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━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐭𝐡𝐫𝐞𝐞: savior complex

𝐒𝐈𝐍𝐍𝐄𝐑'𝐒 𝐏𝐑𝐀𝐘𝐄𝐑
🔪┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗧𝗥𝗘𝗦
« 𝔰𝔞𝔳𝔦𝔬𝔯 𝔠𝔬𝔪𝔭𝔩𝔢𝔵 »
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{ ⊱ † ⊰ }

𝐋𝐀 𝐄𝐍𝐕𝐈𝐃𝐈𝐀 𝐍𝐎 𝐄𝐒 𝐒𝐀𝐍𝐀. Es desagradable, aterradora, y tiene la capacidad de convertir al corazón en una nube de sustancias tóxicas. Es un veneno que ataca sin preámbulos; un virus del que nadie puede deshacerse, no sin antes palpar el calor infierno. Y peor de todo es que circula en la naturaleza humana, enterrada como una sanguijuela en el alma.

En otras palabras, es sencillamente inevitable.

Heather ni siquiera tenía que leer la Biblia para saber por qué los cristianos predicaban en su contra. El simple hecho de tenerla en su interior, de sentir cómo la carcomía de dentro hacia fuera, era suficiente.

En sus dieciséis años de vida, casi nunca había experimentado lo que era la envidia. Había estado demasiado centrada en proteger la reputación de su familia como para detenerse a pensar en qué querría quitarle al resto con el objetivo de satisfacer a su propio espíritu. No obstante, en aquel momento, era plenamente consciente de lo que estaba experimentando, y eso solo la hacía sentir incómoda. Aunque el sentimiento se hallaba diluido, oculto bajo un manto de empatía, nervios e incertidumbre, no podía negar el hecho de que estaba dentro de ella, escalando por sus venas, clavando sus afiladas garras en cada uno de sus nervios hasta aislarse, finalmente, debajo de su corazón.

Pero, mientras veía la calidez y el cariño con el que interactuaban Arvin y Lenora, se vio incapaz de oprimir la pequeña llamarada de celos que creció en la boca de su estómago.

Los tres habían acabado en la iglesia del pueblo, como bien le había dicho el muchacho a Lenora antes de que Heather decidiera entrometerse. Cuando la adrenalina del encontronazo con Tommy abandonó su cuerpo y pusieron el primer pie dentro del cementerio que se hallaba detrás de la estructura, se planteó la posibilidad de echarse atrás; las iglesias le producían escalofríos desde la muerte de su hermano y, tal vez, lo más sensato hubiera sido seguir con el plan de visitar a Brenda. Sin embargo, una vez se encontró con el verdadero motivo por el cual Arvin había llevado a Lenora a aquel lugar, no tuvo el coraje de moverse—tal vez por respeto, o incluso por lástima.

Fueron directo a la tumba de Helen Laferty, la difunta madre de Lenora.

Heather juró que el aire se volvía más pesado cuando vio las letras talladas en la lápida, escudriñándola como si tuvieran vida propia. El lado más egoísta de su conciencia agradecía el hecho de poder recordar que su familia no era la única que había vivido una tragedia—después de todo, había escuchado que Arvin y Lenora eran llamados los 'Huérfanos' por una razón—, pero había una clara diferencia entre la forma en la que ellos parecían afrontar la pérdida en comparación a Heather: Arvin y Lenora se tenían el uno al otro, mientras que ella...

Ella se sentía sola.

Quizás fue esa la razón por la que su sangre empezó a hervir cuando el par comenzó a entablar una conversación, mirándose el uno al otro con aquel amor fraternal que Heather tanto añoraba. Aunque solo eran dos, su vínculo relucía con fiereza, pareciendo lo suficientemente fuerte como para sustituir el afecto de una familia entera.

Una relación como aquella era una de las cosas que Heather Andrews más anhelaba en el mundo. Le enfermaba, sin embargo, pensar en la desesperación con la que deseaba lo que ellos tenían.

—Ha sido un milagro que no terminaras en el hospital.

Por sobre el eco de sus propios pensamientos, Heather distinguió la dulce voz de Lenora, quien limpiaba los restos de sangre que habían quedado en el rostro de Arvin después de la pelea. El muchacho no parecía muy contento, observando a su hermana—si es que así podía llamarse—como un perro guardián.

