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Capítulo 23. La salvación.

"El éxito viene de tu talento y de tu grandeza, no de las penas que disminuyen la honra de tu imagen."

En un pequeño despertar estaba de regreso a la cruz viviendo mi realidad, eran las 7:00 pm cuando finalmente había anochecido. ¿Qué habrá sucedido con esos hombres? ×Me preguntaba confundidoØ, no entendía la razón por la cual había presenciado la tragedia en la vieja carretera de Memphis-Núremberg, los extraños sucesos paranormales en el bosque alarmaron a todos los pensamientos que tuve a partir de ese momento.

Se acercaba una apocalíptica tormenta desde el sur, el frío estaba combinado de los vapores que formaban ciclones de calor, la lluvia fue detonando su potencia con inclemencias de emergencias sobre las iglesias que yacían de indolencia entre la afluencia. El caer de las gotas abría espacio en la arena para fundirse con los insignificantes granos, la presión del viento esparcía los pequeños nutrientes en la sofocante gravedad terrestre, el karma venía con los fenómenos huracanados para el borrascoso cambio climático de los pueblos desérticos, los infantes aviones de papel sobrevolaban las bajas alturas para estrellarse con los cambios de temperaturas; ardiendo en la deflagración del caos para luego apagarse con las gotas de sangre que caían del cielo.

La lluvia de sangre despertó el temor de los aldeanos cuando la niebla atormentó la dolencia de Memphis, los cercenados arboles abatidos regresaron de la muerte cuando las gotas de vino los hidrató. Los frutos envenenados que colgaban de los árboles tristes, caían al suelo desde la altura para ser devorados por los gozosos animales que se alimentaban del árbol caído, levanté la mirada al cielo, y entre el celaje observé el fuego de aquellos cometas que entraban a Pléyades para apagarse y arruinarse; la naturaleza explotó de furia contra los insolentes, hizo rugir los volcanes de Memphis y Núremberg cuando una pequeña replica sacudió los suelos nuevamente.

Las montañas y los mares se fortalecían con el sufrimiento de los hombres paganos, el resplandor crepuscular era sometido con indefensos asteroides que golpeaban la biosfera vespertina. 18 niños eran ahorcados por sus madres en los patios de sus casas, la víspera otoñal rejuvenecía los viejos secretos arcaicos que asolaban el presente de los asesinos, la sangre de los niños se derramaba en la tierra fertilizando el nacimiento de nuevas plantas subyugando la putrefacción yaciente, la venganza y el karma eran las divinas semillas de la creación.

Memphis y Núremberg estaban desarrollándose en todas sus capas, los viejos nativos morían para que la próxima generación detuviese la última evolución; transcurrieron 18 minutos en los que tuve que pensar mucho, todo se caía a pedazos mientras que yo seguía intocable en la cruz, ¿Acaso Balam seguía protegiéndome? Ha de ser así, todo podría tener sentido desde la visión real que tuve del bosque, sin embargo, los memorables cristales de los buenos tiempos se rompían con las falsas promesas que solo me cortaron la piel con traiciones y vacíos. El apocalipsis era mi nuevo despertar, la catástrofe que subyugaba en Pléyades era el fruto divino del poder que fue cedido en las catacumbas al conjurarme, véase como, el Príncipe de la Oscuridad y el nuevo Rey de Pléyades.

Súbitamente, apareció una extraña mujer joven de piel pálida que se acercaba a la cruz con una mirada turbia y frívola, aquella atractiva indumentaria se relucía con un abrigo de piel de oso polar, lo tenía puesto encima de una túnica hecha con tez de serpiente. Su cabello negro azabache me trascendía a remotos recuerdos, flequillo y cabello alisado muy corto en forma de hongo que no cubría la totalidad de su cuello, una pequeña sonrisa con malicia que reflejaba la suya y la mía, dos corazones latiendo paralelamente en un vasto cuerpo desalmado; nos perdimos en una profunda mirada que tocó nuestro espíritu con ímpetu, ella se paseaba ante la cruz como en un clásico desfile de moda europea.

– ¿Hola? –Dijo la misteriosa chica–.

– ¿Quién eres? –Evadí–.

– ¿Quién eres tú? –Preguntó ella–.

La chica no parecía estar asombrada de verme crucificado, su comportamiento estaba lleno de frialdad.

– Además de ser un prisionero, la verdad no sé qué responder a tu pregunta, –contesté débilmente–.

– Seguro que tienes mucho que decir, pero, está bien... –Resopló–, Creo que te he visto anteriormente, pero no en este mundo.

La voz de la mujer era realmente familiarizada a mi mundo, había escuchado esa voz antes de llegar a Pléyades. Probablemente, esa mirada la recordaba desde la adolescencia.

– ¿A qué te refieres?

Interrogué.

– Ninguno de los dos somos tan tontos como los de este maldito mundo de locos.

Respondió ella.

– ¿Quieres decirme tu nombre? –Pregunté inquieto–.

– Adivínalo, –dijo ella–, ¿O te has olvidado de tu otra vida?

– Tienes razón, –asentí con la cabeza–, me he olvidado de mi vieja vida para intentar comenzar una nueva.

La mujer sonrió con misterio, todo parecía que nos habíamos conocido anteriormente.

– ¡Te daré una pista! –Gritó–, ¿En qué ciudad creciste?

– Frankfurt, Alemania. –Respondí–.

– Hmmm, bien, –concordó–, creo que me estoy asombrando un poco.

– ¿Por qué te asombras? –Pregunté–.

– Me asombra la manera en la que te olvidas de tus raíces, –dijo con un leve bostezo–, mejor me iré a un lugar en donde valoren a los viejos amigos, adiós.

La chica se dio la vuelta y caminó entre las ruinas del estrado.

– ¡Oye! ¡Hey! ¡No te vayas! ¡Espera! –Grité–.

Ella se detuvo y giró frente a la cruz, los ventarrones movían su cabello, la sangre que caía del cielo empapaba a aquel rostro familiar.

– ¿Quieres decir algo? –Preguntó ella–.

– Creo que sé dónde te he visto, –dije turbiamente–, ehmm, a ver, necesito recordar mejor las cosas. ¡Lo tengo! –Exclamé–, ¡NO PUEDO CREERLO! ¡ERES TÚ!

Indagué entre la memoria, tratando de recordar a aquella mujer. No creía lo que estaba pasando, conocí a esa chica cuando estudiaba en la primaria de Frankfurt.

– ¿Y sí me recuerdas, cual es mi nombre?

– Pa-pa-París ¡París! ¡Tu nombre es París Maxwell!

Los recuerdos navegaron en mi laguna mental, París fue conmigo a la primaria cuando teníamos 7 años de edad. Solíamos ser muy unidos, de niña siempre fue mi aliada de guerra, nuestra amistad de oro era solida confidencial.

Ella tenía un gran corazón lleno de veneno balanceado para atacar a quien sea, su existencia artificial repleta de hostilidad demostraba el narcicismo con su atractiva vestimenta de valquiria.

– ¡Hey! ¿Me estas escuchando? ¡HOLA!

París me hablaba mientras estaba distraído, recordaba los rumores que tronaban los pueblos de Frankfurt.

– Oh, perdón –dije melifluamente–. Estaba recordando tu largo historial, ahora estoy digiriendo esto que nos ha sucedido.

– ¡Te he echado de menos, Jericco! –Exclamó París–, esto no está bien, yo te ayudaré a bajar de esa cruz. No te preocupes, te ayudaré a sanar todas esas heridas y saldremos adelante como lo solíamos hacer.

París se inquietó mucho, trepó las ruinas del patíbulo y se inclinó ante la cruz con los brazos abiertos.

– Oh, París, –gemí–, has cambiado mucho desde la última vez.

– Por favor, no me digas París, –dijo resentida–, al igual que tú tengo una nueva vida. Soy Aradia, hija de Diana, me llaman el mesías.

Aradia se puso de pie y miró mi cara con extrañeza.

– Está bien, Aradia –repuse–, ¿Quién es Diana?

– A lo largo de este renacimiento me tocó entender cosas que todavía no comprendía, –contestó–, primero que nada, te ayudaré a bajar de esa cruz. Tenemos mucho que hablar, han pasado muchas cosas desde que llegué a este extraño mundo.

– Me parece muy bien, –dije emocionado–, ¿Cómo me ayudarás a bajar de esto?

Era muy loco encontrarme con alguien del planeta tierra. Aradia podría ser parte de mi nueva vida, quería tener la dicha de volver a conocerla después de muchos años.

– No lo sé, –habló pensativa–, tenemos que tumbar esa cruz.

