𝗑𝗂𝗏. 𝖯𝖺𝗉𝗉𝖺 𝗈𝖼𝗁 𝗆𝖺𝗆𝗆𝖺
❝El mundo no es lo suficientemente grande para albergar a todas las almas generosas y nobles que laten en su interior.❞
EL MANTO OSCURO DE LA NOCHE SE EXTENDÍA SOBRE EL MUNDO, acunando a Pandora en un silencio profundo que solo se interrumpía por la suave brisa de invierno acariciando los cristales del Autobús Noctámbulo y el dulce sonido de las cuerdas de su guitarra. Era la 1:00 de la madrugada y la soledad nocturna la rodeaba como un frío abrazo. Era la única pasajera que quedaba. El invierno envolvía el paisaje con su capa helada y Pandora se sentía como una pequeña isla en medio de la nada, con la única compañía de su música discreta y la de Ern, que se hallaba en el piso inferior del vehículo con las manos fijas en el volante y sumergido en su melodía. Incluso la cabeza colgante yacía dormida. Y así, en medio de un silencio sepulcral, ella se dejaba llevar por las notas de su guitarra, como si pudieran guiarla hacia algún lugar desconocido. Aunque el lugar al que dirigía no era desconocido, pero sí que emanaba una oscuridad triste, gris y sin alma.
—¡Hemos llegado! —Pandora recogió sus cosas en silencio y bajó del bus. Pero Ern, siempre estrambótico, sacó de sus bolsillos dos stickles desgastados —Espera, no te vayas aún. —Le dio los stickles—. Ten, me ha encantado disfrutar de tu música durante el trayecto. Espero volver a verte a bordo pronto. ¡Gracias por elegir el Autobús Noctámbulo! Buenas noches.
Pandora agradeció su amable gesto. Su corazón se sentía pesado al tener que bajarse y enfrentar la soledad que le esperaba.
—Buenas noches.
El Autobús Noctámbulo rugió con fuerza, como si estuviera respirando profundamente antes de emprender su camino. Comenzó a alejarse de la parada con estremecimiento, y con ello penetrando la opacidad noctívaga. Sus faros brillaban como ojos en la oscuridad, guiándola a través del cristal de la ventana mientras ella se despedía con la mano y el autobús se adentraba en el camino sinuoso. A medida que se alejaba, el rugido del motor se desvanecía gradualmente hasta devenir un murmullo distante. Hasta que desapareció en la oscuridad y dejó a Pandora sola y de nuevo en casa.
Castle Combe estaba dormida. Las casas de estilo medieval, apenas iluminadas por las luces que se filtraban desde sus ventanas, parecían ajenas a cualquier presencia humana. Pandora avanzó con cautela por las calles, envuelta en su abrigo y temblando por el frío. Después de cruzar un puente viejo y congelado, se adentró en un sendero serpenteante y flanqueó por árboles desnudos y cubiertos de nieve. El crujido del hielo bajo sus pies era el único sonido que se percibía. Finalmente, se asomó entre unos arbustos altos y llegó a una pequeña y elegante casa que parecía salida de un cuento de hadas.
Pandora agachó la cabeza y abrió la puerta con sumo cuidado para no perturbar el sueño de nadie. Al ser una casa mágica, las luces se encendieron de forma autónoma, y la puerta se cerró sola. Con su maleta y guitarra en mano, las hizo levitar con suavidad para que llegaran en su habitación, que se encontraba en el segundo piso. Con gestos delicados, se quitó el gorro de lana y las botas de piel sintética para reducir cualquier ruido innecesario, y subió las escaleras en un sigiloso ascenso.
—Llegas tarde —pronunció Klaus Skogen con voz fría y cortante.
