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🦋Capítulo 2 - Kim🦋

Después de concluir una presentación exhaustiva, me dirijo sin demora a mi oficina, un espacio que me ofrece un refugio de tranquilidad y orden en medio del bullicio corporativo. Antes de sumergirme en la montaña de papeleo que me espera, hago una parada obligatoria para solicitar a mi secretaria, la señorita Leia, que me entregue un conjunto de documentos críticos que requieren mi atención inmediata. Leia, cuya eficiencia nunca deja de impresionarme, anticipa mis necesidades y, junto con los papeles, me trae un café negro intenso, el combustible perfecto para las largas horas de concentración que se avecinan. Con un gesto amable, me acompaña hasta mi escritorio y coloca la taza humeante junto a la pila de informes.

—Hoy tiene una reunión con el señor Kim —anuncia Leia, su voz resonando con un matiz de formalidad mientras se prepara para dejar la oficina.

—¿Kim Taehyung? —pregunto, mi mente evocando la imagen del joven aprendiz que recientemente se unió a nuestro equipo.

—No, con el señor Kim Namjoon; su prometido —aclara ella, y puedo percibir un destello de diversión en su tono.

Mis labios forman una "o" exagerada mientras asiento, una ola de realización inundando mi mente. Los últimos días han estado tan saturados de trabajo que, por un momento, olvidé la cita programada con mi novio, una omisión que ahora me parece incomprensible.

—¿A qué hora es la reunión? —indago, buscando reorganizar mi agenda mental.

—A las cuatro de la tarde. El señor Kim insistió en que, después de esa hora, se cancelen todos los asuntos laborales —me informa Leia, su voz impregnada de la seriedad que la situación amerita.

—Entendido, asegúrate de recordármelo cuando falten treinta minutos. Han pasado dos semanas desde la última vez que vi a Nam —confieso, una mezcla de anticipación y remordimiento coloreando mis palabras.

—Por supuesto, señor —responde Leia con una inclinación de cabeza, su profesionalismo inquebrantable.

Con esas palabras, Leia se retira de mi oficina, cerrando la puerta con suavidad tras de sí. Me acomodo en mi silla, el cuero crujiendo bajo mi peso, y me concentro en los documentos que demandan mi escrutinio. Mientras mis ojos recorren las líneas de texto, mi mente no puede evitar divagar hacia la próxima reunión. A pesar de la importancia de los asuntos en mano, la perspectiva de reencontrarme con Namjoon, la persona que ha capturado mi corazón, infunde una calidez inesperada en la rutina de mi día laboral.

Son las tres y media de la tarde, un momento tranquilo en la oficina donde el murmullo de las conversaciones y el teclear de las computadoras llenan el ambiente. De repente, el sonido de mi teléfono interrumpe esa calma. Es mi secretaria, con su tono siempre eficiente, recordándome que debía prepararme para mi encuentro con Namjoon.

Me levanto de mi escritorio, revisando que no olvide nada importante. Mi laptop, el cargador, algunos documentos críticos para revisarlos en la noche en mi casa, y por supuesto, las notas que he preparado durante toda la mañana. Todo está allí. Con un último vistazo a mi espacio de trabajo, me aseguro de que todo estuviera en orden antes de dirigirme hacia la salida.

El edificio está diseñado con largos pasillos que parecen extenderse infinitamente, adornados con obras de arte moderno y plantas que añaden un toque de vida al lugar. Mientras camino, noto una conmoción a lo lejos. Min Yoongi y Kim Taehyung, se encuentran en medio de una acalorada discusión. Papeles esparcidos en el suelo alrededor de ellos, como testigos silenciosos de su desacuerdo.

«¿En serio? ¿Es su primer día en la oficina y ya tengo que lidiar con conflictos?», pienso, sintiendo cómo la irritación comienza a hervir dentro de mí. No era el tipo de bienvenida que esperaba, y definitivamente no quería que afecte mi estado de ánimo antes de la ver a Namjoon.

Respiro hondo, intentando calmar la tormenta interna, y me acerco a ellos con pasos firmes pero controlados. Al levantar la vista y verme, ambos se detienen en seco. El silencio cae sobre nosotros como una cortina pesada, y supe que ahora me enfrento a la tarea de mediar en su disputa, además de mantener mi propia agenda en orden.

Con una voz firme y autoritaria, exijo una explicación del caos que se ha desatado ante mis ojos.

—¿Me explican la causa del gran espectáculo? —Mi tono es suficiente para hacerles entender que no estoy para juegos.

Jeon Jungkook, sale de su cubículo sin dudarlo, dispuesto a asumir la culpa.

—Es mi culpa señor Park —dice, agachándose para recoger los papeles que yacen como un recordatorio tangible de la disputa.

Min Yoongi, sin embargo, interviene con severidad, colocando una mano en el hombro de Jungkook, deteniéndolo en seco.

—No levantes eso, Jungkook. —Su voz es un mandato, pero Jungkook decide ignorarlo y procede a recoger los papeles de todos modos.

Observo cómo Jungkook intenta ordenar los documentos con dedos que no logran ocultar su nerviosismo. Las hojas están desordenadas y arrugadas, un reflejo del tumulto emocional que debe estar sintiendo en ese momento.

Mi paciencia se agota.

—Si no me dirán qué sucedió tendré que reducir el sueldo de los tres. —No es una amenaza, es una promesa.

La tensión es palpable y puedo ver cómo afecta a Jungkook. Su rostro se torna pálido, y es evidente que la posibilidad de perder parte de su salario lo afecta profundamente. Necesita ese dinero, quizás más de lo que los demás puedan imaginar.

Finalmente, Yoongi rompe el silencio con una revelación que hace que el aire se cargue aún más.

—Taehyung le tiró los papeles al suelo a Jungkook porque es de clase baja —confiesa, y siento cómo algo dentro de mí se endurece. No puedo tolerar tal comportamiento en mi equipo.

Dirijo mi mirada hacia Taehyung, buscando en sus ojos alguna señal de arrepentimiento o explicación.

—¿Es cierto? —pregunto, y él, con un gesto que denota resignación, asiente. Es un momento decisivo, uno que definirá cómo manejaré la situación y el mensaje que quiero enviar sobre los valores que espero se mantengan en mi equipo.

Jungkook, con una mezcla de vergüenza y frustración, intenta explicarse.

—Pero es mi culpa, yo... —Comienza, pero sus palabras se pierden en el aire mientras nuestras miradas se encuentran. Hay un destello de algo indefinido en sus ojos.

Taehyung, con su postura erguida y una expresión que no delata remordimiento, interrumpe.

—Le dije que si no tenía zapatos decentes era mejor que no se presentara en la oficina. —Su voz es firme, casi desafiante—. Él se molestó y yo le tiré los papeles a modo de respuesta. —Se aclara la garganta, quizás intentando suavizar el impacto de sus palabras—. No volverá a pasar, señor.

Observo a Jungkook, cuyos ojos grandes y expresivos me me siguen recordando a los de Bambi.

—Eso espero —respondo con seriedad—. Jungkook, te espero mañana a primera hora en mi oficina. —Luego, mi atención se desplaza hacia Taehyung—. Y tú, —digo con una mirada penetrante—, que hayas nacido en cuna de oro no te hace más o menos valioso que tus compañeros. ¿Me ves humillándote? Te apuesto que tengo más de miles de millones que tú. —Mi tono es severo, pero justo—. Como castigo tendrás que llevarle café durante una semana a Jungkook a su cubículo y Min Yoongi va a asegurarse de que lo hagas.

Taehyung intenta protestar, pero lo interrumpo.

—Humildad, Señor Kim.

Dicho esto, me doy media vuelta y me alejo, dejando atrás la escena. No puedo evitar escuchar la risa de Yoongi resonando en el fondo, una nota de diversión en medio de la tensión.

Con el rugido del motor de mi Lamborghini resonando a través de las bulliciosas avenidas y los estrechos callejones de Seúl, me abro paso entre la multitud de la hora punta. Los rascacielos se alzan como centinelas de acero y cristal, reflejando los rayos del sol que se deslizan hacia el horizonte. Finalmente, llego al destino que había estado anticipando todo el día: un restaurante de alta cocina conocido por su exclusividad y su exquisita selección de platos.

Al entregar las llaves al valet, siento una mezcla de emoción y nerviosismo. Las puertas del restaurante se abren ante mí como las páginas de un nuevo capítulo. Un empleado, con una sonrisa profesional y un gesto amable, me guía a través del laberinto de mesas elegantemente vestidas. A lo lejos, puedo ver a Namjoon.

Él se levanta tan pronto como nuestros ojos se encuentran, y en ese momento, el mundo exterior se desvanece. Sus brazos, fuertes y acogedores, me envuelven en un abrazo que parece detener el tiempo. El aroma a canela que siempre lo acompaña me envuelve, un dulce recordatorio de la calidez de su personalidad. Me aferro a él, buscando la conexión que solo el latido de su corazón puede ofrecer, pero su risa, clara y contagiosa, interrumpe mi búsqueda.

