𝟬𝟬𝟭|| 𝗡𝗲𝗰𝗲𝘀𝗶𝘁𝗼 𝗮𝘆𝘂𝗱𝗮𝗿𝗹𝗼𝘀, 𝘀𝗼𝗻 𝗺𝗶𝘀 𝗮𝗺𝗶𝗴𝗼𝘀
𝐊𝐀𝐏𝐈𝐓𝐄𝐋 𝐄𝐈𝐍𝐒
𝗥𝗲𝗰𝘂𝗲𝗿𝗱𝗮 𝘀𝗶𝗲𝗺𝗽𝗿𝗲. 𝗟𝗼𝘀 𝘃𝗲𝗿𝗱𝗮𝗱𝗲𝗿𝗼𝘀 𝗵é𝗿𝗼𝗲𝘀 𝘀𝗶𝗲𝗺𝗽𝗿𝗲 𝘁𝗶𝗲𝗻𝗲𝗻 𝗺𝗶𝗲𝗱𝗼 𝗽𝘂𝗲𝘀 𝗲𝘀 𝗱𝗲 𝗮𝗵í 𝗱𝗼𝗻𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝘃𝗮𝗹𝗲𝗻𝘁í𝗮 𝗳𝗹𝗼𝗿𝗲𝗰𝗲, 𝗲𝘀 𝗱𝗲 𝗮𝗵í 𝗱𝗼𝗻𝗱𝗲 𝗰𝗮𝗱𝗮 𝗮𝗰𝗰𝗶ó𝗻 𝗾𝘂𝗲 𝗵𝗮𝗴𝗮𝘀 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗮𝗳𝗿𝗼𝗻𝘁𝗮𝗿𝗹𝗼 𝘀𝗲 𝗰𝗼𝗻𝘃𝗶𝗲𝗿𝘁𝗲 𝗲𝗻 𝘂𝗻𝗮 𝗴𝗿𝗮𝗻 𝗰𝗼𝘀𝗲𝗰𝗵𝗮 𝘆 𝗰𝗼𝗺𝗼 𝗲𝗻 𝗰𝗮𝗱𝗮 𝗰𝗼𝘀𝗲𝗰𝗵𝗮 𝘀𝗶𝗲𝗺𝗽𝗿𝗲 𝗼𝗯𝘁𝗲𝗻𝗱𝗿á𝘀 𝘁𝘂𝘀 𝗽𝗿𝗼𝗽𝗶𝗮𝘀 𝗿𝗲𝗰𝗼𝗺𝗽𝗲𝗻𝘀𝗮𝘀, 𝗹𝗼𝘀 𝗳𝗿𝘂𝘁𝗼𝘀 𝗱𝗲 𝘁𝘂 𝗲𝘀𝗳𝘂𝗲𝗿𝘇𝗼. 𝗧𝗲𝗻𝗲𝗿 𝗺𝗶𝗲𝗱𝗼 𝗻𝗼 𝘁𝗲 𝗵𝗮𝗰𝗲 𝗰𝗼𝗯𝗮𝗿𝗱𝗲 𝘀𝗶𝗻𝗼, 𝘂𝗻𝗮 𝗽𝗲𝗿𝘀𝗼𝗻𝗮 𝗿𝗲𝗮𝗹 —𝗹𝗲 𝗵𝗮𝗯í𝗮 𝗱𝗶𝗰𝗵𝗼 𝗙𝗿𝗶𝗲𝗱𝗿𝗶𝗰𝗵— 𝘆 𝘂𝗻 𝗵é𝗿𝗼𝗲 𝗾𝘂𝗲 𝗽𝗼𝗰𝗼 𝗮 𝗽𝗼𝗰𝗼 𝘀𝗲 𝘃𝗮 𝗮𝗯𝗿𝗶𝗲𝗻𝗱𝗼 𝗽𝗮𝘀𝗼 𝗲𝗻 𝗲𝘀𝘁𝗲 𝗺𝘂𝗻𝗱𝗼 𝗱𝗲𝘀𝗴𝗮𝗿𝗿𝗮𝗱𝗼𝗿 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗱𝗮𝗿 𝘃𝗶𝗱𝗮 𝘆 𝗲𝘀𝗽𝗲𝗿𝗮𝗻𝘇𝗮𝘀 𝗱𝗼𝗻𝗱𝗲 𝗮𝗻𝘁𝗲𝘀 𝗵𝗮𝗯í𝗮 𝗱𝗲𝘀𝘁𝗿𝘂𝗰𝗰𝗶ó𝗻.
𝐘 𝐄𝐒 𝐄𝐍 𝐄𝐒𝐄 𝐈𝐍𝐒𝐓𝐀𝐍𝐓𝐄, en ese preciso instante donde una persona sabe que puede morir en una milésima de segundo cuando Adeline dio el primer paso hacia un terreno firme pero lleno de peligros, ¿su templanza? Los recuerdos. ¿Su esperanza? Su ganas de seguir viviendo. Recordó todo lo que habían hecho los hermanos Schäfer por ella. Si bien, Friedrich tomó una precipitada decisión sabía que lo había hecho con razón y sin maldad.
