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𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟏

"Purpose is but the slave to memory, of violent birth, but poor validity."

—William Shakespeare

Agosto, 1945. Diario de Abigail Clemont.

Hoy Helene cumpliría 17, claro, si todavía estuviera viva, la pobre murió hace aproximadamente dos meses, Abigail y ella eran amigas y me asombró el poco interés en los rasgos de Adeline al asistir al funeral. Ella siempre había sido una persona de poca expresividad, pero supuse (incorrectamente) que existiría algo que le doliera lo suficiente para hacer rodar, al menos, una lágrima, no era que la quisiera ver sufrir, no, para nada, pero no recuerdo con precisión cuando fue la última vez que hubo algo lo suficientemente intenso como para borrar la calma (tintada sutilmente con desesperación, como si quisiera escapar de su propia carne) de sus ojos marrones. En otros temas, he estado conversando con Harding, el dice que le agrado y yo le creo, aunque se que lo dice en serio y en realidad está perdidamente enamorado de mi hermana. Supongo que habla conmigo para acercarse a ella, o tal vez ya aceptó que ella no deseaba tener nada que ver con el ni con su apellido y habla conmigo para olvidarse de su pesado corazón, de cualquier manera el es interesante y por mucho que me duela en el ego tal vez no estaría tan mal ser, al menos en este caso, la segunda opción. Al menos tengo el privilegio de ser una opción entre mares de chicas bellas.

Agosto, 1945. Mansión Clemont.

Pocas son las veces en las cuales la mansión Clemont no se encuentra llena hasta el tope de personas, algunas para la limpieza otras pocas enviadas por el señor Caterdam para vigilar a las hermanas. Hoy era la excepción a la regla y la mansión Clemont se encontraba vacía. Dentro de encontraban únicamente las hermanas y la señora Henrtjor la cual se encontraba limpiando algunos de los cuartos del último piso, aquel psio siempre se encontraba bizarramente sucio y la pobre señora Herntjor se mataba todos los días tratando de mantener aquel ratero mínimamente sucio. Adeline se dio cuenta que sus intentos no servían de nada el momento en el que subió las escaleras.

La puerta de roble, desgastada por el paso de los años, cruje ominosamente con el viento, invitando a la curiosidad y al temor a partes iguales.

En su interior, la oscuridad se adueña de cada rincón, interrumpida solo por el parpadeo vacilante de candelabros cubiertos de polvo. Los muebles, tapizados en terciopelo descolorido, parecen susurrar historias olvidadas. Los retratos de antiguos moradores, con miradas penetrantes, vigilan desde las paredes, como fantasmas atrapados en el tiempo. Un aire húmedo y frío envuelve la mansión, cargado de un aroma a moho y a naftalina. Los suelos crujen bajo los pies, como si advirtieran de un peligro inminente. En las habitaciones del tercer piso, los espejos reflejan imágenes distorsionadas, y los relojes se han detenido en momentos indeterminados, congelando el tiempo en un instante de eterno suspenso.

Aquella zona de la mansión, con sus sombras danzantes y sus inquietantes susurros, había sido desde niña un abismo de terror para Adeline. Los crujidos de la vieja madera, el aullido del viento que se colaba por las grietas de las ventanas y las extrañas siluetas que se proyectaban en las paredes habían forjado en su mente infantil una imagen de horror indeleble. Ahora, con la madurez, el espanto visceral se había transformado en una intrigante sombra, más tenue pero persistente, que contrastaba vivamente con la curiosidad que la embargaba. Un anhelo de descubrir los secretos que aquella estancia guardaba, un anhelo que rozaba lo peligroso y que chocaba frontalmente con la desaprobación de la señora Herntjor y, sobre todo, con la férrea oposición de su madre.

La anciana gobernanta, con su mirada penetrante y sus labios curvados en una sonrisa sardónica, parecía guardar celosamente los misterios de la casa, como si fueran tesoros oscuros que solo ella estuviera autorizada a conocer. Adeline, sin embargo, sentía una irresistible atracción hacia lo prohibido, una necesidad de desentrañar los enigmas que se ocultaban tras las pesadas puertas de aquella zona prohibida.

Marzo, 1941. Mansión Clemont.

La penumbra que reinaba en el tercer piso era tan espesa que parecía tangible, una sustancia viscosa que se adhería a la piel y a la mente. Los rayos de luna que se filtraban por las grietas de las ventanas dibujaban sombras grotescas en las paredes, deformando los muebles y creando una atmósfera opresiva. El polvo, acumulado durante años, flotaba en el aire, formando remolinos que se entrelazaban con las sombras danzantes.

Adeline se detuvo, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. El crujido de una tabla bajo sus pies la sobresaltó, y se volvió rápidamente, su mirada recorriendo la oscuridad. Y allí estaba ella: la señora Clemont, es decir su madre, una figura imponente que parecía emerger de las mismas sombras. Su rostro, pálido y arrugado, estaba iluminado por una tenue luz que hacía resaltar sus ojos hundidos y brillantes. Vestía un largo vestido negro que arrastraba por el suelo, y un sombrero de ala ancha ocultaba parcialmente su rostro.

—¡Abigail! – Su voz era áspera y gutural, como el roce de uñas sobre una pizarra.

—¿Qué haces aquí? ¿Acaso no te he advertido innumerables veces sobre los peligros de este lugar?