No levantó la vista para recibirla, y, concentrado en la lectura de su libro, siguió deslizando las páginas con calma. Sabía que Pandora había llegado, pero su mera presencia provocó que su rostro se ensombreciera. El salón se iluminó poco a poco. Allí estaba Selquoia Skogen, ladeada en el sofá en silencio con una expresión de resentimiento y evitando encontrarse con la mirada de su hija. Pandora suspiró con una tristeza contenida. Habían pasado tres largos meses desde la última vez que había visto a sus padres, y la primera palabra que escuchó de ellos fue un seco "llegas tarde". Su madre, con una mirada agria, no se molestó en siquiera saludarla. Pandora esperaba al menos una bienvenida, pero en su lugar, cada vez que volvía a casa, tenía la sensación de que era menos deseada. Como si su presencia fuera una carga para sus padres a medida que crecía.
—El Autobús Noctámbulo llegó con retraso —explicó con un tono bajo y sereno.
Klaus deslizó otra página, aun sin mirarla.
—Es importante ser puntual, Pandora. La puntualidad es una virtud que deberías cultivar.
Sus palabras eran suaves, pero su tono dejaba entrever un desapego importante hacia ella. Selquoia no decía nada, pero a juzgar por su rigidez, parecía que le hervía de sangre. No de enfado, no de molestia, sino de rabia y dolor hacia su hija. Pandora sintió una punzada en el pecho. Echó la mirada hacia un lado y observó las fotografías que adornaban el comedor.
En ellas, aparecía una niña que desprendía tanta ternura que parecía poder contagiarla a cualquiera. Con cabellos como cascadas de oro y ojos del mismo color que los árboles en verano durante su transición hacia el otoño, la niña bailaba, en otra celebraba su comunión, en otra más su cumpleaños número siete, y en otras aparecía feliz al lado de sus padres. Todas las fotografías eran de Jonella, pero ninguna de Pandora. Tan solo en una de ellas, familiar, aparecían Klaus y Selquoia junto a ella, pocos meses después de su nacimiento, con una mirada apagada y gris. Las fotografías de Jonella se movían como recuerdos en sus mentes, manteniendo viva su imagen y también su pérdida. Como si jamás de los jamases los hubiera dejado.
Pandora miró a sus padres con tristeza y se contuvo. «No digas nada que no debas decir. Cállate». Sin pronunciar palabra alguna, se dirigió a la cocina y el sonido de la puerta de la nevera provocó un soplido silencioso por parte de Selquoia. Pandora se dio cuenta de que, a diferencia de otras veces, había mucha más comida de lo normal.
—¿Por qué hay tanta comida?
El ambiente estaba cargado de tensión e incomodidad, pero Klaus, como siempre, permanecía indiferente, y con ello seguía con su tarea como si se hubiera olvidado de que Pandora seguía allí. De hecho, no fue hasta unos segundos después cuando finalmente contestó a su pregunta.
—Tu prima, Vilhelmina, pasará la Navidad con nosotros. Llegará mañana.
¿Vilhelmina? ¿La hija del hermano mayor de su madre? La última vez que la había visto fue cuando tenía nueve años y ella trece. Cerró la nevera y suspiró, resentida. A penas recordaba su rostro, y aunque su estadía no le importaba, lo que realmente le dolía era sentir que sus padres podrían pasar unas mejores vacaciones con Vilhelmina en vez de con ella, como si quisieran remplazarla por una hija mejor. Pandora cerró la nevera y exhaló con resentimiento.
—¿Por qué no me dijisteis nada sobre la suspensión de mis asignaturas extracurriculares?
Klaus siguió pasando páginas.
—Ya lo hablamos por carta.
—No, no lo hicimos. Me culpasteis a mí de vuestro descuido. La carta de solicitud os tuvo que llegar a vosotros porque yo sigo siendo menor de edad.
—Así que, ¿eres demasiado mayor para trabajar, pero no lo suficiente para recoger el correo tú sola?
Pandora empezó a ponerse nerviosa. No quería gritar a su padre, a pesar de que no entendía por qué lo amaba o al menos sentía algo por él que le resultaba parecido.
—No... No es eso. Perdón, no quería decir eso. Es solo que... Me supo mal porque pensé que os habría llegado a vosotros.
—Selquoia, cielo, ¿aún nos queda infusión de sueño?
—Sí, está en la despensa.
Pandora se sentía frustrada por momentos. Klaus se levantó y fue a recoger su infusión, sintiendo los pasos de su hija detrás de él. Sin decir nada, hizo su infusión, regresó a su silla y retomó la lectura.
—Es solo que... Pappa? Pappa. Me habría gustado que me hubierais avisado, nada más. Música Muggle era una materia que me hacía ilusión y...
—Pandora, estoy leyendo. ¿Acaso te molesto yo a ti cuando estás en tu habitación cantando y perturbando toda la casa?
Se quedó helada, rendida y sin palabras, inútil frente a la situación. No supo qué decir, y menos cuando su padre, sin nada más que añadir, recogió su libro, se levantó de la silla y se dirigió en el sillón al lado del sofá en donde se encontraba Selquoia, que no la había mirado ni mucho menos hablado desde que había llegado.
—Ya veo que no nos entenderemos, ¿verdad? Me voy... Me voy a la cama —dijo con una sonrisa disgustada. Empezó a subir las escaleras y, aun con una pizca de esperanza, les mostró una sonrisa. Quería al menos darles una buena noticia—. Saqué un S en herbología. ¡Esta vez me he superado!
Pero no recibió respuesta. Pandora se quedó parada unos segundos, esperando un halago que nunca llegó. Sus padres seguían absortos en sus respectivas tareas, como si ella no existiera. Estaba segura de que ni siquiera la habían escuchado. Tragó saliva y, sin decir nada más, subió las escaleras hasta su habitación.
Al final del pasillo, se hallaba una puerta oscura y solitaria con un letrero que decía «Jonella» que parecía tan nuevo como el primer día. Pandora sabía lo que se encontraba dentro, pero nunca había tenido el valor de entrar. No podía soportar la idea de siquiera echarle una mirada de reojo cuando su madre se encerraba allí para limpiar y ordenar, como si su hija fallecida aún estuviera dándole calor al colchón de su cama con una sonrisa. Pandora apartó la mirada con dolor y entró en su propia habitación.
Una vez en allí, Pandora respiró hondo. Era el único lugar en el que se sentía segura y protegida. Su habitación era un auténtico espectáculo visual: había luces de todos los colores que brillaban por doquier y pósteres móviles de su cantante favorito, David Bowie, que adornaban las paredes. Cada vez que posaba la mirada en ellos, parecía escuchar su voz interpretando Life on Mars, como si la habitación fuera un santuario para el genio musical. Los muebles estaban decorados con algunas fotografías suyas, en las que aparecía con James en la mayoría de ellas. El techo estaba cubierto por una capa de brillantina púrpura que por las mañanas tomaba un color vainilla y dorado que variaba según el tiempo. Y su cama flotante, que levitaba lentamente por la habitación, era el objeto más preciado de todo el lugar. Pandora se la había comprado con sus ahorros tras trabajar durante todo un verano. Pero a pesar de todo, el dolor que sentía era abismal, y cuando se acercó en su escritorio, no pudo evitar sollozar. Había logrado sacar a Xenophilius de un pozo sin fondo, pero ¿quién iba a sacarla a ella de su propio abismo si la gente ni siquiera sabía que se estaba ahogando?
Agotada, abrió con rapidez un pequeño cajón de su escritorio y tomó una cajetilla de tabaco Winston. Había pasado todo el curso escolar en Hogwarts sin poder fumar, pero ahora que estaba en su habitación, era libre de encenderse uno. Abrió la ventana y se permitió sentir el humo en su garganta mientras contemplaba el paisaje nocturno. A pesar de que estaba a punto de llorar, sentir el tabaco en su boca era un pequeño consuelo. Sin embargo, aunque una parte de ella anhelaba el amor y la atención que no había recibido en su llegada a casa, sabía que estaba sola. Ahora, la ausencia de Xenophilius y James era más palpable que nunca, y su soledad le hacía sentir una angustia punzante.
De sus ojos azules, deslizaron unas pocas lágrimas, hasta que finalmente cayó en sollozos, sabiendo que estaría sola por un largo tiempo y no podía hacer nada para remediarlo.
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