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-𝐭𝐰𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐨𝐧𝐞.

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Había pasado un año desde la muerte del Rey Jaehaerys. La Fortaleza Roja se hundió en el luto por la muerte del Viejo Rey, aunque no tardó mucho en reponerse con la coronación del Rey Viserys. Los días de duelo dieron paso a días de celebración, y los susurros de incertidumbre se tornaron en brindis y promesas de una nueva era.

La aparición del príncipe Daemon no tardó en ser más llamativa tras el nuevo título de su hermano mayor, siendo destacado en cada torneo, en los bailes y en las cazas. Muchos habían olvidado el nombre del Príncipe Canalla, volviendo a ser el Príncipe del Pueblo. Todos olvidaron lo sucedido años atrás en la corte, cuando el príncipe salió huyendo de su noche de bodas, dejando a su "esposa" en la soledad y la depresión de su alcoba.

Lady Leyla, una vez más, se retiró de la corte con la frente en alto y sin despedirse. Volviendo a su hogar en Antigua. Nadie la detuvo. Nadie la buscó. Y, con el tiempo, nadie la mencionó.

Los años pasaron como las olas contra las costas de Antigua: constantes, inquebrantables, pero incapaces de borrar lo que una vez estuvo allí. Leyla encontró refugio en la rutina de su hogar, en los pasillos del Faro que le eran más familiares que cualquier otra fortaleza en el reino. Se rodeó de libros, de estudios, de silencios. Para muchos, parecía que se había resignado a un destino discreto, a la vida de una dama olvidada por la corte y las canciones.

Pero las sombras del pasado nunca desaparecen del todo.

Las cartas de la capital llegaban con noticias que no pedía, con nombres que prefería ignorar. Daemon Targaryen, Consejero de la Moneda. Daemon Targaryen, Consejero de Edictos. Daemon Targaryen, Comandante de la Guardia de la Ciudad. Daemon Targaryen, el Dragón Rojo en las justas de la corona. Daemon Targaryen, el hermano del rey, la mano que Viserys aún no sabía si debía sostener o soltar.

Daemon Targaryen... su esposo.

A veces, en las noches más frías, Leyla se preguntaba si su existencia seguía siendo más que un simple nombre en un pergamino, si alguna vez él recordaba la habitación que abandonó —en más de una ocasión— y las promesas que nunca cumplió.

Pero esas eran preguntas sin respuesta.

Y Leyla había dejado de ser una mujer que esperaba sentada y callada.

Al poco tiempo de que había vuelto a su hogar, Leyla se empeñó en realizar las tareas que alguna vez su madre realizaba en el Faro, apoyando a su hermano mayor, el joven lord Ormund Hightower; con todo lo que pudiera. Aunque no se sentía lista para confrontar sus sentimientos, se empeñó en ayudar a Ormund con el asunto del matrimonio —algo que terminó más rápido de lo que esperó— y a los pocos meses, comenzó a presentarle damas del Dominio con las que se mantenía una buena amistad, y no tardó mucho en elegir a una de su agrado y aceptación.

Se encargó de formalizar el compromiso y ordenar todos los gastos que podían realizarse durante el evento. Ya tenía algo de experiencia, para nada grata, pero servía. Pero con el tiempo pasando frente a sus ojos como un rayo de luz, tomó una decisión que le pesó pero a la vez la alivió con todo su pesar.

Después de mucha insistencia, aceptó la invitación de sus abuelos de vivir en Altojardín. Era un aire agradable, lejano y algo desconocido, pero logró encontrarle el lado bueno tras pensar en los miles de recuerdos que podría revivir de su madre.

Recordaba haber ido de niña, con su madre, y no haber vuelto a Antigua hasta un medio año después. Ahí había convivido con sus primos más de lo que le hubiera gustado, en especial con Gareth y Janna, a los que me se les acercaba en edad.

Altojardín la recibió con la calidez de la primavera eterna del Dominio. A diferencia de la imponencia solemne de la Torre Alta, el castillo de los Tyrell parecía un lugar donde la luz danzaba sin miedo a las sombras. Los jardines florecían con colores vibrantes, el aire olía a rosas y miel, y las risas de damas y caballeros llenaban los pasillos como un eco constante de vida y juventud.

Pero Leyla no estaba allí en busca de alegría ni compañía.

Su llegada fue recibida con entusiasmo por sus abuelos, quienes la acogieron con el afecto propio de quienes, en el fondo, siempre habían querido tenerla más cerca. La presentaron a la corte del Dominio como la nieta de la venerable Lady Melessa Tyrell, como una dama de gran educación y refinamiento. Una mujer digna de cualquier gran alianza.

Las miradas no tardaron en llegar. Susurros en los pasillos sobre la belleza discreta de la Hightower que alguna vez fue prometida de un dragón. Un dragón que la había escupido de vuelta a su torre sin una sola palabra.

A Leyla no le importaban los rumores. O al menos, eso se repetía.

Se acostumbró a la vida en Altojardín, participando en las actividades de la corte sin entregarse del todo a ellas. Asistía a los banquetes, pero no coqueteaba. Se paseaba por los jardines, pero no permitía que las conversaciones se tornaran demasiado personales. Mantenía la compostura, la sonrisa justa y la cortesía adecuada.

Hasta que un día, entre los cuchicheos de las damas y la servidumbre, escuchó un nombre que la obligó a detenerse.

Daemon Targaryen.

Las noticias llegaban rápido a Altojardín, y aquella era más escandalosa que la mayoría. Su esposo, el príncipe canalla, el hombre que la había dejado atrás, ahora se dedicaba a disfrutar de los placeres en el hoyo negro que representaba la Calle de la Seda. Embriagándose y rodeándose de bellas y exóticas mujeres, aunque el nombre de una fue el que más destacó. 

Mysaria, el Gusano Blanco.

La preferida de un príncipe. Su amante.

Leyla no se permitió una reacción visible. Pero en su interior, sintió que algo se rompía y se reconstruía en la misma exhalación.

No era sorpresa. No era siquiera una decepción nueva.

Era la confirmación de algo que ya sabía.

Daemon nunca había sido suyo. Y ella nunca había sido de él.

Pero entonces, ¿por qué su sombra seguía persiguiéndola, incluso en los rincones que juro nunca pisar?



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El salón del trono estaba casi vacío a esas horas, salvo por unas pocas antorchas que crepitaban en los muros de piedra. La luz titilante proyectaba sombras alargadas sobre el suelo, y entre ellas, una figura se mantenía de pie, tambaleante, con una copa de vino en la mano y la mirada perdida en el Trono de Hierro.

Daemon dejó escapar una risa seca, sin humor, mientras daba otro sorbo al vino. El trono le devolvía la mirada con su silueta amenazante, con cada filo y cada punta de metal fundido recordándole lo que le había arrebatado. Su lugar en la corte se había vuelto una constante pugna entre el favor de su hermano y las sospechas de los demás. Consejero de la Moneda, Comandante de la Guardia de la Ciudad, Príncipe del Pueblo... títulos que parecían cambiar tan rápido como las lunas, pero ninguno le daba lo que realmente quería.

Pasaba los días jugando a ser el hombre que la corte esperaba de él y las noches perdiéndose en los burdeles de la ciudad, donde Mysaria se había vuelto su refugio más constante. Y, aun así, incluso con ella, incluso con las victorias en las justas, incluso con la adoración del pueblo, sentía el mismo vacío.

Había bebido demasiado. Podía sentirlo en la calidez en su pecho y en el leve hormigueo en sus manos. Y, sin embargo, no era suficiente. Nunca lo era.

El sonido de pasos resonó en la sala. Pesados, firmes, familiares.

Daemon no necesitó volverse para saber quién era.

—¿Otra vez estás ebrio? —La voz de Viserys cortó el silencio como un reproche cansado.

No respondió, no porque no quisiese, sino porque no había manera de que formara una oración cueréente.

Viserys suspiró pesadamente, deteniéndose a unos pasos de él. Su mirada recorrió la escena: el alcohol derramado en el suelo, el brillo vidrioso en los ojos de su hermano, la manera en que su mano se aferraba a la copa como si fuera lo único que le quedaba.

Daemon... —su tono era bajo, como si hablara con un niño al que ya había reprendido demasiadas veces. —No puedes seguir así.

Daemon soltó una risa entrecortada y finalmente giró hacia él.

—¿Así cómo, hermano? ¿Bebiendo? ¿Disfrutando de la compañía de mis leales capas doradas? ¿Deleitándome con la hospitalidad de la ciudad que tanto amas?

—Destruyéndote. —cortó Viserys con frialdad.

Daemon alzó la copa en un brindis burlón antes de dar otro trago largo. O lo intentó, porque la copa estaba vacía.

Chasqueó la lengua, irritado, y la dejó caer sin cuidado.

