Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

❏ | 𝐇𝐎𝐌𝐄𝐒𝐈𝐂𝐊𝐍𝐄𝐒𝐒

⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯
𝐇𝐎𝐌𝐄𝐒𝐈𝐂𝐊𝐍𝐄𝐒𝐒

❝Porque si él estuviera vivo… Si realmente lo estuviera…❞
⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯

La puerta del recibidor se cerró con un suave click tras de ella, pero el ruido fue suficiente para que sus abuelos se asomen desde la cocina. Björn lleva puesto un mandil con estampados de girasoles, con su largo cabello rubio atado en una coleta y sin gafas, al parecer, él es quien está cocinando. Frigg en cambio, aparece vestida de forma informal, aunque su mirada se entrecierra con ligera molestia al ver a su nieta llegando tan tarde. La rubia le había estado marcando varias veces, preocupada al notar la hora que era y lo mucho que había oscurecido. Incluso le habló a Enji, creyendo que tal vez estaría haciendo horas extras, patrullando las calles bajo el mando del héroe número dos pero no fue así.

Su preocupación fue tanta, que ni siquiera notó que Elaine no traía su maletín.

— ¿Dónde estabas, señorita? — preguntó, poniendo los brazos en jarra.

— Me atrasé un poco, lo siento. Ya comí algo, no se preocupen. — forzó una sonrisa, esa que no llega a los ojos.

La mayor entrecerró los ojos, nota algo rarisimo en ella, como si le estuviera ocultando algo. Conoce a Elaine como la palma de su mano, es su nieta, y ella es tan transparente como un vaso de agua. Su mirada la recorre varias veces, de pies a cabeza, hasta que ve el moretón en su mejilla y suelta una exclamación, cruzando el marco de la cocina para sujetar el rostro de la pelirroja.

— ¿Qué te sucedió? — preguntó alarmada. — ¿Te duele? ¿Quién te golpeó así? — insistió, frunciendo el ceño.

Björn se acercó rápidamente, rodeando a la menor. Él fue más cuidadoso al alzar la barbilla de la fémina, detallando la piel amoratada que abarca gran parte de su pómulo derecho, notando además, un corte en su labio; otro golpe.

— ¡Fue un accidente! — chilló, encogiéndose en el sitio. — Tuve un entrenamiento con Mirio, ya saben lo fuerte que es… Me da pelea. — quiso sonreír, pero sólo obtuvo una mueca.

La rubia resopló.

— Ustedes dos son muy bruscos. — la regañó, pellizcando la mejilla sana de su nieta. — ¿Segura que no tienes hambre, cielo? Tu abuelo hizo pasta.

Negó suavemente, intentando sonreír para ellos, e hizo su mejor esfuerzo para aparentar normalidad, aunque por dentro estuviera a nada de romper a llorar. Se despidió de ellos con un beso en la mejilla, y subió las escaleras con la torpeza de quien se mueve por inercia. Cada paso es una piedra más atada a su cuerpo, es capaz de sentir el peso del mundo en su espalda, el eco de lo vivido aplastándole el pecho.

Cuando llegó a su habitación, cerró la puerta con el seguro y se dejó caer al suelo sin quitarse los zapatos. El silencio fue lo que la terminó de quebrar, un silencio cerrado, compacto, uno que por fin le permitió estar a solas con sus pensamientos; con el eco de una respiración agitada qué no era la suya, con el recuerdo de una manos sujetandola, de una voces sucias diciéndole cosas horribles, y con la imagen de ese vibrante fuego azul que lo consumió todo.

Ahí, en la seguridad de su habitación, Elaine rompió en llanto. Lloró sin gritos, cubriéndose la cara con las manos, temblando, hundida en un dolor seco, profundo, agudo como un cristal enterrado en la garganta. Un miedo que pesa sobre sus hombros, qué le cierra el estómago, uno que la hace desear desaparecer. Siente el aire abandonar sus pulmones lentamente, como si respirar fuera un acto que su cuerpo ya no quisiera hacer.

