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𝟏𝟖 ━ La quinta persona.




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𝐋𝐀 𝐐𝐔𝐈𝐍𝐓𝐀 𝐏𝐄𝐑𝐒𝐎𝐍𝐀

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Agatha tenía que admitir que haber besado a Fred de forma tan intensa en su cama no era precisamente la manera ideal de llevar las cosas con calma. Deseaba descubrir el nuevo terreno de sus sentimientos lento y seguro pero era una tarea complicada cuando cada vez que lo veía la tierra bajo ella se sacudía y su mente se volvía una papilla. Estaba segura que era una idea peligrosa haberlo invitado a su habitación pero quería poder estar con él sin preocuparse porque Rita Skeeter esparciera mentiras en el periódico, quería protegerlo de todo lo que sabía que venía en el paquete de tener algo con ella.

Se sentía muy tonta al pensar en lo débiles que se sintieron sus rodillas cuando Fred habló en ese búlgaro casi perfecto. Le gustaba que él había mostrado interés en su idioma, cada día le gustaban más cosas de él.

La patada que le propinó Aleksandr en el estómago la sacó con violencia de sus pensamientos. Todo el aire dentro de los pulmones de la castaña fue expulsado en un resoplido. Se tambaleó y tuvo que esforzarse por no caerse. Aleksandr sonrió, limpiándose el sudor con el brazo.

―Tienes que usar tu tronco superior. Tus patadas no me hacen ni cosquillas ―soltó el rubio, poniéndose en posición de nuevo.

Agatha jadeó en respuesta y puso una mano sobre su estómago. Había estado combatiendo con Aleksandr desde temprano pero no había podido derribarlo aún. Estaba empapada en sudor, el sol de inicio de primavera la calcinaba y sus brazos y piernas quemaban. Sin planificarlo, lanzó una patada empujando a Aleksandr pero él la adivinó, tomó la pierna alzada de Agatha y la tiró al suelo. Agatha golpeó el césped con dureza.

―Patético ―Aleksandr chasqueó la lengua―, sal de tu cabeza. Así no vas a quedar ni de quinta.

―Sabes que soy mejor que muchos ―se defendió Agatha, poniéndose de pie y restregándose con las manos los lugares donde le dolía. Echó todo su cabello hacia atrás y se hizo una cola de caballo.

―Lo sé pero no lo parece. He visto a Vlad practicar más temprano y deberías preocuparte de que te emparejen con él ―Aleksandr puso sus manos en posición defensiva y esperó a que Agatha eligiera su estrategia―. Inténtalo otra vez.

Los amigos de la infancia se preparaban para uno de los exámenes más difíciles de su año escolar, la exhibición de magia marcial dirigida por su querido director. Agatha había ganado sólo una vez, en su cuarto año, y con cada año que pasaba se volvían más violentas y más difíciles de superar.

Estaban enfocados en el enfrentamiento físico al ser lo más cansino y era donde ella estaba en desventaja frente a sus compañeros de curso. Se encontraban en el patio donde los alumnos de Hogwarts llevaban a cabo sus clases de vuelo. A pesar de que esa mañana no había clase de vuelo, tenían un público curioso mirando sus prácticas desde lejos.

Se puso en posición y cuando atacó a Aleksandr, el puño derecho del varón impactó su nariz. La cabeza le dio un tirón hacia atrás y emitió un grito ahogado. El rubio ni siquiera parpadeó, sólo cuando vio el río rojo oscuro que corría por la cara de la chica fue que le dio un poco de remordimiento. Los curiosos se impresionaron tanto que sus gritos ahogados llegaron con el eco hasta los oídos de Agatha.

Alek se acercó a ella para ayudarla, pero cuando estuvo a su alcance, Agatha devolvió el puñetazo con fiereza y atinó la patada que tanto deseaba. Aleksandr cayó sobre su espalda y estrelló la cabeza contra el suelo.

Agatha sonrió, la sangre se escurría hasta su boca y se deslizaba por su cuello, pero estaba satisfecha de ver tirado a Aleksandr. Echó la cabeza hacia atrás para detener la hemorragia, el puñetazo había descolocado su nariz y necesitaría ir a la enfermería de Hogwarts, pero nada podía quitar su sonrisa ni siquiera los ojos llorosos por el golpe o la abundante sangre.

―Eso es lo que quería sentir, Aggie ―expresó Aleksandr cuando se levantó. Emitió una risa triunfal y chocó los cinco con la muchacha para luego sentir el lugar donde lo había golpeado, una gota escarlata dejó su labio inferior―. ¿Ves lo bien que lo haces cuando te concentras? Sólo necesitabas un golpecito.

―Sí, un golpecito ―se rió la chica, se limpió el exceso de sangre con la manga del uniforme y entrecerró los ojos saboreando el sabor férreo ―. Creo que será mejor que me atiendan esto porque no quiero perder la forma de mi nariz. Terminamos por hoy. Mañana a esta misma hora, Sokolov.

