𝟐𝟕 ━ Los amigos ingleses de Agatha.
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𝐋𝐎𝐒 𝐀𝐌𝐈𝐆𝐎𝐒 𝐈𝐍𝐆𝐋𝐄𝐒𝐄𝐒 𝐃𝐄 𝐀𝐆𝐀𝐓𝐇𝐀
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Mientras avanzaba junto a Fred y George a través del pasto del jardín, Agatha podía sentir las miradas de rayo láser de Svetlana y Darya, tan intensas que podrían haberle abierto un agujero en la piel. La menor de las tres ni siquiera parecía parpadear y murmuraba muy de prisa a la mayor. Svetlana siseaba para que se callara y disimulara, pero ella estaba también muy sorprendida e interesada por la visita inesperada. Agatha tomó aire, mostrándose un poco nerviosa. No había pensado a profundidad lo que significaba haber invitado a Fred a su casa y todo lo que la noche deparaba. Si esas habían sido apenas las impresiones superficiales de sus primas hacia Fred y George, solo podía imaginarse cómo reaccionaría el resto de sus familiares. Especialmente sus padres.
Pero la mano de Fred se había posicionado alrededor de su cintura, logrando que se enfocara sólo en él y olvidara el futuro próximo. Quería que pudieran estar solos.
En realidad deseaba tenerlo para ella sola.
Intercambiaban miradas furtivas mientras escuchaban a Viktor comentar como él no esperaba que aparecieran.
― ¿Todo está bien en Inglaterra? ¿Cómo está Hermione? ―preguntó Viktor volviéndose a los muchachos. Fred retiró la mano alrededor de Agatha por precaución.
―Todo está genial, ella está bien. Te manda saludos ―contestó Fred, prácticamente mintiendo. En especial la última parte, aunque creía que si Hermione hubiese sabido que irían a Bulgaria le hubiera enviado saludos.
Viktor dio una media sonrisa y los guio hacia sus compañeros de quidditch. Mientras Viktor presentaba a Fred y George con Lev y Clara, Agatha fue hacia sus primas. Ambas se encontraban junto a Nikolai quién no estaba al tanto de la identidad de los visitantes. Las chicas estaban deslumbradas por los gemelos y seguían mirándolos con impresión, sin poder decir una palabra.
―Ok, ¿qué pensamos? Digan algo, por favor ―murmuró Agatha, dirigiéndose a sus primas y aguantando una risa―. Cualquier cosa.
Darya y Svetlana balbucearon y hablaban una encima de la otra.
―Están aquí. Son dos y son igual de lindos ―tartamudeó Darya con los ojos muy abiertos para no dejar de ver a Fred y George.
― ¡Agafya, la manera en que te tomó! ―chilló Svetlana, totalmente disuelta. Se cubrió la boca con las dos manos―. Estoy sin palabras, no sé qué decir. ¿Sabías que iban a venir?
― ¡No se parece al de la foto! ―replicó Darya, sin dejar que Agatha contestara a la primera interrogante ―. Es más atractivo en persona. Bueno, son más atractivos. ¡Porque son dos! Gemelos. Necesito un minuto para procesarlo.
Agatha no pudo evitar reírse de sus primas.
― ¿Quiénes son? ¿No conocen la decencia de avisar antes de aterrizar en casa de alguien? ―Nikolai tenía demasiadas preguntas y sentía que nadie le estaba explicando nada.
Agatha no lo escuchó y continuó su conversación. Las rusas exigían que los presentara. La rubia se arregló el cabello con la mano y peinó también el de Darya. De igual manera, se acomodaron los vestidos y se miraron para asegurarse de que ambas estuvieran presentables. Nikolai estaba perplejo ante la actuación de su novia.
―Los voy a traer aquí, por favor, calma. Si me avergüenzan, se los juro... ―las amenazó Agatha con una mirada seria. Sveta y Darya hicieron gestos con la mano para que se apresurara.
Agatha volvió al lado de Fred, quien estrechaba la mano con Lev y sonreía. Se había interesado en el juego improvisado y lo oyó decir que le gustaría intentarlo un poco más tarde.
―Hey, quiero que conozcan algunas personas antes de que entremos en la tienda ―dijo Agatha, poniéndose entre ambos y entrelazando sus brazos con los de ellos para guiarlos hasta las brujas. Ellos obedecieron y, cuando estuvieron frente a ellas, sonrieron al mismo tiempo sonrojando a las chicas―. Estas son Svetlana y Darya, mis primas. Ellos son Fred y George, mis amigos ingleses.
―Privet! Hello! Mucho gusto, Svetlana Kuznetzova. Me pueden decir Sveta, si quieren ―los saludó Svetlana, mirándolos con una sonrisa para luego estrechar sus manos enérgicamente―. ¡Nos alegra que hayan podido venir! Agatha nos ha contado mucho de ustedes.
―Cosas buenas, espero. Mucho gusto, Fred Weasley ―Fred devolvió el saludo regalándole una sonrisa igual de amigable.
―Y una que otra cosa mala. Yo soy George Weasley ―respondió también George.
Los gemelos Weasley eran muy guapos y encantadores, por lo que Agatha no culpó a Svetlana por la risita avergonzada que soltó. Darya, con ojos marrones como un ciervo frente al faro de un coche, flexionaba su cuello para poder mirarlos al rostro. Así de cerca de ellos, podía darse cuenta de lo atrayentes que eran.
Nikolai, que se había mantenido al margen, observando la reunión sin entender nada de nada, carraspeó para llamar la atención de Agatha. La última articuló un "Disculpa".
