Capítulo 3
He recuperado algo de fuerza, la suficiente para arrastrarme hasta un pequeño lago y poder limpiarme. Observo el rastro de sangre que he ido dejando por el suelo, cualquier animal podría encontrarme fácilmente. Ni siquiera soy consciente de cómo he podido llegar hasta aquí, cuando creía que iba a morir desangrada.
Me tomo un tiempo para descansar y recuperar el aire. La luna es preciosa, puedo verla en todo su esplendor y eso produce una sensación de paz en mi interior. Las estrellas hacen que me olvide de mi alrededor y quede hipnotizada.
El tiempo pasa sin darme cuenta, no me preocupa la situación, simplemente disfruto de la vista y de los suaves sonidos que me relajan. Las nubes empiezan a tapar las estrellas, haciendo que poco a poco vuelva a la realidad.
Giro el cuerpo sintiendo cada músculo protestar por el dolor. Extiendo el brazo en el que no tengo la mordida, ahueco la mano para coger el agua y me limpio la cara. Abro los ojos encontrando mi reflejo, apenas se distingue por la falta de luz, pero consigo distinguir una silueta que debe ser mi cabeza. No veo mis rasgos, pues la silueta es negra completamente.
Hago el amago de limpiar mis heridas, pero me detengo al observar mi cuerpo. Es imposible limpiar todas, mucho menos con un solo brazo. Mi vestido está rasgado y lleno de sangre. Siento la necesidad de arrancarme el vestido y entrar en el lago para quitarme toda la sangre, aunque seguramente sea contraproducente. Aunque lo haga, la sangre seguirá saliendo porque no puedo curar mis heridas.
Con un gruñido, me incorporo un poco para agarrar la falda y arrancar un cacho de tela. Todos mis músculos gritan y jadeo cuando vuelvo a tumbarme sobre mi espalda. Cualquier movimiento, por más pequeño que sea, es como si toda mi carne se abriera. Envuelvo la tela alrededor de la mordida del brazo, aunque dudo que sirva de algo. Intento hacer lo mismo con la del gemelo, pero no puedo sentarme para llegar.
Un trueno suena y la lluvia cae estrepitosamente, con una fuerza que me toma por sorpresa. En el fondo lo agradezco, al menos no hará falta que entre en el lago. Disfruto de la sensación de las gotas golpear contra mi cara y cuerpo, pues no puedo hacer otra cosa. Unos rayos aparecen en el cielo, junto a los truenos. La tormenta se ha desatado de un momento a otro, hace nada el cielo estaba despejado.
Cierro los ojos pensando en la voz de mis recuerdos. Extrañamente, ante el ruido de la tormenta me siento segura, mis músculos se relajan y el sueño no tarda en aparecer. Pero esta vez, no siento esa necesidad de cerrar los párpados para no abrirlos de nuevo, solamente para descansar.
―¿No te dan miedo las tormentas? ―Abro los ojos ante esa voz masculina. Una silueta borrosa de un hombre aparece, no consigo distinguir ninguno de sus rasgos, son manchas de colores.
―No ―escucho mi voz como si hubiera respondido, pero no he movido los labios.
―¿Y qué te da miedo? ―se acerca hasta que puedo distinguir su pelo rubio, aunque su rostro sigue siendo una incógnita.
―¿Por qué lo dices?
―Te encontré llorando y temblando.
―Solo les tengo miedo a ellos ―un escalofrío recorre mi cuerpo ante mis propias palabras.
―Estarás segura con nosotros, no debes tener miedo de nuevo ―su voz que siempre suena fuerte, por un momento, se vuelve suave.
Mi voz y la suya poco a poco se alejan, igual que su silueta que empieza a desaparecer. Lucho para no perderlo, para poder seguir escuchando, necesito saber más. Pero mis ojos se abren viendo el cielo y las nubes, la luz hace que vuelva a cerrarlos inmediatamente. Cierro los puños frustrada, he perdido la posibilidad de poder seguir escuchando esa conversación. Era un sueño, seguramente alguna parte de mis recuerdos.