Aunque sentía una extraña punzada en una de sus muñecas, la rubia hundió su otra mano en el césped para jugar con los pequeños hillillos verdes para intentar distraerse. No quería incluirse una conversación que probablemente no le correspondía. No obstante, no pudo lograrlo del todo; siguió escuchando, con la boca cerrada y la mirada gacha, incapaz de encontrar su voz desde que había subido al coche de Arvin.

—Bueno, hay muchos hijos de puta por ahí —gruñó Arvin mientras se apartaba de Lenora, ocultando una mueca de dolor.

Los ojos de la joven se inundaron de nostalgia: —Dios, Arvin, llevas diciendo eso desde el día que nos conocimos.

—Sí, porque es la verdad.

—Tal vez deberías rezar por ellos. ¿Qué te parece? Daño tampoco haría. —Lenora abrazó la Biblia que llevaba entre las manos, sonriendo a la par que pasaba las yemas de sus dedos sobre la tumba de su madre. Posteriormente, encontró la mirada de Heather—. Seguro que Heather piensa lo mismo.

Inmediatamente sus mejillas se tintaron de rojo. Pasó saliva por su garganta, intentando acabar con la repentina sequedad que se apoderó de su boca. Por más que ella había sido quien insistió en acompañarlos, no se hallaba preparada para intervenir, y mucho menos en un tema tan delicado como ese.

Los Andrews eran creyentes hasta los huesos bajo los ojos de todo Coal Creek—Heather, por su parte, había puesto su fe en duda desde la muerte de Todd.

Y, durante años, se había sentido culpable por ello.

Fingir que confiaba ciegamente en el poder de la oración era una cosa. Pero, considerando lo mal que se le daba mentir, defenderla en voz alta—cuando ni siquiera ella misma sabía si creer en la voluntad del Señor—era otra muy distinta.

Así que, instintivamente, trató de buscar lo primero que se cruzara frente a ella para pedir ayuda.

Se encontró entonces con el rostro de Arvin Russell, quien ya había estado mirándola.

Y él la observó como si supiera exactamente lo que pasaba por su mente.

Yo–

—Bastante ya rezas tú por los demás y no te está sirviendo de mucho. —Arvin habló al mismo tiempo que Heather, captando la atención de Lenora. Aquello le permitió a la rubia cerrar la boca, ocultando un suspiro aliviado; el chico pareció haberse dado cuenta de que necesitaba ayuda para salir de ese asunto, e hizo un excelente trabajo distrayendo a Lenora— ¿Sabes qué te vendría bien? Que me hicieras algo de caso y dejaras de andar tú sola por detrás de la escuela —continuó con firmeza. Posteriormente negó con la cabeza, murmurando entre dientes—. Me cago en Gene Dinwoodie.

Le dedicó a Heather una mirada de soslayo, y entonces ella se vio incapaz de quitarle los ojos de encima. Se preguntó una y otra vez, luchando por ocultar una expresión sorprendida, cómo era posible que Arvin hubiera sido capaz de leerle la mente.

En medio de aquel intercambio, Lenora los observó con una pequeña sonrisa: —¿Desde cuándo se conocen?

—Oh, no, no nos conocemos —respondió Heather, soltando un par de risillas nerviosas. Mientras bajaba la mirada en dirección a su regazo, no pudo ver el destello conocedor en las pupilas de Lenora—. Es solo que... Coal Creek es un pueblo pequeño.

Sintió los ojos de Arvin quemándole el perfil, pero no se atrevió a enfrentarlo.

—Entonces fue muy amable de tu parte acompañarnos —dijo Lenora—. Gracias, por intervenir... Tommy y sus amigos siempre me han molestado. Llevo bastante tiempo rezando por ellos. Algún día el Señor podrá salvarlos.

Heather suprimió una expresión apenada, conmovida por el corazón de oro que claramente palpitaba en el interior de Lenora. Si tan solo pudiera decirle que rezar no le había servido de mucho—que no había sido suficiente para salvar a Todd—, se lo habría dicho en ese preciso momento.

Pero, si algo podía ver en el rostro de Lenora, era esperanza. No quería arrancársela, no podía.

Por un instante, Heather quiso ser como ella.

—No tienes por qué agradecerme. Realmente no hice nada.

—Estuviste ahí. Eso fue suficiente.

Después de las palabras de Lenora, el silencio se apoderó del ambiente. Heather ya no se sentía incómoda, aunque el cementerio todavía lograba ponerle los vellos de punta. Pero, incluso así, no le molestaba esperar a que Lenora continuara allí, sentada frente a la tumba de su madre mientras le leía uno de los tantos capítulos de la Biblia; de alguna manera, aquello le permitía imaginarse a sí misma teniendo la oportunidad de hablar con su hermano, si tan solo hubiera recibido un entierro digno.

La presencia de Arvin, sin embargo, le incendiaba la piel. Él no había dicho nada desde hacía un buen tiempo, y Heather sentía el irracional deseo de hablarle, de destapar la máscara que parecía llevar sobre el rostro.

Irradiaba algo complejo, algo que la arrastraba hacia él, tentándola a analizarlo de arriba a abajo. Aunque podría considerarse inapropiado—Arvin era un pobre huérfano, ella era privilegiada; su padre jamás le hubiera permitido estar a menos de tres metros de él si supiera el paradero de su hija—, sentía que no podría controlar sus impulsos, incluso si eso significaba dañar su reputación.

Y, entonces, Arvin pareció volver a leer su mente.

—¿Por qué?

Heather lo miró alarmada, sintiendo a su corazón acelerarse ante la voz del muchacho. Intentó descifrar si, quizás, había revelado sus pensamientos en alto—esperaba que no; creía que jamás sería capaz de recuperarse de la vergüenza si aquello realmente había pasado.

—¿P-por qué qué? —preguntó con una sonrisa ensayada, tratando de fingir tranquilidad sin mucho éxito. Peinó un mechón de cabello detrás de su oreja en un gesto nervioso.

—¿Por qué ayudaste a Lenora? —insistió—. Lo más fácil hubiera sido irse sin más. —Su semblante se suavizó de forma casi imperceptible—. ¿Por qué quisiste venir?

No lo sé.

Respondió con sinceridad, recuperando la compostura mientras recordaba lo que había sentido al ver a Lenora con una bolsa de basura en la cabeza: impotencia, rabia, unas inmensas ganas de salir de su molde de perfección y gritarle a aquel trío de imbéciles que la soltaran. Se vio reflejada en ella, cuando su padre la trataba como si fuera una mancha en su zapato.

Eso no le gustaba.

Al menos contra Tommy podía rebelarse; le temía, sí, pero no tanto como a su padre. Aunque no lograra nada, aunque tuviera que recuperar la calma antes de arruinar su fachada, eso no le quitaba las ganas de gritar. Así que fue por eso—actuó por Lenora, pero también por ella misma.

Una vez encontró las palabras, no pudo evitar que estas salieran de su boca a borbotones.

—Nadie merece ser humillado —explicó, enfocando la mirada en un punto muerto a la distancia, más allá del bosque que rodeaba a la iglesia—. Cuando intervine, sabía que no podría hacer nada, pero... Tommy se ha salido demasiadas veces con la suya, y mi hermano solía decir que las personas como él merecen ser enfrentadas. —Apretó los puños inconscientemente; una imagen del hermano mayor de Tommy pasándole las manos por los muslos sin permiso apareció en su mente, así que sacudió disimuladamente la cabeza, tratando de borrarla—. Solo quería ayudar —concluyó, encogiéndose de hombros. Después de una pausa, miró a Lenora, pero sus ojos acabaron en Arvin, mostrando genuina preocupación—, ¿tendría que haber hecho otra cosa?

No había vergüenza, no había máscara. Aquellas eran, quizás, las palabras más sinceras que Heather había pronunciado en mucho tiempo, y, aunque no sabía de dónde había venido aquella valentía, no se arrepintió de hablar.

Y tan abrumada se sentía, asombrada por el súbito coraje que corría por sus venas, que no fue capaz de notar la peculiar forma en la que Arvin la miraba.

Pero el momento fue quebrantado por la voz del viejo predicador, quien comenzó a llamarlos desde el interior de la iglesia.

—¡Lenora! ¡Arvin! ¡Heather!

—¡Ya voy, reverendo! —exclamó Lenora en respuesta. Se levantó con rapidez, sin darle tiempo a Arvin y Heather para reaccionar—. Iré a ver qué necesita. Volveré pronto —anunció apresuradamente para después correr en dirección al predicador, sonriendo como una niña pequeña.

Heather se preguntó cómo era posible que alguien luciera tan feliz al acercarse a una iglesia. Pensó que tal vez Lenora era un ángel, pero ni siquiera sabía si esos existían.

Cuando se percató de que se había quedado a solas con Arvin, sin embargo, su mente quedó en blanco. Se aclaró la garganta, analizando sus alrededores en busca de una distracción, pero solo encontró el pañuelo que Lenora había estado usando para limpiar la sangre de Arvin.

Lo observó como si fuese lo más interesante del mundo. Después le dedicó una mirada de reojo al chico. Al ver el pequeño hilo de sangre que comenzaba a deslizarse fuera de su nariz, no dudó en tomar el trapo.

Suspiró, repitiéndose mentalmente que no debía estar tan nerviosa. Sus padres le habían enseñado a relacionarse con los demás—por muy tímida que fuera realmente—, así que no debería ser tan difícil interactuar con un desconocido.

—¿P-puedes...? —Casi gruñó al escucharse trastabillar. Se relamió los labios, haciendo una pequeña pausa antes de obligarse a continuar— ¿Puedes mirar hacia acá, por favor?

Él la observó confundido, así que Heather levantó la mano con la que sujetaba el trapo mientras señalaba su rostro con un movimiento de cabeza. El castaño pareció entender al instante, acercándose a ella.

Se quedaron en silencio por lo próximos minutos. Heather había perdido la noción del tiempo—estaba contando mentalmente los segundos para controlar los nervios, pero se había rendido al llegar al setenta—, y lo único que podía hacer era centrarse en la tarea de limpiar el rostro del chico. No se atrevió a encontrar sus ojos en ningún momento, perdiéndose en la marcada curvatura de su mandíbula mientras analizaba el moretón que había aparecido cerca de la zona.

Ni siquiera fue consciente de la forma en la que su boca se secaba.

—¿Brown ha vuelto a molestarte?

Heather pensó que había imaginado su voz, pero supo que estaba equivocada cuando finalmente se atrevió a mirarlo. Arvin enarcó una de sus cejas, esperando una respuesta, mas ella había olvidado exactamente qué le había preguntando.

Juró que los labios del muchacho se curvaron en una sonrisa divertida ante su reacción. No obstante, desapareció tan rápido que Heather creyó que su imaginación estaba tendiéndole una trampa.

—Um, no. —Negó rápidamente con la cabeza, volviendo a la tarea de limpiar los restos de sangre en el rostro de Arvin—. Volví a la carnicería hace unos días... —Arrugó la nariz, recordando el incómodo encuentro que había tenido con el señor Brown luego de aquella vez en la que Arvin la había acompañado—. Fue raro, creo que ya ni siquiera quiere mirarme a la cara.

Arvin soltó una risa casi imperceptible: —Pues entonces hice bien mi trabajo.

Heather frunció el ceño, pausando sus movimientos momentáneamente. Trató de descifrar a qué se refería y, cuando vio un destello de satisfacción combinado con rabia en su expresión, igual al que había visto minutos atrás cuando le justificaba a Lenora la razón por la que había atacado a Tommy y sus amigos, los ojos de la rubia se abrieron de par en par.

—¿Acaso le dijiste algo o–

—Le hice una visita. —explicó antes de que Heather pudiese acabar. Se encogió de hombros, luciendo aparentemente tranquilo, pero ella notó la forma en la que su mandíbula se tensaba—. Nadie debe mirarte como él lo hizo ese día. —Las mejillas de Heather se encendieron de rojo—. Mi abuela dice que nunca se debe faltar el respeto a una chica —añadió al final, como si estuviese corrigiéndose a sí mismo.

—Yo... no sé qué decir.

Y era cierto, nuevamente se había quedado sin palabras.

Poco a poco, mientras Arvin parecía relajarse, el corazón de Heather iba recuperando un ritmo estable; su mano, por otra parte, temblaba cuando por accidente rozaba la piel del rostro del muchacho. Sin embargo, sentía que cualquier cosa que dijera la haría quedar como una tonta—tal vez porque Arvin era dos años mayor que ella, o tal vez porque, para él, lo que había hecho para mantener al señor Brown en la raya no había significado nada.

Sin importar el motivo, lo único que no quería era arruinar el momento. Era la primera vez que lo veía mostrar más emociones—además del enfado o la inexpresividad que tanto lo caracterizaba—, y francamente eso le gustaba.

—No tienes que decir nada —respondió. Heather se perdió en su mirada, tanto así que no se dio cuenta de que él había sujetado su muñeca, alejando la mano que sujetaba el trozo de tela al costado de su rostro. Solo cuando sintió la misma punzada de dolor que había experimentado minutos atrás clavándose en la zona que Arvin había tomado, reaccionó con un bajo quejido—. Te hiciste daño —concluyó el muchacho antes de que Heather pudiera decir nada, aflojando la presión de su agarre.

—Eso parece. Supongo que fue cuando Tommy me empujó. —Suspiró, reparando por primera vez en lo hinchada que lucía su muñeca. También habían algunas raspaduras en sus palmas, pero esas apenas las sentía—. Esto no le va a gustar a mi padre... —murmuró sin darse cuenta.

La última vez que había vuelto a casa con una herida, su padre se había puesto furíco. La llamó torpe unas cuantas veces; le dijo que le faltaba clase, que las mujeres Andrews no podrían mostrar ese tipo de defectos. Después la encerró en su habitación, negándose a desinfectar el pequeño raspón de su rodilla.

Desde entonces, había tenido extremo cuidado para no tropezarse.

—¿Por qué tendría que importarle? —preguntó Arvin. Fue entonces cuando Heather se percató de que había hablado más de la cuenta, pero supo que ya no había vuelta atrás—. No es tu culpa.

—Así es mi padre. Es su deber p-protegerme, —intentó justificar. Se reprendió a sí misma, pues su voz no había sonado lo suficientemente convincente. Sin embargo, sabía que solo podía seguir adelante—, se enfada cuando me hago daño.

—Eso es pura mierda. Así no es como proteges a alguien.

Ella no dijo nada, incapaz de responder ante la expresión severa del muchacho. Aunque lucía enfadado, Arvin relajó el semblante después de un par de segundos; pareció entender que había algo más detrás de la historia de Heather, pero no insistió en hacerla hablar. En cambio, analizó su muñeca con atención, mirándola a los ojos antes de cambiar de tema.

—¿Puedes moverla?

Heather lo intentó, pero una mueca de dolor se apoderó de su rostro.

«Así que esto era lo que me molestaba», pensó con amargura; al menos ahora sabía por qué había tenido dificultades para limpiar el rostro de Arvin. Había estado tan ocupada en intentar esquivar su mirada que ni siquiera había reparado en sus propias heridas.

—Más o menos —se las arregló para hablar, apretando los labios en una sonrisa fingida.

Él sonrió ligeramente; estaba claro que había notado su intento por engañarlo: —¿Más o menos? —La miró con diversión—. Está torcida.

—¿Cómo lo sabes?

—Tengo experiencia con muñecas torcidas.

Tomando en cuenta lo que había sucedido aquella tarde, Heather podía suponer que Arvin estaba acostumbrado a pelear. Solo Dios—si es que realmente existía—sabía cuántos golpes había recibido y repartido por igual para tener el matiz sombrío en su mirada que, ahora sabía, lo acompañaba en todo momento.

—Creo que no quiero saber por qué...

—No, no quieres. —Su expresión se tornó súbitamente seria. Su voz, en contraste, sonó rota, casi arrepentida. Se aclaró la garganta antes de que Heather pudiera hablar—. No estoy orgulloso de ello,  —explicó, habiendo detectado la curiosidad en el semblante de la rubia—. Pero cuando existen tantos imbéciles como Tommy... —Asintió para sí mismo, como si estuviese convenciéndose de que hacía lo correcto—. Alguien tiene que hacer algo.

—Te creo —se apresuró a decir—. Cuando el Señor no hace nada–

Alguien tiene que hacer algo.

Arvin repitió sus palabras anteriores, completando perfectamente las de Heather. Ambos asintieron en silencio, dejando que sus pensamientos hicieran eco en el ambiente.

Y Heather Andrews casi perdió el aliento.

Sintió que una sensación extraña se apoderaba de su cuerpo, estremeciéndola de arriba a abajo. Era un momento de entendimiento, de acuerdo mutuo, de intimidad y plenitud entre dos desconocidos—para ella, era paz, paz mental y espiritual, pues, inconscientemente, había esperado muchos años para encontrar un instante, un algo, alguien, que pudiera comprenderla.

Aunque, quizás, todo fuera producto de su mente;

Su parte racional le decía que debía tenerle miedo a la sombra que había en el semblante de Arvin, pero no se vio capaz de ello. Ni siquiera tuvo tiempo para reflexionar sobre las corrientes eléctricas que navegaban por sus huesos, pues Arvin fue el primero en hablar.

—No crees en Dios, ¿cierto?

No había ni una pizca de asco ni desaprobación en su voz, solo genuino interés, y aquello solo sorprendió a Heather. Normalmente, aquel era el tema más tabú a tratar en Coal Creek; si no eras creyente... entonces tu nombre estaría acompañado de una pésima reputación por el resto de tus días.

