𝟑𝟒 ━ El salón de las Völvas.
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𝐄𝐋 𝐒𝐀𝐋𝐎́𝐍 𝐃𝐄 𝐋𝐀𝐒 𝐕𝐎̈𝐋𝐕𝐀
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—Dios, Ag, te extrañé tanto.
Agatha no pudo responder porque su boca volvió a ser dominada por el pelirrojo. Dejándole poco espacio para respirar y enmarañando cualquier intento de formar un pensamiento lógico en su mente. Fred navegaba por su piel concentrado en deshacerse de su abrigo. Esta vez, Agatha no tenía ni una pizca de control de la situación. Fred estaba encima tomándose su debido tiempo con ella y todo lo que podía hacer Agatha era dejarse llevar. Enrolló sus atléticas piernas alrededor del torso de Fred y no tenía autocontrol de los gemidos que dejaban sus labios sintiendo como él besaba su cuello y sus clavículas.
El pelirrojo sonrió con malicia mientras procedía a quitarse los pantalones de mezclilla con apuro. Su peso presionaba a Agatha contra el colchón de esa mullida cama evitando que se moviera más de un par de centímetros. Ella quiso tocar su calidez, pero Fred se lo impidió con rudeza. Con solo una de sus manos pudo sostener ambas muñecas de Agatha por encima de su cabeza.
—No, Aggie —masculló con voz pausada entre besos―. Hoy déjame a mí disfrutarte.
Agatha se mordió el labio y el replique ingenioso que siempre tenía en la punta de su lengua no pudo dejar su boca porque la sensación de Fred acariciando la parte interna de sus muslos la dejó sin palabras. Con sumisión, Agatha respondía a los besos demandantes y posesivos de él.
―Quiero que vuelvas a ser mía.
El búlgaro era demasiado perfecto para ser de Fred, el tono de voz también estaba mal. Entonces unos ojos demasiado verdes y sin ningún rastro de marrón la miraron directamente. Vasily reclamó a Agatha con besos húmedos por su escote. El perfume personal de Vasil llenaba las fosas nasales de Agatha y el agarre en sus muñecas se apretó. Antes de que ella pudiera protestar o decir algo, Vasil la besó en los labios.
El contacto y las sensaciones confundían a Agatha y la hacían sentirse extraña, mareada. El olor a Vasily y Fred entremezclados era deleitable y vomitivo al mismo tiempo, dos fragancias que separadas son exquisitas, pero que no deberían mezclarse. La barba a medio rasurar de Vasily raspaba las mejillas de Agatha y ella se estremeció cuando sintió un segundo par de manos palparla. Fred y Vasily se repartían el trabajo de manera justa para tener las mismas proporciones de Agatha. Besándola y acariciándola para que ella no se enfriara. Curiosamente trabajaban muy bien juntos, adorando a Agatha al extremo.
Fred tomó la batuta con el permiso de Vasil y sonrió de nuevo. El agarre que alguno de los dos tenía en las muñecas de Agatha empezó a arder y el apretón ya no resultaba tan placentero. Intentó quitarse para zafarse, pero el afianzamiento era tan fuerte que no lo lograba. Empezaba a quemar. Una tonalidad morada verdosa se extendía por sus muñecas hasta sus dedos manchando su piel.
—Detente —Agatha creyó que ella había hablado porque sintió como movía sus labios, pero la voz que emitió no guardaba ningún parecido con la suya―. Me estás haciendo daño.
—Yo nunca te heriría, Aggie —pronunció Fred con sutileza.
—Yo tampoco —aseguró Vasily con el mismo tono suave.
Agatha se echó hacia atrás para liberarse y miró a Fred a los ojos. La cara que tanto adoraba Ag empezó a deformarse y a cambiar sus rasgos con brusquedad. Frente a ella había un hombre que no conocía. Mayor, pero no anciano, con facciones brutas, decrépitas y ojos grises vacíos y perversos. La cara del hombre estaba rajada en el lado izquierdo, una cicatriz sinuosa se extendía desde el nacimiento de su cabello, de un tono marrón cobrizo, hasta su barbilla. Agatha nunca había visto a ese hombre en su vida y aún así le inspiraba un temor descomunal, haciéndola sentir indefensa y vulnerable. De alguna manera sabía con certeza que él quería herirla, podía verlo en su mirada gris airada.
—No me gusta verte sufrir, Nova —dijo ese hombre con falsedad.
—Entonces no me hagas daño —suplicó la voz ajena que salía de la garganta de Agatha.
—Tengo que hacerlo, ¿no lo ves? Te lo mereces. Quiero hacerlo, quiero herirte. —el rostro del hombre se desfiguró con una sonrisa diabólica y enarboló una daga de mango oxidado—. Rezo para que en nuestra siguiente vida las circunstancias sean favorables para nosotros, mi amor.
El hombre clavó el cuchillo en el pecho con una fuerza sobrehumana.
En un abrir y cerrar de ojos, Agatha estaba parada en un lugar que reconoció enseguida: el salón de baile del castillo de Durmstrang. La medievalidad de la escena daba a entender que no era en la actualidad. Muchas de las cosas que decoraban el recinto ya no existían. Ella solo había visto esas representaciones antiguas del instituto en pinturas. Agatha veía el mundo en primera persona, parada en el centro del salón. Un vestido de tafetán oscuro cubría su cuerpo. Frente a ella estaba el mismo hombre, pero diferente. Joven y regio, se alzaba elegante y se negaba a acercarse a ella más de un metro. Su mirada no era severa a diferencia de la anterior, era compasiva, aunque Agatha no podía identificar si era verdadera.
—Tienes que escucharme —habló el hombre con repugnante condescendencia. Clavó su mirada grisácea en Agatha para luego desviarla—, sabes que no quiero tener que quitarte del camino.
—Nadie va a arrebatarme lo que es mío. Vas a tener que matarme.
— ¡Agatha!
Agatha abrió los ojos con un respingo, asemejándose a haber sacado la cabeza del agua. Todo su cuerpo temblaba con sacudidas violentas y su corazón latía con la velocidad de un tren bala. La tela gruesa de la funda de su almohada estaba empapada de sudor. Con el rabillo del ojo, percibió una figura inmaterial y amorfa de un color lila pálido; esta se esfumó apenas Agatha se sentó.
Junto a la cama, del lado derecho, la diminuta mano de Lara había estado sacudiendo a Agatha para despertarla. A su lado se paraba Margrét, calmando al perro guardián que estaba alertado.
— ¿Qué pasa? —preguntó Agatha acelerada, respirando entrecortadamente.
— ¿Estás bien? Te escuchamos hacer mucho ruido —informó Lara con suavidad.
―Estabas teniendo espasmos, como si te estuvieran lanzando un cruciatus ―se preocupó Margrét.
―Estoy bien.