Parpadeo hasta que mis ojos se acostumbran a la luz. Desconozco cuanto tiempo estuve durmiendo, pero parece que nadie ni nada me ha encontrado. Lo que me extraña, porque para cualquier animal habría sido fácil seguir mi rastro. Además, soy una presa perfecta para cualquiera, herida y sin fuerzas para defenderme ni correr.
Pienso si debería moverme o quedarme aquí, pero la pregunta es a dónde iré, por lo que decido mantenerme junto al pequeño lago. No tengo nada mejor que hacer, si nada me ha encontrado aquí puede significar que es un buen lugar. Aunque creo que es cuestión de tiempo para que aparezcan los lobos, me sorprende que no me hayan comido mientras dormía.
Observo el paisaje sumida en mis pensamientos mientras el tiempo pasa, cada vez con menos esperanzas. Una risa sarcástica se escapa de mis labios. Soy una ingenua por tener la esperanza de que alguien venga a buscarme. Aquella voz masculina, sea quien sea, no vendrá porque simplemente es eso, un recuerdo. Ivar y sus hermanos no vendrán, porque soy una extraña que ven como una esclava. Ni siquiera Aslaug vendrá, siendo realistas. Seguramente Ivar mandará buscarme por los alrededores y, al no encontrarme, se olvidarán de mí. Lo que significa que mi cuerpo servirá de alimento para los animales.
Espero que el niño haya podido salvarse y que su madre no haya tenido la misma mala suerte que yo, así algún día pueda reencontrarse con ella. Aunque, si lo miramos desde un punto lógico, lo más probable es que haya muerto. Sacudo la cabeza borrando ese pensamiento. Debo confiar en que estará bien, en que encontrará a su madre y que todos sus problemas se solucionarán. Al menos eso llega a relajarme, no moriré por una estupidez.
***
Está anocheciendo y mis tripas rugen pidiendo comida, pero no puedo levantarme e intentar cazar algo. Bebo agua del lago, aunque el sabor no es de mi agrado, pero no tengo nada más.
La noche cae haciendo que desaparezcan los últimos rayos de luz. No entiendo por qué todavía no ha venido ningún lobo, aunque no creo que tarden mucho más. He visto algún ciervo acercarse para beber, pero me ignoraban como si no existiera. Creo que me veían tan débil que no me consideraban una amenaza.
Aprovecho para contemplar la luna y las estrellas, hasta que un ruido llama mi atención. Examino alrededor buscando su procedencia. De repente, el niño aparece entre unos arbustos haciendo que mi corazón se detenga. Me incorporo inmediatamente soltando un gruñido por el dolor. No puedo creer que se esté acercando a mí, no debería estar aquí.
―Vete ―ordeno en un susurro débil. Se detiene frente a mis pies y me observa con preocupación.
―Vámonos ―pide extendiendo su pequeña mano hacía mí. Niego.
―Vete de aquí, por favor. No puedo moverme, sálvate tú.
―No me iré sin ti, has sido la única que me ha ayudado ―pronuncia con sus ojos humedeciéndose. Arruga los labios conteniendo un puchero.
―De verdad, vuelve y alguien más te ayudará.
―¡No! ―rompe en llanto. Se lanza contra mí y rodea mi cuello con sus brazos. Me toma por sorpresa y no soy capaz de reaccionar.
Exactamente por el mismo lugar en el que apareció, se dejan ver dos hombres con hachas y arcos. Sus miradas se clavan en mí, el niño sigue llorando sobre mí ajeno a todo.
―Has conseguido encontrarla ―dice uno de ellos mientras se acercan. El pequeño se separa y los mira, asiente aún con lágrimas en sus mejillas.
Los hombres se agachan y me levantan sin cuidado, poniéndome sobre el hombro de uno de ellos. Mi cuerpo tiembla resentido por el dolor, aprieto los dientes para no gritar.
Comienzan a caminar sin prestarme atención. El niño corre detrás nuestro para no perderse. Aún sigo confundida, no sé quiénes son ellos y por qué han venido a por mí.
