
━━「 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟰𝟯 」━━
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La luz del mediodía bañaba los extensos jardines reales, pintando cada rincón con un cálido resplandor dorado que acentuaba la belleza de las flores en plena floración. Diana avanzaba por el sendero principal con pasos firmes, aunque cada latido de su corazón retumbaba en su pecho con una mezcla de euforia y ansiedad. Esa misma mañana había confirmado lo que sospechaba: llevaba en su vientre al heredero al trono. La importancia de esa noticia la empujaba hacia adelante, ignorando el cúmulo de emociones que amenazaba con desbordarse.
El aire estaba impregnado del aroma dulce del jazmín y la lavanda, una calma que contrastaba con la tormenta interna que Diana intentaba controlar. Al alcanzar el centro del jardín, sus ojos se fijaron en él: Claude. Estaba sentado en un banco de piedra bajo la sombra fresca de un imponente árbol, su postura relajada mientras conversaba con Damaris. La sonrisa que él le dedicaba irradiaba una calidez que hacía mucho tiempo Diana no había sentido. Ese mismo gesto, acompañado por la mirada tierna de sus ojos, le recordaba todo lo que había perdido.
El corazón de Diana se contrajo dolorosamente, un eco de la ruptura que aún no había logrado superar. Pero se obligó a alzar la cabeza, escondiendo su vulnerabilidad tras un semblante sereno. Sabía que la noticia que llevaba consigo no solo cambiaría su vida, sino que influiría profundamente en todo a su alrededor. No podía permitir que la sombra del pasado la paralizara. Con cada paso que daba hacia ellos, Diana se aferraba a la fuerza que solo la determinación podía brindarle en ese instante.
— Claude. -Dijo al acercarse, esforzándose por que su voz sonara tranquila-
Claude levantó la vista con serenidad, pero en el instante en que sus ojos se encontraron con Diana, la calidez que iluminaba su rostro se desvaneció como si nunca hubiera estado allí. Sus facciones se endurecieron, adoptando una fría neutralidad que contrastaba drásticamente con la ternura que había mostrado momentos antes hacia Damaris. Su mandíbula se tensó levemente, y el brillo en sus ojos se apagó, dejando entrever una distancia calculada.
Damaris, por su parte, notó de inmediato el cambio en Claude y giró con elegancia hacia Diana, como si estudiara cada uno de sus movimientos. Alzó una ceja con sutil curiosidad, pero su rostro se mantuvo compuesto, adornado con una sonrisa educada que apenas rozaba sus labios. Su mirada reflejaba un aire despreocupado, aunque su postura seguía siendo majestuosa y segura, como si nada pudiera perturbarla realmente. Sin embargo, había en su actitud un matiz de vigilancia que solo quien la conociera bien podría percibir.
— Diana. -Respondió Claude, su tono distante y contenido- ¿Qué haces aquí?
Diana ignoró deliberadamente la frialdad en su voz, apretando las manos para darse fuerza.
— Necesitaba hablar contigo. Es importante. -Dijo, su mirada fija en él-
Claude dejó escapar un suspiro pesado, uno que parecía cargado de una mezcla de cansancio y resignación, como si el mero pensamiento de intercambiar palabras con Diana le resultara extenuante. Sus hombros se tensaron levemente antes de relajarse, y con un movimiento pausado, levantó una mano, señalándole que hablara, aunque su expresión indicaba claramente que preferiría estar en cualquier otro lugar.
Damaris, por su parte, permaneció inmóvil, manteniendo una postura elegante mientras sus ojos se posaban en Diana con una curiosidad contenida. Había un leve brillo en su mirada, como si estuviera evaluando cada detalle de la situación, pero su rostro no traicionaba emoción alguna más allá de una serena indiferencia. No dijo nada, dejando que el silencio se interpusiera entre los tres mientras observaba cómo se desarrollaba el encuentro.
