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𝟏𝟔 🕷️ Kraven The Hunter

᯽‧₊˚⁺ ❨𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗦𝗜𝗫𝗧𝗘𝗘𝗡❩ ̖́- 🕸️
KRAVEN THE HUNTER 🏹

Si dominas tu mente, controlarás el cuerpo.
Solo entonces serás verdaderamente imparable


El presente.
En las profundidades del bosque.
Rusia Occidental.

𝐄𝐋 𝐀𝐈𝐑𝐄 𝐒𝐄 𝐕𝐎𝐋𝐕𝐈Ó 𝐌Á𝐒 𝐇𝐄𝐋𝐀𝐃𝐎. La nieve volvió a crujir bajo mis pies mientras ambos medíamos al otro con cada paso, preparándonos para atacar.

Delante de mí, Sergei se erguía formidable. No llevaba armas, solo sus manos, pero sabía que eso no lo hacía menos peligroso. Al contrario, lo hacía más impredecible.

—¿Lista, Karenina? —preguntó.

—Siempre —respondí, ajustando mi agarre en el cuchillo. La hoja reflejaba la luz tenue de la bóveda celeste que se filtraba entre los árboles, y sentí cómo el frío del metal se mezclaba con el calor de mi piel.

No hubo más palabras. Kraven se quedó inmóvil, esperando, seguro de que sería yo quien diera el primer paso. Sabía que lo haría; intuía mi necesidad de demostrarle algo, de ganar su aprobación. Mi mente era un torbellino de pensamientos, pero mi cuerpo ya se movía, impulsado por esa obsesión por enorgullecerlo. Ataqué con un golpe sorpresa, directo y desde abajo; pero controlando la fuerza del posible impacto ya que no me olvidaba de que se trataba de un arma blanca real.

Aún así, sus movimientos eran algo más que rápidos. Eran calculados, leía cada intención oculta en mi mente antes de que yo mismo la entendiera.

Cuando esquivó mi golpe, no perdió tiempo. Cerró la distancia con rapidez y me atrapó en una llave de lucha libre clásica: giró mi brazo hacia atrás y presionó mi hombro con fuerza mientras hundía su cadera para desestabilizarme. Sentí el peso de su cuerpo controlando el equilibrio, obligándome a inclinarme hacia un lado.

Su técnica era impecable, casi automática; cada movimiento estaba grabado en su memoria. Por un segundo, mi mente se nubló por la presión, pero entonces reaccioné. Tardó varios segundos en completar la llave y derribarme al suelo, sabía que lo hacía a propósito para darme una oportunidad y ver cómo actuaba, así que, sin titubear, flexioné mi brazo libre y lancé un codazo directo a su costado. No usé toda mi fuerza, aunque el impacto fue sólido.

Kraven retrocedió y sus ojos se clavaron en mí. Sabía que esto era un entrenamiento, pero en esos momentos, con un cuchillo real en mi mano y sus orbes estudiosos en mí, se sentía como algo más. Y yo no pensaba fallar.

—Nada mal —dijo, con una sonrisa satisfactoria—. Pero no te confíes.

No tuve tiempo de responder. Su próximo ataque fue una patada baja, dirigida a mis piernas. Salté hacia atrás, pero no lo suficiente. La punta de su bota rozó mi pantorrilla, haciéndome perder el equilibrio por un momento. Caí de rodillas en la nieve, pero no me quedé allí. Rodé hacia un lado justo cuando su puño golpeó el suelo donde había estado un segundo antes.

—En una pelea real, no tendrás el lujo de dudar o lamentarte. Si caes, levántate antes de que el otro termine de moverse. Cada segundo cuenta.

Me incorporé rápidamente, sintiendo cómo el frío de la nieve se pegaba en mis prendas. Mi respiración era más agitada, pero no me detuve. Avancé hacia él y el cuchillo trazó un arco en el aire. Kraven esquivó el primer corte con facilidad, casi con indiferencia, y como si temiera aburrirse, fingió que el segundo lo obligaba a retroceder un paso. Su sonrisa era una mezcla de paciencia y desafío, lo suficientemente sutil como para irritarme.

