Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 11

Alessandro

Estas últimas semanas han sido una montaña rusa para mí.

Desde que la bese por primera vez en el club, una mezcla de emociones se apoderó de mí.

Pase noches preguntándome ¿Qué era ese sentimiento que me inundaba cada vez que la veía?

No es una simple atracción como las que experimenté con otras mujeres, es algo más profundo, más complejo.

Me sigue costando creer que ante ella todo lo que soy, se tambalea, mis palabras se pierden en mi garganta, incapaz de expresar lo que me sucede.

Lo único que pude deducir con cada roce accidental es que mi cuerpo arde, que solo verles los ojos o sus labios, estoy ardiendo en llamas.

Pasé noches soñando con ella, veía que ella jamás me miraba porque era poca cosa, por ser repulsivamente asqueroso.

El solo hecho de sentirme rechazado por ella era algo que me carcomía. Nunca antes me había sentido tan vulnerable. Me inquietaba el ser ignorado, privado de la mirada de esos luceros olivas al que anhelo rendirle tributo eternamente.

Los problemas en la escudería son otro dolor de cabeza, la presión que recibo de los superiores fue extenuante. Al ser el que pone la cara por los resultados de cada avance de Astrid, me convertía en un volcán a punto de estallar.

Los dueños de la marca no están muy convencidos, que una mujer manejé una área tan grande y poderosa de la escudería, pero basto con interponer mi renuncia para que aceptaran.

Pero por haber atentado con esa farsa, me está costando la tranquilidad.

Las noches que no pude conciliar el sueño, las ocupé haciendo negocios con mi otra cara, en los subterráneos de mis clubes.

Hubo algunos tratos que no se lograron, pero puedo asegurar que, de mi parte, salí victorioso. Exceptuando a la contraparte, que están haciendo bulto en mi castillo, pero son mi diversión para cuando estoy aburrido o estresado.

Todo dio un giro de 180 grados, cuando esta mañana observe como la miró el bastardo de Erik. Pude entender esa mirada, porque de seguro yo también la coloco cuando ella está cerca de mí.

Verlo presentándose con ella, con esa cara de inocente que no mata ni un gusano, fue exasperante. Sumándole que ella es tan ingenua, que claramente le creyó.

Después de esa situación, me mantuve atento todo el día a sus pasos. Pasé toda la mañana en la oficina de John, esperando la magnífica jugada de ese bastardo y no me equivoqué, porque cuando lo vi aparecerse entre los pasillos, y entrar a la oficina de ella, supe que haría su jugada.

Solo que había un problema en su plan y ese era el mismísimo diablo, Alessandro Agnelli.

Espere pacientemente a que salieran ambos, porque Erik es tan predecible. Llevarla a almorzar, claro que es una idea del caballeroso Karlsson.

Cuando los vi esperando el ascensor juntos, era hora de poner mi plan en marcha; y el solo hecho de verlos conversando, ella sonriéndole vergonzosamente, fue el detonante.

El percibir como el cuerpo de Astrid se tensó al sentir mi presencia a su lado, fue la señal que necesitaba, aunque me importaba una mierda porque actuaría igual.

Subí con ellos, ignorándolos. Pasaban los segundos y ella no atacaba, pero por suerte no tardo demasiado.

El intentar hacerse la fuerte y segura mujer, le salió pésimo, porque solo le deje en claro a ese bastardo y a ella, que lo que pasó entre nosotros, iba a seguir sucediendo.

Porque ella era mía desde el momento en que la toque por primera vez esa noche en el club y nadie cambiaría ese hecho. Solo había que recordárselo a Astrid y hacérselo saber a Erik, por las buenas o por las malas, aunque me gustaba más el segundo plan.

Salí victorioso de ese ascensor, dejando la duda sobre él y calentando lo que más tarde me iba a comer.

Esperé pacientemente, hasta que me cansé y mandé a llamarla, ya la había tenido demasiado ese bastardo.

Mientras esperaba a que viniera, tuve una confrontación con John porque él aseguraba que estaba teniendo un ataque de celos, pero claramente lo negaba rotundamente.

¿Por qué Alessandro Agnelli, tendría celos de un ser tan insignificante como Erik Karlsson?

Patrañas, jamás estaría celoso de nadie. Ella era, es y será mía, solo mía.

Era hora de poner en marcha la segunda parte del plan, confrontarla. Entré a su oficina, no pude evitar recorrerla porque ella pasaba la mayor parte del día ahí.

El aroma a frambuesa y algunas notas de melón, se impregnaron en mis fosas nasales. Ese olor tan particular de ella.

Tome asiento en su silla, que para mi gusto era un poco pequeña por mi contextura muscular, pero no iba a impedir que pudiera seguir absorbiendo más de su esencia.

Escuché pasos en el pasillo, así que me preparé. No sabía si sería ella, pero mejor estar preparado a que te tomen por sorpresa.

Cuando la vi entrar a su oficina con una sonrisa radiante, todo se oscureció. Era obvio que esa maldita sonrisa era por ese bastardo y no por verme a mi sentado allí, porque apenas me vio su semblante se oscureció.

Escuchar sus preguntas de qué buscaba ahí, fue estúpido porque era muy obvio eso, la buscaba a ella. Pero lo más estúpido que escuche salir de su boca esta tarde fue cuando me echo de la oficina.

Verla parada, con la espalda derecha y esa mirada impenetrable, pidiéndome que me fuera, fue lo más tierno que pude ver. Hasta queriéndose hacer la mala, falla.

La cara que coloco al pensar que me iría, fue chistosamente divertido, pero tenía que mantener mi papel así que no podía burlarme como quise.

El solo hundir mi cara en su melena negra y asfixiarme de su aroma frutal, fue lo más gratificante después de tantos días en abstinencia.

Porque eso es ella, es una droga y no cualquiera, es una que te consume a tal punto que es inevitable la letalidad que provoca cada vez que quieres estar sin ella.

Hacerle la pregunta del millón, si ese inútil le atraía, fue el suspenso más grande que sufrí en mi vida, sobre pasa al de las carreras; pero, todo se calmó cuando dijo que sí, pero sus ojos decían otra cosa.

Así que pasé al siguiente nivel del plan, besarla de nuevamente, pero no sería cualquier beso. Ella me besaría, no yo.

El aclararle que no creía un céntimo de lo que acababa de decir, mientras me acercaba a sus labios, rozándolos con los míos; fue suficiente para que cayera ante lo que siente por mí.

Obteniendo nuevamente el control que necesitaba. La apreté más a mí, para poder hundir mi lengua dentro de ella y saborearla, fue majestuoso.