Sin embargo, comprendió que debía haberse esperado esa pregunta desde el principio. Después de todo, Arvin la ayudó salir de un aprieto similar cuando Lenora todavía había estado acompañándolos. La forma en la que parecía haberle leído la mente debió haberle servido a Heather como una señal para entender que, una vez más, Arvin había mirado más allá de su fachada.

No le quedaba otra opción más que ser honesta, y la verdad era que, sinceramente, estaba exhausta de mentir.

—No me ha dado razones para creer.

Él no sonrió, pero sus ojos se iluminaron con algo que Heather no pudo descifrar.

—A mí tampoco —murmuró Arvin. El agarre que ejercía sobre la muñeca de Heather se hizo aún más suave, mas no la soltó. La rubia observó cómo el joven tragaba con fuerza, cómo su expresión recuperaba sobriedad de un momento a otro—. Iremos a la farmacia a comprar unas vendas cuando vuelva Lenora. —El cambio de tema la azotó como una ventisca helada, aunque pudo disimularlo con éxito; el momento había acabado, y Heather comenzó a plantearse que, probablemente, lo había imaginado—. No puedes quedarte así.

—No hace falta...

«Una venda es más fácil de ver que una muñeca hinchada», añadió mentalmente, sintiendo que su pecho bajaba y subía con mayor rapidez al tan solo pensar en que su padre descubriera que había sido herida—haría preguntas, muchas preguntas, y jugar a ocultar respuestas con su padre era de todo menos divertido. «No quiero una venda», se repitió varias veces.

Arvin pareció captar la desesperación en su mirada.

—¿Es por él? —No tuvo que especificar, pues Heather supo de inmediato que se refería a su padre. Ella no asintió, tampoco negó; eso solo pareció encender algo en el muchacho, quien apretó la mandíbula con fuerza—. Entiendo —musitó en voz baja, aunque lucía claramente enfadado.

No le insistió. No la presionó a hablar. Esa
fue, tal vez, la mejor parte de todas.

—Gracias.

Hubo otra pausa. Heather sintió la respiración de Arvin mezclándose con la suya, recordándole lo nerviosa que había estado antes por su presencia. No obstante, su piel fue la única en reaccionar mientras su vellos se ponían de punta; su corazón, en cambio, había encontrado la forma de quedarse tranquilo, acompasado, y ya no tenía la necesidad de apartar la mirada.

Por esa razón, observó en su totalidad cómo una llama se encendía en las pupilas de Arvin, calentando el marrón de sus iris y llenándolos de determinación.

—Él no te hará nada —dijo entonces, mirándola con convicción.

Heather tragó en seco.

A lo largo de su vida, había aprendido que no existía nada ni nadie capaz de controlar a Fred Andrews.

Pero había aprendido también que Arvin le daba seguridad, incluso cuando ni siquiera él podría detener a su padre.

Suspiró. Sus pulmones subieron hasta su garganta. A pesar de que sus manos temblaban, recordando lo que había sucedido con Todd, fue capaz de hablar.

—No puedes estar tan seguro, Arvin...

Y aquellas palabras solo parecieron avivar el fuego en la mirada del joven.

—No lo dejaré.

Lo que Heather no sabía era que, en ese mismo instante, Arvin Russell se prometió protegerla.

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⊱  𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞

bienvenidos una vez más, queridos lectores. ¿cómo se encuentran?

la verdad es que no tengo muchas palabras para descubrir esta parte de la historia. solo espero haber logrado mi intención de establecer la conexión entre Arvin y Heather, quienes son más similares de lo que aparentan. puede parecer apresurado, y ese es mi mayor miedo con este capítulo, pero quiero aclarar que las conexiones entre dos personas no tienen que ser necesariamente románticas. son personajes complejos, pero no quiero plasmar explícitamente todos los problemas psicológicos que tienen antes de que ellos mismos se den cuenta de lo que sucede en sus cabezas.

digamos que están actuando por impulso, eso quiero dejarlo claro, y ya iremos viendo si su relación seguirá siendo así. mi intención, no obstante, es que su relación se base en la conexión, en el entendimiento entre dos personas claramente heridas psicológicamente, incluso sin necesidad de palabras.

espero que no se hayan aburrido. Arvin y Heather no son precisamente maripositas habladoras. ):

una vez más les doy las gracias por leer esta historia. honestamente no tengo muchas cosas preparadas, estoy escribiendo sobre la marcha, pero leer sus comentarios me dan ganas de seguir adelante ¡!

¿podrían decirme sus opiniones hasta ahora?

sin más que decir, aquí me despido, lectores. espero ansiosamente verlos en un nuevo capítulo.

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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