«Le encantaba irritarme».

No lo hacía con maldad, esas acciones tenían un claro objetivo: desestabilizarme mentalmente. Lo sabía con certeza. Cada gesto, cada sonrisa, estaba diseñado para ello, para arrastrarme a un terreno donde la ira me cegara. Y entendía su propósito. Quería que la frustración nublara mi juicio, que me dejara dominar por mis sentimientos, porque ahí, en esa debilidad, era donde me derrotaría.

Pero no caí. Me obligué a mantener la mente fría, a no reaccionar ante sus provocaciones. No le daría el control.

—Muy bien, Karenina. En la batalla, tus emociones son tu mayor enemigo. Si caes en la ira, te volverás predecible, errático. Cada movimiento será impulsivo, sin estrategia. La rabia nubla la mente, y cuando no piensas con claridad, te conviertes en un objetivo fácil.

Se acercó un poco más y continuó:

—La clave está en mantener la calma, incluso cuando el caos te rodea. Si dominas tu mente, controlarás el cuerpo. Solo entonces serás verdaderamente imparable.

Lancé otro tajo, motivada por sus palabras pero volvió a esquivarlo. No me frustré. Debía aprender más.

Tenía que aprender más.

—No te limites a hacer el mismo movimiento. —Su atención no se apartaba de mí, ni siquiera un instante—. Usa todo tu cuerpo. La fuerza no está solo en tus brazos. Un cuchillo no es solo para cortar. Es una extensión de tu cuerpo. Úsalo para guiar, para desequilibrar.

Asentí, sintiendo cómo sus palabras resonaban en mi mente.

Avancé de nuevo, esta vez con más confianza. El cuchillo no era solo un arma; era una herramienta, una parte de mí. Lo usé para desviar su brazo cuando intentó golpearme, y luego para guiar su movimiento, obligándolo a girar.

Cuando estuvo en la posición correcta, le lancé una patada que lo hizo tambalear. Sin embargo, era evidente que había exagerado. Si realmente luchara contra mí con su verdadera naturaleza, sin reservas ni limitaciones, ya estaría muerta. Esas luchas estaban diseñadas para enseñarme, no para derrotarme.

—¡Así! —rugió, mientras recuperaba el equilibrio—. Eso es usar la cabeza. Pero te aconsejo
que, a partir de ahora, te ayudes más de la naturaleza, usa el entorno. Cada rincón, cada superficie, tiene algo que ofrecer. Aprender a aprovecharlo es lo que te hará verdaderamente letal.

No hubo tiempo para saborear la victoria y me grabé su lección en mi cabeza a fuego lento.
Mientras tanto, con dos zancadas rápidas, me llevó hacia él con una facilidad aterradora. Un juego de manos, y el cuchillo salió volando, lejos de mi alcance. En un abrir y cerrar de ojos, me giró con una técnica precisa, y caí de rodillas, incapaz de reaccionar. Su rodilla presionaba mi espalda, mientras sus manos me inmovilizaban los hombros.

«Pero te aconsejo que, a partir de ahora, te ayudes más de la naturaleza...».

Mi atención recayó en la nieve.

Mi puño se cerró en la nieve, compactándola en un instante. Sin pensarlo, elevé el brazo y giré ligeramente el torso, calculando la trayectoria. La nieve salió disparada de mi mano con precisión, un proyectil frío y blanco que cortó el aire helado.

El impacto fue perfecto.

La nieve se estrelló contra su rostro, deshaciéndose en mil partículas que cayeron como polvo brillante bajo la luz tenue del bosque. Escuché su gruñido de sorpresa, entre la frustración y la admiración. Sus ojos, momentáneamente cegados, se cerraron instintivamente, y aproveché ese segundo de vulnerabilidad para rodar hacia un lado, alejándome de su alcance.

Kraven, limpiándose el rostro con el dorso de la mano, levantó la mirada, divertida.

—Así que hemos pasado de una lucha cuerpo a cuerpo a una pelea de nieve, ¿eh? —bromeó—. Me gusta.