Y allí se encontraba ella, con la ropa empapada por la lluvia, el cabello rizado castaño desdeñado por el horror de la guerra, por el frenesí que se apodera de un cuerpo por intentar salvar a los seres queridos. El valle, antes verde —ahora gris lleno de escombros, humo y sangre—. se abría paso ante sus ojos, unos ojos que tiempo atrás contemplaban belleza ahora lloraban miserias y tristeza, lo que da la guerra y las pérdidas. Si hubiera elegido con cabeza se hubiera quedado dentro de aquel refugio con los niños escondidos y Peter pero Adeline rara vez elegía con la cabeza sino, con el corazón y sabía que los hermanos Schäfer necesitaban su ayuda. ¿Qué habían hecho por ella? Mucho pero permítanme decirles que eso se sabrá según esta historia vaya tomando rumbo a través de sus propias palabras y ahora, era la hora. Adeline sabía que un paso en falso en aquel terreno mojado tocado de la misma mano de la propia muerte podría llevarla al otro lado pero se negaba a quedarse allí o a huir sabiendo que sus amigos, los cuatro hermanos estarían en peligro, oyó disparos en la casa, justo cuando salió pero no quería pensar en lo que no quería imaginar.
Dio un paso, luego otro y otro, ya se encontraba en el pequeño valle donde en derredor había árboles y podría ser perfectamente un escenario para que se escondieran soldados alemanes infiltrados y ella era el objetivo más fácil en el centro de aquella matanza. Había pensado ir hacia el follaje pero en cualquier momento sabía que sería demasiado sencillo atraparla y matarla mano a mano así que lo único que le quedaba era correr como sus piernas se lo permitían e intentar con todas sus fuerzas escapar del punto de mira. Los únicos soldados alemanes se hallaban muertos dentro del refugio de madera, cuatro para ser exactos pero Adeline siempre pensaba que podría haber más, anticipando el propio futuro y así evitaba sorpresas.
Sus piernas eran como el aleteo de una mariposa pero no cuando vuela feliz, danzando bajo los rayos de luz de lo que puede ofrecer un sol en un amanecer primaveral sino, de un aleteo intenso, constante y doloroso, de una mariposa al descubrir que en poco tiempo habrá una tormenta que la consumirá tanto hasta el punto de hacerla caer al suelo, al mismo vacío cuyo abismo es tan oscuro que ni siquiera se puede atisbar su frío y solitario fondo.
Su desesperación afloraba a cada paso transformando sus pensamientos en lágrimas, gotas frías que se mezclaban con el agua desalinizada del cielo oscuro. El suelo olía a sangre, a hierro descompuesto, sus zapatos medio desgastados se empapaban y de cada pisada que daba gotas carmesíes volaban por los alrededores. Ella evitaba ver el suelo, ella evitaba ver la pesadilla, la misma pesadilla que le desgarraba las entrañas, que le provocaban sueños horribles todas las noches, el estallido de la guerra, del horror.
Quedaba poco para llegar al muro, mientras se imaginaba aquel callejón oscuro que la esperaba detrás de aquella pared, pensando que no tenía armas pero si valentía y aunque la misma valentía a veces era sinónimo de estupidez porque a veces la propia gallardía ciega a las personas de cometer un acto de valor incluso en una batalla perdida sabía que iba a luchar con uñas y dientes, encontrase lo que encontrase.
Siete metros, no se oía nada solo su agitada respiración, seis metros, el sonido de sus zapatos al pisar charcos de agua y sangre, cinco metros, su corazón resonaba en su oído y era incluso más fuerte que el sonido de las respiraciones, cuatro, tres...un breve pensamiento en su cabeza, ¿cómo será la muerte? Tenía miedo.
—Recuerda siempre. Los verdaderos héroes siempre tienen miedo pues es de ahí donde la valentía florece, es de ahí donde cada acción que hagas para afrontarlo se convierte en una gran cosecha y como en cada cosecha siempre obtendrás tus propias recompensas, los frutos de tu esfuerzo. Tener miedo no te hace cobarde sino, una persona real —le había dicho Friedrich— y un héroe que poco a poco se va abriendo paso en este mundo desgarrador para dar vida y esperanzas donde antes había destrucción.
Esa frase, solo esa sencilla frase caló tan dentro de ella que ni siquiera lo pensó, en el último metro para abordar una circunstancia extraña e insólita donde nunca se sabe que peligros se encontrará afuera, Adeline se aferró a la pared, puso un pie en un bordillo que sobresalía del frío y húmedo muro mientras sus manos agarraban los pequeños bordes uniformes que le servían para poder sujetarse mejor debido a las desviaciones del asfalto.
—Y es esos instantes de pavor donde uno debe de aceptar el miedo e intentar superarlos. —Recordó de nuevo una de las frases de su amigo Friedrich, el mayor de los hermanos.
La zona baja del vestido de Adeline se desgarró por una piedra puntiaguda que asomaba en los pequeños rincones grises del muro, haciendo un pequeño corte en la rodilla derecha.
—Incluso aunque haya incertidumbres y baches, debemos de ser fuertes y afrontarlos.
Subió unos centímetros más y luego otro tras otro, sus manos se llenaron de pequeñas bolsas, su rodilla sangraba y su cabello se le pegaba a la sien como un latigazo por la brisa fuerte que poco a poco se abría paso.
—¿Sabes? Yo he tenido esos momentos pero tan solo cierro los ojos y me imagino a las personas que más quiero entonces, continuo... —La voz de Friedrich llenó de nuevo su cabeza, provocándole fuerza y determinación.
Ya solo quedaba un centímetro para llegar al borde, Adeline cerró lo ojos pensó en su familia y en sus amigos, cerró los ojos con esa misma fuerza y determinación.
—Y los abro, para saber que aún están conmigo y me darán esperanzas para superar cualquier obstáculo. —La voz del chico se oía mucho más cerca, como si estuviera allí realmente. Adeline sonrió, subió y...
Los abrió, se enfrentó a la pesadilla.
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