Sintió asco por sus propios temblores, por la sensación de no haber podido hacer nada, por el instante de duda en el que pensó que todo terminaría ahí, entre risas asquerosas y paredes de ladrillo frío. Sintió vergüenza, aunque no debía; una vergüenza viscosa, impuesta, como si su cuerpo hubiera sido manchado por algo invisible e imposible de limpiar. El aire para ella, seguía oliendo a humo, a fuego.

Y a él.

Al desconocido, a ese hombre con los ojos cubiertos de sombra, con las llamas azules como veneno ardiendo en los escombros. No sabe quien es, pero le salvó la vida, ¿con brutalidad? Sí. ¿Con violencia? También, pero le había salvado, y eso la descoloca aún más. ¿Por qué alguien haría algo así por ella? ¿Qué pasaba por su mente cuando decidió interferir? Su mente es un torbellino, un huracán de pensamientos rotos y emociones mezcladas entre sí.

Gratitud.

Miedo.

Culpa.

Alivio.

Es demasiada información, demasiado peso emocional para una sola noche.

Se sentó en el borde de la cama después de unos minutos que parecieron horas, con los ojos hinchados por el llanto y la cara pálida. Se limpió las lágrimas como pudo, no puede dejar que sus abuelos la vean así, no quiere que se preocupe. Necesita sentir que, al menos en su casa, todo sigue igual. Necesita fingir que puede seguir, que aún tiene el control de algo.

Tomó su teléfono con las manos temblorosas, buscando el chat con su mejor amiga. No escribió un saludo, ni siquiera una explicación, sólo un mensaje: "¿Puedes mandarme todos los apuntes del semestre, por favor?". Pasaron apenas dos minutos antes de que el teléfono comenzará a vibrar.

Kaede la está llamando.

Elaine miró la pantalla.

Dudó, pero finalmente contestó.

— ¡Elaine! — la voz de su amiga llegó rápida, preocupada. — ¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Qué ocurre? — la bombardeó, con un timbre agudo.

Se llevó el teléfono al oído, y se cubrió con el edredón, como si eso pudiera protegerla del mundo. Intenta hablar pero las palabras no salen de su boca, y acaba tartamudeando; quiere contárselo, necesita hablar con alguien de lo que le sucedió, pero no puede hilar las oraciones y siente que se queda sin aire.

— ¿Elaine? — insistió la albina, preocupada. — Respira conmigo, vamos… Inhala, exhala… —

Siguió las instrucciones de su amiga, y poco a poco, pudo regularizar su respiración, hasta que se calmó por completo y por fin, pudo hablar.

— Kaede… — Hubo silencio al otro lado, un silencio que no juzgaba. —…me atacaron.

Las palabras le salieron atropelladas, como si fueran de otra persona — alguien ajeno a ella —, como si al decirlas, apena pudiera creerlas. La reacción de su amiga no se hizo esperar, y después de un silencio ahogado, chilló.

— ¿Cómo que te atacaron? ¿Cuándo? ¿Dónde estás? ¿Estás herida? —

— Estoy en casa… — Susurró con la voz quebrada. — No lograron hacerme nada, alguien me salvó… — admitió, mordiendo su labio inferior. — F-fue como un ángel… su fuego era azul… —

Sollozó.

Se echó a llorar, esta vez con la respiración entrecortada y los hombros temblando, con las lágrimas arrastrando todo el miedo, la angustia, toda la culpa de no haber podido defenderse. Una especie de llanto que nace desde dentro de su pecho, de un lugar que sólo conoce el horror.

— Estás a salvo ahora, Elaine. — murmuró suavemente, buscando calmar a su amiga. — Estás en casa.

— Tenía miedo… Mucho miedo, Kaede. — balbuceó entre lágrimas. — Todo pasó tan rápido, m-me rodearon en un callejón y… — se ahogó con su propio llanto, incapaz de terminar la oración.

— Elaine, escúchame. — le pidió con suavidad. — Tienes que denunciar, aún si no recuerdas sus rostros… La policía puede revisar las cámaras, buscar pistas, no puedes quedarte callada.

Sunshine negó con la cabeza, aunque su amiga no pudiera verla.