— Claude... Estoy embarazada. -Anunció Diana, sus palabras claras y cargadas de emoción. Colocó una mano sobre su vientre, como si buscara enfatizar lo que acababa de revelar-
El silencio que siguió se tornó casi tangible, denso y cargado de tensión. Claude mantuvo su postura rígida, su mirada fija en Diana, pero sus ojos no reflejaban emoción alguna. No había ni el más leve atisbo de sorpresa, ni rastro de alegría. En su lugar, su rostro adquirió una fría neutralidad que resultaba inquietante, como si cada palabra que acababa de escuchar pasara por un filtro de gélido análisis. Sus labios permanecieron inmóviles por un instante eterno, hasta que, finalmente, rompió el silencio con una voz firme y controlada.
— ¿Estás segura? -Preguntó, su tono desprovisto de cualquier calidez, como si simplemente estuviera confirmando un dato-
— Lo confirmé esta mañana con el doctor. -Respondió Diana con firmeza, aunque la frialdad de Claude comenzaba a hundirse en su interior-
Claude asintió lentamente, como si procesara la información. Luego, sin una pizca de emoción, agregó:
— Esto no cambia nada, Diana. Resolveremos el asunto cuando sea necesario, pero no hagas suposiciones equivocadas.
El corazón de Diana se quebró aún más con las palabras de Claude, como si cada una hubiera sido un cuchillo afilado que cortaba las fibras más sensibles de su ser. No había anticipado tanta indiferencia de parte del hombre que una vez había prometido amarla. Una parte de ella quiso hablar, alzar la voz y exigirle que la mirara como lo había hecho en el pasado, con la calidez y la devoción que alguna vez iluminaron su vida. Pero se detuvo. Su orgullo y su instinto la impulsaron a contenerse, a no permitir que la vulnerabilidad se apoderara de ella, no frente a Damaris.
Damaris, en su lugar, permanecía sentada con una compostura impecable. Había algo inquietantemente calculado en su serenidad, como si evaluara cada detalle de la escena sin necesidad de intervenir. Su postura seguía siendo majestuosa, y aunque sus labios mantenían esa ligera curva que pretendía ser una sonrisa cortés, su mirada parecía analizar la tensión como si supiera exactamente lo que estaba sucediendo en el corazón de Diana.
— Solo creí que debías saberlo. -Contestó Diana, su voz ahora más baja, aunque mantenía la cabeza en alto. No iba a dejar que nadie viera cuánto le dolía aquel encuentro-
Claude no dijo nada. Su respuesta fue un simple asentimiento, frío y distante, antes de girar su atención hacia Damaris, como si Diana hubiera dejado de existir en ese momento. La calidez que iluminó su rostro al mirar a su prometida contrastaba brutalmente con la gélida indiferencia que acababa de mostrar. La sonrisa que le dedicó a Damaris era tan suave y tierna que, para Diana, se sintió como una puñalada directa al corazón. Su pecho se apretó dolorosamente, y, en ese instante, lo comprendió con una claridad devastadora: el amor de Claude ya no era suyo.
Con la fuerza que aún le quedaba, Diana se dio la vuelta, comenzando a alejarse por el sendero del jardín. El sol acariciaba su rostro, pero no podía aliviar el peso que sentía en su interior. Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla, una expresión muda del dolor que cargaba. Sin embargo, bajo esa tristeza ardía una determinación implacable. Protegería a su hijo y lucharía por su lugar, sin importar lo que enfrentara.
El jardín, antaño un rincón de paz y consuelo, se transformaba ahora en un símbolo de frialdad y rechazo, un recordatorio cruel de lo que había perdido. A pesar de todo, Diana se prometió a sí misma que no se rendiría. El amor por su hijo y la fuerza que encontraba en su existencia serían su faro, guiándola a través de la tempestad.
