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«Innsbruck, Austria»

«Años atrás...»

"Narrativa desde la perspectiva de Kwan Jun"

Dolor.

Dolor y más dolor. Insoportable.

Abrí los ojos a regañadientes. Mi cuerpo y las señales de alerta de mi cerebro me obligaron a volver de la inconsciencia. De pronto, los recuerdos de los sucesos que me llevaron a donde estaba, un hospital, llegaron a mi mente como dolorosos golpes mentales. Solté un gemido ante la punzada ardiente en mi espalda cuando intenté incorporarme a los pocos segundos de ver en donde me hallaba. Necesitaba ver si Zian estaba bien.

—No se mueva, señora Kwan, o se lastimará nuevamente.

Volteé a ver a Aarón, quien se había dirigido a mí y trató de recostarme otra vez.

—¡No me toques! —grité, alterada, lanzándole lo primero que tuve a la mano y reprimí las ganas de golpearlo más porque el dolor era intenso. Le incrusté un tenedor en la frente, lastimándolo con fuerza.

Aarón no hizo ningún ruido, solo una mueca de irritación al arrebatarme el tenedor, que quedó cubierto de su sangre, al igual que el resto de su rostro.

—¡Señora Kwan, basta! —espetó, contrariado. Tomó la servilleta de mi bandeja de comida para detener la sangre y se hundió en el asiento con aire cansado— ¿por qué, después de saber lo que pasó realmente, usted me sigue odiando?

—Me niego a creer que Tao haya traicionado a su familia, a mí... —sisé.

El ex asistente de mi esposo abrió la boca para replicar, pero una enfermera entró y se horrorizó por la sangrienta escena. Intercambiaron palabras y él se disculpó conmigo antes de marcharse con ella, dejándome sola con mi histeria.

Sabía de antemano que, si movía un músculo nuevamente, la herida de mi espalda me haría desmayarme del dolor otra vez, así que permanecí inmóvil, deseando ver a mi hijo. Si tan solo no me hubiera precipitado a atacar a Aarón, seguro me habría dicho en donde estaba Zian. Mi mayor defecto era actuar por instinto.

Esperé impaciente a que Aarón volviera. Todavía la verdad no podía asimilarla como tal. ¿Por qué Tao nos traicionaría de esa manera? ¿Por qué eligió sacrificar la vida de nuestro hijo en vez de luchar por estar juntos los tres a pesar de todo? Si yo hubiera estado en su lugar, habría dado la vida por Zian una y otra vez de ser necesario.

Aguardé cerca de media hora para que él regresara. Cuando entró a la recámara con la frente vendada y parte de su cabeza, suspiré.

—¿Dónde está Zian? —quise saber, más calmada.

Tomó asiento, se recargó en el respaldo del sillón plegable y cerró los ojos.

—En el área de pediatría. No le pasó nada, simplemente tuvo un desmayo y pedí que estuvieran atendiéndolo en lo que tú despertabas.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —me impacienté.

—Una semana aproximadamente. Pensé que moriría, señora Kwan—abrió los ojos.

—Deja de decirme señora. Soy mayor que tú un par de años y no necesito esa formalidad en estos momentos de mi vida. Llámame Jun. A secas—repliqué. No me impacté sobre los días que llevaba inconsciente porque era obvio que, con la magnitud de la herida de bala en mi espalda, había sido un milagro que sobreviviera.

—Está bien, Jun—dijo, y alcancé a notar un leve rubor en sus mejillas a pesar de que su piel era color caramelo. Y aquello me desconcertó. Incluso estaba nervioso.

—¿Pasa algo?

—No, nada. Es que siento extraño llamarle... llamarte por tu nombre.

Sonreí.

—¿Acaso allá en tu país natal, no es normal hablarle de forma informal a tus mayores? Porque sé que en Latinoamérica son más liberales.

—En México somos menos formales, pero sí guardamos respeto, aunque más a los ancianos. Sin embargo, me fui muy chico de allá y apenas recuerdo como era.

—Todo un prodigio, eh.

—Eso dicen—se encogió de hombros y distraídamente tocó la venda de su frente—tan prodigio y no evité ser atacado con un tenedor—bromeó.