Hizo lo que siempre hacía cuando tenía pesadillas, tocar algo que la hiciera anclarse a la realidad y recordarse a sí misma que no estaba en peligro. Alargó sus brazos y tocó a las chicas. Ruslan inclinó su cabeza canina para que Agatha también lo tocara. Ella lo hizo entre hondas bocanadas de aire.
―Lamento haberlas despertado, estaba teniendo un mal sueño ―se disculpó, limpiándose la frente con el dorso de la mano.
Se puso de pie y se estiró para expulsar la sensación de terror. Todavía percibía trazas de excitación en su cuerpo y se esforzó en aclarar su mente. Ambas emociones juntas eran difíciles de procesar. Buscó su varita y encendió un par de velas cerca de la ventana. Se sentó en el alféizar, mirando la lejanía y contando las inertes montañas que iniciaban su ritual anual de cubrirse de nieve. Si había algo diferente en aquel horizonte, significaba que aún soñaba, pero por el momento todo lucía igual que antes de acostarse.
Quiso interpretar lo que soñó. Primero había tenido un sueño erótico sobre Fred y Vasily que había resultado raro, pero no del todo insólito. Los últimos dos meses había estado extrañando y deseando a Fred de sobremanera y todo eso se traducía en fantasías subidas de tono sobre él. La presencia de Vasily y ese ficticio trío era gracias a que la última carta que había leído antes de irse a la cama esa noche había sido de Vas. Nada tan descabellado, solo su cabeza mezclando su calentura contenida con los últimos eventos antes de dormir.
Pero el segundo segmento del sueño no había sido nada menos que grotesco. No podía sacudirse el rostro horrible de aquel hombre, al igual que la manera en que la llamó «Nova». ¿Por qué? ¿Qué originó tal cosa? ¿Lo había fabricado ella o había sido algo más? Agatha nunca había tenido visiones proféticas ni nada por el estilo, tenía que haber sido algo inventado. Lo sintió excesivamente real, hasta el punto que pudo jurar sentir el metal del cuchillo perforar su piel. Se tocó el lugar donde la habían acuchillado para asegurarse de que no se desangraba. Los golpes violentos de su corazón contra su pecho iban en declive.
Se frotó la cara con las dos manos y luego se abrazó las piernas. Planeaba tomarse un par de minutos antes de volver a la cama. Menos mal era fin de semana y ella no tenía clases a las que acudir a la mañana siguiente. La visión de la forma lila permanecía en su cerebro. ¿La imaginó? ¿Ya se estaba volviendo loca?
Detrás de ella las jóvenes Durmstrang cuchicheaban.
―Pregúntale tú ―le dijo Margrét a Lara entre dientes.
―No, pregúntale tú.
― ¿Preguntarme qué? ―cuestionó Agatha con impaciencia, volviendo su mirada de las montañas a las chicas.
―Agatha, ¿estabas soñando con Fred, verdad? ―preguntó Margrét―. Lo llamaste mientras estabas teniendo la pesadilla. Dijiste su nombre muchas veces.
Agatha se apretó el puente de la nariz con los dedos, algo ruborizada. En el tiempo que llevaba viviendo con las chicas no contó con que el nombre de Fred se le escapara mientras soñaba. Ella les había comentado sobre él de manera concisa para salir del paso, sin entrar en detalles, porque había descubierto que eran un poquito chismosas.
Esperaba que no hubiese gemido o dicho nada de manera inapropiada frente a ellas.
―Sí, algo por el estilo ―atinó a decir la mayor.
Agatha les hizo una seña amable con la mano para que no hicieran más preguntas.
―Y entonces, ¿quién es Dragunov? ―preguntó entonces Lara.
― ¿Qué? ―Agatha le dedicó una mirada recelosa a la niña.
―Dragunov ―repitió esta vez Margrét con curiosidad―, también dijiste su nombre cuando te estaba despertando aunque distinto, como si no te gustara.
Tuvo un mal presentimiento. Nunca había escuchado ese nombre, pero de inmediato lo asoció con el hombre horrible que la quería herir.
― ¿Dije eso? ―susurró Agatha―. ¿Dije algo más?
―Es lo único que pudimos descifrar ―contó Margrét, le lanzó una mirada a Lara y añadió: —, hablabas en susurros rápidos y extraños.
―No tengo idea, igual no tiene importancia, no se preocupen ―sentenció Agatha, tranquilizándolas con una sonrisa a medias―, solo fue una pesadilla. Estoy segura que fue porque comí demasiado en la cena. Váyanse a dormir, ya estoy bien.
Margrét y Lara asintieron al mismo tiempo y se separaron para acostarse. Apagaron las lámparas de gas en sus mesas de noche y en poco tiempo se quedaron en silencio.
Agatha se quedó en la ventana hasta poco más de las tres y media de la madrugada. Cuando el asiento en el alféizar le resultó incómodo, le pidió a Ruslan que se acostara junto a ella para hacerle compañía. Ella se metió debajo de las espesas sábanas y blandiendo su varita, extinguió la luz de las velas para después ocultar bajo su almohada su varita de arce, por si acaso. Se acostó boca arriba, arropándose hasta el cuello y manteniendo siempre sus dedos entre el pelaje de Ruslan, que era muy dócil y paciente y que no se quedaría dormido hasta que ella estuviera tranquila.
Incluso después de que sus compañeras de habitación comenzaran a roncar suavemente, Agatha no podía quedarse dormida. Cada vez que cerraba sus párpados la imagen perturbadora del hombre que creía se llamaba Dragunov aparecía como flashes difusos.
Poco a poco fue forzándose a adormecerse utilizando recuerdos de Fred para obligar a Dragunov y a esa extraña luz violeta a desaparecer. Ya cuando amaneciera intentaría darle más sentido y buscarle una explicación, pero por el momento sólo deseaba descansar en paz.
Su último pensamiento antes de perderse en el palacio de los sueños fue el recuerdo de Fred besándola en la bodega de licores de su casa.
Septiembre y tres cuartos de octubre se fueron desvaneciendo entre exámenes y obligaciones ineludibles que impedía que ninguno de octavo pudiera pegar ojo. Gracias a esto, Agatha no tenía oportunidad de tener pesadillas. Sintió envidia de Viktor y Alek cuyo último año fue más ligero al estar en Hogwarts, ellos no habían sufrido tanto. Bueno, quizá Viktor sí, pero Aleksandr difícilmente había entregado su trabajo a tiempo y aun así logró graduarse.
Sofocándose en trabajo escolar, su terrible manejo del tiempo le metía el pie en su meta de no retrasarse. Siempre creía tener varios días antes de la entrega, pero cuando se daba cuenta la fecha límite era a primera hora del día siguiente, obligándola a quedarse hasta después de la medianoche en la biblioteca para terminar todo.
Sumado a las largas noches en vela redactando ensayos en rollos eternos de pergamino y elaborando complicadas pociones (a las que no se le podía quitar el ojo de encima o podrían convertirse en bombas atómicas), Agatha también adquirió otra responsabilidad de importancia: se tomó la molestia de ayudar a Harry Potter.