Ser un adicto en abstinencia sin ganas de rehabilitarse, era complicado de sobrellevar, pero como todo adicto, al recibir mi dosis, me olvidé de todo.

Ese beso demostraba la urgencia de ambos, mostraba lo salvaje que somos porque algo buscábamos, pero ninguno sabía que era o capaz sí.

El separarnos en busca de aire, fue tan doloroso para mi ser. Que los dos estuviéramos jadeando, no ayudaba para mi problema de entrepiernas, pero no era lo más importante.

Lo importante era confirmar que ambos sentíamos lo mismo. Así que como el último intento y paso de este plan, pedirle una cita.

Merecía una oportunidad, solo una. A ese estúpido se la había dado y a mí también me la daría, sino tendría que valerme de otras artimañas para que cediera. Por ejemplo, secuestrarla en mi pent-house hasta que se enamorará de mí o hasta que yo me matará por su rechazo.

Todo cambio, cuando después de un poco de insistencia ella acepto.

La sonrisa que se dibujó en mi rostro al recibir su aceptación fue una rareza, una muestra de vulnerabilidad bajo mi fachada de arrogante empedernido. Además de alzarla con mis brazos, fue demasiado, así que tuve que volver a mi posición natural.

El decirle que vaya elegante, fue lo que más anhelaba hacer, porque si el otro imbécil la había sorprendido llevándola a ese restaurante italiano de cuarta, mi propuesta la iba a rematar.

El solo hecho de verla igual de hermosa como esa noche, hacía que se me hiciese agua en la boca. El sudor en mis manos que jamás se había presentado, me preocupara.

Jamás había tenido una cita con ninguna mujer, al menos que fuera para follármela esa misma noche, pero con ella no sería así. No quería que fuese así, se daría cuando se tuviera que dar.

Me retire de su oficina más intranquilo de lo que pensé en su momento, cuando cree el plan.

A partir de esta noche tomaba el control, ignorando el final, pero de una cosa si estaba seguro y era que, lo que sentía no se calmaría hasta que no descifrase el misterio de Astrid y lo que ella despertaba en mí.

Porque nada volvería a ser igual mañana. Algo cambio en mí, la barrera que construí hace años se había derrumbado. Logrando sentirme vulnerable como nunca antes.

Y aunque no sabía cómo nombrarlo, ni que hacer, una cosa era segura.

Quería más.

♡.﹀﹀﹀﹀.♡

La corbata se resiste a mis manos sudorosas por los nervios. Un nudo en la garganta me impide tragar saliva. Mi poca paciencia y mi ansiedad, se mezclan en un cóctel explosivo en mi interior.

Esta noche es diferente. No es salir a embriagarme solo o con mis damas de compañía, o una cena de negocios. Esta noche era una cita con Astrid.

Su imagen permanece grabada en mi mente: sus ojos color oliva, su sonrisa radiante, su cabello negro azabache cayendo en cascadas por sus hombros. Un escalofrío recorre mi cuerpo con solo recordarla.

Con un movimiento brusco tiro la corbata al suelo y maldigo en voz baja.

- Maldita sea ¿Qué te sucede Alessandro? No puedes perder el control ahora.

Respiro hondo, me concentro nuevamente en la tarea. Finalmente, la corbata cede, quedando en su sitio, un poco torcida para mi ojo perfeccionista; pero no me importa, lo único que importa es verla.

Elegí el traje con sumo cuidado, un Armani negro, sobrio y elegante, como yo. Aunque esta noche, algo en mi interior, batallaba con salir a la luz. Una chispa de rebeldía, un deseo de romper las reglas.

Un toqué de color, pensé. Tome el pañuelo blanco del armario y lo acomode en la solapa del traje, ubicada en mi pecho. Un toque de riesgo, un guiño a la incertidumbre que me corroe por dentro.

Sentimientos que solo ella ha despertado en mí.

Reviso una vez más la confirmación a la reserva, el restaurante elegido es "The Fat Duck", un oasis de lujo y excentricidad en Bray, a pocos kilómetros de Woking. Un lugar perfecto para una noche que promete ser inolvidable.

Bajo a mi estacionamiento privado, mi corazón palpita con una mezcla de emoción y nerviosísimo, Esta noche es especial, y la elección del auto es una parte crucial de la declaración que quiero hacer.

Mis ojos recorren la colección: un Lamborghini Aventador, un Ferrari 488 GTB, un Rolls-Royce Wraith. Todos ellos son poderosos, elegantes, símbolos de mi éxito y mi posición.

Pero ninguno de ellos era perfecto para esta noche. Necesito algo más, algo que reflejé la intensidad de lo que siento, la tormenta que ruge en mi interior.

De repente, mi mirada se posa en él: el Bugatti Chiron Súper Sport 300. Una bestia de fibra de carbono, un monstruo de 1600 caballos de fuerza, capaz de alcanzar velocidades que desafían la imaginación.

Me acerco a él, acaricio su suave superficie con una mezcla de reverencia y deseo. Es una obra de arte, una máquina perfecta, una extensión de mi propia naturaleza.

Abro la puerta, el aroma a cuero y tecnología me envuelve en una ola de exclusividad. Me deslizo en el asiento, sintiendo cómo la ergonomía perfecta se adapta a mi cuerpo como un guante.

El rugido del motor al encenderlo es música para mis oídos. Un sonido gutural, potente, que anuncia mi presencia al mundo.

No era solo un auto. Era una declaración de poder, de ambición, de dominio. Y esta noche, es la armadura que necesito para enfrentar mis miedos y conquistar a la mujer que me robó el corazón.

Al pisar el acelerador, la adrenalina se dispara por mis venas. La velocidad es una droga, una liberación, una forma de escapar de la incertidumbre que me atormenta.

Mientras conduzco por la carretera desolada, apreció los últimos rayos de sol antes que la luna llena tomé su lugar, no paró de pensar. ¿Si está cita es un error? ¿Si soy poco para ella?

Un gruñido escapa de mi garganta, no puedo permitir que la duda domine en mí. Esta noche voy a disfrutarla.

Media hora después, aparco el Bugatti frente al complejo de apartamentos de Astrid. El motor ruge una última vez, antes que el silencio expectante se apodere del ambiente.

Mis manos aprietan el volante con una fuerza innecesaria. La adrenalina bombea por mis venas.

Apago el motor y salgo del auto. La noche está fresca, pero el calor que emana en mi interior es suficiente para desafiar cualquier temperatura.

La veo bajar las escaleras de la entrada, como una aparición celestial bajo la luz de la luna.

Entendió a la perfección lo que es vestirse con lujo; el vestido azul marino de seda con caída hasta el suelo, ceñido a su cuerpo como una segunda piel, los tirantes finos que sujetan a la perfección sus senos.

Unos tacones plateados que resaltan la esbeltez de sus piernas, que se aprecian por el tajo que tiene en el lado izquierdo del vestido, desde la ingle hasta el suelo. Acompañado de un echarpe de piel sintético color blanco que enmarca su figura como un cuadro.

La observo bajar las escaleras, con una gracia y elegancia que me quita el aliento. Cada movimiento, cada gesto, es pura perfección.

En este instante, confirmo que estoy perdido. Completamente y absolutamente perdido.

No importa la tormenta que ruge en mi interior, ni las dudas que me atormentan. Ella es la calma que necesito, el sol que ilumina mi oscuridad.

No puedo evitar salir a su encuentro. Cada paso que doy hacia ella es un tormento de emociones. La impaciencia, la ansiedad, el deseo, se mezclan en una tormenta que amenaza con consumirme.

Llego a su lado, me detengo, sin aliento. Un silencio incómodo se apodera de nosotros, roto solo por el suave sonido de la brisa entre los árboles.

Extiendo mi mano para tocar su mejilla fría. Su piel es suave y tersa, como la seda de su vestido.

Puedo detallar más de cerca su rostro: su cabello semi recogido en un moño, dejando al descubierto su rostro angelical. Un maquillaje donde sus ojos verdes destacan en sombras marrones con un delineado del mismo color que resalta su mirada profunda, pestañas largas y cuantiosas.

Mi corazón da un vuelco en mi pecho. Es la imagen más hermosa que he visto en mi vida.

- Estas hermosa – susurro, con voz ronca de la emoción.

Una sonrisa tímida se dibuja en sus labios

- Gracias – responde, con un tono apenas audible.

La escolto hasta el auto, donde le abro la puerta de copiloto y la ayudo a tomar asiento. Puedo notar que se sorprendió en que vehículo nos moveríamos hoy, porque tiene los ojos abiertos como platos a raíz de la sorpresa.

Sonrío de lado, porque si esta noche sale todo bien, estos serán los vehículos en los que se moverá.

Subo al asiento de piloto y pongo el motor en marcha. Puedo ver que dio un pequeño salto en el asiento al escuchar el rugido de la bestia que hoy nos llevará.

Tomo la ruta que nos conduce al restaurante y observo por el espejo retrovisor, que atrás de mi Bugatti, vienen escoltándonos dos de mis camionetas de seguridad.

Me concentro en el camino a seguir, ella mira por la ventanilla de su lado, el paisaje que se dibuja en la ciudad.

Veo que mira por el espejo retrovisor de su lado que, nos escoltan dos camionetas atrás nuestro. Sé que se ha percatado que tengo seguridad privada las veinticuatro horas al día.

Se acomoda en su asiento y se gira para verme.

- ¿Por qué siempre llevas seguridad? – pregunta, clavándome esos olivos.

- Soy un hombre millonario, que tiene poder y que por llevar el apellido Agnelli, es una sentencia – contesto, y me encojo de hombros.

La veo poner los ojos en blanco y bufar, así que antes de que me juzgue, intercedo.

- Puede que para ti sea algo nuevo, pero en mi mundo es lo más normal – continuo – así que no me juzgues tan pronto – finalizo, guiñándole un ojo con una sonrisa ladeada.

Me percato que se ruborizaban sus mejillas y eso me genera ganar de darme golpes en el pecho, pero no era la quería cagar en el primer minuto.

- ¿Y a dónde iremos Alessandro? – su tono de voz dulce.

- Se llama "The Fat Duck", está ubicado en Bray.

- Ese lugar no está en Woking ¿O sí? – inquiere, pensativa.

- No, es en otra ciudad, no muy lejos de aquí – contesto, mirándola a sus ojos verdes.

Asiente y vuelve a mirar al frente, y también yo. El resto del camino se dio en un silencio no tan incómodo, pero molesto para mí. Porque quería escucharla hablar de cosas banales, lo que sea, pero oír su voz dulce.

Pare el coche en la entrada del restaurante, donde el valet parking se acerca a esperar que le entregue las llaves.

Bajo y lo ignoro, me dirijo a abrirle la puerta a Astrid que es la única que tenía mi total atención. La ayudo a bajar y acomodarle el vestido.

Una vez que me siento satisfecho de ayudarla, me giro a mirar al tipo del parking.

No es solo un auto, es una de mis preciadas inquisiciones más apreciadas.

- Encárgate de que no le suceda nada – digo con voz firme, mirándolo directamente a los ojos – si le sucede algo, me encargaré de que a tu familia le llegué tu cabeza.

Puedo ver como su cara palidece y como su ojo comienza a temblar, seguramente por el miedo que le infundí.

De pronto, siento un apretón en mi brazo, en la zona del bíceps, giro la cabeza y me encuentro con sus luceros verdes fulminándome.

- Alessandro, por favor – susurra, con un tono de reproche en su voz.

Pongo los ojos en blanco porque no me permite ser, le entrego las llaves al imbécil y me aseguro de asesinarlo con la mirada.

- Vamos – coloca su brazo alrededor del mío.

Al ingresar, la decoración excéntrica y elegante, con los muebles de época, invaden mi visión.

Aunque la que se vuelve a llevar mi total atención fue Astrid, la expresión de maravillada en su cara al ver el lugar. Puedo ver como brillan sus ojos y una sonrisa radiante se dibuja en sus labios.

Confirmo que elegí el lugar perfecto.

La recepcionista nos recibe y la conduce hasta el guardarropa del restaurant para que Astrid, dejé su abrigo. Lo cual me permite admirar la parte trasera del vestido, tiene la espalda descubierta, solo le cruzan los tirantes, pudiendo apreciar su piel tersa y pálida.

La mujer de aspecto elegante con un vestido negro y moño impecable, nos conduce a una zona apartada del restaurante.

Nos guía hasta una mesa en un rincón, junto a una ventana que da al jardín exuberante. La luz de la luna se filtra a través de las ramas de los árboles, creando un ambiente mágico y surrealista.

Ayudo a sentarse a Astrid, colocando la silla con cuidado para que se sienta cómoda.

Tomo asiento en frente de ella y observo cómo se acomoda en la silla, con una expresión de satisfacción en su rostro. Sus ojos brillan con una luz tenue, y sus labios se curvan en una sonrisa tímida.

El mesero se acerca a nosotros y nos entrega la carta a ambos, una expresión de sorpresa se refleja en el rostro de ella al ver los precios de los platos.

- ¿Y qué te parece? – analizo la carta, los precios no son problema para mí.

- ¿No te parecen un poco exorbitantes los precios? – me mira con los ojos desorbitados.

Sonrío al ver esa expresión en ella y niego con la cabeza.

- Te pregunté algo Astrid, los precios son lo de menos – contesto – conmigo, el dinero no tiene que ser una preocupación.

- Me olvidé que estaba en el señor arrogante – rueda los ojos.

- Señor arrogante que te encanta, Astrid – contrataco con una sonrisa ladeada.

Sus mejillas se ruborizan y eso me tiene idiotizado.

Al cabo de unos minutos, vuelve a aparecer el mozo en nuestra mesa para tomar las órdenes.

- Yo quiero un filete de ternera con foie gras y trufas – ordeno - ¿Y tú, Astrid? – levanto la mirada y me encuentro con que ella ya me observa atenta.

- Ehh... yo quie... quiero un ravioli de trucha ahumada con crema de guisantes y caviar – tartamudea, cerrando la carta.

- ¿Para tomar qué prefieren? ¿Vino tinto o blanco señores? – pregunta el mesero, alternado la mirada entre ambos, aunque puedo notar que tarda más en desviar su mirada en ella.

- ¿Te parece un Châteauneufe, Astrid? – vuelve a abrir la carta, busca y revisa, y después de unos segundos asiente con la cabeza, sonriendo tímidamente.

- Ya escuchaste – cierro la carta y se la entregó al mesero. Recoge la de Astrid y le sonríe coquetamente – quita tus mugrosos ojos de mi mujer.

El mozo traga saliva fuertemente y asiente, marchándose. Astrid me crucifica con la mirada, soy consciente de que no le agrada demasiado mi lado agresivo, pero poco me importa. Un día lo amará.

- Eres muy descortés, Alessandro – la veo colocarse la servilleta en su regazo, huyendo de mi mirada.

- No, sólo protejo lo que es mío. – bufo, imitándola.

- ¿Y quién dijo que soy tuya? – pregunta, acodada en la mesa.

- Las reacciones de tu cuerpo cuando te toco – respondo, sonriendo de lado.

- ¿Ah sí? Pues, no me tocarás más – contesta, mirándome de reojo.

No puedo evitar reírme genuinamente, su declaración me importa tan poco.

- Bueno, dime ¿Para qué estamos aquí Alessandro? – arquea una ceja y sonríe de lado.

Sabe muy bien, lo que provoca al mirarme así.

- Dímelo tú – replico, ladeando la cabeza.

- Hablaré, si tú lo haces – demanda, paseando sus esmeraldas por mi cuerpo.

Me acomodo los gemelos de oro de mi traje, evitando mirarla a los ojos. Hablar de lo que me sucede, no es algo que me gusté hacer. En sí, jamás expreso los sentimientos buenos, porque soy un desastre.

- No sé cómo decir lo que me sucede – carraspeo la garganta mientras me aflojo un poco el nudo de la corbata – lo qué puedo decir, es qué quiero oler tu aroma a frambuesa todo el tiempo.

Me doy una bofetada mental al escuchar lo que dije a lo último ¿Oler su aroma a frambuesa todo el tiempo?

Qué estúpido soy para expresarme, aunque no es mentira que me encanta oler su aroma frutal, es un tranquilizante para mí.

La veo reírse burlonamente por mi declaración, pero luego se muerde el labio inferior de una manera tan sensual. No puedo pasar desapercibida esa acción porque ya siento la tensión en mi falo.

Desde que la vi bajando las escaleras en su complejo que estoy duro como una piedra, agradezco a mi sabiduría a estos casos que me acomodé el miembro de una manera que se mantuviera oculto. Aunque con mi gran tamaño, no sirve de mucho.

- Entonces, declaro que yo quiero oler tu aroma a madera todo el tiempo – dice, llevando la copa a sus labios para tomar un trago.

Es inevitable sonreír ante su declaración, debo parecer estúpido porque la veo mirarme fijamente. Acción que me incómoda así que vuelvo a endurecer mi semblante.

- ¿Entonces, qué seríamos? – pregunto nervioso, mientras me rasco la nuca.

- ¿Novios? No, claramente que no – responde, con una sonrisa tímida – eso lleva un camino, que ambos debemos recorrer juntos, conociéndonos y viendo si realmente queremos estar el uno con el otro.

Un sabor amargo se apodera de mi garganta. No es la respuesta que esperaba. La quiero para mí, tenerla a mi lado, y la idea de que ella no quiera, me genera ansiedad.

Respiro hondo, tratando de controlar la tempestad que arremolina en mi interior.

- Está bien – digo, con una voz ronca por la emoción contenida – respeto tu decisión, empecemos a recorrer ese camino juntos.

En ese momento, llega el mozo con nuestros platillos.

Coloca los platillos en su respectivo lugar, sin mirar ni decir nada. Es claro que se asustó cuando le advertí, en cambio, solo hace una reverencia ceremonial al terminar con su labor.

Observo a Astrid mientras degusta su ravioli. Sus ojos brillan de satisfacción y una sonrisa de deleite se dibuja en sus labios.

Empiezo a devorar mi filete, disfrutando de cada bocado. La carne es tan tierna que se deshace en la boca, y el foie gras y las trufas añaden un sabor complejo y sofisticado.

Charlamos de temas triviales durante la cena, la música que nos gusta, los lugares que habíamos visitados.

La conversación fluye con naturalidad, como si nos conociéramos de años.

Hay una conexión entre ambos, algo que nunca he experimentado con nadie.

En un momento dado, mi mirada se posa en su tatuaje de dragón, ubicado en su brazo izquierdo.

- ¿Qué significa tu tatuaje? – pregunto por curiosidad, mientras termino de deleitar en ultimo bocado de mi cena.

Logro percibir como su rostro se ensombrece y una mirada de incomodidad se refleja en sus ojos.

- Es una historia personal – contesta con voz tensa – no quiero hablar sobre eso.

Afirmo con la cabeza mientras limpio las comisuras de mis labios. No quiero presionarla así que respeto su silencio.

Aunque la pregunta queda flotando en el aire, con una sombra que amenaza con eclipsar la conexión que conseguimos.

- ¿Cómo manejaremos esta "relación, no relación"? – y hago las comillas con mis manos.

Astrid se queda pensativa por un momento, sus ojos color olivas escrutan mi rostro.

- Somos compañeros de trabajos, que están explorando una conexión sin barreras ni presiones – responde finalmente.

No es lo que yo quería, pero que se le va a hacer.

- De acuerdo – trato de reprimir la decepción que me inunda – mantengamos esto en secreto por ahora, nada cambia en el trabajo.

Ella asiente con solemnidad.

- Excepto una cosa, exijo que dejes de querer rebajar mi autoridad. Quiero ser tu igual, soy tan profesional como tú – la firmeza de su voz al decirlo, me hace tragar grueso.

Sé que he sido un miserable con ella, es una de las cuestiones por las que no había querido dar el siguiente paso.

- Así será, no tendrás que preocuparte más por mis comentarios que solo te sacan de tus casillas – le sonrío de lado.

- Gracias – susurra – es importante para mí.

A pesar de la indefinición de nuestra relación, a pesar de los secretos y las sombras del pasado, una conexión genuina se está gestando.

De pronto, mis ojos se clavan en los de ella.

- No te voy a compartir, ni lo sueñes – sentencio con un tono áspero, lleno de posesividad y determinación – si esto va a funcionar, tiene que ser exclusivo.

Astrid me mira fijamente, sus ojos verdes brillan misteriosamente.

- Estoy de acuerdo – se acoda sobre la mesa – pero, tengo una condición.

- ¿Cuál? – enarco una ceja.

- No quiero volver a ver a tu secretaria en tu oficina con las puertas cerradas por más de dos minutos – dice con voz firme – sé lo que vi hace unos días.

Un golpe de calor, recorre mi cuerpo. He sido descubierto. Trago grueso y afirmo.

- De acuerdo, no volverá a ocurrir.

En el fondo me siento aliviado. Esa condición refleja un atisbo de celos y eso significaba, que algo le importo.

Eso me llena de una satisfacción que no puedo negar. No dije nada más, pero una sonrisa se dibuja en mi rostro.

Descubrir los celos de Astrid, enciende una chispa en mí. Una chispa de deseo, de juego, de provocación.

Aprovechando la situación, decido elevar el nivel de la conversación.

Comienzo a inclinar mi cuerpo sobre la mesa, hacía a ella mientras la escucho hablar sobre el trabajo. Con movimientos suaves y lentos, me voy moviendo con la silla, acortando la distancia entre los dos.

Mis dedos rozan los suyos de manera casual, enviando descargas eléctricas por nuestras pieles. Hablamos de temas laborales, pero la tensión es palpable en el aire.

Es un juego de fuego y hielo, una danza sensual sin palabras. Sus ojos brillan con una intensidad que nunca antes había visto. Sus labios se entreabren ligeramente, dejando escapar un suspiro apenas perceptible.

Yo me acercó cada vez más, hasta que nuestros cuerpos casi se tocan. Puedo sentir el calor de su piel, el aroma de su perfume, el ritmo acelerado de su corazón.

- ¿Te gustan los juegos peligrosos, Astrid? - susurro en su oído, acercándome a ella.

- Depende del juego – sus ojos brillan por su picardía.

- Este es un juego de fuego y hielo. De pasión y control. ¿Te atreves a jugar? – mientras hago un camino por su brazo con mis dedos.

- Siempre he sido una mujer de retos – puedo oír su voz más ronca que antes.

- Entonces juguemos. Un juego donde las reglas las ponemos nosotros – susurro, acercado mi rostro al de ella.

- Y donde el premio... es el placer. – continúa, mientras, sus labios rozan con los míos.

- Un placer que solo nosotros podemos descubrir – contesto, dándole un beso suave.

Puedo sentir como la tensión aumenta cada vez más, en cada roce, en cada palabra y en cada mirada.

Con mis manos exploro su piel, empezando por sus hombros, bajando por su espalda desnuda; hasta llegar a sus glúteos redondos, donde les doy un apretón.

Enreda sus dedos en mi cabello, atrayéndome hacía ella donde me recibe con un beso apasionado.

Se separa apenas de mi rostro, apoyando su frente contra la mía y me mira con una mirada suplicante.

- Llévame a tu casa, por favor – susurra cerca de mi rostro, es tanta la proximidad que estamos respirando el mismo aire.

No lo pienso, la ayudo a levantarse y nos dirigimos a la salida. El mozo se acerca a nosotros porque no he pagado aún, pero poco me importa.

Si mi mujer dice que se quiere ir, nos vamos.

- Súbelo a mi cuenta – ordeno, y él asiente.

Ignoro que estamos olvidando el tapado de Astrid, así que antes de salir y recibir la noche helada, me quito el saco y se lo coloco sobre los hombros a ella.

El valet parking ya nos tiene el Bugatti en la puerta, esperando a que abordemos. Estoy tan apurado que no reviso que este bien el auto, aunque más vale que si valora su vida, lo esté si no vendré a despellejarlo vivo.

Le abro la puerta del copiloto a Astrid, un gesto que en este momento contrasta con la tormenta que ruge en mi interior.

Ella sube, acomodándose en el asiento, dejando ver una de sus esbeltas piernas a través del corte pronunciado del vestido. Trago grueso ante esta acción y cuando subo mi mirada hacía su rostro, me sonríe coquetamente.

Rodeo el coche, subiendo al asiento del piloto. El aroma de su perfume está envolviéndome en una nube de deseo.

Enciendo el motor, un rugido gutural que hace vibrar el suelo. Comienzo a pisar el acelerador y el Bugatti, salgo como un disparador.

A medida que avanzamos en la carretera, las luces de la ciudad se convierten en un borrón multicolor mientras la adrenalina bombea en mis venas.

Ignoro los semáforos en rojos y las desaprobaciones de los pocos peatones que circulan en la ciudad. Al igual las multas que me llegaran.

Lo único que me importa es llegar a mi pent-house, lo antes posible.

Desvío cada tanto la mirada hacía el cuerpo de Astrid, puedo notar que se descubre cada vez más el vestido de sus piernas. La miro a los ojos y puedo percibir que sus esmeraldas son fuegos incandescentes.

Comienza a recorrer mi pecho con sus manos, delicadamente mientras deja pequeños besos húmedos en mi cuello.

Puedo perderme en su mirada, en la sensualidad de sus movimientos, en la intensidad de su deseo.

Llegamos a mi pent-house en tiempo récord, no espero ni al aviso de mi gente para bajar del auto. Lo estaciono en su lugar e ignoro a las camionetas que están en la entrada.

Salimos del auto, devorando la distancia al ascensor. Las puertas metálicas se cierran después de marcar el último piso del edificio. Quedando encerrados en el espacio privado, donde la realidad se diluía.

Astrid se abalanza contra mí, apoderándose de mi boca como la pantera que es. La colocó con fuerza contra el espejo de la caja metálica, respondiendo a su beso con intensidad.

Sitúo una de mis manos en sus maravillosos pechos, apretujándolos con posesividad mientras que con mi otra mano recorro el resto de su cuerpo, alzando una de sus piernas a mi cintura, para tener mejor acceso a ella.

El verla arquear la espalda, tirando su cabeza hacía atrás, exponiendo a mi merced su cuello y pechos; me vuelve completamente loco, comienzo a crear un camino de chupetones desde su lóbulo hasta su escote.

Puedo sentir que la polla va a reventar dentro de poco por tanta excitación que solo esta mujer ha logrado provocar, con cada gemido suave que suelta, más me palpita.

Escucho que suena la alarma de que las puertas se han abierto, así que la alzo del suelo haciendo que me rodee con sus piernas majestuosas.

En las penumbras del pent-house, nuestras bocas se vuelven a encontrar con avidez. No puedo parar de apretujarle los glúteos redondos que se carga, ella comienza a desabrochar los botones de mi camisa con rapidez.

Camino por los pasillos hasta que llegamos a mi habitación donde comenzamos a desvestirnos con premura. Ella me quita y tira la camisa al suelo como si fuera un lustre innecesario.

Los lengüetazos que da en mis pectorales son como chispazos que me consumen, inicio a desatar los tirantes de su vestido, pero me detiene.

Se aleja unos pasos para que la pueda apreciar y veo como deja caer la tela azul al suelo.

Mi corazón se desboca al reaccionar antes los que mis ojos ven. Es increíble.

- ¡Astrid, por favor! – jadeo impresionado.

La recorro con la mirada, totalmente sorprendido de tener su figura ante mí, luciendo una lencería diminuta blanca.

Sus curvas son una perfecta simetría que se acentúan por la lencería que adorna como su segunda piel.

Sus pechos, firmes y turgentes, se erguen con gracia bajo el sujetador, desafiando la gravedad. Su cintura, esbelta y definida, se marcan por la línea fina de la braga, creando una silueta de ensueño.

Quita sus piernas del vestido y lo patea sensualmente, creando una imagen erótica de sus piernas, largas y torneadas.

Se suelta el cabello, y una cascada de ondas negras se precipita por sus pechos, enmarcando su rostro como un halo de fuego.

Sus ojos, de verde intenso, brillan con una luz avasallante, reflejando la pasión que arde en su interior.

En este momento, me parece una ninfa, una criatura celestial salida de un cuento de hadas.

Una diosa de la belleza y el deseo que ha descendido a la tierra para cautivarme con su encanto.

Y yo, rendido a su hechizo, me entrego a ella en cuerpo y alma, dispuesto a explorar juntos los confines del placer.

Astrid

Alessandro me observa con una intensidad que quema mi piel.

Sus ojos, de gris profundo, brillan con una mezcla de fascinación y deseo.

Recorre mi cuerpo con una mirada devoradora, apreciando cada detalle, cada curva, cada imperfección.

Me siento como una obra de arte bajo su escrutinio, una escultura viviente que él admira con reverencia.

Su mirada se posa en mis pechos, realzados por el encaje blanco del sujetador. Veo como sus ojos se oscurecen y sus pupilas se dilatan. Su respiración se acelera y un jadeo escapa de sus labios entreabiertos.

Despeinado, sin la camisa mostrando su torso desnudo es una obra maestra de músculos y venas.

Sus pectorales tatuados se elevaban y descendían con cada jadeo, un ritmo que marcaba la intensidad de su deseo.

Su pantalón, ajustado a sus muslos, parece a punto de estallar a causa de su virilidad.

Camino decidido hacía mí y sus manos cálidas, y fuertes, me atraen hacían a él, acortando la distancia entre ambos.

Nuestros labios se encuentran en un beso feroz, una danza de fuego y seda donde las lenguas se enredan con avidez.

Sus manos exploran cada centímetro de mi piel, sus dedos acarician mis curvas con una precisión que eriza mi piel.

Mis uñas se clavan en su espalda, dejando seguramente marcas rojas que hablan de la intensidad de mi pasión.

Lleva sus manos a mi sostén y me lo quita, dejando mis pechos a su merced. Comienza a pasar lengüetazos húmedos y firmes sobre mi aureola, donde muerde y suelta.

Una de sus manos libres la ubica en el otro pecho libre, donde lo aprieta con posesividad, como solo él lo sabe hacer.

Pasa de uno al otro, succionándolos con fuerza logrando que se hinchen y endurezcan. No puedo lograr hilar una palabra, solo gemidos excitados por el placer que me provoca.

- Tus tetas son el paraíso Astrid – susurra roncamente, alternando la mirada entre ambas.

Caminamos hasta su cama sin parar de devorarnos. Tomo asiento en el borde, apoyando mis pies en el suelo.

Comienzo a desabrochar su cinturón con destreza y sigo con el botón, y cremallera.

Le bajo hasta los tobillos el pantalón, dejando como única prenda el bóxer negro que está explotando. Está duro, muy duro.

Lo miro desde abajo encontrándome con la tormenta de sus ojos casi imperceptible a causa del deseo.

Vuelvo a fijar la vista en el bulto, entremeto los dedos entre la prenda y la piel de su abdomen, y la bajo hasta sus tobillos también.

Su erección queda descubierta por completa, el tamaño de su miembro es algo que no había visto antes.

Es un maldito arrogante, pero... Rey de las vergas.

Está bien bendecido este hombre.

El glande rosado, brilla a causa de los fluidos pre seminales que me hipnotizan, logrando que mis rodillas toquen el suelo y mis manos sus muslos, para recibir el postre que negué en el restaurante.

Siento su cuerpo tensarse.

- Astrid...

- Shhh... - levanto la mirada – relájate.

Coloco mi mano en la base de largo y la sobo un poco. Acaricio suavemente, hago leves apretones a su grosor mientras acaricio sus piernas.

- Mírame – su orden me sorprende, pero lo hago fascinada.

Sus grises platinos me observan con tranquilidad. Lo veo unos segundos hasta que percibo que se relaja completamente.

Sin preverlo, la introduzco en mi boca, haciendo círculos en su glande. Un gemido fuerte ronco sale de sus labios. Un sonido seductor que hace mis pezones flamear al ponerlos tan firmes y humedecer mi sexo.

Lo anhelaba.

Tumba su cabeza hacía atrás consumido por el deleite que le corroe, por como mi boca lo complace. Sé que lo quería, lo deseaba.

No paro de chuparlo, lo hago como si fuera una chupeta lo que estoy saboreando. Subo y bajo mi boca mientras mi lengua se mueve dentro de ella. La meto hasta el fondo de mi garganta y él coloca sus manos en mi cabeza.

Quito mi boca y lamo la punta rosada, hago círculos. Repito el proceso varias veces más, desesperada.

- Maldita sea, Astrid – gruñe – esa lengua, no solo sabe retarme.

Despeja mechones sueltos de mi cabello que estorban en mi rostro y enreda sus dedos, intensificando el agarre, y sin dudarlo, tomo una respiración profunda.

Meto más su polla en mi garganta y no para de gemir, sonidos varoniles que generan que no quiera dejar de subir y bajar mi boca.

Me la saco de golpe y comienzo a masturbarlo con la mano. La muevo con maestría, explorando cada centímetro de su falo, queriendo vaciarlo como si fuera una fuente de néctar.

Cuando comienzo a sentir que se expande dentro de mi boca, intensifico mis movimientos. Un par de lágrimas empiezan salir por mis ojos y él las empezó a limpiar.

Lo saco con la boca llena de saliva, seguramente las mejillas rojas y los ojos llorosos.

- No termines.

Me observa con una mirada lujuriosa.

- Acuéstate – lo hago sin rechistar.

Se posa sobre mí y puedo apreciar el anchor de sus hombros, y su expansiva espalda. Empieza a chupar cada parte de mí cuerpo, succiona tan fuerte que duele, pero me fascina.

Succiona en mi clavícula, en mis pechos, abdomen y baja a mi pelvis. Vuelve a mirarme y los destellos de deseo en sus ojos, logran que me entregue a él.

Continúa con besos húmedos sobre mi braga húmeda. Empiezo a retorcerme, las sensaciones abarcan mi cuerpo.

Y de pronto, las arranca, las lleva a su nariz y las huele.

- Exquisito – gruñe, y quedo fascinada ante lo perverso que es.

Me abre las piernas bruscamente y baja a besarme el clítoris, y suelto un suspiro desesperado.

Lo veo perderse entre mis piernas, el crecimiento de un día de su barba hace cosquillas en la parte baja de vientre y flaqueo sin poder prevenirlo.

Lleva sus manos hacía mis glúteos, donde los aprieta para seguir devorándome. Toma aire luego de unos minutos, respirando con dificultad, pero no tarda mucho porque vuelve a su tarea.

Subo mi cabeza para verlo sosteniendo y la sensación de placer es inmediata. Su lengua es un niño pequeño jugando con atracciones. Un gemido se escapa de mis labios al sentir que succiona lentamente y placenteramente mi centro.

Dios... como mueve esa maldita lengua.

Me arqueo de placer y pongo los ojos en blanco.

Abre más mis piernas y veo que lleva sus dedos a mi sexo para estimularme en mi punto sensible. Quiere más de mis fluidos, lo sé porque no se detiene, sigue lamiendo mientras me penetra con dos de sus dedos e igualan el ritmo.

Estoy cansada, siento el sudor en mi cuerpo, pero quiero más y él también.

Cierro los ojos, permitiendo sentir como me toca. No paro de mover mis caderas para seguir fregándome con su lengua y para llevar a más profundidad sus dedos.

Mi excitación crece, comienzo a temblar dando pequeños espasmos y jadeo más.

Succiona mi clítoris, alternando intensidades yendo hasta mi entrada, volviendo al punto inicial. Es una puta droga como se mueve bajo mío.

- ¡Alessandro! – gimo alto, no puedo contenerme más.

Me corro en su boca, permitiendo que tome todos los fluidos con su boca. Mis piernas tiemblan por el orgasmo que me produjo.

Dejo caer mi cuerpo sobre mi costado, exhausta por sus habilidades, pero no tengo mucho tiempo para recuperarme.

- Abre las piernas, Astrid – demanda, mientras me sujeta con fuerza por el cuello, logrando que suelte un gemido suave.

Las abro sin pensarlo dos veces, dejando a su disposición mi coño. Lo mira con devoción al igual que todo mi cuerpo, lo veo relamerse los labios y baja, dándole un beso húmedo en mi punto sensible.

No pudo evitar el espasmo que me provoca ese beso. Lo miro suplicante, necesito tenerlo dentro mío, ya no se trata de querer, sino que mi cuerpo lo necesita.

Se coloca entre mis muslos y con una de sus manos sujeta su miembro y lo ubica en mi entrada, pero no ingresa. Solo lo sube y baja por mi raja, logrando que crezca mi necesidad de tenerlo dentro.

Suelto un gemido ahogado y en ese instante, lo escucho gruñir intensamente y se desliza por mi interior, estirando mis paredes para acoplarme a su tamaño.

Arqueo la espalda del placer que me genera, es enorme... demasiado... grito cuando sale y vuelve a entrar sin contemplaciones.

Empiezo a deslizar mis manos por su torso duro que se estrecha con cada embestida. Aprieto sus pectorales completamente tatuados y les clavo las uñas, gimiendo alto.

- Ale... Alessandro... - titubeo jadeante.

Me toma de los muslos atrayéndome hacía sus caderas y me mantiene sujetada.

- Joder Astrid – gruñe y con una mano se apodera de una de mis tetas.

Hace una rotación de caderas que me obliga a sujetarme de las sábanas. Baja su cabeza y desliza su lengua por el pezón de la teta que no está sujetando con sus manos.

Puedo sentir como se acumula esas chispas en mi vientre y va aumentando cada vez que lame, muerde y succiona, haciéndolo un círculo vicioso.

Mi cuerpo parece convulsionar por los espasmos que suelta y Alessandro comienza a aumentar el ritmo de las embestidas. Mi clímax está demasiado cerca.

Suelta mis pechos, deslizando sus dedos por mi abdomen llegando a mi punto sensible, donde lo comienza a masajear haciéndome gritar otra vez.

Necesitaba todo de él para dejarme ir.

No logro verlo más, la presión en mi vientre hace que tiré mi cabeza hacía atrás y correrme.

- ¡Sí, Alessandro! – gimo en alto mientras mi cuerpo convulsiona espléndidamente.

Mis paredes se achican contra su enorme miembro, el cual lo siento dilatarse cada vez más ¡MALDITA SEA! No puedo pensar en nada más.

Lo escucho gruñir fuerte, sin dejar de estocarme y finalmente suelta un último gruñido tan masculino que retumba en el dormitorio, aumentando más mi calor y por fin siento su esencia chorrear dentro de mí.

Aprieto cada músculo de mi cuerpo, intentado ordeñarle hasta la última gota. Luego de unos segundos se desploma sobre sus manos con la respiración agitada.

La potencia de Alessandro es majestuosa. Comienzo a dudar si estoy preparada para estas sesiones de sexo salvaje.

Sus ojos suben y me mira fijamente, quedándome bajo su mirada gris intensa. Nuestros pechos van calmándose, comenzando a respirar normal.

No perdemos tiempo y se recoloca encima de mí nuevamente.

- No quiero perder tiempo, te espere demasiado Astrid – me muerde uno de mis pezones.

Abro los ojos cuando siento el calor de los rayos del sol que reflejan en mi rostro, filtrándose por las cortinas negras.

Intento levantarme, pero el ardor en mi zona baja y el dolor muscular, me lo impiden. Intento nuevamente y me levanto con pesadez. Observo que solo estoy tapada con las sabanas negras, completamente desnuda por debajo.

No recuerdo nada después de la cuarta vez que follamos, fue una noche intensa, bueno, todo es intenso junto a ese hombre arrogante de ojos grises.

La molestia me invade cuando fije la mirada en el lado vacío donde yacía Alessandro.

Pongo los pies en el suelo con cansancio y me dirijo al baño, pero antes de llegar a él, me encuentro una caja negra sobre el sillón otomano que se ubica en los pies de la cama.

Abro la caja por curiosidad y en ella encuentro: un enterizo de mi talle color blanco con los logos de la escudería en rojo, acompañado de unas zapatillas también de mi talla. Lencería diminuta en color beige y productos de higiene con aroma a frambuesa.

Es evidente que Alessandro había pensado en mí, porque se ocupó de hasta el mínimo detalle. Que cada prenda fuera de mi talla, me deja atónita.

Una sonrisa coqueta se dibuja en mi rostro, me siento totalmente alagada y excitada al mismo tiempo. La ropa interior es tan sensual que me invitaba a explorarme a sí misma, a descubrir nuevas sensaciones.

Sin pensarlo dos veces, camino hasta el baño. Al ingresar ahí, me quedo sin aliento.

El baño es por lo menos dos veces más grande que mi propia habitación: las paredes revestidas por mármol negro y gris como su mirada. Dos duchas al estilo escoces se ubicaban en medio de la sala, tienen los cabezales de lluvia en el techo que aseguran una experiencia relajante. El hidromasaje que se ubica en la esquina del baño que permite disfrutar de la vista de la ciudad, claramente que la utilizaré.

Sobre la encimera de mármol negro se hallan dos lavabos con grifería moderna en oro, completando el cuadro de lujo y sofisticación.

Todo el baño refleja la personalidad de Alessandro: exigente, sofisticado y amante al buen gusto.

Ingreso a la ducha, regulo la temperatura desde la pantalla táctil de la pared. Abro la ducha, dejando que el agua tibia envuelva mi cuerpo. No puedo evitar suspirar. No quiero quitarme los rastros de Alessandro, que impregnan mi piel. Cada roce de la esponja es como borrar un recuerdo de la noche anterior, de las caricias apasionadas, de los besos ardientes.

Mis manos recorren mi cuerpo, recordando las manos de Alessandro, la forma en que me había tocado.

Finalmente, con el último suspiro de resignación, me lavo con rapidez. Salgo de la ducha y me envuelvo en la bata de Alessandro, que colgaba en la pared. La tela suave y masculina me envuelve en un abrazo reconfortante.

Camino hasta la habitación donde: me visto con el enterizo que se ajusta a cada curva de mi cuerpo, me cepillo el cabello, logrando realizarme una trenza francesa. Me coloco las zapatillas, me retoco con un poco de maquillaje el rostro y salgo del dormitorio.

Estoy por llegar a la puerta del ascensor, pero el grito de una mujer me hace darme la vuelta.

- Buenos días, señorita Bright – asiente con la cabeza a modo de saludo – soy Christina, la empleada doméstica del señor Agnelli.

La miro de arriba abajo: es una mujer delgada de tez blanca con rasgos asiáticos. Lleva puesto un ambo color negro acompañado de un recogido total en su cabello, totalmente elegante y estética.

- Hola Christina, llámame Astrid únicamente – le sonrió amablemente.

- El señor Alessandro ha dado instrucciones de que no tiene prisa por llegar a la central. Le ha pedido que desayune tranquilamente.

Me sorprendo por la amabilidad de ella y otra consideración de Alessandro. A pesar de la molestia inicial al no encontrarlo en la cama, dejándome sola; esto genera que se dibujé una pequeña sonrisa.

- No, gracias Christina. Desayunaré en la escudería – contesto –¡Hasta luego! – corro del pent-house sin darle oportunidad de decirme algo más.

Bajo en el ascensor y en ese momento caigo en que no tengo vehículo para irme al trabajo. Me golpeo con la palma abierta en la frente por ser tan idiota.

Al llegar al lobby, saco mi celular de mi bolso para pedir un taxi, pero de repente mi visión se ve interrumpida por un hombre de traje negro, de tez morena y de casi dos metros. Se acerca a mí, pero conservando una distancia prudente.

- Buenos días señorita Bright – realiza una reverencia a modo de saludo – soy el jefe de seguridad del señor Agnelli, mi nombre es Tom.

- Ho... hola Tom – tartamudeo por el nerviosismo de que todos se reverencien y me llamen por mi apellido, como si fuera una señora de la alta alcurnia.

- El señor me ha dado órdenes explicitas de que la llevase a donde quisiese – dice, colocando sus brazos detrás de su espalda.

- De acuerdo... llévame a la escudería por favor – contesto finalmente.

- Sígame, señorita – comienza a caminar hacía las camionetas.

Lo sigo detrás tratando de igualar la velocidad con la que camina. Salimos al aparcamiento del edificio, donde me encuentro con dos Range Rover Sport totalmente negras.

Las miro con emoción, son unas de las mejores maquinas en seguridad ate cualquier atentado o siniestro.

Tom me abre la puerta de la parte trasera de la camioneta ubicada adelante y me ayuda a subirme. Me deslizo sobre el suave cuero negro del asiento. Observo cada detalle del interior, estoy extasiada a ver tanto lujo, es como una nave espacial.

Tom, sube al asiento del conductor y pone en marcha el vehículo, La bestia de metal cobró vida bajo un rugido suave. Condujo por las calles de la ciudad, sorteando el trafico mañanero con una precisión milimétrica.

Los rayos del sol se filtran por el techo corredizo, iluminando el interior del vehículo con una luz dorada.

Finalmente, la camioneta se detuvo en la entrada de la escudería. Lo veo bajarse y dirigirse hacia la puerta de mi lado, abriéndola con un gesto de caballerosidad.

- Gracias Tom, hasta luego – le sonrió amablemente y asiente en respuesta.

Ingrese al imponente edificio, dispuesta a enfrentar el nuevo día después de lo sucedido.



HOLAAA ¿qué les pareció este tremendo capítulo?*se va corriendo*


El vestido de nuestra bella Astrid. 


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro