02. jealousy
CHAPTER TWO — RUN
jealousy
' but you belong to me '
El grupo se encontraba en el bar, las luces parpadeantes y la música de fondo creando un ambiente inquietante, como si algo malo pudiera pasar en cualquier momento. Las conversaciones eran animadas, pero la tensión flotaba en el aire.
—¿Cómo es ella? ¿La hermana? —preguntó Liv, con curiosidad sincera, mientras jugaba con la pajilla de su bebida.
Chad soltó una risa ligera antes de responder:
—¿Sam? Sam es genial. Siempre ha sido muy cool —dijo, como si fuera un hecho indiscutible, esbozando una sonrisa nostálgica.
—Solo dices eso porque te dejó usar pijamas de Pokémon todo un año sin juzgarte —se burló su hermana, levantando una ceja.
—Bueno, sí, eso es verdad. Pero igual sigue siendo cool —concedió Chad, encogiéndose de hombros.
Amber, que había estado escuchando en silencio, no pudo evitar intervenir. Había algo en la manera despreocupada en la que hablaban de Sam que le irritaba profundamente.
—Créanme, Sam no es cool —espetó, con un tono que cortaba como un cuchillo. Sus palabras llenas de resentimiento hicieron que el grupo volviera la cabeza hacia ella—. Su papá dejó a su mamá cuando Tara tenía ocho y Sam trece. Sam se rebeló, empezó a meterse en problemas, tuvo líos con la policía... Y cuando cumplió dieciocho, se largó. Quizás haya cambiado, pero no voy a arriesgarme a que vuelva a lastimar a Tara.
La declaración de Amber dejó al grupo en silencio por un momento, hasta que Wes decidió romperlo:
—¿Ahora proteges a Tara de su propia hermana? —preguntó, incrédulo.
—Alguien tiene que hacerlo —respondió Amber con frialdad, sin dudar ni un segundo.
—¿Y ningún chico es suficiente para ella, eh? —soltó Wes con un tono burlón—. ¿Y ahora también su familia?
Mindy, que había estado observando la dinámica con un interés casi perverso, decidió intervenir:
—Uh, motivo —dijo, alzando una ceja—. "Si no puedo tenerla, nadie lo hará". Todos sabemos que te gusta Tara.
El comentario hizo que Neil, que había permanecido callado hasta entonces, apretara el puño con fuerza. Mindy estaba cerca de la verdad, pero no del todo, estaba acusando al chico equivocado. Aún así, la insinuación lo irritó, y su mandíbula se tensó.
—Déjalo, Mindy —murmuró, tratando de sonar despreocupado, pero sin lograr ocultar del todo su incomodidad.
—Solo digo que todos somos sospechosos —continuó Mindy, ignorando su intento de desviar la conversación—. Excepto Liv.
Liv, que había estado escuchando en silencio, levantó la cabeza sorprendida:
—Gracias —respondió con una sonrisa tímida, agradecida por quedar fuera del fuego cruzado.
—Eres demasiado aburrida para eso —soltó Mindy, riéndose, mientras Liv bajaba la mirada, avergonzada.
De repente, Vince apareció junto a la mesa, su presencia inesperada hizo que todos levantaran la cabeza. Había algo oscuro y desafiante en su mirada.
—Liv, ¿quieres un trago de verdad? —dijo, con una sonrisa torcida—. ¿O prefieres seguir jugando en la mesa de los niños?
Chad se giró, claramente irritado, y sin pensarlo dos veces replicó:
—Escucha, Michael Myers deforme, fue solo una aventura de verano. Ya pasó, supéralo.
Vince frunció el ceño, ignorando deliberadamente a Chad mientras clavaba sus ojos en Liv, como si estuviera disfrutando de la incomodidad que provocaba.
—¿Te hablé a ti? —dijo, con una voz baja y amenazante.
Neil, que había estado acumulando tensión durante toda la conversación, no pudo contenerse más. Se levantó de su asiento y se puso frente a Vince, empujándolo sin vacilar.