―Este es Nikolai, el novio de Svetlana y amigo de la familia ―dijo con tono avergonzado de haber olvidado por completo que Nikolai estaba ahí. A Sveta también se le había pasado por encima de la cabeza la presencia de Nikolai, porque, cuando Agatha lo mencionó, dio un paso hacia atrás y entrelazó sus dedos con los de él con cariño. El muchacho le enarcó una ceja y Svetlana se disculpó en voz baja, casi riéndose.
―Nikolai Baranov, mucho gusto. ¿No conocen las puertas? ―bromeó Nikolai, haciendo un gesto con la cabeza. Fred y George rieron.
―No nos acostumbramos a los trasladores, fue una victoria de por sí no aterrizar encima de ustedes ―bufó Fred haciendo una mueca.
―Darya Pávlova. Tengo trece años, pero el mes que viene cumplo catorce ―soltó Darya con una sonrisa extensa en el rostro. Los miró de arriba abajo un segundo para estirar la mano para que la sacudieran―. Están invitados a mi fiesta de cumpleaños.
― ¡Darya! ―Svetlana abrió la boca de golpe ante el descaro de Darya y Agatha soltó una carcajada.
― ¿Eres tú la prima que dijo que era ardiente? ―bromeó Fred mirando a Agatha. La búlgara asintió con la cabeza―. Gracias por el cumplido, me parece que acertaste.
―Yo también acepté el cumplido, ya que, como te darás cuenta, somos muy parecidos ―jugó George, guiñándole el ojo.
―GATA, ¿LE DIJISTE? ―se quejó Darya en ruso, frunciendo el ceño a su prima al mismo tiempo que su rostro tomaba una tinta rosada.
―Sí, Darya, y también le voy a decir a mi tía Sonya que estás coqueteado con gente mayor que tú ―le advirtió Agatha también en ruso, sacándole la lengua de manera infantil. La menor bufó con fastidio.
―Eso es puro ruso, ¿no? ―se impresionó Fred ante el lenguaje de las chicas―. No sabía que fueras tan fluida en ruso.
―Es muy fluida, casi nativa. Pero supongo que eso pasa cuando tu madre es rusa y te obliga a aprenderlo desde el vientre ―Svetlana intentó no gritar al ver como Fred acariciaba el hombro de Agatha.
― "Amigos" dijo Agatha que son. Me miente en mi cara, cree que somos estúpidos ―reprochó Darya también dándose cuenta del contacto físico.
― ¿No lo son? ―preguntó Nikolai sin poder darse cuenta de lo que estaba pasando.
― ¡Cierren la boca, por favor! Es mala educación hablar en ruso si ellos no entienden ―silbó Sveta, regañándolos.
―Gracias a Merlín, ustedes hablan inglés porque no me preparé para hablar ruso o búlgaro ―se tranquilizó George al saber que nada podría perderse en la traducción.
―Ellos no hablan inglés ni búlgaro ―explicó Agatha para los gemelos con una sonrisa afable. Los gemelos intercambiaron una mirada de confusión con la chica―. No se han tomado la molestia de aprender nada. Los entendieron porque bebieron una poción cambia-idioma para la fiesta. Pero es posible controlar el efecto para que no te entiendan, tal y como hizo Darya para hablar en ruso. Yo no lo bebí, ni Viktor, ni papá, pero de resto todos lo hicieron. La sensación en la lengua cuando el efecto empieza a disiparse es muy desagradable.
―Un segundo, ¿dijiste poción cambia-idioma? Entonces, ¿me pasé el último mes aprendiendo búlgaro para nada? ―se quejó Fred, cruzándose de brazos y fingiendo una mirada molesta.
―No fue para nada ―Agatha se acercó a él de manera seductora sonriendo inocentemente, a Fred le tomó toda la fuerza de su cuerpo no borrarle esa sonrisa de un beso. Ya tendrían el momento―. Lo hiciste para mí. Igual puedes lucir tu búlgaro, siempre será bien recibido. De hecho, mi papá está muy ansioso de verlos y de que escuchen su inglés, va a ser un intercambio beneficioso. George, ¿aprendiste algo de búlgaro tú también?
―Ni papa. Estoy mintiéndote, sí sé decir «Hola» y «Gracias» y un montón de vulgaridades, pero de resto nada ―dijo George, metiéndose la mano en el bolsillo.
―No pasa nada, tengo que fe que en el tiempo que duren aquí se te pegará una palabra o dos. Es increíble lo mucho que puedo enseñarles en dos días ―Agatha guiñó el ojo.
Agatha se volvió hacia sus primas y Nikolai, por lo que no pudo ver la mirada que se dieron los gemelos. Stefan, animado, se acercó al grupo y se presentó rápidamente.
—Hola, ustedes son los de Hogwarts ¿no? Qué raro, mi tía Natasha dijo que no vendrían —Stefan agarraba confianza con facilidad—. Bienvenidos, Stefan Krum, mucho gusto, soy primo de Agatha ¿es su primera vez en Bulgaria?
―Gracias, sí, es la primera —asintió Fred, mirando de reojo a la chica Krum.
—Presiento que no será la última —dijo Svetlana, echándole una miradita a Darya.
Ahora venía la parte más difícil: entrar en la tienda. Un vals de Tchaikovsky se deslizaba fuera de la misma y a contraluz se podían delimitar las siluetas de los adultos.
La primera opción de Agatha era no entrar. Ella habría elegido tomar a Fred de la mano y llevarlo lejos del epicentro de la fiesta y protegerlo. Escudarlo de la intromisión de sus tíos, del escudriño de su madre, de las preguntas infinitas del tío Andrey y de la presencia insufrible de Vera. Amaba a su familia, pero sabía muy bien lo abrumadora que podían llegar a ser. Eran caóticos, difíciles para mantener el paso con ellos e indiscretos. Eslavos al fin.