—Siento mucho haberte herido—me sentí miserable.

—Tal vez me quede una cicatriz amenazadora—vaciló.

Pestañeé, incapaz de asimilar su sentido del humor en aquel momento.

—Te parece gracioso, pero para mí será un recuerdo del miedo que siento.

—Nada malo le pasará a Zian, te doy mi palabra—se puso serio en un segundo.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque yo voy a protegerlo, Jun—carraspeó—aparte de ser el «asistonto» de tu esposo, también tomé cursos de disparo y combate cuerpo a cuerpo para cuidarlo si en caso corría peligro, pero tal parece que el entrenamiento fue para cuidarnos de él. Muchísima ironía, ¿no crees? —musitó, con fastidio.

Cerré los ojos ante las estúpidas lágrimas que tuvieron la osadía de deslizarse por mis mejillas. Me limpié bruscamente con el dorso de la mano y suspiré, derrotada. ¡No podía creerlo!

—¡Maldito Kwan Tao! ¡Infeliz! —exclamé, enfada—— ¡Te odio!

—Cálmate—me pidió Aarón—o vendrán a regañarnos los del hospital. Sé que lo odias y yo también. Pensé que era un jefe perfecto y me equivoqué.

—¿Dónde está él? Para que le rompa el cuello con mis propias manos—espeté.

—No tengo idea, pero es seguro que está buscándonos. En especial a mí.

—¿A ti? —fruncí el ceño.

—Sí, a mí—humedeció sus labios y me miró a los ojos—porque yo elegí cuidarte a ti y a Zian, que unirme a su plan macabro. Cuando descubrió que yo ya sabía sus intenciones, él me ofreció muchísimo dinero a cambio de que los abandonara aquí.

De pronto, unas inmensas ganas de vomitar me hicieron doblarme hacia un costado y tener arcadas. Aarón se levantó inmediatamente y me acercó el cubo de basura. Devolví bilis y más bilis. Mi estómago estaba vacío; pero el coraje ocasionó que sacara toda la furia en vómito.

—¿Estás bien? —quiso saber Aarón muy preocupado en cuanto dejé de vomitar y una enfermera se llevó mi bilis en el cubo de basura. El rostro de él estaba muy pálido. Negué con la cabeza— ¿quieres que llame a otra enfermera...?

—Escucha, Aarón, agradezco tu preocupación, pero necesito estar sola. Todavía no asimilo la traición de Tao y tampoco la herida de mi espalda que fue por su culpa.

—No pienso dejarte—dijo atropelladamente y se ruborizó—es decir, no aquí, sola, a merced de cualquiera que pueda entrar a la habitación y dañarte.

—Deberías ir con Zian. A él es a quien busca Tao y los tailandeses.

Aarón me miró con tristeza y no pude descifrar su mirada, pero era obvio que escondía algo.

—¿Me quieres contar qué es lo que realmente ocurre? —increpé, poniéndome histérica.

—¿Prometes no enloquecer?

—No prometo nada. Solo habla...

—En primera instancia, el objetivo era Zian, pero Tao hizo un trato más espeluznante con ellos para salvar su asqueroso pellejo—comenzó a decir y mis latidos se precipitaron cada vez más—prometió no solo entregar a su propio hijo, sino a ti, y ya te imaginarás para qué tipo de fines.

—¿Todo eso te dijo? —titubeé.

—Mucho más de lo que imaginas y prometió mucho dinero de por medio, pero, ¿acaso pensaste que me vendería de esa forma? Dios, ya no solo Zian corría peligro. ¡Te querían para prostituirte!

Me dieron escalofríos y rompí a llorar nuevamente. Kwan Tao, el hombre a quien le entregué mi corazón, cuerpo y alma, le di un hijo maravilloso, y que creí que era mi compañero de vida, resultó ser un cobarde, farsante, embustero y traicionero.

—Gracias por ayudarnos—murmuré, en medio de un sollozo.

—Es lo que debía hacer, como toda persona normal—arribó.

Asentí.