Aleksandr se quejó pero obedeció recogiendo sus cosas y las de Agatha de debajo de un árbol. Cuando los búlgaros entraron por la galería porticada, los alumnos los miraban con un terror fresco. No entendían su comportamiento alegre y relajado ni por qué, a pesar del altercado, los dos se reían y se felicitaban entre ellos. Y eso que ni siquiera habían presenciado un enfrentamiento hecho y derecho, los pobres hubiesen llamado a las autoridades.


―Amigo, es que tenías que haberlo visto ―Fred Weasley escuchó la voz excitada de Seamus Finnigan que le contaba algo a Dean Thomas cuando entró en la sala común de los leones. Junto a ellos estaba Ron, entre otros. El acento irlandés de Seamus denotaba una impresión tremenda―. Su magia marcial es brutal, amigo.

―No creo que la haya golpeado ―dijo Dean, algo escéptico. Negó con la cabeza en desaprobación.

―Dean, no solo la golpeó, le quebró la nariz. Ella estaba sangrando.

― ¿De qué hablan? ―preguntó George acercándose cuando su curiosidad fue picada.

―De Agatha Krum ―contestó Dean, mirando a los gemelos―, según Seamus estaba peleando con su novio o amigo o guardaespaldas, el rubio gigante, y él la golpeó en la cara.

― ¿Qué? ―Fred intentó no sonar demasiado preocupado.

― Estaban practicando magia marcial, solo la parte de combate físico pero fue demasiado feroz. ¡Fue épico! No porque la haya golpeado, obvio, sino por cómo ella se defendió ―la respiración de Seamus le costaba ir a la par con la cantidad de palabras que pronunciaba―. Había mucha sangre pero ¿sabes qué hizo? Le dio una patada al rubio, lo arrojó al suelo y sonrió. Amigo, parecía una asesina. Fue aterrador pero ardiente. Pero aterrador. Les juro que si nos tocara tener que combatir con los Durmstrang en cualquier cosa estoy seguro que nos aniquilarían, me dio escalofríos ¡Mira!

Seamus mostró su brazo a los presentes para que observaran como sus vellos se erizaban.

― ¿Ella está bien? ―Dean no estaba del todo emocionado ante el relato.

― ¿Bien? Ella sonreía cuando terminaron, estaba feliz y despreocupada. Dios, es que fue intenso.

― ¿Y dónde está? ― Fred miró a los menores.

―En la enfermería, no sé qué decían porque hablaban búlgaro pero creo que se dirigían allá.

― ¿Vamos a verla? ―sugirió el gemelo mayor a su hermano, en voz baja.

― ¿En serio quieres que te acompañe? ―el gemelo menor estaba receloso.

Fred soltó un gruñido y se encogió de hombros. George lo tomó de la nuca y salieron de la sala común rumbo a la enfermería.


Agatha encontraba a Madame Pomfrey un poco molesta, hacía muy bien su trabajo, pero hablaba mucho y sentía que la juzgaba en silencio.

Se limitaba a asentir de vez en cuando y pronunciar monosílabas mientras la mujer caminaba de un lado al otro buscando lo que necesitaba para atenderla. Aleksandr, aunque quiso quedarse, tuvo que abandonarla apenas la sentaron en una de las camas, tenía clases de pociones y no deseaba ir tarde como todos los días.

― ¿Me has dicho que un compañero te hizo esto? ―cuestionó la mujer mezclando pociones.

―Ajá, es parte de nuestro plan de estudios. No es la gran cosa ―musitó Agatha sosteniendo un paño blanco que se había vuelto rosa debido a la sangre que estaba limpiando.

― ¿No es la gran cosa? ¡Te ha descolocado la nariz, querida! Si me lo preguntas, la magia marcial es una práctica medieval que deberían prohibir en los colegios mágicos.

―Supongo que sí, pero no es como si yo tuviera voz o voto en ese asunto.

Madame Pomfrey le dedicó una mueca cuando los pasos armonizados entraron por la puerta. Fred y George se acercaron con rapidez a la cama donde estaba Agatha y ella sonrió resultando en un gemido de dolor, estaba empezando a sentir la desviación de los huesos en el puente de su nariz.

―Merlín, Ag, te ves horrible ―bramó George al ver el rostro medio ensangrentado de Agatha y la inflamación purpúrea que rodeaba su nariz.

Agatha soltó una risa asfixiada y siguió limpiándose con el trapo húmedo.

―Eres un encanto, George. Tienes una forma adorable de hablar, sabes exactamente qué decir para enamorar a las chicas ―bromeó, lamiéndose los labios y enterrando el aumentado dolor.

―Lo siento ―George hizo un gesto de arrepentimiento.

― Espero que el otro sujeto haya terminado peor ―Fred tomó su barbilla y levantó el rostro de Agatha para examinar los daños.

―Oh, sí. Tiene magullones por todos lados y creo que le quedó tierra en el cabello ―Agatha se burló haciendo que Fred se riera―. No se preocupen, después que terminen conmigo volveré a mi imagen de costumbre. ¿No es así?

La enfermera dio un asentimiento sublime, les dio una mirada de soslayo y habló.

―No pueden estar aquí, gemelos Weasley ―sentenció, frunciendo el ceño.

