no había madurado del todo, su cara reflejaba un anhelo que a Jimin le partía el corazón y le provocaba un miedo atroz. Vio su pasado al identificar a Jihoon con los difusos recuerdos del muchacho que él fue en otro tiempo. Antes de que le arrebataran la inocencia y su creencia en los finales felices.
Pobre Jihoon. Si sentía algo por Seungcheol, estaba destinado a que le partieran el corazón.
–¿Donde te has estado escondiendo, Yoongi? –Seungcheol los miró con cierta curiosidad y algo más. ¿Recelo? – Yo creyendote mi mejor amigo y no tenía la menor idea de que tenías pareja. Cuando la prensa no está haciendo eco de que el soltero más cotizado de Italia ha sido cazado, es que algo se cuece.
Ah, sí, El alfa cree que es un cazafortunas.
Yoongi resopló.
–Me parece que las revistas se interesan más por ti que por mí, amigo mío. Y, sí ni recuerdo mal, la última vez que hicimos cuentas me ganabas por un millón.
–Por dos.
–Vale, pero tu no eres Conde.
–Supongo que mi sangre Suiza–Coreana me sacó se esa competición. Pero tengo más tierras que tú.
Jimin puso los ojos en blanco.
–¿Por qué no se la sacan y ven quien la tiene más grande?
El Conde lo muro con cara de pocos amigos. El omega menor se cubrió la boca con una mano.
–Sí mis fuentes no me engañan, tu también tienes secretos –replicó Él Alfa– ¿Qué es eso que cuentan en las revistas de chismes de que estas saliendo con la realeza? ¿Las italianas no te bastan? ¿Necesitas sangre azul para satisfacerte?
Seungcheol meneó la cabeza.
–Serena ha acompañado a su padre en un viaje de negocios y me está haciendo compañía. Es heredera de una fortuna, no forma parte de la realeza. Su padre me despedazaría... no soy lo bastante bueno para casarme con un miembro de esa familia.
Jihoon hervía en furia.
–¡Que tontería! ¡Cualquiera que se case por dinero en lugar de hacerlo por amor se merece ser infeliz! Tu mereces mucho más que eso.
El Alfa llevó las manos al pecho.
–Ah, cara, ¿Quieres casarte conmigo? Veo que compartes mi opinión.
El omega con lentes puso coloradisimo. Le temblaban los labios mientras intentaba replicar. Que gran lío. Estaba enamorado del mejor amigo de su hermano, que era unos cuantos años mayor que él, y encima estaba atrapado en el cuerpo de un omega que no habia terminado de desarrollarse y que deseaba con desesperación a alguien a quien no podía tener. Al menos de momento.
Jimin abrió la boca para distraer la atención, pero Yoongi acabó de rematar la faena. Le hizo cosquillas a su hermano debajo de la barbilla con la misma sonrisa que un adulto le regalaría a un niño pequeño.
–A Hoonie todavía le falta muchos años para pensar en Alfas. Primero aceptará el puesto que le corresponde en la empresa familiar y terminará sus estudios universitarios. Además, es un buen chico y tú amigo mío, solo sales con las malas.
Ambos se echaron a reir, sin darse cuenta de que sus carcajadas le hacían mucho daño a alguien
El menor se quedó blanco y agachó la cabeza. Cuando volvió a levantar la barbilla, tenía lágrimas de rabia en los ojos.
–No soy un niño Min Yoongi –mascullo– ¿Por qué no se dan cuenta una buena vez?
Acto seguido, dio media vuelta y salió corriendo de la estancia.
–¿Qué dije? –pregunto el Alfa– Solo bromeaba.
Seungcheol parecía igual de perdido.
El único omega entre dos soltó un suspiro irritado y apuro el resto de vino de un trago.
–Son unos imbéciles.
–¿Qué he hecho? Se estaba comportando de manera irracional y estaba siendo desagradable con nuestros invitados. No quería hacerle daño.
Seungcheol se agitó, incómodo.
–¿Voy a hablar con él?
–No, la responsabilidad es mía. Yo hablaré con él.
El castaño le puso la copa vacía a Yoongi en las manos.
–Ni se les ocurra acercarsele. Ya han hecho suficiente daño. Yo hablaré con Jihoon.
La cara del Alfa reflejaba su escepticismo.
–Cariño, no tienes mucha experiencia con jovencitos. Jihoon aveces necesita mano firme para que entre en razón. A lo mejor Chaewon debe hablar con él.
El omega castaño dudaba mucho que su hermana, tan analítica, comprendiera mejor que él a Jihoon. Además, ese tono de voz lo había enojado de nuevo, porque básicamente le estaba diciendo que no era capaz de manejar esa situación en las últimas veinticuatro horas ese hombre había insultado su profesión, sus habilidades culinarias, sus habilidades sociales en última instancia. Se obligó a esbozar una sonrisa tan dulce que casi se provocó una caries.
–No te preocupes, cariño –replicó con retitín, con un deje tan burlon que él lo captó a la primera– Voy a darle una buena noticia para alegrarlo.
–¿Qué noticia?
Miro a esos dos Alfas tan guapos y esbozó una sonrisa burlona y traviesa.
–Voy a organizarle una cita a ciegas. Con un Alfa fantástico.
Yoongi echaba humo por las orejas y su aroma espesó.
–Nada de eso. Mi hermano pequeño no sale con Alfas.
–Por eso será lo más adecuado para él. Nos vemos – Le echó más sal a la herida se pudo de puntillas y lo beso en los labios y jaló un poco el arete que se encontraba en el labio inferior entre sus dientes. La corriente que se creó entre ellos lo distrajo un instante, pero decidió pasar de ello. –Cariño, no discutamos en nuestra luna de miel cuando podemos concentrarnos en otras actividades masa interesante –dijo guiñandole el ojo a Seugcheol y se alejó, contoneandose con la mirada del Conde en su trasero.
Contuvo una carcajada. Joder, al menos algo iba a ser divertido. Desafiar su ingenio y su terquedad le ofrecía ciertos beneficios. Subio la escalera en busca del dormitorio de Jihoon. Que el Conde rumiara la horripilante idea un rato. Más tarde le confesaría que no conocía un chico adecuado para su hermano. Por desgracia, su bocaza había vuelto a meterlo en problemas y aún tenía que hablar con Jihoon. La verdad era que no tenía experiencia a ofrecer consejos. ¿Qué podría decirle para que se sintiera mejor?
Suspiro y se detuvo delante de la puerta cerrada, tras la cual escucho sollozos. Le sudaban las manos cuando se las restrego por sus pantalones blancos. Menudo tontería. Si Jihoon no quería hablar con él, se quedaría allí un rato para que Yoongi creyera que sí habían charlado. Levantó la mano y llamó a la puerta.
–¿Jihoon? Soy Jimin. ¿Quieres hablar o prefieres que me vaya? –Si, era un cobarde. Un buen consejero exigiría que abriera la puerta para poder hablar. Se produjo un breve silencio. El alivio lo inundó mientras se daba la vuelta para marcharse. –Bien, entiendo, me...
La puerta se abrió de repente.
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