A principios de octubre, Harry le envió un mensaje cifrado, un pergamino en blanco que tomó tres días en revelar su mensaje:
«Querida Agatha,
¿Cómo estás? Lamento no haber podido escribirte antes. Me compliqué.
Te escribo porque antes de irte de Hogwarts dijiste que podía contar contigo. Espero que no lo hayas dicho sólo por cortesía porque de verdad necesito ayuda.
El ministerio de magia está inmiscuyéndose en Hogwarts. Me quieren tachar de loco y no permiten que se enseñe DCAO. Cómo se rehúsan a enseñarnos nada útil, Hermione tuvo la idea de que yo les enseñe. Al principio no me gustó mucho, pero no creo que tengamos otra opción.
Son pocas las personas que conozco que saben de estas cosas al derecho y al revés y las han puesto en práctica, tú eres una de ellas. ¿Puedes darme algunos consejos?
Puedo entender si estás muy ocupada y si es así hazle caso omiso a esto y disculpa que te haya molestado.
P.D: Por favor, oculta tu respuesta si es positiva.
Harry»
Fred le había relatado a Agatha lo horrible de la profesora enviada por el ministerio. La había llamado una «harpía insoportable» y decía que la habían sacado desde lo más profundo del mismo infierno. Agatha creyó que estaba exagerando, pero al recibir la explicación de Harry entendía de dónde venía.
No le gustó que el ministerio no quisiera enseñarles Defensa contra las Artes Oscuras en momentos tan críticos como esos. ¿Cómo podían ser tan cínicos? Especialmente después de la muerte de Cedric, ¿no sería lo más lógico preparar a tus alumnos para lo peor? Aun si no lo necesitaran. Tener a tus alumnos preparados para cualquier conflicto era lo mejor que se podía hacer. ¡Qué poco valor tenía la gente del ministerio!
Se tomó un par de días antes de responderle a Harry, para pensar una y otra vez en una manera de ayudarlo. En Durmstrang la enseñanza de las Artes Oscuras era más extensa que la enseñanza de la defensa contra ellas. Pero el gran beneficio de eso era que te daba un conocimiento más interno de cómo combatirlas.
Haciendo un tiempo entre sus responsabilidades, Agatha se tomaba los ratos libres para estructurar lo que ella misma había aprendido desde que tenía once años. Buscó entre sus deberes de años anteriores y comenzó a redactar lo que denominó para sí misma como el «Manual de DCAO para Rebeldes y Tontos». Se enfocó en hechizos defensivos, pero incluyó algunos ofensivos para que los de Hogwarts pudieran devolver el golpe. También incluyó consejos prácticos que le funcionaban a ella para conjurar patronus.
Agatha camufló el manual con un par de conjuros que disfrazó los pergaminos como tarjetas de cumpleaños, recetas de pastel de fresa y una revista de tejido. Todo lo que estaba haciendo Harry era bajo el tapete, por lo que ella también escribió su respuesta en código.
«Querido Harry,
Recibí tu carta. ¡Por supuesto que puedo ayudarte! Tu iniciativa me parece estupenda.
No soy la mejor horneando, pero tengo un par de recetas que resultan infalibles. Te envié algunas de ellas al igual que otras cosas útiles. Creo que te podrás apañar.
Si tienes alguna duda, no titubees en preguntar. Siempre estoy aprendiendo trucos de cocina.
Te desea mucha suerte y está siempre a la orden,
Agatha»
Agatha estaba probándose a sí misma que podía hacer multitareas sin perder la cabeza. A veces sentía que estaba abarcando demasiado, pero ella era ambiciosa y en los días donde creía que estaba mordiendo más de lo que podía masticar había algo que siempre la animaba: Fred.
Según sus escritos la estaba pasando mal con «la cara de sapo», así apodó a la profesora del ministerio. Pasaba más tiempo castigado que otra cosa y cuando no estaba castigado utilizaba a los alumnos de grados inferiores como conejillos de indias o como él les decía «primeros clientes». Las cartas iban y venían llenas de relatos de sus semanas. La última en especial la hizo sonrojarse.
«Aggie,
Esta semana la he pasado fatal, hice sangrar a Katie por la nariz sin querer con un turrón. Se recuperó rápido, pero sigue furiosa; Los avances de Ron como guardián son lentos (Merlín, necesitamos un milagro) y estoy harto de Umbridge. Cada vez que la veo es como ver una bola de pelo y asquerosidades de color rosa. La odiarías, estoy seguro.
Los decretos de la cara de sapo siguen apareciendo en la pared fuera del gran comedor. Perdí la cuenta de cuántos son, ya casi no queda espacio. Nuestros productos siguen prohibidos, pero, entre tú y yo, eso sólo hace que vendamos más.
Hoy pusieron uno nuevo, lee bien: «Decreto Educativo Número Treinta y Uno: Se prohíbe a los chicos y a las chicas a estar a menos de veinte centímetros entre sí» ¿Puedes creerlo?
¿Crees que tú y yo podríamos cumplirlo? Seguramente no. Si estuvieras aquí, te prometo que te enseñaría todos los lugares escondidos del castillo donde podríamos infringir ese decreto. Me babeé de solo pensarlo, lo siento.
Hoy te ves hermosa.
No te he visto, pero no tengo ninguna duda.
Siempre lo haces.
Quisiera estar contigo en un lugar recóndito,
Fred»
Había mejores días que otros. Los días buenos, Agatha sonreía todo el día y estudiaba con ánimo, recordando que faltaba poco tiempo para volver a verlo.
Cuando estaba libre de tareas hacía lluvia de ideas para ver qué podía regalarle para navidad y actuaba en su cabeza el escenario de cuando conociera a la mamá de Fred. Quería caerle bien al instante. Estaba muy emocionada por conocerla
Los días malos la distancia maltrataba las finas fibras que sostenían su relación. Poniéndolas a prueba y estirándolas con crueldad, como un violinista principiante rasgando con su arco las cuerdas de un violín y produciendo un sonido disonante. En los días malos, Agatha se hartaba de la distancia y decía que era como estar con un fantasma o una invención.
La inexperiencia de Ag con las relaciones a distancia, la volvía insegura y hacía que sobrepensara mucho las cosas. Pensamientos intrusivos se filtraban en su mente y no podía expulsarlos sino hasta releer y analizar las comas y puntos en las cartas de Fred para mitigar sus dudas. Por suerte eran más días buenos que días malos.
Ese sábado de octubre amaneció gélido, como todos, pero a Agatha no le molestó. Se había puesto al día con sus tareas y después de semanas sin tregua, tenía un fin de semana de paz y tranquilidad.
Se levantó tarde y ordenó su lado de la habitación. Cuando terminó, se vistió y salió a disfrutar del aire fresco. El viento era bueno y la luz del día también, por lo que tomó su fiel saeta de fuego y se dirigió al campo libre de Durmstrang. No era un terreno de quidditch, pero servía para el vuelo y el entrenamiento recreativo de la búlgara. Después de hacer aparecer los aros y un espectro de guardián, Agatha estaba preparada para su ejercicio.
