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𝗂𝗏. 𝖢𝗋𝗈𝗊𝗎𝖾𝗍𝖺𝗌 𝖽𝖾 𝗌𝖺𝗅𝗆𝗈́𝗇

* Todos debemos saber que la diversidad es un bonito tapiz, y debemos entender que todos los hilos del tapiz tienen el mismo valor, sin importar su color.

—VOSOTROS DOS —dijo Grace sentada en el sillón, con una tila en la mano, una enorme manta que la rodeaba, y una mirada airada—. Hablad.

Vanderpool, sin saber por dónde empezar la disculpa y con una cara que parecía competir en un concurso de vergüenza ajena, emitió un par de incomprensibles sonidos mientras jugaba nerviosamente con sus manos. Por otro lado, Esponjus, imperturbable en el sillón frente a Grace, mantuvo la cabeza en alto como si no tuviera nada que ver con el problema mientras su cola realizaba una coreografía que indicaba su aborrecimiento ante todo aquello.

—Verás —interrumpió Esponjus adrede justo cuando Ambrosius se dispuso a formular su explicación—, Ambrosius es mi socio, mi amigo y mi compañero de aventuras. Pero a veces también es un poco lento para entender las cosas.

—¡Oh, por favor! —exclamó Ambrosius mientras negaba con la cabeza y Esponjus sonreía con superioridad. Ambrosius, con una expresión de reproche hacia Esponjus, se acercó a Grace, quien aún estaba un tanto aturdida por la inesperada aparición y palabras del gato—. Grace, una disculpa no será suficiente para justificar la desfachatez en la que mi compañero, Esponjus, ha irrumpido nuestra conversación. Su capacidad por querer llamar la atención es, sin duda, una de sus cualidades más... engorrosas.

»Su descaro y su tendencia a generar notabilidad son algo que no aplaudo en absoluto. Ni en mis más extravagantes escenarios habría concebido que pudiera llevar a cabo una escena de esta envergadura. No estaba en absoluto entre mis intenciones que te sintieras asustada, ni mucho menos que acabaras perdiendo los cinco sentidos en un lastimoso desplomo. Confío en que comprendas que, a pesar de esta desafortunada escena, mi respeto por ti y por nuestros propósitos compartidos permanece intacto. Espero que aceptes mis disculpas, Grace, y que podamos continuar nuestra labor en pos de un objetivo que ambos consideramos de vital importancia —finalizó, echando una mirada de reprimenda a Esponjus.

Grace clavó su mirada en Ambrosius y luego desvió su atención hacia Esponjus. El gato, totalmente indiferente a la conversación, se dedicaba a lamer su propia espalda, como si ese fuera un tema más importante que atender en aquel momento crucial. Grace volvió a mirar a Ambrosius y arrancó un suspiro.

—Acepto la disculpa.

Ambrosius sonrió con alivio.

—Lo aprecio.

—Pero tengo dos preguntas, y quiero respuestas claras. En primer lugar, ¿por qué ese gato puede hablar? Y en segundo lugar, ¿quién demonios es?

Satisfecho de al fin tener la atención que él consideraba su justo premio, Esponjus dejó de lamer su espalda con una actitud de "misión cumplida" y se estiró, como si estuviera a punto de recibir un aplauso de la audiencia. Caminó con una mezcla de confianza y aire de superioridad, sintiéndose parte de un desfile imaginario de alta gama en donde él era la estrella principal y, por ende, el más admirado de todos. Luego maulló con gracia,  sin dejar lugar a dudas que estaba haciendo todo lo posible por ser el centro de atención, y le encantaba cada minuto de ello.

—Querida, soy un gato con un pedigrí tan distinguido como el brillo del sol en un día de verano. Mi linaje se remonta a una linajuda gata kneazle, cuya belleza y astucia se entrelazan en mi ser, y a un animago que prefirió las comodidades felinas a las limitaciones humanas. Además, mi abuela, una maledictus cuyo destino la convirtió en un gato para siempre, me otorgó un rastro de su estilo. De ahí, mi elegancia felina y mi capacidad para hablar, que es solo una pequeña muestra de mi excepcionalidad. —Esponjus bufó y negó con la cabeza—. ¿Acaso pensabas que el director de Ilvermorny iba a tener un simple gato mascota? Somos socios en el crimen: él, yo, y ahora tú.