Le guiñé un ojo.

—Me dijiste que usara el entorno. Pues, lo he hecho.

Él soltó una risa baja, reconociendo la jugada, pero sin perder su actitud competitiva.

—Tienes razón, has aprendido la lección aunque nunca pensé que mi rol en esta pelea fuera transformarme en tu muñeco de nieve —manifestó Sergei, frotándose el rostro para quitarse las últimas partículas blancas—. Te felicito. Hoy has luchado bien, Karenina. Sigue así, y tal vez algún día puedas sorprenderme de verdad. —Esta última frase la deletreó lentamente. Desde luego, también le gustaba irritarme fuera del ámbito luchador.

«Y tal vez algún día puedas sorprenderme de verdad».

«D-e v-e-r-d-a-d».

Otra vez esa sonrisa burlona.

—Para la próxima, me aseguraré de que te quedes tan tieso como un muñeco de nieve.

Abrió las manos a ambos lados, invitándome a un desafío.

—Para ese entonces estaré preparando. Será todo un placer. No te olvides de traer la bufanda y el sombrero. Necesitaré algo para completar el look.

«Idiota».

—¿Y la zanahoria?

Se mordió el labio, en un claro intento de fingir que estaba pensando.

—Prefiero un cuchillo como nariz.

Me reí, sacudiendo la cabeza.

—Estás loco.

—Lo sé —respondió, sin perder la compostura. Me estiró el brazo para ayudarme a levantarme—. Venga, anda. Ya es suficiente por hoy.

—¿Quieres que acepte la mano de un loco? —le pregunté, levantando una ceja, desconfiada.

—Si un loco acepta la mano de otro loco, no está cometiendo un delito. ¿O sí?

Ante su reto, acepté su mano.

Error.

En cuanto tomé su mano, me empujó con rapidez y mi rostro se estampó en la nieve. La fría blancura me rodeó, y pronto mi cara se volvió tan blanca como la suya segundos antes.

Oí sus pasos alejarse con satisfacción.

—¿¡Quién es ahora el muñeco de nieve!? —exclamó—. ¡Última lección de hoy! ¡Quien ríe primero, ríe último y quien llega segundo, come después!

—¡Sergei! —grité, levantándome rápidamente.

Saltó hacia los árboles.

—¡Eso no vale! —protesté, mientras corría tras él, sin poder evitar sonreír ante su juego.

Tan pronto como me recuperé, salí corriendo hacia nuestro hogar, donde, como era de esperar, él tenía todas las de ganar en la carrera. Él conocía el terreno mejor que nadie, y además tenía la ventaja de su fuerza y velocidad inhumana.

Mientras daba grandes zancadas por el salvaje y virgen terreno, recordaba que Sergei no se comportaba tan abiertamente en la sociedad. Solía ser reservado por naturaleza, el tipo de persona que guardaba sus pensamientos para sí mismo, sin mostrar demasiado a los demás.

Pero conmigo era distinto. Conmigo, no tenía que esconderse. Yo también era igual. Nos entendíamos en un nivel que nadie más podría comprender. Entrenábamos juntos, vivíamos juntos, explorábamos juntos, cazábamos juntos. La conexión era profunda, lejos del mundo exterior.

Amaba esa conexión. Esos momentos de burla, de lecciones compartidas, de confianza absoluta, de sabiduría que se forjaba a fuego lento. Había algo profundamente especial en esos silencios entre nosotros, donde las palabras sobraban y las miradas lo decían todo. Durante años, una parte de mí deseaba que eso llegara a algo más, pero siempre me detenía.

No sabía si una relación amorosa sería lo mejor. Tal vez siempre tuve miedo de que desestabilizara todo lo que habíamos construido. Lo que éramos porque no era solo la idea de ser algo más, sino lo que eso implicaba. Lo que eso podría cambiar. Nuestra relación era buena y fuerte, sin complicaciones. Éramos compañeros, amigos, guerreros, pero sobre todo, éramos un equipo. Lo que compartíamos no necesitaba etiquetas.

Al principio, pensé que era solo una cuestión de tiempo. Que las cosas cambiarían por sí solas, que uno de los dos daría el paso, pero lo que nunca imaginé fue que no podría ser tan sencillo. Porque no solo me detenía yo. A veces, veía cómo Sergei se comportaba de una forma diferente a mi alrededor.

No hablaba de ello, claro, porque nunca lo hacía, pero había algo en su actitud cuando me veía, sin querer, semidesnuda; lavándome. Cuando pasaba, reconocía un cambio sutil en su mirada, una pausa en su respiración y una calidez extraña en mi vientre. No era obvio, no era algo que pudiera señalarse, pero yo lo sentía, lo notaba en los pequeños gestos. Como si, de alguna manera, no quisiera que yo me diera cuenta de que su incomodidad estaba allí, latente, en la forma en que apartaba la vista o se movía rápido para salir de la habitación.

A menudo y a medida que íbamos creciendo, empezó a dormir en el sofá. Era su forma de poner un espacio entre nosotros, de mantener esa línea que nunca cruzábamos. Algo en su interior parecía decirle que la cercanía podría complicarlo todo. Y yo, por alguna razón, entendía esa necesidad de distancia. Había algo en su gesto que me decía que, al igual que yo, temía que si cruzábamos esa línea, las cosas cambiarían para siempre.

Cuando luchábamos, nuestros cuerpos sentían la calidez del otro. Eran las únicas veces en las que, sin quererlo, traspasábamos esas barreras invisibles que habíamos levantado entre nosotros. Durante esos momentos de combate, esa proximidad se volvía inevitable, aunque ambos tratábamos de no darles demasiada importancia. La tensión era palpable, y el roce de nuestros cuerpos, a veces brusco, otras veces más controlado, traía consigo una sensación de cercanía que no sabíamos cómo gestionar.

¿Qué pasaría si nos arriesgamos? La pregunta rondaba mi mente a menudo. ¿Seríamos capaces de seguir siendo lo que éramos si todo eso cambiara?

Pero, la realidad es que, aunque parte de mí deseaba que esa conexión fuera más profunda, más cercana, había algo dentro de mí que temía perderlo todo. La idea de que una relación amorosa pudiera desestabilizar esa confianza y esa complicidad que compartíamos durante años crudos y duraderos. Eso me aterraba. Él era la única familia que tenía. Si cruzábamos ese límite, ¿quién sabe qué quedaría de nosotros? ¿Qué pasaría con esa relación valiosa que teníamos? ¿Lo arriesgaríamos en busca de algo que podría cambiarlo todo? ¿A mejor? ¿A peor? ¿Nos distanciaríamos?

Por otra parte, me sorprendía a mí misma imaginándole con otros ojos. Sus labios, su forma de moverse, la manera en que sus ojos captaban mi atención incluso en los momentos más tranquilos. Y cuando me daba cuenta de que esos pensamientos, de esos sentimientos, estaban creciendo sin que los pudiera controlar y me sentía mal.

Me sentía ¿culpable? Era raro de explicar. Más aún, de entender.

Sergei no lo decía, pero siempre supe que él era consciente de mis sentimientos.

Con esos pensamientos rondando mi mente y sin darme cuenta, ya había llegado a nuestro hogar. Y tras recuperar el aliento por la actividad física, entré.

Y en el interior estaba él, esperándome. Cuando me vio llegar, alzó una ceja. Estaba recostado contra la pared y descansaba sus piernas cruzadas sobre la mesa, en una postura que parecía tan desafiante como natural en él.

Salvaje.

Su mirada se deslizaba lentamente sobre mí, evaluándome.

Supo captar en mi rostro las inquietudes que pasaban por mi mente, antes de que pudiera siquiera ponerles nombre.

—¿Qué ocurre?

🕷️ ¡Espero que os haya gustado y muchas gracias por el apoyo,
los votos y los comentarios! 🕷️

🕸️ Entre más interacción haya en los capítulos,
más seguidas serán las actualizaciones. Perdón por haber tardado
en actualizar, intentaré en la medida de lo posible
compaginar el tiempo y esta novela con las otras. 🕸️

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