—No nos importa a quién le hablas, aléjate de ella, imbécil. Tiene novio —dijo, con un tono cargado de desafío. Chad sonrió al ver la actitud de Neil, palmeándole la espalda en señal de apoyo.
La sonrisa de Vince desapareció, y con un movimiento lento y deliberado, sacó una navaja del bolsillo. Chad se tensó al ver el brillo de la hoja, y el ambiente se volvió aún más denso, casi asfixiante.
—¿De verdad? ¿Eres tan cobarde que necesitas de una navaja para hacerte el fuerte? —se burló Neil, dando un paso hacia adelante, sin dejarse intimidar—. Vamos, apuñálame, si tienes las agallas.
La confrontación estaba a punto de escalar cuando la voz autoritaria de la señora del bar retumbó por encima del ruido.
—¡Lárgate o llamo a la policía! —advirtió, su tono era firme y no dejaba lugar a dudas—. Y ustedes, niños, también. Fuera de aquí.
Vince miró a su alrededor, viendo que todos en el bar los observaban. Finalmente, guardó la navaja y soltó una risa amarga antes de alejarse, lanzando una última mirada de desprecio hacia Neil y Chad.
Amber, que había estado observando desde una esquina, se acercó a Neil, rodeándolo con sus brazos y apoyando su cabeza en su hombro, casi como si tratara de calmarlo. Pero sus palabras fueron suaves y peligrosas al mismo tiempo:
—¿Puede ser el siguiente? —susurró, sus labios rozando el oído de Neil. Sabía exactamente a qué se refería, y aunque había una sombra de duda en sus ojos, asintió.
—Es todo tuyo, cariño. Pero yo quiero que el siguiente sea Hicks —respondió, su tono era bajo, como una promesa oscura.
La tensión entre ellos era palpable, y por un momento, parecía que algo más se escondía detrás de las palabras de Neil. Algo más que simple venganza, algo que tenía que ver con Tara.
Amber y Neil estaban nuevamente en el hospital, caminando con paso apresurado hacia la habitación donde Sam se encontraba. Los rumores de un nuevo ataque de Ghostface habían recorrido la ciudad como pólvora. Dentro, la atmósfera era tensa. La sheriff Hicks repasaba la información una y otra vez, tratando de mantener la compostura mientras hablaba.
—Hay un cadáver afuera de un bar, y a ti te atacaron aquí —afirmó con voz firme, aunque en sus ojos había un atisbo de preocupación—. ¿Dices que te llamaron desde el número de Amber?
—¿Y? —respondió la chica, alzando la barbilla con un desafío en sus ojos—. Ya sabemos que clonaron mi número antes del ataque a Tara.
—Oh, claro... solo estoy especulando, pero tú eres la asesina, ¿no? —intervino Richie, con una sonrisa ladeada que no lograba ocultar la tensión en sus palabras.
Amber lo miró con incredulidad y furia contenida, pero antes de que pudiera responder, la sheriff se volvió hacia él, sus ojos ahora clavados en el chico.
—¿Dónde estabas cuando sucedió el ataque? —le preguntó, su tono era neutro, pero había algo en su postura que lo hizo ponerse rígido.
—Yo... estaba viendo Netflix —contestó Richie, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos. La excusa sonó débil, y todos en la habitación lo sintieron.
Amber soltó una risa sarcástica, moviendo la cabeza lentamente como si no pudiera creer lo que escuchaba.
—Sí, una coartada brillante —dijo, cargando cada palabra con ironía—. Nadie en su sano juicio dudaría de eso, ¿verdad?
Richie frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, Neil le dio una mirada de advertencia. Había estado observando en silencio, pero sus ojos ahora estaban fijos en Richie, con una mirada fría y calculadora.
—¿Y tú? —replicó Richie, tratando de desviar la atención—. ¿Dónde estabas cuando atacaron a Sam?
La sheriff se adelantó antes de que Neil pudiera hablar, su paciencia al límite.
—Amber estaba conmigo en la estación, junto con sus amigos y Neil. Llegaron apenas supieron lo que había pasado —la voz de la sheriff era cortante, pero no dejaba lugar a dudas.