— N-no había cámaras… — hipó, aplastando los labios hasta formar una fina línea.

Kaede suspiró al otro lado.

— Sabes que no estás sola, ¿verdad? — preguntó. — Tienes a tus abuelos, me tienes a mi.

—Gracias… — murmuró en un hilo de voz.

— Voy a mandarte todos los apuntes ahora, pero no te desconectes, ¿si? — aseguró, poniéndose de pie para buscar su maletín. — Quédate en línea conmigo, ¿vale? Te acompaño hasta que te duermas.

Sunshine asintió, conteniendo las lágrimas que vuelven a acumularse en sus ojos. Se recostó bajo las sábanas, abrazando una de sus almohadas con fuerza. Durante unos minutos no hablaron mucho, sólo escuchan su respiración mutua, el silencio compartido es menos aterrador cuando no está sola.

Incluso ese silencio, por primera vez en horas, no duele tanto.

Eventualmente, el cansancio la venció. Su cuerpo, agotado por la adrenalina, por el miedo, por el llanto, se rindió al sueño. Y antes de que se hundiera del todo en la inconsciencia, logró enfocar el rostro infantil de Touya en el cuadro que tiene junto a su mesita de noche.

Y sintió que estaba a salvo.


























































































































































































A la mañana siguiente, el uniforme le pesaba como si estuviera empapado, Elaine se miró en el espejo antes de salir y apenas se reconoció, sus ojeras — aún marcadas por la falta de sueño — son bastante evidentes; no había podido dormir más allá de un par de horas entre pesadillas interrumpidas y el eco de los gritos que su mente siguió repitiendo como un disco rayado. «No puedes vivir con miedo». Se dijo a sí misma, fue por eso que, en lugar de tomar el camino habitual hacia la estación, giró una cuadra antes.

Hacia el callejón.

La decisión no fue impulsiva, pasó toda la madrugada debatiéndose entre la necesidad y el deseo —no, la urgencia — de enfrentarlo. Kaede tenía razón, debía denunciar, enfrentarse al problema.

Y allí está.

Frente a la boca oscura y estrecha del callejón, tan inofensiva bajo el sol como una mariquita.

Aunque su cuerpo lo recuerda.

Las piernas le comienzan a temblar, y sus manos, metidas en los bolsillos del blazer, le sudan. Tiene el estómago revuelto y encogido, como si alguien lo apretara con fuerza; su propio subconsciente le grita que dé la vuelta, que corra, que fingiera que nada de lo que sucedió anoche había pasado.

No se movió.

Tragó saliva y dio un paso.

Luego otro.

Y otro.

Hasta que entró.

El lugar es el mismo, y a la vez, completamente diferente. Sin la penumbra, sin las sombras alargadas por Los faroles rotos, parecía más angosto, menos amenazante… pepero no menos triste. El olor que golpeó su nariz primero fue un tufo seco y amargo a quemado, a madera y a carne carbonizada. El aire sigue denso, impregnado de humo viejo, como si las llamas se hubieran apagado apenas unas horas antes.

Las paredes están cubiertas por manchas negras, como si las lenguas del fuego hubieran lamido cada rincón. El hollín dibuja formas abstractas, y en el suelo todavía quedan rastros chamuscados: un pedazo de tela medio derretido, una hebilla calcinada, vidrio quebrado fundido con el cemento. No hay cinta policial, ni bomberos, ni rastro alguno de los hombres que la habían acorralado ni del desconocido que los redujo a cenizas.

Todo es ruina.

Silencio.

Y memoria.

Elaine avanzó con cuidado, y se detuvo exactamente en el lugar donde fue acorralada, donde el miedo le había mordido la garganta, donde el dolor la hizo gritar.

Cerró los ojos.

Y entonces lo revivió todo.

Las risas asquerosas, las manos tirando de su ropa, el pánico paralizándola.

Y luego, el fuego.

El estallido.

El grito.

Él.

El recuerdo del desconocido es como un sueño a medio trazar, sólo recuerda la silueta alargada, la voz grave que sonaba más a súplica que a advertencia, y esa mirada…Intensa.