―Nos iremos en un segundo, Poppy ―aseguró el gemelo menor con una sonrisa.

―Los de Gryffindor no dejan de hablar sobre tu disputa. Están aterrorizados ―Fred soltó a Agatha y se cruzó de brazos.

―Ni siquiera lancé ningún hechizo. ¡Qué débiles y susceptibles son aquí! Fue un combate sencillo, nada del otro mundo.

―Los que estudian contigo son como tres veces más grandes que tú, ¿no es algo injusto? ―inquirió George moviéndose del paso para no estorbar a Pomfrey.

―A veces, pero la mayoría son grandes y brutos, tengo oportunidad de ganarles. Soy rápida y escurridiza, tengo la ventaja del factor sorpresa ―Agatha tomó la ampolla que la enfermera le ofrecía.

La poción sanadora era amarga y sabía horrible. Agatha no pudo ocultar su cara de desagrado, como si hubiese chupado un limón. Fred y George se rieron de ella con risas diferentes pero complementarias. La muchacha tuvo que cubrir su boca con la mano para evitar que la poción se devolviera por su garganta.

―No te puedo creer, pequeña Krum. Puedes beber litros y litros de alcohol pero no soportas una poción sanadora ―bufoneó Fred, la enfermera le dedicó una mirada represiva. Él se rascó la nuca y sonrió―. Por razones legales, es un chiste, Poppy.

―Señores Weasley, ya podrían retirarse ―los gemelos no se movieron, ella soltó un bufido―. Señorita Krum, prepárese porque viene lo peor.

― ¿Lo peor? ―Agatha abrió sus ojos con impresión.

―Tenemos que enderezar el camino que tomará la poción ―Poppy Pomfrey acercó sus manos al pequeño rostro de Agatha.

― ¿Puedo hacerlo yo, Poppy? ―suplicó George.

―Por supuesto que no, señor Weasley. Y, por favor, dejen de llamarme Poppy. Esto te va a doler, querida―dijo Madame Pomfrey y antes de que Agatha pudiera prepararse, la mujer tomó su nariz y con mano firme la movió poniéndola en su lugar.

Agatha emitió un chillido agudo y su mano se aferró a la sábana en un reflejo automático. Enseguida sintió como si sangrara por la nariz de nuevo, pero en reversa, parecido a respirar agua.

Agatha escuchó en su cabeza como los huesos se rearmaban y se arreglaban por arte de la magia sanadora. Dolía bastante, pero lo aguantó como una campeona. Tenía alta tolerancia al dolor. Supo que había terminado cuando ya no escuchó nada. Acarició su nariz con los dedos, la inflamación había desaparecido y el dolor disminuía con cada segundo.

―Se siente mejor ―festejó Agatha con una sonrisa brillante―. ¿Cómo se ve?

Agatha levantó el rostro hacia a los gemelos. Fred y George la detallaron.

―Tolerable. ¿Tú qué dices, Freddie? ―dijo George mirando a su hermano con una expresión desinteresada.

Meh, le doy un cinco ―Fred esbozó una sonrisa juguetona y Agatha lo pateó con una de sus piernas y le dio un manotazo a George.

― ¿Un cinco, eh? Más les vale cuidar sus palabras.

―Bueno, es que no eres ninguna cuarta parte veela ―la muchacha se iba a levantar para hacer arrepentir al gemelo menor por sus palabras, pero Madame Pomfrey se lo impidió.

―No más peleas. La señorita Krum debe descansar para que la poción surta su efecto completo. Largo, Weasleys ―la enfermera juntó sus manos y en un aplauso severo apresuró a los gemelos a la salida del ala médica.

―Era una broma, Ag. Siempre eres preciosa hasta con la nariz rota y ensangrentada ―declaró George mientras Madame Pomfrey lo empujaba por la puerta.

Fred les seguía y mientras la enfermera de Hogwarts discutía con George fuera, se devolvió a la cama de hospital donde estaba sentada Agatha y se aseguró que nadie miraba para depositar un beso casto y veloz en los labios de ella.

―Eres más hermosa que cualquier veela ―musitó antes de correr hacia donde estaba su hermano. Una sonrisa de colegiala tomó posesión de la boca de Agatha.

La señora Pomfrey se dio cuenta del beso y le dedicó una miradita inquisitiva, Fred chasqueó los dedos mirándola como un ciervo inocente.

―También por razones legales, Poppy, usted no vio nada ―sonrió y le contagió la sonrisa a la disciplinada enfermera de Hogwarts.

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―Hey, peleadora ―la voz de Fred llenó los oídos de Agatha mientras ella salía de biblioteca.

―Hey ―respondió ella con una sonrisa. Su brazo derecho iba cargado con tres libros.

Eran un poco más de las cinco de la tarde y Agatha había aprovechado su hora libre para terminar la mitad de uno de los largos ensayos pendientes para la clase de historia. Tenía planeado ir a cenar y meterse a la cama temprano, aún se sentía el cuerpo un poco adolorido del combate del día anterior.