El sonido del metal chocando contra el suelo resonó en el salón.

Ah, qué tragedia... —murmuró Daemon con fingida pena, tambaleándose levemente antes de recuperar el equilibrio.

Viserys negó con la cabeza.

—Tienes que dejar de actuar como si nada te importara.

—Quizá porque nada lo hace.

—Mentira. —replicó el rey sin dudar. —Si así fuera, no estarías así.

El silencio se instaló entre ambos, solo interrumpido por el chisporroteo de las antorchas.

Viserys dio un paso adelante.

—Debes dejar de castigarte, Daemon. Lo hecho hecho está.

Daemon sonrió, pero no había alegría en su expresión.

—Lo dices como si fuera tan fácil...

Daemon...

Antes de que pudiera decir algo más, el príncipe se dio media vuelta y caminó hacia la salida con un paso torpe.

Viserys lo llamó repetidas veces, pero ni siquiera con la autoridad que poseía haría que Daemon le siguiera como un perro fiel.

Lo único que lo detuvo fueron los escalones que daban camino hacia la inmensa puerta. Y, con solo dar un paso, no pudo evitar tambalearse y caer de rodillas al frío piso.

Viserys frunció el ceño y avanzó rápidamente hacia él.

Por los dioses... —murmuró con cansancio mientras se inclinaba, extendiendo una mano hacia su hermano.

Daemon no la tomó. Se quedó ahí, de rodillas, con las palmas apoyadas en el suelo, respirando con dificultad. El mareo lo golpeó con fuerza, y por un instante, se quedó inmóvil, sintiendo el peso de todo lo que había tratado de ahogar con el alcohol.

—¿Qué esperas? ¿Que te levante como cuando éramos niños? —La voz de Viserys tenía un dejo de reproche, pero también de genuina preocupación.

Daemon rió, aunque el sonido se quebró en su garganta.

—Eso sería apropiado, ¿no? —murmuró. —. Después de todo, sigo siendo el problema del pequeño Viserys...

Su hermano exhaló con frustración y se arrodilló a su lado.

—Deja de hablar tonterías.

—Tonterías... —Daemon apretó la mandíbula y, con esfuerzo, logró enderezarse hasta quedar sentado sobre sus talones. Pasó una mano por su rostro, sintiendo el sudor frío en su piel. Cuando miró a Viserys, sus ojos tenían un brillo diferente, más opaco. —Respóndeme algo.

Viserys lo miró de reojo, asintiendo con la cabeza tras una pequeña espera.

—Soy un libro abierto para ti.

Daemon dejó escapar una corta risa y volvió a clavar su mirada al suelo.

—Si te pidiera que me alejes, me exilies, ¿lo harías?

El rey frunció el ceño al instante ante la pregunta. Casi siempre era Daemon quien le pedía que lo dejase regresar a su lado, no que lo alejase.

—No. No lo haría. —Su respuesta fue firme y dura, observándolo como si le hubiera pedido que lo calcinará con el fuego de su dragón. —Y menos si es para que no enfrentes las consecuencias de tus estupideces.

No sé de qué me hablas... —contradijo el menor, poniendo los ojos en blanco.

—No te vengas a hacer el fuerte conmigo, Daemon. —añadió Viserys. —Tu mismo decidiste que era lo mejor para ella, sin siquiera preguntárselo. Así que no vengas a lloriquear.

Daemon dejó escapar una carcajada amarga.

—¿Crees que estoy lloriqueando? —Su tono era burlón, pero sus manos, aún apoyadas en el suelo, se cerraron en puños. —Hice lo que debía.

—Hiciste lo que te convenía. —corrigió Viserys, observándolo con severidad.

Daemon alzó la cabeza, clavando en su hermano una mirada cargada de resentimiento.

—¿Y qué querías que hiciera? ¿Qué le mintiera a la cara? ¿Qué la engañara por el resto de nuestras vidas?

Viserys apretó los labios. No era la primera vez que discutían sobre esto, pero nunca antes Daemon lo había admitido con tanta claridad.

—Crees que alejándola hiciste lo correcto... —Su voz era más suave ahora, menos acusadora.

—No creo nada, Viserys. —Daemon se puso de pie con torpeza, obligando a su hermano a levantarse con él. —Lo sé.

Viserys suspiró, mirándolo con esa mezcla de lástima y exasperación que Daemon odiaba tanto.

—Entonces, ¿por qué sigues castigándote?

