► 𝐏𝐑𝐎𝐋𝐎𝐆𝐔𝐄
༻ 𝐏𝐑𝐎́𝐋𝐎𝐆𝐎 ༺
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' RADIOACTIVOS '
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PETER PARKER SE SENTÍA uno solo con las sombras que abrazaban a aquel callejón de Queens.
No era una costumbre suya el escaparse de casa, muchísimo menos a media noche. La tía May enloquecería si se le ocurría ir a la habitación de Peter solo para encontrarse con que la ventana por la cual se había escurrido su sobrino estaba abierta de par en par. Sin embargo, aunque por aquellos lares las atractivas luces de Nueva York no iluminaban su camino y el viento frío le entumecía los dedos, Peter no tenía el valor para regresar a casa.
Aún le costaba acostumbrarse a sus nuevas habilidades. Eran abrumadoras, molestas, tanto como el insoportable ardor que le causó la picadura de la araña que lo había mordido durante su excursión en la Corporación General Techtronics, junto a sus compañeros de la secundaria Midtown.
El enfoque de su visión estaba completamente desequilibrado. Escuchaba el canto de las cigarras muy cerca de sus oídos, casi al ras de sus tímpanos. Podía distinguir cada una de las líneas que formaban el recorrido de sus huellas dactilares, y durante aquel día había quebrado más cosas de las que podía imaginar con solo proporcionarles un pequeño toque.
Por primera vez, Peter era consciente de cada uno de los poros de su piel, de cada vello que poseía en el cuerpo, de cada olor que impregnaba al callejón y, aún en completa oscuridad, de cada chicle pegado en la acera y de las partículas de gravilla rozando a las suelas de sus zapatos.
Entre pensamientos que atolondraban a su cabeza y con el ceño fruncido en confusión, Peter había llegado a la última pared de ladrillos que daba fin al callejón y, sin pensar en lo que hacía, no tardó en subir las escaleras de emergencias que había frente suyo para así llegar a la azotea de un edificio desconocido.
«¿Y si la araña no me envenenó? ¿Y si, en lugar de eso, me dio estos... poderes?» se preguntó Peter cuando, intentando sentarse al borde de la azotea, rozó el suelo y las yemas de sus dedos se adhirieron como por arte de magia al concreto.
Como si fuera una... araña.
«No, imposible. Definitivamente tantos cómics te están afectando, Peter».
Soledad, creía que eso era lo que necesitaba. Con su mejor amigo, Ned Leeds, parloteando durante todo el día sobre la película de extraterrestres que quería ver junto a él, Peter no había tenido tiempo de relajarse.
—También tuviste un mal día, ¿eh?
—¡Mierda! —exclamó Peter sobresaltado, llevando una mano a su pecho con la respiración agitada.
«Yo solo quería estar solo, ¿acaso era mucho pedir?»
Escuchó una risilla baja, femenina, proviniendo de su lado derecho: —Tranquilo, no eres el único que no la está pasando del todo bien.
—¿Cómo sabes que–
—Aunque no lo creas, puedo ver tu cara de sufrimiento en este momento —interrumpió la voz. A Peter no le pasó por alto la forma en la que ésta titubeó a mitad de la frase; su curiosidad aumentó, pero su parte más paranoica le exigía que huyese de aquel lugar cuanto antes—. ¿Lo ves? Ahora estás frunciendo el ceño —habló rápidamente—. Estoy tan confundida como tú...
Peter intentó enfocar su visión, entrecerrando los ojos. Con ayuda de su nueva vista agudizada, pudo distinguir el rostro de la chica, quien paseaba su mirada por los coches que circulaban las calles a kilómetros de distancia mientras jugueteaba con sus dedos sobre su regazo, acompañada por una expresión de puro tormento.
Poder ver entre tal oscuridad era sobrehumano. Y al parecer, eso ella ya lo sabía.
¿También podía verlo? ¿No era él el único que tenía los sentidos disparados?
—También puedo verte —murmuró Peter.
La joven tragó en seco. Peter supo entonces que no era la única víctima del miedo.
—¿Qué demonios nos está pasando?
La escuchó suspirar pesadamente. Casi pudo visualizar el vapor escapando de su boca, delatando que el invierno comenzaba a acechar a Nueva York.
Se sintió raramente a gusto a pesar de que miles de preguntas rondaban por su cabeza; no todos los días tienes la oportunidad de toparte con una persona de tu edad que esté experimentando las mismas locuras que tú, pensaba el castaño. Aunque un silencio incómodo parecía materializarse entte ellos, Peter solo pudo sentirse acompañado, comprendido, pero todavía tenía un extraño peso en el estómago, una carga que no lo dejaba respirar tranquilo.