—Yo, solo quería echar un vistazo. Siempre me ha intrigado este piso.

La señora Herntjor se acercó a ella, su mirada fija en los ojos de la joven.

—Intrigado, dices. Más bien diría que poseída por una insaciable curiosidad que te llevará a la perdición. ¿No entiendes que este lugar está maldito? Que alberga secretos que es mejor dejar enterrados?

Abigail retrocedió un paso, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda, una sensación que ya era normal cada vez que su madre se le acercaba.

—Pero... – trató de protestar Adeline pero sus palabras fueron interrumpidas antes de poder ser terminadas.

—¡No hay peros que valgan! – La voz de la señora Clemont resonó en el pasillo, interrumpiendo a Adeline.

—Vete de aquí antes de que acabes con mi paciencia.

Abigail asintió con la cabeza, demasiado asustada para protestar. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta, pero antes de desaparecer en la oscuridad, se volvió una última vez hacia la señora Clemont.

Mayo, 1944. Diario de Adeline.

Otro día más en este purgatorio. La luz del sol, tan brillante y cruel, se cuela por las grietas de la persiana, revelando las telarañas que cuelgan del techo como nidos de pesadillas. Mamá se pasea por la casa como un fantasma, sus ojos vacíos miran a través de mí. Me pregunto si alguna vez me verá realmente.

Odio su sonrisa, esa mueca que oculta un abismo de indiferencia. Recuerdo cuando era niña, cómo me prometía un mundo de colores, de cuentos de hadas. Ahora, solo hay sombras y eco de aquellas promesas rotas. Siento que me arrastra a su locura, a su mundo de susurros y de visiones.
A veces, cuando la noche envuelve la casa, escucho susurros. Voces que solo yo puedo oír, que me hablan de secretos oscuros y de un pasado que quisiera olvidar. Mamá dice que son solo imaginaciones mías, pero sé que no es así. Ellas están aquí, en cada rincón, en cada sombra.
Anoche, la vi hablando con ellas. Sus ojos brillaban con una luz extraña, una luz que me heló hasta los huesos. Me dijo que yo era una de ellas, que llevaba su sangre en mis venas. Y entonces, me susurró al oído: "Eres más de lo que crees, mi niña".

¿Qué quiere decir con eso? ¿Soy una criatura de la noche? ¿Una sombra que vaga en la oscuridad? No lo sé. Pero cada día, la línea entre la realidad y la locura se vuelve más difusa. Y me pregunto si alguna vez volveré a ser la chica que fui.

Agosto, 1945. Mansión Clemont.

Al franquear la pesada puerta de roble, Adeline se encontró sumergida en una penumbra tan densa que parecía tangible. La única luz provenía de una chimenea lejana, cuyo titilar proyectaba sombras grotescas en las paredes. En medio de esa penumbra, la figura encorvada de la señora Herntjor, una mujer dulce pero reservada que no solía hablar con nadie en la casa, ni siquiera las mismas hermanas. La señora Herntjor movía con la agilidad de una sombra enfocada en limpiar el lugar. Su rostro, surcado por profundas arrugas, parecía una máscara de pergamino, y sus ojos, hundidos y oscuros como pozos sin fondo, irradiaban una cautela que heló la sangre de Adeline.

—A tu madre no le hubiera gustado que estuvieras aquí – susurró la anciana, su voz tan suave como una caricia, pero con una frialdad que heló la sangre de Adeline.

Las palabras, cargadas de un significado oculto, flotaban en el aire como partículas de polvo, despertando en Adeline una sensación de déjà vu. Era como si hubiera escuchado esa misma frase en un sueño, en una vida pasada. El uso del pasado, tan inesperado y cargado de significado, resonó en la mente de Adeline como un eco en una catedral vacía. ¿Cómo era posible que la señora Herntjor supiera de la muerte de su madre? Un escalofrío recorrió la espalda de Adeline. Aquella mujer, con su conocimiento de un hecho tan íntimo, parecía poseer una sabiduría inquietante, una conexión con el más allá que la aterrorizaba y fascinaba a partes iguales. La mansión, con sus pasillos oscuros y sus muebles antiguos cubiertos de polvo, parecía cobrar vida propia, susurrando secretos que solo la señora Herntjor y la señora Clemont (cuando aún vivía) parecía comprender.

—Tiene toda la razón. Mi madre no disfruta de mi presencia en estas zonas de la mansión.

Adeline hizo hincapié en el presente, pues, no importará que era lo que la señora Herntjor quería decir, ella no deseaba que se supiera nada sobre la muerte de su madre. Al menos no hasta que Abigail estuviera lista para procesar aquella pesada información.

𝐍𝐎𝐓𝐀 𝐃𝐄 𝐀𝐔𝐓𝐎𝐑𝐀:

ay amo demasiado escribir a Adeline, siento que es un personaje que tiene demasiado potencial y espero que mi libro le haga justicia a lo que me imagino de ella 😭.

Hace un tiempo me leí Drácula y ame el concepto de las viñetas y las entradas de los diarios y decidí aplicar eso para este libro para poder darle una vibra parecida, además a lo largo del libro voy a hacer algunas referencias a Drácula porque también me inspire mucho en el personaje que escribió Bram Stoker porque me dio muchas vibes a Tom Riddle y le voy a poner a Tom una personalidad como la de Drácula.🧛🧛

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