☾ Capítulo 2.
02. 𝑫𝑼𝑳𝑪𝑬 𝑺𝑬𝑪𝑹𝑬𝑻𝑰𝑻𝑶 𝑰
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En la inmensidad del pasillo, el silencio que era lo único capaz de acallar los pensamientos atrofiantes de las mentes de cualquier individuo, capaz de transmitir una infinidad de emociones tanto buenas como otras malas, había sido interrumpido por un conjunto de pasos apresurados y torpes, como dos novatos bailarines con un par de pies izquierdos.
Un golpe brusco contra la solidez del material amaderado de una de las tantas puertas de aquellas habitaciones distribuidas a lo largo, había arrancado un quejido doloroso de los abultados labios de una fragante mujer de largas piernas y cabello ondulado de color rubio; como unas gloriosas cascadas de miel, su cabello caía hacia adelante por sobre su busto prominente, haciendo brillar su piel de porcelana como si fuera una perla.
De sus labios, incontables gemidos se escapaban al sentir los finos y fríos labios de su amante que atacaba su cuello sin cuidado alguno, dejando rastros húmedos y enrojecidos. Sus delicados dedos acariciaban y se enredaban entre los mechones de cabello como la bruma nocturna; la dureza puntiaguda del frío picaporte de oro se clavaba en su espalda baja convirtiéndose en una sensación de mártir, estar recibiendo la atención de un hombre que sabía besar ardientemente pero sentir dolor por la rudeza del objeto presionando detrás de ella en contra de su voluntad, era un dolor de cabeza.
Quería pedirle que se detuviera, que por lo menos esperara a llegar hasta el borde de la cama o al menos tuviera la decencia de dejarla pasar a la habitación en primera instancia, pero no podía lograr formular nada, pues en el recorrido de su mente a su boca, habían interferencias que le nublaban el juicio y terminaba por soltar sonidos indecorosos como si fuera una mujer inexperta o un animal siendo dominado por sus instintos primitivos.
Y como si fuese un milagro y él pudiera escuchar sus pensamientos, abrió la puerta y la empujó levemente para que la superficie de madera se abriera por completo y ellos pudieran ingresar para culminar con todo el jugueteo previo que habían estado realizando durante la hora del almuerzo. Y pensar que todo había comenzado porque él había derramado su copa de vino sobre las vestiduras de ella, fuera a propósito o no.
El hombre en cuestión, siguió empujando el hombro de la chica sin cuidado alguno, provocando que se quejara pero al mismo tiempo, no pudiera evitar soltar algunas risitas tontas, pues ella estaba segura de que todo se trataba de un juego y él pensaba que no podía estar más en lo cierto, porque era un juego, pero no para que ella se divirtiera.
Cuando sus delgadas y largas piernas chocaron con el borde de la cama, se dejó caer de espaldas sintiendo como el colchón se amoldaba suavemente a su cuerpo y la seda de las telas le acariciaban las partes desnudas de su cuerpo como los besos de unos pétalos de rosas.
Vio la mirada ensombrecida de su amante y como éste se posicionaba lentamente sobre ella, metiendo una de sus manos por debajo de su vestido para recorrer vagamente, la cremosidad de su piel. El tacto era sin dudas, con tanto cuidado que le causaba un cosquilleo en el camino que estaban trazando sobre su piel, era como una suave pluma, liviana y delicada, para nada similar a la rudeza de antes; y en ese momento, se replanteó si realmente estaba con el mismo hombre con el que había comenzado la noche.
Su piel se erizó por completo al notar que irremediablemente, el hombre era tan frío de pies a cabeza y en todos los sentidos, pues mientras ella sentía la piel ardiente como si se estuviera prendiendo fuego, él estaba tan frío como un cubo de hielo.
Sin previo aviso, él desgarró aquel vestido tomándola por sorpresa y aunque estaba a punto de cubrirse sintiéndose avergonzada por la manera prematura, sin dar algunos giros e idas y venidas previas para despojarse de sus ropas, se quedó petrificada sin ser capaz de asimilar y dar créditos a lo que sus ojos cristalinos veían frente a ella.