―¿Por qué habéis venido?
―La reina nos ha mandado ―responde el que me carga. Frunzo el ceño pensando en sus palabras.
El resto del camino pasa en silencio. He intentado conseguir más respuestas, pero me han mandado callar. No entiendo por qué Aslaug se preocuparía por mí. Soy totalmente extraña para ella y no tengo nada que proporcionarle.
Un aullido retumba entre los árboles poniéndome la piel de gallina.
―Están cerca, tenemos que darnos prisa.
―Es su sangre lo que los atrae, sabrán donde estamos y vendrán.
―¿Qué propones?
―Deberíamos dejarla aquí y que se la coman.
―¿Has olvidado que si no la traemos de vuelta nos mataran?
―Entonces, dejemos al niño de cebo y nosotros nos vamos.
Escucho su discusión hasta que hacen mención del niño, quien se detiene al escuchar las palabras de los dos hombres. La rabia e impotencia sustituyen el miedo que había aparecido.
―El niño se viene con nosotros ―levanto la voz para dejarlo claro―, sin él no iré.
―No eres nadie para decidir, te llevaremos a la fuerza.
Me sacudo sintiendo como las heridas se abren más y empiezan a sangrar de nuevo. El hombre que me sostiene intenta mantenerme quieta para no perder el equilibrio, pero no me rindo a pesar del dolor. Grito cuando el otro intenta paralizarme.
―Cállate ―ordena con miedo de que los lobos nos hayan escuchado.
Sigo pataleando y retorciéndome. Suelto otro grito cuando rodea mis piernas con su brazo, exactamente a la altura de la mordida.
―Haz que se calle, vamos a morir todos ―pide desesperado el que me sujeta. Lo único que les preocupa es su vida, pero no les importa vender un niño a los lobos.
Entonces, siento un fuerte golpe en la parte trasera de mi cabeza. Inmediatamente mi vista se vuelve borrosa, un dolor punzante no me deja pensar con claridad.
Todo se vuelve oscuro.
Parpadeo abriendo los ojos, llevo la mano a mi nuca ante el dolor punzante que ahí se encuentra. Me incorporo ligeramente con el otro brazo, pero caigo al suelo por falta de fuerza, volviendo a estar tumbada de lado. Observo confundida alrededor, recordando lo que ha pasado.
El cuerpo de uno de los hombres permanece en el suelo, justo a mi lado. Me arrastro hasta llegar a su rostro, tiene los ojos abiertos, pero no se mueve ni parece que respire. Examino su cuerpo buscando alguna herida, pero no veo nada a simple vista. Agarro el hacha quitándola de su cinturón.
Busco al niño, pero no le encuentro. Tampoco veo rastros de sangre ni nada parecido.
Hago una mueca cerrando los ojos con fuerza. El dolor de cabeza es insoportable.
Giro sobre mi cuerpo y unos colmillos me saludan. Me quedo paralizada ante la visión de tres lobos, aunque no estoy segura de que sean los mimos que la otra vez. Dos lobos más se acercan por detrás, ambos con el hocico lleno de sangre. La realidad cae sobre mis hombros como un cubo de agua fría. ¿Dónde está el niño?
Aprieto el mango del hacha entre mis dedos, preparada para cuando se lancen contra mí. No voy a poder con todos, pero al menos intentaré defenderme.
Se acercan a paso lento, poniendo mis nervios a mil. Gruñen enseñando sus dientes de forma amenazante. Se desvían rodeándome, sin despegar sus miradas de mí. La palma de mi mano que sujeta el hacha empieza a sudar por los nervios, como salten todos a la vez no podré hacer nada.
Dejándome totalmente confundida, siguen su camino después de gruñirme un poco más. Me dejan sola cuando desaparecen entre los árboles.
¿Por qué no me han atacado? No puedo dejar de preguntármelo, pensé que vendrían para tomar venganza, es lo más normal. Además, soy una presa fácil, no tiene sentido que me dejen aquí. Quizás solo han ido a por el otro hombre y después vuelven a por mí. Igualmente, no pienso desaprovechar la oportunidad.