Muy intensa.

Buscó con la vista algún indicio, algo que le dijera que no lo había imaginado, que alguien de verdad había estado allí y la había salvado.

Pero no hay nada.

Sólo vestigios del infierno.

Se puso de rodillas, pasando uno de sus dedos sobre una grieta ennegrecida del concreto, sintiendo el hollín pegarse a su piel. La suciedad no le hizo retroceder, al contrario, necesita tocarlo, aterrizar. Respiró hondo, y el olor a humo le arañó la garganta. Una lágrima resbaló por su mejilla sin permiso, no por miedo, no por debilidad. Es rabia; pura , punzante, ardiente rabia.

Se incorporó lentamente con las piernas aún temblando, pero se negó a sentirse miserable de nuevo. No tiene las respuestas de nada de lo que sucedió anoche, no conoce a su salvador, ni si volvería a verlo, sólo sabía una cosa: Está bien, está viva. Elaine cruzó el callejón con la espalda recta, saliendo del otro lado. Dejó atrás el humo, el miedo y la oscuridad que la había atrapado la noche anterior.

Está bien, eso es lo único que importa.

Y con ese pensamiento, retomó el camino hacia la escuela.

Al llegar al salón, notó varias miradas curiosas dirigidas a su persona. No se inmutó — tanto —, porque realmente se ve mal ese día. El moretón en su pómulo es lastimosamente visible, lo había intentado cubrir con maquillaje pero falló de forma estrepitosa, aunque algo es algo.

Se sentó en su lugar asignado, a unos asientos detrás de su amiga, quien — al verla llegar — quiso acercarse, pero la pelirroja sacudió la cabeza, indicando que hablarían después. Está demasiado cansada como para atender de forma correcta la clase de Cementoss, así que simplemente escribió todo de forma vaga. No tiene ánimos para nada, ni siquiera para decorar sus apuntes como comúnmente hacía.

Bostezó.

Le pesan los ojos, la voz de Cementoss es tan suave y grave que prácticamente la está arrullando. Intenta hacer lo mejor que puede para no ceder, porque está segura de que en cualquier momento estampa la cabeza contra el pupitre debido al sueño. Cabeceó un par de veces, entrecerrando los ojos para enfocar la vista y ver la pizarra, pero todo está borroso para ella.

Maldijo en voz baja al recordar todo lo que tiene que copiar y pasar al limpio, los exámenes finales están a la vuelta de la esquina, no puede permitirse bajar su rendimiento, menos ahora.

Elaine quería graduarse con honores.

El timbre da por finalizada la clase, sacándole una sonrisa a la pelirroja, quien apenas el profesor se despidió, se desparramó sobre el pupitre, lista para dormir al menos quince minutos. La mayoría de sus compañeros abandonaron el salón, otros — como ella — se quedaron a descansar. Tamaki fue unos de ellos, mientras que Mirio fue por un aperitivo a las máquinas expendedoras que hay en los pasillos. Amajiki y ella no son exactamente amigos, al menos no como lo es Togata. Su relación es más de compañerismo y pocas veces hablan fuera de clases; no es por nada en particular en realidad. Se debe más bien a la timidez extrema de Tamaki, quien apenas le sostiene la mirada a Elaine cuando él ya está temblando.

A sus ojos, Mirio y ella son muy similares.

La campana volvió a sonar, y ella quiso echarse a llorar de la frustración. Realmente está muy cansada, no sólo físicamente, también mental. Rápidamente el resto de alumnos regresó a sus asientos, y en cuanto Togata llegó, le tendió una lata de café con leche; con esa característica y brillante sonrisa que él posee.

Creyó ver un ángel.

— Taiyō-Chan, es para ti. — le indicó. — Tienes que dormir mejor, sino no podrás rendir en clases de forma correcta.

— Muchas gracias, Mirio. — murmuró, regalándole una sonrisa.

Antes de abrir la bebida, la calentó con su singularidad. A pesar de conocer las reglas, es decir, no comer en clases, decidió hacerlo de todas formas al notar la ausencia de Present Mic. El héroe les da clases de inglés, y por dentro, le está rezando a todos los Dioses del panteón para que haya faltado, así tendría dos horas libres para dormir y mínimo, recuperar algo de energía.

— ¿Cómo te sientes? — preguntó su amiga, posando la palma sobre su frente.

— Mejor. — murmuró bajito, soltando un suspiro. — Aunque estoy muy cansada. — confesó.

La albina activó su singularidad en ella, enfriando poco a poco su cuerpo. Kaede, su mejor amiga, tiene un don de cryokinesis avanzada; un poder completamente opuesto al suyo. Quizá esa es la razón por la que son mejores amigas, porque se complementan demasiado bien. Se habían conocido en el primer año escolar, después de la prueba de particularidades. Elaine había tenido un pequeño intercambio de palabras con Nejire, lo que provocó su enfado y de la nada, Kaede apareció por allí.

Fue un lazo instantáneo, como si ya se hubieran conocido antes.

— Sabes que puedes llorar, no tienes que guardarte todo. — rompió el silencio, acariciando su espalda.

— Lo sé, lo sé. — asintió suavemente, regalándole una sonrisa a la más baja. — Sólo… no quiero hacerlo, no ahora.

— ¿Encontraste algo? — preguntó, refiriéndose al callejón.

— No, nada. — negó, resoplando. — Si no estuvieran las marcas del hollín, creería que lo soñé.

Elaine bajó la mirada, apoyando la barbilla en el dorso de su mano; pensativa. De la nada, los recuerdos de la noche anterior volvieron a golpearla; pero esta vez no fueron las voces de los hombres lo que escuchó o su asqueroso toque, sino, la voz de aquel desconocido. La sensación del fuego haciéndole cosquillas en los dedos, el vibrante color de las llamas, la súplica en su tono, la familiaridad… es extraño. Tiene sentimientos encontrados con respecto al sujeto, una parte de ella — la más honesta — le agradece su ayuda, la otra, se pregunta qué habrá hecho con los hombres que la atacaron.

Mordió su pulgar, ansiosa.

— Hey! ¡Lamento la tardanza chicos! — ambas bufaron ante los gritos de Mic. — Estaba en una junta con el resto de profesores, ¡Abran sus libros en la página 47! —

Kaede no tuvo más remedio que regresar a su sitio, lanzándole una mirada preocupada a su amiga. El relato de lo que sucedió anoche permanece fresco en su memoria, pero, lo que encendió sus alarmas fue la mención del fuego azul; aquel que le recuerda a Touya.

Y ella jamás se llevó particularmente bien con el primogénito de los Todoroki.


















































































A pesar de estar físicamente en la clase de Mic, no pudo concentrarse en lo absoluto. Las palabras en inglés flotan en el pizarrón como un idioma desconocido, mientras la voz del héroe llena la sala con un acento muy marcado, con ese ánimo característico suyo, pero para Elaine, todo sonaba como si estuviera bajo el agua. La voz del rubio no logra perforar la niebla espesa que envuelve sus pensamientos.
Observa la hoja en blanco que tiene bajo sus manos, fingiendo tomar apuntes, pero su mente está a kilómetros de distancia. Exactamente, en un callejón ennegrecido por el fuego, donde todo ocurrió.

Desde esa mañana, no podía dejar de pensar en él.

El desconocido.

El fuego azul.

Tan iguales a las de Touya.

Esa voz grave, apagada, pero firme.

Suplicante, como si le rogara.

El corazón le dio un vuelco en el pecho, como si ese nombre pudiera quemarla, aunque eso fuera físicamente imposible; Porque el fuego es incapaz de quemarla, no como a él.

Touya.

No había vuelto a pensar en él con tanta intensidad desde hacía meses. Siempre evitaba hacerlo, porque recordarlo dolía de una forma que ninguna herida física podía imitar. Y sin embargo, desde aquella noche, su rostro infantil vuelve a su cabeza una y otra vez. No sólo su rostro, su risa, su olor, su tacto, cosas que no podía recordar, volvían a ella de golpe. Desde que vio el color azul de las brasas, revivió el primer instante en el que lo conoció, en el momento donde unieron sus singularidades por primera vez.