― ¿Cómo sigues? ―Fred le quitó los libros de la mano para ayudarla.

―Cómo si nada hubiese sucedido, la mezcla de la enfermera fue muy efectiva.

― ¿Nada de dolor? ―Agatha negó con la cabeza saludando con la mano a unos chicos de Hufflepuff que pasaron a su lado―. Por cierto, pedí el favor del que hablamos.

Agatha miró a Fred, frunciendo el ceño, le tomó unos segundo recordar qué era. Cuando lo hizo abrió los ojos con emoción.

― ¿Ah, sí? ¿A quién?

―A Harry, él tiene una...―Fred se acercó para completar la frase con discreción― capa de invisibilidad.

―Oh, qué conveniente ― El corazón de Agatha aceleró sus latidos sin su permiso―. ¿Y cuándo quieres pasar el rato allá?

―Cuando tú quieras. Hoy, por ejemplo, ya no tengo nada qué hacer.

Agatha se lo sopesó unos momentos, que Fred pasara lo que quedaba de la tarde en su habitación no tenía que significar nada que ella no quisiera. Ojalá pudiera mantener su palabra de llevar las cosas con tranquilidad.

―Sí, está bien. Podríamos ir hoy.

Fred se entusiasmó ante la afirmativa de Agatha. Le daba curiosidad saber dónde ella pasaba gran parte del tiempo, le parecía justo cuando Agatha había visitado su dormitorio.

― ¿Y qué le dirás a George? ―le preguntó a Fred mientras se adentraban al comedor.

―Le puedo decir que estoy arreglando cosas para la Semana del Infierno.

― ¿Qué es eso? ―el nombre le había interesado, sonaba emocionante.

―La Semana del Infierno, Agatha, es la mejor semana del año ―empezó el pelirrojo ―. Es la semana antes de mi cumpleaños (y el de George), en dónde cada día está protagonizado por una broma épica ingeniada y ejecutada por nosotros. Una semana donde nadie se salva, siete días de puro caos. Este año no será la excepción, será más grande y mejor porque hay víctimas nuevas. Yo qué tú me cuido las espaldas ―Fred enarcó una ceja, la chica emitió una risa―. Y también creo que necesitaré tu ayuda.

― ¿Cómo podría ser de asistencia para el «rey del caos»? ―Agatha hizo comillas en el aire, repitiendo el sobrenombre con el Peeves se había referido a Fred. Él soltó una risa profunda.

―Un trabajo muy sencillo, coquetearás con Ron para distraerlo ―explicó el pelirrojo, sentándose en la mesa de los leones, Agatha tomó el asiento junto a él y frente a George que ya se encontraba ahí.

― ¿Coquetear con Ron? ―Agatha repitió en voz baja.

― ¿Le estás contando los planes para la semana infernal? ―George puso sus codos sobre la mesa y apoyó su barbilla en sus manos juntas, observando a Agatha para descubrir si estaba a bordo.

― ¿Para qué necesitan distraer a Ron?

―Ron siempre es el primero en caer en la semana del infierno, por ser el menor, claro está ―pronunció Fred ―. Estará alerta e intentará adivinar la broma, pero ahora sabemos que podemos hacer cualquier cosa que se nos ocurra si lo distraes.

―Sólo tienes que hablar ―complementó George.

Agatha movió su cabeza, asentando la idea. No quería se mala gente con Ron, pero no creía que los gemelos lo herirían ni nada por el estilo y el humor nunca ha matado a nadie. Estiró sus manos, una hacia George frente a ella y otra a Fred a su lado. Los gemelos la tomaron y las estrecharon.

―Está hecho, ahora eres un accesorio de nuestras fechorías ―sonrió Fred, empezando a servirse la cena.

―Claro. Una cosa primero, ¿necesitan que solo le hable o que sea un coqueteo descarado? ―quiso saber Agatha mientras bebía un sorbo del jugo que había aparecido en la mesa.

Fred y George se miraron confundidos y se encogieron de hombros.

―Deja ver tu coqueteo descarado ―pidió George.

Agatha sonrió. Como si se tratara de un bien trabajado arte, empezó por soltarse la cola de caballo, desordenándose el cabello ondulado. Con coquetería, deslizó sus dedos por su pecho hasta entreabrir las solapas de la parte de arriba del uniforme y haciéndose la tonta, tomó uno de los mechones de cabello entre los dedos.

―Hola, Ron. Sabes que necesito ayuda, soy una extranjera indefensa y todavía necesito aprender cosas británicas ―Agatha hablaba en una voz que los gemelos nunca habían escuchado salir de ella. Era suave y entrecortada, sonaba natural y antinatural al mismo tiempo. Casi orgásmica. Estaba exagerando a propósito su acento y batía las pestañas con esmero, mirándolos a ambos. Sus dedos jugaban con el rizo mientras atraía la atención a sus labios, pasando su lengua sobre ellos―. Estaba pensando en que podrías enseñarme cosas para empaparme en la cultura. Tú eres muy bueno con cosas, Ronnie.