Era una presión que lo obligaba a abrir la boca, a buscar la forma de escapar del nuevo secreto que, sabría, tendría que proteger con su vida a partir de ese momento. Era ajeno, insano, molesto, y Peter no creía tener el valor de soportarlo. Necesitaba explotar. Necesitaba hablarlo con alguien, detonar la bomba que había crecido en sus entrañas y deshacerse de aquel nudo que le ataba la garganta.
No aguantó mucho más y, sin percatarse, las palabras se deslizaron fuera de su boca.
—Me mordió una araña —soltó con rapidez; su timbre subiendo una octava y haciéndole aclarar la garganta—, una araña que escapó de este... laboratorio, y es estúpido pero yo... No sé qué sucede, pero desde entonces todo en mí ha–
—Ha cambiado.
Peter giró a ver a la chica, asintiendo con lentitud. Sus orbes castaños impregnaron la visión de Peter con una sensación cálida que logró aliviar la tensión de su espalda.
—Siento lo mismo pero yo... yo me quemé con algo extraño, una piedra que... —continuó ella—. Tampoco lo sé, es complicado. Solo sé que puedo ver en la oscuridad, de pronto mi temperatura comienza a subir, todo se vuelve rojo y mis manos ya no son manos, son... —Hizo una pausa, tomando una bocanada de aire—, son fuego.
La mandíbula de Peter cayó abierta mientras la joven extendía una mano, temblorosa e inestable, hacia él.
De sus dedos comenzaron a salir pequeñas chispas que se fueron extendiendo por su mano hasta convertirse en llamas, llamas de verdad, que calentaron la sangre de Peter dentro de sus venas. Desvió sus ojos de la mano hacia los de la chica. Sus iris poseían un matiz anaranjado, rojizo, como si dentro de ellos danzara un incendio aún más intenso. Sus manos se habían convertido en una fogata que ardía con fiereza, y el calor que emanaban no era más que otra prueba de que aquello no se trataba de un simple espejismo.
—Carajo... es... real...
Peter abrió y cerró la boca rápidamente. Su mente lo obligó a extender su brazo en el suelo de la azotea, palpando hasta finalmente tomar la primera piedra que hizo contacto con sus dedos. La puso frente a la chica y, apretando el puño, su nueva fuerza sobrenatural permitió que la roca se convirtiera en polvo.
¿Desde cuando él, el débil y torpe Pito Parker, podía romper una maldita piedra con un simple apretón de su puño?
—Esto. —Peter le mostró sus manos llenas de polvo—. Esto no es normal. Yo no podía hacer esto antes.
Aún confundida y sorprendida en la misma dosis, con el fuego extinguiéndose de su propia mano, la chica habló, dándole a Peter una reacción que no esperaba para nada.
—Soy Rae.
Peter tomó una profunda bocanada de aire. Suspiró, aliviado. El oxígeno ya no era humo contaminado, la tensión en su entrecejo había desaparecido para dar lugar al atisbo de una pequeña sonrisa.
Y entonces todo volvía a cobrar color. Ya no se sacudía como un niño asustado, ya no se sentía acechado.
—Soy Peter —se presentó, extendiendo su brazo en su dirección—, Peter Parker.
Mientras sacudían sus manos en un amigable saludo, se selló un pacto con el que prometían guardar sus secretos.
A partir de ese momento, con una joven que compartía las mismas preocupaciones que previamente le habían revuelto el estómago, no le molestaba demasiado el que los sonidos de la noche le atormentaran los oídos. Lentamente, comenzó a recibir con brazos abiertos el hecho de que todas esas supersticiones que pasaron por su cabeza eran realidades; realidades que ahora, pensaba, podría compartir con Rae.
Peter Parker se sintió como un chico normal mientras pasaba el tiempo con aquella desconocida, solo viendo a las estrellas desaparecer en el alba, envueltos en un acogedor silencio que les permitió conocerse más que cualquier palabra.
Y, a la par que las respiraciones de Peter y Rae se sintonizaban en una misma melodía, una criatura sobrenatural se retorcía sobre su pedestal de fuego, sosteniéndose el pecho con una de sus ardientes garras y gruñendo de rabia y de dolor. Alguien le había arrebatado una parte de su corazón, de su centro de poder, y el caos que por tanto tiempo llevó por dentro estaba apunto de desatarse.
Todo por una araña radioactiva y una extraña gema de fuego, que marcarían las vidas de Rae Williams y de Peter Parker para siempre.
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