Elaine tenía ocho años cuando lo perdió, cuando todo se volvió humo, cuando el monte Sekote se tragó al Todoroki, y con él, una parte de ella también. Su cuerpo nunca fue encontrado, sólo restos calcinados, y un silencio tan grande que ni los adultos supieron llenar. Con su muerte vino la depresión, la soledad, la tristeza y la culpa. Sí, una niña tan pequeña como ella viviendo un duelo a tan temprana edad… No cualquier duelo, la pérdida de su mejor amigo, de su primer amor.

Los Todoroki no hablan sobre él, es un tabú. Shoto no lo recuerda en lo absoluto, apenas lo menciona. Fuyumi finge no recordarlo para no sacar a relucir heridas del pasado, Natsuo se culpa constantemente y es con él, con el único que puede hablar abiertamente del primogénito. Ambos comparten un lazo que va más allá de la simple hermandad, sino, un dolor tan grande, que pesa sobre ellos hasta el día de hoy.

¿Y Enji? Su padre lo borró como si nunca hubiese existido, pero ella no podía, jamás podría hacerlo. Elaine nunca podría olvidarlo, porque para ella; Touya vivía en cada fuego artificial, en cada estrella en el cielo, en cada llama que surge de su propia piel. Está en su risa cuando recuerda algún momento gracioso que compartió a su lado, en cada girasol que la voltea a ver cuando cruza cuando camina. En cada lágrima que brota de sus ojos cuando lo recuerda, en cada foto colgada en su habitación, en cada plato de soba fría que come porque era su comida favorita.

Y ahora…Está en ese callejón.

En esa llama azul.

Tan viva.

Tan imposible.

¿Y si no era imaginación suya? ¿Y si no era una coincidencia? ¿Y si…? No. No podía hacer esto.

Pronto sería su cumpleaños.

Es una fecha importante para ella, porque lo perdió cuatro días antes de su natalicio. En una fría tarde de invierno, Touya Todoroki ardió hasta las cenizas en el monte Sekoto, a sólo días de su cumpleaños número catorce. Elaine lo considera un día gris, un día que pasa en silencio, como una herida sin cerrar — porque no lo está —, que sigue doliendo. Cuando era niña, solía comprarle un pastel, uno que dejaba en la mesa de la cocina sin que nadie lo tocara. Se decía a sí misma que era para recordarlo, pero en el fondo sabía que era porque aún lo esperaba. Porque su yo infantil, se negó a aceptar que su mejor amigo estaba muerto, y cree que, hasta el día de hoy, sigue sin aceptarlo.

Han pasado años, casi una década en realidad. Y es tan curioso, porque un extraño con unas vibrantes llamas azules la había salvado, en una fría noche de invierno, a dos semanas del natalicio del Todoroki. Y su memoria, había hecho lo que mejor sabe: unir piezas rotas, buscar sentido, llenar los vacíos con el rostro de la persona que más extraña.

Elaine apretó el puño sobre su cuaderno.

No puede seguir así.

Está dejando que el pasado la hundiera, que las llamas que se llevaron a Touya también se llevaran su presente. «Tengo que dejarlo ir». se dijo, aunque la voz interna apenas le obedece. «Tengo que dejarte ir». Pero, ¿cómo se suelta a alguien que nunca fue enterrado? ¿Cómo se despide de alguien a quién nunca le dijo adiós? Una punzada atravesó su pecho.

Quiere llorar.

Gritar.

Abrazarlo una última vez y preguntarle si alguna vez supo cuánto lo amaba.

El timbre sonó, sacándola bruscamente de su ensueño: La clase ha terminado. El aula comenzó a vaciarse rápidamente, pero ella permanece allí, inmóvil. El cuaderno continúa abierto frente a ella, con garabatos escritos sobre el papel y los kanjis que crean el nombre de Touya. Su nombre duele como una herida vieja que nunca terminará de sanar, como si alguien usará un bisturí para abrirla una y otra vez, como el eco de una canción que nunca volvió a escuchar.