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Cuando escuché las palabras salir de los labios de Diana, sentí como si el peso de todo el mundo se hubiera asentado sobre mi pecho. La revelación me golpeó con tal fuerza que, por un instante, el aire pareció abandonarme. ¿Embarazada? Las letras de aquella palabra parecían retumbar en mi mente, rebotando entre pensamientos que no podía detener. Hice un esfuerzo por mantener la compostura, pero la sonrisa que había sostenido hasta entonces comenzó a quebrarse. Cada segundo que pasaba hacía que aquella máscara cuidadosamente construida se sintiera más frágil, más difícil de sostener.
No era simplemente la noticia, sino lo que representaba en su totalidad. Era el eco de un pasado que aún me perseguía, la sombra de cada duda y temor que la vida había arraigado profundamente en mí. La vida me había enseñado a desconfiar de lo que sentía que era mío, a creer que algo tan puro como el amor de Claude no podía pertenecerme por completo. Ahora, con este anuncio, los espectros de ese pasado parecían materializarse frente a mí. Las veces en que fui dejada de lado, reemplazada, olvidada... todo volvía como una tormenta implacable.
Aunque Claude permanecía a mi lado, sentía como si hubiera una distancia insalvable entre ambos. Mientras Diana se retiraba, mi mente se sumió en un torbellino de pensamientos que me alejaban del presente. Lo miré de reojo, buscando algo en él, algún indicio de lo que podría estar pasando por su mente. Pero aunque intentaba mostrarse tranquilo, había algo en su mirada, en su postura, que me hacía dudar. ¿Qué estaba sintiendo realmente? ¿Cómo estaba procesando todo esto?
Cuando finalmente nos quedamos solos en el jardín, el silencio se hizo tan pesado que se volvió insoportable. Mi pecho parecía comprimirse, como si las palabras quedaran atrapadas, resistiendo mi impulso de hablar. Pero no podía callar más. El peso de mis pensamientos era demasiado. Finalmente, rompí el silencio, y aunque intenté sonar firme, mi voz salió más baja de lo que esperaba, casi temblorosa, cargada de la maraña de emociones que no podía controlar.
— Claude... ¿Por qué no dijiste nada? -Pregunté, manteniendo la mirada fija en el suelo, incapaz de enfrentar sus ojos por temor a lo que pudiera encontrar en ellos-
Él frunció el ceño y se giró hacia mí, sus manos extendiéndose hacia las mías, pero yo retrocedí instintivamente.
— ¿Decir qué, Damaris? Me tomó por sorpresa igual que a ti. -Respondió, su tono suave pero con un tinte de frustración-
Sentí que mi pecho se encogía, y mi voz, antes frágil, se convirtió en un susurro cargado de emoción.
— ¿Y si esto lo cambia todo? ¿Y si... ya no soy suficiente para ti? -Solté, sin poder contener más las dudas que me carcomían-
Claude se acercó de nuevo, esta vez tomando mis manos con delicadeza pero con firmeza, obligándome a mirarlo.
— Damaris, basta. Sabes que solo te amo a ti. -Dijo con un tono firme, sus ojos buscando los míos como si intentara transmitir cada palabra con la fuerza de su mirada-
Aparté la vista, mordiendo mi labio mientras las lágrimas comenzaban a acumularse. Las inseguridades no desaparecían tan fácilmente. La idea de Diana llevando a su hijo, el heredero al trono, era un recordatorio cruel de algo que yo no podía ofrecer.
— Pero ella lleva a tu bebé, Claude. El heredero al trono. ¿Cómo puedo competir con eso? -Susurré, apenas capaz de pronunciar las palabras-
Claude sacudió la cabeza con incredulidad, inclinándose hacia mí.
— No tienes que competir con nadie. Escúchame, Damaris. -Dijo, su voz ahora más firme- Ese bebé es mi responsabilidad, sí, pero eso no cambia lo que siento por ti. No te atrevas a pensar ni por un segundo que Diana significa algo más que el pasado. Tú eres mi presente, mi futuro. Eres mi todo.