Neil asintió, manteniendo la vista en Richie. Había un desafío en su expresión, como si quisiera que intentara rebatirlo.
—Así que, sí, estábamos ocupados tratando de asegurarnos de que todos estuvieran bien. Pero tu coartada de Netflix es impresionante, Richie. De verdad —el sarcasmo en su tono era inconfundible, y Richie apretó la mandíbula, conteniendo su frustración.
—¡Basta! —exclamó la sheriff Hicks, levantando una mano para silenciar la discusión que amenazaba con descontrolarse—. Ahora no es momento de peleas.
Se giró hacia Sam, intentando suavizar su tono.
—Voy a reforzar la seguridad en tu habitación. Puedo llevarte a un piso privado. El oficial Vinson es alguien en quien confío; estarás segura con él.
—¿Segura? —Sam rió, pero el sonido fue seco y amargo—. Como lo he estado hasta ahora, ¿no?
La sheriff suspiró y le dedicó una sonrisa forzada, llena de paciencia forzada.
—Samantha, vamos afuera un momento, por favor. Necesitamos hablar.
Sam lanzó una última mirada hacia Tara, con los labios apretados antes de salir de la habitación junto a Hicks. En el silencio que siguió, Neil se acercó a la cama de Tara, tomando suavemente su mano entre las suyas. Tara levantó la vista, sorprendida por la calidez de su gesto, y sus ojos se encontraron. Había algo indescriptible en la forma en que la miraba, una mezcla de preocupación y alivio que hizo que sus mejillas se sonrojaran.
—¿Estás bien? —preguntó Neil, su voz baja, como si solo quisiera que ella lo escuchara. Sus dedos acariciaron el dorso de la mano de Tara, un gesto delicado que parecía más íntimo de lo que la situación permitía.
—Lo estaré —murmuró ella, y a pesar de la tensión, esbozó una pequeña sonrisa—. Gracias por estar aquí.
Amber, que había estado observando todo desde un rincón de la habitación, frunció el ceño al notar la cercanía entre Neil y Tara. Había algo en esa mirada que no le gustó, pero no dijo nada. En cambio, se giró hacia Richie, que seguía con los brazos cruzados y la expresión cerrada.
—Vamos, "señor Netflix" —le dijo, tomando su mano y llevándolo hacia la puerta con un toque de brusquedad—. Será mejor que no estemos aquí cuando Sam regrese.
Cuando salieron de la habitación, las puertas se cerraron con un clic suave, dejando a Neil y Tara solos por unos instantes más. Neil sostuvo su mirada por un momento, como si quisiera decirle algo más, pero las palabras parecían quedarse atascadas en su garganta. Finalmente, se limitó a apretar su mano un poco más antes de soltarla.
—Cualquier cosa, estaré aquí —dijo, su voz cargada de una promesa silenciosa. Tara lo observó, y aunque su sonrisa permanecía, había una pregunta en sus ojos, algo que ella misma aún no lograba entender.
Pocos minutos después, Sam regresó a la habitación, su expresión revelando el agotamiento de la conversación con Hicks. Cerró la puerta tras ella y se dejó caer en una silla junto a la cama de Tara, dejando escapar un suspiro pesado.
—Ella sigue siendo un encanto... —dijo Sam, con un tono cargado de sarcasmo, sus ojos oscurecidos por la frustración.
—¿Estás bien? —preguntó Tara, su voz suave pero llena de preocupación.
Sam le dedicó una sonrisa cansada antes de responder.
—Voy a estarlo. Pero necesito que te vayas por un rato, Neil. Hay cosas que tengo que hablar con Tara... a solas.
Las palabras de Sam hicieron que el corazón de Tara se acelerara un poco, pero no dejó que su nerviosismo se mostrara. Solo asintió, y cuando Amber y Richie volvieron a entrar para despedirse, Tara notó cómo los ojos de Amber se movían rápidamente entre ella y Neil. El chico les indicó que tenían que irse nuevamente.
—Vamos, Richie —dijo Amber, esta vez con menos dureza, aunque seguía habiendo una nota de desdén en su tono—. Mejor dejemos que las chicas hablen.