Aunque ese gato tenía una oratoria digna de ser escuchada, Grace no podía apartar de su mente la extrañeza de presenciar a un animal que hablaba como un ser humano.

—¿Y cómo se supone que un gato parlante termina convirtiéndose en la joya de la corona del director de magia más prestigioso de todo el país? ¡Seguro que la historia tiene más giros que un hechizo mal lanzado!

—En realidad, no tantos. Fue un día lluvioso, hace ya veintitrés años, cuando me encontraba paseando por una callejuela cercana a mi residencia y aún daba clases como profesor en Ilvermorny.

—¡Oh, Ambrosius, no me hagas recordar mis modestos inicios! No encajan en absoluto con mi estilo, ¿sabes? —gimió Esponjus, hundiendo su cabeza entre sus patitas con aire dramático.

—En medio de un montón de basuras y desamparado, entre el bullicio de la tormenta, —continuó Ambrosius mientras rodaba los ojos—, vislumbré a un pequeño gato de apenas unos meses de edad. Parecía estar solo, abandonado por su madre y, al parecer, por su padre también.

—Resulta que mi madre estaba empeñada en codearse con los gatos del sur, y mi padre, ese humano con delirios de gato, me dejó tirado como si fuera un juguete viejo. No tenía idea de cómo manejar la situación, así que huyó cobardemente.

—Me agaché frente a él, extendí mi mano con cuidado y, para mi sorpresa, Esponjus se acercó tímidamente, como si supiera que no representaba ninguna amenaza. Fue en ese momento que decidí llevarlo conmigo, brindarle un hogar y cuidar de él como se merecía, sin saber, por supuesto, que aquel minúsculo felino llegaría a ser... bueno, Esponjus. Poco a poco, se convirtió en una parte vital de mi vida, en un compañero inusual, pero verdaderamente especial. Su presencia, aunque a veces algo inesperada y descarada, ha agregado un toque único a mi día a día. No puedo negar que, en cierto modo, mi camino se cruzó con el de Esponjus de una forma que jamás imaginé, pero agradezco cada minuto de esta singular experiencia.

—¡Sniff, sniff!

Ambrosius y Grace voltearon sus cabezas simultáneamente, como si estuvieran siguiendo una coreografía de confusión perfectamente coordinada. Sus rostros expresaron un desconcierto colectivo al escuchar el sonido sorprendente de Esponjus, el gato egocéntrico, sollozando como si hubiera presenciado la interpretación más conmovedora de su vida. Allí, en medio de la escena, Esponjus hacía gala de su extravagancia mientras secaba sus lágrimas con una gran dosis de teatralidad. Su cola, normalmente altiva y elegante, ahora se convertía en un improvisado pañuelo.

—Siempre he pensado que los humanos son criaturas extrañas, sniff, sniff. Pero, en ese sentido, Ambrosius es diferente, sniff, sniff. Es un humano con sentido del humor y corazón, lo cual es muy raro.

Aunque el llanto de Esponjus seguía siendo desconcertante, no pudieron evitar ser arrastrados por el absurdo de la situación, dejando que una sonrisa cómplice llenara la habitación mientras observaban al gato exhibiendo una emotividad que jamás habrían imaginado ver. Ambrosius dejó que el gato se desahogara y después dio una palmada con una expresión cargada de ternura y asombro.

—Bien, ¿retomamos nuestra conversación?

El escritorio de Ambrosius Vanderpool, aun siendo un caos organizado de papeles dispersos, tazas vacías de café que delataban largas charlas, y un cenicero repleto de cigarrillos, parecía haber encontrado sitio para un compañero más. El gato alternaba entre mostrar una atención relativa o desinterés absoluto, dependiendo de los vericuetos de la conversación, mientras Ambrosius lo acariciaba con gestos suaves y Grace bebía de su taza.

—La alquimia es una ciencia interesante, pero no es nada comparado con la magia de un buen rascado detrás de las orejas —dijo Esponjus en un momento dado luego de que Grace le hubiera contado por segunda vez el porqué de su empeño por reunirse más de dos veces por semana con Ambrosius.

—Infiltrarse en MACUSA no es como dar un paseo por Times Square, Grace: es una jungla poblada de depredadores ávidos de poder y riqueza—advirtió Ambrosius mientras seguía discutiendo su plan—. Tenemos que ser más hábiles y más listos que ellos. No podemos trazar nada de eso a la ligera.

Grace se encendió otro cigarro y sopló el humo hacia un costado sin apartar la mirada de él.

—Lo sé. Pero tampoco podemos conformarnos solo con extraerles información. Exponer todos sus cargos frente al país no bastará para que la gente reaccione. Habrá quienes seguirán apoyando a Beckett y a su séquito de fanáticos racistas y perturbados.

Ambrosius se recostó hacia atrás y comenzó a jugar con su barba, sumido en sus pensamientos.

—Tienes razón.

Habían invertido días y horas en elaborar un plan sólido, pero no lograban llegar a un acuerdo. La situación se estaba volviendo tan compleja que ambos se estaban quedando sin ideas. Grace agarró una pluma y empezó a apuntar en un papel.

—Sabemos la MACUSA acoge a sujetos de dudosa legalidad, ¡pero estos tres cabroncetes no pueden estar en el mismo saco que el resto: Harold Beckett, su mujercita Julie Beckett y el lameculos de Maurice Hemlock! ¡Vaya panda de joyas! Sí, esos son los hijos de puta que no podemos permitir que salgan impunes.

Vanderpool se levantó y centró su atención en las palabras de Grace mientras comenzaba a hojear papeles. Grace hizo lo mismo. Era como si ambos tuvieran algo que decir, pero no supieran cómo expresarlo. Lo tenían en la punta de la lengua y, sin embargo, no lograban encontrar las palabras adecuadas. Esponjus aguzó la mirada como si tuviera algo en mente para agilizar sus pensamientos.

—No me digas que te has olvidado de traerme mis croquetas de salmón, ¿verdad? Vamos, no hagas que mi estómago ronronee de hambre.

—Ahora no, Esponjus.

—¡Oh, qué cruel es el destino! Mientras pienso en mi comida, tan cerca, pero tan lejos, no puedo evitar reflexionar acerca de las injusticias de este mundo... y en cómo deberían traerme mis croquetas de salmón sin demora.

—Esponjus, no puedo distraerme en este momento para priorizar tus necesidades, tengo asuntos que atender. Si tienes hambre, las croquetas están a tu disposición, sabes dónde encontrarlas.

—Ciertamente.

Sin más preámbulos, Esponjus saltó de la mesa con la determinación de un gourmet en busca de su siguiente exquisitez. Se dirigió hacia un rincón secreto, como si estuviera a punto de descubrir el Santo Grial de los sabores gatunos. Allí, en un pequeño cajón apartado de miradas indiscretas, reposaban las delicias más gloriosas que el mundo felino pudiera concebir. El gato, con un porte majestuoso, agarró su plato de croquetas como un connoisseur satisfecho y regresó a la mesa, listo para deleitarse en la cumbre de su festín.

»Debo decir que mientras saboreo estas croquetas, mi mirada felina no puede ignorar las injusticias del mundo. Sea como sea, a veces el sabor más amargo no proviene de la comida, sino de las desigualdades que aún se fomentan por culpa de esa gente. A no ser que estemos hablando de sardinas de lata, claro. Maurice Hemlock es como ese pienso de gato de marca barata, pretende ser de calidad, pero al final solo te deja con mal sabor de boca y una sensación de engaño.

»En cambio, Julie Beckett, ha aprendido a jugar el juego del poder tan bien como su marido. Su inteligencia despiadada y su sed de éxito la convierten en una figura igualmente despreciable y calculadora. Sabe cómo moverse en el tablero político y utilizar a las personas para su propio beneficio, sin preocuparse por las consecuencias. Pero debo admitir que siendo un gato de gustos exquisitos, no puedo evitar aplaudir la elegancia innata de Julie Beckett. Esa mujer sí sabe cómo vestirse.