El timbre aún resuena en sus oídos pero no le importa, todo está en pausa. Sus pensamientos se fueron al cementerio, a aquella lápida con el nombre de su mejor amigo, tallada en mármol blanco, más frío que el invierno mismo.

Un símbolo.

Una mentira bonita para apaciguar a los vivos.

Lo visita todos los años sin falta, a veces sola, algunas veces con Natsuo.

Nunca con Enji.

Cada 18 de enero, camina los mismos pasos, cargando el mismo ramo de girasoles — porque a sus ojos, eso es lo que era Touya para ella, su girasol —. Y se sienta frente a ese trozo de piedra como si él estuviera allí, como si la pudiera escuchar. Aunque en el fondo, algo dentro suyo súplica qué no, porque si es capaz de oírla, entonces significa que está muerto.

Y ella, aún no lo acepta.

Ama a Touya.

No de la manera en la que ama a un hermano — como al resto de los Todoroki —, no de la forma en la que se ama un recuerdo idealizado de la infancia. Elaine lo ama como se ama al primer fuego que te dio calor cuando el mundo era frío. Como se ama a quien te sostuvo cuando nadie más lo hizo. Como se ama a quien te amó de la misma forma, intensa, real, honesta.

Era un amor lleno de silencios.

De verdades no dichas.

De promesas rotas y de manos que nunca llegaron a tocarse por completo.

Tenía ocho años cuando lo perdió, y aún lloraba como si tuviera ocho, porque ninguna parte de ella había crecido desde entonces, Todo se congeló la tarde en que él desapareció entre las llamas. «Pronto será su cumpleaños» repitió apretando los dientes, sintiendo cómo el pecho se le oprime.

Iba a llevarle las flores de siempre.

Iba a decirle las mismas palabras que ensayaba cada año y que nunca podía terminar. Aunque este año, este año es distinto. Anoche, una llama azul apareció en su camino, y el mundo volvió a tambalearse bajo sus pies.

Tal vez está paranoica.

Tal vez su corazón herido busca fantasmas donde no los había.

Tal vez es el recuerdo de Touya, más vivo que nunca, haciéndola imaginar cosas imposibles.

Porque si él estuviera vivo… Si realmente lo estuviera…

Elaine bajó la cabeza, clavando los ojos en la hoja en blanco.

No.

No podía pensar así.

Tenía que dejarlo ir.

Había aprendido a sonreír sin él, a respirar sin él. A seguir viva, aunque algo dentro de ella estuviera hecho cenizas. Y sin embargo… ¿cómo se deja ir a quien fue el amor de tu vida? A quien nunca te amó como nadie, con todo.

Con tanto que todavía duele.

Una lágrima cayó sobre el cuaderno, y rápidamente la borró con la manga antes de que alguien entrara.

Enderezó la espalda.

Guardó el bolígrafo.

Y se obligó a caminar.

El pasillo está lleno de risas, de conversaciones triviales, de una vida que seguía girando. Sunshine camina entre ellos como una sombra, porque para ella, su mundo se detuvo hace una década. Y que, por más que intentara seguir adelante; Touya siempre estaba allí.

Como el fuego que arde sin consumirse.

Como el amor que nunca muere.

...























































                 ᚐᚑᚑ⬪ᚑᚑᚐ                 
ᴄ ᴜ ʀ ɪ ᴏ s ɪ ᴅ ᴀ ᴅ ᴇ s

◎ Cuando Elaine menstruó por primera vez, Natsuo se puso a llorar porque no sabía qué hacer.

◎ Natsuo considera a los Wiese como sus abuelos a pesar de no compartir lazos sanguíneos.

                 ᚐᚑᚑ⬪ᚑᚑᚐ                 





































˙˚˓˒˙˛ʿʾ․·‧°⋆ও ──
¡ɴᴏ sᴇ ᴏʟᴠɪᴅᴇɴ ᴅᴇ ᴠᴏᴛᴀʀ ʏ ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴀʀ, ɴᴏs ᴠᴇᴍᴏs ᴇʟ ᴘʀóxɪᴍᴏ ᴠɪᴇʀɴᴇs!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro