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𝗑𝗑𝗂. 𝖫𝖺 𝖼𝖺𝗃𝖺 𝖽𝖾 𝖯𝖺𝗇𝖽𝗈𝗋𝖺

El amor es el lenguaje universal que conecta a todas las almas en un tejido de emociones, donde cada hilo representa un momento compartido y cada nudo es un recuerdo eterno.

A MENUDO, JAMES SE SENTÍA SOLO. Había dedicado tantos años a los estudios que nunca había tenido espacio para nada más. Su padre era un astrónomo muy reconocido que impartía charlas por todas las universidades de magia del mundo, mientras que su madre era una solicitada arquitecta que había dejado su huella en la mayoría de los edificios mágicos de Inglaterra. Sus hermanas también habían alcanzado grandes logros: tres de ellas habían seguido los pasos de su padre, dos los de su madre, mientras que las otras restantes ocupaban cargos importantes en el Ministerio de Magia a pesar de su corta edad.

Desde siempre, James había soñado con convertirse en un rompemaldiciones: viajar por todo el mundo, deshacer males, analizar maldiciones, y liberar objetos y lugares de su influjo oscuro. Estaba seguro de que iba a ser el mejor en su campo, y sabía que sus sobresalientes calificaciones le permitirían estudiar en Nueva York, su destino soñado, donde le esperaba un futuro prometedor. Porque no solo era el mejor de su clase, sino también el de toda su promoción.

Sin embargo, en los últimos meses, la duda había hecho mella en él. Se cuestionaba hasta qué punto ansiaba realmente ese camino. Se sentía como si estuviera a punto de llegar a su meta y aún le faltaran un montón de cosas que hacer, que vivir. Y Pandora era una de ellas.

—James —dijo la Sra. Joyner con un sobre en la mano—. ¿Estás estudiando?

Sumido en sus pensamientos, James regresó a la realidad al escuchar la dulce, pero firme, voz de su madre resonar en el comedor. Esa mañana, como siempre, se había levantado temprano a las ocho, sin importar si estaba de vacaciones o no, y se había instalado en la mesa del comedor para continuar estudiando todas las materias que necesitaba para los É.X.T.A.S.I.S. Sin embargo, sin darse cuenta, había pasado los últimos veinte minutos mirando fijamente a un punto sin pensar realmente en lo que era verdaderamente importante para su futuro.

—¿Qué? Sí —respondió James, que en seguida desvió la mirada hacia el libro de clase y fingió haber estado estudiando durante todos esos largos minutos.

—No puedes perder el hilo ahora, hijo. Estás en la recta final y no debes quedarte atrás.

—Lo sé, mamá. No lo haré.

La Sra. Joyner mostró una sonrisa de satisfacción al ver a su hijo mostrando tanta responsabilidad por sus calificaciones y se acercó para sentarse a su lado. Con ternura, tomó su mejilla y le dio un beso suave, como una muestra de apoyo y aliento. Siempre había sentido un inmenso orgullo por todas sus hijas mayores y, por supuesto, también por James. Pero conocía la sensibilidad del joven y no quería que eso lo llevara a fallar en sus exámenes. Con un brillo de cariño en los ojos, le mostró el sobre que tenía en la mano.

—Ven, salgamos a tomar el aire. Tengo que enseñarte algo especial —susurró la Sra. Joyner, notando la curiosidad en la mirada de James mientras sostenía el misterioso envoltorio entre sus manos.

—¿Qué es eso?

Su madre le guiñó el ojo y le dio una palmada en la espalda.

—Ahora lo verás.

Intrigado, James se puso de pie y siguió a su madre hacia el jardín. El sol del mediodía y las nubes de invierno los acogieron con su luz gris, mientras las flores danzaban con la brisa y acariciaban su rostro, disipando la tensión que había estado acumulándose en su interior. Madre e hijo se sentaron en un banco gastado, junto a unos columpios que chirriaban por el desgaste del tiempo. 

Sin más palabras, la Sra. Joyner le entregó el sobre a su hijo, que lo sostenía con delicadeza mientras una sonrisa afectuosa curvaba sus labios. James sintió el palpitar acelerado de su corazón ante la intriga de lo que podría llegar a encontrarse dentro. Así que, con manos temblorosas, pero llenas de expectación, abrió el sobre y desplegó el contenido.

La mirada de James se encontró con el sello de aceptación de la AMPEMYS (la Academia Morgana Para Estudiantes Mágicos y Sobresalientes), su destino idílico y la puerta a un futuro prometedor. Una mezcla de alivio, alegría y gratitud lo invadió, y sin necesidad de palabras, sus ojos brillaron al encontrarse con los de su madre. No se lo podía creer, todo por lo que había trabajado durante todo este tiempo lo tenía allí, en sus propias manos.

—¡No! —rio James, sin saber cómo digerir esa noticia—. Venga ya, no puede ser.

—Te lo has ganado. ¡Mi hijo perfecto!

Su madre lo abrazó, y al instante, las dolorosas palabras de Mark empezaron a resonar en su mente, así como las de ella: «¿Sabes que eres para mí? Un amigo de mierda. Nunca hablas con nosotros porque te pasas el día empollando en la biblioteca pensando que así vas a llegar a alguna parte, y ni siquiera eres capaz de preocuparte por la gente de tu alrededor»,

«Todo eso no lo haces por él, lo haces por ti».

«Mi hijo perfecto».

La calidez del abrazo materno se mezcló con la punzante realidad de esas palabras. James sabía que había sacrificado muchas cosas por su sueño de convertirse en un rompemaldiciones, y que ahora estaba a punto de al fin conseguir, pero ahora se preguntaba si en el camino había perdido algo más importante: la conexión con aquellos que lo rodeaban.

En ese momento, James pensó en Pandora. En su mirada, en su sonrisa, en sus caóticos y dorados cabellos, en su amabilidad, en su buen corazón y en su genuino interés por su vida. Pero también pensó en la distancia que había mantenido siempre entre ellos, enfocado en una meta que no lo llenaría más allá del prestigio y la fama. Pandora había estado siempre tan cerca, y al mismo tiempo, él había desaprovechado todas esas oportunidades una y otra vez por perseguir algo que ahora le parecía menos importante.

Desde la lejanía, James contempló a sus hermanas y sobrinos. Los niños correteaban alegremente mientras los adultos, entre risas y charlas, cuidaban de que ninguno se ensuciara ni se hiciera daño. Era un retrato familiar que llenaba su corazón de calidez y añoranza. Y él, desde que tenía memoria, había estado absorto en los libros y exámenes, y con ello alejándose involuntariamente de la vida social y las pequeñas alegrías cotidianas.

Ese instante de claridad le hizo darse cuenta de cuánto había descuidado a Pandora y a sus necesidades. Había estado tan inmerso en sus estudios y ambiciones, esforzándose cada día para cumplir expectativas, que no había tomado el tiempo para comprender las de ella. Ahora, frente a su madre y sus palabras halagadoras, James se sintió incompleto. Quizás había alcanzado muchos logros académicos, pero ahora entendía que el verdadero significado de la vida estaba en las conexiones humanas, en el amor y en el apoyo mutuo. Durante toda su vida, había sido "el hijo perfecto" para sus padres, pero nunca había sido "el amigo que estaba allí" cuando Pandora lo necesitaba.

—Mamá —Quiso interrumpir James con los ojos aguados.

—¡Solo tienes que firmar, hijo! ¡Tu padre y yo estamos orgullosos de ti! ¡Qué alegría! ¡Lo has conseguido, hijo, el mundo es tuyo!

—Mamá —insistió James de nuevo.

—¿Qué ocurre, cielo?

La Sra. Joyner se separó poco a poco y contempló el rostro rojo e hinchado de James por las lágrimas. Desvaneció su sonrisa en cuanto se dio cuenta de que quizás esas lágrimas no eran de felicidad, sino de algo más gris que lo angustiaba y no le permitía centrarse en la gran noticia. James agachó la mirada y negó con la cabeza.

—No voy a firmar.

Completamente paralizada y sin saber cómo articular sus palabras, la Sra. Joyner sintió que el cielo se le caía encima. James lo había dicho con tanta soltura, con tanta seguridad que no cabía en sí misma. ¿Cómo podía ser que su hijo, el niño que siempre había sido el ejemplo de dedicación y perseverancia, estuviera rechazando una oportunidad que parecía ser el sueño de su vida?

—¿Qué significa que no vas a firmar?

—No lo haré —Sin decir nada más, James se levantó, tomó aire y empezó a alejarse del escenario.

—¡Pero si es tu sueño! ¡Lo vas a tirar todo por la borda! Todo este tiempo te hemos estado preparando, ¿para qué? ¿Para que renuncies a las puertas de tu futuro? ¡Tienes que hacerlo! ¡Hijo, no cometas errores que luego lamentarás! ¡James, ven aquí!  ¡Te lo exigo! ¡James!

Con el corazón latiendo desbocado, James intentó sacarse las palabras de su madre de la cabeza, pero parecían haberse adherido como garrapatas, inamovibles. Cada una de ellas resonaba en su mente como un eco insistente que formaba una tormenta de dudas y angustias que amenazaban con abrumarlo por completo. Se sintió como si estuviera atrapado en un remolino de emociones, incapaz de encontrar un lugar de calma.

Con pasos torpes y temblorosos, se alejó del bullicio de la casa para encontrar un espacio seguro para procesar todo lo que acababa de suceder. Cerró los ojos un instante, buscando la calma en el silencio que lo rodeaba. Pero no podía encontrarla; los pensamientos intrusivos se agolpaban en su mente y luchaban por ocupar su atención.

Y en ese momento, fue cuando James deseó que todo hubiera sido diferente.

Con la mirada perdida y un vendaval de ansiedad en su estómago, Vilhel yacía recostada en el sofá del salón principal de los Skogen. Sostenía con firmeza el medallón mágico que su prima le había regalado, mientras miles de pensamientos dolorosos la consumían.

No se sentía conectada a esa familia. La relación de sus tíos con Pandora no se acercaba para nada a la percepción que ella tenía de ellos. Vilhel sentía una fuerza interna que la alejaba de su prima, como si el episodio del medallón continuara hiriendo su mayor inseguridad: ser una squib. Aun así, odiaba ser una mera observadora que solo se limitaba a contemplar cómo los Skogen trataban a su hija como su saco de boxeo. Y aunque compartió un momento emotivo y cercano con Pandora, cada vez que fijaba la mirada en el medallón mágico, retrocedía. 

Su padre, el único hermano vivo de Selquoia, tampoco era tan diferente a su tía. No era cruel, ni rencoroso, ni tenía problemas de adicción. Sin embargo, era reservado, frío, exigente, un gran experto en ocultar lo que pensaba, lo que incluía no mostrar afecto hacia ella o sus hijastros, y un hombre muy egoísta. Nunca había tratado a Vilhel de manera distinta por no tener magia, pero tampoco se había preocupado de hacerla sentir parte de la familia o adaptar las normas y rutinas de casa a sus necesidades. 

Por eso, a menudo se atormentaba pensando en cómo venir a Inglaterra podría haber sido una oportunidad para encontrar su identidad y alejarse de un ambiente en el que no se sentía parte. Pero en lugar de eso, lo único con lo que se había encontrado era más toxicidad, peleas y gritos, como cuchillos cortantes en el aire, en donde, una vez más, ella no pintaba nada.

Selquoia llegó a casa junto con Klaus. Él cerró la puerta con un gesto de varita y subió rápidamente al segundo piso sin decir una palabra. Mientras tanto, Selquoia se quedó parada unos instantes en la entrada, observando a su sobrina. Trataba de encontrar algún rasgo que la recordara a Otto, pero Vilhelmina era tan similar a su madre, una mujer de pocas palabras a quien había conocido en una ocasión cuando Pandora tenía dos años, que no encontró ninguna similitud. Se sintió desilusionada. Lo único sorprendente que había heredado de Otto era su sonrisa, pero Vilhelmina rara vez la mostraba, así que tampoco importaba.

Aprovechando que su hija estaba en el trabajo y que la única persona cercana a Pandora era su sobrina, Selquoia quiso sacar partido de la situación.

—Tsst —Llamó Selquoia, y enseguida se sentó junto a Vilhel en el sofá. La joven se sintió alarmada y se enderezó. Su tía cruzó las piernas y se inclinó hacia adelante—. Vilhelmina, no te importa que te haga unas preguntas, ¿verdad?

—N-no, moster —contestó Vilhel con confusión.

—Alguna vez... Eso... —Selquoia parecía tener dificultad para formular la pregunta. Cada vez que se esforzaba por pronunciarla, apretaba la mandíbula como si una rabia demoníaca la poseyera, y luego volvía a empezar—. Alguna vez, Pandora... ¿Te dijo algo sobre nosotros?

Desconcertada y bastante perturbada, Vilhel intentó hacer memoria. No quería quedar mal con sus tíos, pero tampoco le apetecía involucrarse en el problema.

—No-No lo sé... Creo que no. Yo... No sé, no me acuerdo. No hablamos mucho, en realidad.

—¿Segura? ¿Nunca te ha dicho nada malo? ¿Te ha hablado alguna vez de Jonella?

Selquoia agarró la mano de Vilhel, y ella, intentando mirar a cualquier rincón de la sala para no encontrarse con los ojos intimidantes de su tía, se esforzó para no meter la pata en su respuesta.

—No, nunca me ha dicho nada...

—Haz memoria, seguro que ha tenido que decirte algo sobre nosotros. ¿Estás segura de que no? Me cuesta creerlo. Puedes ser sincera con nosotros, lo sabes, ¿no? Venga, seguro que te ha dicho algo en algún momento.

Vilhel escuchó los pasos meditados de su tío bajar por las escaleras, cada paso resonando con una presencia inquietante. Con su clásica sonrisa siniestra y una aura de maldad que se palpaba en el aire, Klaus se unió a la conversación y se colocó estratégicamente detrás de Selquoia. Era como si tuviera el poder de hacer hablar a cualquiera con solo mirarlos, como si pudiera leer sus pensamientos y secretos más oscuros. Klaus era un hombre imponente, de mirada penetrante y una presencia abrumadora, y a Vilhel siempre le había impuesto respeto. 

—¿Hay algo que nos estés ocultando, Vilhelmina? —cuestionó Klaus, fingiendo una sonrisa amable.

—No, no, de verdad —insitió Vilhel con incomodidad—. B-bueno, me habló de un chico. 

Klaus y Selquoia cruzaron sus miradas.

—¿Qué chico? —dijo Klaus con ambas manos en los bolsillos.

—No, no lo sé. Es de Hogwarts, creo. Se llama Xenophilius.

Klaus levantó la mirada y arqueó una ceja.

—Es... ¿Un amigo especial?

—Se están conociendo. Parece que le hace feliz.

Selquoia soltó la mano de Vilhel al instante y se quedó mirando a un punto fijo sin saber cómo reaccionar. Un miedo profundo se instaló en su interior al darse cuenta de que Pandora estaba creciendo y acercándose a la edad adulta. El hecho de que estuviera conociendo a un chico solo podía significar una cosa: huir de ellos y dejarlos en la miseria. El miedo a perder el control y la desesperada necesidad de retener a su hija se entrelazaban en una compleja madeja de emociones y traumas del pasado.

Sabía que había sido una madre poco amorosa, y temía que Pandora pudiera escapar de ese ambiente tóxico que había creado para refugiarse en la esperanza de un futuro mejor. La idea de perderla y, como consecuencia, quedarse sola para enfrentarse a sus propios demonios, la angustiaba hasta lo más profundo de su ser. Porque Selquoia no quería perder a Pandora: no quería perder el único estímulo que tenía para descargar todas sus frustraciones acumuladas a lo largo de los años. Y Klaus tampoco.

Vilhel, observando la escena con desconcierto, se quedó sin palabras, sin saber dónde meterse o cómo intervenir en medio del tenso ambiente. Klaus asintió con frialdad.

—Gracias, Vilhelmina. Eso es todo.

Y después, se marchó sin más.

La nieve lo cubría todo. Todo, excepto un seto de bignonias de invierno en honor a Jonella, protegido del frío por un antiguo hechizo que Klaus y Selquoia habían conjurado para mantenerlo verde y vivo. Pandora permanecía allí, en medio del gélido silencio, mientras sus dedos delicados acariciaban con ternura las hojas y luchaba por disipar el rencor que la atormentaba hacia su hermana fallecida. Cada pétalo, cada brizna de hierba, era un anhelo que la empujaba a querer acercarse a ella. A Jonella, una hermana cuya mera existencia la había marcado desde el día que nació. 

Pandora había anhelado conocerla de verdad, pero la distancia impuesta por la muerte y el dolor arraigado al pasado de sus padres siempre las había separado. Por lo que, tristemente, lo más cerca que Pandora iba a estar jamás de ella eran sus canciones y ese seto de flores anaranjadas y tristes. 

—Nunca hubiera pensado encontrarte aquí —dijo Klaus con una sonrisa sombría.

Pandora se volteó con una mirada intranquila y se apartó ligeramente de la planta. La presencia de su padre, allí, era como un virus que entorpecía toda la belleza de ese lugar y la manchaba con su lengua de serpiente y sus gestos empozoñados.

—Ya me iba, pappa.

—Oh, no, puedes quedarte el tiempo que quieras —insistió con simpatía—. Son bonitas, ¿verdad? Esas flores. Tu madre y yo ya nos encargamos de que no se marchitaran. Son de Jonella.

Dejó espacio para que su padre se acercara y las acariciara con mucho más entusiasmo que ella. Pandora quería irse, pero sabía que si Klaus se había molestado en acercarse, no lo había hecho para compartir viejos recuerdos con ella.

—Tengo cosas qué hac...

—¿Sabes por qué te llamamos «Pandora», Pandora?

Se detuvo. Con la mirada fija en el suelo y los puños cerrados, Pandora suspiró.

—No.

—Verás, en la mitología griega, Pandora fue la primera mujer creada por los dioses. La arrojaron al mundo con una caja que contenía todos los males, las desgracias y las enfermedades del mundo. Y, como no podía resistir la tentación, esa curiosidad humana tan típica, Pandora abrió la caja y liberó todos esos horrores al mundo. Pero, claro, también había algo bueno en esa caja: la esperanza.

—Tengo que irme.

Dolida, le dio la espalda a su padre y empezó a alejarse. 

—Ese chico te da esperanza. Xenophilius, creo recordar que se llamaba —Pandora se quedó helada, sabiendo que su padre siempre encontraba un ángulo retorcido para analizar las cosas. Klaus, sin moverse de su sitio, prosiguió con una risotada cínica—. Sí, eso es: Xenophilius. Qué nombre tan curioso, ¿verdad? Me pregunto por qué razón esos padres decidieron llamar así a su hijo —Klaus dio unos pasos hacia su hija, con una expresión de autosuficiencia y malicia—. La esperanza, querida, es una droga peligrosa. Un veneno disfrazado de ilusión que te hace creer que todo será mejor, que los sueños se harán realidad, que encontrarás la felicidad en algún rincón inexplorado del mundo. Pero la esperanza es solo un espejismo en el desierto de la realidad. Te hace creer que puedes volar, pero al final solo te lleva al precipicio. Así que, Pandora, tu nombre es todo un recordatorio de la naturaleza humana, de cómo siempre estamos atraídos hacia lo prohibido, incluso si eso significa liberar todo un caos en nuestras vidas.

Sus ojos se abrieron de par en par y con ello reflejaban una mezcla de sorpresa y terror. La mención de Xenophilius por parte de su padre la había golpeado con fuerza, como un puñetazo en el estómago. ¿Cómo podía saberlo? No había habido confesiones, no había palabras directas, pero el simple hecho de que su padre mencionara a Xenophilius de forma tan casual la hizo sentir vulnerable y expuesta.

Klaus se detuvo tras ella y sonrió.

—Soy tu padre, después de todo. Y los padres siempre saben más de lo que crees.

Sin decir una palabra más, se dio media vuelta y se alejó, dejando a Pandora paralizada en medio de la nevada, con el corazón encogido, la mente turbada y una ola de terror desgarrándola por dentro.

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GLOSARIO

Moster: Tía

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¡Hola, hola! Queridas lectoras y queridos lectores, antes que nada, quiero disculparme por haber estado ausente durante dos meses sin previo aviso. Hasta hace poco, estaba atravesando una mala temporada y me faltaba tanto la energía como las ganas, además del tiempo, para escribir y publicar.

Y, siendo sincera, estamos en un punto del libro donde todas las situaciones que atraviesan los personajes son tensas. Eso, queramos o no, tampoco me ayudaba a ponerme a escribir sobre algo que me incomodaba, removía y me agotaba mentalmente. Cuando escribo, me sumerjo de lleno en el contenido de la historia, tanto en lo bueno como en lo malo. Y las partes más oscuras de las historias, desde el punto de vista personal, son las que menos disfruto escribir, porque tengo que hundirme en ellas, al igual que en las partes más románticas y dulces. Y digamos que si no estoy pasando por un buen momento, no me ayuda.

Por eso, preferí esperar a estar mejor antes de ponerme al día y escribir los capítulos como se merecen. ¡Y aquí estoy, he vuelto!

Solo quiero agregar que estamos cerca de concluir esa parte más densa y oscura del libro, ya que recordemos que Pandora está pasando las vacaciones de Navidad en casa de sus padres. Y las vacaciones, por suerte, terminan, lo que significa que pronto volverá a reencontrarse con Xenophilius. También debo mencionar que nos encontramos justo a la mitad del primer arco, por lo que en lo que resta de él, ¡ocurrirán muchas, MUCHAS cosas!

Así que, si deseáis descubrirlo, ¡os aseguro que no os arrepentiréis si os quedáis a leerlo!

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