Sus palabras llevaban un peso que resonaba profundamente, cada una cargada de una intensidad que era imposible de ignorar. Una parte de mí anhelaba aferrarse a ellas, permitir que calaran en mi corazón y disiparan las sombras que me perseguían. Pero otra parte, la que estaba enraizada en el miedo y las cicatrices de una vida marcada por la desconfianza, no podía dejarlo ir. Ese miedo, cultivado por experiencias pasadas, seguía envolviéndome como una cadena que me ataba a mi propia inseguridad.
Sentí el impulso de apartarme, de crear una barrera entre nosotros, y lo hice sin pensarlo demasiado. Retrocedí lo suficiente para soltar sus manos, cruzando los brazos firmemente sobre mi pecho. El gesto no era solo físico, sino emocional, un intento desesperado por protegerme del torrente de sentimientos que amenazaba con desbordarme. Era como si construir esa barrera me diera un respiro, un momento para sostenerme a mí misma en medio del caos que parecía engullirme por dentro.
— Quiero creer eso, Claude... Pero cuando la veo, cuando recuerdo lo que compartieron, siento que no soy lo suficientemente fuerte para enfrentarlo. -Admití, finalmente permitiendo que una lágrima cayera-
Claude suspiró y dio un paso atrás, llevándose una mano al cabello como si intentara encontrar las palabras adecuadas.
— Damaris, sé que esto no es fácil. Para ninguno de los dos. Pero debes confiar en mí. -Dijo, su tono más calmado pero aún lleno de determinación- Si debo demostrarte todos los días que te amo y que eres todo para mí, lo haré. Pero no dejes que las inseguridades del pasado destruyan lo que tenemos ahora.
Lo miré fijamente, dejando que sus palabras se grabaran en mi mente, cargadas de un fervor que no podía ignorar. Una parte de mí deseaba aferrarse a ese amor, a esa promesa que parecía tan cercana y, al mismo tiempo, tan intangible. Sin embargo, sabía que la reconstrucción de mi confianza no sería un camino sencillo. A pesar de ello, reuní el coraje suficiente para asentir lentamente, como si ese gesto sellara un pacto silencioso entre ambos. Me permití hundirme en su abrazo, sintiendo el calor que emanaba de él, un refugio momentáneo que me ofrecía consuelo. Las dudas seguían ahí, latiendo bajo la superficie, pero por un instante, ese calor pareció amortiguarlas.
Cuando finalmente me separé, lo hice con lentitud, como si cada segundo adicional pudiera prolongar esa sensación de seguridad. Pero con la distancia, el frío de mis recuerdos comenzó a invadir mi mente nuevamente. Miré sus ojos, desesperada por encontrar en ellos algo que pudiera calmar el caos interno que me consumía, pero lo único que encontré fue el reflejo de mi propio tormento.
En ese momento, los recuerdos de mi vida pasada irrumpieron con una fuerza brutal, como un río desbordado que arrastra todo a su paso. Sentí el peso de las noches de soledad, la devastación de perder a mi bebé no nacido, y el dolor indescriptible de ver a Claude volcar todo su amor absoluto en Diana, mientras yo quedaba relegada a un rincón oscuro de su vida. A pesar de que sabía que ahora las cosas eran diferentes, no podía sacudirme la sensación de que ese pasado seguía acechándome, como una sombra implacable que se negaba a desaparecer.
La inseguridad me envolvió, arrastrándome a un abismo de dudas mezcladas con los ecos amargos de lo que temía que pudiera repetirse. Aquella espiral de pensamientos se convirtió en una barrera invisible entre Claude y yo, una pared que ni siquiera sus palabras ni sus gestos podían atravesar. Me encontraba atrapada entre la esperanza de lo que compartíamos ahora y el miedo de ser relegada, una vez más, al vacío del olvido.
Respiré hondo, buscando algo de compostura, y me aparté por completo. Mi voz salió tan fría que ni siquiera parecía mía cuando dije:
— Necesito tiempo para pensar, Claude. Esto... esto es demasiado.
Él me miró, confuso y preocupado, pero no intentó detenerme. Quizás sabía que no podía obligarme a quedarme, que forzarme no haría más que avivar mis dudas.
— Damaris, por favor... No dejes que esto te aleje de mí. Yo solo te amo a ti. -Dijo, su voz tan sincera que por un momento dudé en seguir adelant-
Pero el peso de mis pensamientos era demasiado. Asentí una última vez, sin mirarlo a los ojos, y me giré rápidamente para alejarme.
— Jessy, Annie, vamos. -Ordené con un tono que no admitía discusión-
Mis damas, siempre atentas, permanecían a una distancia prudente mientras el intercambio se desarrollaba, observando cada detalle con una discreción impecable. Sin embargo, en el momento en que empecé a moverme, no dudaron en seguirme de inmediato, con pasos rápidos pero silenciosos. Sus rostros reflejaban una mezcla de indignación y enojo apenas contenido, dejando claro que habían escuchado lo suficiente para entender lo ocurrido.
Podía sentir su preocupación detrás de mí, incluso sin mirarlas. Aunque yo me esforzaba por proyectar una imagen de fortaleza, ellas sabían, con la intuición que solo el tiempo y la cercanía brindan, que las palabras y acciones de Diana habían logrado herirme profundamente. Su lealtad inquebrantable se manifestaba no solo en su presencia, sino también en la furia que ocultaban bajo esa fachada de calma que mantenían por respeto hacia mí.
— Esa mujer no tiene límites. ¿Cómo se atreve a causarle tanto dolor a nuestra señorita? -Murmuró Jessy, con una furia contenida que Annie compartía-
— Es inaceptable. No permitiré que esto quede así. -Respondió Annie, apretando los puños mientras trataba de mantener la calma por respeto a mí-
Al entrar al vestíbulo, las puertas se cerraron tras nosotros con un suave eco que parecía acentuar el silencio en el aire. Fue entonces cuando nuestras miradas se cruzaron con las de Edmun, el chambelán. Su expresión era de desconcierto evidente; sus cejas se fruncieron levemente y sus labios se entreabrieron como si fuera a decir algo, pero se detuvo al ver la determinación en mi semblante. Su habitual compostura parecía tambalearse ante la inesperada urgencia de mi partida.
A pocos pasos de él se encontraba Thaddeus, otro miembro cercano de la corte. Al percibir la tensión en el ambiente, giró rápidamente hacia Edmun y sus ojos reflejaron una preocupación palpable. Sin necesidad de palabras, ambos intercambiaron una mirada significativa, como si intentaran entender la situación o discutir silenciosamente qué debía hacerse al respecto. Era claro que mi repentina salida había dejado a ambos inquietos, pero ninguno se atrevió a cuestionarme directamente, respetando la distancia que yo misma había impuesto con mi comportamiento.
— Señorita Damaris, ¿Todo está bien? -Preguntó Edmun, tratando de ocultar su desconcierto detrás de una máscara de profesionalismo-
— Sí, todo está bien, Edmun. Solo necesito retirarme por un tiempo. -Respondí, mi tono frío y distante dejando en claro que no debía insistir-
Thaddeus dio un paso al frente, su rostro reflejando más preocupación que la de Edmun.
— ¿Es algo que podamos asistirle, mi señora? -Inquirió con cautela, como si temiera importunarme-
— No, gracias. Solo asegúrense de que mi carruaje esté listo. -Contesté con una firmeza que dejó poco espacio para más preguntas-
Mientras caminaba hacia el carruaje, las miradas de mis damas, Jessy y Annie, se sentían como una sombra constante detrás de mí. Sus pasos resonaban con precisión, su cercanía marcada por la preocupación que no necesitaba expresarse en palabras. Desde la distancia, podía percibir también los ojos de Edmun y Thaddeus, cargados de desconcierto y preocupación al seguirme. Ninguno se atrevió a intervenir, y yo no ofrecí explicación alguna. Guardé silencio, dejando que cada paso firme fuera un intento de mantener mi compostura, aunque sentía cómo el peso de mis emociones crecía con cada movimiento.
