
── 𝟎𝟑. 𝐑𝐮𝐦𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐲 𝐫𝐞𝐜𝐮𝐞𝐫𝐝𝐨𝐬
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"𝐍𝐎 a los lectores fantasma
| 20 años antes, en alguna parte de Grand Line |
ERA UNA TARDE CALIDAD en un pequeño puerto perdido en el vasto Grand Line. El sol comenzaba su descenso mientras el puerto zumbaba de actividad con marineros descargando suministros y reparando barcos, a unas calles de distancia, en una taberna tranquila, se gestaba un plan completamente diferente.
El interior del lugar estaba lleno de vida, los amigos del hermano de Mar trabajaban con entusiasmo, decorando cada rincón para una ocasión muy especial, el sexto cumpleaños de su pequeña hermana.
Risas y bromas llenaban el aire mientras la tripulación colgaba guirnaldas de papel traídas de alguna isla lejana y colocaban sobre las mesas una modesta pero generosa variedad de frutas, panes y jarras de cerveza. No había opulencia en la celebración, pero el esfuerzo y la calidez del grupo lo convertían en un evento lleno de significado.
—¡Oye, no cuelgues eso tan alto! —bromeó uno de los piratas, señalando a otro que intentaba fijar una guirnalda casi al alcance del techo—. ¡La pequeña Mar no es un gigante, no va a poder verlo desde ahí!
La risa se extendió por la taberna, cálida y contagiosa. En una esquina, su hermano observaba el caos organizado con una sonrisa tranquila, había en sus ojos una mezcla de alegría y nostalgia, un reflejo de lo mucho que significaba este día para él. Sobre una mesa cercana, un paquete cuidadosamente envuelto en una tela de terciopelo oscuro capturaba la atención de cualquiera que pasara.
—¿Todo listo, muchachos? —preguntó mientras se pasaba una mano por el cabello.
—¡Todo listo! —respondió uno de los piratas con una sonrisa ancha—. Lo único que falta es la cumpleañera.
Como si esas palabras hubieran invocado un hechizo, la puerta de la taberna se abrió de golpe. Mar apareció con su cabello trenzado y cayendo sobre su espalda, entró corriendo con una sonrisa tan amplia que parecía iluminar el lugar. Llevaba un sencillo vestido rojo, regalo improvisado de uno de los amigos de su hermano.
—¡Hermano! —exclamó Mar, lanzándose hacia él con los brazos abiertos.
La atrapó levantándola con facilidad del suelo y girándola en el aire como si fuera ligera como una pluma, la risa cristalina de Mar llenó la taberna, mezclándose con la risa grave de su hermano, y pronto todo el lugar se contagió del momento, los piratas observaban la escena con sonrisas y ojos llenos de ternura.
—¡Feliz cumpleaños, pequeña! —exclamó él mientras la bajaba suavemente, arrodillándose frente a ella para mirarla directamente a los ojos—. A ver, dime, ¿cómo se siente tener seis años?
—¡Me siento más grande que nunca! —respondió con entusiasmo, extendiendo los brazos al máximo, como si quisiera abarcar el mundo entero.
Él rió y la atrajo de nuevo hacia sí en un abrazo lleno de calidez, disfrutando de ese momento único, solo existía su pequeña hermana y la felicidad que irradiaba.
Los piratas alrededor levantaron sus jarras en un brindis silencioso, algunos lanzaron vítores, y otros continuaron ajustando los últimos detalles de la decoración, asegurándose de que todo estuviera perfecto.
Después de un rato, él se apartó ligeramente, su rostro reflejando una mezcla de emoción y solemnidad. Tomó aire como si estuviera preparándose para un momento especial y señaló con un gesto hacia la mesa donde descansaba un paquete envuelto en terciopelo oscuro.
—Tengo algo para ti, Mar —dijo con un tono cargado de significado—. Es una sorpresa muy especial. Algo que te conecta con mamá.
Mar lo miró con los ojos abiertos de par en par, llenos de curiosidad y emoción. Lentamente, caminó hacia la mesa, sus manos pequeñas y temblorosas comenzando a desatar el nudo que mantenía la tela cerrada, los demás observaban en un silencio expectante, sabiendo que ese momento era único.
Cuando finalmente retiró la tela, dejó al descubierto un violín de madera reluciente, junto a un arco de crin blanca descansaba con elegancia. Por un momento, Mar no dijo nada. Sus ojos, enormes y brillantes, recorrían cada detalle del violín, mientras sus manos lo acariciaban con cuidado.
—Es... es como el de mamá... —murmuró en voz baja, como si no se atreviera a romper el hechizo de ese instante.
Él asintió con una sonrisa suave y se arrodilló a su lado, sus ojos reflejando una emoción contenida.
—Sí, lo es. Este violín era suyo, Mar. Mamá solía tocarlo para nosotros cuando éramos pequeños. Siempre decía que la música podía acercarnos, incluso cuando estuviéramos lejos. Ahora quiero que sea tuyo.
Los ojos de Mar comenzaron a llenarse de lágrimas, pero estas no eran de tristeza. Eran de alegría y emoción. Apretó el violín contra su pecho como si fuera el mayor tesoro del mundo
—Gracias, hermano...
Sin pensarlo dos veces, lo abrazó con todas sus fuerzas, hundiendo su rostro en su hombro. Él respondió al abrazo con igual intensidad, cerrando los ojos un instante.
—No llores, pequeña —dijo suavemente, acariciando su cabello—. Hoy es un día para sonreír, ¿de acuerdo? Quiero verte feliz.
Mar asintió rápidamente, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
—¿Puedo tocarlo? —preguntó, su voz teñida de timidez y emoción.
—Por supuesto. No importa si no sabes cómo, lo importante es que lo intentes. Estamos todos aquí para escucharte.
Los piratas comenzaron a aplaudir y a vitorear, animándola con entusiasmo. Mar, aún algo nerviosa, levantó el violín y lo sostuvo como mejor pudo, colocó el arco sobre las cuerdas, intentando imitar lo que recordaba haber visto hacer a su madre.
El primer sonido fue un chirrido agudo, pero eso no desanimó a nadie. Cada nota que tocaba, por más imperfecta que fuera, resonaba en la taberna con una promesa de algo más grande.
—¡Eso es, pequeña! ¡Sigue así! —gritó uno de los piratas, levantando su jarra en un brindis.
La fiesta continuó hasta bien entrada la noche, con Mar practicando con su violín mientras los piratas la animaban y celebraban cada progreso. Desde una esquina, su hermano la observaba, su sonrisa llena de orgullo y un brillo en los ojos que revelaba tanto amor como tristeza, el tiempo juntos era fugaz, pero ese momento quedaría grabado para siempre en sus corazones.
Estaba sumida en el sueño, atrapada en recuerdos difusos de su infancia, veía figuras borrosas y sombras que se movían sin forma definida, el rostro de su hermano parecía un espejismo, cada vez que intentaba enfocar su imagen, esta se desvanecía en la bruma.
El suave sonido de una puerta deslizándose la devolvió al presente. Hikari entró con pasos silenciosos en la pequeña cabina del barco.
—Capitana —dijo en voz baja, tocando con delicadeza el hombro de Mar—. Estamos llegando.
Mar abrió los ojos lentamente, tratando de sacudirse la sensación de pérdida que siempre acompañaba aquellos sueños. Se incorporó con esfuerzo, apartando los mechones sueltos de su rostro mientras dejaba escapar un suspiro.
—Otra vez ese maldito sueño... —murmuró, con voz cansada.
—¿Era sobre tu hermano?
—Sí —respondió Mar con un ligero asentimiento—. Lo siento tan cerca en mis sueños, pero su rostro... su nombre... todo sigue siendo un vacío.
Hikari guardó silencio por un momento, sus ojos cálidos y comprensivos fijos en Mar antes de que una pequeña sonrisa cruzara sus labios.
—Tal vez esta isla te ayude a recordar. A veces, los lugares tienen una forma de devolvernos lo que hemos perdido.
Mar asintió sin mucho convencimiento, la idea de recuperar recuerdos tan esquivos parecía casi imposible. Años de disciplina bajo el entrenamiento de Mihawk habían hecho que se concentrara tanto en su presente y futuro que el pasado quedó enterrado en los rincones más profundos de su mente.
Sin embargo, algo en la idea de llegar a su destino despertaba en ella una mezcla de nostalgia y aprensión, era parte de su historia, pero no estaba segura de estar lista para enfrentar lo que pudiera encontrar allí.
Cuando salió a la cubierta, la luz plateada de la luna bañaba las olas suaves que rompían contra el casco del barco, y a lo lejos, la silueta de aquella isla se recortaba contra el horizonte. Las luces del puerto titilaban como pequeñas estrellas, evocando en Mar un recuerdo vago de cuando, siendo niña, solía mirar los barcos que llegaban desde el horizonte. En la cubierta, Ren y Kaito ya estaban observando la aproximación a la isla.
—Capitana, ¿cómo está? —preguntó Kaito, directo como siempre—. ¿Sigue teniendo esos sueños?
—Sí. Pero ahora tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos —respondió Mar con una ligera sonrisa—. Estamos llegando a la Villa Foosha. Debemos estar preparados.
—Parece un lugar tranquilo, pero no deberíamos bajar la guardia —comentó Hikari, cruzando los brazos y frunciendo ligeramente el ceño—. Nunca sabemos qué nos puede esperar en tierra firme.
—Tienes razón —respondió Mar, agradecida por su prudencia—. Por ahora, no estamos aquí para hacer enemigos. Mantendremos un perfil bajo, nos enfocaremos en lo que vinimos a buscar.
La tripulación asintió en silencio y entendían lo importante que era esta misión para su capitana, incluso si no entendían todos los detalles.
—Lo que sea que encontremos, estamos contigo, Capitana —dijo Kaito, golpeando su puño contra la palma de su mano, con una determinación inquebrantable.
Cuando el barco finalmente atracó en el puerto, la tripulación descendió con cautela. Mar, consciente de la creciente notoriedad de su nombre en los mares, optó por un cambio en su apariencia para evitar ser reconocida. Mientras caminaban por las calles adoquinadas de la Villa Foosha, las luces titilantes de las casas y el murmullo lejano del mar despertaron en Mar una oleada de nostalgia.
Hikari caminaba a su lado dejando que Mar liderara el camino, siempre estaba lista para actuar, pero sabía que este momento no era para interferir, sino para apoyar en silencio.
—¿Qué sientes al estar de vuelta aquí? —preguntó en voz baja, su tono suave y comprensivo.
Mar suspiró mientras sus ojos recorrían las pequeñas casas y las luces tenues que iluminaban las calles.
—Todo parece tan igual y, al mismo tiempo, tan diferente... Es como volver a un lugar que nunca abandoné, pero que tampoco me pertenece del todo.
—Si las cosas son tan pacíficas como parecen, no deberíamos tener problemas —comentó Ren que observaba cada esquina con una mirada analítica—. Pero nunca está de más estar preparados.
Kaito, en cambio, estaba más centrado en desentrañar el pasado de Mar. Miraba con curiosidad los alrededores, intentando imaginar cómo habrían sido sus días en ese lugar.
—Capitana, ¿esta es la isla donde vivía antes de estar bajo la tutela de Mihawk? —preguntó, su voz llena de genuino interés.
Mar se detuvo un momento, dejando que su mirada se perdiera entre las sombras de las casas.
—Mi hermano y yo llegamos aquí después de la muerte de nuestros padres.
Llegaron a un pequeño bar que Mar recordaba vagamente de su infancia, decidio entrar, buscando cualquier señal que pudiera arrojar luz sobre su pasado. El lugar estaba casi vacío, pero había algo en el ambiente: un eco distante, una sensación que le resultaba extrañamente familiar.
Mientras la tripulación se acomodaba en una mesa, Hikari observaba a Mar con atención, su mirada llena de curiosidad y preocupación.
—Este lugar parece significativo para ti —comentó suavemente.
—Cuando era niña, solía escuchar historias de los piratas que pasaban por aquí. Creo que fue donde oí por primera vez las leyendas sobre el tesoro más grande de todos, el One Piece. Nunca pensé que algún día mi vida terminaría tan cerca de esas historias.
La conversación en la mesa se detuvo por un momento mientras sus palabras resonaban en el aire. Los tres sabían que detrás de su fortaleza había un pasado lleno de vacíos y recuerdos fragmentados.
—No importa lo que encuentres aquí, estamos contigo —dijo Hikari con firmeza, uniendo su mirada a la de Mar.
Ren y Kaito asintieron en señal de acuerdo. Cada uno entendía que este momento no era solo para Mar; su lealtad los había llevado a compartir no solo el viaje, sino también los sueños y las cargas de su capitana.
Mar miró a sus compañeros, sintiendo una oleada de gratitud. De repente, la puerta del bar se abrió de golpe, y un grupo de hombres entró, riendo y hablando en voz alta. Se dirigieron a una mesa cerca de la barra y pidieron una ronda de ron.
—¿Has escuchado? —preguntó uno de ellos, elevando la voz sin preocuparse de ser discreto—. ¡Parece que hay noticias nuevas del One Piece!
La mención del tesoro atrajo la atención de los presentes. Kaito, sentado junto a Mar, frunció el ceño intrigado, mientras ella mantenía una expresión neutral, aunque por dentro estaba alerta.
—¿Noticias? —respondió otro del grupo, con tono despectivo—. Siempre hay rumores. Nada nuevo. Nadie lo ha encontrado ni lo va a encontrar.
—He oído que el One Piece está más cerca de lo que la gente cree —insistió el primero—. Los rumores están por todas partes. Y con lo que pasó con Roger, todos quieren ser el siguiente en la lista.
—¿El One Piece? —dijo otro con una carcajada—. La gente sigue soñando con eso. Nadie lo encontró antes, y nadie lo hará ahora. Roger se llevó su secreto a la tumba.
Mar esbozó una ligera sonrisa, oculta tras su máscara de serenidad. La leyenda del One Piece seguía siendo el tema recurrente entre los piratas, siempre alimentando sueños y ambiciones. Sin embargo, lo que vino después fue lo que realmente captó su atención.
—A propósito de Roger —comentó uno de los hombres, su tono más pensativo—, ¿Recuerdan a una niña que tocaba el violín?
El bar se llenó de un breve silencio expectante antes de que otro de los hombres hablara.
—Oh, claro. Esa niña solía tocar en la Villa Foosha, era... algo especial. Su hermano trabajaba con Roger, si no me equivoco.
Hikari arqueó una ceja, alzando ligeramente la mirada hacia Mar. Pero un leve gesto de su capitana, apenas perceptible, le indicó que se mantuviera en silencio.
—Sí, la recuerdo —intervino otro hombre, tamborileando los dedos en la mesa—. Aunque su nombre... No puedo recordarlo. Pero estaba siempre junto a su hermano mayor. Él sí que era alguien destacado. Formaba parte de la tripulación de Roger D. Gold.
Mar sintió un escalofrío recorrerle la columna. Aquellas palabras eran como fantasmas susurrando verdades olvidadas.
—Ajá —murmuró el primer hombre, rascándose la barbilla—. Su hermano se unió a Roger, pero nadie sabe por qué la dejó atrás después de la ejecución. Una niña de siete años, sola, como si no valiera más que un viejo amuleto.
Los recuerdos se arremolinaron en la mente de Mar como una tormenta implacable, amenazando con derribar las murallas que había construido durante años. Su rostro permaneció sereno, una máscara de calma que ocultaba el torbellino de emociones en su interior. No quería recordar aquel día, el momento en que su hermano la dejó con una soledad que nunca había podido llenar.
—Es una historia difícil de olvidar —murmuró uno de los piratas, bajando la voz como si temiera ser escuchado—. Después de que su hermano partió, dicen que la niña desapareció. Nadie supo más de ella. Algunos aseguran que murió, otros que huyó. Pero... he oído algo interesante recientemente.
Mar mantuvo su postura relajada, pero una ligera tensión se reflejó en sus ojos. Hikari, Ren y Kaito también se inclinaron sutilmente hacia adelante, atentos a cada palabra.
—Dicen que no desapareció realmente —prosiguió el hombre, con un tono más conspirativo—. Los rumores apuntan a que terminó bajo la tutela de Dracule Mihawk. ¿Sabéis lo que eso significa, verdad?
El aire pareció volverse más denso en torno a la mesa. El nombre de Mihawk resonó como un trueno en la mente de Mar. Aunque no era la primera vez que escuchaba su conexión con él en labios ajenos, siempre le resultaba extraño oír su historia narrada como si fuera una leyenda.
—Dracule Mihawk... —murmuró otro pirata, dejando escapar un leve silbido de respeto—. El espadachín más fuerte del mundo. Si esa niña está con él, debe haber aprendido lo mejor.
El primer pirata asintió, inclinándose hacia adelante como si revelara un secreto.
—Eso es lo que dicen. Nadie sabe dónde está ahora, pero los rumores aseguran que está entrenando para convertirse en algo grande, algo... legendario. Si Mihawk la ha tomado bajo su ala, no me extrañaría que ya sea tan peligrosa como él.
Mar permaneció en silencio, dejando que sus compañeros intercambiaran miradas de complicidad. Kaito apretó los puños con una chispa de emoción ante la mención de su capitana, mientras Ren y Hikari se mantenían firmes, observando con cautela la escena.
Los piratas, ajenos a la presencia de Mar y su tripulación, seguían compartiendo la historia como si fueran los únicos guardianes de aquel secreto.
—No entiendo —dijo uno de ellos, frunciendo el ceño—, ¿cómo pudo su hermano abandonarla siendo solo una niña? ¿Qué clase de hombre hace eso?
—Quizás la dejó porque sabía que su destino estaba en los mares —respondió otro, tomando un largo trago—. Tal vez pensó que estaría más segura lejos de él, con todo lo que pasaba en esos tiempos con Roger y su tripulación.
El silencio de Mar cortó la conversación como un filo invisible. Su voz, serena pero firme, atrajo inmediatamente la atención de todos.
—Quizá nunca sepamos la verdad —dijo, sus ojos fijos en ellos con una intensidad que no admitía réplica.
Los piratas se giraron sorprendidos hacia ella, viendo a la joven capitana sentada a pocos metros. Aún no la reconocían por completo, pero había algo en su presencia que imponía respeto.
—¿Y tú quién eres, chica? —preguntó uno, desconcertado por la audacia de la intervención.
Mar esbozó una sonrisa sutil, fría y controlada, que no llegó a sus ojos.
—Solo alguien que ha escuchado demasiados rumores. Pero tal vez antes de esparcirlos, deberían cuestionarse si son verdad.
Un pirata entrecerró los ojos, como si intentara encajar piezas en su memoria. Había oído hablar de ella, aunque no se atrevía a admitirlo en voz alta.
—Dices cosas interesantes, niña. Pero aquí sabemos que los rumores tienen algo de cierto. Y si lo de Mihawk es verdad... entonces eres alguien a quien debemos tener en cuenta.
Mar mantuvo la compostura, su mirada firme y directa.
—Eso se verá —respondió con decisión—. Mientras tanto, sigan con sus historias. A veces, el pasado es lo único que nos queda.
El aire se volvió denso, cargado de tensión. Los piratas dudaban cómo reaccionar ante aquella joven que hablaba con tanta seguridad. De pronto, uno de ellos pareció reconocerla.
—¿Eres... la niña del violín? —preguntó, con cautela, intentando asegurarse.
Mar no respondió con palabras, pero su mirada bastó para dejar claro que sí. El silencio se instaló entre ellos. Uno a uno, los piratas desviaron la vista, incómodos ante la presencia de alguien que podía ser mucho más peligroso de lo que imaginaban.
Finalmente, se levantaron y salieron del bar, dejando tras de sí un ambiente cargado y pesado.
Hikari fue la primera en romper el silencio, mirando a Mar con una mezcla de admiración y preocupación.
—¿Estás bien, capitana? —preguntó con suavidad.
Mar asintió, aunque por dentro las palabras de los piratas seguían resonando. Recordar a su hermano despertaba emociones que preferiría mantener guardadas, y saber que su historia y la conexión con Mihawk circulaban sin control no la tranquilizaba.
—Estoy bien —respondió con calma—. Pero debemos ser más cautelosos de ahora en adelante. Regresemos al barco.
Con esa orden, se puso de pie y comenzó a alejarse, con su tripulación siguiéndola sin dudar.
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