Se preguntó por qué había tomado la decisión apresurada de invitarlo a su casa. Se maldijo por no tomarse un momento para pensarlo, pero cuando estaba con Fred, la pequeña parte juiciosa que aún quedaba en ella parecía morir.
Además, ella no sabía que ese día iba a tener que enfrentarlo a la mayoría de sus familiares. Esa noche podía terminar excelente y quitarle un peso de encima. O podía terminar en gigantes llamaradas y con Fred no queriendo tener nada que ver con ella.
Levantó su mirada y miró el rostro de Fred a su derecha.
El nuevo corte de cabello le enmarcaba la cara y le hacía énfasis a su afilada mandíbula y a sus pecas. Millones de ellas repartidas en sus mejillas y en el puente de su nariz. Un hoyuelo pequeño se le formaba cuando les sonreía a los primos de la búlgara. Y aunque esos inmensos ojos pardos no la estaban mirando en ese momento, sabía que eran hermosos e infinitos.
Entonces fue claro para ella. Por eso lo había invitado. Porque no habría podido soportar tanto tiempo sin verlo. Porque deseaba compartir con él su pedacito de mundo. Quería compartir su lugar, donde era irreverentemente ella misma. Quería que él formara parte de el y situarlo junto a ella cada vez que revisitara sus memorias. En su casa del valle desbordada de vegetación, con la brisa gentil aromatizada desordenándole el cabello.
Y ahí estaba.
La conversación que Fred y George sostenían con esa parte de su familia le iba sin cuidado. Se escuchaba lejana. La parte de su cerebro que se suponía que tenía que prestar atención estaba demasiado ocupada, no estaba recibiendo la información porque solo quería estar observando a Fred. Siguiendo su travesía de mirarlo, descubrió que nunca lo había visto vistiendo una camisa que no fuera blanca. La camisa borgoña le iba a la perfección, pegándose a su cuerpo y haciéndolo ver fino. Quizá era solo su imaginación, pero sus brazos parecían más llenos. Se veía muy bien, a pesar de la mancha verdosa en su costilla que delataba la caída de hace algunos minutos atrás. Iba a necesitar una explicación sobre eso. Por suerte, la noche era larga y ella era noctámbula.
George habló, sacándola de su propia mente. Se dio cuenta que no había parpadeado en todo el tiempo que miró a Fred cuando parpadeó y sus ojos marinos se sintieron secos.
—Ag, tienes una casa increíble. Muy hermosa —elogió con voz alegre, dándole otro vistazo a la residencia de los Krum.
— Totalmente, mucho verde, me gusta —estuvo de acuerdo Fred, mirándola con una sonrisa.
—Gracias, no sé si se los había dicho antes, pero mi madre es herbologista por eso es así —explicó Agatha.
—Tiene sentido —asintió George. Se iba a acariciar la barbilla cuando emitió un gemido bajo de dolor—. Carajo.
— ¿Qué pasa? —le preguntó ella con un tono de preocupación en la voz.
—Fue una mala caída, ¿sabes cuándo tienes que mover tus piernas y brazos al usar un traslador para no lastimarte al llegar? Bueno, no lo hicimos. ¿Puedes revisarlo, por favor? —le pidió Fred a la castaña.
—Un traslador desde tan lejos debió haber sido desagradable. Detesto ese medio de transporte—aseguró Agatha y se cambió de lado para estar frente a George. Su mano tomó la del gemelo y la acercó a ella, George no vaciló. Agatha miró a Fred—. ¿Ves lo fácil que es confiar en mis habilidades de médico?
—Te estoy confiando a mi hermano favorito. Y debo recordarte que él no tiene una quemadura por lo que no le podrás abrirle un agujero en la pierna —recordó Fred, poniendo los ojos en blanco—. Jamás volveré a dudar de tus dotes.
Agatha sonrió y movió la mano de George con cuidado, él se estremeció un poquito de dolor.
— ¿Te duele ahí? —preguntó. El pelirrojo confirmó—. Vale, no es nada. Una tontería. Háblame del viaje, ¿te heriste en otro lado?
—No. Los trasladores apestan, no fue lo mejor, ojalá hubiésemos podido tomar el tren. Pero bueno, las cosas no...
La charla de George fue interrumpida cuando Agatha le dio un tirón a su muñeca y la volteó, arreglándolo. George soltó un gritito que divirtió a todos los presentes. Había sido una distracción para que no lo viera venir y estuviera relajado, ya que la curación sin magia lo requería. Para cosas simples, era su favorita.
— ¿Qué te sucede, Ag? —Se quejó George, aun procesando lo que había pasado—. Un aviso hubiese sido bueno.
—Si te avisaba, te ibas a poner rígido y no hubiese funcionado —Agatha le soltó la mano—. De nada.
Agatha hizo una reverencia elegante. Con suspicacia, George volvió a hacer movimientos circulares con la mano lastimada para darse cuenta de que ya no dolía.
—Increíble, gracias, Ag. Merlín, dime algo que no sepas hacer —bufó George, dándole unas palmaditas en el hombro a la muchacha.
—Muchas cosas, ya lo descubrirás —suspiró Agatha, sonriendo.
—Deberíamos entrar —sugirió Svetlana—. La cena se va a servir en cualquier momento y me imagino que un viaje tan largo les habrá abierto el apetito.
— ¡Cierto! —exclamó Agatha, recordando que ellos apenas acababan de llegar—. Deben estar muertos de hambre. Dios, me llevo el premio a la peor anfitriona de la década.
—No, creo que ese fue el tío Samuel cuando nos dejó durmiendo en el establo porque se olvidó que íbamos a visitar —Viktor se acercó al grupo y sonrió—. Venga, vamos dentro.
George emprendió camino y se unió a Viktor y Stefan. Svetlana, Darya y Nikolai también se adelantaron. Svetlana tuvo que arrastrarlos y explicarles, exasperada, con palabras lentas que tenían que dejar a Fred y Agatha solos para que tuvieran una pizca de privacidad.
Agatha y Fred caminaron lento para hacer un espacio entre ellos y el resto de los chicos.
— ¿A ti también te duele algo por la caída? —preguntó Agatha caminando con las manos entrelazadas detrás de su cuerpo. Contempló a su derecha donde se alzaba el metro noventa y algo que era su pelirrojo preferido.
—Si lo que quieres es ponerme las manos encima, no tienes que andarte con rodeos, Aggie —coqueteó sin decoro el muchacho en voz muy baja, por si los de adelante tenían el oído agudizado.
—Tranquilo, Weasley, que acabas de llegar —rio la búlgara, mordiéndose el labio inferior—. Tenemos que administrar bien tus dos días.
Fred no tuvo el corazón para decirle que los dos días se habían convertido en poco menos de catorce horas. Él sonrió y cambió de tema.
— ¿Esta es la verdadera tú? —preguntó.
— ¿Qué quieres decir?
—Me siento algo tonto por pensar que te había entendido por fin —Fred se encogió de hombros—. Pensé que ya tenía resueltos tus hábitos y tu manera de ser y que ya no había nada que pudiera sorprenderme. Y entonces, llegó a Bulgaria y consigo a esta ninfa del bosque, que vive en los Jardines Colgantes de Babilonia y usa el vestido más corto que he visto en mi vida. Estoy desconcertado.
Una risa tenue dejó los labios de Agatha. Le habían gustado las palabras del pelirrojo.
—Esta soy yo, pero también era yo la que estaba en Hogwarts. ¿Cuál te gusta más? —inquirió la castaña, revoloteando las pestañas.
—Me gustas tú —susurró Fred, dedicándole una sonrisa a Agatha—. Todas las versiones de ti.
Ella sonrió otra vez y estiró la mano para tomar la suya y entrelazar los dedos.
—Yo también estoy perpleja al verte aparecer con ese cabello corto —admitió Agatha, acercándose a él—. No me lo esperaba.
—No tienes que fingir que te gusta si no es así. Un trago de brebaje crece-pelo y la melena regresaría.
—Me gusta. Mucho. Aún tengo que acostumbrarme, pero me gusta, estoy segura de eso —dijo ella con voz suave—. Supongo que es porque me gustas tú también y cualquier cabello te va bien.
—Deja de endulzarme, Aggie. Ya me tienes a tus pies —bromeó el pelirrojo. Agatha rodó los ojos con una sonrisa divertida y poderosos latidos de corazón—. Otra cosa que no me esperaba era que tuvieras tantos familiares. ¿Cuántos primos tienes?
—Nueve. Siete rusos y dos búlgaros. Vinieron casi todos. Yo tampoco me esperaba que tuvieras que conocer a la mayoría hoy.
—Diablos. ¿Crees que les caiga bien a todos? Digo, creo que a Svetlana y a Darya les caí bien, pero no sé si a los demás...
—A la única persona a la que le tienes que caer bien es a mí —lo interrumpió Agatha, silenciando todas las preocupaciones del pelirrojo—. Y creo que ya sabes lo que pienso de ti.
— ¿Puedes ser un poco más explícita? No estoy muy seguro de lo que piensas de mi —la voz grave de Fred tenía era aterciopelada y adictiva, estaba jugando con ella.
—Pides que deje de endulzarte, pero te encanta que lo haga —lo molestó Agatha, empujándolo con el hombro.
Ya casi estaban llegando a la entrada de la tienda. Las voces se oían más claras. Las más predominantes eran las de Dobromir Krum que debatía con Pierre Krum sobre trabajo. Cuando casi estaba por llegar a la tienda, George se dio media vuelta y llegó hasta Agatha y Fred con pasos largos.
—Creo que es mejor que entremos nosotros tres juntos, somos tus invitados después de todo —dijo cuando llegó hasta ellos.
—Buena idea —confirmó Fred, soltando a Agatha y poniéndose detrás de ella.
Mientras entraban, los adultos se maravillaban que los jóvenes volvían a unírseles.
— ¿Nadie se hirió? —Agatha escuchó cuestionar a su padre.
—Ne, pero tenemos visitas —dijo Viktor, entrando y avanzando para tomar asiento.
—Si es Dimitrov, dile que vuelva por donde vino, no es bienvenido —el tono de voz de Dobromir era serio.
—Dobrushka, no seas así —reprendió Natalya a su marido.
Con confianza, Agatha, seguida por la derecha por Fred y por la izquierda por George, entró en la fiesta. La luz dorada dentro de la tienda los bañó y la primera que los vio fue su madre. Natalya Krum soltó un grito ahogado y se puso de pie.
—Chico estrella —murmuró maravillada y esquivó las sillas para llegar hasta ellos—. ¡Bienvenidos! ¡Qué maravillosa sorpresa!
Como si se trataran de sus sobrinos, Natasha Krum abrazó a los chicos. Agatha observó a su padre, su semblante imposible de descifrar. Una mezcla de curiosidad y cautela. Los gemelos se sorprendieron ante la cálida bienvenida y, un poco torpes, devolvieron el abrazo.
