
❏ |𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐀𝐓 𝐅𝐈𝐑𝐒𝐓 𝐒𝐈𝐆𝐇𝐓
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𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐀𝐓 𝐅𝐈𝐑𝐒𝐓 𝐒𝐈𝐆𝐇𝐓
❝Que fastidio, trabajé mucho para enterrar tu recuerdo.❞
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Silencio.
Así es como le gusta tener la mente, silenciosa.
Dabi está saliendo del bar — el cual maneja Giran — por la puerta trasera, planea fumar un poco ya que no le gusta hacerlo en espacios cerrados. El tabaco es una mala costumbre que adquirió poco antes de cumplir los dieciocho, y ahora fuma cada vez que se siente estresado, y en ese momento, lo está. No puede dar una razón en específico a su estrés, simplemente tiene deseos de salir del lugar de mala muerte en donde vive; hay algo en su estómago que se remueve, como si le estuviera advirtiendo de algo.
No se preocupó por ser visto fumando, el complejo par de callejones en donde se ubica el bar es evitado por la mayoría de personas, se considera una zona "peligrosa" según la gente común. Debido a esto, se dio el lujo de dar una vuelta por allí, queriendo despejar su mente mientras el tabaco arruina progresivamente sus pulmones y el resto de su maltrecho cuerpo.
Mientras busca la caja de cigarrillos entre los bolsillos de su chaqueta, escucha un par de voces a la vuelta de la esquina. Ladea la cabeza, alzando la ceja con nulo interés; estuvo a punto de seguir de largo, importándole poco — o nada — lo que sea que estuviera sucediendo, hasta que oyó una voz femenina. Se acercó a paso lento hasta la esquina, asomando ligeramente la cabeza; la escena le hizo fruncir la nariz con asco. Había tres sujetos rodeando a una chica, a la cual no puede ver bien debido a la pobre iluminación de las farolas.
Suspiró.
Él no es del tipo que se mete en peleas ajenas o problemas que no lo involucren directamente, y tampoco es un héroe, está muy lejos de serlo. Aún así, no es un desalmado que dejaría que tres hombres abusen de una mujer — aparentemente — indefensa. Tiene una madre y hermana menor, y aunque lo quisiera, no puede hacerse el ciego en esa ocasión. De mala gana, guarda la cajetilla entre sus ropas con un chasquido de lengua, antes de asomar por completo su figura de la pared; aunque Touya jamás esperó encontrarse frente a frente con quien había borrado — según él — de su vida, mente y corazón tanto tiempo atrás.
Antes no había podido verla correctamente debido a una mezcla entre la escasa iluminación, y las figuras de los varones rodeándola, pero en una fracción de segundo, cuando la fémina apartó a uno de ellos de un empujón, logró ver sus resplandecientes orbes dorados junto a una borrón de cabello escarlata. Abrió los ojos de golpe, creyendo haber visto mal, pero no, era ella. De repente, se tensó y su cuerpo entero se paralizó; sus pies quedaron anclados al piso, sin poder moverse. Su inesperada presencia fue como chocar con un gran muro de cemento, revolviendo su estómago. Después de tantos años escondiéndose y sufriendo por los demonios de su pasado, se había olvidado — casi — por completo de su existencia; incluso — alguna vez — intentó convencerse a sí mismo de que la dulce niña de iris dorados brillantes qué aparecía en sus recuerdos de infancia, no era más que una ilusión, algún tipo de amigo imaginario que creó su subconsciente para no sentirse tan solo.
Su pulso se disparó de inmediato, como si una corriente eléctrica cruzara por su cuerpo hasta posarse en su estómago, y yema de sus dedos. Le provocó un malestar increíble, acompañado de un temblor en las manos. Una risita sin humor se escapó de sus labios, creyendo que su cerebro le está jugando una mala pasada, pero no es así, la única persona que conoce con tales ojos es ella; Elaine, Taiyō Elaine.
Su mejor amiga de la infancia.
Su primer amor.
Aún sin poder moverse, su mirada la recorrió varias veces, notando que viste el uniforme de la UA, ¿Ella realmente había cumplido su promesa? ¿Se ha convertido en una heroína? No puede dejar de mirarla, de detallar su aspecto físico una y otra vez, como si fuera la primera vez que la ve. Así se sentía, pues la última vez que la había visto fue hace casi diez años, en el monte Sekote.