Agatha se rio al ver las expresiones de los gemelos. Sus rostros pecosos estaban en shock y sus mejillas ardían en un tono escarlata. Volvió a recogerse el cabello y a botonarse el uniforme. Los gemelos se miraron con los ojos abiertos como platos y Agatha estaba segura que estaban hablando por telepatía. Les costó traer de nuevo el hilo de sus pensamientos y pronunciar algo cuerdo.

― Ag, queremos distraerlo no que se venga en los pantalones, por Merlín ―balbuceó Fred, se limpió las comisuras de la boca porque creía haberse babeado.

― ¿H-haces eso muy a menudo? ―George tenía problemas poniendo palabras en su boca.

―A veces, tenía bastante que no lo hacía. ¿Sí fue creíble? ―preguntó Agatha con una sonrisa pícara, sirviéndose la cena.

Los gemelos tragaron con fuerza y George se abanicó el rostro con la mano.

―Yo digo que funcionaría ―dijo soltando un suspiro.

―Pero no lo vuelvas a hacer, podría causar catástrofes y más en Ron que tiene catorce y está en plena pubertad. No somos tan crueles ―Fred movió las manos haciendo énfasis en sus palabras.

―Bien, entonces solo hablaré con él y ya.


Terminaron la cena y Agatha esperó mientras Fred buscaba la capa con Harry. Después de unos diez minutos, lo observó haciendo señas desde las puertas. Se levantó y empezó a caminar con seguridad, al cruzar en una de las estructuras, Fred sacó la cabeza de la capa de invisibilidad. Agatha se sobresaltó levemente del susto.

―Genial, ¿no? ―Fred estaba emocionado.

―Súper genial, pero tendrás que encorvarte. Se te ven los pies.

Fred miró hacia abajo y efectivamente se le veían los pies así que redujo su altura para cubrirse por completo. Agatha levantó su pulgar en aprobación y lo guió fuera del castillo.

―Mantente detrás de mí, cuidado donde pisas y no digas nada.

―Sí, señora ―no era como si Fred se fuera a quejar, le gustaba la vista.

Agatha ascendió por la tabla de desembarque rogando que nadie la viera sacar su varita del bolsillo y murmuró un hechizo para que Fred pudiera pasar la protección del barco. La misión se volvía difícil cuando las bandadas de alumnos de Durmstrang estaban saliendo de sus últimas clases y yendo al castillo a cenar. Ella les dedicaba asentimientos a los que la saludaban, asegurándose de mantener la distancia para que la torre de casi dos metros que era Fred pudiera tener espacio para seguirla.

Cuando ya llegaban al tramo de dormitorios, una voz amable habló. Agatha se detuvo en seco y Fred se estrelló contra su espalda, haciéndola tropezarse un poco hacia adelante.

― ¡Eh, Ag! ―la llamó el muchacho de cabello castaño que estaba saliendo de su habitación. Anton sonreía ampliamente―. Te estuve buscando toda la tarde.

― ¿Sí? ―dijo ella con una sonrisa amable―. ¿Para qué?

―Te quería pedir prestados tu libro y anotaciones de transfiguración, no encuentro los míos y tus notas siempre me han sido de ayuda. Tú sabes, transfiguración no es mi fuerte que digamos ―el chico sonrió y se agarró la nuca ―. El examen será bestial.

―Claro, no hay problema. Te la llevaré a tu cuarto un poco más tarde, no tengo idea de donde la dejé ―ella esperaba que la conversación terminara ahí.

―Lamento insistir pero ¿podrías buscarla ahora? Esperaba ir a la biblioteca para aprovechar antes que cierre.

Agatha soltó un resoplido fastidiado y asintió forzando una sonrisa.

―Si es urgente, déjame buscarla.

De manera disimulada, abrió la puerta de su habitación y esperó, haciéndole una seña imperceptible a Fred para que él entrara primero. Así lo hizo, pero Agatha no podía estar segura de que había entrado, de igual manera entró después de unos segundos. Anton se quedó en la puerta, apoyándose en el marco de la misma con los brazos cruzados.

―Disculpa el desorden, he estado diciendo que iba a arreglar la habitación, pero las clases me tienen muy ocupada ―se disculpó Agatha para Anton y para Fred mientras buscaba en el tocador y en el baúl su material de transfiguración. Se inclinó sobre la cama cuando lo vio tirado junto a otros ejemplares.

Fred observaba los movimientos de Anton con detenimiento y casi sale de la capa para evitar que siguiera mirando a Agatha como lo hacía. Agatha tomó su libreta y su libro y se los tendió al muchacho. Él sonrió.

―Eres un salvavidas, gracias ―Anton tomó los libros y agradeció.

―No hay problema, siempre a la orden ―dijo ella, tomando la puerta para cerrarla.

―Hey, ¿estás ocupada ahora? Necesito toda la ayuda que pueda tener, como vamos a presentar el examen junto podríamos ir a estudiar juntos.

―Lo siento, hoy tengo que hacer muchas cosas y esperaba irme a la cama temprano ―se excusó la búlgara.

―Ah, vale ―contestó Anton con pesar―. Bueno, entonces otro día.