Richie asintió, pero antes de salir, lanzó una última mirada a Neil, como si quisiera asegurarse de que el chico no estuviera tramando nada. Neil se limitó a sonreír, y esa sonrisa solo logró inquietar más a Richie.
Las puertas se cerraron una vez más, dejando a Sam y Tara en un silencio que parecía más pesado de lo normal. Sam respiró hondo, preparándose para lo que tuviera que decir, mientras Tara la miraba, sus pensamientos aún vagando por la extraña calidez en la mano de Neil y la promesa silenciosa que se había quedado en el aire. Una lástima que aquella promesa solo quedó en el aire y jamás llegó a cumplirse.
—No me agradan para nada esas miradas que se dan —soltó Amber, cerrando la puerta tras de sí con un golpe seco. Se volvió hacia Neil, sus ojos brillando de sospecha—. ¿Qué hicieron cuando nos fuimos?
Neil soltó una carcajada, relajado, y la rodeó con sus brazos, acercándola hacia él por la cintura como si pudiera disipar sus dudas con un simple gesto.
—¿Te vas a poner celosa ahora? —dijo, con una sonrisa traviesa—. Amber, sabes que Tara y yo llevamos dos años en lo mismo. Todo es por el bien del plan. Necesito tener su confianza para que funcione.
Mientras hablaba, inclinó la cabeza y buscó sus labios, besándola con intensidad, como si la respuesta estuviera ahí, entre el roce de sus bocas. Richie, que se había quedado en el pasillo, desvió la mirada, rodando los ojos con impaciencia.
Pero Amber no se dejó engañar tan fácilmente. Sus manos descansaban en el pecho de Neil, manteniéndolo a una corta distancia. Alzó una ceja, retadora.
—No respondiste mi pregunta, Neil. ¿Qué hicieron cuando nos fuimos?
Neil suspiró, tratando de mantener su tono despreocupado. Era experto en decir lo justo, en elegir las palabras adecuadas para evitar que Amber leyera demasiado en ellas. Pero había algo en la forma en que ella lo miraba, algo que lo obligaba a ser más convincente.
—No pasó nada, Amber. Sam volvió a los pocos minutos. Tara apenas tuvo tiempo de decirme dos cosas antes de que todo se interrumpiera.
—Mejor así —murmuró ella, relajándose, aunque su expresión aún era seria—. Porque una cosa es que te deje besarla y juguetear para mantener las apariencias, pero si descubro que están follando... —sus ojos brillaron con una mezcla de amenaza y posesión—. No dudes que la mataría. Tú eres mío, Neil. Todo tú me pertenece.
Antes de que pudiera reaccionar, Amber deslizó su mano por el abdomen de Neil hasta apretar su entrepierna, un gesto descarado y posesivo que hizo que él se derritiera ante la acción, sorprendido por la franqueza de su toque.
—Esto me pertenece —susurró, sus labios apenas rozando su oreja mientras su mirada se volvía más oscura—. Y no pienso compartirlo más de lo necesario.
Sin darle oportunidad de protestar, Amber lo jaló de la mano, guiándolo hacia el baño al final del pasillo. Había urgencia en su andar, una especie de necesidad de reafirmar su control, de recordarle a Neil a quién debía lealtad.
Neil dejó que lo arrastrara, pero en su mente, el eco de las palabras de Tara resonaba aún, como una melodía que no podía apagar. Se había dicho a sí mismo que todo era parte del juego, que sus encuentros con Tara eran necesarios para mantener el plan en marcha. Sin embargo, algo en su forma de mirarse, en el tono de sus conversaciones, había cambiado en los últimos meses, y por primera vez, Neil se preguntó si las mentiras eran tan claras como había creído.
Richie observaba desde la distancia, apoyado contra la pared, impaciente y aburrido. Esperaba que Sam y Tara terminaran de hablar para que pudiera entrar, pero al ver cómo Amber se llevaba a Neil. Se volvió hacia la puerta cerrada detrás de la cual Tara y Sam aún conversaban, preguntándose cuánto tiempo más durarían ahí, y si acaso las mentiras de Neil resistirían un poco más.
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