Jugar al quidditch la vivificó. Cuando terminó, un par de horas después, había hecho casi desaparecer el agotamiento de las últimas semanas. Su único cansancio era físico, su favorito. No podía esperar a jugar a principios de diciembre.
— ¡Ag! ―una voz fina la llamó cuando Agatha iba caminando por los montículos de nieve espesa de la llanura de los terrenos de Durmstrang.
Margrét y Lara llegaron corriendo hacia ella, pateando la nieve con desenvoltura. Ninguna de las nuevas Durmstrang eran extrañas a la nieve y al clima cruel siendo una noruega y la otra islandesa. Portaban sus gorros de piel y los residuos desiguales de nieve en sus abrigos le daba a entender que habían estado peleando una guerra de bolas de nieve.
— ¡Hey! —las saludó Agatha con alegría, asegurándose de que no iban a atacarla a ella también.
— ¿Cómo estás? —preguntó Margrét.
—Bien, ¿y ustedes?
— ¡Bien! —contestó Lara—. ¡Te vimos volar!
— ¿Qué tal lo hice? No sean muy duras —sonrió Agatha mirando a la pequeña fanática de su deporte.
— ¡Genial! Eres como una estrella fugaz, tus giros son tremendos —se maravilló Lara sonriéndole—. ¿Puedes prestarme tu saeta?
—Estás demente, Nygård —Agatha dejó salir una sonora carcajada y le desordenó el cabello castaño a Lara. La última arrugó el rostro, pero no pensó que Agatha aceptaría de todas maneras—. ¿Cómo van con sus clases? ¿Tienen problemas con las tareas?
— ¡No, nada de eso! —intervino Margrét con autosuficiencia—. Solo he tenido «remarcables» en mis tareas.
— ¡Bien, Árnadóttir! —la felicitó Agatha dándole una palmaditas cariñosas a la rubia—. ¿Y tú, Nygård?
—Yo he tenido pocos remarcables, pero voy superando las expectativas, no tan mal. ¡Todo va bien! —aseguró Lara, asintiendo muchas veces con la cabeza.
—De acuerdo. Recuerden que no deben dormirse en los laureles. Los profesores están esperando pacientemente una oportunidad para castigarlas y de fabricar una «evidencia» de que no deberían asistir a Durmstrang.
— ¡Se quedarán con las ganas, Ag! —prometieron las chicas con entusiasmo, logrando que Agatha sonriera abiertamente.
Agatha iba a decirles algo más cuando el momento fue interrumpido.
— ¡Miren eso, muchachos! Mamá Ganso y sus patitos. ¿No es adorable?
Agatha buscó al autor de semejante estupidez y le dedicó una mirada de odio a Gavrie Belsky. Se preguntó cómo alguien de tan buena familia (Los Belsky de Novosibirsk. Buenos amigos de la babushka de Agatha) había nacido con media neurona y lograba arreglárselas para ser tan imbécil. Se rodeaba de los mismos de siempre que lo seguían y se reían de sus idioteces. Agatha no se rió. Márgret y Lara la miraron con inquietud, pero prontamente imitaron la mirada glacial de la mayor.
Ella no creía que merecía una respuesta, pero Belsky volvió a hablar:
— ¿Qué hacen, Krum? ¿Le estás enseñando encantamientos domésticos? ¿Para eso son buenas las brujas, no? —Belsky sonrió y chocó los cinco con su seguidor más cercano.
— ¡Fíjense bien, chicas! —les dijo Agatha a sus acompañantes señalando a Belsky con su mano—. Aquí tenemos un hombre haciendo una demostración de cuán pequeño es su cerebro. O quizás es otra parte de su cuerpo que carece de tamaño, ¿no, Belsky?
Las niñas soltaron estruendosas risas infantiles y los amigos de Belsky se pusieron un tanto rojos al evitar reírse. La mandíbula de Belsky se puso rígida.
—Por comentarios así, Belsky, es que tu hermano Veniamin es el favorito de todos. Incluso el de tu mamá —continuó Agatha, dándole un golpe bajo—. ¿Esta es tu manera de desahogar tu trauma de que tu mamá no te quiso? ¿Quieres que te preste mi hombro para llorar?
Belsky desenfundó del bolsillo su varita torcida, apuntándola con severidad. La sonrisita de suficiencia anterior se borró de su rostro. Agatha, sin inmutarse, no quitó la mirada de leve aburrimiento.
—Palabras afiladas para alguien cuya inmunidad se terminó —escupió Belsky—. ¿Se te olvidó que Sokolov y Viktor ya no están? Estás sola en la boca de los lobos.
— ¿Cuáles lobos, Belsky? A lo mucho tú eres un chihuahua —se divirtió Agatha, disfrutando hacer enojar a Belsky—. Quita esa varita de mi cara o le diré a tu abuela, estoy segura que le encantará saber de este intercambio.
Ella habló en ruso, el idioma de Belsky, y este se puso rojo de la furia. No quitó la varita y estaba esperando que ella sacara la suya para retarla a un duelo.
—No lo pediré de nuevo —amenazó entonces Agatha. Estaba segura que le obedecería. Ninguna amenaza daba tanto miedo como pensar en la reprimienda de una abuela rusa.
—Cuida esa linda boca, Krum. —aconsejó Gavrie Belsky, guardándose la varita de nuevo— Te has puesto demasiado cómoda y el suelo sobre el que caminas aún es inestable.
Agatha puso los ojos en blanco y se encogió de hombros ante esa intimidación tan inverosímil. Belsky le dedicó una última mirada antes de ordenar a su séquito a marcharse.
—Cuando crezca quiero ser como tú —juró Márgret, maravillándose ante el resultado del intercambio y en como Agatha manejó la situación.
—Cuando crezcan serán una mejor versión de mí —les sonrió Agatha instándolas a seguir su camino.
Cuando iban por medio camino del terreno plano, una voz agradable se escuchó con eco.
— ¡Espera, Ag!
Desde el lado opuesto venía Anton junto a sus dos ungesinn. Llegaron cortos de aliento hasta ellas deslizándose por el hielo negro del camino adoquinado y empujándose entre sí.
— ¿Dando malos ejemplos, Ton? —preguntó Agatha cuando Anton llegó delante de ella, él se desequilibró y casi sigue derecho, pero se las arregló para mantener el equilibrio.
—Divirtiéndome, mejor dicho —la contradijo Anton con una sonrisa—. Tenía años que no me resbalaba por este camino.
Agatha soltó una risa. El esfuerzo del último año también se notaba en Anton. Bajo sus ojos se difuminaban profundas ojeras violetas y tenía días sin afeitarse. Anton nunca había sido muy aplicado académicamente y de su grupo de amigos era el que más necesitaba ayuda.
— ¿Cómo estás? —quiso saber Agatha—. La última vez que te vi parecías luchar con un montón de libros de Defensa Contra Criaturas Peligrosas.
—Bueno, pues no son precisamente vacaciones para mí —admitió Anton haciendo un mohín—, pero a lo que termine mi último rollo de investigación de Uso de Objetos Malditos volveré a ser el de siempre. Isak me está ayudando con Nigromancia, ya me estoy poniendo al día. Tengo ese título en la bolsa, cariño.
— ¡Bien, me gusta escuchar eso! Sabes que si necesitas ayuda en Transformaciones puedes pedírmela —le recordó la muchacha.
—Por supuesto —él se acarició con la mano la barba a medio crecer—. Lamento que tengas que verme así, he estado durmiendo hace tres días en la biblioteca. Si es que se puede llamar dormir a cerrar los ojos por cinco segundos cada tres horas. Mi cordura se sostiene por turrones y pociones de vitalización. Sobrevivo por pura ansiedad.
Agatha y Anton se echaron a reír en conjunto. Agatha se sentía identificada, por lo que agradecía que la etapa de deberes intensos ya estuviera llegando a su fin.
— ¡Ah, se me olvidaba! Creo que no te los había presentado —comentó Anton cuando pudo recomponerse de la risa—, estos son mis ungesinn: Dardan y Gjon. ¡Hagan lo que les enseñé!
Los niños dieron un respingo y con gesto solemne se hincaron en una rodilla hacia Agatha, reverenciando. Agatha explotó en risas dulces lo que alegró a Anton que esperaba que sucediera exactamente eso. Ella se cubrió el rostro con una mano.
—Les dije que tenían que hacer eso cada vez que te cruzaras con ellos. Es lo que te mereces —sonrió el chico complacido.
Los niños no se levantaron sino hasta que Agatha se los ordenó.
—Pónganse de pie, por favor —les pidió entre risas entrecortadas—. No tienen que hacer eso.
Los niños obedecieron cabeceando y continuaron su charla con las protegidas de Ag.
—Anton, tus ungesinn no son tus esclavos y no puedes abusar de tu poder. No les pidas que hagan eso de nuevo.
—Tienen que hacerlo —terció Anton—. Hay que inculcarles respeto y buenos modales desde temprano. De lo contrario crecerán como Müller, imbéciles.
Agatha soltó un bufido al ser recordada del alemán desde su accidentado primer encuentro.
—Creo que tú le has enseñado los modales que sus padres no hicieron. Hiciste una impresión profunda en él —soltó Anton con una risa áspera—, te tiene miedo y procura evitarte a toda costa. Bjorn dice que duerme con un ojo abierto.
La última oración era un hipérbole, pero Agatha igualmente se divirtió al imaginarse a Lukas Müller temer de que ella quisiera terminar el trabajo.
—Justo como debería —dijo Agatha con soberbia y una sonrisa—. Se lo ganó. Esperemos que haya aprendido principios. ¡Ah! Tú ya conoces a mis ungesinn. Lara y Margrét.
— ¡Claro! —Anton se bajó a la altura de las niñas y les guiñó el ojo—. ¿Todo bien, señoritas?
Las chicas asintieron para seguir conversando con Dardan y Gjon. Agatha se sintió complacida de que la nueva generación de primer año fueran tan receptivos de tener compañeras femeninas.
— ¿Son buenos? —le preguntó Agatha a Anton, refiriéndose a sus protegidos. Curiosa al ver que se llevaban bien con las niñas.
—Son geniales —susurró él cruzándose de brazos—. Podrían ser parte de los Krigsbarn. No te preocupes por ellas.
—No lo hago —le sonrió Ag y Anton se le quedó mirando unos segundos.
— ¿Estás ocupada? —preguntó el chico—. ¿Quieres que nos deshagamos de los niños y nos salvemos de la inminente guerra de bolas de nieve? Podríamos recorrer el bosque y cazar algo. Estoy anhelando despejar la mente.
Agatha se lo pensó y al final aceptó. Ella también quería despejar la mente y conversar con alguien que no fuera ella misma, sus apuntes de clases, Ruslan o Lara y Margrét.
—Déjame ir a guardar la escoba, darme un baño y nos vemos en el puente en como una hora, ¿qué dices?
—Vale, suena bien. Te veo, voy a tomar un par de bocadillos de la cocina.
Agatha emitió «Ok» y se despidió para irse caminando al castillo.
Los corredores estaban prácticamente desolados, los alumnos se dispersaban en las salas comunes, en la biblioteca y en los patios.
Agatha saludaba con la mano y sonreía con brevedad a los que la saludaban con buena vibra. Se detuvo un par de veces para intercambiar comentarios sobre las clases o sobre la calidad del viento para volar. Al pasar por una de las salas comunes escuchó la voz de Isak explicar la última clase de Nigromancia. Él organizaba grupos para dar tutorías los fines de semana. Lo utilizaba como grupo de estudio y como práctica para ser profesor. Era muy bueno. Anton siempre se maravillaba de que entendía bien las cosas cuando las explicaba Isak.
Cuando Agatha cruzó unos de los pasillos para subir al piso superior, un dolor intenso hizo que se detuviera. La mano derecha, con la que sostenía su saeta de fuego, empezó a quemar con un dolor punzante que hizo que dejara caer la escoba con un ruido seco. Soltó un quejido y se miró la mano para admirar la Marca de Vulchanova adquirir un brillante tono lila . Casi justo después de la ceremonia en el banquete de bienvenida, su runa se había apagado y escondido bajo la superficie de su palma (como todas las de los demás), esperando que ella la necesitara o la activara a conveniencia. Agatha no lo había hecho, además la activación de las runas no era dolorosa. Pero lo que le estaba pasando lo era, le hacía tanto daño que le imposibilitaba moverse.
Entonces antes de que ella pudiera hacer algo al respecto, se encontró de frente con la figura amorfa que creyó imaginar semanas atrás después de despertar de la pesadilla. Levitaba frente a ella en silencio como una medusa de mar, analizando a la chica. Agatha buscó su varita para defenderse, pero una voz en búlgaro emergió de la figura.
—Búscame en la puerta al vacío, hija. Cuando anochezca.
—Aléjate de mí —fue lo que salió de la boca de Agatha, forzando valentía y haciéndole frente a tan extraña aparición—, no te tengo miedo. Lo que sea que seas.
—Sé que no tienes miedo, Agatha Krum. Búscame, hay algo importante que tienes que hacer.
Algo parecido a una mano surgió de la forma y tocó a Agatha en la palma con la runa patente, esto calmó la marca y la extinguió hasta volverla una cicatriz rosada y borrosa. Como un montón de humo la figura se desmaterializó.
Agatha se quedó helada con la mano izquierda aferrada a su varita contemplando el vacío que antes ocupaba la silueta. Después de unos segundos de crudo desconcierto, dijo en una voz aguda y perpleja:
— ¿Pero, qué carajos...?
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«Fred,
No sé cómo decirte esto.