―Otro día será.

Anton se despidió con la mano y se fue. Agatha cerró la puerta con fuerza y le pasó llave.

Siempre a la orden ―Fred repitió las palabras de Agatha con una voz fina para imitarla y dejó caer la capa de invisibilidad.

Agatha puso los ojos en blanco.

―Yo no lo dije así ―se defendió ella, acercándose al pelirrojo para pasarle por un lado y recoger cosas desordenadas.

―Anthony no me cae bien ―espetó Fred con una cara de molestia mientras la miraba intentando ordenar la pieza.

Anton ―lo corrigió Agatha con una sonrisa― es buena gente.

―La gente buena no te miraría el trasero de esa manera.

― ¿Lo hizo? Pues yo te he visto mirar traseros por ahí y tú eres buena gente ―objetó Agatha.

―Claro que no.

Agatha levantó sus cejas: ― ¿Nunca? ¿Ni siquiera a las francesas? ¡Por favor! Y no vengas a decirme que esos minutos que caminaste detrás de mí no miraste el panorama.

―Pues no ―mintió él con una sonrisa apareciendo en su rostro―, estaba demasiado ocupado pensando en no caerme y en que no se me vieran los pies. Y para tu información, Anthony estaba coqueteando contigo.

―Anton no estaba coqueteando, estaba genuinamente pidiendo ayuda para estudiar.

―Sí, claro, «estudiar». Yo también he aplicado esa técnica ―refunfuñó el pelirrojo con disgusto.

―Fred, si no te conociera mejor diría que estás celoso ―Agatha soltó una carcajada, Fred lo negó pero no tuvo argumento―. Si tanto te preocupa, no estoy interesada en Anton.

Fred rodó los ojos, alegando de nuevo que no estaba celoso. Ella no le creyó, pero hizo como si lo hubiese hecho.

―Siéntete como en casa. Puedes tocar todo menos el ensayo de runas en el escritorio, por favor.

Agatha se descalzó las pesadas botas y se quitó la parte de arriba del uniforme quedándose en una ceñida camisa sin mangas.

Fred se había distraído con el extranjero que no se había puesto a detallar la habitación. Era casi del mismo tamaño de la que compartía con George y Lee y tenía una cama de dos plazas. El tocador estaba lleno de cosas, al igual que el escritorio. El espejo tenía algunas notas pegadas, una gran cesta de correspondencia descansaba encima del escritorio. La ventana dejaba entrar la luz moribunda del día y el olor a agua del lago.

El movimiento del barco no era violento sino que se mecía con suavidad. Había una puerta cerrada en un lado de la habitación.

― ¿Qué hay allá? ―preguntó señalando la puerta.

―El baño.

― ¿Tienes tu propio baño?

―Sí, ser la única chica que estudia en tu colegio tiene sus beneficios a veces. Dime si lo quieres utilizar, para darte un baño o algo ―ofreció Agatha.

― ¿Y si, digamos, quiero compañía en dicho baño? ―la mirada de Fred se tornó revoltosa.

―También puedes avisarme ―Agatha se acercó a él y palmeó su hombro con delicadeza― y te guiaré de vuelta al baño del castillo donde podrás bañarte como siempre lo haces, con mucha gente y sin privacidad.

―Touché, Krum.

Agatha sacó una muda de ropa limpia del baúl y se soltó el cabello.

―Voy a cambiarme. Será rápido, toca todo lo que quieras, ya vuelvo.

Fred la vio desaparecer por la puerta y cuando la cerró soltó todo el aire de sus pulmones. No sabía qué hacer ahora.

Sabía lo que le gustaría hacer.

Pero tenía que ser paciente. No quería apresurarse, apenas había empezado las cosas con Agatha, no podía exigir todo de una vez. Sin embargo no iba a mentir y decir que no había estado pensando por una semana entera en cuando lo besó en su cama. Había hasta soñado con ello y quería que se volviera una costumbre.

Agatha se lavó la cara, se cepilló los dientes y se vistió con premura. Salió descalza hacia la habitación. Fred había tomado asiento en una de las sillas marrones frente a la chimenea apagada, sus ojos oscuros se posaron en ella. Agatha podía adivinar que no había tocado nada.

― ¿Ahora eres tímido, Veasley? Tenías permiso de tocar las cosas ―entonó ella buscando un cepillo en el tocador.

―Creí que sería de mala educación ―sonrió el pelirrojo.

―Bueno, ahora puedes hacerlo.

Agatha se cepilló el cabello frente al espejo, viendo el reflejo de Fred que se levantaba y empezaba a espiar las pertenencias de la chica. Ella dejó el cepillo y fue a sentarse en el borde de su cama. Fred se detuvo primero en las cartas de Agatha, hojeó los sobres y los volvió a dejar en su sitio.

― ¿Quién es Agafya Kuznetzova? ―preguntó él.

―Yo. Agafya es una versión rusa de mi nombre y Kuznetzov es el apellido de soltera de mi mamá. Después del artículo en El Profeta llegaron muchas cartas asquerosas. Tuve que pedir a mi familia que me escribiera a ese nombre ―explicó ella.

―Eso apesta ―se lamentó Fred.

―Son gajes del oficio ―la chica se encogió de hombros―, ya casi se detienen.

Fred siguió caminando. Todo le gritaba que ella vivía ahí, era exactamente como se imaginó que sería su habitación, o bueno, su habitación temporal. Había un par de fotografías encima del escritorio. Agatha sonriendo y dando vueltas con un hombre de porte sobrio, su barba castaña oscura era poblada y miraba a la chica con ternura, sus ojos eran una réplica exacta de los de Agatha.

― ¿Tu padre? ―Fred levantó la fotografía para que ella la observara. Ella asintió―. Me da un poquito de miedo.

―No debería. Sé que se ve temible pero es la mejor persona que conozco. Ya lo verás cuando lo conozcas ―Agatha albergó un sentimiento extraño en el estómago al pensar en Fred conociendo a su padre. ¿Llegarían hasta ese punto? Le encantaría que fuera así. A Dobromir Krum le agradaría Fred.

Fred tomó el sombrero de piel del tocador de Agatha y se lo puso. Se admiró en espejo y asintió.

―Esto es mío ahora ―dispuso con una sonrisa.

―Se te ve bien ―coincidió ella, sintiendo como si miles de mariposas revolotearan en su estómago. La sensación la hacía creer que si decía otra cosa saldrían por su boca.

« ¿Es en serio, amiga? ¿Sintiendo mariposas por un chico?» La voz en su cabeza estaba asqueada « ¿No te estarás...la palabra con "e", no?»

Fred siguió hasta dar con la caja de madera con las iniciales de ella. Le preguntó con una seña si podía y Agatha afirmó. Abrió los pestillos con rapidez.

―No puede ser ―dijo sacando la ballesta del estuche―. ¿Esto es tuyo?

―Sí, trátala con cuidado, Fred ―Agatha hizo una mueca mientras Fred blandía el arma a la ligera.

― ¿Qué haces con esto? ¿Cazas vampiros en las noches? ―rio el pelirrojo, apuntando con la ballesta.

―Practico tiro. No, no, mejor déjala. Eres como un niño con un cuchillo.

― ¿Estás bromeando? ¡Tienes que enseñarme! ―Fred parecía también un niño, su mirada estaba extasiada. Agatha se negó y empezó a quitarle el arma al chico―. Vamos, Aggie, por favor.

Agatha se paralizó al escucharlo. Sus ojos azules lo miraron con cautela y su corazón empezó a latir desbocado.

― ¿Acabas de llamarme Aggie? ―Agatha arrastró las palabras e hizo énfasis en el sobrenombre.

Fred supo que la había cagado. Había salido de su boca tan rápido que no lo había pensado. Observó cómo Agatha tragaba con dificultad.

―Lo siento, ¿no te gusta...? No quería decir nada malo ―Fred le entregó el arma para remediarlo.

―Hay cuatro personas en el mundo que me dicen Aggie. Sólo cuatro. Mi madre, mi padre, Viktor y Aleksandr. Nadie más se atreve a llamarme así porque no se los permito, es un sobrenombre personal y no me gusta que lo utilicen personas que yo no considere que lo merezcan.

Agatha le quitó el arma de las manos y la guardó. Se paró en frente de él y miró su expresión, estaba aterrado y su rostro pecoso había perdido el color. Puso sus manos en las mejillas de Fred y sonrió. Una sonrisa que no podía trasmitir sus emociones pero que lo intentaba. Las manos de Agatha estaban frías pero calentaron el rostro de Fred, sus propias manos la imitaron y la tomaron del rostro. Ella no necesitó pensarlo dos veces.

―Fred Weasley, tú mereces ser la quinta persona.

Poniéndose de puntillas para alcanzarlo, Agatha lo besó. Era un beso pausado y lleno de significado. Ya sabía cómo era besarlo, ¿por qué parecía como si fuera la primera vez? Sus labios se unían a los de él intentando transmitir lo que sus palabras se negaban a decir, quería que él supiera que ella deseaba que eso pudiera durar para siempre. El tornado de emociones en su pecho cada vez que lo besaba le daba miedo, mucho miedo. Estaba cayendo en un agujero de donde no podría salir jamás y parecía que tampoco quería hacerlo.

Agatha enlazó sus brazos en el cuello de Fred y lo acercó. Fred se dejó llevar, cediéndole el control absoluto. Y era difícil que Fred Weasley quisiera abandonar el liderato, pero haría lo que fuera por ella. Sus manos la acariciaron con cariño, intentando aferrarse a la ilusión que ella significaba. Estaba seguro que el momento en que abriera los ojos se esfumaría y él despertaría en la Madriguera el día después del mundial quidditch.

Agatha se separó y entrelazó sus manos con las de él.

―Me estás mal acostumbrando ―dijo Fred en una voz muy baja.

― ¿A qué?

―A ti. A tus besos. En tres meses te desvanecerás como una alucinación y yo...

Agatha lo besó de nuevo para hacerlo callar, no quería ponerse a pensar en dejarlo. Fred la envolvió en sus brazos y la mantuvo cerca.

―Siempre puedes irte conmigo ―susurró Agatha, peinándole el cabello con los dedos.

―Siempre puedes quedarte aquí ―suspiró él, poniéndole una mano en la mejilla.

Agatha sonrió, esa idea no se escuchaba tan mal. Se deshizo del agarre de Fred, tomó un libro y fue a acostarse en la cama. Fred vaciló y se quedó parado en su lugar.

― ¿Vas a quedarte ahí toda la tarde? ―Agatha levantó una ceja en señal de inquisición.

El pelirrojo exhibió una sonrisa y se quitó los zapatos, dejándolos junto a los de Agatha. Se deslizó el suéter del uniforme por encima de la cabeza y se sentó en el borde. Todo eso se sentía muy natural, como si lo hicieran todos los días. Un diario de cubierta azul oscuro en la mesa de noche de Agatha le llamó la atención al gemelo. Lo tomó entre sus dedos.

― ¿Es tu diario privado? ―la molestó, intentando abrirlo para ver si ella saltaba. Agatha no lo hizo.

―Es mi registro de sueños, puedes abrirlo si quieres. Igual no lo vas a poder leer, está en búlgaro ―dijo ella, despreocupada, abriendo su libro en la página donde había dejado el marca páginas.

―Ahí es donde te equivocas, Aggie ―Fred pronunció su nueva manera favorita de llamarla―, porque desde la última vez que me escuchaste hablar tu idioma, he aprendido mucho. Casi me sé todas las letras.

Los labios de la eslava proyectaron una sonrisa cándida. Fred se acostó de largo a largo, apoyando su cabeza en el vientre de la muchacha. Abrió el diario y supo que no iba a poder descifrarlo, las letras parecían garabatos y la caligrafía era confusa, hermosa cómo ella pero confusa. Se dio cuenta que ella hacía pequeños dibujos en los bordes, cosas relacionadas con lo que había soñado, parecían hechos por un niño pequeño pero le daban una vista nueva de ella. Corazones, lunas, estrellas, aros de quidditch, caras tristes, caras felices.

Había una página con solo dos palabras. Dos palabras y nada más. Fred abrió los ojos al reconocer lo primero que había aprendido a escribir en búlgaro. Su propio nombre.

Фред Уизли.

Fred Weasley.

Ella había soñado con él. Una sonrisa cruzó su rostro y lamentaba no poder interpretar el resto del texto pero mientras avanzaba las páginas intentaba encontrar indicios de su nombre. Había varios, unos seguidos de corazones, otros de una cara feliz, otro de un signo de interrogación, otro más seguido de una bola de rayones.

― ¿Sueñas muy seguido conmigo? ―susurró, alzando el rostro para mirarla.

―Sí ―confesó Agatha―, eres muy odioso en mis sueños.

― ¿Y qué sueñas? ―preguntó Fred.

―Dijiste que podías leerlo ―dijo Agatha.

―Bueno, leí mi nombre, tenme paciencia ―bromeó él con una sonrisa contagiosa.

―Deberás estudiar más para saberlo.

Fred resopló y volvió a su intento de leer. Las caricias que le regalaba Agatha en su cabello eran exquisitas, y sí, el sexo era divertido pero lo que estaban haciendo tenía una connotación de intimidad más profunda. Fred dejó el diario, dejando envolver sus sentidos de las caricias de la muchacha. La respiración tranquila de Agatha lo relajaba y el subir y bajar de su torso lo mecía. Agatha se detuvo para darle vuelta a la página y a él no le gustó. Le tomó la mano y volvió a posarla en su cabello para que siguiera.

―Eres idéntico a Ruslan. Ruslan siempre se mete en mi cama para que lo acaricie.

Agatha sintió cómo Fred se tensó, no pudo evitar sonreír.

― ¿Ah, sí? ―dijo Fred con fastidio―. ¿Debería preocuparme por ese tal Ruslan?

―Supongo que sí. Es un animal y estoy segura que te mordería si te viera acercarte a mí ―advirtió Agatha, haciendo molestar a Fred―. Ruslan es quien me mantiene caliente en Durmstrang.

Fred se levantó y soltó el agarre cariñoso de la búlgara. A ella le costó trabajo suprimir su risa. Estaba de verdad fastidiado. Agatha se acercó al lado que antes ocupaba Fred y lo sostuvo de las manos.

―Si Ruslan estuviera aquí, creo que haría una excepción y te dejaría acostarte junto a mí.

― ¿Y dónde está el susodicho? ―preguntó el pelirrojo con agitación.

―En casa, siendo cuidado por mi mamá ―la mirada de Fred denotaba confusión. Agatha lo acercó y lo jaló para que quedara encima de ella―. Fred, Ruslan es mi perro.

Fred rodó los ojos, sintiéndose estúpido. Ella emitió su risa característica. Burbujeante y sonora. Él la besó con fuerza, había caído justamente donde ella lo quería. Fred sintió la sonrisa encima de sus labios.

Merlín, estaba tan enamorado de ella.

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