—No sé por qué, pero tenía un presentimiento en mi pecho de que iban a poder lograrlo. Nunca me equivoco. No sean tímidos ¡Adelante!
Antes de que pudieran hacerle caso o decir nada, el padre de Agatha se levantó. Con el ceño adusto, se acercó hasta ellos.
—No les daré el bienvenido hasta que demuestren que merecen entrar en mi hogar —dispuso con voz seria—. Agatha, prepara todo para un combate de magia marcial.
Fred sintió que se le bajó la presión arterial. Con la garganta seca, miró confundido a su gemelo y a Agatha. La última no demostraba ninguna expresión facial, casi aceptando la petición de su padre. George estaba frío de nervios y jugó con la idea de salir corriendo de allí. Nadie más en la fiesta se mostraba sacudido ante las palabras del señor Krum, pero observaban atentos el intercambio de palabras.
—Disculpe, señor, ¿un combate marcial dijo usted? —titubeó el gemelo mayor, rezando para que el inglés imperfecto del señor Krum hubiera sido el culpable de haber malinterpretado las cosas.
—Así es, el que quede vivo de ustedes luego del enfrentamiento será el que merezca quedarse a cenar.
Entonces todo el mundo estalló en carcajadas, incluyendo a Agatha, cuyos ojos se habían llenado de lágrimas en su esfuerzo de evitar reírse. Dobromir Krum se relamió los labios y también se echó a reír. Fred y George no supieron qué decir, estaban petrificados.
—Dijiste que eran graciosos, Aggie. ¿No gustó mi humor? —El padre de Agatha le enarcó una ceja a su hija—. Era una broma, para asustarlos. Dobromir Krum, bienvenidos.
Dudándolo un poco, Fred y George lentamente se unieron a las risas de los familiares de Agatha.
—Fue gracioso —aceptó Fred—. Fred Weasley, señor. Gracias por recibirnos aquí.
Con una firme sacudida de mano saludó al padre de Agatha.
—George Weasley, señor —George también le sacudió la mano al señor Krum—. Un gusto.
Dobromir se les quedó mirando un segundo. Fred pensaba que lo estaba juzgando, pero en realidad el patriarca de los Krum buscaba rasgos distintivos entre los gemelos para poder diferenciarlos entre sí. Otro rasgo que no fuera el obvio diferente color de sus camisas. El señor Krum señaló a Fred con el dedo.
—Tú eres el que Agatha invitó al principio, ¿ne? —preguntó.
—Sí, señor, creo que sí —respondió Fred, asintiendo con la cabeza.
—Y tú te colaste —bromeó después señalando a George.
—Tátko...—empezó Agatha suspirando.
— ¡Bromear! ¡Chiste! Ambos son bienvenidos. Elijan cualquier asiento —rió Dobromir, señalando la mesa con la mano para que se sentaran.
Antes de sentarse, Agatha empezó a presentar a los demás ocupantes de la mesa. Mientras los iba nombrando, los tíos de Agatha sonreían, asentían con amabilidad u ondeaban la mano. Sus miradas curiosas examinaban a los pelirrojos. Fred estaba seguro que no recordaría ni la mitad de los nombres. Agatha iba a saltarse a Vera, pero para su mala fortuna, esta se puso de pie y se presentó ella misma. Vera les dedicó a los pelirrojos una larga mirada lasciva, con atención pensaba en lo bien que se veían los amigos de Agatha y en cómo podía quitárselos.
Fred se dio cuenta de la mirada centellante de Agatha, llena de aversión y se sorprendió cuando lo tomó a él y a George de la mano y los desvió de la mesa. Los llevó a la mesa de los niños, donde Marya y Boris le daban galletitas a Ruslan. Agatha no iba a dejar a Fred ni George a merced de Vera.
Marya y Boris se levantaron al ver arribar al trío y se pararon frente a ellos con ojos abiertos de curiosidad.
— ¡Chico lindo de foto! —exclamó Marya, pasando sus ojos claros entre ambos—. ¡Hay dos de ti! ¿Cuál de los dos serás?
—Este es George y este es Fred, mis amigos —Agatha soltó una risita y los señaló con la mano a cada uno para que los niños entendieran.
— ¡Eres tú! —rio Marya hacia Fred—. Lindo. Y tú también eres lindo. Me llamo Marya Ilyinichna Pávlova.
—Hola, Marya —dijeron Fred y George al mismo tiempo ondeando la mano. Marya soltó una risita infantil.
—Yo soy Boris Alekseivich Kuznetzov —dijo Boris, algo malhumorado—. ¿Quiénes son ustedes, si se puede saber?
— ¡No seas grosero, Boris! ¡Son amigos! ¡Ya te lo han dicho! —reprendió la pequeña rubia al niño moreno. El último hizo un puchero y entrecerró los ojos.
El gran can se levantó de donde estaba y examinó a los recién llegados, casi analizándolos para asegurar de que no eran amenazas para Agatha. Ruslan siempre sabía las intenciones de la personas y siempre daba indicaciones de peligro para Agatha.
— ¡Ah! —exclamó Fred al ver al perrito acercarse—. Este debe ser Ruslan, mi competencia.
Agatha se rio al recordar a Fred poniéndose celoso de Ruslan sin saberlo. El husky siberiano ladeó la cabeza.
—Sedni, Ruslan —le ordenó Fred al perro. Ruslan no obedeció al instante, pero Agatha le asintió para que le perdiera el miedo al pelirrojo y terminó haciendo caso—. Buen chico, no me molesta compartir a Agatha contigo.