Sus iris turquesas la absorben, posee una melena larga tan roja como la sangre, por debajo de sus hombros con ondas hermosas; nariz pequeña y respingada, acompañado con un rostro lleno de pecas y un rubor evidente debido a su singularidad. Finalmente, llegó a sus ojos, aquellos que le robaban el aliento cada se sumergía en ellos cuando era un niño. Elaine poseía los ojos más hermosos que había visto jamás, teniendo un color difícil de describir o explicar con palabras vagas; eran como el oro líquido, y en su córnea, tenía pequeñas estrellas que centellean con los cambios de luz. A Dabi le está costando asimilar que es ella, ha cambiado muchísimo — lo cual es lógico —, pero aún así puede reconocerla, para él, sigue viéndose igual.
Como si no hubieran crecido.
Como si no hubieran pasado diez años.
Cómo si el tiempo se hubiese detenido.
Un extraño calor se instaló en su pecho, un vago recuerdo del sentimiento que lo invadía cuando era un niño. Y de repente, volvió a sentirse como tal; como Touya. Su parte racional — Dabi — le exigió marcharse de allí, reconoce el peligro en la presencia de Elaine, en lo que ella provoca en él, en las emociones que logra revivir. Lo que sea que esos sujetos planean hacer con ella no es su problema — o de eso intenta convencerse —, porque es parte de su pasado, un pasado que no desea recordar. No se mueve, no puede hacerlo. No cuando su niño interior, aquel que ha despertado con la simple calidez de su presencia le grita que fuera a su rescate. Lo escucha chillar en su cabeza, golpeando sus sesos con sus gritos; llamando su nombre, el nombre de Elaine. Las puntas de sus dedos vuelven a picarle, y se clava las uñas en las palmas de las manos, con una mezcla indescifrable de emociones.
Aún está a tiempo de huir, de desaparecer en la oscuridad de la noche y fingir que ese encuentro nunca ha ocurrido, pero no puede, no quiere. No quiere dejarla… No de nuevo; y darse cuenta de eso le aterra, porque aquella parte de él que con tanto esfuerzo quiso enterrar, está saliendo a flote gracias a ella. Sunshine siempre pudo desarmarlo con sólo una mirada o un toque, no era necesario que insistiera para exponerlo, para dejarlo expuesto. Había olvidado lo fácil que era para la fémina hacerlo flaquear, derribar sus defensas como si fueran un castillo de naipes derrumbados por la más suaves de las brisas.
Al mismo tiempo, la pelirroja se defiende como puede. ¿Cómo llegó a aquella situación? Bueno, varios factores influyeron en que ahora estuviera allí, siendo acosada por tres sujetos en medio de una red de callejones. La primera y la más importante es, su singularidad; Sunshine es un don poderoso, siempre y cuando ella fuera responsable con él y el clima estuviera a su favor. Allí entra el punto dos, es invierno; y gracias a las espesas nubes que se forman en esa época del año, le es casi imposible a los rayos del sol penetrarlas, y por lo tanto, le es imposible a ella alimentar su cuerpo con la energía que necesita para hacerlo funcionar.
Había agotado sus reservas nocturnas durante sus patrullajes con Endeavor, está sinceramente exhausta, y lo único que quiere es llegar a su casa y dormir. El día en la escuela fue muy pesado, es su penúltimo año de preparatoria antes de graduarse como héroe profesional; los están presionando como nunca antes de pasar a su tercer año. Al estar tan agotada, quiso tomar una ruta diferente pero más rápida hasta su hogar, y ahora, se encuentra en esa penosa situación. Enji estaría muy decepcionado de ella si la ve en esa posición, siendo acorralada por tres delincuentes con singularidades mediocres.
— Vamos, muñequita. — insistió uno de ellos, metiendo la mano debajo de su falda, tocando su muslo. — Nos divertiremos juntos.
Sintió asco, y de inmediato, apartó la mano del hombre de un tirón, arrancándole un grito de dolor.
— Sobre mi putrefacto cadáver. — contestó con mala cara, lanzándole una patada al hombre más cercano, golpeando de esa forma su estómago.
Aquel que fue golpeado cayó de rodillas, sosteniendo la zona afectada mientras vomitaba sobre el pavimento. El tren inferior de Sunvely está más desarrollado que cualquier otra parte de su cuerpo, y en peleas de corto alcance, las patadas son su movimiento estrella por excelencia.
— Maldita zorra, tendremos que enseñarte modales. — la pelirroja volvió a su posición de pelea rápidamente, sin quitar la mirada de los dos restantes.