Me arrastro entre la vegetación, recibiendo más rasguños de los que ya tengo.
Después de un rato, me encuentro de frente con el cuerpo del otro hombre, casi despedazado y cubierto de mordiscos. Desvío la mirada ante la impresión, sintiendo náuseas y ganas de llorar repentinas. Haciendo mi mayor esfuerzo para ignorarlo y borrar esa imagen de mi mente, sigo arrastrándome sin rumbo fijo hasta que me quedo sin fuerzas.
***
Abro los ojos encontrándome entre cuatro paredes que reconozco inmediatamente. Me incorporo sintiéndome mareada. ¿Ha sido un sueño? No, no puede ser. Se sentía demasiado real para ser un sueño, pero no entiendo cómo he llegado aquí.
―Al fin despiertas ―dice Aslaug, no me había dado cuenta de que estaba a mi lado. Frunzo las cejas y cierro los ojos sintiendo un pinchazo en mi nuca.
La reina moja un pañuelo en agua y lo coloca sobre mi frente, haciendo que abra los ojos para observarla confundida.
―Estabas ardiendo ―explica con un tono amable―. Es impresionante que te hayas recuperado tan rápido.
―¿Qué? ―escapa de mis labios. Bajo la mirada para examinar mi cuerpo, tengo un vestido nuevo mucho más sencillo que el anterior. No puedo ver las heridas, pero no siento ningún dolor o malestar.
―Has perdido mucha sangre, pero cuando te encontramos tus heridas estaban cicatrizando ―levanta la falda mostrando la mordida de mi pierna―. Nadie se cura tan rápido como tú, ¿quién eres?
―No recuerdo...
―Lo sé ―interrumpe―, espero que no estés mintiendo. Creo que no eres una simple esclava.
Arrugo el rostro al escuchar esa palabra, no me gusta.
―Entonces, ¿qué soy?
―Puede que hayas sido bendecida por los dioses ―levanta la mirada encontrándose con mis ojos―, estoy segura de que eres alguien especial, Lena.
―¿Qué dioses? ―pregunto inclinando la cabeza ligeramente. Abre los ojos y su débil sonrisa se borra.
―¿No conoces a los dioses?
Niego. Quita el pañuelo de mi frente y lo deja en su regazo. Veo la sorpresa que mi confesión le produce, no se lo esperaba.
―Puede que sea por mi pérdida de memoria ―intento relajar el ambiente. Parpadea y vuelve a mostrarme una débil sonrisa.
―Sí ―asiente bajando la mirada al pañuelo―. ¿Qué pasó, Lena?
―No sé a qué te refieres.
―¿Cómo acabaste en el bosque? ―me mira de reojo antes de volver a mojar el pañuelo.
―Un niño me pidió ayuda para encontrar a su madre ―respondo recordando al indefenso pequeño―, ¿sabes dónde está?
―Si te refieres al niño, vino suplicando ayuda para que fuéramos a buscarte. Pensábamos que te habías escapado, pero él nos contó que le estabas ayudando y aparecieron unos lobos ―hace una pausa colocando de nuevo el pañuelo en mi frente, lo mantengo ahí con mi mano―. El hombre que te vigila afirmó lo que decía el niño, al parecer a él también le persiguieron unos lobos mientras te vigilaba y no pudo avisarte antes de que fueran a por vosotros.
―¿No le ha pasado nada?
―Pudo escapar.
―¿Y el niño?
Une los labios en una fina línea, manteniéndose en silencio por unos segundos. Tengo un mal presentimiento ante su expresión.
Por favor, que no sea verdad.
―No sabemos nada de él, no le encontramos ni ha vuelto ―arruga las cejas. Niego con la cabeza sin querer escuchar sus palabras―. Seguramente este m...
―No ―sentencio antes de que pueda decirlo―, iré a buscarle y encontraremos a su madre.