El corazón me dolía profundamente, una mezcla de heridas abiertas por el pasado y el aplastante peso del presente. Ambos se unían como un eco constante en mi pecho, dificultándome incluso respirar con facilidad. Cuando finalmente llegué al carruaje, subí con rapidez, casi con urgencia, dejando claro que necesitaba alejarme de todo lo que me rodeaba. Jessy y Annie no tardaron en seguirme, cerrando la puerta tras de ellas con una firmeza protectora, como si quisieran sellar el mundo exterior fuera de nuestro pequeño refugio.
Cuando el carruaje comenzó a moverse, la opresión del lugar que acabábamos de dejar comenzó a disiparse lentamente, aunque no del todo. Apoyé mi cabeza contra la ventana y dejé que mis ojos vagaran por el paisaje que se deslizaba frente a mí. Fue entonces cuando, finalmente, las lágrimas que había retenido con tanta determinación comenzaron a rodar por mis mejillas. Lágrimas silenciosas, pero profundas, de aquellas que brotan cuando el alma necesita desahogarse.
Sabía que este no era el final de nada. Las batallas aún estaban por librarse, y los fantasmas del pasado seguían acechándome. Pero, por ahora, todo lo que podía permitirme era distancia. Distancia de Claude, de Diana y, especialmente, de esas sombras que amenazaban con consumirme. El movimiento del carruaje no era solo un escape físico, era un intento desesperado de encontrar claridad en medio del caos que dominaba mi interior.
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❨ En la residencia Williams. ❩
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El carruaje se detuvo lentamente frente a la majestuosa residencia de mi familia, y, al verla, un nudo se formó en mi estómago. El edificio, tan imponente como siempre, parecía mirarme con la misma expectación que temía encontrar en su interior. Bajé rápidamente, intentando no dejar espacio a pensamientos que pudieran detenerme. Mis pies se movían casi por inercia, guiados más por hábito que por voluntad, mientras el peso de mis emociones me acompañaba en cada paso. Detrás de mí, Jessy y Annie me seguían con diligencia, sus pisadas firmes pero silenciosas reflejando la inquietud que también podía notar en sus miradas.
Mantuve la cabeza ligeramente inclinada, enfocándome en el suelo, evitando cualquier cruce de miradas con los sirvientes o con algún miembro de la familia que pudiera encontrarse por los pasillos. No quería que nadie me hiciera preguntas, que nadie intentara consolarme, porque sabía que cualquier palabra, cualquier gesto, solo haría tambalear aún más la frágil fachada que intentaba mantener. Todo lo que deseaba en ese momento era llegar al refugio silencioso de mi habitación.
La casa, familiar en todos los sentidos, me recibía con su habitual atmósfera de elegancia y orden. Cada rincón era un reflejo de mi infancia, de las rutas que conocía como la palma de mi mano. Me moví con rapidez, evitando deliberadamente las áreas donde sabía que mis padres, George y Astrid, podrían estar. No estaba lista para sus preguntas ni para el peso de su preocupación, que seguramente se reflejaría en sus miradas al verme en este estado. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos por evitar encuentros, el destino tuvo otros planes.
Mientras giraba en uno de los pasillos principales, mis ojos se encontraron con los de Cristophe. Mi hermano, siempre atento y lleno de una intuición que no correspondía a su edad, captó de inmediato lo que intentaba esconder. Sin necesidad de palabras, notó los rastros de lágrimas en mi rostro, y su semblante cambió en un instante. La ligereza habitual de su expresión desapareció, reemplazada por una preocupación profunda y sincera, esa que solo él sabía transmitir.