Los días posteriores, las pasé acompañada de Aarón. Fue interesante y algo sorprendente ver cómo me cuidó, más de lo debido, incluso protestó para que le quitaran los puntos de su frente en mi habitación, gracias a la herida que le hice con el cubierto, con tal de no separarse de mí. Luego de un mes cumplido en aquel hospital privado, me permitieron ver a Zian. Logré erguirme sin ayuda y Aarón se encargó de sentarme en la silla de ruedas para salir a dar un paseo con mi hijo. A pesar de que Zian se mostró alegre al verme, en su mirada tierna e inocente, había un dejo de miedo, infelicidad y nostalgia. Tenía solo cinco años y estaba viviendo una pesadilla.

—Mamá, ¿por qué papá se volvió malo? —me preguntó al tercer día de paseo. Enseguida volteé a ver a Aarón y este bajó la mirada.

—¿Quién te ha dicho eso? —le pregunté de vuelta y estreché los ojos sin dejar de mirar al tonto Beta.

—Aarón. Dice que papá se hizo malo y que no tengo permitido volver a verlo jamás, ¿eso es verdad? —los ojos de Zian se cristalizaron y deseé golpear a Aarón.

—Mi amor, ¿por qué no me dejas hablar con él a solas? Ve a jugar con esos niños de allá, pero no te vayas lejos. Quédate donde pueda verte, ¿sí? —sonreí y él asintió. Tardé unos minutos en plantear lo que quería decirle a Aarón, pero se adelantó.

—Escucha, para protegerlo, no debes ocultarle la verdad—dijo—no le conté todo, solo una parte. Zian estará mejor si sabe cómo cuidarse y defenderse cuando no estemos cerca.

—¿Quieres que mi hijo de cinco años piense en la manera de defenderse en vez de preocuparse únicamente por aprender a leer y escribir como todo niño normal? —aguijoneé.

—A estas alturas, ya no es un niño rico normal. Corre peligro.

—¿Y qué me sugieres que haga con él? No puedo tampoco privarlo de su niñez.

—Necesita ser llevado a otra parte. Con personas que cuiden de él en el anonimato.

—No voy a separarme de él. De ninguna manera—me alteré.

—Confía en mí, por favor. He estado comunicándome con personas de mucha confianza mientras estoy aquí—dijo—y creo que lo mejor es que Zian se críe con personas de bajo rango, es decir, que sean Deltas o Gammas. El olor de ellos camuflara el de él.

—Tengo náuseas—me sentí mareada. No sabía si por lo que me estaba diciendo o porque el almuerzo me había caído mal, pero continuamente ese malestar estaba haciéndose presente.

El paseo matutino terminó cuando empecé vomitar descontrolablemente, llegando a alterar a las personas de nuestro alrededor. Las enfermeras inmediatamente fueron en mi auxilio y me llevaron un recipiente especial. Cuando terminé, me hundí en la silla de ruedas, completamente cansada. Busqué con la mirada a Zian y lo hallé aferrado a la mano de Aarón, mirándome con susto. Me llevaron dentro para limpiarme y hacerme exámenes sanguíneos muy exhaustivos, en busca de anemia, plaquetas bajas o algo que arrojara la respuesta a mis náuseas y vómitos constantes. Quizá se debía a la impresión de todos los sucesos.

Como no había quien cuidara de Zian, dejaron que él se quedara conmigo y Aarón en la habitación, en lo que yo despertaba. Abrí los ojos en la madrugada y me encontré con los oscuros del Beta, que me observaban con detenimiento a una distancia muy corta y poco apropiada.

—¿Qué pasó? —pregunté, sintiendo un ardor colosal en el estómago y una punzada en el vientre.

—Jun, ¿puedo preguntarte algo personal?

—¿Qué tan personal? —busqué a Zian y lo vi profundamente dormido en el sofá cama.

—Tan personal como íntimo.

Lo miré ceñuda y luego arqueé las cejas.

—Dime.

—¿Cuándo fue la última vez que estuviste íntimamente con Kwan Tao?

—¿Qué? —me ruboricé y enfadé.

—Es importante.

—¿Por qué? Eso no es de la incumbencia de nadie.

Aarón puso los ojos en blanco.

—Deja de ser obstinada y responde.

—Un día antes del cumpleaños de Zian, o sea, días antes de que todo se fuera a la mierda, ¿feliz?

—Entonces hace un mes—afirmó él, pensativo—bien, ahora entiendo.

—¿Qué cosa? —ladeé la cabeza.

Aarón suspiró y volteó a verme.

—Hace un rato vino la enfermera a dar tus resultados sanguíneos—señaló una carpeta que estaba cerca de mis pies—y descartó lo de la anemia. Tienes plaquetas muy bajas porque perdiste sangre; además, como estuviste en peligro mortal de muerte, casi...

—¿Casi qué? —gruñí—habla, Aarón.

—Casi perdiste a tu bebé—bajó la mirada a mi vientre—estás embaraza, Jun.

—¿Qué?

—Los médicos no tenían idea de eso, hasta hoy en la mañana que volviste a vomitar y les comenté de tus nauseas frecuentes. Fueron atando cabos y en el examen de sangre salió que tienes un mes aproximadamente de embarazo.

—No es posible...

Claro que era posible. Un día antes del cumpleaños de Zian, estuvimos juntos sin protección porque habíamos planeado tener otro bebé pronto, pero jamás imaginé que de verdad se haría realidad y lo peor era que ahora Tao ya no estaba conmigo y este hijo jamás sabría de él.

—¿Piensas tenerlo?

Aquella pregunta de Aarón me sacó de mis pensamientos y lo miré con desdén.

—¿Acaso te has vuelto loco? Por supuesto que lo tendré. El hecho de que su padre sea una basura, no quiere decir que mi bebé tenga la culpa—sisé.

—Lo digo porque un nuevo hijo acarreará más problemas y será difícil de esconder.

—Si quieres esconderte solo tú, adelante. Mis hijos y yo, hallaremos la manera de sobrevivir, Aarón—añadí con desprecio.

—Eres imposible, ¿lo sabías? —repuso él, con fastidio.

—Gracias, es un don.

Al paso de los días, gracias a la intervención médica, logré sobrellevar mi embarazo lo más normal posible. A los tres meses, fui dada de alta y para ese entonces, Aarón ya había comprado un coche de segunda mano y alquilado un pequeño cuarto con todo lo necesario para estar. Zian se tomó la noticia de su hermano de una manera muy madura. Y cada que se le ocurría, me preguntaba cuando lo conocería.

—Si es niño, ¿podemos llamarlo Kang? —inquirió Zian, muy emocionado.

—Claro que sí, pero, ¿y si es niña?

—Kaya.

—¿Kaya? —pregunté.

—Sí. Se parece a Kang, pero en niña.

Tratamos de sobrellevar la situación varios meses. Éramos muy discretos y solo salíamos si era necesario. Aarón se encargaba de hacer la despensa y movilizarse por medicamentos. Era extraño que, en mi segundo embarazo, el padre de mi hijo no estuviera conmigo, sino un completo desconocido, que me cuidaba mejor que cualquiera.

Cuando cumplí ocho meses de embarazo, Zian pidió ir al parque cercano. Era principios de julio y el clima estaba delicioso. Había cierta calidez.

Semanas atrás, comencé a tener un raro acercamiento con Aarón y a menudo, me sorprendía a mí misma mirándolo con fijeza cuando comía o miraba la televisión con mi hijo y cuando cruzaba su mirada con la mía, yo bajaba la cabeza, ruborizada, como una chiquilla adolescente. Y mi corazón palpitaba con fuerza al tenerlo mínimamente cerca.

Y ese día en el parque, tomé asiento cuidadosamente una banca de madera y observé a Zian jugar con Aarón en los columpios.

Era estimulante, de no ser porque realmente nos hallábamos escondiéndonos de una muerte segura entre las personas de Austria. Más mamás como yo, aguardaban a sus esposos e hijos en sillas similares a la mía, riéndose y tomándoles foto. Tuve envidia, porque en el pasado, yo llegué a ser como ellas. Feliz, afortunada y con una hermosa familia.