El de cabello azabache observa desde su posición, aún sin poder moverse, aprieta los puños mientras continúa convenciendo a su yo infantil que es hora de irse, que ella se las está arreglando bien sola. Aunque eso no cambia nada, pues Touya insiste en quedarse, en qué Elaine necesita ayuda. Por más que intente negarlo, no puede evitar darle la razón; la conoce demasiado bien como para notar que hay algo mal con ella, con su cuerpo.
Su don.
Cuando se da cuenta del problema, es tarde; Sunshine recibió un golpe directo en la cara, chocando de espaldas contra la pared y cayendo sobre su trasero. La escuchó escupiendo — probablemente sangre —, y además de ella, algo más se desparramó en el suelo: su maletín y alguno de sus útiles escolares.
— ¿Ahora ya no eres tan ruda, muñequita? — preguntaron con sorna.
Su mente está dividida en dos, es un caos total. Una parte de él — Touya — le ruega por acudir al llamado de Elaine, el otro — Dabi — le pide que salga de allí lo más rápido posible, que se olvide de ella. Le recuerda el pasado, le asegura que Sunshine será su perdición tal y como lo fue hace tantos años. En cambio, su niño interior sigue martillando sus oídos con sus gritos y chillidos, lloriqueando y exigiendo que la ayude, que la salve, que sea el héroe que siempre quiso ser.
En medio de su frustración, comenzó a rascar con intensidad la piel quemada de su rostro, provocando que sangre levemente. Su pie izquierdo marca un ritmo ansioso a la par de los apresurados latidos de su corazón, hasta que escuchó la voz infantil de la pelirroja en sus oídos; callando así todos sus pensamientos, incluyendo la pelea entre sus dos conciencias. «Te quiero Touya, eres genial» de inmediato, la imagen de aquella adorable niña apareció en sus recuerdos, haciendo que suelte un gruñido. La chispa se encendió dentro de él en segundos, ardiendo como si su cuerpo estuviera hecho de combustible; no lo pensó dos veces, fue instinto puro, actuó de forma automática, liberando su don con fuerza, dominado por las emociones. ¿Cómo se atrevían a intentar lastimarla? Primero haría que ardan hasta las cenizas antes de que puedan ponerle un dedo a Sunshine.
…
El oscuro y tenebroso callejón se iluminó repentinamente por unas furiosas pero hermosas llamas azules, un estallido de calor cortó el aire, y las sombras del callejón se desvanecieron en un instante. El fuego, de un tono azul vibrante, surgió como un animal rabioso, furioso, hambriento. Rodearon a los hombres de inmediato, haciéndolos gritar de terror.
— Parece que he encontrado una plaga de ratas. — murmuró él, arrastrando las palabras.
Elaine — quien seguía de rodillas en el piso — retrocedió instintivamente, con el corazón golpeándole el pecho, pero no de miedo. Se quedó petrificada, las llamas danzan, hermosas y mortales, iluminando el lugar en un espectáculo hipnótico. Azul, eran de un azul tan profundo y familiar que le cortó la respiración. El fuego le hace cosquillas en los dedos, sin hacerle daño alguno. La sensación trajo a flote emociones que habían quedado enterradas en lo profundo de su ser, disparando un flashback en su memoria. Recordó unas manos pequeñas entrelazadas con las suyas, la risa de un niño, el calor de un cuerpo ajeno al suyo. La voz de alguien que irónicamente no podía recordar, pero a la vez, tenía una noción de ella; identificó el recuerdo con claridad, la primera vez que Touya le había enseñado su singularidad.
Abrió la boca para intentar hablar, para preguntar pero nada salió de sus labios. El aire está espeso, impregnado del olor a carne quemada; sus ojos buscan inquietos las figuras de los tres hombres, pero no puede ver nada debido a las brasas; lo único que reconoce es la presencia de otro usuario de piroquinesis, nada más. Desconoce si es amigo o enemigo, o si es sólo un civil que pasó de allí por casualidad y se atrevió a ayudarla, no lo sabe.
Pero una voz rasposa y firme cortó el aire, como un latigazo:
— Vete. — le ordenó con voz rasposa.
La fémina parpadeó, sorprendida.
El fuego crepitó en respuesta, aquella silueta no se acercó, no intentó explicarse. Sólo la observa — lo sabe, aunque no pueda ver sus ojos — desde la distancia. Es como si la protegiera, pero también la empujará lejos. Sunshine le dio una mirada a su bolso — ahora casi calcinado —, dudando si acercarse a él, podría ser un villano, pero sí lo era, ¿por qué la ayudaría? ¿Qué ganaría salvando a una estudiante de heroísmo? No cree que se trate de uno de ellos, pero tampoco pertenece a su bando.