Yo misma me niego a creerlo. No puedo creer que haya sido tan ingenua. Tan confiada. Toda mi vida he intentado evitar asumir responsabilidades importantes y ahora inevitablemente tengo que enfrentarme a ellas y comportarme como un buen ejemplo.
Fred, voy a ser mamá.
Quiero que sepas que no espero nada de ti. Yo misma quise meterme en este aprieto y asumiré mi obligación. Tengo que hacerme cargo sola y creo poder instruirlas e iluminarlas.
Sí, son dos. Dos niñas...»
El rostro de Fred adquirió el color del mismo mármol. El mundo parecía ir encima de un carrusel. De repente se sintió muy cansado hasta que, sin darse cuenta, se desmayó en su habitación frente a Lee y George. El gemelo menor soltó una carcajada.
— ¡Deja de joder, Freddie! ¡No te comas los bombones desmayo! —gritó entre risas creyendo que Fred estaba bromeando, pero al ver que no respondió se alarmó: — ¿Fred? ¡Fred!
George se levantó de un salto, asustado. Le levantó los párpados a su hermano y lo sacudió, pero Fred no reaccionó. Lee también se levantó y blandiendo su varita dijo:
— ¡Enervate!
Fred abrió los ojos avellanas con pesadez y se desubicó por un momento, mareado ante el repentino desmayo.
— ¿Estás bien, Freddie? ¿Qué pasó? ¿Ag está bien? —preguntó George aterrorizado, dándose cuenta que Fred había estado leyendo una carta de Agatha antes de desfallecer.
—¿Qué? ¿Ag? ¡MIERDA! ¡AG!
Fred volvió en sí, recordando lo que había leído y buscó con desespero la carta que se le había caído de la mano. Iba a ser..., iba a ser....¿IBA A SER...? Ni siquiera podía terminar la oración. Eso no le podía estar pasando a él. ¿Qué iba a hacer? No estaba listo, apenas sabía cuidarse a sí mismo ¿cómo podía pensar en criar a un enano? ¡DOS! ¡NIÑAS ADEMÁS!
Siguió leyendo la carta de Agatha.
«...Dos niñas de once años.
Lo positivo es que ya están a medio criar por lo que el trabajo será mucho más sencillo, además ya tienen sus propios padres.
Estoy bromeando, ¿te reíste? Espero que sí.
Me pareció una manera muy tuya de hacer preámbulo de lo que voy a contarte. El asunto es que no voy a ser mamá, pero sí tendré que actuar cómo una.
Volví a Durmstrang y no te imaginas la sorpresa que tuve cuando vi que había dos niñas más aquí empezando su primer año. ¡Como lo hice yo! ¡Más niñas después de casi ocho años! Seré básicamente su tutora hasta que me gradúe.
Dios, Freddie, no sabes lo feliz que estoy. ¡Son tan lindas! En estos pocos días que he convivido con ellas me doy cuenta del fuerte carácter que tienen. Son una promesa de que las cosas van a ir mejor aquí ahora. Mucho mejor. Estoy compartiendo mi habitación con ellas, eso es una desventaja, pero nada que no pueda superar.
Tengo una reputación que mantener por lo que te pido que no cuentes a nadie lo que te voy a decir, pero la primera noche aquí, después de que se quedaron dormidas, lloré en silencio, de felicidad, un montón. No sabes lo que esto significa para mí. ¡Estoy tan feliz! Ojalá estuvieras aquí para que las vieras y para llenarte de besos.
Ve un futuro brillante por delante lleno de guerreras,
Aggie»
Fred soltó un resoplido.
—Fred, ¿qué pasó? ¿Ella está bien? —preguntó Lee quien también se preocupó por el bienestar de Agatha.
Fred no pudo contener las risas graves, negó con la cabeza sin poder creer lo que había pasado. Se pasó una mano por el cabello y volvió a leer hasta que las lágrimas gruesas causadas por la risa le resbalaban de las mejillas pecosas. No pudo sino sentir la más profunda adoración por Agatha.
Cosas como esas, darle un susto de esa magnitud como broma, le recordaba lo compatibles que eran y que debían estar juntos. Había sido la broma perfecta. Digna de Fred Weasley.
—Ella está bien —aseguró Fred sin poder contener la risa—. Merlín, está loca. Loca de atar. No le voy a perdonar esto.
— ¿Qué cosa? —se extrañó Lee sin entender.
—Me pegué fuerte en la cabeza —continuó diciendo Fred sin responderle a Lee y sin dejar de reírse y se sobó la parte de atrás de la cabeza—. Me va a salir un chichón.
—Se volvió loco —aceptó George dándole una mirada a Lee.
Fred asintió, reconociendo lo que dijo George y soltó otra carcajada, sin poder deshacerse de la sonrisa en su rostro.
Él supo que no podía estar cerca de comprender lo que las niñas significaban para Agatha.
Si bien él sabía que su Aggie era una suavecita (en el fondo), imaginársela llorando por eso le causaba una ternura inmensa.
En el momento más íntimo que tuvieron, en Bulgaria, Agatha le confesó que ese era uno de sus sueños, pero que no lo veía tan cercano. Ella conocía los obstáculos en el camino a que Durmstrang volviera a ser un instituto mixto, por lo que no se hacía muchas ilusiones. Hacía a Fred feliz que ella estuviera tan feliz. Hace unos días atrás se sintió frustrado de que él no pudo persuadirla a que se cambiara a Hogwarts, pero ahora la entendía mejor. Y entendió el catastrófico error que hubiese cometido si le hubiera hecho caso.
━━━━ ☾ ✷ ☽ ━━━━
Después de asegurarse de que Margrét y Lara estuvieran profundamente dormidas, Agatha se levantó de la cama haciendo el menor ruido posible. Ya era bien entrada la noche y después de un difícil debate consigo misma decidió que su curiosidad no iba a menguar. Tenía un buen augurio hacia la extraña petición de la visión. Sentía que debía hacerle caso y debía buscarla. Ruslan se levantó apenas ella lo hizo y movió la cola, emocionado, pensando que Agatha lo llevaría a pasear. Agatha se arrodilló frente al perro y le habló en susurros.
—Te vas a quedar aquí, Ruslan —le ordenó la chica con voz dulce, Ruslan bajó las orejas en desacuerdo—. Escucha, tengo que hacer esto sola. Si necesito asistencia te llamaré, te lo prometo, pero hasta entonces te quedarás aquí con las chicas y les echarás un ojo mientras vuelvo. ¿Está bien?
Agatha se envolvió en una capa azul oscuro y se puso la capucha. Empuñó su varita, lista para cualquier eventualidad. Lo gracioso era que no tenía miedo, en absoluto. A pesar de que cabía la posibilidad de que la figura fuera un demonio que la quisiera asesinar. Pero habían limpiado el castillo de los demonios hace varios siglos o eso le gustaba creer. De todas maneras, era una aventura.