—Ruslan es un buen perrito —aseguró Marya, abrazando al can.
—No lo dudo —sonrió George, haciéndole morisquetas a Marya.
— ¿Quieren jugar con él? —preguntó Boris con emoción.
—Quizá después, Boris, acaban de llegar —sonrió Agatha y los niños volvieron a la mesa.
Mentalmente, Agatha empezó a repasar los nombres de sus familiares presentes mientras hacía una lista y pensaba si había presentado a todo el mundo. Su memoria aún no estaba al cien y su extensa familia no le hacía el trabajo más fácil. Le dio un vistazo a la mesa y se dio cuenta de que faltaban Miroslav y Pyotr, pero ambos chicos habían estado coqueteando desde temprano por lo que su ausencia conjunta tuvo sentido. De resto, ella creía que conocían a todos.
— ¿Esta es toda tu familia, Aggie? Hay mucha gente —dijo Fred, ojeando la mesa llena de personas que los miraban con interés.
—Falta mi abuela, mi tío Samuel y su esposa Katya y mi primo mayor, Dimitri y su esposa Maya, ellos acaban de tener un bebé y están en modo padres primerizos y se suponía que iban a venir, pero les da miedo hasta respirar muy cerca de su hija. De resto, esta es toda mi familia, son un poquito demasiado, lo sé —masculló Agatha.
—Hasta ahora, son muy amables —sonrió George para tranquilizar a la castaña.
—Sentí que mi alma se me salía del cuerpo cuando tu padre dijo lo del combate. Aggie, creo que mi corazón se detuvo por un segundo —Fred miró con algo de temor a Dobromir Krum. El hombre fumaba de una pipa y exhalaba humo color rojo.
—Pero es gracioso —admitió George con una sonrisa—. Luego de que el susto de mi vida se pasara, debo admitir que me dio risa.
—Sus caras fueron oro puro —se burló Agatha—. Ojalá le hubiese podido tomar una foto. Lo siento por eso, su humor es algo oscuro.
—Está bien, siento que nos llevaremos bien.
—Agafya, disculpa que los interrumpa, pero ¿podrías ir a buscar la rakia especial de mi tío a la bodega? —Svetlana se acercó a los muchachos con pasos delicados y una sonrisa cálida—. Que Fred te acompañe y yo cuido a George, no te preocupes.
Agatha no tenía palabras para describir cuanto amaba a Svetlana, ella era una perfecta celestina. Le estaba haciendo un gran favor y aparte iba a proteger a George de Vera.
—Eres la mejor, ¿te lo he dicho? —ronroneó Agatha en un ruso perfecto.
—Apresúrense, las botellas aquí se vacían muy rápido —guiñó Svetlana—. Ven, George, siéntate junto a Nikolai y yo. Tengo mucha curiosidad acerca de Inglaterra.
George también se dio cuenta de que Svetlana estaba intentando darles espacio a su gemelo y a Agatha y la siguió, no sin antes decir:
—No vayan a tardar demasiado —les dedicó una sonrisita traviesa y se marchó.
—Espera un segundo —dijo Agatha y buscó su varita en su asiento para volver junto a Fred—. Hay que buscar ese rakia.
—Guía el camino, cumpleañera —sonrió Fred y Agatha lo tomó de la mano para aparecerse en la bodega.
La bodega de licor olía exquisito, era una habitación bajo tierra de la propiedad Krum y los olores a vinos y licores fermentados se impregnaban en los barriles y deprendían notas de uva, albaricoque y manzanas. Estaba iluminada por una luz tenue y estanterías rebosadas de botellas de vidrio y barriles de madera de antaño. En el centro de la habitación había una mesa para descorchar botellas y un par de copas con una fina capa de polvo.
—Me gusta esta habitación, es genial. Mucho licor, supongo que ni Viktor ni tu tuvieron que robar una botella de whiskey de fuego y reemplazarla con té como nosotros —bromeó Fred, observando las estanterías con las bebidas clasificadas.
—No.
Fred se dio la vuelta para encontrarse con una mirada penetrante, diferente a la de costumbre. Parecida al mar abierto cuando lo golpeaba una tormenta. Inquieto y revoltoso. Él sonrió y Agatha también.
—No puedo creer que se te haya olvidado —se indignó Agatha, con una mirada de estupor.
— ¿Qué cosa? —preguntó Fred, sin entender.
—Darme mis deseos de cumpleaños —pronunció Agatha con voz embriagadora.
Con una de sus manos, tomó a Fred del cinturón de cuero y lo atrajo a ella con ímpetu. Esa acción hizo que Fred se le nublara la mente y lo desarmara. Y entonces ella lo besó. Como si nunca lo hubiese hecho, como la primera vez que lo hizo. Era un beso sediento que demostraba lo mucho que se habían extrañado. Ni corto ni perezoso, Fred levantó a Agatha y tomándola del trasero la sentó en la mesa central de la bodega para besarla con comodidad. Se ubicó entre sus piernas y sus manos viajaron con brío, una empezó a acariciar la piel de su muslo descubierto y la otra se enredó en su cabello, mas ondulado que nunca.
Las manos de Agatha tampoco se quedaron quietas, tirándolo del cuello con una para que no se separara y seguir sintiendo sus labios y con la otra acariciándole el pecho.
—Este vestido es demasiado corto para tu propio bien —aseguró Fred cuando se separaron a tomar aire.
—Si supieras la razón por la que lo compré...—musitó Agatha, dejando las palabras al aire.
—Dios, Agatha, no hubiese soportado otro día sin besarte.