El color de sus ojos como profundas perlas negras, se había expandido por la esclerótica como petróleo derramado en el mar, y en los alrededores de sus ojos, unas venas como las raíces de un árbol se marcaron en un tono morado.
Unos afilados colmillos se hicieron visibles y casi de inmediato, se clavaron en su cuello tenso, provocando una reacción al fin. Ella comenzó a gritar tanto como le fue posible mientras luchaba forzosamente para quitárselo de encima, pero cuanto más luchaba, más cansada se sentía y aunque sintiera que la garganta se le desgarraba con cada alarido e intento de pedir ayuda, nadie allí iba a ir en su búsqueda porque aquellos mismos gritos eran comunes entre aquellas paredes.
Siempre era lo mismo en cada situación, si bien el ambiente en el que conocía a los humanos era diferente, todos se veían envueltos por una red de engaños que salían de los finos labios de él. Los hipnotizaba para atraerlos hasta su morada y cuando ellos llegaban, le gustaba tenerlos lúcidos para torturarlos y escuchar como su último aliento iba acompañado de un grito de horror. Su parte favorita era cuando sus pobres víctimas perdían el brillo de sus ojos lentamente, al mismo tiempo que sus latidos frenéticos iban en decadencia hasta que se detenían , siendo él lo último que podían apreciar.
Una quisquillosa risa infantil que últimamente acostumbraba a escuchar en todas partes, se deslizaba lentamente debajo de la cama y eso bastó para que aquel hombre soltara con fastidio a aquella belleza moribunda, que se encontraba en el abismo entre vivir o morir a tan solo un latido de diferencia.
Sus pies enfundados en unas botas de cuero tocaron el suelo cuando se bajó de la cama y sus grandes manos huesudas tomaron el edredón con fuerza para tirar del mismo y visualizar el rostro de una dulce niña con la inocencia pintada sobre sus preciosos ojos azules.
—¿Qué diablos te dije sobre esconderte debajo de mi cama? —preguntó molesto, mientras la tomaba del brazo y tiraba de ella sacándola de allí.
La niña se quejó sintiendo sus ojos lagrimear debido a la molestia que sentía en la zona donde él la había apretado para sacarla de allí—¡Dijiste que no debo meterme! —exclamó tratando de soltarse del firme agarre.
—¿Y bien? —la soltó, mientras se cruzaba de brazos mirándola fijamente, cubriendo su campo de visión con su cuerpo.
La niña retorcía sus manos delante de ella mientras miraba sus pies descalzos, como si sus pequeños dedos fueran mucho más interesantes que aquel atractivo hombre frente a su nariz redondita.
No era la primera vez que se escabullía dentro de su habitación o de cualquier espacio en el que él se podría encontrar, tampoco sería la última vez que lo haría, por más amenazas y sustos que él pudiera darle. Aunque el único detalle estaba en que esa vez, había escuchado el horroroso grito de una mujer que ocasionó la aceleración de su ritmo cardíaco, ¿por qué era que gritaba de tal manera?, era una duda que deseaba responderse pero era algo pequeña para comprenderlo del todo.
—Sólo quería jugar… —murmuró algo abochornada, mientras una sonrisa inocente se formaba entre sus mejillas regordetas—... Bernabett, ¿vamos a jugar? —preguntó con una dulce voz.
El mencionado frotó su cuello con su mano izquierda mientras movía suavemente su cabeza de lado a lado en una negativa, sintiéndose irritado. No le gustaba para nada cuando lo interrumpían en el momento exacto en el que más disfrutaba de su juego de turtura con sus víctimas.
La niña lo tomó desprevenido, arrojándose sobre su pierna izquierda para abrazarlo con entusiasmo pero al inclinarse un poco hacia el costado, sintió una fuerte vibración desde la punta de sus pies hasta la cabeza.
El miedo le recorría rápidamente la espina dorsal dado que nunca antes había visto una escena como aquella, donde una mujer estaba tendida sobre la cama, cubierta de sangre con una mirada opaca pero que abría su boca como un pez fuera del agua, tratando de hablar con ella. A simple vista, parecía que la habían drenado su vitalidad por completo y su piel, en un tono aún más pálido de lo normal, contrastaba con su mirada vacía y hundida. Los pómulos y la clavícula sobresalían e incluso su cuerpo en general, era similar a un esqueleto vivo.
—Ayúdame… —le susurró la mujer con su último aliento, mientras su mano se elevaba en el aire y temblaba con violencia, tratando de llegar hasta la niña con desesperación y esperanza.
Ella abrió sus ojos tanto como pudo y gritó llena de horror.
Estaba acostumbrada a escuchar risas divertidas entre los pasillos y algún que otro grito de las personas que no tenía idea de cuánto pedían por ayuda o cuán horrorizadas estaban al salir del trance con el que llegaban a aquel lugar, siendo una presa fácil.
Los gritos retumbaban en sus oídos latentes tanto como en los extensos pasillos de piedra, tan fríos y oscuros como el corazón de aquel hombre, pero casi nunca le molestaba; Bernabett siempre se encargaba de ocultarlo todo para que sus inocentes y puros ojos azul zafiro, no tuvieran que ver algo que ensuciaba su pulcra mente.
Él, con su característica rapidez, tomó la cabeza de la chica y de un movimiento certero, torció su cuello acabando con su vida. Miró a la niña que estaba petrificada en su lugar y la tomó de la mano para llevarla a rastras fuera de la habitación. Cerró la puerta detrás de él y el impacto ocasionó que la niña reaccionara sobresaltándose.
Bernabett no solo estaba pensando en la mujer que estaba desangrándose penosamente sobre la cama, de tal manera que el líquido viscoso se abría paso por debajo de la puerta hasta los pies de la niña, sino que también y a pesar de que no quería admitirlo, estaba preocupado por no saber como arreglar el desastre que había ocasionado.
La madre de la niña lo mataría.
—Mazie, te lo puedo explicar… —comentó mientras se agachaba a la altura de la niña de seis años.
—No quiero —se limitó a responder, mientras de sus pequeños ojos comenzaban a caer gotas gordas de lágrimas.
—Mazie... —susurró mientras le tomaba las manos pero ella se apartaba.
La niña pareció titubear antes de hablar y finalmente, entre dientes no pudo evitar pensar—Mi mamá dijo que si escuchaba a una persona gritar no debo tener miedo, que si están en tu habitación es porque están jugando —comentó con inocencia—. Pero tú no estabas jugando, la mataste. Eres un monstruo.
—¡Si, eso es lo que soy! —exclamó sobresaltando a la niña y provocando su llanto más audible, ya no solo eran lágrimas silenciosas, ahora había abierto la boca para gritar—, soy un ser horrible Mazikeen.
La niña miró temerosa los ojos vacíos como agujeros negros y como a su alrededor se marcaban algunas venas pequeñas que se tornaban moradas, deformando por completo, aquel rostro angelical y peligroso que tanto adoraba ver.
En un parpadeo, Bernabett se había convertido en la criatura más horrible que alguna vez hubiera visto, pues su madre no la dejaba acercarse al lado sur de aquel palacio de piedra, donde mantenían encerrados a los Zhephyr. Estos eran una especie de vampiros inestables que no habían logrado avanzar en su transformación, ellos no tenían conciencia o sentido común, atacaban a cualquier solo porque sí para alimentarse de sangre y carne.
Ellos eran un verdadero misterio en aquel lugar.
Dio un paso al frente provocando que la niña retrocediera de inmediato tropezando con sus propios pies, cayó de espaldas y comenzó a liberar el peor de los llantos, aquel que tenía al miedo como protagonista principal. Cualquiera que la escuchaba llorar, podría decir facilmente que se trataba de una tortura la que estaba recibiendo.
Dentro del pecho de él, algo se retorció de la peor manera, arrebatándole el aire que ingresaba a sus pulmones. Jamás había experimentado algo como eso.
Parpadeó atónito cuando de pronto visualizó unos cabellos rojizos frente a sus narices y sonrió de medio lado cuando el agarre de aquella mujer temperamental se intensificó sobre su cuello. Incluso si ella le quitaba la opción de respirar mediante la estrangulación, era menos doloroso que ver a Mazikeen llorar.
Llorar por su maldita culpa.
—¡Te dije que te quería lejos de ella! —gruñó la madre de la niña, mientras sus garras se clavaban en el cuello del vampiro logrando dañar su piel.
Varios hilos de sangre oscura como el ébano se hicieron presentes, este se quejó mientras se dejaba hacer, le daba la razón a Jezabel y se la seguiría dando, pues cada palabra que escupió con enojo era cierta. Cientos de veces le había dicho que no lo quería cerca de su hija y no se trataba de confianza, sino que sabía el riesgo que su propia hija corría si la veían, pues nadie que no fuera de la máxima confianza de ambos, sabía de su existencia.
Bernabett estuvo de acuerdo desde el inicio, el mundo no tenía porque saber que semejante ángel había llegado a la tierra.
Jezabel lo soltó lanzándolo lejos de ellas y se dio la vuelta con prisas para tomar a su hija en brazos y acariciar su cabello tratando de consolarla, mientras está escondía su pequeña carita entre el hueco del cuello y el hombro de su madre y se aferraba a ella con sus pequeñas manos.
—Mami, no quiero que lastimes a moye serdtse —murmuró entre hipidos. «Mi corazón».
Jezabel miró a su hija por un instante mientras apartaba las lágrimas de su rostro, su entrecejo se frunció con preocupación mientras caminaba alejándose.
La niña observó a espaldas de su madre como el vampiro se levantaba respirando con dificultad y se sentaba mirando fijamente a la niña, sintiéndose completamente fuera de órbita.
Era un idiota, definitivamente; pero en su interior sintió calidez cuando escuchó que Mazie aún lo apodaba con aquella extraña palabra en ruso que no entendía pero que no podía confundir con ninguna otra.
Recordó cuando incontables veces le había preguntado a Jezabel al respecto pero esta no quería decirle o se enojaba. Ni siquiera había escuchado aquellas palabras de los labios de la mayor, no podía simplemente adivinar de qué se trataba.
Sacudió sus pantalones cuando se colocó de pie y caminó de regreso a la habitación, donde ahora habían dos Nymphs, una especie de vampiros que había logrado controlar su vampirismo pero siento tan débiles como un vampiro normal, ya que estaban incompletos porque solo bebían sangre animal; estos ocupaban el rol de sirvientes dentro de aquel clan y se encontraban tratando de llevarse el cuerpo de la mujer de hace un momento que reposaba sin vida en el borde de la cama.
Tomó a una de las mujeres que le habían ofrecido sus sirvientes y echó fuera a los Nymphs, mientras se acercaba a otra que permanecía más cerca de él, y jalando de su cabello hacia atrás descubrió su cuello y no dudó en atacar sin piedad, sintiendo como aquella sangre caliente le recorría la garganta y lo hacía sentir satisfecho. La otra mujer, una tercera que se encontraba mirando con pavor el desastre que Bernabett había hecho, fue hipnotizada antes de que pudiera abrir la boca para gritar y automáticamente caminó en su dirección y respondió a los impulsos del vampiro cuando este la besó con desesperación, tratando de apagar sus pensamientos fulminantes.
No sabía por qué, pero estaba tan enojado con lo que acababa de pasar que no podía controlarse.
Bernabett volvió a llamar a sus sirvientes que esperaban detrás de las altas puertas dobles y estos ingresaron de inmediato mientras tomaban los cuerpos de las mujeres que aún permanecían calientes, incluso después de que su sangre había sido drenada casi por completo.