»Y Harold Beckett tiene tanto poder que podría convertir un plato de crema en una catástrofe. Pero, francamente, su falta de compasión hacia los demás es aún más espantosa que su falta de habilidad culinaria —añadió Esponjus mientras empezaba a pasear alrededor del papel en donde Grace los había señalado.

—¿Y tú, cómo sabes eso? —dijo Ambrosius ante el último comentario del gato.

—Tengo mis contactos, querido.

—Voy a matar el presidente —declaró Grace con una seguridad inalterable y la mirada fija en El Arcano Estelar, el periódico mágico de Estados Unidos.

Ambrosius y Esponjus miraron a Grace con asombro, cargados de dudas y sorpresa. ¿Matar al presidente? Eso sonaba demasiado descabellado. Mucha gente deseaba cosas terribles a ese hombre, pero la serenidad con la que Grace lo había mencionado los había dejado mudos. Ambrosius volvió a depositar lentamente los papeles sobre la mesa y se acercó a ella con total desconcierto.

—Grace, eso es...

—Voy a matarlo. A él y a sus dos instigadores: Julie Beckett y Maurice Hemlock. Haremos un atentado. Es la única forma de detener toda esa locura.

—Y la única de tener una muerte segura, princesa —contestó Esponjus mientras recogía delicadamente con la lengua el relleno de las croquetas.

—¿Estás completamente segura de que esto es lo que deseas, Grace? Un atentado no es una acción trivial: es terrorismo. Implica riesgo de vida, y en tu caso, también podría amenazar a tu familia. Muchos morirán.

Grace, aunque su temor era evidente, asintió con determinación.

—Si somos astutos, no nos mancharemos las manos de sangre inocente. Por eso estamos aquí, ¿no es así, mi querido Ambrosius?

En ese instante, los ojos del director de Ilvermorny resplandecieron con una intensidad que nunca antes habían mostrado. Era como si una chispa de emoción reprimida finalmente hubiera encontrado su liberación. Pese a su habitual porte templado y la seriedad con la que asumía su responsabilidad, parecía que todos esperarían que la frenara en seco. No obstante, en lugar de eso, esbozó una sonrisa que irradiaba una respuesta que había estado esperando expresar durante toda su vida. Era la sonrisa de alguien que al fin encontraba sentido a su destino.

—No puedes imaginarte cuánto deseaba oír esas palabras. No hay nada que anhele más que ver a ese individuo desaparecer de este mundo.

—¡Ambrosius, no! —intervino Esponjus.

Grace sonrió con la misma osadía que él y le dio la mano.

—Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío.

Ambrosius correspondió con el mismo gesto.

—Y cuanto más grande es la sorpresa, más delicioso es el sabor.

—Tendremos que ser discretos.

—Como una sombra, no habrá luz que nos delate.

—Dentro de un año haremos justicia.

—Trescientos sesenta y cinco días violando las reglas del estado. Ese es el tipo de peligro que me gusta.

—El 4 de julio de 1960...

—... mataremos a Beckett y a sus cómplices.

—¿Trato hecho, director?

—Trato hecho.

Esponjus maulló con desagrado y suspiró.

—¡Vamos a morir todos! —Se lamentó. Sin nada que perder, Esponjus juntó su pata recién lavada entre las manos de los dos humanos, quienes la tomaron con una gran sonrisa—. Pero supongo que todo es más divertido cuando se arriesga un poco.

¡Hola a todos! ¡Por fin os traigo un nuevo capítulo! Para los que seguís «Pandora», sabéis que estos meses han sido bastante duros e intensos para mí, y estoy poniéndome al día poco a poco.

Tened en cuenta que me lo he pasado genial escribiendo este capítulo y, siendo honesta, lo he hecho con la intención de que todos nos riamos un poco. Las cosas se han puesto realmente interesantes... ¿Quién sabe cómo acabará todo esto?

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