Se queda allí, de pie, en medio del caos de llamas y silencio. Puede ver la figura del varón a través del fuego, aunque no reconoce sus facciones, no identifica más allá que una sombra difuminada por las brasas. Es extrañamente familiar, su mente le grita que es hora de irse, que se ha salvado por los pelos, pero el cosquilleo en sus dedos es tan conocido que le obliga a quedarse, buscando descubrir la identidad de su benefactor.
— No mires atrás, lárgate de aquí. — insistió, esta vez con un tono más tosco.
Una advertencia, quizá para muchos sonaría como eso.
A sus oídos, aquello sonó como una súplica.
El teléfono en su bolsillo vibró, sacándola de su ensoñación. Al fijarse en la hora en la pantalla, se dio cuenta de que se le había hecho tardísimo; revisó de reojo el mensaje entrante en la bandeja. Es su abuela, la cual está preocupada; pregunta si sucedió algo o si el metro tuvo algún inconveniente.
Y entonces, como él le había ordenado, se obligó a moverse.
Corrió.
Corrió sin atreverse a mirar atrás, mientras las llamas azules seguían iluminando el oscuro callejón detrás de ella, como una última promesa no pronunciada. Dabi la observó marcharse en silencio, sus pasos son rápidos, incluso torpes, como si cada fibra de su ser luchará por no voltear hacia él. El fuego aún arde a su alrededor, crepitando suavemente, pero en sus oídos sólo resuena los latidos de su propio corazón, fuertes y desacompasados.
— Elaine. — pronunció, llevándose una mano a la boca, conteniendo el temblor que amenaza con romperlo desde dentro.
Había sido ella.
Y aún así, la había ahuyentado.
«Es lo mejor». Se dijo a sí mismo. Lo único que puede hacer para protegerla del monstruo en el que se había convertido es alejarse de su vida. La mugre de las calles, las heridas abiertas que surcan su piel como mapas de su miseria, el odio que hierve lentamente bajo su carne… Todo eso ahora forma parte de quien es, de lo que es. ¿Cómo podría mirarla a los ojos y pretender que seguía siendo el niño que le prometió estar siempre a su lado? El dolor se enroscó en su pecho como una serpiente cruel, recordó vívidamente su expresión, la forma en que sus brillantes orbes se perdieron en las llamas. No fue miedo lo que vio en su mirada, fue asombro.
Nostalgia.
Dolor.
Apretó los dientes, maldiciendo en silencio. Se giró, apagando poco a poco el fuego, observando el desastre que provocó. El trío de hombres yace desmayado en el frío pavimento, con las ropas húmedas debido a la nieve que había derretido con su Don.
— Me pregunto si me hubieras reconocido, Sunshine. — habla en voz alta, tomando un cigarrillo de su chaqueta para luego encenderlo con su dedo.
La necesidad de correr tras ella, de gritarle que no lo dejara solo otra vez, es casi insoportable.
Pero no puede.
No debe.
No ahora.
El mundo que él habita ya no es para ella. «Es mejor así», se repitió mientras la distancia entre ellos crecía. «Es mejor así», murmuró, aunque su alma gritara lo contrario.
Verla de nuevo, despertó sentimientos que creía muerto. Aunque Touya sepa que jamás podrá abandonar lo que sentía — siente — por la pelirroja. En cuanto la vio, todo volvió hacia él; el miedo, la ansiedad, las mariposas en el estómago y miles de recuerdos que quiso borrar. Se mantuvo de esa manera, fumando en esa fría noche de invierno con la mirada perdida en el cielo estrellado, pensando en ella. Le dio una última calada a su cigarrillo antes de lanzarlo al suelo, pisandolo con la punta de su bota.
Una sonrisa se estiró por sus labios cuando escuchó los primeros indicios del despertar de sus víctimas.
— Veo que las ratas se han despertado. — comentó con burla, girando hacia ellos.
Lo único audible en aquel lugar, son las suaves pisadas del azabache, quien lenta y tortuosamente se acerca hacia ellos. Sus labios están violetas, un claro signo de la hipotermia que sufren debido a las bajas temperaturas, aunque eso no causa absolutamente nada en él. Su mirada permanece estoica, sin expresión alguna en su rostro mientras los observa ponerse de pie con dificultad. Dabi los reconoce como simples borrachos — de algún bar cercano —, aunque al parecer, la ebriedad se esfumó de sus cuerpos en cuanto los sometió a su singularidad.
— ¿Quién eres tú? — pregunta uno de ellos, tratando de enfocar la cara desfigurada del villano.
— Nadie importante. — respondió, encogiéndose de hombros. Encendió su zurda, deseando ver mejor el rostro de sus víctimas. — ¿Nunca les enseñaron a no tocar lo que no es suyo? — Gruñó, alzando la mano.
— ¿Q-Qué haces? — cuestiona otro, aterrado.
— Simplemente me deshago de la basura. — murmuró, desinteresado.
— ¿Esto es por la chica? — chilla el más bajo. — ¡No sabíamos que era tu novia! —
Él rodó los ojos, frunciendo la nariz con asco.
— ¡Perdónanos! — súplica el mayor, quien se lanza al suelo pidiendo misericordia.
El primogénito de los Todoroki chasquea la lengua con asco, alzando su bota para darle una patada en el mentón al sujeto que está suplicando a sus pies. Se pone de cuclillas, agarrándolo por el cabello y alzando su rostro hasta que quedó a la altura del suyo. Frunció el ceño al notar la sangre seca en su nariz, provocado por unos de los golpes que la fémina le atinó con anterioridad.
— Una pena. — se mofa. — Yo no doy segundas oportunidades.
El pequeño espacio se llena de gritos, lamentos y lloriqueos por parte de los varones al notar como Dabi se pone de pie, extendiendo ambas manos, listo para reducirlos a simples cenizas. Así lo hizo, sin un ápice de emoción, de arrepentimiento; gozó de las súplicas y sus alaridos de dolor, no lo niega. Sus ardientes llamas azules volvieron a envolver el callejón en cuestión de segundos, privandoles de la vida.
Sus facciones fueron iluminadas por su propio fuego mientras éste consumía los cuerpos de sus víctimas, él se quedó observandolos en silencio; parpadeando lentamente sin expresión. Jamás pensó que su primer asesinato fuera por salvar a Elaine, claro que matarlos no era necesario — o eso pensaran algunos — pero para él, sí. Si no mataba a esas escorias, hubieran repetido el proceso hasta que lograrán su objetivo, era mejor arrancar todo de raíz.
— Mierda, calciné su bolso. — se quejó, caminando lentamente hasta los restos del objeto.
Realmente no quedó absolutamente nada, con suerte la esquina de uno de los cuadernos de la fémina y dudaba mucho que le fuera a servir de algo. Se arrodilló, tomando el trozo de papel que milagrosamente había sobrevivido; lo giró, notando que tenía algo escrito. Su nombre — o al menos — una parte carbonizada de él junto a una cuadrícula; era parte de un calendario. Lo único legible era su nombre, y la palabra “cementerio”.
Sonrió.
Se incorporó lentamente — todavía agarrando el trozo de papel —, alzando la mirada hasta posarla en el cielo. Esa noche hay una brillante luna llena, pero ni siquiera su fulgor puede opacar la estrella que está buscando; a Elaine, su Elaine.
Se rió sin humor.
Se suponía que había salido del bar para poder fumar y relajarse un poco, pero ahora estaba de todo menos relajado, y definitivamente esa noche no podría dormir, no sin tener a la pelirroja en su cabeza. «Que fastidio, trabajé mucho para enterrar tu recuerdo». Maldijo, sonriendo con amargura. «¿Quién crees que eres para aparecer de la nada y poner patas arriba mi vida, Elaine?»
ᚐᚑᚑ⬪ᚑᚑᚐ
ᴄ ᴜ ʀ ɪ ᴏ s ɪ ᴅ ᴀ ᴅ ᴇ s
◎ Los ojos de Elaine son naturalmente verdes, su singularidad hizo que cambiaran de color.
◎ En invierno sus reservas de energía son escasas debido a que el sol no penetra del todo bien debido a las nubes, lo que le provoca letargo y debilidad física.
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˙˚˓˒˙˛ʿʾ․·‧°⋆ও ──
¡ɴᴏ sᴇ ᴏʟᴠɪᴅᴇɴ ᴅᴇ ᴠᴏᴛᴀʀ ʏ ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴀʀ, ɴᴏs ᴠᴇᴍᴏs ᴇʟ ᴘʀóxɪᴍᴏ ᴠɪᴇʀɴᴇs!
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