El líder de aquel clan llevó su dedo pulgar a la comisura de sus labios y con un movimiento suave, apartó un hilo de color granate que se había escapado del interior de su boca, lamió su dedo disgrutando del sabor metálico de la sangre y suspiró mientras le daba la espalda a los Nymphs.
—Llevenlas, nuestros hermanos y hermanas deben estar hambrientos —ordenó, mientras se marchaba de allí.
Al principio quería ir detrás de Jezabel y Mazikeen pero antes de siquiera llegar a ellas se detuvo y chasqueó la lengua dando media vuelta para caminar en una nueva dirección, detrás de los sirvientes que estaban fuera de su campo de visión, seguramente ya terminando de cumplir con su orden.
Los Nymphs fueron convertidos hace pocos años y gracias al entrenamiento que Bernabett les daba y un poco de magia de la mano de Raymond, habían logrado alcanzar el rango de sirvientes.
Eran rápidos, fuertes y tenían gran precisión en sus movimientos de ataque, pero no eran lo suficientemente buenos como para convertirse en la clase de los Altos Vampiros, que Bernabett había escogido con sabiduría.
Algo más tranquilo por fuera pero aún sintiéndose nefasto por dentro, comenzó a descender las escaleras de piedra que lo llevaban al subsuelo de su imperio; un ambiente húmedo y frío, con la presencia del moho en las paredes y celdas de gruesos barrotes que mantenía en cautiverio a aquellas bestias horripilantes de piel grisácea que llamaron Zhephyr.
Eran lo suficientemente letales como para no dejar ni los rastros de huesos y tan peligrosos que nadie, salvo unos pocos, tenían la autorización de acceder a ellos. No eran los primeros de esta especie ni serían los últimos, porque en cada clan existían.
Él observó atento todo el procedimiento, desde cómo sus hombres descuartizaban los cuerpos sin vida hasta cuando arrojaban las extremidades dentro de las celdas de los Zhephyr; y como estos gruñían como voces de ultratumba al devorar aquellos restos.
—¿No crees que sería grandioso poder controlarlos? —una voz áspera anunció su llegada.
Bernabett chasqueó la lengua con fastidio—Soren, si supiera cómo hacerlo, no estarían aquí —respondió sin titubear.
El mencionado sonrió con burla—Creo que no estás molesto por no poder controlarlos, estás molesto por algo pequeño —canturreó.
El líder de aquel clan inhaló y giró sobre sus talones, topándose de lleno con la figura del hombre que era como su mano derecha, aquel con el que tiempo atrás había fundado aquella cueva de vampiros.
Soren Kelgolor era un vampiro influyente entre aquella sociedad de chupasangres, se trataba del primer Nymphs que Bernabett había dado de beber su sangre, para convertirlo en un Alto Vampiro, sin embargo; Soren jamás había intentado ser algo más allá del rango que le habían obsequiado porque así se sentía, como un obsequio.
Tenía un aspecto maduro, dado que su conversión había sido tardía pero aún así poseía de la Eternidad, una de las habilidades obtenidas por su rango. Su cabello era ondulado de color platino y sus ojos eran de color cian, logrando que su aspecto en plena transformación, fuera más impresionante dado a que estos siempre permanecían iguales pero con la esclerotica negra.
Su nariz era larga y perfilada, con unas fosas nasales grandes y unos labios gruesos, acompañados de una quijada cuadrada y unos hombros anchos. La mirada altanera que poseía y su manera fría de hablar a pesar de que intentaba ser un poco humorístico, eran características de siempre.
—No digas ni una palabra… —advirtió Bernabett.
—¿Por qué? —fingió no entender—, ¿no quieres que nadie sepa sobre tu dulce secretito?
—Soren —dijo con tono hostil—. Te lo advierto, ni una sola palabra —mencionó por último, mientras chocaba su hombro y se largaba de allí.
El mencionado sonrió con parsimonia, mientras sacudía su cabeza de lado a lado.
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