Fred volvió al beso, esta vez más apasionado y lento, tomándose su tiempo para saborear los labios de la búlgara. Nunca, en sus diecisiete años de vida, había anhelado tanto besar a alguien. Sabía a licor de frutas y olía a licor de frutas. Quería besarla por siempre. La mano que antes colocó en su cabello fue a parar en su cintura, porque él sabía cuánto le gustaba que la sostuviera así.
Los jadeos dejaban los labios de ella, que ante tal violento intercambio de saliva, habían perdido el color artificial aportado por su labial para tomar un color rosa natural de hinchazón ante los labios violentos de su compañero. De su "amigo". Los amigos no se besaban en los labios, según decía Svetlana, pero Agatha le gustaba que Fred la besara. Que la besara así lograba que pensara locuras, como en que si Fred querría ser más que amigos.
Su gran mano recorría su piel con maestría haciendo círculos en sus muslos y haciendo que ella se acercara más para que no terminara.
—Te extrañé —dijo Agatha jadeando, Fred le removió la mano de pierna y la tomó del rostro para darle un corto beso.
— Yo también te extrañé, me hiciste un maldito adicto a besarte, Agatha Krum —reconoció Fred repartiendo besos en el rostro—. Lo que es algo vil de tu parte dado que te viniste a Bulgaria y me dejaste. Y yo, siendo un idiota masoquista, viajé para recibir otra dosis en vez de ir a rehabilitación.
Agatha se rió y volvió a besarlo. Había acertado hace meses atrás cuando creyó que no querría besar a nadie más sino a Fred Weasley. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello e insistió en el beso para disfrutarlo y que Fred quisiera quedarse en Bulgaria por lo que quedaba de verano. Fred protestaba con gruñidos y jadeos ante las caricias de la chica, a pesar de que sus manos se sentían frías, su toque era tórrido.
Un carraspeo se escuchó en la entrada de la bodega, sobresaltando a los jóvenes. Se separaron de golpe. Miroslav y Pyotr estaban en la puerta con sonrisas divertidas y cejas levantadas.
— ¿Y tú quién eres? —le preguntó el primo de Agatha a Fred. Agatha se bajó de un salto de la mesa y se acomodó la falda.
—Mi amigo Fred, de Inglaterra. ¿Y ustedes que hacen aquí, de todas maneras? —soltó Agatha, regulando su respiración.
—Hola —saludó Fred sin cuidado.
—Pues disculpa, primita, no sabía que se requería una reservación para venir a besarse en la bodega —sonrió Miroslav, avergonzando a su menor—. Hola, Fred. Yo soy Miroslav.
—Un gusto. Veníamos a buscar una botella de rakia —comentó casual Fred, acomodándose la camisa.
—Dentro de la boca de Agatha no está —bromeó Pyotr—, a menos que ya se lo haya bebido.
Agatha, con las mejillas ardientes, cogió una botella de rakia cualquiera y tomó a Fred de la mano para subir las escaleras hacia la casa.
—Yo no digo que tú te estás besando con Pyotr y tú no dices nada de lo que viste —le propuso la chica a Miroslav.
—Trato —los labios de Miroslav se curvaron en una sonrisa—. Gusto en conocerte, Fred. Mantén la lengua dentro de tu propia boca.
—Lo intentaré —se rio Fred, abandonando la luz atenuada de la bodega para entrar a la casa de los Krum.
Cuando estuvieron arriba, Fred tomó a Agatha de la cintura de nuevo, arriesgando a que alguien los viera. La besó con tranquilidad y le dijo:
—Fuegos artificiales, el sentimiento que tienes cuando te sales con la tuya, amor fraternal, ideas en medio de la noche y Agatha Krum —sonrió muy cerca de la chica—. Te deseo mis cosas favoritas en tu cumpleaños. ¿No era así?
—Es así —asintió Agatha, con un sentimiento lindo en el pecho al saber que ella era una de las cosas favoritas del pelirrojo.
Volvieron a la fiesta, haciendo creer que las miradas clavadas en ellos no existían y tomaron asiento. Agatha se ubicó entre Fred y George, que estaba sosteniendo una conversación entretenida con los compañeros de quidditch de Agatha. Él, sin ninguna vergüenza, les decía en su cara todo lo que habían hecho mal y las razones por las que habían perdido el mundial.
Agatha colocó la botella en medio de la mesa y Svetlana agradeció sirviéndose en el vaso, complacida ante las actitudes cómplices entre Agatha y Fred. No podía evitar sentirse enternecida al recordar las etapas iniciales de su relación con Nikolai y todas las veces que Agatha la había encubierto.
Agatha empezaba a sentirse un poco más tranquila, pero no del todo. En cualquier momento empezarían las preguntas y ya estaba preparándose mentalmente para ver quién sería el primero en interrogar sin discreción a sus amigos.
— ¡Chicos! —Natalya llamó la atención de los gemelos con una sonrisa. La mujer sacó su varita de su túnica y con un movimiento circular hizo aparecer dos bandejas de banitsa que soltaban humo frente a los gemelos—. Mi especialidad. La preparé especialmente para ustedes.
—No tenía que molestarse, señora Krum —dijo Fred mirando las bandejas.
— ¿Qué es toda esta formalidad? Díganme, Natalya, por favor. Y sí tenía que molestarme, son importantes para mi hija. Considérense afortunados, Aggie rara vez invita amigos aquí. Coman y beban. Si necesitan cualquier cosa, no duden en avisarme —los instó Natalya maternalmente.
—Por favor, coman. Si no lo hacen mi madre entrará en una crisis nerviosa —rio Agatha sirviéndose una porción para que Fred y George perdieran la vergüenza.
A George le rugía el estómago por lo que fue el primero en comer. Su cara se distorsionó ante el placer de la comida y alzó su pulgar para indicar que estaba muy bueno, Fred hizo exactamente lo mismo luego de probar el platillo extranjero. Agatha los observaba con cariño, aún le costaba creer que estaban ahí comiendo la banitsa de su madre.
El primero en preguntarles algo, naturalmente, fue el tío Andrey. Empezó sencillo, haciendo una pregunta trivial que inauguró el cuestionario.
— ¿Cómo estuvo su viaje de tren? ¿Llegó a tiempo? Últimamente los trenes mágicos parecen ir tarde.
—Um, en realidad, vinimos en traslador —explicó Fred.
— ¿Desde Inglaterra? —se impresionó Sonya Pávlova—. Seguro fue un viaje difícil. Yo misma no soporto viajar en traslador.
—Sucedió que perdimos el tren y fue nuestra última opción —agregó George.
— Por lo menos pudieron venir. ¿Son amigos hace tiempo de Agafya? —inquirió Aleksei Kuznetzov.
—Nos conocimos en Hogwarts, cuando fueron por lo del torneo —dijo George.
—Aunque la primera que hablamos fue en el mundial de quidditch —complementó Fred.
— ¡Oh! ¿También son jugadores del quidditch? —sonrió Andrey.
—No, señor, no profesionales. Jugamos para nuestra casa de Hogwarts, mi hermano y yo somos golpeadores.
— ¿Son buenos? —preguntó Dobromir Krum—. Eso es lo que necesita Agatha, buenos golpeadores.
El comentario iba dedicado a Pyotr, a quien Dobromir recargaba toda la culpa del accidente de Agatha. Gracias a Merlín, estaba besándose con Miroslav en la bodega y no lo escuchó porque siempre lo hacía sentirse mal y terminaba disculpándose por enésima vez con Agatha.
—Son excepcionales, papá —aseguró Agatha con una sonrisa—. Pude jugar con ellos y podrían ser profesionales si quisieran.
—Estás exagerando un poquito —rio Fred.
—No es así, no hay necesidad de ser modesto. Son muy buenos —Agatha se mantuvo firme.
—Si Agafya les da un cumplido de ese calibre, tómenlo. Ella sabe de lo que habla. El quidditch es su especialidad —manifestó Natalya Krum hacia los gemelos.
—Gracias, Agafya —dijo Fred, claramente haciendo burla de otro de los nombres de la muchacha. Ella definitivamente prefería que la llamara Aggie.
—Y cuéntennos más ustedes, ¿aún van al colegio? —curioseó Andrey
— ¿Se van a quedar lo que queda de verano aquí? —cuestionó al mismo tiempo Pierre.
Esas fueron apenas las primeras preguntas, muchos más siguieron. Parecía un interrogatorio. Hubo un momento de paz cuando se sirvió la cena y la atención fue desviada un poco de Fred y George. El árbol genealógico Krum-Kuznetzov estaba demasiado interesado en su presencia y querían saber hasta su talla de camisa de ser posible. Los gemelos Weasley hicieron una buena impresión en ellos, los hacían reír y la preocupación de Agatha se había desvanecido al ver lo bien que ellos respondían y manejaban las conversaciones.
El rakia, un fuerte licor búlgaro, llenaba los vasos de todos los presentes. Mientras lo bebía, Fred se dedicó a admirar a los familiares de Agatha. Todos se parecían en diferentes medidas, los distintos colores de cabello y piel eran abundantes, y a pesar de sus diferencias hacían armonía. Él se pensó si encajaba en aquel grupo familiar. Sabía que su cabello incendiado no lo ayudaba a pasar inadvertido. Miró a su izquierda donde Agatha le decía a Darya que estaba de pie frente a ella que no iba a llevarlos a Rusia porque ellos estaban ocupados, la menor protestaba y decía que podría llevarlos por solo un día.
—Bueno, quiero su atención por un segundo —el padre de Agatha se puso de pie. Con una sonrisa en el rostro, ayudó a levantar a su esposa y la envolvió con un brazo. Con la mano libre alzó su copa de vino—. Ya que estamos todos aquí, me gustaría proponer un brindis por Agatha. Acércate, mi amor.
Agatha, un poco avergonzada, obedeció con una sonrisa y se alzó. Se posicionó junto a su padre. Todo el mundo se levantó, los últimos que lo hicieron fueron Fred y George al no saber y Vera que no quería brindar por su prima.
—Esta noche, agradezco por tu vida. Agradezco a todas las deidades por haberte creado del mismo fuego de estrellas y haberte puesto en nuestras vidas —pronunció Dobromir, Fred podía sentir en su discurso el inmenso amor que le tenía a su hija—. Agradecemos por toda nuestra familia que estará contigo para siempre. Agradecemos por los viejos amigos, que no están todos aquí —Dobromir alzó la copa hacia el equipo de quidditch—. Y por lo nuevos, quienes me agradan y espero que sean regulares en nuestra casa —Fred y George se sonrieron de oreja a oreja cuando el hombre alzó la copa hacia ellos.
—Agafya, eres luz incandescente. Espero, amor de mi vida, que brilles para nosotros por una eternidad más—completó Natasha, abrazando a su hija—. ¡Salud!
— Nazdrave! —dijeron los búlgaros.
—Za zdorov'ye! —dijeron los rusos.
Entre risas y voces alegres se brindó y las copas entrechocaron. Fred no podía estar más de acuerdo con el brindis.
Eso era Agatha.
Fuego de estrellas personificado.
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