Cristophe no necesitó preguntar para entender que algo estaba mal. Sus ojos, tan cálidos y llenos de empatía, buscaron los míos con delicadeza, como si quisiera decirme que no necesitaba explicar nada, que él ya estaba allí para mí. Y, aunque no dije ni una palabra, su presencia, su simple mirada, hizo que el peso que llevaba en el pecho se sintiera un poco más soportable, aunque solo fuera por un momento.
— Damaris, ¿Qué ocurre? -Me preguntó con suavidad, bloqueando mi camino con una delicadeza que hacía imposible ignorarlo-
— No es nada, Cristophe. Por favor, déjame pasar. -Respondí, haciendo un esfuerzo desesperado por sonar firme, aunque mi voz tembló levemente-
Cristophe, sin embargo, no se dejó engañar. Me tomó de los hombros con gentileza y se inclinó hacia mí, buscando mi mirada.
—
Hermana, has estado llorando. ¿Qué te ha pasado? -Insistió, su tono lleno de esa calidez que siempre logra desarmarme-
Aparté la mirada rápidamente, incapaz de sostener el peso de aquel contacto visual que parecía desentrañar cada uno de mis pensamientos. Sentí un nudo formarse en mi garganta mientras mi pecho subía y bajaba con un ritmo irregular. Respiré hondo, tratando de reunir la fuerza necesaria para mantener el control de las emociones que amenazaban con desbordarse en cualquier momento. Las palabras que podrían haber salido se quedaban atrapadas, bloqueadas por el torbellino de sentimientos que me invadían. No quería hablar. Cada fibra de mi ser sabía que no podía, no en ese momento.
— Son cosas de adultos, Cristophe. No te preocupes. No es algo que debas cargar tú también. -Murmuré finalmente, con un tono que esperaba cerrara la conversación-
Él frunció el ceño, dejando clara su insatisfacción con mi respuesta. Podía ver en su rostro que quería insistir, buscar más respuestas, pero algo lo detuvo. Quizás entendía que no era el momento, o quizás sabía que forzarme solo levantaría una barrera más alta entre los dos. A pesar de todo, no se alejó. Caminó a mi lado en un silencio palpable, sus pasos acompañando los míos con una calma que no hacía más que intensificar mi propia inquietud.
Cuando llegamos a mi habitación, él se detuvo junto a la puerta. No dijo nada ni intentó entrar, pero su postura lo decía todo. Permaneció allí, inmóvil, como un guardián silencioso, un refugio dispuesto a estar presente sin exigir nada a cambio. Era su manera de asegurarse de que yo supiera que, a pesar de mi silencio, no estaba sola.
Dentro, Jessy y Annie comenzaron a asistirme de inmediato, sus movimientos precisos pero cargados de una emoción contenida. Me quitaron la capa con cuidado, sus manos firmes pero gentiles mientras trabajaban en un silencio que solo se veía interrumpido por sus miradas. Una comunicación silenciosa fluía entre ellas, llena de enojo e indignación, emociones que no necesitaban ser pronunciadas para ser comprendidas. Aunque no dijeron una palabra directa, podía sentir la ira en cada uno de sus gestos, una ira que surgía al verme en este estado. Y aunque no buscaban consolarme con palabras, su presencia, su lealtad implícita, era en sí misma un acto de protección que me reconfortaba de una manera sutil pero importante.
— Esto no se queda así. Sea lo que sea que le hayan hecho, alguien tiene que pagar por esto. -Escuché murmurar a Jessy, su tono apenas contenido-
Annie asintió con firmeza, su expresión reflejando una mezcla de acuerdo y preocupación mientras me extendía un vaso de agua. Sus manos eran delicadas pero firmes, como si en aquel pequeño gesto quisiera transmitirme apoyo. Lo tomé sin objeción, incapaz de reunir la voluntad para rechazarlo, aunque apenas podía sostenerlo entre mis dedos. Ambas, Annie y Jessy, parecían estar sincronizadas en una especie de pacto silencioso, donde la compasión y la determinación guiaban cada uno de sus movimientos. Esa dualidad me hacía sentir protegida, incluso si mi mente seguía atrapada en un remolino de recuerdos dolorosos y angustias que no podía ignorar.
Mientras intentaba calmarme, el silencio de la habitación se rompía apenas por el sonido lejano de los pasos y movimientos en el pasillo. Sabía que Cristophe estaba allí. Podía imaginarlo perfectamente: sentado cerca de la puerta, con los codos apoyados sobre sus rodillas y las manos entrelazadas, una postura tan característica de él cuando se quedaba pensando, perdido en sus propias preocupaciones. No decía nada, pero no hacía falta. Su sola presencia era un ancla, un recordatorio silencioso de que, aunque yo me rehusara a compartir mi dolor, él seguía ahí, dispuesto a esperar.
Finalmente, con un suspiro que arrastró todo el peso acumulado en mi pecho, me dejé caer sobre la cama. El colchón parecía recibir el peso de mis emociones, como si compartiera mi carga. Cerré los ojos, sintiendo cómo cada pensamiento opresivo seguía acechándome, pero también encontrando un extraño alivio en saber que no estaba sola. Jessy, Annie y Cristophe estaban cerca, y aunque el caos en mi interior no cesaba, su lealtad y cercanía creaban un refugio pequeño, pero vital, en medio de mi tormenta.
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❨ Después de un rato. ❩
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Después de un rato, mientras el silencio llenaba la habitación, Cristophe entró sin hacer ruido. Lo vi acercarse con la misma expresión de ternura que siempre había mostrado desde que era pequeño, una mezcla de preocupación y cariño. No dijo nada, pero su mirada lo decía todo: estaba inquieto, y no iba a permitirse dejarme sola en este estado.
Sin dudarlo, se quitó los pequeños zapatos y, con la naturalidad de quien ha hecho esto antes, se acomodó a mi lado en la cama. Recordé los días en que era un bebé, cuando lloraba o tenía miedo, y yo lo acogía junto a mí para tranquilizarlo. Incluso cuando comenzó a crecer un poco más, siempre buscaba mi compañía para dormir si algo lo inquietaba. Ahora, aunque era mucho más grande, ese vínculo que habíamos construido aún permanecía.
Cristophe no preguntó nada, ni intentó que hablara. Simplemente se tumbó a mi lado, dejando que su presencia hablara por él. Sentí cómo extendía su brazo ligeramente, sin llegar a tocarme del todo, respetando mi necesidad de espacio, pero haciéndome saber que estaba allí.
— No tienes que contarme nada, Hermana. Solo quiero estar contigo. -Murmuró con voz baja y suave, como si temiera romper la quietud del momento.
No respondí, dejando que el silencio hablara por mí. Mis ojos se encontraron con los de Cristophe por un breve instante, y aunque quise decir algo, las palabras parecían quedarse atrapadas en mi garganta. Finalmente, me giré hacia él, permitiendo que la simple cercanía de su pequeña figura me brindara un consuelo inesperado. Su presencia, cálida y serena, era un bálsamo frente al caos interno que me consumía.
Cerré los ojos, intentando bloquear los recuerdos amargos de aquella tarde que seguían acechando mi mente. Cada pensamiento era un golpe, una tormenta implacable, pero el hecho de tenerlo allí, tan cerca, lograba suavizar la intensidad de mi angustia, aunque fuera solo un poco.
Cristophe permaneció inmóvil a mi lado durante toda la noche. Su respiración, constante y tranquila, llenaba la habitación con un ritmo apacible, proyectando esa calma única que solo los niños pueden transmitir. Mientras mi mente seguía atrapada en su propio torbellino, su gesto, tan simple pero a la vez tan profundo, me recordó que, a pesar de todo, no estaba completamente sola. En medio de la tormenta que me envolvía, su presencia fue el ancla que me permitió encontrar un momento, por breve que fuera, de paz.
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— - 🌷 - To be continue. . . ୭
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