Su rostro se suaviza con compasión, extiende el brazo para colocar la mano en mi mejilla. Estoy tentada a separarme de su tacto.
―Lena, estoy segura de que eres una gran persona. No todos ayudarían a un niño desconocido, pero a veces no podemos hacer nada por mucho que queramos.
Niego con la cabeza repetidas veces. Me sacrifiqué para protegerlo, quien debería estar aquí sano y salvo es él.
―Tenemos que buscarlo, por favor ―suplico bajando la mirada.
―Estás débil todavía, te has recuperado muy rápido, pero no creo que sea buena idea.
Abro la boca para protestar, pero pone la mano libre en mi otra mejilla, obligándome a que la mire fijamente.
―Te contaré un secreto, Lena ―susurra captando toda mi atención―. A veces tengo visiones y cuando te adentraste al bosque, esa misma noche tuve un sueño. No entendí bien lo que significaba, pero había caos por todos lados, criaturas extrañas que no conseguía distinguir se movían de un lado a otro. Y tú, apareciste caminando sin miedo, las criaturas se apartaban a tu paso.
―¿Qué quiere significar eso? ―pregunto confundida por sus palabras. Un sueño es un sueño, no tiene por qué ser una visión.
―No sé si es una visión como tal del futuro, pero de lo que estoy segura es que significa que eres alguien importante y especial. Lo que ha pasado estos días ha confirmado mis pensamientos.
―Pero no tiene sentido, ni siquiera recuerdo nada de mi vida. Si fuera importante, no habría acabado así.
―Lo averiguaremos ―quita las manos dejando mi rostro libre―. Estoy segura de que eres especial, basta con mirar tus ojos.
Frunzo el ceño recordando lo que me dijo Ivar, al parecer el color de mis ojos es raro. Observo su rostro amable y veo algo más detrás de sus pupilas, algo que todavía no me ha dicho. Entonces, recuerdo que la gente no es tan bondadosa y buena como debería serlo.
―¿Qué quieres a cambio?
―Nada ―responde levantándose, acomoda su vestido con elegancia―. Aunque te agradecería que cuando confirmemos que estas bendecida por los dioses, cuides de mis hijos.
Lo sabía, era imposible que me ofreciera tanta ayuda de forma desinteresada. Levanto una de mis comisuras en una sonrisa irónica. Su rostro se mantiene relajado, como si no me hubiera confesado sus verdaderos intereses.
―Lo haré, si es que lo soy.
Cosa que nunca sucederá, porque no estoy bendecida por los dioses de los que ella habla. Puede que no lo recuerde, pero es una estupidez pensar en esa posibilidad. Además, que ni siquiera conozco a sus dioses y sus creencias.
―Le diré a Ivar que despertaste ―dice antes de salir, dejándome sola.
Observo la mordida en el gemelo, aun sigue abierta, pero es cierto que está cicatrizando y no sangra. Subo el vestido revisando el resto de mi cuerpo, los rasguños han desaparecido y las heridas apenas se notan. La mordida de mi brazo se encuentra igual que la del gemelo, lo bueno es que puedo moverme sin sentir dolor. Debería vendérmelas igualmente, aunque no encuentro nada por aquí cerca. Se lo pediré a la reina cuando vuelva.
Pasan unos minutos, casi una hora, hasta que Ivar aparece por la puerta. Por instinto me mantengo cautelosa ante su posible reacción. Entra sin mirarme, simplemente se arrastra hasta sentarse en una silla a cierta distancia de la cama. Una vez sentado, levanta la mirada fijándola en mis ojos.
Silencio.
Nadie pronuncia palabra alguna. Su rostro se mantiene inexpresivo, lo que hace que el nerviosismo en mi interior aparezca. ¿Estará pensando en matarme o torturarme de alguna forma? Estoy segura de que piensa que me intenté escapar, aunque sepa lo del niño. A pesar de mis propios pensamientos, no desvío la mirada de sus ojos.
Los lobos han estado a punto de comerme viva, no puede ser peor que eso.
Seguimos igual por lo que parece una eternidad, hasta que se cruza de brazos y baja la mirada a mi cuerpo.
―Podrías estar muerta ―comenta de forma desinteresada. Siento como se forma una sonrisa irónica en mis labios, pero consigo disimularla.
Creía que lo estaba, pienso sin decir nada. En su lugar, me encojo de hombros restándole importancia.
Ante mi silencio, continúa hablando:
―¿Cómo sigues viva? ―pregunta sin mostrar ninguna emoción.
Suspiro y cierro los ojos por un segundo.
―Suerte, supongo ―respondo abriendo los párpados y devolviéndole la mirada.
Aprieta los labios en una fina línea mientras tensa la mandíbula. Me examina de nuevo, recorriendo mi cuerpo con sus ojos. Permanezco quieta en mi lugar.
―Los hombres que fueron a buscarte estaban muertos ―comenta cruzándose de brazos.
Asiento dándole la razón. Los he visto antes de perder el conocimiento.
―¿Sabes algo del niño? ―pregunto, todavía tengo esperanzas de que esté bien.
―No ―hace una pausa―. ¿Cómo es que ellos murieron y tú no?
―¿A dónde quieres llegar? ―frunzo el ceño confusa por su insistencia.
―Primero ―inclina la cabeza hacía un lado ligeramente―, apareces en el gran salón sin explicación y moribunda. Segundo, desapareces por varios días con lobos persiguiéndote y sobrevives. Además, mueren los hombres que iban armados y tú vives por suerte.
Le sostengo la mirada mientras escucho sus palabras. Sé que está insinuando algo, pero quiero escuchar de su boca exactamente lo que piensa.
―¿Y qué pasa? ―me acomodo fingiendo desinterés―. Todo el mundo puede tener suerte.
―Es demasiada casualidad.
Se baja de la silla y se arrastra hasta la cama, subiéndose con ayuda de sus brazos. No me muevo para hacerle más espacio, por lo que nuestros cuerpos quedan cerca cuando se sienta.
―Mi madre cree que tienes algo especial ―examina mi rostro y agarra mi mentón entre sus dedos cuando intento girar el rostro―, pero a mí no me engañas. Averiguaré todo de ti y tus planes, ya sea por las buenas o por las malas.
―Cuando lo hagas, avísame y cuéntame todo ―muevo la cabeza librándome de su agarre―. También quiero saberlo.
No desvío la mirada. Ni siquiera sé de donde ha salido la repentina valentía para enfrentarlo. Aunque no voy a mentir, el nerviosismo inunda todo mi sistema, manteniéndome alerta a cualquiera de sus movimientos.
Tiene unos ojos azules preciosos, cualquiera podría perderse en ellos. Es una lástima que sean suyos.
No esperaba un buen recibimiento por su parte, pero al menos un poco de empatía y educación. Directamente parece no importarle mi estado.
―¿Quién era ese niño?
―No lo sé, me pidió ayuda y fin ―contesto de malas formas, pues me siento ligeramente ofendida ante su actitud.
―¿Y ayudas a cualquiera? ―frunce el ceño sin creerme.
Suelto una carcajada irónica, tomándole por sorpresa.
―Se llama ser buena persona y tener empatía.
De lo que tú careces, pienso.
Ignora mi comentario y sigue haciéndome preguntas relacionadas con mi desaparición, hasta que se cansa de mis cortas contestaciones y se arrastra hasta la salida, no sin antes detenerse para mirarme.
―Recuerda que sigues siendo mi esclava ―dice y no espera una respuesta. Sigue arrastrándose hasta salir por la puerta.
Suspiro relajándome, pues mi cuerpo había permanecido tenso ante su presencia.
***
¡He vuelto! Perdón por desaparecer :(
Muchas gracias por el apoyo que le estáis dando a la historia, aunque seamos pocas personas para mí significa mucho.
Estaré escribiendo mucho más seguido, eso quiere decir que se vienen más capítulos. No quiero volver a desaparecer y dejar la historia parada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro