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CAPÍTULO 29

Las luces de la ciudad se reflejan en el mar de Miami como un espejismo. La brisa nocturna me acaricia el rostro mientras observo el panorama desde la terraza del restaurante.

Han pasado varios días desde la última vez que hablé con Alessandro. Después de la charla con John, comprendí la manera en la que tenía que redimirme. No podía esperar que él viniera por mí, cuando me confesó amarme y lo envolví con mentiras, tapando el rechazo que me nacía.

Lo perseguí hasta su reunión con ese mafioso, no me entrometí, pero fui paciente. Hable con John para que lograra que sus antonegras lo controlaran y lo mantuvieran para mí; pero no fue necesario demasiado, al verme cayó rendido.

Estoy enamorada de Alessandro Agnelli. El hijo de mi más grande verdugo. No tenía que ser así, pero pasó. Y ahora, tengo que asimilar mis sentimientos por él, y estoy decidida a ser suya completamente.

Porque faltaba que diera el paso, él ya lo dio hace tiempo. A partir de ahora, somos del uno al otro. Él me pertenece vivo y muerto, y yo igual.

Traigo mi mente a la realidad, esta noche es importante. Esta noche cenaré con mi padre.

Lo veo llegar a lo lejos, su figura imponente recortada por las luces del restaurante. Su rostro serio se ilumina con su sonrisa al verme.

Es un hombre en sus cincuenta, pero se mantiene como si fuera un treintañero. A lo largo de mi niñez, me preguntaba cómo era que no rehacía su vida amorosa.

Y no se confundan, mujeres no le faltaban, siempre las tuvo babeando por él, ¿y cómo no hacerlo? Sí, es un papito con todas las letras.

Nos abrazamos con fuerza, un abrazo que transmite la calidez de nuestro afecto. Un amor que ni la distancia ni el tiempo pueden romper.

Nos sentamos a la mesa y ordenamos la cena. El ambiente es elegante y sofisticado, pero la conversación se torna seria.

—¿Cómo va el plan? — su voz grave, me relaja.

Le cuento sobre los últimos acontecimientos, lo que enfrenté en Shanghái, omitiendo mi relación con Alessandro.

Él me escucha en silencio, sin interrumpirme ni una sola vez. Cuando termino, suspira y me da una palmada en la mano.

—Astrid —, su tono, me advierte lo que va a decirme —. Yo no estoy de acuerdo con lo que estás haciendo. Creo que se convirtió en un camino peligroso que te puede llevar a la destrucción.

Me siento herida por sus palabras, pero sé que él solo quiere lo mejor para mí.

—Pero papá —, argumento —. Es la única forma de conseguir lo que quiero. No puedo seguir viviendo así, sin el merecido que se ganó.

Mi padre me observa con sus ojos color miel, es una mezcla de tristeza y comprensión —. Hija mía —, acaricia mi mano —. La venganza no es la única forma de encontrar la felicidad. Hay otras cosas en la vida que son más importantes.

Las lágrimas quieren brotar de mis ojos. La conversación me remueve por dentro.

—Te quiero mucho, papá —, mi voz tiembla por la emoción.

Se levanta de su lugar y me abraza con fuerza —. Yo también te quiero, hija mía. Y siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase.

La conversación continúa hasta que le cuento sobre la masacre en el restaurante, sobre los 50 custodios de Máximo Agnelli que asesine. Una oleada de adrenalina me recorre el cuerpo al recordar esa noche.

Me mira con admiración —. Estoy orgulloso de la amazona que eres —, una risa ronca escapa de su garganta —. Tu entrenamiento ha dado frutos.

Una sonrisa triunfal se dibuja en mi rostro. Su reconocimiento es el más valioso que cualquier otra recompensa.

Entre tanta charla, la conversación se torna hacia temas más personales.

—¿Y conociste a alguien que te atraiga? —, su mirada curiosa me pone nerviosa.

—Conocí a alguien —, vacilo, evitando mirarlo. No quería que supiera ahora de esto —. Pero no es lo que piensas.

Me observa expectante —. Cuéntame.

Le cuento sobre mi propio plan, sobre como utilicé a Alessandro para acercarme a Máximo. Le digo que lo tengo loco de amor, que es mi pase para llegar al hombre que realmente quiero destruir.

Su expresión se endurece —. No estoy de acuerdo con lo que estás haciendo —, su voz firme, me hace ponerme en alerta —. Esa unión es peligrosa. No te conviene.

Su oposición era obvia, pero no la furia que me llena inesperadamente.

—No me importa lo que pienses —, lo enfrento firmemente —. Esta es mi vida y mi plan, y voy a llevar a cabo todo como a mí se me dé la gana. Y no te preocupes por Alessandro, porque somos uno desde hace tiempo.

—Te estás jugando la vida. Ten cuidado.

Me levanto de la mesa, sin poder soportar la mirada de mi padre —. No te preocupes por mí, mejor cuida de mi hermana —, le sonrío forzadamente —. Sé lo que estoy haciendo.

—Estaré hasta mañana en la ciudad, si quieres puedes visitarme en el hotel que me estoy quedando, hija — extiende una nota con la dirección del lugar.

La agarro y me alejo del restaurante, siento el peso de la culpa sobre mis hombros. Sé que él tiene razón, que estoy jugando con fuego.

Pero no puedo dar marcha atrás.

Estoy demasiado cerca de mi objetivo.

Y no me voy a detener hasta conseguirlo.

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El sol de Miami se refleja en las ventanillas de la camioneta mientras nos dirigimos a la finca de Alessandro. Un nudo de nervios aprieta mi estómago. No sé qué tipo de urgencia lo llevo a convocar a todo el equipo, pero una cosa es segura: algo grave está ocurriendo.

Especificó que mi presencia es obligatoria. Un escalofrío recorre mi espalda al recordar la furia en su voz cuando dio la orden.

Se supone que estamos bien, que ya no hay discordias o rencores. Pero su temperamento no ha cambiado con el tiempo y eso, no lo pienso permitir.

Me miro en el espejo retrovisor. El vestido floral de mangas cortas y las sandalias que llevo parecen fuera de lugar en este contexto tan serio. Mi cabello semi recogido y a la natural contrasta con la solemnidad del momento.

Las camionetas se detienen en el estacionamiento de la mansión. La imponente fachada de estilo mediterráneo me deja sin aliento. La propiedad es tan grande como lujosa, con sus jardines impecables, su piscina infinita y su cancha de tenis.

Al bajar del vehículo, respiro hondo tratando de calmar mis nervios. Un grupo de hombres armados nos escoltan hasta la entrada principal.

En el interior, la tensión es notoria. Los miembros del equipo se mueven con rapidez y eficiencia, sus rostros serios y concentrados.

Alessandro nos recibe en el salón principal. Su mirada gélida me recorre de pies a cabeza, haciendo que me estremezca.

—Astrid —, dice con voz áspera —. Me alegra que hayas podido venir.

Bueno, ¿qué mierda pasó?, ¿Y esa indiferencia?

Trago saliva y asiento con la cabeza —. Estoy aquí para lo que necesites —, afirmo.

El castaño me mira intensamente con sus iris grisáceos, derritiéndome —. Veremos —, sus labios se alzan en una sonrisa ¿cruel? —. Porque lo que está por venir es mucho peor.

Sus palabras resuenan en mi cabeza mientras me dirijo a mi lugar en la mesa. Mierda, mi instinto me dice que estoy en una cacería y precisamente no soy el cazador, soy la presa.

El silencio en la sala es sepulcral. La tensión se puede cortar con un cuchillo. El menor de los Agnelli, con su mirada gélida clavada en mí, suelta la bomba:

—Tenemos un soplón entre nosotros, nuevamente.

Un murmullo recorre la sala. Los ojos se mueven inquietos, buscando culpables en los rostros de mis compañeros.

Siento como si me hubieran clavado un puñal en el corazón. La sospecha me envuelve como una mortaja.

—¿Qué sucede Astrid? ¿Te preocupa? —, me dedica una sonrisa sarcástica —. Deberías.

Su tono irónico me llena de furia —. No sé a qué te refieres —, afirmo, a pesar del temblor que me recorre.

Él, sin inmutarse, arroja sobre la mesa un fajo de documentos —. Echa un vistazo, querida.

Tomo los papeles con manos temblorosas. Mi rostro se va tornando pálido a medida que avanzó en la lectura. Informes que yo misma escribí, detallando supuestas "fallas" en los monoplazas, fotos mías manipulando los mecanismos.

—¡No es posible! —, grito, mientras niego con la cabeza —. ¡Jamás haría algo así!

Las risas burlonas de Alessandro resuenan en la sala —. ¿Acaso crees que alguien te creerá? Te tenemos con las manos en la masa.

Los demás miembros del equipo me miran con desconfianza y disgusto. Estoy acorralada y humillada.

—Estás fuera, Bright —, sentencia, con un desprecio total —. Te haré pagar caro esta traición.

Lágrimas de impotencia brotan de mis ojos. No puedo creer que la vida de un giro cruel. Dedique todo mi esfuerzo a la escudería y ahora me consideran traidora.

Un silencio sepulcral se apodera de la sala tras la expulsión del equipo. Solo él y yo permanecemos de pie, frente a frente.

Las lágrimas corren por mis mejillas. Mi voz es un hilo tembloroso cuando le ruego a Alessandro que me crea.

—Esas fotografías no prueban nada —, suplico —. No se ve mi rostro, solo una mujer con ropa similar a la mía. ¡Por favor, mi amor, dame la oportunidad de demostrar mi inocencia!

Él me mira con una frialdad glacial —. Las pruebas son contundentes —, dice con sarcasmo —. Tu rostro no importa, tus acciones sí.

La humillación me quema —. Jamás te haría algo así —, grito con la impotencia ahogando mi voz —. ¡Lo que siento por ti es real! ¡Ya lo hablamos!

Un brillo cruel se enciende en sus ojos metálicos —. Ya me traicionaste una vez, ¿por qué no otra vez? —, me desprecia —. No hay perdón para los soplones. Agradece que no te torturo y te asesino como la rata que eres.

El dolor me golpea como una ola feroz al escucharlo.

—¿Quién te entregó esa información? Porque es un maldito mentiroso —, me limpio las lágrimas con el dorso de la mano, enfurecida —. Dime, ¿quién es ese hijo de puta?

El castaño me sonríe con malicia —. Eso no te importa —, su mirada glacial me hace sentir pequeña —. Lo único que importa es que estás fuera de la escudería. Y no vuelvas a acercarte a mí.

Me tambaleo, siento que el mundo se derrumba bajo mis pies. La crueldad de él me deja sin fuerzas.

Salgo de la finca como un robot. Mi mente es un torbellino de emociones: dolor, rabia e impotencia. La crueldad de Alessandro me deja devastada.

De repente, una voz familiar me saca del trance —. Astrid —, dice el rubio con preocupación.

Al verlo, las lágrimas brotan de mis ojos sin control. Lo abrazo con fuerza, en un silencio que lo dice todo.

Erik me mira con ternura —. No dudo de ti —, afirma —. Sé que eres inocente.

Un pequeño rayo de esperanza se enciende en mi corazón. Su apoyo es un bálsamo en mi herida.

—Pero —, continúa serio —. Lo mejor es que te alejes de él. Es un hombre peligroso y no te merece.

Trago saliva, sé que tiene razón.

—Tienes razón —, tiemblo —. Tomaré distancia mientras demuestro que no soy una maldita soplona.

—Sé que es difícil —, sus labios se alzan en una sonrisa triste —. Pero es lo mejor para ti.

Asiento, determinada. Nadie me vencerá porque soy la maldita Astrid Bright. 

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