—Dime que pasaremos el resto del día juntos —su voz es una melodía que promete tantas cosas.

—Lo haremos —respondo, mi voz apenas un susurro lleno de promesas.

Me elevo sobre la punta de mis pies, un esfuerzo para acortar la distancia entre nosotros, y nuestros labios se encuentran en un beso que sella nuestro pacto silencioso. Un rubor tiñe sus mejillas, un reflejo del afecto que compartimos, y sé que este es solo el comienzo de una noche inolvidable.

—Te extrañé —dice cuando nos sentamos a la mesa.

—Lo siento, estuve ocupado con el cambio de personal en la oficina —me disculpo, recordando las largas horas seleccionando candidatos.

—¿Y qué tal son los nuevos abogados? —pregunta con curiosidad antes de beber un poco de vino, su mirada fija en la mía.

—Son jóvenes, veinticinco y veintiséis años —comento, recordando la discusión de hace rato.

—¿Son apuestos? —pregunta, con una sonrisa juguetona, mirándome a los ojos.

—Nam, solo tengo ojos para ti —respondo con sinceridad, sintiendo cómo su presencia hace que todo lo demás pierda importancia.

—Eso ya lo sé, mi pregunta fue...

—Sí, son apuestos —digo, admitiendo la verdad—. Pero no tanto como tú —añado rápidamente, viendo cómo su sonrisa se ensancha de una manera hermosa, su alegría concede que mi corazón se sienta alegre.

Desde la llegada de Namjoon, mi vida que era gris comenzó a tener colores. Él trajo consigo la luz del sol a mis días nublados, y cada momento a su lado es un regalo que atesoro.

Lo conocí en un tribunal cuando peleó la herencia de su padre en contra de su madre ya que ella ya estaba divorciada y exigía una parte. Yo fui su abogado defensor y en nuestras reuniones para hablar sobre el caso coincidimos en muchos temas de conversación. Una cosa llevó a la otra y terminamos follando en nuestra oficina.

—Mañana sale en los periódicos nuestro compromiso —dice sosteniendo mi mano con suavidad, sus ojos brillando con emoción.

—¿Estás listo para revelarle al mundo que te vas a casar con Park Jimin, multimillonario que además es cotizado por hombres y mujeres? —pregunto, sintiendo cómo la emoción crece dentro de mí.

—Quisiera gritarlo a los cuatro vientos desde hace varios meses, mi pastelito —confiesa.

—Yo también, mi cupcake —digo.

—Dios —comienza a reír—. Si en la oficina supieran que nos hablamos de esta manera no nos tomarían en serio.

—Estar enamorado no es nada del otro mundo —digo riendo—. Pero nunca lo comentes, prefiero que sigan pensando que soy el tiburón del tribunal.

Ambos estallamos en risas, la felicidad compartida llenando el espacio entre nosotros.

—Es en serio Namjoon, quiero mantener la faceta de cara dura intacta —digo, mi tono volviéndose más serio.

—Y yo la mía, así que es mutuo.

También fue mutuo el hecho de venir a la mansión de Namjoon, nos desvestimos una vez dentro de la habitación y devoramos nuestros labios como si fuéramos animales en celo. Yo no tengo una preferencia, puedo poseer y también puedo dejar que me posea, mi única exigencia es que ambos terminemos satisfechos. Me alza en el aire con sus enormes brazos, puedo ver sus venas marcándose y sus dedos apretar mi trasero para evitar que me caiga. Rodeo su cintura con mis piernas apretando con fuerza y beso sus labios a medida que siento nuestros miembros crecer. Después suelto un suspiro exagerado porque se introduce en mí sin avisar, aprieto su cuerpo más en contra del mío y ambos jadeamos extasiados por la manera tan exquisita en la que hacemos el amor.

—Te voy a devorar, mi pastelito.

—No te detengas, Kim —suplico y aumenta la velocidad.

Lo muerdo cerca del cuello, pero con ligereza porque no quiero dejarle marcas, ni moretes. Ambos acordamos en cuidar nuestra imagen ante las cámaras y ante nuestros empleados.

—Kim... —jadeo de nuevo—. ¡Que delicioso!

Las únicas ocasiones en las que lo llamo por su apellido son estas y disfruto hacerlo.

—Kim... Kim... Kim... —digo una y otra vez antes de que ambos termináramos satisfechos.

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