Se puso el dedo índice sobre los labios para que el perrito guardara silencio, abrió la pesada puerta y salió del cuarto. El espectro —o posible demonio— le dio la indicación de que lo buscara en la puerta al vacío. La tranquilidad en ella aumentó al saber dónde era eso. No tenía que adivinar. Un par de años atrás, Agatha encontró en el último piso, escondidas bajo un básico encantamiento de ocultación, una hilera de puertas que no iban a ningún lado. La más llamativa de ellas si la abrías literalmente caías al vacío. No había vuelto desde hace años, pero cada vez que salía de las clases de Alquimia siempre les echaba un vistazo. Emprendió camino allí. Moviéndose por los pasillos con astucia y evitando las rutas usuales de los celadores.
—Hola, preciosa —Agatha no se azaró al escuchar esa familiar y fantasmal voz—. ¿Qué estamos haciendo?
Sin sacar su cabeza de la capucha siseó para que un alborozado fantasma que habitaba el castillo hiciera silencio. Ella le dedicó una efímera mirada, él aún vestía la ropa con la que murió, un antiguo uniforme de Durmstrang, y se elevaba un metro sobre el suelo, surcando el aire como si fuera una piscina. Viggo llevaba, por lo menos, ciento diez años muerto.
—No me mandes a callar, Krum. Yo soy tu confidente —se quejó Viggo con indignación, cruzándose de brazos—. Cuéntame, ¿por qué estamos fuera de la cama? ¿Vas a escabullirte a la cama de alguno de tus compañeros? —Agatha volvió a sisear con impaciencia—. Bueno, bueno. ¿Quién es? ¿Es Kravev? ¡O quizás sea Stepanchikov! O... escúchame, te tengo una mejor opción que seguro no habías considerado antes: ¡Dolohov! No lo escuchaste de mí, pero le escuché comentar con Bartok que te tiene unas ganas tremendas. Yo que tú, amiga...
—¿Será que puedes cerrar el pico? —explotó Agatha, cuidando de no subir la voz—. No voy a acostarme con ninguno. Haz silencio, por favor.
—¡Qué decepción! —suspiró Viggo y luego su cara se iluminó con una sonrisa—. Sabes que te iba a cubrir las espaldas si ibas a tener sexo con alguien, pero ya que no es eso por lo que estás rondando el castillo a estas horas no tengo otra opción sino decirle a Sivertsen. De todos los celadores, él es el que te tiene más rencor ¿no?
Agatha apretó los dientes.
—Viggo, ¿me puedes recordar tu causa de muerte, por favor? —le pidió Agatha sin detenerse.
Viggo borró la sonrisa e hizo un mohín de crío. Susurró algo con desdén.
—Repítelo, por favor —musitó Agatha.
—Asesinato —respondió Viggo rodando sus inmateriales ojos.
—¡Ah, cierto! ¿Y por qué te asesinaron?
—Por ser un soplón.
—¡Exacto! —sonrió la búlgara y dijo con dulzura—. ¿No crees que no deberías seguir cometiendo el mismo error?
Viggo bufó. Agatha aprendió en su cuarto año que una de las cosas que más molestaba a Viggo era ser recordado de su muerte.
—¿Cómo logras ser tan mala? Tienes una carita muy dulce. No había necesidad de traer eso a colación.
—No soy mala, solo no quiero que me delates. Te lo recompensaré escuchando alguna historia que me quieras contar después. Pero necesito que me dejes sola —dijo Agatha con voz suave.
—Bien. Te dejaré, pero debes saber que les señalaré a los celadores tu dirección si me topo con ellos —silbó Viggo para volar a máxima velocidad en la dirección opuesta.
Al desaparecer Viggo, Agatha supo que tenía poco tiempo antes de que él decidiera cambiar de opinión y avisarle a los celadores que ella estaba fuera de su cama. Caminó a paso veloz subiendo las escaleras con premura y dando siempre vistazos detrás de ella para asegurarse de que nadie la estaba siguiendo. Antes de darse cuenta ya rondaba el último piso.
La antesala a la puerta al vacío era una serie de tapices con diseños medievales. Agatha les apuntó con su varita y pronunció el conjuro de revelación. Los tapices se movieron con arrebato exponiendo una puerta de madera de ébano tallada y marcada con rasguños de animales desconocidos.
—Bien, ya estás aquí. Sin miedo a nada, Agatha —susurró Agatha para sí misma.
Y sin darse tiempo de pensar que era una mala idea metió la mano en la aldaba para abrir la puerta. Ante ella había un pasillo corto con poco espacio y tres puertas. La puerta al vacío era inconfundible porque era la que estaba en el centro. Alta con un arco de piedra y custodiada por dos inertes estatuas de Völvas finas envueltas en capas oscuras y sosteniendo una vara cada una. Las völvas era el nombre que poseían las brujas en la mitología escandinava, sabias mujeres poderosas que utilizaban la magia para curar y enseñar.
Agatha ahogó un grito de asombro al observar que la puerta al vacío tenía un escrito grabado que ella nunca había visto, aunque al mirarla bien se dio cuenta de que no era un escrito sino una runa. La marca de Vulchanova, la misma que decoraba como un tatuaje su palma derecha. Como por diseño sabía lo que tenía que hacer, levantó su mano derecha y presionó la palma contra la puerta.
Agatha peleó contra el impulso de dar un paso atrás al contemplar cada uno de los guijarros que conformaban la puerta al vacío brillar intensamente y retumbar como si se tratara de un terremoto. Esa activación de la runa tallada en su mano no fue dolorosa. Con un crujido tranquilo la puerta al vacío se abrió. Agatha Krum aspiró y la empujó.
Frente a ella había un salón gigantesco. Parecido a la sala más valiosa de un museo, se extendía por vastos metros elegantemente. Las paredes estaban cubiertas con retratos de marcos finos, pero vacíos. La sala poseía una arquitectura noble, más adelante había una serie de sillas más parecidas a tronos acomodadas en un círculo. En el suelo se dibujaba el emblema de Durmstrang. Una voz incorpórea sacó a Agatha de su impresión.
—Bienvenida, Krum —pronunció con tono distinguido—. Puedes terminar de entrar y tomar asiento.
—Me sentiría más invitada a entrar si te mostraras —respondió Agatha sin perder su recelo—. Debo saber si eres un demonio o algo por el estilo.
—No soy un demonio. Siéntate, por favor.
Agatha iba a protestar, pero todo era tan misterioso que adquirió un gusto por ello y deseaba saber a dónde la llevaría. Se removió la capucha y dando pasos largos tomó asiento en uno de los tronos.
—¿Dónde estoy? Este lugar no existía antes —informó Agatha.
—Sí existía, solo que aún no estabas lista para entrar aquí. Ahora lo estás. Este, mi querida hija, es El Salón de las Völvas. Construido como un espacio seguro y de aprendizaje para brujas descendientes de otras distinguidas brujas. Cómo tú. Era mi lugar favorito, es sagrado para mí.
—¿Y quién eres tú?
—Dedúcelo, Agatha. Sé que ya lo presientes muy dentro de tu ser.
Agatha se quedó callada porque sí lo presentía, pero no era posible. Se relamió los labios y dijo:
—Es imposible —le comunicó Agatha a la nada—, es imposible porque usted está muerta.
—Sí pues, si eres suficientemente inteligente sabrás que hay maneras de negociar con la muerte.
—Con todo respeto, no pretendo ofenderla ni nada, pero me siento algo reacia a creer que estoy hablando con Nerida Vulchanova.
Entonces la misma forma amorfa de color violeta brotó de una grieta en el suelo y se plantó en el trono paralelo a Agatha, frente a ella. Como si estuviera haciendo mucho esfuerzo, la amorfidad empezó a desaparecer convirtiéndose en una persona. Agatha no creyó sus ojos cuando reconoció a la mujer que tanto había admirado, pero seguía siendo un espectro. Según contaba la leyenda, Nerida Vulchanova había desaparecido a los cuarenta y dos años. Pero la mujer frente a ella adoptaba un rostro más joven, veinteañero incluso.
—Lo que queda de mí, por lo menos —replicó Vulchanova con una sonrisa en sus finos labios—. Me gustaría poder mantener esta forma, Agatha, pero estoy muerta y no puedo sostener una forma tangible por más de un par de minutos.
Agatha no podía sacar palabra de su boca. Miraba incrédula a Nerida Vulchanova.
—No puede ser porque si existiera de verdad, ¿por qué nunca me había tropezado con usted? Es un truco —Agatha se puso a la defensiva—. ¿Qué eres? ¿Un cambia-formas? ¿Un poltergeist? Si eres un demonio, no tengo miedo de enviarte de nuevo al infierno.
Agatha sacó su varita en ristre y la apuntó, entrecerrando los ojos alzó una ceja de manera desafiante.
—Siempre desconfías primero, eso siempre me ha gustado de ti —admitió la fundadora—, pero sabes que no miento y que no soy ninguno de esos engendros que has mencionado. ¿Qué tienes con los demonios? Creí que ya habías superado ese boggart hace años —Agatha no bajó sus defensas—. De acuerdo. Tendré que demostrártelo de una manera que entiendas.
Nerida alzó su mano y le dio la vuelta para enseñarle a Agatha la marca gemela que tenía en el dorso de la mano. La runa de Agatha se activó por sí sola de nuevo y brilló a la misma intensidad que la de Vulchanova. Después de que la fundadora apaciguara la runa, Agatha se tiró al suelo y se arrodillo hacia su más grande modelo a seguir, haciéndole una reverencia.
—De pie, Krum. No hagas reverencias a los muertos —las palabras de Vulchanova sonaron casi como una broma, pero Agatha le obedeció—. No tengo mucho tiempo para explicarte todo lo que quieres saber, pero puedo responder un par de preguntas antes de comunicarte lo que necesito que hagas por mí.
El corazón de Agatha palpitaba con energía.
—Usted no «desapareció misteriosamente» —Krum hizo comillas en el aire—, ¿no es verdad?
—No, pero eso tú ya lo sabías.
Agatha asintió con la cabeza. Desde que tenía memoria, cada vez que Agatha escuchaba contar la historia de vida y obra de la fundadora de Durmstrang siempre le quedaba un sabor amargo en la boca cuando mencionaban su desaparición. Una mujer tan ilustre no pudo haberse esfumado en el aire.
—Fui quitada del camino —reveló Nerida Vulchanova desviando la mirada de la de Agatha y suspiró—. Viste mi última discusión con el hombre que lo hizo. Te lo mostré hace algunas semanas cuando empecé a tomar fuerzas.
«¿Eso era lo que era? Pensé que estaba caliente y ya» —pensó Agatha.
—Me disculpo por haberme ensartado en tu mente sin tu permiso, esa noche en particular sentí que podía darte un mensaje. Aunque tus sueños ya estaban abarrotados de personas —pronunció Vulchanova con un leve deje de burla.
Agatha se sintió extremadamente abochornada y cambió de tema.
—Fue Dragunov —dijo Agatha más como una afirmación y Nerida dejó salir un gemido afirmativo—. Profesora, ¿quién era él? ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo...?
—Agatha, no puedo responder todas tus dudas, nuestro tiempo esta noche es limitado.
—Está bien, pero dígame, ¿por qué no se había mostrado ante mí antes?
—Igor Karkarov es un cobarde, pero no es un mago mediocre. Él era la última pieza que aún pesaba sobre el hechizo que no me permitía volver a tomar control. Con su partida, él hechizo se debilitó mucho hasta el punto que pude enviar dos cartas de admisión para Árnadóttir y Nygård y poner mi residuo vital en algo medio corpóreo. Al igual que traer de vuelta El Salón de las Völva para ti —informó Nerida Vulchanova—. Krum, las cosas están cambiando y lo están haciendo rápido. Pero aún no estamos fuera de la era de oscuridad. Por eso necesito tu ayuda.
Vulchanova se detuvo, esforzándose por no perder su materialidad. El tiempo se le acababa.
—Tengo que pedirte un par de favores por ahora. El primero es que consigas mis huesos, mis restos materiales. Están en algún lado de los terrenos, pero no sé en donde. Tienes que traerlos al castillo e incinerarlos aquí adentro. El segundo es que busques la espada Gram, después de asesinarme, Dragunov la escondió bajo un montón de hechizos oscuros en el lago. Necesito que la encuentres y la mantengas en tu poder.
—¿Por qué me está confiando hacer esto, profesora? —preguntó Agatha.
El residuo vital que era Nerida Vulchanova se puso de pie y se deslizó hasta Agatha. Colocó una sonrisa en su rostro e intentó ponerle una mano en la mejilla, pero esa traspasó la piel.
—Porque eres especial, Agatha Krum. Todas las mujeres que he elegido para mi escuela lo son. Fuiste la primera en muchos años y sé que puedes hacerlo. Estás haciendo un trabajo magnífico con Árnadóttir y Nygård. Estoy orgullosa de ti. Eres todo lo que debería ser una Durmstrang.
Los retratos vacíos empezaron a llenarse de mujeres que admiraban a Agatha y Nerida que estaban en medio del salón. Alumnas del pasado de Durmstrang, mujeres fuertes, inteligentes y sabias que habían ayudado a construir ese instituto. Agatha se sintió abrumada, pero dispuesta.
—Lo haré —aseguró Agatha con sublimidad.
—No esperaba menos de ti —respondió Vulchanova.
—Profesora, si necesito ayuda, ¿estará aquí? —preguntó Agatha cuando observó que Nerida empezaba a desvanecerse.
—Mi alma está regada en el castillo, pero físicamente puedo tomar forma cada vez que haya luna llena. Puedes volver aquí para que me comuniques tus avances y para responder más preguntas. Y Agatha, la próxima vez puedes traer también a las de primer año.
—Claro, profesora.
Nerida Vulchanova inclinó su cabeza con elegancia para convertirse en humo una vez más y desaparecer por las grietas en el suelo.
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