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20

La sala estaba sumida en una oscuridad espesa, tan pesada que parecía absorber cualquier atisbo de esperanza. El aire estaba impregnado con el hedor del miedo, mezclado con el aroma metálico de la sangre seca en las paredes de piedra, que los elfos aún no limpiaban. Aquel era el lugar donde las promesas de lealtad se sellaban con dolor y donde cualquier duda se castigaba sin piedad. Voldemort había convocado a sus mortífagos, y cada uno de ellos sabía que la más mínima falta de respeto sería suficiente para condenarlos a la tortura o la muerte.

Sébastien estaba sentado a la derecha del Señor Tenebroso, un lugar reservado solo para los más leales y, sobre todo, los más útiles. Su mirada era helada, un reflejo de la indiferencia que sentía hacia la mayoría de los que compartían la sala con él. Frente a él, Bellatrix sonreía de manera inquietante, con los ojos llenos de un fervor fanático que rozaba la locura. Pero incluso ella sabía cuándo mantenerse en silencio y esperar a que su amo hablara.

Voldemort, con sus ojos rojos encendidos por una luz antinatural, dejó que el silencio se prolongara. Era un silencio que no pedía atención; la exigía. Cuando finalmente habló, su voz resonó como un susurro letal.

—Draco Malfoy.—El nombre salió de su boca con un desprecio que parecía corroer el alma misma del joven.

Draco avanzó unos pasos, cada movimiento cargado de una mezcla de temor y obligación. Su rostro estaba pálido, pero mantenía la cabeza erguida, aunque era evidente que el peso de la mirada de Voldemort lo aplastaba.

—Mi señor—murmuró, su voz temblorosa.

—La tarea que te he encomendado es simple—continuó Voldemort, sus palabras como dagas de hielo. —Matar a Albus Dumbledore. ¿Crees que puedes hacerlo?

Draco tragó saliva, pero las palabras apenas salieron de su boca.

—Sí, mi señor. Haré lo que sea necesario.

Voldemort sonrió, una sonrisa que carecía de cualquier atisbo de humanidad.

—¿Lo harás? ¿O fallarás, como tu patético padre ha fallado en el pasado? Es curioso, Draco… hay un punto en el que la incompetencia deja de ser tolerable.—Su mirada se endureció, y el joven Malfoy pareció encogerse bajo su peso.

La atmósfera se volvió aún más densa cuando Voldemort dirigió su atención a Sébastien.

—Sin embargo, no soy alguien se deje llevar por la esperanza ciega. Necesito una garantía. —Voldemort hizo una pausa para disfrutar del momento, sus ojos resplandeciendo. —Sébastien, vigilarás cada uno de los pasos de Draco. Si muestra la más mínima debilidad… lo matarás tú mismo.

Los ojos de Sébastien brillaron con una chispa cruel, una que no trató de ocultar. Inclinó la cabeza con una cortesía calculada.

—Será un honor, mi señor."

El pánico en el rostro de Draco era evidente, pero antes de que pudiera replicar, Bellatrix soltó una risa gutural.

—Oh, querido sobrino—murmuró con una dulzura venenosa. —Matar a Dumbledore es un privilegio, ¿no crees? O quizás… ¿temes fallar y arrastrar a nuestra familia a la ruina?

Las palabras de Bellatrix cortaron como cuchillas. Draco no respondió, sabiendo que cualquier palabra podría sellar su destino. Voldemort continuó, implacable.

—El armario evanescente es tu puerta de entrada—dijo, su voz cargada de un desprecio absoluto. —Debes repararlo. No quiero excusas. No quiero retrasos. Fallar significa la muerte de toda tu familia… y algo mucho peor para ti.

La sala entera contenía el aliento. Sébastien observaba cada matiz del rostro de Draco, cada temblor de sus manos. Era el momento perfecto para atacar.

—Draco—dijo, su tono gélido y carente de toda emoción. —No querría que creyeras que hay salida alguna. Si titubeas, si piensas en huir… te buscaré. Y cuando te encuentre, rezarás porque el Señor Tenebroso te haya matado primero.

El joven Malfoy intentó mantener la compostura, pero sus piernas temblaban. Voldemort, satisfecho con el miedo que había sembrado, volvió a dirigirse a sus seguidores.

—Este es solo uno de los muchos sacrificios que debemos hacer. La victoria requiere devoción absoluta. Aquellos que no la demuestren… encontrarán la muerte, y no será rápida ni piadosa.

Los mortífagos asintieron, el miedo y la lealtad grabados en sus rostros. La reunión avanzó, cada palabra de Voldemort era una sentencia, y Sébastien disfrutaba de cada segundo. No le interesaba la causa, ni la lealtad. Solo el control y el poder.

En algún punto, cuando Draco estaba por retirarse, Sébastien se levantó y se acercó a Draco, inclinándose para susurrarle con un tono que goteaba crueldad.

—Eres solo una pieza más en este juego, Malfoy. No pienses ni por un segundo que tu destino es relevante. Cumple con tu tarea… o muere.

Draco apenas respiró, asfixiado por el terror. Sébastien sonrió, disfrutando de cada fragmento de sufrimiento en el rostro del joven. Este era el mundo de los mortífagos: donde la debilidad se castigaba con sangre y donde la crueldad era el único lenguaje que todos entendían.

La penumbra en la sala se intensificó, como si la oscuridad misma se regocijara ante la cruel reunión de mortífagos. Voldemort, sentado en su trono, dejó que el silencio mandará por unos momentos. Sus ojos rojos se posaron en Sébastien, quien se habia vuelto a sentar, mantenía una expresión fría, ocultando cualquier atisbo de emoción.

—Sébastien—pronunció Voldemort con una voz que mezclaba serenidad y amenaza. —He decidido que una de las gemelas Carrow se unirá a ti en tu misión. Se asegurará de que tu papel sea convincente, que la compasión de Dumbledore sea su condena.

Sébastien asintió con una leve inclinación de cabeza, como si aceptara un honor. Aunque maldicio muy en su interior. No soportaba a una de las gemelas. Y podria apostar todo lo que tenía a que sería justamente ella. 

—Haré que el viejo caiga en su propia trampa, mi señor. No habrá margen para el error.

La mirada de Voldemort se volvió aún más penetrante.

—Perfecto. Pero hay otro asunto que deseo discutir. Theodore... tu hermano. El muchacho que prometió su lealtad con tanto entusiasmo. Dime, ¿dónde está? Me pregunto por qué su presencia ha dejado de ser relevante.

El ambiente se volvió tenso; el aire se cortaba como un cuchillo. Bellatrix, sentada a la izquierda de Voldemort, sonrió con un destello de sádica diversión, disfrutando de la presión a la que estaba sometido Sébastien. Todos los ojos se centraron en él, esperando su respuesta.

Sébastien mantuvo su postura firme, pero sus palabras fueron heladas, resonando en cada rincón de la sala.

—Casi muerto, mi señor. Theodore ha sido... puesto a prueba. Desde el momento en que lo capturamos, me aseguré de que entendiera el peso de sus errores. No hay un día, ni una noche, en la que sufra menos de lo que merece.

Los ojos de Voldemort destellaron de placer ante las palabras de Sébastien.

—Ah, torturado por su propio hermano. Me gusta cuando la sangre traiciona la sangre. —Voldemort se inclinó hacia adelante, como un predador que disfrutaba el espectáculo. —Dime, ¿se quiebra cuando lo miras?

Sébastien esbozó una sonrisa gélida.

—A veces. Aunque todavía guarda un rastro de voluntad. Lo hace más interesante, mi señor.

El Señor Tenebroso soltó una carcajada que retumbó como un eco funesto en las paredes de la sala.

—Déjalo al borde, Sébastien. Pero no lo mates aún. Quiero que sepa lo cerca que está de la muerte sin poder tocarla.

Sébastien no mostró reacción alguna, pero su mirada estaba fija en Voldemort. Sabía que la tortura de Daphne, la chica que jugó con sus sentimientos y se entregó a su medio hermano, era una venganza calculada. Y ahora, con la bendición del Señor Tenebroso, cada golpe, cada palabra de tortura estaba justificada.

—¿Qué harás con ello, Sébastien?" preguntó Voldemort, la curiosidad retorcida en sus palabras.

Sébastien sonrió, un gesto cruel que no alcanzó sus ojos.

—Lo que haría usted, mi señor. Lo mantendré al borde, sabiendo que no hay redención, sólo un final interminable de sufrimiento.

Voldemort se mostró complacido, dejando escapar un murmullo de aprobación.

—Ah, entonces tienes mucho que aprender de las gemelas Carrow. La crueldad refinada es un arte que debes dominar.

Cuando la reunión terminó, el salón quedó envuelto en un silencio sombrío que parecía devorar cualquier resquicio de humanidad que alguna vez hubiera existido entre esas paredes. Los mortífagos se dispersaron, cada uno con sus misiones y deseos oscuros. Sébastien permaneció inmóvil un momento, sus ojos vacíos y fríos como el hielo, observando cómo el mundo a su alrededor continuaba en su espiral de oscuridad.

—¿Ya terminaste de mirar el vacío, príncipe caído?— La voz de Hestia Carrow lo arrancó de sus pensamientos, resonando con un tono arrogante que siempre conseguía levantarle la sangre. Ella se acercó con pasos firmes y ligeros, su andar era seguro, con la elegancia de alguien que sabe que el mundo le debe algo. Llevaba una sonrisa pintada en sus labios rojos, uno que él odiaba, pero que parecía no abandonarla nunca.

—Carrow. —Su tono era plano, carente de cualquier emoción, apenas una afirmación de su presencia. No le regaló ni un vistazo más allá de lo estrictamente necesario.

—Oh, vamos, ¿es así como saludas a tu 'aliada'?—Hestia enfatizó la última palabra, como si disfrutara de la ironía que ella misma creaba. Se cruzó de brazos, haciendo un puchero que era pura burla. —Después de todo, me encargaré de que tu pequeño espectáculo en Hogwarts no sea un fracaso total. La pobre gente se ha tragado tu ‘muerte’... debería darte las gracias por ser un espectáculo.

Había algo casi teatral en la forma en que inclinó la cabeza, como si evaluara a un insecto bajo su zapato.

—¿Debería sentirme halagada? Después de todo, parece que nuestro querido Señor Oscuro confía en mí para supervisar tu pequeño espectáculo en Hogwarts.

—¿Qué quieres?—Sébastien cortó sus palabras como un cuchillo afilado. No había espacio para los juegos que Hestia disfrutaba.

Ella dejó escapar una risa, musical pero gélida.

—¿Así que no hay tiempo para los modales? Lástima. Me gusta cuando los hombres como tú se rinden a sus emociones, aunque tú, pareces tenerlas encerradas en un ataúd.

El silencio de Sébastien era deliberado, un filo que cortaba. Ella se deleitaba en cada segundo que él le negaba una respuesta, como si eso sólo avivara su interés. Finalmente, él se levantó, enderezándose con una calma que hablaba de su control férreo.

—A diferencia de ti, Carrow, algunos de nosotros preferimos trabajar en silencio.

—Silencio, claro... pero todo el mundo sabe que lo tuyo nunca fue exactamente el disimulo, ¿verdad?—Hestia inclinó la cabeza hacia un lado, sus ojos brillando con una mezcla de burla y desafío. —Serás el chico 'rescatado' que vuelve al castillo, y Dumbledore, el tonto sentimental, tragará cada mentira que tejamos.

El desprecio en el rostro de Sébastien era evidente.

—¿Y tú serás mi 'salvadora'? No me hagas reír.

—Lo sé, no es exactamente tu cuento de hadas, pero... puedes fingirlo bien. Yo haré el resto. Después de todo, soy una Carrow. El drama está en mi sangre.

Él se acercó un paso, hasta que sólo unos pocos centímetros los separaban. La atmósfera se volvió tensa, cargada de hostilidad.

—Escucha, Carrow. Puedes jugar a ser quien quieras, pero si interfieres o complicas la misión, no dudaré en eliminar cualquier obstáculo. Y eso incluye tu presencia.

Ella alzó una ceja, aparentemente entretenida.

—¿Me estás amenazando, Sébastien? Qué valiente... o tonto.

—No es una amenaza. Es una promesa. —La mirada de él era dura, inamovible, como si ya la hubiera condenado en su mente.

Hestia dejó escapar una carcajada, aguda y llena de desprecio.

—Tanto odio, tanto control. Es un desperdicio, ¿sabes? Podríamos divertirnos mucho más si dejaras de ser tan... rígido. A veces creo que no te queda ni una pizca de humanidad.

—Y tú sigues pensando que todo esto es un juego. —Sébastien giró bruscamente, con la intención de marcharse.

—Es porque lo es, querido príncipe. Y si no aprendes a jugar, te devorarán. No me digas que no lo sabes. —Hestia lo siguió, sus palabras envolviéndolo como un veneno dulce. —Dime, ¿qué harás cuando estés de vuelta en Hogwarts? ¿Sonreirás? ¿Llorarás? ¿O simplemente serás un muñeco roto esperando que lo tiren a la basura?

Sébastien se detuvo en seco, volviéndose hacia ella. Su mirada era peligrosa.

—Haré lo necesario para cumplir mi misión. Nada más.

—¿Y tú hermano? ¿Y la chica que te rompió el corazón? Qué dramático, ¿no? Todo lo que haces, cada movimiento, tiene un propósito.— Su tono era casi burlón, pero en sus ojos brillaba una chispa de algo más: reconocimiento, tal vez, de alguien que había aprendido a jugar con fuego sin quemarse... aún.

Sébastien estrechó los ojos, su mandíbula apretada con fuerza.

—Si tu plan es molestarme hasta que te preste atención, perderás tu tiempo. Actúa como quieras, pero no me arrastres contigo.

Hestia se acercó, su rostro a centímetros del de él. La diferencia en sus temperamentos no podía ser más obvia. Ella era fuego caótico, chispeante; él, hielo petrificado, con cada palabra calculada.

—Te olvidas de que soy la que dará la cara. Dumbledore me verá como una simple chica arrepentida con una misión noble... y tú, el pobre chico que fue rescatado. Una tragedia romántica que me tiene de jefa.

El silencio que siguió fue denso. Sébastien apretó los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos.

—No te equivoques, Carrow. No soy tu marioneta. Haz tu papel y no interfieras más de lo necesario.

Hestia rió, un sonido que resonó como un eco burlón.

—¡Qué aburrido eres! ¿Siempre eres así, o sólo conmigo? Podrías divertirte más; es casi patético verte tan rígido. Todo orden, toda frialdad. Te estás perdiendo la diversión.

—Algunos preferimos la eficacia al caos. Si tu diversión se interpone, te lo haré saber. —El veneno en su voz era tan palpable que cualquier otra persona habría retrocedido. No Hestia.

—¡Oh! Me encanta cuando intentas intimidarme.— Se acercó aún más, tocando el pecho de Sébastien con un dedo. —Sabes, podríamos hacer un gran espectáculo si finges mejor. Tal vez una lágrima cuando te 'reencuentres' con tus queridos amigos en Hogwarts. Serías tan convincente... si te quedara algo humano.

Sébastien apartó su mano con un movimiento brusco.

—La próxima vez que intentes manipularme, considera que no todos los que juegan contigo terminan enteros. No soy tu juguete, y no lo seré.

—¡Uy! Qué miedo. ¿Me estás amenazando?—Hestia no mostró ni una pizca de miedo, sólo un deleite sádico en su expresión. —Pero ya sabes, prefiero trabajar contigo que en tu contra. Además, tú y yo sabemos que puedes ser... fascinante cuando quieres.

Sébastien dejó escapar un suspiro que era más frustración que fatiga.

—Esto no es un juego. Si fallamos, es nuestra vida lo que está en juego.

—¡Precisamente por eso es tan emocionante!—Hestia giró sobre sus talones con gracia y empezó a caminar, lanzándole una mirada sobre el hombro. —Vamos, príncipe caído. No me hagas esperar.

La caminata que compartieron fue una lucha de voluntades. Él, rígido, marcando cada paso con precisión militar. Ella, suelta, despreocupada, como si todo el mundo fuera una obra en la que interpretaba su mejor papel. Pero en ese ir y venir, ninguno cedió; ambos sabían que necesitaban al otro, aunque odiaran admitirlo.

Una figura se ocultó en las sombras, observando. Bellatrix, con una mirada que no era de diversión, sino de algo más... algo cercano a la nostalgia. Los vio interactuar, el fuego y el hielo, y por un instante sus pensamientos volaron hacia recuerdos lejanos: a ella, a Alexander... y a lo que alguna vez había sido. Una chispa de melancolía cruzó por su rostro antes de desaparecer, reemplazada por su eterna máscara de locura.

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