– ¿Estás loca? –Satiricé–, creo que terminarás de matarme si tumbas esta cruz, me partiré el cráneo al caer de cualquier lado.

Mi expresión fue nerviosa, no podía imaginarme a Aradia bajándome de la cruz.

– Las mujeres somos más fuerte de lo que crees, –dijo–, así que debes dejarte bajar de allí antes que sea tarde ¡Puedes morir!

– ¿Sabe algo? –Jadeé–, la palabra "morir" me da un poco de risa cuando la uso en este mundo, ni siquiera sé que significa morir.

Aradia dejó escapar una pequeña carcajada y escudriñó la cruz. Buscaba una manera para bajarme.

– ¡Te entiendo! –Profirió–, a veces me pregunto ¿Qué sucedería si muero otra vez?

– Todo es una reencarnación, siempre lo he dicho. Es probable que después de dejar una vida, comencemos otra de inmediato.

Era genial hablar de lo que había sucedido. Pues, también estaba hablando con alguien que vivió el mismo viaje que yo.

– Siempre viviremos una transición, en la vida o en la muerte. –dijo clavándome una mirada de audacia–. Ahora bien, vamos a bajarte de eso antes que sea más tarde.

– ¡Vale! –Afirmé frunciendo el ceño–.

– No vayas a llorar, sé lo dramático que eres. –Dijo Aradia soltando una sonrisa chistosa–.

– ¡Oyeee! –Le grité patéticamente–, hmmm, ten cuidado, ¿Sabes cómo hacerlo, cierto?

– Simplemente, cierra la puta boca maldita sea y ahora obsérvame. –Exigió ella arrojando una mirada mordaz–

Aradia retrocedió y escudriñó entre los escombros, había una gran cantidad de herramientas pesadas que servía para demoler la cruz. Aradia cogió uno de los sillones y lo empujo hasta el pie de la cruz, se agachó y tomó un martillo del suelo para retirar los clavos de ambos maderos.

– Bueno, esto dolerá un poco, –dijo Aradia levantando la cara–. Debes resistir, con este martillo quitaré los clavos atravesados en la cruz. Pero si llegas a moverte, te juro que te partiré los dientes con este mismo martillo por llorón.

Aradia se subió en el sillón y con el martillo en la mano escudriñó el madero vertical.

– ¡Ya el dolor no importa! –Le grité fatigosamente–, pienso que el dolor no será tan fuerte como la primera vez.

– Sí tú lo dices... –Bufó–, mejor no pienses mucho y no te muevas.

Aradia tocó la parte trasera del madero vertical y sintió el clavo, estaba doblado y apretado a la madera. Intentó extraer el clavo que traspasaba mi pie con su propia mano, pero estaba lo suficientemente enterrado como para desclavarlo.

– ¡AUCH! –Gemí–, así no saldrá jamás, será mejor martilles la punta del clavo y lo empujes hacia delante.

– ¡Perfecto! –Dijo soltando una exclamación–, pero resiste, esto dolerá un poco más.

– ¡Vamos! –Bramé poniéndome en guardia–

Aradia comenzó a martillar despacio el clavo, lo empujaba lentamente mientras que se aflojaba un poco más. Sin embargo, el dolor me hacía clemente y lloroso, lanzaba gemidos de ardor cuando el clavo hurgaba mis huesos.

– ¿Qué tal? –Preguntó con afabilidad–, creo que ya está aflojándose.

– ¡Aahhh! ¡Aaaaaahh! –Clamé, afligido–, sigue martillando, duele mucho, pero, sigue ¡Ya casi sale!

Aradia martillaba más fuerte el clavo, al mismo tiempo se iba deslizando hasta que llegaba a la salida del agujero. El clavo tocaba los tendones del pie, el filo desgarraba las pequeñas arterias expuestas.

– ¡Cállate, desgraciado! –Exclamó Aradia tronando con una carcajada–, gimes como perra, parece que tuvieras un maldito orgasmo. Ya salió el miserable clavo que te estaba molestando, míralo, es enorme.

Aradia arrancó el clavo con dificultad, estaba atascado con los huesos tarsianos, mis pies se separaron finalmente cuando el clavo salió, sentí un gran alivio cuando mis pies quedaron colgando. Aradia lo sostuvo en la mano y lo levantó a la altura de sus ojos, el clavo comenzaba a oxidarse.

– ¡Wow! –Bramé de asombro–, oh, cielos. Me siento aliviado, creo que hay otro problema.

– ¿Qué problema? –Preguntó ella–

– Todavía quedan más clavos para sacar, –contesté mirando mis brazos–

– ¡Rayos! –Exclamó–, eso será más difícil.

– Espera, –dije abstraído–, ¡He visto una escalera! Está detrás de ti.

Afortunadamente, pude observar entre los escombros una escalera de madera detrás de Aradia.

– ¡Eureka! –Gritó brillantemente–, tenlo por seguro que esta noche nos iremos lejos de estas malditas tierras.

Aradia se volteó y encontró la escalera.

– ¿Puedes levantarla? –Pregunté–.

– ¡Por supuesto que sí! –Increpó–, ser mujer no me hace más débil que tú.

– Lo decía porque esa escalera parece muy pesada, pero si puedes cargarla ¡Hazlo!

– Ya verás, cretino hijo de perra. –Dijo ella proyectándome una mirada insolente–.

Aradia se esforzó en levantarla, ella intentaba alzarla sin que se le cayese al suelo.

– ¿Cómo vas?

– Un segundo, –resopló hostigada–, maldita escalera, vamos, vamos, tu puedes Aradia.

Aradia murmuraba consigo misma, se enfadaba al ver que era difícil levantarla. De pronto, pudo levantarla y la llevó cuidadosamente de pie a la cruz.

– Wow, sí que eres fuerte.

– Tener la capacidad de levantar un objeto pesado no te hace fuerte, –replicó–.

Aradia se tambaleaba con la escalera, arqueaba sus cejas mientras constreñía el ceño con el sudor en la frente. Por poco se caía, ella caminó con rapidez y chocó torpemente con la cruz.

– ¡Cuidado! –Exclamé prevenidamente–, casi despedazas la cruz. ¿No te golpeaste algo?

Aradia soltó la escalera y la situó a un lado del madero vertical.

– ¡Jajajajajajaja, perdón! –Bramó con mucha risa– ¡Por un segundo pensé que te habías caído de la cruz!

Aradia acarició su flequillo y trepó la escalera cuidadosamente. Con una mano se sostenía y con la otra sostenía el martillo.

– Descuida, puedo ser más torpe que un jodido ciego. –Agregué tolerantemente–.

Aradia estaba a mi altura, se acomodó en la derecha del madero horizontal y escudriñó el primer clavo.

– ¿Me estás diciendo torpe, hijo de puta? –Dijo con ironía–.

Aradia detalló la mano clavada al madero y la acarició, cuando observó las condiciones en que me habían castigado hizo un gesto de compasión y resopló.

– No, no digo que seas torpe –replique sarcásticamente–. Pero podría creerlo, de ti puedo creer lo que sea.

– ¡Jódete! –Bramó–, ahora necesito que por favor dejes de mover tus manos, –reconvino indulgentemente–, si no quieres que te aplaste los dedos que te quedan con el martillo ¡Deja de moverte!

– Está bien, está bien, deberías calmarte, –bufé–, recuerda que soy yo el desafortunado que esta crucificado.

– ¿Qué estas insinuando, tarado? –Preguntó lanzándome una mirada de impudicia–, ¿Acaso crees que no entiendo el dolor que estás pasando?

– No, no quise decirlo así, –repuse serenamente–, lo decía porque todavía siento mucho dolor.

La escalera estaba tambaleándose, Aradia la posicionó en un mal lugar. Aradia estaba buscando el filo del clavo en el madero para extraerlo, los clavos estaban muy encorvados.

– Entiendo tu dolor, –dijo Aradia arqueando las frondosas cejas–, créeme, he estado en una cruz sufriendo como tú lo hiciste, además, sé lo que se siente ser juzgado en un patíbulo

– ¿Has estado aprisionada en un patíbulo? –Pregunté sugestivamente–.

– No quiero hablar de eso ahora, –susurró con una mirada de aflicción–, no quiero arruinar el momento perfecto que vivo justo ahora.

Aradia sonrió dulcemente y tumbó su cabeza en mi brazo.

– ¿Es este en un perfecto momento para ti? –Insistí en preguntarle– ¿Por qué?

– No es normal que la vida te separe de tu mejor amigo para que se unan después de la muerte, –contestó emocionadamente con los ojos llorosos–.

Mi corazón se estremeció de sentimientos, después de todo lo que sucedió en el día no esperaba algo como eso.

– Oh, –respiré paliativamente–, Aradia, pienso que han pasado muchos años desde nuestra infancia, pero, ¿Por qué me consideras como tu mejor amigo?

– Siempre serás mi mejor amigo, aunque pasen millones de siglos y décadas, –respondió desconsoladamente–, de verdad que en mi última vida anhelé vivir este momento.

Aradia se avergonzó de sus lágrimas y cubrió su cara con la mano que la sostenía.

– Tranquila, no debes tener vergüenza conmigo, –consolé sollozando–, sé perfectamente lo duro que has estado viviendo los últimos años. Confieso que siempre estuve atento con todo lo que sucedía en tu vida, la vida es más difícil cuando se trata de ser alguien que no eres.

– Veo que tu gran corazón no ha cambiado para nada, en tus ojos puedo ver venganza, veo rencor, veo dolor, veo oscuridad y, sobre todo, veo tu bondad y esa fulgurosa generosidad que siempre te hará brillar.

Aradia me lanzó una profunda mirada de nostalgia y de orgullo. Ella desvió la mirada cuando nuestros ojos se encontraron y continúo desclavándome.

– ¡Bienvenida a mi nueva vida! –Añadí sonriente–, ahora puedes continuar sacando los clavos de mis manos, me siento muy débil.

– ¡Bienvenido tú a mi nueva vida! –Repitió dejando sonar una pequeña risa–, quiero hacerte llorar como la nenita que eres.

– ¡Oh, sí! –Arrogué una exclamación alocada–, enséñame el poder lésbico que estalla dentro de ti.

– Tienes razón, me encantan las mujeres de este mundo y no puedo evitarlo –dijo divirtiéndose–. Bueno, ahora cierra los ojos, creo que esto será más fácil.

Aradia comenzó a martillar despacio hasta que el clavo iba aflojando. El enorme clavo estaba torcido, era dificultoso arrancarlo.

– Hasta ahora no he visto una mujer atractiva, todas están locas, –comenté en voz baja–. Aunque hubo un chico que actuaba muy extraño conmigo, hace unas noches atrás me quede a dormir en su casa, creo que fue el único amigo que me abrazaba mientras dormía en su habitación, aunque hubo una noche en que desperté y lo vi tocando mi trasero, –susurré con un burlesco gesto de confusión–, mi reacción fue extraña y embarazosa, pero, él siguió haciéndolo.

– ¿Qué? –Preguntó Aradia asombrada–, quizás quería llevarte a otro mundo en un viaje placentero, no creo que los amigos hagan eso en condiciones normales, aunque, no digo que este mal experimentar con tus amigos o amigas, pero, no sé qué decirte justo ahora.

– Es un dilema, lo sé –asentí con un leve movimiento de cabeza–. No con todos tus amigos puedes hacer eso, ejemplo, tú no harías ese tipo de cosas conmigo ¿O sí?

– ¡NO, QUE ASCO! –Bramó con una fuerte carcajada– ¿Qué está mal con tu cabeza?

– ¡Hahahaha! Siempre pensé que eras hermafrodita como las plantas de mi abuela, –susurré sarcásticamente–.

– ¡¿Qué demonios?! –Exclamó–, aunque no estaría nada mal. Estoy segura que es lo único que me falta, sería genial tener genitales de hombre.

Aradia pudo sacar el clavo mientras me hacía reír, parecía que su intención era hacerme pasar un buen rato para no sentir tanto dolor.

– ¡Lo sacaste! ¡Ohhhhh, se siente mejor! –Sollocé con más alivio–, que ironía de la vida, regresaste de la muerte para anestesiar mi dolor con risas y locuras.

Ya podía mover mis manos, aunque estaban sangrantes, lo único que faltaba era desatar las sogas de ambos brazos y el clavo de la otra mano.

– Fue como sacar el diente a un niño sin que llore, –dijo ella con el clavo en su mano–, así como cuando le das un caramelo para que se olvide del dolor.

Aradia sostenía el clavo con el pulgar y su dedo índice. Sintió nervios al imaginar cómo llego eso a mi mano y lo arrojó al suelo.

– ¿Por qué no me quitaste primero las sogas? –Pregunté sugestionado–

– ¿Dónde rayos tienen el cerebro? Sí hubiera quitado primero las sogas te hubieses caído de la cruz, –Explicó acaloradamente–, las manos se te desprenden de los clavos y caes bruscamente al suelo hasta partirte las piernas o la cadera.

– ¡Demonios, tienes razón! –Razoné con certeza–, mi instinto suicida quiere matarme de nuevo.

– ¡No digas eso! –Resonó con una mirada entristecida– ¡Nunca delante de mí! El momento en que la muerte vuelva a visitarnos, quiero que nos asegure nuestra eternidad.

– Sólo bromeaba, –dije con una sonrisa afligida–, no pensemos más en la muerte.

Aradia bajó las escaleras y la movió al otro lado de la cruz. Ya estaba listo para bajar con su apoyo.

– Escuché por ahí que tenías algo con el hijo de la puta más grande de Pléyades, –comentó ella haciendo una mueca con su boca y entornando los ojos–, ese chico ha hablado muy mal de ti. Tu reputación está más muerta que mi dignidad.

Aradia se subió de nuevo y comenzó a desclavar mi otra mano.

– ¿De quién me hablas?

Pregunté dudoso.

– ¡Cesar Scrooket! ¡Ese par de desgraciado me caen pésimo! –Respondió ella con un clamor–.

– ¡Eso es un gran ultraje! ¡Infamias! ¡Calumnias! –Negué con la cabeza repulsivamente sacando la lengua–, jamás sería algo de un traidor como ese, lo único que siento por él es aversión ante sus veleidades.

– Aurora tiene cara de vagina infectada, –dijo ella burlándose–, y Cesar.... ¿Qué te puedo decir? Es un pedazo de mierda corrompida, es engreído y presuntuoso con la vanidad de su madre.

Aradia me hacía estallar de risas, teníamos enemigos en común y se sentía más que bien. Cuando arrancó el último clavo me generó un profundo dolor, fruncí el ceño con la indescriptible dolencia en las manos y me dejé llevar por el buen humor de Aradia.

– ¡OHHH MIERDA! –Clamé afligidamente–, todavía me duele mucho. La espalda me arde mucho, la madera se ha adherido con mi piel, siento la sangre secándose con la textura de la cruz.

– ¡Ya, ya pasó! ¡Te he quitado el último clavo, era lo más difícil! –Exclamó indulgentemente tocando mi cabello–, ahora respira profundo e imagínate viviendo una larga vida sin miedo y dolor.

– No sé qué me hubiese sucedido si no estarías aquí conmigo, –dije con clemencia–, sentía que mi corazón ya no podía bombear más la sangre que perdí en todo el día.

– Maldición, no sé qué decirte. –Dijo ella bajando de las escaleras–.

Aradia arrojó el martillo cuando bajó de las escaleras y las posicionó juntamente a mi lado. Así quitaría las sogas de mis antebrazos y bajaríamos con cuidado las escaleras, ella cogió un cuchillo del suelo y se apresuró en subir debido a que mi sangrado se hacía severo, no tenía aliento para hacer otra cosa que no fuese hablar y reír con Aradia, ella lo tenía todo para apartar de mí los dolores penumbrosos.

Aradia oprimió el cuchillo y apresuradamente rompió de forma vertical la soga, cuando el primer brazo se soltó del madero horizontal cayó de lado y perdí mi equilibro. Con el mismo brazo me sujeté de las escaleras cuidadosamente, Aradia se tambaleaba en las escaleras mientras estiraba sus brazos para romper la otra soga del madero, no tenía fuerzas para sostenerme de algo con el brazo desatado.

¡Me caigo! ¡Caeré de la cruz! ¡Aradia no me dejes caer! ¡Te lo suplico! ¡No me dejes caer! ×Rugí aterradoØ, los vértigos me intranquilizaron cuando Aradia rompió la otra soga y mi cuerpo se soltó de la cruz, de inmediato, mi espalda se deslizó en el madero vertical y mi cuerpo descendió lentamente mientras la piel se abría otra vez, la sangre que estaba seca se adhirió con el madero y después de arrancarse abrieron grietas en mi dorso, mientras tanto dependía de una sola mano con la que intentaba sujetarme de la escalera; los tejidos de la piel estaban expuestos dejando la silueta de mi cuerpo marcada en el madero, con las manos débiles y temblorosas era delicado conseguir una estabilidad propia.

– ¡Tranquilo! ¡Tranquilo, Jericco! ¡Te tengo! ¡No permitiré que te caigas! ¡Estás a salvo conmigo! ¿Sí? –Gritó Aradia halándome de un solo brazo–, sí caes, yo también lo haré, ahora debes hacer lo que te pido.

Estuve colgando de la cruz, en un descuido podía haber muerto al caer de 3 metros de alturas con el cuerpo frágil.

– ¿Qué se supone que debo hacer? –Le interrumpí aterrado–, sólo háblame rápido.

– ¡Muy bien! –Exclamó con suavidad–, ahora bajaré de las escaleras para te sujetes de ellas mientras que te ayudo a bajar.

Aradia soltó mi mano y la situó en una barra de la escalera, bajó paulatinamente y aferro la escalera junto a la cruz mientras ella la sostenía con ambos brazos.

– ¿Q-q-qué haces? –Tartamudeé aterrado–.

– Estaré aquí para atraparte con los brazos abiertos, por sí llegas te caes, –contestó con los brazos extendidos–, ¡Apresúrate! –Bramó–, tenemos que curar esas heridas antes de que comiencen a empeorar.

La escalera estaba humedecida de sangre por la lluvia, cuando luchaba conmino mismo para sostenerme de las barras no pude aguantar más y mis estropeadas manos resbalaron, me desplomé de las escaleras y Aradia recibió todo el peso de mi cuerpo cuando caí encima de ella. Aradia cayó de espalda tan pronto que mi peso la derribó sobre los escombros, ella se golpeó la cabeza con un tronco y gimió llorosamente.

– ¡Hemos sobrevivido! –Exclamó triunfalmente–, ahora quítate que me aplastas, grandulón.

Aradia se lanzó a reír y me empujó a un lado.

– ¡Aaaaaahhhh! –Gemí adolorido–, Aradia, muchas gracias por lo que hiciste por mí ¡Me has salvado la vida!

Estando en el suelo me sentía vivo de nuevo, dejé escurrir toda la sangre para levantarme lentamente, podía respirar serenamente sin que la cruz me sofocara.

– No tienes que agradecerme nada, –dijo Aradia levantándose–, tenemos que irnos muy lejos de aquí.

Aradia extendió la mano y me ayudó a levantarme cuidadosamente.

Con el penetrante dolor en mis músculos me levantaba, esquivando la pesada dolencia que llevaba atada a mi cuerpo. Aradia montó mi brazo sobre sus hombros y puso su mano en mi cadera, caminamos lentamente a los sillones en donde estaban sentados los inquisidores y Aradia me ayudó a sentarme; los primeros pasos fueron verdaderamente dolorosos pero victoriosos para la derrota.

– Quédate aquí unos segundos, –dijo tomándome de las manos– ¿Cómo te sientes?

Aradia se sentó a un lado y soltó una mirada entristecida cuando percibió mi dolor.

– Me siento un poco mejor, –contesté silbando las silabas de mis labios fruncidos–, siento que he dado un paso muy grande el día de hoy.

– Yo estaré aquí para apoyarte cuando te levantes, o si vuelves a caer, aunque dudo que suceda algo peor que esto, –resopló con los sentimientos atravesados en la garganta–, y si esta nueva vida quiere separarnos nuevamente no quiero que vivas hipocondriacamente, porque siempre te encontraré después de la muerte.

– ¿Y si nunca no volveremos a encontrar? –Interrumpí–.

– Tengo la fe de que nuestros caminos siempre estarán unidos, –respondió ahogada en la nostalgia–, como si fuese una gran encrucijada nos encontraremos después de una mirada.

– ¡Oh, ven acá! –Exclamé sonriente mientras intentaba abrazarla–, auchhh, me duele mucho, ¡Oh! Mis brazos, sólo quería abrazarte.

Cuando quise levantar mis brazos sentí un doloroso desgarré en los músculos, los huesos crujieron como si volviesen a su lugar.

– Yo te abrazo, pequeño anciano, –dijo ella abrazándome sin importar mi deplorable situación física–, por cierto, casi me rompía el cráneo por todo tu peso en mi cabeza.

– ¿Hablas en serio? ¡Lo siento mucho!, –Imploré–, sólo estoy lleno de aire. No me he alimentado de nada, lo único que tengo en mi estómago es pan de mijo negro y vino agrio.

– ¡Qué pobre eres! –Berreó con una fuerte risotada–, ni un mendigo se alimenta de mijo negro, eso es comida de gallina. ¿Por qué diablos comiste de eso?

– ¡Oye! Eso sí que ha sonado discriminante y clasista, –agregué con humorismo–. Tuve que comerlo en la catacumba para la nigromancia, que asco, siento el sabor de la carne helada y glutinosa en mi boca.

Hice un gesto de asco con la nariz constriñendo el entrecejo.

– ¡Bastardo, nigromante nazista! –Increpó estupefacta–, estás loco, la nigromancia es peligrosa y no puedes practicarla con tanta abulia.

– Antes me molestaba que la gente me llamara nazi, –dije mientras traqueaba mi cuello– ahora tengo mucha indiferencia por lo que todos digan o piensen de mí.

– ¡Siempre serás un egocéntrico y un jodido rompecorazones! –Exclamó orgullosamente–, esa es la actitud que todos debemos tener contra nuestros enemigos. Pero bueno, –resopló cansadamente–, te buscaré algo para que te cubras del frío.

– ¡Mira allá! ¡Veo una tela bajo las herramientas! –Vociferé señalando al frente–. He visto algo brillando con la tela.

– ¿Esa indumentaria será de quién? –Preguntó ella–.

– ¡Pues es mía! ¿No lo crees? –Grité irónicamente–, soy la única persona aquí que está desnuda, los hombres quisieron hurtar mis prendas cuando me apresaron. ¡Por suerte el terremoto los mató a todos! Aunque no estoy tan seguro de ello.

– ¡Hijos de la re-putísima madre! –Rugió coléricamente–, ¡Diablos! Aparte de ser unos bastardos desalmados también son una bola de ladrones muertos de hambre.

– Me robaron dos amuletos valiosos para mí, –susurré enfurecido–, me quitaron todo lo que brillaba en mi interior.

– ¿Qué te robaron? –Preguntó Aradia arqueando las cejas–

– Un mineral verdaderamente valioso que reflejaba mi ser interior, –contesté entristecido–, y a una persona de incalculablemente valor para mí.

– Oh, lo siento mucho, –dijo ella acariciando mi hombro–, no hay mejor valor que salvarnos de lo que más nos hizo daño.

– ¡Tienes razón! –Deduje–, lo único que me importaba era la compañera que se evaporó con la sangre que derramé.

Aradia se levantó del sillón y fue a donde le señalé, ella se inclinó y escudriñó entre los escombros hasta que cogió la túnica. ¡Era mi vieja túnica! Después de todo no se la llevaron junto a mis otras prendas, Aradia se acercó a mí con la túnica en sus manos e introdujo la mano en el bolsillo de la misma, ella tocó algo pequeño en su interior y me lanzó una mirada brillante.

– ¿Es esto lo que dijiste haber perdido? –Preguntó ella con la joya en sus manos–.

– ¡Milagro del infierno! –Exalté venturosamente–, ¡No puedo creerlo! Ooohhh, todo este tiempo estuvo allí mientras yo estaba en la cruz.

– ¡Sólo basta mirarla para sonreír! Es realmente hermosa, –dijo Aradia escudriñándola–.

– Es preciosa, –concordé–.

– Debes protegerla más, –dijo ella extendiéndome su mano–, toma, es una reliquia mágica de alta maravilla.

Aradia me dio la piedra y cerró mi mano junto a la suya, ella respiró mansamente soltó mi mano.

De repente, las heridas de mi cuerpo comenzaron a cerrarse con mucha delicadeza. Los dolores fueron desapareciendo junto a los huecos que dejaron los clavos para convertirse en estigmas, Aradia se echó a un lado y me iluminó con aquella sonrisa brillante que salvó mi vida, ninguno de los dos comprendíamos el significado de la magia hasta que la fe regresó a nuestro espíritu.

– ¡Es el poder de la magia! ¡Es el poder de nuestra fe! ¡He sido salvado por tu majestuosidad! –Resoné con una sonrisa radiante–.

– ¡Tú me has salvado a mí!, –Repuso ella con una exclamación–, ¿Tienes dolor?

– ¡El dolor se ha ido! –Prorrumpí–, él me ha dejado su verdadero significado en la mente.

– Estoy muy feliz por ti, –dijo Aradia dándome la túnica–, ahora vístete que nos espera un largo viaje.

– ¡Perfecto! –Exclamé mientras recibía la túnica–, ahora daté la vuelta y déjame vestirme.

– ¡Jajaja! –Carcajeó–, me caíste encima y desnudo. ¡Apresúrate, brujo sonriente!

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