Mientras disociaba en mi vida anterior, no preví que una pelota de baloncesto se dirigía en dirección a mi enorme vientre con fuerza y únicamente me di cuenta cuando ya me hallaba agonizando de dolor, arrodillada en la hierba, incapaz de sostenerme. Absolutamente todas las personas corrieron a ayudarme, pero yo al que quería tener a mi lado era a Aarón. Añoraba su cercanía para calmarme, y tras aparecer en mi campo visual, cargando a Zian, pude reunir fuerzas para incorporarme, pero fallé. Inmediatamente, Aarón llegó a mí y me sentí segura. Me cargó en sus brazos con agilidad, pese a que yo pesaba mil kilos en aquel momento, pero hice una mueca de dolor al ser levantada y la gente ahogó un grito. No supe a qué se referían hasta que escuché la palabra "blood" en la boca de todos. Sangre.

Aarón y yo, desviamos la mirada a mis piernas y palidecimos. La sangre escurría por mis piernas. Él empezó a gritar para que nos abrieran paso y llamó a Zian para que nos siguiera de camino al coche. Mi respiración se aceleró y los piquetazos en las caderas me hicieron ver estrellas, sin mencionar la herida de mi espalda que seguía doliéndome de vez en cuando.

—Te llevaré al hospital, no te preocupes—me tranquilizó, metiéndome al vehículo y luego ayudó a Zian.

Salimos disparados para que me dieran atención médica, pero sentí nuevos dolores, similares a las contracciones y me asusté. El octavo mes siempre era el más peligroso para dar a luz y no quería que ese fuera el caso. No podía tener a mi hijo antes de tiempo. Meses atrás, decidí que el sexo del bebé no se supiera hasta el momento que naciera y me arrepentí. ¿Y si yo no lograba sobrevivir o viceversa? El golpe con la pelota me había dejado endurecido el estómago y enrojecido.

En cuanto llegamos, me llevaron a urgencias en una silla de ruedas con Aarón y Zian detrás.

—¿Usted es el padre? —le preguntó una enfermera en inglés a Aarón mientras me llevaba corriendo.

Él me miró fugazmente y asentí.

—Sí—afirmó, un tanto nervioso.

—Entonces venga conmigo para que entre al área de parto.

—¿Qué hay de mi otro hijo? No hay nadie que lo cuide.

—Mi compañera de turno se hará cargo—contestó ella, hizo unas señas y otra enfermera llegó corriendo para agarrar a Zian de la mano.

—Señorita, ¿mi bebé estará bien? Tengo ocho meses de embarazo apenas y me golpearon con una pelota de baloncesto hace un rato y por eso me puse mal —jadeé.

—Parece que se le adelantó el parto y debemos intervenirla ya.

En lo que me preparaban, vi que le hacían una serie de preguntas rápidas a Aarón y al término, lo obligaron a vestirse adecuadamente. Fue vergonzoso tener que estar en esa posición: de piernas abiertas y sin nada de por medio que cubriera la desnudez de mi cuerpo de la cintura para abajo. Aarón, temeroso, se colocó a mi costado sin atreverse a mirar más allá de mi pecho. Sus hermosos ojos oscuros estaban asustados y no sabía qué hacer.

—Dame la mano—pedí y él obedeció. Su fuerte mano me reconfortó.

Seis, seis malditas horas en labor de parto y aferrada de la mano de Aarón Daniel Lobo Hidalgo, ex asistente de mi ex esposo Kwan Tao.

Tuve suerte de no desmayarme y complicar las cosas y someterme a una cesárea. Llegué al punto de perder la conciencia, pero él no me soltó y me dio palabras de aliento. En resumen, padeció mi dolor a mi lado.

Cuando iba a nacer Zian, Tao se negó a estar conmigo en ese momento y esperó en la sala de espera a que le dieran la noticia.

—¡Es Kang! —me informó Aarón con emoción cuando todo terminó.

—¿Sí? —susurré, a punto de abandonarme a la deriva del sueño porque mi cuerpo no podía más.

—Sí, lo es...

Luego de su afirmación, me desmayé.


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