Daemon apartó la mirada. No tenía una respuesta para eso. O quizá la tenía, pero no quería decirla en voz alta.

Porque era más fácil beber hasta perder la conciencia. Porque era más fácil esconderse entre las piernas de una mujer que nunca le pediría nada. Porque era más fácil fingir que no le importaba.

Porque, en el fondo, había querido que ella lo detuviera. Y no lo hizo.

Sintió la mano de su hermano en su hombro. Un gesto pesado, lleno de significado.

—Daemon... —El rey parecía querer decir más, pero lo único que hizo fue sacudir la cabeza con resignación.

Daemon se soltó con un movimiento brusco y echó a andar hacia la puerta. Esta vez, no tropezó.

—Duerme un poco, hermano.. —fue lo último que escuchó de Viserys antes de desaparecer en la oscuridad del pasillo.

Pero ambos sabían que el sueño no era algo que Daemon encontraría fácilmente esa noche.



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—¿Una carta? ¿De la reina?

—¡Si! —respondió la mayor, con mucho más entusiasmo de lo que Leyla podía llegar a sentir. —. La abuela la está revisando, pero por lo que dicen, ¡es para ti!

Leyla trago con dificultad. Ya no necesitaba más palabras de algún Targaryen, pero parecía que los dioses la estaba castigando con ello.

¿Por qué iba la reina a escribirme? —murmuró, aunque la pregunta era más para sí misma que para su prima.

—¡Tal vez quiere recompensarte por tu devoción a la corona! —exclamó Jenna con una sonrisa, ignorando la expresión tensa de Leyla.

Devoción. Qué ironía.

Leyla bajó la vista a sus manos entrelazadas sobre su regazo. No le hacía falta leer la carta para saber qué significaba. La corte. Despedirse de la paz de Altojardín. Volver a un lugar donde cada palabra era una trampa y cada mirada, un juicio.

Un lugar donde él estaría.

Un escalofrío le recorrió la espalda, pero lo ocultó bajo un suspiro controlado.

—¿No deberíamos esperar a que la abuela diga qué hacer? —preguntó, intentando sonar indiferente.

—No creo que haya nada que decidir. —respondió su prima, encogiéndose de hombros. —No puedes rechazar la petición de la reina.

Leyla no respondió. Claro que no podía.

Y lo peor era que, aunque lo hiciera, aunque encontrara una excusa para negarse, aunque suplicara que la dejaran quedarse en Altojardín... no la escucharían.

Porque nadie en su sano juicio desobedecería una orden de los Targaryen.

—¡Ya dejen de cuchichear! —exclamó una voz a su costado. —. No me dejan dormir...

—No es nuestra culpa que te la hayas pasado haciendo quién sabe qué cosas con tu esposo, en vez de dormir, Elinor. —replicó Janna, mirando a su otra prima con una mirada fulminante.

—Al menos yo si tengo un esposo, no como otras que están esperando "el verdadero amor". —dijo exaltada, clavándole la mirada a Janna.

Leyla bajo la mirada, incómoda. Las palabras no habían sido para ella, pero igual la lastimaban de cierta manera.

Y esto no fue ignorado por sus primas.

—No..no lo decía por ti, Lea. —dijo Elinor, componiendo su postura del asiento en el que descansa. —Tú sabes que...

—Lo entiendo, Eli. Sé que esa no era tu intención...

La habitación se sumió en el peor de los silencios. Janna y Elinor se miraron en repetidas ocasiones para tratar de aligerar el ambiente con alguna otra cosa. Sin embargo, Leyla parecía envuelta en el sonido del aire meciendo las copas de los árboles. Ya no había lágrimas que soltar y no existían insultos que ya no le haya dicho en su soledad.

Elinor abrió la boca para decir algo más, pero el sonido de pasos en el pasillo la interrumpió. Janna se incorporó de inmediato, su atención desviándose hacia la puerta justo cuando esta se abría.

La figura de su abuela apareció en el umbral, con la carta aún en sus manos y una expresión de disgusto que no pasaba por desapercibida.

—Abuela. —dijeron las tres al unísono, poniéndose de pie con una reverencia bien aprendida.

Lady Melessa asintió y las tres volvieron a tomar asiento, ahora más rectas.

—¿Qué tal vas con lo que te encargué, Elinor? —preguntó Melessa al dejarse caer en el sillón frente a sus nietas.

—Ay, abuela. Solo llevábamos dos meses casados... —respondió con un tono de pena.

—Y eso debería ser suficiente, mi niña. —contradijo la mayor. —¿Ustedes creen que su padre y sus madres se hicieron solos?

—No, abuela. —Elinor bajó la mirada, jugueteando con el borde de su manga.

—Entonces date prisa. —Lady Melessa volteó su atención a Janna. —Y tú, deja de jugar con el tiempo. Si no te decides por un pretendiente, lo haré yo.

Janna apretó los labios en una línea fina, pero no discutió. Ya sabía que hacerlo era inútil.

—Ahora, hablemos de cosas importantes. La reina consorte te ha pedido en la corte como su dama de compañía. —dijo, mirando directamente a la menor de sus nietas.

Y no era una pregunta. Era una sentencia.

Leyla sintió la presión en su pecho aumentar, pero no dejó que se reflejara en su rostro.

—Lo sé.

—¿Y qué opinas al respecto?

Una pregunta con trampa. Si decía que no deseaba ir, sería un peso más para su la familia. Si mostraba demasiado entusiasmo, su abuela pensaría que tenía segundas intenciones.

—Estaré bien con lo que decida, abuela.

La anciana la observó con detenimiento, evaluándola.

—Eres lista, como tu madre. —dijo con una ligera sonrisa. —Pero no finjas que esto te agrada.

Leyla no respondió. Hablar de su madre no le ayudaba en nada a la situación.

—No tienes opción, niña. —continuó Melessa, con un tono menos severo. —Y por mucho que tu abuelo y yo no aprobemos estos... —alzo su mano con el pedazo de papel en ella. —...no podemos rehusarnos.

—Lo entiendo. —respondió Leyla con suavidad.

—Bien. Partirás en una semana.

Leyla asintió, sin permitirse un solo gesto de debilidad.

—¿Puedo irme? —musito, aunque sentí como su garganta se le cerraba.

Melessa la vio con una evidente preocupación pero no se negó. Hizo un gesto con mano y Leyla salió con paso apresurado de la habitación.

No se detuvo hasta llegar a su recamara, donde cerró la puerta con cuidado antes de apoyar la frente contra la madera.

Respiró hondo. Una, dos, tres veces. Pero no sirvió de nada.

Volver.

A él.

Las palabras se clavaban en su mente como espinas, dolorosas y persistentes.

Se obligó a enderezarse y cruzó la habitación con pasos mecánicos. Se sentó en el borde de su cama, con la mirada fija en el suelo de piedra. Su corazón latía con un ritmo irregular, acelerado por una ansiedad que no estaba dispuesta a reconocer en voz alta.

Altojardín había sido su refugio. Un lugar donde podía fingir que todo lo que había pasado era parte de otra vida. Pero la corte no le permitiría ese lujo.

Él no le permitiría ese lujo.

Un golpe en la puerta la hizo sobresaltarse.

—Lea.

La voz de Janna.

No respondió de inmediato. Se pasó una mano por el rostro y adoptó la expresión serena que tanto había practicado antes de levantarse para abrir.

Janna la miró con un atisbo de duda antes de esbozar una sonrisa forzada.

—¿Puedo entrar?

Leyla asintió y se hizo a un lado.

Su prima entró y cerró la puerta con suavidad. Se quedaron en silencio por un momento, hasta que Janna suspiró.

—No tienes que fingir conmigo.

Leyla sintió su fachada tambalearse.

—No estoy fingiendo.

Janna entrecerró los ojos con incredulidad.

—Te conozco desde que éramos unas niñas, Lea. Claro que estás fingiendo.

Leyla apretó los labios.

—¿Y qué esperas que haga? —preguntó, con un susurro tenso. —. ¿Que me ponga a llorar como una niña?

—No. —Janna negó con la cabeza. —Solo quiero que sepas que no estás sola.

Leyla cerró los ojos por un instante, intentando mantener el control sobre la tormenta dentro de ella.

No estaba sola.

Pero tampoco tenía opción.

—Gracias. —dijo al final, aunque su voz sonó hueca.

Janna no insistió más.

Porque, al final, las dos sabían que no había nada que pudieran hacer.



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Wow, tremendo descanso de escribir me di.

¿Qué les pareció el regreso? Yo estoy más que emocionada.

Daemon y Leyla serán mi consuelo hasta que Rebecca se digne a escribir el cuarto libro (los del canal me entenderán)

Pueden ayudarme dejando su voto y algún comentario para yo saber qué les gustó el capítulo y más personas conozcan mi historia, se los agradecería bastante y así actualizo antes <3

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